
7 minute read
Estudio del color
PREFACIO
Creo que desde toda mi vida la luz ha sido un fenómeno que ha acaparado toda mi atención, tanto en su función (el que esta nos permita percatarnos de nuestro rededor compuesto de colores), como en su composición (que al mismo tiempo este fenómeno posea todos los colores en sí). La luz es un factor fundamental en todo, una escena aparece y se compone gracias a esta. Una atmósfera se vuelve tenebrosa o divina con respecto a aquella. Es la clave de cualquier intención de vivacidad.
Advertisement
Se entiende como luz un fulgor que da visibilidad a nuestro alrededor, como también al interior. Así, un rayo de luz puede quebrar toda penumbra de una habitación, como aparecer encarnada en alguna figura, iluminando el entorno. Esta se puede expandir en una homogeneidad, al igual que resaltar un espacio en específico.
En mis obras, la luz es un ente presente en la escena, de manera explícita o implícita. Esta generalmente encarna en alguna figura, y se le puede reconocer por su brillo, o en otros casos por su fuerte expresión. Una mirada, un color, una tensión es luz. Es todo aquello que le da carácter a la obra. Mi intención es mostrar la luz más allá de un mero fenómeno físico, sino como un personaje más interactuando en la escena
EL DESARROLLO DE LA LUZ
El color es la clave. Afirmo este punto diciendo que el color le da el carácter a cualquier obra, tanto como se utilice la paleta cromática como la espesura de cada pincelada. La maestría con la que se utilice permitirá generar mayor viveza a la obra, al punto de sentir que esta en cualquier momento puede hablar o moverse.
Es necesario soltarse y familiarizarse con los colores para lograr conocerlos y posteriormente manejarlos con cierta habilidad. Perderle el temor al verde y al morado, colores presentes en casi todos los objetos (sobre todo en piel humana), pero que por temor a su utilización o mero desconocimiento no se aplican. Para aquello es necesario adiestrar al ojo. Recomiendo hacer el siguiente ejercicio. Siéntate frente a una manzana y analízala, ¿Cómo la pintarías?, hazte esta pregunta y comienza a reconocer todos los colores a utilizar. Pasando los minutos tu ojo ira diferenciando tonalidades, naranjos, algunos amarillos, un evidente rojo cadmio. Pero en la observación del rojo sucederá algo, en las zonas rojas donde le dé luz blanca ¿realmente es un rojo? O ¿comienza a formarse una especie de violeta? Sin hablar de las zonas más oscuras donde un claro tono vino se hace presente. Después de sentirte que ya lograste encontrar todos los tonos de la fruta, llévalo más allá.
Observa un rostro, y sucederá que se encuentran todos los colores allí. Paradójicamente para muchos, el color que a mi parecer le da aquella vivacidad a la piel es el verde, y los rostros están hechos a base de distintos tonos de verde. Este no es un descubrimiento nuevo, claro está. Grandes maestros clásicos utilizaban el verde en la piel para lograr ese aspecto de vitalidad. Se le conoce como Verdaccio, técnica explicada en el libro del arte de Cennino Cennini; “Toma entonces un poco de tierra verde bien líquida y échala en otro pocillo: con un pincel Romo de cerdas, cogido entre el pulgar y el índice de la mano izquierda, empieza a sombrear bajo el mentón y en las zonas más obscuras, insistiendo debajo del labio, en las comisuras y bajo la nariz; también bajo las cejas, a ambos lados de la nariz y, por último, en los extremos de los ojos, hacia las orejas. Y así, con sentimiento, ve tocando la cara y las manos y donde haya de ir la encarnación. Coge después un pincel puntiagudo de marta e insiste en los perfiles, nariz, ojos, labios y orejas con tierra verde.” ¹.
Mientras más se logra conocer los colores y manejarlos, más fervor e ímpetu tiene la obra. Y esta fuerza del color es dada por la luz que al mismo tiempo aparece gracias al color.
Estas dos fuerzas de las que hablo no son dos que se complementan, sino que la misma, es una sola. La luz es color y el color es luz
En la obra Frutas del mar, se podría decir que la luz es homogénea pintando toda la escena, y técnicamente así es, pero mirémosla más a fondo. El foco de luz es también aquel que encandila y llama la atención del espectador. En el caso de esta obra, el ferviente rojo de la langosta es la luz, o, mejor dicho, absorbe la luz que le llega desde arriba volviéndose el foco lumínico. De esta manera, el resto de los objetos y colores se empapan de este, conviviendo en una armonía visual.
LA LUZ EN LAS FIGURAS
La gradación de la luz crea un nuevo lenguaje, la profundidad. Este hecho no se aleja de lo mencionado anteriormente, el color (el cual es luz) crea las formas y su profundidad, pero a la vez también lo es. Esto aplica a cualquier figura, no necesariamente en una concepción “realista” o con una alta gama de tonalidades presentes.
La luz puede golpear homogéneamente una figura, pensemos en un círculo. Este círculo es de un rojo homogéneo, erróneamente pensado como una figura plana. Introduzcamos esta figura en un fondo blanco, inmediatamente el rojo se aclara y se puede apreciar en un mismo plano con respecto al fondo. Ahora cambiemos el fondo a un verde, inmediatamente el circulo se adelanta a un primer plano y el rojo pareciera que se oscurece y vibre. Sé que de lo que hablo no es un nuevo descubrimiento, pero permite ejemplificar de manera simple como los colores se ayudan entre sí para formar esa idea de perspectiva.


Kandinsky afirmaba que el color y la forma van de la mano; “la relación inevitable entre color y forma nos lleva a observar los efectos que tiene la forma sobre el color. La forma misma, aun cuando es completamente abstracta y se parece a una forma geométrica, posee un sonido interno, o, es un ente espiritual con propiedades idénticas a esa forma” ². Kandinsky habla de un sonido interno, yo, de una luz interna.
Mientras exista esa coherencia entre color y forma, la luz aparece con naturalidad, casi con gracia. La forma puede ser una mera pincelada o una insinuación, pero si se hace con la intención que es debida, no tiene por qué fallar.
En la serie, Crónica de la quema de un corazón, la luz aparece en dos posibilidades, en su máxima literalidad o como una insinuación (aun así, entregando el mensaje). La carga espiritual la da el trazo, en algunas zonas grumoso y que en algunas partes hace brillar el rostro. Esta luz hace encarnar las figuras, dándoles un carácter dentro del plano.

EL PESO DE LA LUZ EN LA ESCENA
Cuando uno se detiene a observar las obras renacentistas y barrocas, sorprende su trabajo con la luz. Desde presentar lo divino como un destello del cielo, o abstrayéndolo a una filigrana. De cualquier composición que se puede observar, el resultado sigue siendo el mismo, dar una carga magna en el espacio.
El uso de contrastes tonales permite realzar esta intención de luz como un carácter espiritual. El personaje en escena siente aquella carga atmosférica, y sus rasgos se lo confirman al espectador. La suma del brillo de la escena con la expresión de los personajes, potencian el carácter divino que se quiere representar.
El que la luz incida en un espacio cerrado, le da un carácter intimista a la escena y comienza a generarse algo muy curioso a mi parecer. Ese carácter íntimo, privado, nos permite entender que aquella “revelación lumínica” es un suceso personal del individuo de la escena. Ante esto, no estoy afirmando que no es para todos, al contrario, aquella revelación se moldea al personaje a revelar. Así, en Lumbrera (figura 1) se puede apreciar un foco de luz potente, proveniente de un extremo de la obra. Por otro lado,
En la burbuja (figura 2), la luz es homogénea pero no pierde ese carácter propio.
Que es la luz más que la clara representación de lo vivaz, aquel giño de realidad que nos permite familiarizarnos con las obras. Porque eso es un hecho inminente, toda buena obra respira al mismo son que el espectador que la admira. Eso es lo que debe aspirar un creador, a que su obra quite el aliento del observador mientras esta lo inhale.

