Octavio Getino - Cine Argentino

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Basta observar que el conjunto de los países de América Latina, apenas producen en la actualidad entre 70 y 80 largometrajes por año, frente a los más de 200 que se realizaba una década atrás. Una disminución que en porcentajes más o menos semejantes, se repite en el número de salas y en la cantidad de espectadores. Veamos un ejemplo que, con algunas variantes, podría tener validez también en la mayor parte de los países de América Latina. En 1975, en la Argentina, las salas de cine de todo el país tuvieron un total cercano a los 85 millones de espectadores. Veinte años después, esa cifra cayó a menos de 18 millones. En ese mismo período, el número de salas pasó de un total cercano a las 1.500 a menos de 300 en 1995.(En 1997 esa cifra se había elevado a más de 400, como producto de inversiones de compañías norteamericanas y australianas, que pasaron a controlar directamente cerca de un 30% de las salas más rentables). Asimismo, la producción de películas, que superaba el número de 30 en el primero de los años referidos, no alcanzará a la decena en el presente año. Casi simultáneamente, la imagen en movimiento se desplazó fuera de las salas tradicionales y multiplicó su presencia en todos los hogares del país. Bastó apenas una década para que, sin necesidad de proteccionismo estatal alguno, e incluso sin ninguna legislación precisa al respecto, se instalaran en todas las provincias del país cerca de 1.600 canales de TV por cable, con una penetración que sobrepasa el 50% de los hogares argentinos. La incidencia cultural de estos ejemplos, corre a la par de su crecimiento ecónomico. Si en las salas de cine argentinas se estrenan algo menos de 200 títulos anuales, la televisión de señal abierta oferta entre 1.600 y 2.000 títulos de largometrajes por año, la TV por cable lo hace con más de 16 mil películas de esa duración y el video -cuyo peso se ha reducido con el crecimiento del cable- lanza al mercado unos 800 a 1.000 títulos cada año. ¿Estamos, entonces, asistiendo a una crisis de la industria basada en las imágenes en movimiento, o por el contrario, participamos de un proceso acelerado de expansión sin precedentes en todo lo que se refiere al potencial cultural, social y económico de dicho recurso?. Convengamos que nunca como en nuestros días existió un volumen semejante de producción y circulación de bienes y servicios culturales audiovisuales. La imagen en movimiento, con soporte fílmico o magnético, o convertida en simple energía, se impone crecientemente como el componente hegemónico de la cultura de nuestro tiempo. No sólo sirve para reforzar la globalización de los mercados en general, sino también para acrecentar la rentabilidad del marketing del mismo audiovisual, convertido en una de las ramas económicas de más rápido crecimiento en todo el mundo. "Imagen global" para una "aldea global" En este contexto las majors norteamericanas globalizan como nunca su hegemonía en la producción y los servicios de bienes audiovisuales. No se reducen ya a manejar el tradicional modelo hollywoodense con el cual universalizaron sus mensajes y las formas de percepción del texto audiovisual. Por el contrario, incorporan hoy nuevas estrategias con las que, junto con reforzar dicho modelo, hacen lo propio con las que son propias de la información, la comunicación masiva y las industrias culturales. Una de ellas consiste en complementar el consabido cine de géneros, que sigue contando con una fuerte demanda tanto en los EE.UU. como en el resto del mundo, con otro modelo de fecha más reciente en el que aprovecha las nuevas tecnologías particularmente las de la informática y la digitalización- para desarrollar superproducciones destinadas a las generaciones de consumidores más jóvenes, en las que precisamente, la tecnología aparece como protagonista central de la narratividad. No se desplaza ni se sustituye a la acción drámatica ni a la construcción tradicional de los personajes -presentes incluso en el más sofisticado videojuego- pero ellas quedan sometidas a las nuevas exigencias de una virtualidad manifiesta, donde la fantasía y los deseos no satisfechos se conjugan con impactantes propuestas sobre la modernidad y el futuro. A estos modelos, Hollywood comienza a incorporar otros, en una clara estrategia de dominar las pantallas del mundo en el próximo siglo. Entre ellos se destaca el concebido no ya para las salas de cine, ni siquiera para la televisión tradicional, sino dirigido a ocupar el espacio intersticial de las nuevas tecnologías de circulación audiovisual, como la TV segmentada, los ordenadores, los multimedios y las telecomunicaciones. Con ello, el film, además de adaptarse a las exigencias de la globalización comercial, es decir, a la reducción al máximo de lo que es propio de una cinematografía "nacional", o un cine de "autor", debe contemplar las características de los medios por donde habrá de circular (televisión, video, multimedios). Esta combinatoria de estrategias tiende a conformar un nuevo modelo de hegemonía planetaria: el que convencionalmente podríamos definir como el de la imagen global, expresión de la política de globalización de los mercados y de la economía en el espacio audiovisual: una "imagen global" para el proyecto de una "aldea global". Los efectos de esta imagen son ya fácilmente observables en muchas industrias y mercados del mundo. También aparecen, aunque en menor medida, en los procesos de percepción sobre los que se conforma la cultura audiovisual de los diversos públicos. Las imágenes en movimiento pueden ser ahora editadas en forma de ejemplares que caben en cualquier bolsillo. Y si tradicionalmente la lectura de un texto fílmico en cine o en televisión estaba condicionada por la técnica analógica o Cine Argentino

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