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MÚSICOS Trompas de HUle La música antigua en el nuevo mundo Gonzalo Duchen

Escuchar

música es, generalmente, una sensación

única por lo placentera, relajante y estimulante. La música del barroco nos eleva, al menos eso creo, a una dimensión que raya además en lo místico. Más allá de la connotación religiosa de esa música que, como diría el gran erudito mexicano Ernesto de La Peña, es música para hablar con Dios, es música que transmite sensaciones de paz, tranquilidad y esperanza. Cuando oímos hablar de música antigua, música barroca, etc., nos imaginamos seguramente a juglares a los pies de un balcón, grandes castillos con gente elegantemente vestida, iglesias repletas escuchando alguna misa para un santo o monasterios con monjes cantando a capela (expresión tomada del italiano “a capella” que significa “como en la capilla”, y son los cantos religiosos sin acompañamiento de instrumentos). Sin embargo, la música antigua de la que ahora queremos hablar se desarrolló en Sud América en las misiones jesuíticas de Bolivia, Chiquitos en Santa Cruz entre 1691-1767 y Moxos en Beni entre 1681-1767. Durante la colonia, a finales del siglo XVII y principios del XVIII se establecieron en el continente americano misiones jesuíticas (o reducciones) con el fin de evangelizar a los pueblos originarios de la región. De particular importancia en este proceso fue la música. Los sacerdotes jesuitas no tardaron en darse cuenta del particular gusto musical de los indígenas, que los llevó a aprender muy rápido, no solamente a leer y aprender la música de los sacerdotes europeos, sino también a fabricar instrumentos de gran calidad.

“En vez de armas, los jesuitas traían instrumentos de música, que los indígenas incorporaron y adaptaron a su propia cultura” (https://www.youtube.com/watch?v=RcFr8EAaIYE). Después de la expulsión de los jesuitas en 1767, los indígenas de Chiquitos y Moxos no olvidaron y por el contrario afianzaron esas enseñanzas musicales.

Pequeños músicos en la Chiquitanía. Foto de Miguel Lizana


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