Discursos a mis estudiantes - Charles H. Spurgeon

Page 48

reunión, y por tanto oraban hasta saciarse. Además, en aquellos tiempos, la congregación no se inclinaba a quejarse de la duración de las oraciones o de los sermones, tanto como algunos lo hacen ahora. No podéis orar demasiado tiempo en secreto, por mucho que lo hagáis. No os limitamos cuando hagáis esto, a diez minutos ni a diez horas, ni aun a diez semanas. Cuanto más os pongáis de rodillas solos, tanto mejor será el efecto que obtengáis así para vosotros como para vuestras congregaciones. Estamos hablando ahora de las oraciones públicas que vienen antes del sermón o después de él, y para éstas, diez minutos son mejor límite que quince. Sólo una persona entre mil, se quejará de vosotros con motivo de que vuestras oraciones son demasiado breves, pero muchas murmurarán de la duración fastidiosa de ellas. Dijo Jorge Whitfield una vez hablando de un predicador: "Excitó en mi un buen estado de espíritu por su oración, y si hubiera parado entonces, habría sido un bien, pero me quitó tal estado al seguir orando más tiempo." La suma tolerancia del Señor se ha hecho patente al no infligir un castigo a algunos predicadores que han pecado en gran manera en cuanto a este respecto. Han hecho mucho mal a la piedad del pueblo de Dios con sus dilatadas y fútiles oraciones, y con todo, el Señor en su misericordia les ha permitido que continúen oficiando en el santuario. ¡Desgraciados de aquellos que tienen que escuchar a un pastor muy cerca de media hora, después de cuyo tiempo suplican a Dios excuse su involuntario laconismo. No os extendáis demasiado por varias razones: en primer lugar, porque al fatigaros fatigaréis a la gente; y en segundo, porque con la duración de vuestras oraciones, haréis que el auditorio se distraiga de sus meditaciones para prestar oídos al sermón. Todas esas áridas, pesadas y prolijas pláticas en la oración, no hacen más que embotar la atención de los oyentes cuyos oídos, digámoslo así, se saturan de palabras. Nadie teniendo por objeto asaltar la puerta del oído, la obstruiría con lodo y piedras. No, quitad de la puerta toda clase de obstrucciones, para que el ariete del Evangelio produzca su propio efecto cuando llegue el tiempo de usarlo. Las oraciones largas consisten en repeticiones o en explicaciones superfluas que Dios no requiere, o degeneran en puras predicaciones, de suerte que no hay diferencia alguna entre la oración y la predicación, excepto que en aquella el ministro tiene sus ojos cerrados, y en ésta los mantiene abiertos. No es necesario repasar en nuestras oraciones el Catecismo de Westminster, ni repetir la experiencia de todo el pueblo presente, ni aun la vuestra. No se nos exige que nuestras oraciones consistan en una serie de textos bíblicos, ni que citemos a David y Daniel y Job y Pablo y Pedro y todos los demás bajo el titulo de "tu siervo antiguo." Es necesario que en vuestras oraciones os acerquéis a Dios, pero no se os exige que multipliquéis vuestras palabras hasta que todos los oyentes deseen oír el "Amén." No puedo menos de daros otro consejo pequeño, y es que nunca causéis la impresión de que estáis para concluir vuestra oración, y entonces continuéis orando por otros cinco minutos. Cuando el auditorio supone que estáis para terminar, no puede repentinamente proceder con un espíritu devoto. He asistido a cultos en que los predicadores nos han atormentado con la esperanza de que estaban concluyendo, y entonces comenzaron de nuevo dos o tres veces: esto es imprudente y fastidioso. Otro canon es este: No hagáis uso de frases altisonantes. Hermanos míos, evitad por completo estas cosas impropias; ya que han tenido su época de vida, dejadles ahora que mueran en paz. Estas piezas de fustán espiritual, no se pueden rechazar de un modo demasiado terminante. Algunas de ellas son puras ficciones, otras son pasajes sacados de obras apócrifas; otros son textos que en un tiempo fueron citados de la Biblia, pero que se han adulterado de tal manera, que es casi imposible reconocerlos como palabras del Autor Divino. En el "Magazine Bautista" del año de 1861, hice las observaciones siguientes sobre las vulgaridades más familiares que se oían en los Cultos de oración: "Las frases altisonantes son un gran mal. ¿Quién puede justificar

48


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.