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AL VALLE DE LAS CALACAS

El día de los Ángeles

Paco Olvera

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Recién pasó por la ventana un globo de plástico

metalizado color negro en que se alcanzaban a leer: “Happy Birthday!”. El globo subió ágil hacia el cielo, sin darme tiempo a tomar una foto con mi teléfono celular para guardar testimonio gráfico de este acontecimiento. ¿Por qué creo que iba hacia el cielo?, porque la ventana de mi oficina está en el piso 38 de la Torre Mayor y eso son cerca de 200 metros desde el suelo, y además, porque hoy 2 de Agosto, que es la fecha de cumpleaños de mi mamá: María Angelina Gloria Hernández Castelán. Mamá nació el día de la fiesta del pueblo, la conmemoración de Nuestra Señora de los Ángeles en Tulancingo Hidalgo, supongo que de allí llegó el “Angelina” de su nombre, mismo que raras ocasiones usaba, excepto para firmar papeles oficiales, y eso luego de descubrir (muchos años después) que llevaba este nombre al regularizar

sus papeles para obtener su pasaporte. Mi abuelita contaba que ella tenía un embarazo muy avanzado, pero tenía muchas ganas de ir a la feria. Aunque mediaron advertencias que fuera cuidadosa, comió churros, se subió a los juegos mecánicos y se paseó por los diferentes puestos instalados cerca de la iglesia de “Los Angelitos”. Supongo que siendo una niña – mamá de 19 años, la combinación de audacia y antojos de embarazo era un entorno propicio para tales andanzas. El relato de la abuelita Vicky también incluía que le comenzaron a dar los retortijones camino a Tecocomulco (donde estaba el rancho), y cuando ya la tarde avanzaba hacia la noche, la partera de los alrededores ayudó al nacimiento de mamá Gloria.

Nadie puede controlar las vueltas que da la vida, y esas vueltas fueron las que llevaron a mamá Gloria a regresar a vivir a esa calle donde es la feria y cuya agitación contribuyo a acelerar su nacimiento. Primero fue la muerte de mi abuelito Benjamín, a quién ella adoraba. Hombre inteligente de blanca piel y ojos color miel, que aprendió a leer por intermediación de su hermana Antonia que, siendo la mayor de los hijos de la casa chica, era empleada como sirvienta de la casa grande al más puro estilo de la Cenicienta. Ella convenció a la patrona / madrastra que dejara ir al chamaco a la escuela de párvulos y luego a la primaria. Esta inteligencia le permitió llegar a ser bueno para las cuentas y la escritura, que a la postre lo llevó a ser caporal del rancho de Manuel Castelán, cacique de los alrededores y tío de mamá. Cuando enamoró y se casó con la abuela Vicky, ella tenía 17 años, y de ese matrimonio nacieron dos hijos, el tío Luis que nació en el 28 y mamá Gloria que nació en el 30. No sé cuántos en realidad, pero fueron pocos los años que mamá Gloria disfrutó del cariño de su padre: lo único que sé es que falleció a la “avanzada” edad de 26 años, de una apendicitis mal cuidada. Luego de esta terrible circunstancia, mi abuelita, mal preparada y sin experiencia alguna para manejar los negocios del abuelo, fue despojada de un pequeño rancho y una cantina que dejó atrás el abuelo, y sin otros medios, no tuvo más remedio que ir a trabajar a la Capital alcanzando a sus parientes: la familia de sus hermanos, el tío Filiberto y la tía Juanita. Allí mi

abuela desempeño las labores que una mujer iletrada podía llevar a cabo, como obrera, como empleada y por un tiempo, como cocinera, en las “casas de los ricos”, como ella solía decir. Allí mamá Gloria y el tío Luis fueron creciendo en las duras condiciones de la gran ciudad, un tiempo los cuartos destinados a la servidumbre y luego en un cuarto de vecindad de “renta congelada” en Tepito. Mamá estudió para secretaria, pero no se pudo titular “porque no tenía los 25 pesos” que se debían pagar para tramitar el título (esto me lo contó cuando yo le lleve mi título Universitario como regalo, para reponerle ese que tanto merecía y las circunstancias le negaron).

No conozco las circunstancias, pues conmigo nunca habló de ellas, pero mamá fue mamá soltera de mi querida hermana Lilí a sus 22 años. Esta sigue siendo una dura prueba para cualquiera, pero si además consideramos que fue al inicio de los años 50’s, esta situación le confería aún más dureza a esta prueba. Mamá Gloria y abuelita deciden regresar a Tulancingo, lo que le permitió criar a mi hermana Lilí en un ambiente de provincia y rodeada de más familiares que los pocos y más distantes que estaban en la capital. Fue en ese periodo que ella fue la secretaria de don Juan Martínez, el dueño de la fábrica de quesos Nochebuena (“¡siempre imitados, jamás igualados!”, decía en slogan y jingle con que se anunciaban en los 70´s). Siempre nos decía que allí vio como ese queso se hacía de forma total mente natural, y que ella aprendió a hacer la labores de “química”, que don Juan le confiaba cuando él mismo no estaba presente. Siempre nos contó que un día haríamos queso, que todo consistía en buscar unas buenas pastillas de cuajo. Esto nunca sucedió, como tampoco el hecho que nunca aceptó la distribución que don Juan le ofrecía de los quesos, misma que desempeñó el tío Ernesto, papá de nuestro tío – primo Toño. Siempre contaba con nostalgia que la calidad de la fábrica se vino abajo “el día que se contrató al primer químico” para controlar el proceso. También con ella trabajó un rato como ayudante en la fábrica el tío Fito, cuya inteligencia y disposición al trabajo, hizo que la tía Guille, la más querida de las primas de mamá, lo invitara a trabajar al Banco de Comercio como auxiliar, desde donde hizo una prestigiosa carrera que lo llevó a ser gerente regional del banco en nuestro querido estado de Hidalgo (y luego a fundar “Deportes Fito”, que se transformó en la tienda más prestigiosa en su ramo). Siendo secretaria de don Juan, fue cuando comenzó a ser cortejada por papá: Nachito Olvera. Cuando Anita mi hija le preguntó cómo fue cortejada por el abuelito Nacho, mamá comentó que la invitaba a los bailes del Club de Leones, invitación que incluía en paquete a la tía Guille y a la tía Amelia, y “pagaba todo, para quedar bien”. Una de mis tías me contó que mi mamá era tan guapa, que muchos en el pueblo la llamaban “Miss Tulancingo”, cosa que se puede constatar en las fotos. Por supuesto, la “venenosa” sociedad del pueblo, incluidos algunos familiares, no podían dejar de criticar porqué “uno de los mejores partidos de Tulancingo, se habría fijado en una mujer que ya tenía una hija”. Pero el amor que se tenían y la semilla de modernidad que en ellos habitaba, hizo que mandaran todos esos comentarios al carajo y decidieron casarse.

Recién casados, vivieron en la casa de abuelita Vicky, en una de las 3 accesorias que estaban destinadas a casa habitación. En teoría, papá construiría una gran casa en los terrenos de la calle de Juárez, frente al Colegio Pedro de Gante “de niñas” y muy cerca del Jardín la Floresta, en la más céntrica zona de la ciudad. Pero “en mientras”, la decisión fue adecuar la casa de la calle de Libertad, donde el matrimonio habitaría “temporalmente”. Los periodos temporales han demostrado en

nuestra familia, ser finitos pero prolongados, pues en esa casa fue que mi mamá vivió por casi 50 años, y cuando mi abuelita ayudó a la mudanza, se quedó a dormir por esa noche, y por las noches de los siguientes 20 años. De esa forma mi mamá regresó a la calle de Libertad, luego de esas vueltas en “los caballitos” que se dio mi abuelita para animarla a llegar al mundo. Esa casa de Libertad fue nuestra “Cueva de las Maravillas”, como la de Alí Babá: llena de tesoros cuyo valor no siempre supimos distinguir, tal vez porque el paso del tiempo aún no se los confería todavía. Adaptada de una vieja casa rural, papá siempre nos contaba que donde estaba el cuarto destinado a la TV (y recamara de mi abuelita), era una caballeriza, que se conectaba dónde estaba la azotehuela junto con el lavadero, fuente de donde salía el agua para que abrevaran los animales. El baño y el cuarto de mamá estaban iluminados por tragaluces, cuya forma y los vitro blocs con que estaban construidos, establecen una conexión a través de la geografía y el tiempo con la casa de la “Roma” de Cuarón, al igual que la escalera “volada” de metal para acceder a la azotea. También eran distintivos los antiguos y gruesos muros de adobe que marcaban lo quera la construcción original, entre ellos los que dan a la calle.

Fue en este recinto donde se llevaban a cabo las maravillosas fiestas de cumpleaños de papá y mamá. El cumpleaños de papá se celebraba con una fiesta “menor”, pero no por ello más animada la cual se llevaba a cabo el 31 de Julio, día de su cumpleaños y de San Ignacio de Loyola. Llegaban los primos y tíos y en ocasiones los primos de “la Capital”. La fiesta siempre terminaba en “beberecua” y a veces en borrachera. Algunos de los primos se llegaron a quedar a dormir, pues para esas fechas la calle ya estaba cerrada por los puestos semifijos de la feria de la Virgen de los Angelitos y esto era una promesa, casi siempre garantizada de entretenimiento. Este preludio pachanguero, tenía como descanso el día 1 de agosto, tan solo para magnificar la espera y el gozo que representaba la fiesta de mamá, que como ya platiqué, era el mero 2 de agosto, día de la fiesta. Mi mamá no era muy afecta a las fiestas. No diré que no disfrutaba de la compañía y de ver a todos los familiares y amigos felices, pero ella, mujer práctica, veía mayormente en cada reunión, trabajo por hacer: cocinar, ensuciar y lavar trastes en un ciclo sin fin, limpiar, preparar cosas, “aguantar” borrachos, etc. Pero lo cierto también es que, por otro lado, a mi abuelita le encantaba cocinar y tener a la familia de visita, y a papá le encantaba la vida bohemia, el trago y departir con todo mundo, para mostrar sus innatas y grandes cualidades como anfitrión; particularmente recuerdo que mamá Gloria siempre lo recriminaba por invitar de las “botellas más caras” a los gorrones, cosa que era tan sólo una muestra de la enorme generosidad de don Nacho con sus visitas, fuesen quienes fuesen. Con el paliativo de un muy buen mole rojo, pascal, tlacoyos o tamales que cocinaba la abuela, o unos buenos kilos de barbacoa de carnero preparados en el local de don Agus (vecino de la casa de abuelita Vicky), o unas exquisitas carnitas de marrano cocinadas por Roberto “el carnicero” (muchos años inquilino de una de las accesorias de la casa), la fiesta se armaba en grande. Las tías llegaban con gelatinas o pasteles para el postre, y los tíos con algunos pomos de licor para complementar la celebración. Para nosotros como chamacos era fantástico, pues estábamos jugando por toda la casa incluida la azotea, y cuando el alcohol animaba la fiesta, o mejor dicho a los papás que participaban en ella, su generosidad aumentaba, y cuando íbamos a pedir “nuestra cuelga” para la feria, los montos eran muy generosos, y eso nos permitía dilapidar esas pequeñas fortunas en los futbolitos, las canicas, los dardos o en comprar churros y otras

viandas de esas que no se comían todos los días. En nuestros últimos años de habitar la casa familiar, la feria comenzó a traer “las maquinitas”, estos juegos “electrónicos” que nos permitían convertirnos en pilotos de guerra o conductores de autos de carreras, con tan solo depositar una moneda de 5 pesos (eran bastante más caras que los futbolitos).

Es justo mencionar que parte de los divertidos recuerdos en las fiestas, en ocasiones eran producidos por las ocurrencias de los adultos ya animados por el trago, como la ocasión que el tío Fito metió a unos “huapangueros” que andaban en la calle para que cantarán “El Querreque” y “El Torito”, o cuando el tío Cristóbal (en un cumpleaños de papá), corrió a empujones al mariachi porque no se sabían “El Venadito”, canción favorita del abuelo Elpidio. Estos recuerdos se han tornado maravillosos, apoyados también por el toque de Midas de la nostalgia (como nos ilustrara Alain Derbez). Admito que la nostalgia de no estar en el pueblo para el día de la fiesta, también me ha robado algunas lágrimas, pues es el segundo año que no voy, lo cual coincide con el hecho que justamente es el segundo año de mi vida en que hay feria, pero mamá Gloria ya no está corporalmente con nosotros. Pero, ese globo, la foto que envió Lili de mi mamá, donde se ve joven, hermosa llena de vida y sonriente me devuelve una parte del gozo, pues en esa silueta puedo adivinar a mis sobrinas Jessica y Alondra y a mi hija Anita, que llevan ese porte y belleza. También me llena de asombro y de gusto ver que, en Lili, Nacho y Víctor, mis hermanos y en mi sobrino David, hay muchos rasgos de carácter de mamá que siguen vivos, y que nos divierten (sobre todo Nacho, que imita a mamá y a mi abuelita desde que ellas vivían y que provocaba que abuelita Vicky lo regañara diciendo “si este no respeta ni a su madre”).

El 2 de agosto es el día de todos los ángeles, en particular de los que nos cuidan en la familia, mamá Gloria y papá Nacho.

Paco Olvera

2 de Agosto de 2019

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