1er Coloquio Hispanoamericano de Periodismo Cultural del Zócalo, 2010. Memoria.

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Índice de contenido Introducción.

Palabras de Elena Cepeda de León,

Secretaria de Cultura del Gobierno del Distrito Federal

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Edgar Alejandro Hernández

Curador del Primer Coloquio Hispanoamericano de Periodismo Cultural

Conferencia Magistral de Inauguración del escritor y periodista Alfredo Conde Cid Desde la redacción. Editores de cultura

Ariel González Jiménez Editor de la sección Cultura del periódico Milenio Víctor Roura Editor de la sección Cultura del periódico El Financiero Julio Aguilar Editor de la sección Cultura del periódico El Universal Manuel Lino Editor de la sección Arte, ideas y gente del periódico El Economista La cultura de a pie. Reporteros culturales

Luis Carlos Sánchez Arturo García Hernández Leticia Sánchez Medel Sonia Sierra Echeverry Carmen García Bermejo

Reportero de la sección Expresiones del periódico Excélsior Reportero de la sección Cultura del periódico La Jornada Reportera de la sección Cultura del periódico Milenio Reportera de la sección Cultura del periódico El Universal Reportera de la sección Cultura del periódico El Financiero

Más allá de las páginas culturales. Reporteros y promotores culturales

Jorge Luis Berdeja Sergio Raúl López Juan Solís Samuel Mesinas

6 8 14 16 20 26 32 40 42 44 50 54 60 66

Periodista de cultura y promotor de La casa de la Niña

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Periodista de cultura y editor de la revista de cine Toma

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Periodista de cultura y curador del proyecto cinematográfico del Munal

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Periodista de cultura y líder del programa de arte urbano Peatonal

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La cultura en la era digital

Miguel de la Cruz Juan Jacinto Silva Ibarra Manuel Zavala y Alonso Rowena Bali Verónica Ortiz Lawrenz

88 Coordinador de información cultural de Canal Once

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Director de noticias de Canal 22

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Director de Artes e Historia México

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Escritora y editora de la Revista Cultural de la UACM

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Directora de Código D.F, estación de radio vía internet

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Conferencia magistral de clausura con Almudena Grandes escritora y periodista española

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Inauguración del Primer Coloquio Hispanoamericano de Periodismo Cultural

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a Secretaría de Cultura organizó el Primer Coloquio Hispanoamericano de Periodismo Cultural del Zócalo con la finalidad de propiciar la reflexión, el recuento y la prospectiva de lo que ha sido y será la saga, en ocasiones heroica y siempre ejemplar, de esta vertiente del periodismo en México.

Agradecemos por ello la participación en cuatro mesas redondas de destacados editores y reporteros para que en un ambiente de total apertura crítica nos hablaran del reto permanente de hacer de las secciones culturales de los diarios, la radio, la televisión y páginas web, un material periodístico que venza la tentación de los gerentes comerciales de ocupar estos espacios con publicidad u otra información. Que se escriba sobre cultura no es algo nuevo. Estudiosos del tema como Carlos Monsiváis o Humberto Musacchio han documentado las incursiones de escritores como Ignacio Manuel Altamirano, Luis González Obregón, Guillermo Prieto o posteriormente Ramón López Velarde. Lo reciente, es que desde hace unas décadas el periodismo cultural ha adquirido carta de ciudadanía en los medios de comunicación, gracias a la tenacidad, la vocación y consistencia intelectual de sus protagonistas. El periodismo cultural mexicano se refleja y proyecta en otras experiencias. Por eso, en este Primer Coloquio realizado en la X Feria Internacional del Libro del Zócalo se incluyó la presencia de otras voces; la del escritor y periodista también español Alfredo Conde, quien nos ofreció la conferencia inaugural y de la escritora y periodista española Almudena Grandes, quien ofrecio la conferencia de clausura. Agradezco a ambos su participación en este encuentro entre iguales. Igualmente agradezco a Cubo Blanco por esta iniciativa que, como otras provenientes de la sociedad civil, son auspiciadas por el Gobierno de la Ciudad encabezado por Marcelo Ebrad Casubon bajo el entendido que la promoción cultural se debe hacer mano a mano con la sociedad, con las comunidades, con los creadores y con quienes hacen registro, divulgan, ponderan u objetan con todo derecho las políticas que diseñamos las instituciones culturales. Agradezco a todos y cada uno de los periodistas que participaron en las mesas redondas: Desde la redacción. Editores de cultura; La cultura de a pie. Reporteros culturales; Más allá de las páginas culturales; y La cultura en la era digital, la posibilidad de realizar un coloquio que ha sido muy enriquecedor y entrañable. Muchas gracias.

Elena Cepeda Secretaria de Cultura


Líneas de encuentro Por Edgar Alejandro Hernández Director de la Promotora Cultural Cubo Blanco

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finales de 2009, cuando concebíamos el Primer Coloquio Hispanoamericano de Periodismo Cultural en el Zócalo, se fueron perfilando tres ideas que a la postre definirían este encuentro.

Dichas ideas nacieron a partir de aquellos huecos que desde mi punto de vista han dejado casi siempre otras reuniones de periodistas en las que he participado y que con el paso de los años se han perdido en la memoria del público y de los propios ponentes. Recuerdo que hace poco le pregunté a un colega si recordaba algo de lo que había dicho en uno de esos encuentros, en el que él también había participado, y su respuesta, llena de evasivas y desconcierto, me dejó claro que tanto él como yo no teníamos la menor idea de lo que unos años atrás habíamos discutido en nuestras respectivas mesas de debate. Es por ello que la primera idea que definió este coloquio fue la necesidad de buscar en lo posible una permanencia de las ideas. Que lo dicho en estos cuatro días no sólo se enfrente a la desmemoria de sus participantes, sino que generemos un testimonio escrito del mismo. Si bien el periodismo es un oficio efímero (recordemos que no hay nada más viejo que el periódico de ayer, según los clásicos), los encuentros de periodismo cultural resultan aún más fugaces, ya que aun y cuando han existido muchos, desafortunadamente pocos han dejado una huella más o menos perecedera. Es por esta razón que una de las bases del coloquio fue la de provocar que tanto los ponentes como los organizadores sumáramos esfuerzos para dejar un libro, que desde la mirada colectiva, pudiera ser un testimonio del periodismo cultural que se hace a inicio del Siglo XXI, una verdadera herramienta para contar nuestra propia historia. La segunda idea que delineó el encuentro fue el de propiciar un debate positivo dentro la labor periodística: Tratar más lo que se ha hecho bien dentro del trabajo diario y no sólo hablar de las deficiencias, crisis o carencias que padece el periodismo en general. Quiero hacer énfasis en la necesidad de tener una postura más propositiva que crítica, ya que si bien parece cómodo o conformista dejar en un segundo término a la problemática del gremio, en realidad el reto de este tipo de debates está en realmente tener una postura constructiva, más allá de insistir en la queja y en la tan repetida crisis del periodismo cultural.


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Es bien sabido que en los últimos años los diarios nacionales han vivido una crisis en sus procesos de producción, debido al aumento en los costos de los insumos, y las primeras afectadas fueron las secciones culturales, que o bien redujeron sus espacios o se integraron a otras secciones. Pero este cambio, que pudo marcar el fin del diarismo cultural, estuvo acompañado de una transformación generacional que renovó sus equipos editoriales. Sumados a los periodistas que desde hace años han persistido en las páginas culturales, surgió una camada de periodistas culturales que se vieron obligados a crear nuevas propuestas para no sólo sobrevivir ante un medio desinteresado de la cultura, sino para ganarse un espacio en las primeras planas de los periódicos. El presente coloquio busca conjugar las aportaciones de la novel generación de periodistas que tuvieron que recurrir a la investigación, a la documentación y a la crítica directa, con toda la tradición de investigación y divulgación cultural que, en el mejor de los casos, conservan periodistas de otras generaciones. La pluralidad fue la tercera idea que marcó este encuentro. Dentro del gremio existen clanes o guetos bien definidos y cerrados que difícilmente se mezclan con otros grupos dentro de la misma fuente, ya sea por su cargo especifico (como reporteros, editores, colaboradores, free lance, etcétera), por sus afinidades políticas (de izquierda o derecha), por su medio (impreso o electrónico) o simplemente por su cercanía o distancia generacional. Este encuentro buscó en lo posible romper con estas reglas no escritas y presentar por igual las ideas de reporteros, editores, prensa escrita y electrónica, free lance o los recién convertidos promotores culturales. En síntesis, que la pluralidad fuera el elemento de cohesión entre los periodistas más disímbolos. Para ampliar este espectro se invitó además a dos escritores y periodistas españoles, Alfredo Conde y Almudena Grandes, que estoy seguro ayudaron a romper la barrera geográfica de nuestro quehacer y ofrecieron una mirada periférica de lo que es hoy el periodismo cultural. Por último, permítanme agradecer a la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México todo el apoyo y los recursos designados para la realización de este coloquio, que forma parte de la conmemoración por la designación de la Ciudad de México como Capital Iberoamericana de la Cultura 2010.

Ciudad de México, octubre de 2010.


PRIMER COLOQUIO HISPANOAMERICANO DE PERIODISMO CULTURAL

Periodismo cultural: la historia de un fracaso


Conferencia Magistral

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uenos días a todos, gracias por estar aquí y muchas gracias a la Secretaría de Cultura del gobierno de la Ciudad de México y a la Dirección de la Feria del Libro del Zócalo por considerar que yo podría estar aquí y poder hablar a ustedes de algo que no tenía pensado hablarles; porque en mi mundo particular, en el que habito, se me había metido en la cabeza que yo de lo que tenía que hablar era de periodismo y literatura. Y periodismo y literatura es una cosa que practico, desde hace muchísimos años, y esto lo hablo yo con facilidad. Repasando el programa me di cuenta de lo que tenía que hablar es de Periodismo Cultural y, entonces, yo no les aseguro de lo que pueda salir de mi intervención, pero intentaré decir, lo más ajustadamente que pueda, lo que pienso respecto del periodismo cultural. Yo creo que el periodismo cultural es la historia de un fracaso y les voy a decir por qué. Yo vengo de una sociedad eminentemente agraria y marinera, de una oleada gallega de mediados del siglo pasado, que era una sociedad en la que la gente podía sentir la presencia del lobo en medio del bosque, sin ver al lobo; o podía sentir

El periodismo cultural es, entiendo yo, ofrecer a la sociedad un proyecto y lo ofrece a través de las páginas de un periódico. Y esto no está siendo así

la nieve de noche sin salir de la cama, se sabía que estaba nevando, se sabía que estaba el lobo allí. Yo vengo de ese tiempo. En aquel tiempo, en la feria del 15, en Allariz, que es el lugar donde yo nací, iban los ciegos a cantar romances y cantaban romances de los asesinatos, de los crímenes que había en el entorno, ayudándose de un cartel, que se llamaba cartel de ciego, y tenían, en una mañana, muchísimos espectadores, muchísimos lectores de aquella iconografía elemental que ellos utilizaban, ayudándose de su asistente, que iba señalando con un puntero los distintos momentos del romance que el tío cantaba, y que si yo tuviese mejor la voz, incluso, me atrevería a reproducirles alguno, porque me los memoricé muy bien. Yo venía de aquel mundo y ese ciego, en la Feria del 15 en Allariz, en una mañana tenía muchísimos más lectores que Pío Baroja en un año. Pio Baroja, por darles un nombre importante de la literatura en español, vendía, como mucho, 500 ejemplares de sus novelas en un año. Entonces, nosotros nos decíamos que aquella sociedad analfabeta cuando aprendiese a leer y a escribir conformaría una sociedad muchísimo mejor que la que nosotros teníamos: más justa, más equilibrada, más armónica, más habitable. Yo no sé si en Galicia hoy hay algún analfabeto, seguramente hay analfabetas en Galicia, de entre los 26 mil que parece que hay en España, según la última estadística. Pero de aquella sociedad que soñábamos, cuando todo mundo supiese leer y escribir, yo no vislumbro nada. Yo vislumbro una sociedad de bienestar, una sociedad en la que enseñanza es gratuita, la medicina es gratuita, esos son bienes universales que disfrutamos los españoles; pero, nuestro nivel cultural tiene un nivel de demanda exactamente, igual no, pero sí equivalente al de la sociedad de la que yo vengo, probablemente sea porque hemos fracasado. ¿Y por qué hemos fracasado?, posiblemente porque no supimos o no sabemos adaptarnos a los tiempos que se nos han venido encima. En aquellos momentos, si uno repasa, estaba muy claro qué era literatura popular, qué era literatura oral, cuáles eran los subgéneros literarios. La crítica distinguía muy bien unas cosas de otras, y no había confusión. Sin embargo, hoy eso ha desaparecido. Hoy un libro es bueno si se vende mucho, y no es bueno si no se vende. Y esto no tiene nada que ver con lo que nosotros soñábamos. Ayer, pensando en lo que es el Periodismo Cultural di con una definición, absolutamente evidente y simple, y por lo tanto preocupante. Yo soy gallego y los gallegos escapamos de las definiciones fáciles, somos relativamente paranoicos, contestamos a una

pregunta con otra, tenemos pensamientos proyectivos, y eso es lo que dicen los psiquiatras que tienen los paranoicos; entonces yo soy gallego y tengo cierto pensamiento paranoico. Y cuando di con la primera definición de lo que era periodismo cultural me puse a pensar que no debía ser así. Ya que periodismo cultural es el que ayuda a vender productos culturales. Si se ayuda a vender productos cosméticos, habrá periodismo cosmético. Y si uno comienza a buscar podrá darse cuenta que a veces que el periodismo cultural es periodismo cosmético, porque pinta la realidad, la disfraza y la vende. Y esto es posible en nuestra sociedad por muy diversas razones. ¿El periodismo cultural es el que se dedica a vender información cultural? No, ese es periodismo a secas. Al igual que se informa de un accidente de tráfico, al igual se informa que fulanito de tal perpetró un poema, eso se puede informar con toda libertad. Eso es periodismo. El periodismo cultural es, entiendo yo, ofrecer a la sociedad un proyecto y lo ofrece a través de las páginas de un periódico. Y esto no está siendo así y no por la incapacidad de los periodistas o


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por que los periodistas sean gente que se está vendiendo a las grandes empresas. Yo escribo en varios periódicos, fundamentalmente en uno, a manera diaria. Y mis compañeros tienen una concepción del mundo, una concepción de la sociedad en la que queréis vivir. Y si eres periodista y escribes en un periódico, tendrás la posibilidad de ofrecerlo a tus lectores. Y esto no sucede y habrá de preguntarse, ¿por qué no sucede? La aparición de la imprenta supuso que los libros dejasen de ser un privilegio de muy poquita gente y pasasen a ser patrimonio de muchísimas más personas, de manera que el conocimiento circuló a velocidades vertiginosas, desconocidas hasta entonces, que hicieron posible toda la sociedad que nosotros hoy disfrutamos. Nosotros vivimos en unos tiempos absolutamente equivalentes a aquellos, de repente aparece internet, aparecen los correos electrónicos y el conocimiento se difunde a unas velocidades vertiginosas. La cultura es patrimonio de todos, todos tenemos acceso a todo. Y, de repente, resulta que nuestra sociedad está bajando en la oferta cultural, en la oferta de habitabilidad que la sociedad que nos tiene que ofrecer y eso entronca con lo que les comenté en un inicio: de la sociedad de la que pertenezco y de la cual soy un fracasado, porque la gente de mi generación no hemos conseguido el ideal de gente escolarizada, de gente alfabetizada, que iba a ser muy culta. Resulta que los niveles de demanda cultural son, inclusive yo diría, muchos más bajos de los que teníamos entonces. La situación de la sociedad española es deplorable, de aquella sociedad en la que Baroja vendía

500 libros al año, se ha ido imponiendo un modelo de sociedad que no tiene nada que ver con aquél. Es decir, en ese momento, un libro era el resultado del trabajo de un escritor concadenado con el de un editor, que se ponía de acuerdo con impresor y todo de una forma muy artesanal y pura, y elaboraban un libro, un libro que se vendía, y se vendía como un libro. Pero aquella forma muy artesanal y arcaica de producir de repente ha devenido en que se ha convertido en una industria. La cultura se ha convertido en una industria, hay industrias de la cultura. Hoy en España se publican al año 365 millones de libros, es decir, un millón de libros diarios. Eso supone una industria cultural y lo que no nos dimos cuenta es de que una industria cultural supone una concepción cultural, construye un mundo que no tiene nada que ver con lo que soñábamos antes, tiene que ver con esa producción cultural de un millón de libros diarios, que ha convertido a la literatura en un producto mercantil más que debe vender libros con técnicas propias de mercado. Y las técnicas propias del mercado son las mismas que ocupamos para vender salchichas, las mismas para vender perfumes que las mismas para vender libros. Y ahí comienza el gran fracaso. Que no se pueden vender libros como si se tratasen de salchichas, y eso está pasando. ¿Qué se hace para vender salchichas? Primero, anunciarlas en la prensa, y hay que convencer a la gente de que son buenas. ¿Y quien termina mandando en las salchichas? los clientes convencidos en comprar por las bondades de las salchichas, es decir, acaban mandando las audiencias.

Se anuncian en España tiempos que no son necesariamente buenos para la concepción de cultura que debe tener la gente y que me obliga a decir que: somos la representación de un fracaso colectivo

En la en televisión en España es mucho más evidente esto, ¿Qué programas son los que tenemos en la televisión española? Los mal llamados del corazón, que se debieran conocer como vaginales. Bueno pues son las audiencias las que imponen los criterios. Y cuando son las masas las que imponen los criterios, lo que se está conformando es una oferta de sociedad que se conoce como la sociedad de masas, y cuando las masas imponen sus criterios, la sociedad que conforman se vuelve una sociedad totalitaria, una sociedad fascista, para decirlo rápidamente, y estamos llegando a situaciones absolutamente impredecibles hace cuarenta años. En España, en este momento para tener audiencia se tiene que recurrir a programas del corazón y vender allí sus productos, como si fueran salchichas, por lo cual, la política, la cultura, el proyecto de sociedad que se nos está ofreciendo es una sociedad basada en las leyes del mercado que empiezan por el disparate de suponer que toda actividad humana requiere una normativa, requiere una legislación, requiere una regulación; pero menos, curiosamente, el mercado del que dependemos todos, del intercambio de productos tanto culturales como alimenticios y financieros. Precisamente donde es más necesaria la regulación, que sería el mercado, resulta que no se está legislando. Y donde se nos está echando encima un mundo para el que no estamos preparados. ¿Cómo van a ofrecer los periódicos productos culturales si los productos culturales no se venden? ¿Cómo van los periódicos a ofrecer noticias que han publicado en internet la tarde anterior? E n E spa ñ a , l os pe ri ódicos es tán en una situación económicamente lamentable, la mayoría de ellos, y uno se pregunta muchas veces: ¿porqué están en esa situación? ¿cómo se les ocurre a los periodistas, a los empresarios, a los grandes editores publicar gratuitamente las noticias que van a aparecer al día siguiente en papel? ¿es qué habrá gente que va a pagar por leer cosas que ya leyó? Si este contexto brutal en el que estamos metidos, e n e st a soc i e da d en que las m as as alfabetizadas resulta que no tienen la demanda que se esperaba, sino una especie de feedback intoxicante, es una especie de anulación de los deseos más inherentes al individuo, masacrados por las tendencias más execrables de la colectividad. Es una dicotomía absurda en la que nos estamos moviendo que no está produciendo una sociedad que se nos ofrezca habitable para el futuro. Si lo que vamos a tener es un ocio como el que estamos disfrutando. El proyecto de sociedad que debe ofrecer el periodismo cultural, tiene que estar amparado en algo de lo que hoy no se sostiene, porque el

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¿Cómo se les ocurre a los periodistas, a los empresarios, a los grandes editores, publicar gratuitamente las noticias que van a aparecer al día siguiente en papel? ¿es qué habrá gente que va a pagar por leer cosas que ya leyó?

mercado no lo avala; y si el mercado no lo avala, el periodismo se viene abajo. Revistas de cultura, ¿eso es periodismo cultural? Yo creo, honestamente, que no lo es. Es parte del periodismo que es necesario. Por ejemplo, en España es impensable una universidad como la que tienen ustedes, universidades técnicas donde se les ensañan proyectos humanísticos; donde se les enseña humanidades a los estudiantes de ingeniería, desgraciadamente, no es equiparable a la conciencia universitaria que disfrutamos en España. Las universidades se han convertido en otra cosa que la que pensábamos en los años sesenta, setenta, incluso ochenta. Se ha convertido en algo que aquí no se percibe. Aquí todavía, al menos en mi percepción, la conciencia de la función de la Universidad y el trabajo universitario todavía no se ha degradado y espero no se degrade, como ha pasado en España, donde el panorama, en este sentido, es muy desalentador. La sociedad cultural se ha convertido en una sociedad libresca, en la que en término de cultura no tiene esa concepción antropológica, esa concepción de universalidad que tenía hace algunos años. Se ha convertido en algo propio de la gente que va a la ópera, en algo propio de gente que lee algunos libros, en algo que es propio de una minoría que no tiene nada que ofrecer a una sociedad; porque la sociedad no quiere escucharla, es decir, la nuestra es una sociedad en la que ha perdido algo tan burgués, pero que es tan absolutamente necesario, como la búsqueda de la excelencia, la búsqueda de la excelencia en las artes, la búsqueda de la excelencia en la ciencias. Si acaso se busca en la investigación, donde hay un camino abierto para la gente.

Yo creo que cuando las sociedades se centran en la investigación y en el progreso por progreso se vacían de contenido. En ese sentido, no hay un proyecto cultural definido en España. En mi modo de ver las cosas, lamentablemente sé que esto puede sonar a música celestial o a pesimismo, pero, se anuncian en España tiempos que no son necesariamente buenos para la concepción de cultura que debe tener la gente y que me obliga a decir que: somos la representación de un fracaso colectivo. No tenemos la sociedad que buscábamos, la que pretendimos. Tenemos una sociedad, que sí es una sociedad de bienestar, los españoles disfrutamos de una sanidad pública y gratuita, de una enseñanza universal y gratuita. Pero hemos perdido el referente necesario de una cultura. En este momento es muy doloroso hacer una reflexión pública como la que estoy haciendo y desde luego, no sé si es oportuno, pero yo la voy a hacer. Hablar de cultura y hablar de una sociedad como la mía, es muy complicado. Ahora ha aparecido un fenómeno nuevo, las TDT. Las TDT hacen la oferta de la televisión digital terrestre. Y han aparecido una gran cantidad de televisiones nuevas, con una tendenciosidad y de un sectarismo delirante; los programas informativos aleccionan a la gente política e ideológicamente. Aquel concepto de que un presentador de noticias tenía que ofrecer una cara neutral en el momento de dar las noticias que más le podían a él afectar emocionalmente, eso en España se acabó. Hoy los presentadores de noticias de los telediarios son gente que predica como si estuviese en un púlpito y lo que se avecina, en mi modo de ver las cosas, es una sociedad mucho más crispada, mucho más tensa. Una sociedad en perfecto retroceso. Si ustedes ven nuestros programas de televisión son de adoctrinamiento social de adoctrinamiento ideológico. En España durante algunos años, como consecuencia de la historia y la transición estuvimos pasando de que el intelectual si no era de izquierda, no era intelectual. Ahora se avecinan tiempos en que el intelectual es de derecha o si no, no lo es. ¿Qué es lo que vamos a tener en las manos los que escribimos en los diarios para hablarle a la gente de un proyecto de sociedad? Y esto mézclenlo con las leyes del mercado, que nos están obligando a un reciclamiento tan brutal, que ni los legisladores son capaces de atreverse a meter mano a algo que es absolutamente necesario cuando esa industria está siendo cuestionada por el pirateo a través de internet. Los legisladores no se atreven a meterse en estos berenjenales porque no saben ni por donde está lloviendo. Cultura, proyectos culturales, periodismo cultural, en este contexto, estamos ciegos en una habitación a obscuras y es absolutamente difícil contextualizar esto en aquella realidad.


Conferencia Magistral

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El debate sobre el periodismo cultural estรก de vuelta

El reto de un oficio


Mesa: Desde la redacci贸n. Editores de cultura

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l debate sobre el periodismo cultural está de vuelta. Su regreso no debe sorprendernos puesto que cotidianamente lo echamos en falta y sobran las señales de que es indispensable, cuando no urgente, discutir las bases actuales en que descansa nuestro oficio y su horizonte probable. Por eso debemos celebrar que las principales instancias culturales de la UNAM y del Gobierno del Distrito Federal, hayan puesto la mesa para que en días pasados un conjunto heterogéneo de personas dedicado a la prensa cultural pudiera exponer su perspectiva acerca de los problemas y retos que atañen al periodismo cultural. Es evidente que con la abierta reducción de sus páginas, la visible distorsión y desdibujamiento de sus contenidos, e incluso su declarada aniquilación editorial, junto con el persistente ninguneo de la mayoría de los medios electrónicos, así como el nuevo entorno tecnológico que hace sentir a los trabajadores de los medios escritos como una especie que ha rebasado su ciclo natural, las inquietudes sobre el futuro del periodismo cultural reaparecen. En el caso de que no estemos muertos (y no lo sepamos, como reza el chiste), quienes nos dedicamos a esta zona del periodismo escrito todavía tenemos la oportunidad de cambiar muchas cosas que pueden modificar ese destino manifiesto que los devotos de la red, observadores que son, han vaticinado para nosotros (y que se reduce, dicho rápidamente, a la obsolescencia). Pronto, se nos advierte, el mundo del papel será una extravagancia o una antigualla. Y razones no faltan para argumentar en ese sentido: las pequeñas pantallas del iPad se multiplican en México, pero en nuestro vecino del norte ya son el recurso favorito de los menores de 50 para acceder a las ediciones de los diarios y semanarios más importantes. El futuro se encuentra ahí; sólo falta que nos alcance. Y de momento no podemos tener ninguna duda razonable acerca de que lo hará. Si la suerte del libro está echada, todo indica que la de los periódicos y revistas, en ese misma ruta, es inminente. Sin embargo, desde luego, nos queda el consuelo de que las cosas no ocurrirán de golpe sino que tendrán esa dinámica gradual que todo lo suaviza (aunque la agonía sea larga). Pero más allá de en qué plataforma terminaremos transmitiendo nuestra información y comentarios, debemos estar seguros de que estaremos haciendo esencialmente lo mismo: reporteando, editando, aunque por supuesto las exigencias, el estilo y la perspectiva de los contenidos variarán necesariamente.

El periodismo cultural, cuando es tal, se define a partir de los impulsos y tendencias de su materia, que no es otra que la cultura misma

Por lo pronto, en el campo de las exigencias debemos anotar que si nuestro trabajo hasta ahora tiene que ver siempre con la selección de contenidos (una selección que inicia desde la agenda que propone el reportero hasta la que plantean y aprueban los editores), es obvio que los retos serán mayúsculos en un terreno (el de la red) donde, desde ahora, puede advertirse una gran cantidad de informaciones imprecisas, una enorme docilidad frente a las supuestas novedades, por no hablar del ejército de defraudadores (con sus respectivas masas de embaucados) y de la propalación infinita de la banalidad. A mi modo de ver, el reto fundamental radica en la preservación de la conciencia de que el periodismo cultural, cuando es tal, se define a partir de los impulsos y tendencias de su materia, que no es otra que la cultura misma. Hace unos meses, sin presentir todavía, por lo visto, que el Nobel de Literatura lo aguardaba, Mario Vargas Llosa finalizaba una disertación sobre la cultura en términos que el definía como pesimistas, pero que a mí me recuerdan las obligaciones de todos nosotros si es que tenemos presente la sustancia de lo que buscamos llevar a nuestras páginas y espacios: “La cultura –decía el autor de La ciudad y los perros–puede ser experimento y reflexión, pensamiento y sueño, pasión y poesía y una revisión crítica constante y profunda de todas


Mesa: Desde la redacción. Editores de cultura

las certidumbres, convicciones, teorías y creencias. Pero ella no puede apartarse de la vida real, de la vida verdadera, de la vida vivida, que no es nunca la de los lugares comunes, la del artificio, el sofisma y la frivolidad, sin riesgo de desintegrarse. Puedo parecer pesimista, pero mi impresión es que, con una irresponsabilidad tan grande como nuestra irreprimible vocación por el juego y la diversión, hemos hecho de la cultura uno de esos vistosos pero frágiles castillos construidos sobre la arena que se deshacen al primer golpe de viento”. En espera del mañana, debemos ser capaces, hoy, de dar cuenta de una acción o iniciativa cultural que le está cambiando la vida a muchas o a miles de personas; de un libro que rebasa por su calidad el mero volumen de ejemplares vendidos o de otro que resulta imprescindible para la reflexión sobre un problema; de una película no sólo sorprendente sino indispensable para la comprensión de la realidad humana; de una obra de teatro que nos devuelva una imagen crítica de nuestro paso por la vida… En fin, reconozco que entre los grandes objetivos y la realidad median muchos obstáculos, pero si no nos empeñamos en sortearlos desde ahora, si no nos constituimos, junto con nuestras páginas y espacios, en defensores de la cultura que no se confunde con el espectáculo, seremos, cuando predomine el futuro, ése que ya está aquí tocando a la puerta, menos que la sombra de un oficio.

Ariel González Jiménez Estudió Economía en la Facultad de Economía de la UNAM. Fue Editorialista en el periódico El Nacional y columnista de su suplemento cultural, El Nacional Dominical. Ha sido coordinador editorial de la Agencia Mexicana de Noticias, Notimex, y agregado de prensa en la Embajada de México en Argentina, entre otros cargos públicos relacionados siempre con la comunicación social. También se ha desempeñado como conductor del programa radiofónico Vasos Comunicantes, de Radio UNAM, y Con x de México, producido y transmitido en Buenos Aires por FM Palermo. Colaborador de diversas publicaciones dedicadas a temas de comunicación, cultura y política, actualmente es editor de la sección Cultural del diario Milenio. Recientemente el Consejo para la Cultura y las Artes editó su libro Breviario de Correrías, una suerte de antología de sus textos publicados en su columna Analecta de las horas que se publica en Milenio.

La cultura –decía Mario Vargas Llosa, –puede ser experimento y reflexión, pensamiento y sueño, pasión y poesía y una revisión crítica constante y profunda de todas las certidumbres, convicciones, teorías y creencias

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Amnesia cultural El gremio no es solidario consigo mismo, s贸lo simula estarlo bajo discursos interesados u oportunistas


Mesa: Desde la redacci贸n. Editores de cultura

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A

hora casi, de manera simultánea, se les ha ocurrido a las autoridades abocadas a los asuntos culturales organizar coloquios de periodismo precisamente cultural para tratar de indagar qué ocurre con esté género escritural en México, como si no bastara con echar una mirada a las publicaciones para percatarnos, ¡oh!, de su fatídico estado de salud, que lo tiene de un hilillo colgando del cuello a punto de la asfixia. Pero, vamos, no conforme con estudiarlo, y poner a discutir (que es un decir) a periodistas en mesas de reflexión, se ha invitado a colegas de otros países para que nos vengan a dar charlas magistrales de lo que debería ser esta especie informativa en peligro de extinción, conferencias que por supuesto se van a desgranar, como polvo esparcido, con el viento apenas finalizadas. Sólo unos cuantos saldrán beneficiados, económicamente. ¿Cuánto cobrará Almudena Grandes, por ejemplo, a diferencia de, digamos, Armando Ponce, de la revista Proceso? Son dos los encuentros: uno en el recinto universitario y otro en el Zócalo, lo que es decir UNAM y gobierno de la Ciudad de México, ambos paradójicamente con incongruencias culturales visibles. La primera pareciera no tener sino ojos a determinados periódicos para propagar sus informaciones internas, lo que es decir que su actuación en este terreno es demasiado parcia-

lizada. Y el segundo lo hace todavía de modo más ostensible al pagar sólo a un diario una gacetilla semanal para dar a conocer sus actividades culturales, como si únicamente debiera atender —con recursos del erario— las necesidades de ciertos lectores, ignorando a los otros que prefieren leer otras publicaciones. Y, aun sabiendo de la corta visión periodística cultural del diario donde decide insertar su propaganda, el gobierno citadino no se arredra en organizar un coloquio donde la grandiosa conclusión estará a cargo de... ¡una colaboradora —no reportera, no diarista—del periódico madrileño El País, nomás para que se sepa, de una buena vez, que en México nadie está capacitado para ofrecer una cátedra de tal envergadura! Sin embargo, no pienso que esté mal examinar la situación de la prensa cultural en México. Por el contrario, siempre y cuando se hiciera de manera sistemática y plural, que no se quedara en mero evento de sutilezas y vanidades, tal como aconteció, digamos, con aquella famosa, o afamada, marcha a propósito de los periodistas secuestrados de la televisión, de la cual dije que sirvió sólo como parapeto mediático para que los emporios se alzaran un poco más su almidonado cuello —texto cuyo contenido, por cierto, me proporcionara por parte de algunos compañeros los adjetivos de atrabiliario, desmoralizado, abatido y pesimista, no sé si en

ese orden; pero sigo estando seguro de mis afirmaciones: el gremio no es solidario consigo mismo, sólo simula estarlo bajo discursos interesados u oportunistas—, escenografía violenta aquella —la que propiciara la discreta y apresurada marcha del pasado 7 de agosto— que, con el paso de los días, ha ido desenmascarando no sólo a las autoridades federales con su maquillaje telenovelero (finalmente fueron los propios secuestradores los que dejaron en libertad a los periodistas, pues no hubo tal asombroso rescate policiaco del que se ufanaron en su momento los funcionarios calderonistas) sino también al reticente medio periodístico que no supo qué decir ante el exilio voluntario del camarógrafo Alejandro Hernández Pacheco, quien desde Estados Unidos declaró su horrorosa vivencia y su miedo a continuar radicando en México —completamente solo abandonado hasta por la propia Televisa—, ¡razón por la cual fue acaloradamente cuestionado en la radio por no haberse atrevido a decir los sucesos tal como ocurrieron el día de la conferencia de Genaro García Luna, sin importarles a sus incomodados interrogadores su tangible espanto ni sus nervios que flotaban desgarrados en los diales! No creo que sea mala idea tratar de armar el rompecabezas del estado actual del perio-dismo cultural. Por el contrario. Lo que sucede, y


Mesa: Desde la redacción. Editores de cultura

¿Discuten los periodistas de un problema que sólo pueden solucionar los dueños y apoderados de las publicaciones, siempre ausentes en estos abstractos coloquios?: Sí

de ahí mi reticencia (o mi desconfianza), es que se hacen de manera alegórica, no directa; parabólica, sin entender el contexto real en que se mueve; fabulista, sin poner los acentos donde deben ir. ¿Acaso los propios editores van a confesar que no publican u ocultan los nombres en sus páginas de los colegas que laboran en otras empresas porque sencillamente pertenecen a la denominada “competencia”, que los sueldos de los reporteros son ignominiosos, que la crisis ha hecho estallar el trabajo cotidiano posponiendo o incluso negando los emolumentos de los colaboradores, la saña y el arbitrio con que se reparte el dinero para los ponentes, que una figura de la televisión por el solo hecho de aparecer en pantalla gana diez veces más que un periodista de a pie, que los merecimientos se tasan ahora de acuerdo a los ratings y no a los talentos? ¿Y se habla de la prensa cultural realizada en los estados, de los proyectos desplegados en Baja California, en Durango, en Mocorito, en Zacatecas, en San Luis Potosí, en Pachuca, en Chiapas, en Oaxaca o en Yucatán o, como las más de las veces, sólo se atiende al núcleo centralista de la capital? ¿En estos congresos se comentan los trabajos de periodismo cultural que se hacen en las insti-

tuciones o la manera en que se distribuyen los dineros para propagar los “insólitos descubrimientos” del lnstituto Nacional de Antropología e Historia o cómo se hacen a discreción las invitaciones chayoteras para viajar a Europa con la justificación de cubrir digamos, la Feria del Libro de Frankfurt pero asombrarse, de paso, de cómo los berlineses quedan estupefactos con la exposición sobre Teotihuacán casualmente expuesta por esos días , tal como lo notificó, con orgullo patriotero, el “enviado especial” de La Jornada el martes 5 de octubre? ¿Se discute, acaso, cómo el dinero consagrado por el Conaculta ha pervertido las codicias de los escritores, cada vez más sectarios, como las revistas y los suplementos culturales, que sólo se refieren con galantería a los miembros de su propio club, desconociendo a quienes no están suscritos —o no se suscriben— a él? ¿Se habla de todo esto en los coloquios de la prensa cultural? ¿Se habla acerca de la inopia panista que en sólo una década ha coadyuvado a desilustrar a la población mexicana, que durante sus gobiernos ha hundido como nunca los conocimientos educativos del ciudadano común, que ahora lo que triunfa es la banalidad y la astucia, que los estudios académicos han

sido suplidos por la ansiosa espontaneidad de los estudios televisivos, que los enriquecidos y los afamados son nada más futbolistas, narcos y gente de la televisión sin un gramo de cultura, que ahora el 70 por ciento de los jóvenes no termina su carrera universitaria por perseguir justamente los goces que aca-rrea el azar del esnobismo? Es lo que ocurre con charlas sobre ética, por ejemplo, donde se invita a Fernando Savater, y se le pagan los viajes en primera clase, se le hospeda en hoteles de siete estrellas, se le atiende con la mesa puesta y se le pagan honorarios en euros para que ofrezca una cátedra sobre el comportamiento moral en la sociedad cultu-ral... ¡siendo que este sólido pensador acepto el Premio Planeta tras acuerdos previos con los directivos de esa editorial española saltándose los límpidos cánones de la más elemental ética literaria, esa misma por la cual él es un reconocido especialista en el ámbito hispanoamericano! Sí: hablar de la crisis en la prensa cultural, tan visible y tan castradora, tan avorazada y tan abrasadora. ¿Discuten los periodistas de un problema que sólo pueden solucionar los dueños y apoderados de las publicaciones, siempre ausentes en estos abstractos coloquios?

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Sí: conversar de la falta de espacios y de los recortes presupuéstales. ¿pero por qué no profundizar en las mezquindades gremiales, en las catastrofistas sinrazones de las exclusiones intelectuales, en los desdenes y simulados odios que permanecen como inmovilizados inviernos entre los distintos medios de comunicación? Hace ya 17 años, en junio de 1993 en Veracruz, se realizó el Primer Encuentro Hispanoamericano de Prensa Cultural con la felicísima intención, cómo no, de subsanar yerros y dispersiones de esta benigna especialización... ¡sin que hasta la fecha sus aportaciones hayan servido para reparar los caminos angostos de este augusto oficio!

Y vaya si no se hablaron en aquella ocasión, cómo carajos no, de numerosas cosas, tanto negativas como positivas, de idealismos y conservadurismos, maniobras y representaciones, deseos y gratuidades, fervores y... optimismos, mismos —valga la perfecta redundancia— que, con el inexorable paso de los amnésicos casi cuatro lustros, se han ido archivando en el repertorio olvidado de los que juraron no ser, ¡ay!, drásticos pesimistas…

No creo que sea mala idea tratar de armar el rompecabezas del estado actual del periodismo cultural. Por el contrario. Lo que sucede, y de ahí mi reticencia (o mi desconfianza), es que se hacen de manera alegórica, no directa; parabólica, sin entender el contexto real en que se mueve; fabulista, sin poner los acentos donde deben ir

Víctor Roura Estudió la carrera de comunicación gráfica en la Universidad Nacional Autónoma de México. Comenzó a escribir en 1972 en revistas contraculturales de rock. Su experiencia en el periodismo incluye su participación como director en las publicaciones México Canta y Usted, El Buscón, Pie de Página, Obús I, y en Las Horas Extras; como jefe de redacción en Valetonomía; como editor en Zeppelín, Seccias, y en Melodía; como corrector de estilo, reportero y jefe de información cultural en La Onda, Punto, y el periódico Unomásuno (entre 1982 y 1984). Fue fundador del periódico La Jornada y jefe de la sección cultural en su primer año. También fundó la sección cultural de El Financiero en 1988. Ha sido productor y guionista en Radio Educación en La Hora de Bellas Artes y en El Cuento corto. Además, ha sido profesor de periodismo en la EscuelaNacional de Estudios Profesionales de la UNAM. Actualmente es editor de las páginas culturales de El Financiero.


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El periodismo cultural o 驴c贸mo sobrevivir en el siglo XXI?

Construyamos la nueva casa


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La verdad es que la revolución digital tomó por sorpresa tanto a periódicos como a periodistas

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esde principios de esta década, la reducción de las páginas para las secciones culturales, el cierre de suplementos de toda la vida, como El Semanario de Novedades, el retiro de grandes editorespromotores, como Huberto Batis, fueron algunos motivos para dar la voz de alerta sobre la inminente extinción del periodismo cultural mexicano. Hoy este género sin embargo se mueve; aquí está, dando la batalla en el día a día, presente con sus contenidos entre la novedades digitales y las ventajas de comunicación que internet ofrece. A diferencia de hace algunos años, ahora ya no sólo se dice que el periodismo cultural es una especie en peligro de extinción. Para consuelo de tontos, el nuevo rumor es que el peligro de extinción parece haber alcanzado a toda la prensa escrita no sólo de México sino de gran parte del planeta. Por ello, los grandes retos del periodismo cultural hoy por hoy son los mismos que debe enfrentar el resto de la prensa escrita. ¿Cómo sobrevivir en el siglo XXI? Es la respuesta que se hace todo mundo en todo el mundo. En años recientes, numerosas estrategias han sido implementadas por los diarios tradicionales, como la apertura de redacciones digitales para llevar a internet versiones web de los periódicos y cobrar por el servicio. Un fracaso. Entonces la mayoría hizo gratuito el servicio. Otro fracaso. Se integraron las redacciones tradicionales y las digitales para competir enfebrecidamente con la inmediatez de la radio y la televisión. Fracaso también. Y así ha sucedido con otros muchos

ensayos y ocurrencias vistos, y sucederá con otros por ver. Como todos sabemos, internet ha hecho que millones de lectores migren de los diarios de papel a la lectura de los portales web gratuitos. Las ventas se han desplomado, la publicidad escasea y lo peor es que aún no se ve el fondo de este túnel. A pesar de todo, el periodismo escrito se mueve y creo que está lejos de ser un árbol caído. La investigación, la interpretación, el análisis, el estimulo de la letra impresa a la reflexión forman parte del tronco macizo del periodismo escrito. Y es que los medios audiovisuales suelen informar del quién, del cómo, del cuándo y del dónde pero, salvo pocas excepciones, exploran satisfactoriamente el porqué. El porqué sin duda es el reino natural del periodismo escrito. Del más riguroso, del mejor documentado, del mejor escrito, del más comprometido con la sociedad a la que se debe y del más responsable con los códigos de un oficio que exige, entre otras cosas, responsabilidad ética y una formación sólida para dominar los niveles del idioma no sólo que hablamos sino que escribimos, que es aún más complejo. Todo esto, en el mejor de los mundos posibles. Pero ya sabemos que el mundo no es óptimo. La verdad es que la revolución digital tomó por sorpresa tanto a periódicos como a periodistas. En el México del siglo XXI, como en el resto del mundo, enfrentamos la aparición de nuevas herramientas para informar, de nuevas fuentes informativas, de nuevas plataformas tecnológicas que hay que dominar y de

un cambio constante en los hábitos de los lectores que no pocas veces cuesta trabajo digerir. Los frentes de batalla son variados y estamos en medio de ellos con las carencias de siempre. El deterioro del sistema educativo nacional también muestra sus consecuencias en el gremio de los profesionales de la información: desconocimiento de técnicas básicas, español deficiente, conocimientos precarios o inexistentes de lenguas extranjeras y extensas lagunas -que parecen golfos- en numerosos asuntos de cultura general. Pero, a pesar de todo, el periodismo escrito se mueve porque es una necesidad, por ejemplo, para algunas de las nuevas plataformas digitales gratuitas, cuyo interés principal es la comercialización de banners y no la producción de perio. dismo de calidad, aunque echan mano del trabajo intelectual ajeno para alimentar sus portales. Y, por supuesto, el periodismo también es vital para una sociedad que requiere más que propaganda oficial de su gobierno, que necesita espacios de interés público, formadores de la opinión pública e incluso de vehículos para el desarrollo de sus habilidades críticas y de su sensibilidad. Esas han sido, y deben continuar siendo, las razones de ser del periodismo escrito. Pues bien, no puede hablarse del periodismo cultural sin enfatizar que éste forma parte de toda una industria que hoy está desorientada como nunca. Esto, sin duda, es una verdadera crisis, y una crisis tan buena no debe ser desaprovechada. Los periodistas culturales nos hemos venido quejando sistemáticamente de la pérdida gradual de espacios en las ediciones impre-


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Pero no nos veamos como una especie en peligro de extinción. En todo caso, veámonos y, sobre todo, actuemos como pioneros en una revolución digital

sas. Creo que es una batalla perdida para la gran mayoría. En el Foro Mundial de Editores, celebrado en Hamburgo esta semana, se concluyó que, en cinco años, los diarios en papel reducirán su tiraje a la mitad. Es decir que la reducción de costos será aún más severa por la caída de la publicidad que será arrastrada por la migración de lectores hacia internet. Según el foro, 55 por ciento de las personas que hoy compran aún sus ejemplares impresos en la mayoría de los países desarrollados y emergentes, entre ellos México, preferirá leer la información en la web en 2015. Desde luego, en las menguadas páginas de los diarios que se sigan imprimiendo para entonces, las secciones culturales, si acaso existen, tendrán una presencia testimonial. Pero no nos veamos como una especie en peligro de extinción. En todo caso, veámonos y, sobre todo, actuemos como pioneros en una revolución digital que está cambiando paradigmas. Todo está por hacerse en internet y,

para bien y para mal, nos toca a nosotros comenzar a construir la nueva casa. En el ciberespacio hay ya interesantes iniciativas que utilizan blogs o páginas web para hacer sobre todo notas de crítica, artículos de opinión y crónicas, aunque muchas veces con más entusiasmo que rigor. El dominio de las novedosas herramientas multimedia contrasta también muchas veces con la ausencia de contenidos de calidad o con la orfandad de contenidos propios. Hoy por hoy, la mayor parte del periodismo cultural de calidad en internet está arropada en los portales web de revistas y periódicos impresos. El ciberespacio entonces es casi un terreno baldío en la generación de contenidos ya no sólo para los tradicionales sitios de internet sino, ahora también, para las tabletas electrónicas, como el iPad, y para los llamados teléfonos inteligentes. Esas serán las nuevas plataformas para todo el periodismo, no sólo para el cultural, hasta que aparezcan otras innovaciones que las desplacen.

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¿Cómo hacer rentable los espacios de periodismo cultural en la web? Como pioneros, eso también nos toca explorarlo, intentarlo, equivocarnos y volverlo a intentar. De manera independiente, una forma podría ser si se explotan algunas de las necesidades de los cibernautas no sólo de México sino del mundo. ¿Dónde está, por ejemplo, el portal en español, inglés y francés que informe de manera seria, documentada, a los potenciales consumidores culturales extranjeros de los libros que deben leer, de las exposiciones que deben ver o de la música que deben oír producidos en este país? ¿Y si en ese servicio además subiéramos un par de reportajes de investigación, bien documentados y escritos? Podría resultar o quizá no, pero habría que intentarlo. Como parte de una empresa periodística -todos los que participamos en esta mesa somos parte de alguna-, cada quien a su estilo y en la medida de nuestras posibilidades, hacemos lo que consideramos lo mejor. Para el editor de una sección cultural, como para el resto de los editores en cualquier medio impreso, ganar un espacio en la primera página, ganar “la de ocho” en un diario o la portada en una revista, es uno de nuestros objetivos. Lograr esto, frente a la preeminencia de la información política, económica y, en estos tiempos, policiaca, no es fácil pero tampoco imposible. Una excelente crónica sobre la bochornosa inundación de una biblioteca nueva cuyo costo fue de millones de dólares lo puede conseguir. Unos versos potentes, mordaces, que exhiben la doble moral del clero católico mexicano lo pueden conseguir. Un puntual reportaje sobre la violencia en el arte mexicano lo puede hacer posible. ¿Qué necesita el periodismo cultural mexicano no digamos para sobrevivir sino para sobresalir? Lo mismo que se debe exigir al resto del gremio: calidad, es decir, investigación a conciencia, honradez y muy buena narrativa. Parece tan fácil, pero a veces lo que parece fácil resulta ser lo más difícil.

Julio Aguilar Estudió Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. En 1992 fundó la revista Ensayo. Ha sido jefe de redacción del suplemento cultural Sábado, con Huberto Batis, coeditor de la sección Cultura en la revista Cambio, bajo la dirección de Gabriel García Márquez, y editor de las secciones culturales de los diarios El Independiente, Monitor y Excélsior. Es autor de Divagaciones y reparos, ensayos breves de Miguel de Unamuno. Actualmente es editor de la sección de Cultura y Espectáculos de el diario El Universal y correalizador de la serie documental Gente como nosotros, en TVUNAM.

El ciberespacio entonces es casi un terreno baldío en la generación de contenidos ya no sólo para los tradicionales sitios de internet sino, ahora también, para las tabletas electrónicas, como el iPad, y para los llamados teléfonos inteligentes


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El campo de acci贸n se ampl铆a; los periodistas culturales disminuyen

Reflexiones sobre una ponencia


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ebo advertir, a manera de inicio, que lo que leerán a continuación no es la ponencia que ofrecí en el Primer Coloquio Hispanoamericano de Periodismo Cultural organizado por la Secretaria de Cultura. Pues, en la misma fecha de mi participación, yo estaría cubriendo la edición 38 del Festival Cervantino. Así que, grabé esa ponencia en video; a la grabación sólo llevaba un papelito que, menos que un guión, era apenas una guía. El papelito está perdido casi desde antes de filmar. Así que esta colección de paradojas es, más que un recuerdo de aquella ponencia, una reflexión posterior a la misma. También debo advertir que yo no tengo formación de periodista. Estudié, en cambio, música y biología. Mi otra formación, menos formal pero más fructífera (dado que en ella he obtenido un par de premios), es como cuentista. Así que mi interés en el periodismo es tangencial, por un lado como la disciplina que me ha permitido mantener a mi familia y, por el otro, en la medida en que se relaciona con el fenómeno cultural, que es lo que realmente me interesa. Esta última advertencia me lleva directamente a la primera paradoja que quiero plantear. Paradoja 1. Entre más olotes menos burros Es de llamar la atención que en este año se hayan realizado el Primer Coloquio de Periodismo Cultural, iniciativa de la Secretaria de Cultura del DF, y que la UNAM, por su parte, haya hecho el Primer Encuentro Internacional de Periodismo Cultural, y que tanto interés por lo que hacemos los periodistas culturales pareciera deberse a que estamos en vías de extinción o, al menos, en serios problemas. En las invitaciones a estos encuentros, en las verbales, nos decían cosas del estilo de “Para que comentemos sobre temas como la reducción de páginas en las secciones de cultura y la desaparición de los suplementos”… Por no hablar en la reducción de las nóminas, una vieja costumbre de los periódicos de suprimir lo que no consideran prioritario cuando comienzan los problemas financieros. Y los problemas financieros han hecho mucho más que comenzar en todo el mundo. He aquí algunos ejemplos: De entrada, las conmemoraciones del Centenario de la Revolución y el Bicentenario de la Independencia, en las que, más allá de lo que pudieron ser los festejos oficiales (aunque estos no resultaron despreciables como materia periodística), surgieron diversas iniciativas particulares de enorme interés. Películas, libros, montajes teatrales, exposiciones, como nunca antes los mexicanos se apropiaron de su historia a su antojo, se rieron, se conmovieron con ella, así fuera sólo como espectadores. Pero hubo muchas otras cosas que nada o poco tuvieron que ver con lo anterior, como que la Sociedad de Autores y Compositores de Música y el Instituto Nacional de Bellas Artes se pusieran de acuerdo y organizaran un ciclo de conciertos. En el mismo ramo, el Foro de Música Nueva Manuel Enríquez tuvo la edición más grande de su historia con 100 estrenos mundiales. Mención aparte, como solemos escribir los pe-

riodistas cuando tenemos el tiempo de entrega encima y no sabemos cómo darle énfasis a algo, la visita de Alondra de la Parra y su Orquesta Filarmónica de las Américas lograron el prodigio (no hay otra forma de llamarlo) de llenar al Auditorio Nacional y vender casi tantos discos como Luis Miguel pero no con baladitas bobas sino con música sinfónica mexicana. En otro orden de ideas, en el de la ciencia (que es también un tema de cultura), este 2010 poco más de una docena de premios Nobel de Física, Química y Medicina estuvieron en México dando conferencias sobre las disciplinas en las que han hecho aportaciones tan significativas como para recibir el premio y/o dando opiniones sobre políticas de estado en torno a la ciencia, la tecnología y sus relaciones con la industria. Hubo también una serie de sucesos de enorme importancia en el terreno científico: Se inició la búsqueda del bosón de Higgs en el CERN, se encontró el primer planeta ajeno al Sistema Solar que podría tener vida, se crecieron células con material genético sintético y se encontraron bacterias que, a diferencia del resto de los seres vivos, son capaces de vivir e incorporar arsénico a su metabolismo. Y todavía en otro terreno, este 2010, en la aprobación del Presupuesto de Egresos, las instituciones culturales se llevaron la tajada más grande de su historia. Y los mismos congresistas que aprobaron ese presupuesto realizaron una serie de foros, poco eficaces hay que decirlo, para recibir propuestas para la elaboración de una Ley General de Cultura cuya discusión ya iniciada y, en principio, no olvidada queda pendiente para el 2011. El Gobierno del DF realizó foros similares y compendió sus resultados en un libro. Esos son sólo algunos ejemplos de las cosas que pasaron este 2010, que se dieron a conocer y que es necesario explicar, poner en contexto y dimensionar adecuadamente para nuestro público. El problema es que mientras nuestro campo de acción se amplia, tenemos cada vez menos espacio y somos menos los encargados de hacer el trabajo. Triste paradoja. Paradoja 2. El deber de tejer y ser tejido Este año, en México, fue también el de la consolidación de la inseguridad, por llamarlo de alguna manera. Si algunos periodistas parecemos condenados a la extinción como tales, ha habido muchos que se han extinguido como personas, víctimas del crimen organizado, y hay otros que por sus actividades profesionales probablemente están ya condenados a seguirles los pasos. Los periodistas que buscamos entre creadores, artistas y pensadores y no entre delincuentes y policías, estamos a salvo de esa amenaza, pero no cabe duda de que, como toda la sociedad, estamos expuestos a lo que se ha llamado la “cultura del narco”, y debemos contar entre nuestras obligaciones no sólo reportearla adecuadamente, también combatirla. Tanto quienes han criticado la estrategia gubernamental de combate frontal y armado al crimen organizado, como quienes la han aprobado, es-

La paradoja es que, mientras los periodistas culturales se acaban, este año fue también uno de los más ricos de la historia reciente de este país en materia de noticias culturales

tán de acuerdo es que esa estrategia es inútil si no se la acompaña de un esfuerzo preventivo que esencialmente descansaría en la educación y la cultura. En el Congreso Iberoamericano de Productores Escénicos recientemente realizado, Robert Muro dijo que si bien la educación es un derecho de la ciudadanía, la cultura no es tal sino “un logro de la sociedad”. La impartición de la primera corresponde al estado, pero la generación de la segunda es responsabilidad, gusto y necesidad de nosotros los ciudadanos. Y es por supuesto ahí donde los periodistas culturales tenemos un papel fundamental, no sólo para reportear el fenómeno cultural sino para formar parte del mismo. Con esto no quiero decir que publiquemos nuestros propios cuentos o poemas en nuestras secciones periodísticas, ni desatinos similares, sino que entendamos la cultura como la vida de las ideas y, por lo tanto, de los hilos que mantienen unido lo que se ha dado en llamar el tejido social, ese que cuando entra en descomposición genera delincuentes. Y si bien nos corresponde relatar el entramado de esos hilos, que no nos quepa duda de que al hacerlo también tejemos nuestra chambrita. Es decir, viendo las dos paradojas planteadas hasta ahora, pareciera que los periodistas culturales entramos en la vía de la extinción justo cuando más necesarios somos. Paradoja 3. El público supera al informador Pero si nos preocupa la desaparición de los periodistas culturales por la importante función


Mesa: Desde la redacción. Editores de cultura social que desempeñamos, no menos nos importa a un nivel personal el desvanecimiento de nuestras fuentes de trabajo. Así, el otro gran tema que motivó las reuniones fue la llegada de las nuevas tecnologías, que han hecho que los periodistas amateurs, blogueros, tuiteros, feisbukeros y diversas combinaciones de todos los anteriores nos estén comiendo el mandado, al menos en apariencia. La verdad es que lo único que están haciendo las nuevas tecnologías es exponer nuestros vicios y mediocridades. Como muestra, un ejemplo: Hace ya bastantes años, Sony Music convocó a la prensa para presentar el disco que le habían grabado a la guitarrista argentina Silvina López, quien había ganado un concurso. Como regalo, Silvina dio un pequeño recital para el “público selecto” y escaso que éramos. “Qué bueno que terminó, me estaba quedando dormida”, dijo una reportera entrando al elevador que nos llevaría al lobby del edificio. Los demás reporteros parecían estar de acuerdo… Yo estudié guitarra clásica, así que sin duda tuve mejores oportunidades que mis (me apena llamarlos así pero qué remedio) colegas para apreciar el recital, y pude escuchar que si bien Silvina no estaba a la altura de John Williams, Manuel Barrueco o Sharon Isbin, había tocado con corrección y profundidad, así que no pude evitar preguntarme qué hacía esa reportera ahí cuando ni siquiera le daba pena mostrar ya no digamos

su ignorancia sino su total falta de interés en la fuente que le tocó cubrir o que, quizá, escogió. El caso anterior dista mucho de ser único. Me apena confesar que sospecho que los reporteros de la fuente de cultura se cuentan no sólo entre los más ignorantes del gremio, sino de los profesionales en general. En su gran mayoría (y con muy honrosas excepciones) no leen los libros antes de entrevistar a los autores, y si vieron la película, que es más rápido que leer el libro, prefieren preguntarle a Gael García con quién anda en lugar de algo que tenga que ver con su trabajo en la misma. No van al teatro y mucho menos a un concierto sinfónico. No es de extrañar que casi cualquier persona del público interesado en cultura sea capaz de hacer notas y reseñas en sus blogs y sus páginas de facebook mucho más interesantes, informadas y apasionadas que las que generan la mayor parte los reporteros de cultura. Así, las nuevas tecnologías, al darle oportunidad a medio mundo de publicar sus opiniones y conocimientos no han hecho sino desnudar nuestra mediocridad (que de por sí no estaba muy vestida, apenas tapada con papel periódico en la banca de un parque). Las nuevas tecnologías, a los periodistas, nos dan la oportunidad de llegar más lejos y a más personas que el papel voceado o repartido de casa en casa. Más que temerles, paradójicamente, deberíamos darle la bienvenida con ilu-

sión. También con compromiso, trabajo, inteligencia y pasión, aunque sea sólo para que no llegue cualquier improvisado y nos quite el lugar. Un problema de adaptación Si lo anterior parece implicar que debemos estar más preparados, es cierto. Hubo una época en que los periódicos eran prácticamente las únicas ventanas que tenía la gente para conocer el mundo (los libros permitían una vista más detallada, serían equivalentes a mirar con binoculares o un telescopio, pero las ventanas eras los diarios). Ahora, con el minuto a minuto la periodicidad diaria parece eterna, lejana. Ante esa competencia, el esfuerzo del periodismo impreso para competir con internet con sus propias armas, como los textos breves y someros, se antoja ridículo, y más porque en realidad las noticias culturales no caben ahí. Decir que se publica o se presenta tal libro o se lleva a cabo aquel concierto y que los fans aplauden y chiflan a rabiar es algo de lo poco que podría aportar el reportero de cultura al minuto a minuto, y ese no es verdadero periodismo cultural, no revela trama alguna del tejido de ideas. Mientras no leamos el libro o tengamos una opinión fundamentada de lo que el concierto significa no somos más periodistas que quien sube un comentario a su twitter desde el teléfono celular. Ese terreno no sólo está perdido, debería de estarnos vedado.

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Pero es ahí donde estamos, ya que estamos cerrando la puerta ya no digamos a críticos del estilo de Walter Benjamin o George Steiner, sino a los críticos normales de cine, teatro o danza, a los cronistas. Estamos privilegiando el texto breve, la declaración por encima de la reflexión y como reporteros de ideas no podemos darnos ese lujo. Confundimos la publicidad con las noticias, porque hacer una nota sobre el estreno de una obra de teatro entrevistando a quienes pasan por la alfombra roja no es una noticia, es pura publicidad, quizá de la buena porque invita a la gente a que vaya al teatro o a la danza, que escuche música o lea libros. Pero tenemos que hacer mucho más que eso. Tenemos que rastrear las ideas que están cambiando al país, las que están en vías de extinción, las que resultan atractivas para la gente así sea sólo por unos días, las que le dan la vuelta al globo en minutos, las que cambiarán la faz de la Tierra… Antes se hacía. En mi ponencia en video leí algunos versos e insultos que se dedicaban dos importantes periódicos mexicanos La libertad y La voz católica a propósito de la Teoría de la Evolución. Ese sí que era slow-journalism, lo estaban discutiendo más de 20 años después de que Charles Darwin publicara El origen de las especies, aunque en su descargo se puede decir que lo hacían a propósito de la primera edición del libro que, traducida por cierto del francés (el lenguaje de la cultura en aquella época), circulaba en México. Pero los redactores de La voz y

Mientras no leamos el libro o tengamos una opinión fundamentada de lo que un concierto en particular significa dentro de la historia de la música, no somos más periodistas que quien sube un comentario a su twitter desde el teléfono celular

La libertad generaron material de lectura y no un envoltorio para el pescado, aún ahora es entretenido e ilustrador leerlos y preferible a muchísimas de las cosas que circulan en Internet. No se trata aquí de tomar el papel de viejito amargado que no entiende ni gusta de la electrónica que recuerda, romántico, el olor de la tinta fresca de los periódicos de su época… Al contrario, me parece que la tinta apesta y mi cultura ambiental (otro de los temas que nos toca) me dice que el papel electrónico es un gran invento y le doy la bienvenida con gusto. Pero aún en ese soporte o el que sea, creo que sólo

si regresamos a los básicos, los textos bien escritos, con información exclusiva, con emoción (los fenómenos culturales son apasionantes no podemos reportearlos con frialdad), las fotos desde ángulos privilegiados, sólo así, adaptandonos podremos sobrevivir. Y no me cabe duda de que vamos a hacerlo.

Manuel Lino A pesar de que a sus 44 años tiene la fortuna de ser el editor de la sección de Arte, ideas y gente del periódico El Economista, no tiene formación de periodista pues sus estudios estuvieron en el campo de la biología y la música. Como músico es guitarrista (de la mal llamada música clásica) pero incursionó también en los terrenos del rock y la música afroantillana. Como biólogo hizo algunos trabajos poco relevantes en el área de la bioquímica y ha hecho varios esfuerzos en el área de la divulgación científica (mismos que está incorporando ahora en su trabajo periodístico). Coordinó además un taller de cuento, y como escritor ganó, con un cuento, el XXXI Concurso Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés y, con un libro de cuentos, el Premio Nacional de Cuento Ciudad Ecatepec.


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Uno de los valores del periodismo es la capacidad de discrepar

Hemos abandonado la costumbre de leernos, de respetar la experiencia


La cultura de a pie. Reporteros culturales

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n marzo de 2006 apareció en la revista Letras Libres el artículo “Periodismo cultural” firmado por Gabriel Zaid. Una imagen de dos burros ilustra el texto del poeta y ensayista, en el que lamenta la situación en la que se encuentra la actividad y arremete contra las universidades que multiplican el “ahí se va” titulando a “iletrados” estudiantes que después utilizaran las páginas culturales de los diarios para mostrar su falta de conocimiento y talento literario. El autor no concede excepciones, todos por igual son medidos con su feroz rasero y de paso acomete contra los editores de las secciones culturales que dejan pasar textos descuidados, errores, falsedades, erratas y faltas de ortografía. En el análisis de Zaid todos los que estamos aquí, seríamos incluidos, aun negando trayectorias, talentos probados o esfuerzos por alejarse del error y ya no digamos, el acierto para sacar a la luz información reveladora. Para todos nosotros, en el trabajo diario, en el de a pie (como lo nombre el título de esta mesa) no queda duda de que nuestra actividad y yo diría, nuestra persona, sufre un desprestigio enorme. Funcionarios que desdeñan nuestros argumentos, que incluso en actitud cínica se ríen frente a las preguntas que se les formulan; jefes de prensa o directores de comunicación que salen de sus oficinas con la consigna obregonista de “Nadie aguanta un cañonazo de 50 mil pesos” y que se traduce en una copa en un coctel, un libro o la bolsita con el kit de prensa; o artistas y sus representantes que miran con desdén al reportero, incluso antes de que este se presente, son apenas una pequeña parte de la realidad a la que diario nos enfrentamos. Hace poco, recuerdo, acudí a realizar una entrevista al dueño de una galería. Antes de que siquiera llegará a la oficina de la persona que

maneja las relaciones públicas, está ya me había lanzado una mirada de desdén mientras me acercaba subiendo las escaleras y al llegar a ella, antes de siquiera saludarme me recibió con la pregunta: “Leíste el boletín”. En el teléfono estaba esperando mi editor, a quien ella había marcado para decir que ya era la hora pactada y yo no llegaba. Cuando se acercó a contestar que ya estaba ahí, no dejo ir la oportunidad de decirle: “no leyó el boletín”. ¿Desdén o ignorancia?, qué era lo que movía a esta persona a actuar de esta manera si ni siquiera me había visto antes, ya no digamos que hubiera leído una nota escrita por mí. Innumerables ejemplos de este tipo tenemos todos los días y la realidad parece darle la razón a las palabras de Zaid que hablan de una prensa cultural mediocre. Pero, ¿qué podríamos abogar nosotros mismos acerca del valor de nuestro trabajo? En el tiempo que he dedicado a trabajar como reportero cultural encuentro cientos de ejemplos para decir que Zaid y la perspectiva que muchos tienen sobre nuestro trabajo está equivocada. Pueden considerarse pretextos o salidas para justificar lo contrario pero sólo me referiré a dos razones que creo, demuestran lo contrario: la mirada crítica que aporta el periodismo cultural para ver las cosas y la cadena de hallazgos intelectuales que conlleva y que producen la necesidad de una constante superación profesional. No existe duda para nadie que uno de los valores del periodismo es la capacidad de discrepar acerca de lo que sucede frente a nosotros y el periodismo cultural actual tiene este elemento como premisa, aun cuando las páginas de los diarios pudieran desmentirnos. Todos los reporteros de la fuente, incluso los de medios públicos, cuentan con este valor de manera intrínseca. Una práctica común entre los reporteros es discrepar en todo momento sobre lo que su-

Nos observamos, nos admiramos o nos criticamos por nuestra forma de desenvolvernos como reporteros culturales pero pocas veces nos recordamos siquiera, por una información

cede ante nosotros. Cada declaración, actitud, obra o acontecimiento que pasa frente a los ojos del reportero cultural es fiscalizada, a veces con mayor o menor grado y no siempre reflejada en la nota, pero siempre y de eso estoy seguro, existe una actitud crítica que esta reforzada por la idea de pertenecer al medio cultural, a los que de alguna manera han adquirido las facultades para señalar errores desde una perspectiva ética que sólo la cultura puede otorgar. Es decir, si existe un espacio natural para la discrepancia ese es el de la cultura. Por años ha sido así, desde los grupos de escritores e intelectuales que se han opuesto a políticas castrenses a los grupos artísticos (casi siempre apoyados por el periodismo cultural) que exigen respeto a las garantías individuales, a presupuestos dignos para el sector y a reconocer en la cultura un elemento clave para el desarrollo humano. No se diga, el manejo de aquella información que busca sacar del panorama cultural prácticas caciquiles, tiránicas o corruptas que sólo empañan la cultura. En el otro punto, todos los días compartimos los que estamos aquí, el espacio de trabajo con compañeros iguales a nosotros. No tengo duda de que cada uno de ellos enfrenta su labor con la intención de desarrollarla de la mejor manera, en muchas ocasiones incluso, tenemos ejemplos de compañeros que hacen suyas las demandas que están cubriendo (mañana veremos ejemplos en este coloquio de compañeros comprometidos), otros se preocupan todo el tiempo por discutir lo que sucede con los funcionarios, las políticas culturales o simplemente la siguiente exposición, el libro u homenaje a tal o cual escritor o artista, eso me imagino y lo sé, sucede en todas las fuentes, pero sucede con mayor intensidad en el medio cultural, tal vez por su reducido número de integrantes, tal vez por la cadena de saberes con los que todos los días trabajamos.


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Desde este punto de vista: el que otorga la crítica y la posibilidad de crecer con cada entrevista, lectura, función o exposición recorrida, todo parecería miel sobre hojuelas y otros pensaran, yo mismo así lo considero un poco, que participar o hablar en un coloquio sobre nuestro trabajo es un ejercicio que tiene mucho que ver con hablar de dientes para afuera, donde todo tiene que ver con el deber ser y se esbozan los ejemplos más ajustados a una realidad que nos permita salir de la batalla sin tantos golpes. Sin embargo, en mi entusiasmo y optimismo por el trabajo que comparto por mis compañeros, también hay situaciones lamentables como el automenosprecio que algunos se infringen con el trato que algunas fuentes les otorgan, la actitud conformista frente a la cobertura o la hechura de la nota, el menosprecio de algunos por otros o el aislamiento de algunos frente a otros temas que están fuera de sus campos de cobertura; además, veo constantemente que vivimos en una aparente unión (producto de la estrechez del gremio) pues entre los que trabajamos en eso que se llama periodismo cultural, no conocemos siquiera la forma en la que trabaja nuestro compañero de lado. Nos observamos, nos admiramos o nos criticamos por nuestra forma de desenvolvernos como reporteros culturales pero pocas veces nos recordamos siquiera, por una información. Lo que quiero decir es que hemos abandonado, no sé si alguna vez existió, la costumbre de leernos y cuando lo hacemos cometemos el error de emitir un juicio de manera aislada sin englobar en una opinión integral lo que representa el trabajo de nuestros compañeros de manera completa. Parecerá menor este caso, pero es frecuente escuchar el menosprecio hacia el otro, ya sea acusándole de no ser demasiado critico (sin importar si es reportero de

un medio público) o endilgándole las carencias que Zaid señala. Pocas de las personas que diariamente comentan los errores o aciertos de tal o cual compañero recuerdan a cabalidad, no digamos el trabajo de hace un año o del mes pasado, la información que este ha ventilado, la crónica que con la que ha gozado o la entrevista con la que ha dibujado a un personaje. Además, cada vez con más frecuencia nos hemos vuelto irrespetuosos hacia la experiencia, años o calidad del trabajo que el de lado tiene. Y es por igual entre los que compartimos menor edad y años trabajando en esto, como entre los más experimentados por los jóvenes. La guerra generacional de los sesenta parece haberse traslado a nuestra labor diaria. Cada que es posible, la gente habla del mal que trajo internet al periodismo y del abuso que hacemos de él los reporteros, a pesar de que cuando llegamos a este trabajo, muchos ya sabíamos de las posibilidades que nos ofrecía.

Cada vez es más recurrente escuchar a los jóvenes decir que sus editores, directores o incluso compañeros de trinchera más corridos, se quedaron en el pasado o que sus ideas ya no concuerdan con la realidad actual. Acaso se nos ha olvidado que nuestro trabajo está sustentado en el diario aprendizaje, que nadie por viejo o joven que sea ha llegado al final de su preparación y que si algo tiene el periodismo es la capacidad de enseñarnos diariamente algo nuevo. Así pues, creo que es necesario realizar un examen de autocritica sobre la labor que realizamos y volver a respetar la experiencia y la sangre nueva que entra en el periodismo cultural para tratar de eliminar los males que apunta Zaid, pues si estos persisten, qué otro remedio nos queda más que darle la razón al escritor de Letras Libres y tirarnos un balazo para desparecer al mismo tiempo que lo hacen las páginas culturales en los medios.

Cada vez con más frecuencia nos hemos vuelto irrespetuosos hacia la experiencia, años o calidad del trabajo que el de lado tiene. Y es por igual entre los que compartimos menor edad y años trabajando en esto, como entre los más experimentados por los jóvenes

Luis Carlos Sánchez Egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM ejerce el periodismo cultural desde hace más de siete años. Inicio su labor como reportero en la Agencia Mexicana de Noticias Notimex, donde trabajó colaborando principalmente en el área cultural. Su trabajo se inclinó por la cobertura de temas arqueológicos, históricos y de política cultural. Desde hace dos años labora en el periódico Excélsior donde escribe diariamente en la sección cultural Expresiones. También se ha desempeñado en el campo de la atención a medios y su experiencia es el resultado de la constante y cotidiana cobertura de información cultural.

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¿Cómo obtendremos y mantendremos en esta circunstancia vertiginosa e inestable un público interesado en lo que decimos?

El reportero de cultura en la era digital


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n una de las primeras secuencias de la película 2001 Odisea en el espacio, de Stanley Kubrick, dos grupos de primates -se presume que antepasados del homo sapiens- pelean por un charco de agua en un paraje desértico. Un miembro del grupo vencido descubre, casi jugando, que el hueso de un animal muerto puede servir como arma. Él y sus compañeros, cada uno con un hueso en la mano, vuelven al charco y lo recuperan después de matar a uno de sus enemigos. Eufórico, uno de los primates lanza su arma al aire. La imagen del hueso girando en cámara lenta se disuelve con la de una nave en el cosmos… Kubrick poetiza y resume en esa secuencia inolvidable el nacimiento de la civilización, el principio de la cultura. A partir de entonces, algo en aquellos seres cambió para siempre: hoy somos, individual y colectivamente, producto de ese momento inaugural recreado por el cineasta. Así ha ocurrido a lo largo de la historia. El descubrimiento del fuego y de la redondez de la tierra; la invención del papel, del libro, de la imprenta, de la rueda, de la máquina de vapor, del periódico, del automóvil, de la cámara fotográfica, del cine, del teléfono, del radio, la televisión y un interminable etcétera, han traído consigo profundos e incluso dramáticos cambios en la percepción que tenemos de nosotros mismos y de nuestro entorno. Los seres humanos no fuimos los mismos después de saber que la tierra no era el centro del universo, después de que los hermanos Wright hicieron elevarse su famoso artefacto por encima del suelo, ni después de que un astronauta pisó por primera vez la luna o cuando pudimos mirarnos, desnudos incluso, en una fotografía. En el ámbito de la creación artística, sólo repensemos lo que significó la invención de la notación musical, la impresión masiva de libros o la posibilidad de grabar y reproducir la voz humana. Son unos cuantos ejemplos al paso, para tratar de dimensionar las transformaciones que ha traído a nuestras vidas la internet y toda la parafer-

nalia tecnológica que la hace funcionar. Y se dice que es apenas el comienzo. En ese contexto quise ubicar el tema propuesto para esta mesa por los organizadores del coloquio: “La cultura de a pie. Reporteros culturales”. ¿De a pie? ¡Qué anacronía! ¿Quién necesita reporteros por la calle o en el lugar de los hechos, habiendo twitter, facebook, e-mail, youtube, blackberry, IPhone y millones de blogs? Es broma, pero no olvidemos que entre broma y broma la verdad se asoma. Una verdad a medias pero que tiene implicaciones impensadas hasta hace pocos años… Antes de hablar de las implicaciones, vayamos por un momento al siglo XIX, más exactamente al 12 de septiembre de 1896, día de la fundación de El Imparcial (auspiciado por el gobierno de Porfirio Díaz), diario que, bajo la dirección de Rafael Reyes Espíndola, inauguró la era del periodismo industrial en México. Una de las primeras y más evidentes consecuencias que trajo su aparición, fue la consolidación de los llamados repórters (antepasados de los reporteros contemporáneos), quienes venían desplazando del ejercicio cotidiano del periodismo a escritores cronistas como Manuel Gutiérrez Nájera, Ignacio Manuel Altamarino, Guillermo Prieto, entre muchos otros, quienes le habían dado al oficio un lustre que perdura hasta hoy. “La crónica -escribió Manuel Gutiérrez Nájera en ese recambio- es en los días que corren, un anacronismo. La crónica ha muerto a manos del repórtero quien es tan ágil, diestro, ubicuo, invisible, instantáneo, que guisa la liebre antes que lo atrapen”. Y se dolía él: “Ante esos trenes relámpago la pobre crónica, de tracción animal, no puede competir (…) A medida que los escritores bajan, los repórteros suben”. El lamento de Gutiérrez Nájera formaba parte de un debate público enntre los cronistas escritores y los repórters. En nombre de éstos intervino Heri-


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Ante esos trenes relámpago la pobre crónica, de tracción animal, no puede competir (…) A medida que los escritores bajan, los reporteros suben

berto Frías. En su alegato, el autor de Tomochic describe -de manera un tanto idealizada- lo que todavía hasta hace poco podríamos decir que era un reportero de a pie. Escribió Frías: “Sólo el repórtero conoce la esencia de los hechos y respira su ambiente propio. El repórtero ve a los próceres en camisa…, y muchas veces hasta en cueros vivos. “Y sabe también quiénes son los hombres de mérito y descubre el tálento en los oscuros estudiantes y es camarada de bohemios y artesanos, de militares y cómicos, y es ‘amigo’ de todo el mundo… Va a los talleres, entra en las fábricas, charla en los cuarteles, visita las cárceles, recorre los hospitales, ríe en los teatros, pasa por los burdeles, frecuenta las iglesias y las cantinas, escucha en las antesalas ministeriales, come en los banquetes solemnes y goza en los almuercitos en los barrios pobres, atraviesa por los incendios, presencia los matrimonios, asiste a las apoteosis, contempla los fusilamientos de los asesinos, y en los cementerios conoce a los vivos.” Demos ahora un salto a 1962, año de la fundación de El Día, diario que representó en su momento a la vanguardia periodística mexicana y en el cual por primera vez se destinó un espacio regular cotidiano a la información sobre asuntos culturales. Factores de distinta índole confluyeron para que fuera abierto ese espacio, principalmente el surgimiento de un circuito amplio y diverso de creación y demanda cultural. El desarrollo económico sostenido, la expansión del crecimiento urbano, la reducción del analfabetismo y el crecimiento exponencial de la matrícula escolar --incluida la universitaria-- habían tenido como consecuencia que la información y la discusión sobre la cultura se volviera, cada vez más, una necesidad social. En el arte, la literatura, la historia, el conocimiento científico --nos dice el antropólogo Néstor García Canclini-- la sociedad identificó repertorios de contenidos que debíamos manejar para ser considerados “cultos” en el mundo moderno al cual nos incorporábamos.

El Día, fundado y dirigido por Enrique Ramírez y Ramírez, ex militante comunista, ex editorialista de El Popular, dirigido por Vicente Lombardo Toledano (del legendario grupo de Los Siete Sabios), se proponía responder a dicha necesidad. No es casual, entonces, el nacimiento de la sección cultural en El Día. De acuerdo con la escritora María Luisa, La China, Mendoza, Enrique Ramírez y Ramírez “consideraba que era esencial la cultura para sacar al pueblo de la indiferencia, de la esclavitud de la derecha. Él sabía que a nosotros no nos iba a salvar la Virgen de Guadalupe, sino la información, la cultura, la lectura, el conocimiento”. Se trataba de un espacio predominantemente de opinión (donde José Revueltas escribía de cine), siempre referida a acontecimientos de actualidad. La cobertura informativa era rudimentaria y limitada: pequeñas notas y entrevistas a menudo ingenuas, carentes de malicia periodística. No había lo que hoy se considera, en rigor, reporteros culturales. El primer reportero cultural de la prensa mexicana iba a nacer poco después. Su nombre: Eduardo Deschamps. Dicho de otro modo, fue el primero en cubrir de manera cotidiana la fuente. Formado en el periódico Excélsior, a fines de la década de los sesenta Deschamps empezó a ejercer de manera cabal y eficiente los géneros periodísticos en relación con la cultura: notas informativas, crónicas, entrevistas, reportajes de investigación. Hasta ese momento, la cultura no había tenido esa atención de la prensa. Los asuntos culturales eran atendidos con irregularidad junto a la demás información del día. En este punto conviene distinguir entre el periodismo cultural y/o literario que se venía haciendo (con excelencia) en numerosas revistas y suplementos y aquel con fines primordialmente informativos. Deschamps empezó su carrera periodística en Excélsior, a principios de los años sesenta del siglo pasado, cuando Rodrigo de Llano dirigía el diario. En ese tiempo las fuentes “más importantes” --política, diplomáticas, sector obrero y

empresarial, entre otras-- estaban copadas por los viejos reporteros. ¿Qué hacer? Deschamps se percató de que en la cultura había un enorme filón periodístico. Dijo al respecto en una entrevista: “Los creadores sólo tenían espacios en los suplementos especializados, pero en una sección diaria, no. Por otro lado, vía que algunos otros jóvenes reporteros de entonces, como Julio Scherer, hacían entrevistas sensacionales con personajes del mundo de la cultura. Así fue mi descubrimiento de la cultura como una fuente de información”. Al morir Rodrigo de Llano, en 1963, Manuel Becerra Acosta padre ocupó la dirección general de Excéslsior: “un hombre rudo, chapado a la antigua, pero abierto hacia lo cultural“. Julio Scherer pasó a ser uno de sus colaboradores más cercanos: “por su formación universitaria, Scherer era sensible a la importancia que para un país tienen el arte y sus creadores”. Deschamps empezó a publicar cotidianamente una columna sin firma llamada Vida Cultural que no es más que una breve lista de actividades culturales, a manera de cartelera, donde se anunciaban conferencias, exposiciones, lecturas públicas, presentaciones de libros, funciones de teatro y danza, etcétera. Los más sorprendente era que dicha columna tenía llamado en primera plana. En 1968, paralelamente a los Juego Olímpicos, México fue sede de una Olimpiada Cultural que trajo expresiones artísticas de primer nivel de los países que tenían representantes en la justa deportiva. Para informar de dichas actividades, que se desarrollaron a lo largo de casi todo aquel año, Eduardo Deschamps inició en el propio Excélsior otra columna informativa diaria: El Olimpo de México. Con el aumento de actividades, la columna se transformó en una página diaria que a la postre se convertiría en la sección cultural de ese diario. Manuel Becerra Acosta padre murió el 8 de agosto de 1968 y Julio Scherer ocupó la dirección del diario. Un efecto de su nombramiento fue la consolidación de la Sección Cultural de Excélsior. Sería largo detallar aquí el paulatino surgimiento y desarrollo de las secciones culturales de otros diarios. Únicamente cabe señalar que hacia 1989, al menos nueve periódicos de los llamados nacionales contaban con una sección cultural fija definida y con amplios espacios: El Día, Excélsior, Unomásuno, El Universal, La Jornada, El Financiero, El Nacional, El Economista y La Afición. Concentrado inicialmente en atender los aspectos creativos y artísticos de la cultura, el diarismo cultural fue ampliando el campo de sus atenciones. Las bellas artes y las bellas letras, no fueron ya los únicos asuntos dignos de ser considerados cultura: tan importante como dar cuenta de la aparición de un nuevo libro o de una exposición pictórica, lo fue informar de novedades en el campo de la ciencia y la tecnología, de las expresiones populares (urbanas o rurales). Se empezaron a ejercer a fondo los géneros periodísticos informativos en relación con la cultura, se hibridizaron con acierto en lo que se llama periodismo de interpretación y reapareció la crónica a la manera en que la practicaron Ignacio Manuel Altamirano o Manuel Gutiérrez Nájera en la segunda mitad del siglo XIX (claro, con lenguaje y sobre temas contemporáneos).

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Las herramientas digitales que permiten recopilar, reproducir, editar y difundir información son cada vez más portátiles, económicas y potentes No obstante, en la actualidad el oficio periodístico en general y el periodismo cultural en lo particular enfrenta retos inéditos. Sobre todo en la última década, el desarrollo de la tecnología digital aplicada a las comunicaciones -con internet y las redes sociales como sus medios emblemáticosestán impactando dramáticamente la forma tradicional de hacer periodismo. En principio -como observa John V. Pavlik, en su libro El periodismo y los nuevos medios de comunicación- la tecnología ofrece ventajas inéditas en el ejercicio periodístico: noticias omnipresentes, acceso global a la información, cobertura instantánea, interactividad, contenidos multimedia y personalizado Sin embargo y para empezar, los valores y estándares más apreciados del periodismo están siendo trastocados: “la autenticidad de los contenidos, la comprobación de las fuentes, la fidelidad y la veracidad están bajo sospecha en un medio donde cualquiera que tenga un ordenador y un

módem, puede convertirse en un editor global”. Las herramientas digitales que permiten recopilar, reproducir, editar y difundir información -concuerdo con Pavlik- son “cada vez más portátiles, económicas y potentes”. Sumadas, brindan a los periodistas “técnicas cada vez más eficaces de encontrar fuentes diversas y fidedignas, comprobar los hechos y respetar las fechas de entrega. También convierten el plagio en algo cada vez más fácil y tentador, y plantean una amenaza para los viejos reportajes de calle”. Ante esta situación, resumida al máximo aquí, cabe, entre muchas preguntas la siguiente: ¿El periodismo cultural, los reporteros convencionales, la prensa escrita, son una especie en peligro de extinción? Me parece que esta vez el asunto va más allá de la célebre dicotomía propuesta por Umberto Eco en su libro Apocalípticos e integrados. Ahora nos integramos o nos integramos si queremos sobrevivir profesionalmente. La pregunta es ¿cómo? ¿Cómo vamos, los periodistas y los reporteros

de la prensa escrita a enfrentar el impacto de las tecnologías digitales en el oficio, el inexorable cambio de paradigmas culturales, el surgimiento de formas novedosas y alternativas de contar las cosas? ¿Cuáles son o serán nuestros lectores? ¿Cómo obtendremos y mantendremos en esta circunstancia vertiginosa e inestable un público interesado en lo que decimos? No son preguntas fáciles de responder, pero tenemos que empezar por hacerlas. Junto al riesgo está la oportunidad.

Arturo García Hernández Formó parte del grupo de periodistas que fundaron La Jornada en 1984, de cuya Sección Cultura fue responsable de 1989 a 1992 y donde actualmente se desempeña como reportero. En 1988 obtuvo el Premio Sinaloa de Periodismo Cultural. Es coautor de la investigación Antecedentes, orígenes y evolución de las secciones culturales en los diarios mexicanos, realizada con apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Entre 1995 y 1996 fue editor de la revista Generación. En 1998 publicó el libro No han matado a Tongolele, biografía de la bailarina del mechón que causó furor en México y Latinoamerica, entre la década de los 50 y 70 del siglo pasado. En 1999 publicó en La

Jornada el reportaje seriado sobre el caso Gloria Trevi y su representante Sergio Andrade, que sirvió de base a la serie documental El recuento de los daños, transmitida por Televisa en 2000, de la cual también escribió el guión. Fue cronista de los Cuadernos del Auditorio Nacional que se publicaban anualmente registrando los espectáculos que ahí tienen lugar. Es también coautor del libro Los 100 años de la UNAM, publicado recientemente por La Jornada para conmemorar el centenario de la máxima casa de estudios. Complementa su trabajo periodístico con un blog y un canal en youtube sobre asuntos de orden cultural y social.


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Salir en busca de la historia


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stoy convencida que el legado de las secciones culturales es incuestionable, simple y llanamente porque la cultura es crítica y siempre propicia la reflexión. Combate la realidad cuando se erige como opresora. Por eso se explica, en gran medida, los desafíos que enfrenta el periodismo cultural con la reducción de las páginas en los diarios y en el peor de los casos, la fusión o desaparición de las mismas. Sin contar que los funcionarios en turno hablen a las redacciones para quejarse de las preguntas incómodas y amenacen veladamente con retirar su publicidad. Lo que yo les puedo decir, como reportera de a pie, como han titulado a esta mesa, es que no puedo ser objetiva, porque mi máxima pasión en la vida es el periodismo. No me concibo haciendo otra cosa, que no sea salir diariamente en busca de la historia del día. Me entusiasmo cada vez que me encuentro con alguna primicia o algún tema interesante por desarrollar, su proceso lo vivo intensamente, lo saboreo, lo disfruto. El periodismo es una de las profesiones más estresantes y mal pagadas en nuestro país. Lo he constatado en más de una ocasión que he terminado en la sala de urgencias del hospital a consecuencia de los padecimientos típicos de muchos reporteros: la migraña y la gastritis. No obstante, el amor a este oficio me ha llevado a no claudicar, a continuar con mi proyecto de vida, a trabajar desde mi trinchera para que la cultura tenga un lugar en el desarrollo del periodismo que se hace en este país, sin importar que sea una de las fuentes informativas más castigadas en la jerarquización de las noticias tanto en las redacciones de los periódicos y revistas, así como en las de la radio y la televisión. Estoy consciente de que no es una tarea sencilla, porque dar la voz a los intelectuales de este país, significa una crítica atroz al sistema y al gobierno en turno, el cual, a pesar de haberle destinado a las manifestaciones artísticas un apartado en su Plan Nacional de Desarrollo, carece de una política cultural. Y eso no sólo lo digo yo, sino muchas voces incómodas y lacerantes, que desgraciadamente se han ido apagando, primero fue la del dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda, después la de Carlos Montemayor y más recientemente la de María Teresa Pomar y la del cronista Carlos Monsiváis. Entre los colegas decimos: nos quedamos sin fuentes... Los periodistas somos testigos de cómo los funcionarios en turno, responsables de la política cultural y por ende del desarrollo de las actividades artísticas en México, salen del paso, cumplen con su chamba; tienen siempre la brillante idea de celebrar cabalmente las efemérides; organizar homenajes a las grandes personalidades del arte y la cultura, y realizar exposiciones espectaculares. Pero poco se ve de ese trabajo en los distintos estados del país. Acaba de pasar la conmemoración del Bicentenario de la Independencia de México y Alonso Lujambio, secretario de Educación, ante la carencia de un programa regional

de festejos, ordenó la suspensión de clases, proponiendo “el super puente del 15 de septiembre”, con el objeto de que los habitantes de los estados de la República pudieran venir a la Ciudad de México a celebrar las fiestas patrias. A ver cómo levantaban el gran coloso, que hoy está prácticamente en la basura. Cuestionado en la Cámara de Senadores sobre el costo excesivo de los festejos, el funcionario dijo que él, sólo cumplió órdenes. Como la fuente cultura es muy noble y sin matices aparentemente políticos, la eligieron quienes empiezan a mover las piezas del ajedrez para que Lujambio apareciera como el futuro candidato del Partido Acción Nacional a la presidencia del 2012, creyeron que al atraer los reflectores de los festejos del Bicentenario hacia él, lo harían pasar a la historia como el gran organizador de estas “inolvidables conmemoraciones”. Efectivamente, la gente lo recordará, pero será por los desaciertos de la Comisión de los festejos, cuya dirección asumió en el último momento. En sus desencuentros con la fuente cultural, Lujambio dejó al descubierto su inexplicable interés por ocultar información alrededor de la exhumación de los restos de los héroes de la patria. Se negó a que INAH les realizara los estudios científicos con los cuales se puede demostrar si son o no las osamentas de quien dicen ser. De eso dio cuenta la incomoda fuente cultural, por lo que hoy en día el secretario de la SEP prefiere y sugiere a las redacciones de los periódicos que los reporteros de la fuente educativa cubran sus conferencias de prensa, pues no lo cuestionan y reproducen sus palabras tal y como él quiere. Pese a ese tipo de situaciones que atentan contra la inteligencia del reportero cultural, la labor común del periodista es informar a la sociedad sobre lo que no puede ver. Mi labor como reportera ha sido en estos años dar cuenta de los hechos, independientemente de que tenga que seguir la agenda que dictan las instituciones, las empresas artísticas y culturales, las editoriales y las galerías… claro por política editorial, si no lo hago, el reclamo se hace patente: ¡se te fue la nota! Razón por la cual, en muchas ocasiones, cuando los lectores abren los periódicos, se encuentran con que todos salimos uniformados, publicando la misma noticia y hasta la misma foto. Para mi desgracia y la de muchos de mis colegas, la difusión de las noticias, como un derecho de la gente a estar informada, está sujeta a los intereses comerciales, recordemos que los diarios, las estaciones de televisión y radio, son ante todo, empresas periodísticas. Es sabido que un medio sin publicidad es un medio destinado a la extinción, el ejemplo más claro fue el canal 40, que cuando se negó a censurar una noticia relacionada con la conducta ilícita del padre Marcial Maciel, cabeza de los Legionarios de Cristo, las empresas como Bimbo le retiraron la publicidad, ocasionando el colapso de ese medio de información. Como decía Ryszard Kapuscinki (Polonia 1932-

Dar la voz a los intelectuales de este país, significa una crítica atroz al sistema y al gobierno en turno, el cual, a pesar de haberle destinado a las manifestaciones artísticas un apartado en su Plan Nacional de Desarrollo, carece de una política cultural 2007) en una de sus visitas a nuestro país y a quien tuve el privilegio de escuchar de viva voz. “Desde que se descubrió que la información es producto que proporciona jugosas ganancias comerciales, dejó de estar sujeta a los criterios tradicionales de la verdad y la mentira, para empezar a someterse a otras leyes, del todo distintas: las del mercado, con su aspiración al monopolio y unas ganancias cada vez mayores”. El legendario periodista decía que no sólo ha cambiado el criterio de lo que es la información, también lo han hecho las personas que trabajan en ese ámbito, antes éramos periodistas, ahora somos trabajadores de los medios, de acuerdo con la terminología estadounidense. Si hacemos un poco de historia, a la mayoría de nosotros nos tocó ingresar a la fuente cultural con las secciones de cultura en los periódicos totalmente establecidas y diferenciadas de los Suplementos Culturales, que desde su origen eran elaborados por las grandes plumas de este país. La necesidad de informar y no hacer literatura de un acontecimiento, llevó a los medios a destinar a reporteros en la cobertura diaria de esos sucesos del llamado mundo del arte y la cultura. Uno de los acontecimientos que puso a pensar a las redacciones tanto de medios electrónicos como de los impresos en la necesidad de destinar reporteros para cubrir los asuntos de carácter cultural, fue el robo al Museo Nacional de Antropología, el 25 de diciembre de 1985. Quienes tuvieron que “entrar al quite” para dar a conocer esta noticia fueron los reporteros de la


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fuente policiaca, siguieron la nota incluso para detallar cómo se había perpetrado el robo del recinto museístico más importante del país, en un momento en que el gobierno de Miguel de la Madrid había sido rebasado por la sociedad civil, la cual se organizó ante la parálisis gubernamental frente a tragedia del terremoto del 19 de septiembre. Finalmente, como reportera a lo que aspiro todos los días es a tener el valor y la sensibilidad del periodista Günther Wallraff, a quien conocí al haber acudido a un taller que impartió en México. Esa experiencia ha sido inigualable, siempre recordaré sus palabras, sobre todo, cuando dijo que con su trabajo de periodismo encubierto no busca convertirse en mártir sino sólo poner sobre la mesa la problemática del mundo globalizado y capitalista lleno de contradicciones en que vivimos. Admiro el periodismo que ejerce cuando se pone en los zapatos del otro y se transforma en un individuo distinto, es un medio que utiliza para dar voz a aquellas personas que son marginadas y despreciadas, y desenmascarar así la explotación laboral, el abuso del poder, la corrupción, con el único propósito de llegar a la “verdad”. En ese camino, tenemos que reflexionar y ser coherentes con nuestros principios, cuando llegó Sergio Vela a dirigir el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, la persona encargada del proyecto editorial Periodismo Cultural me ofreció publicar mis trabajos periodísticos en esta colección, siempre y cuando la selección no incluyera las notas en contra de la institución… Por supuesto que no tuvo respuesta. Aquí podríamos llevarnos mucho tiempo en el debate alrededor del desempeño de las oficinas de comunicación social, cuyo principio es controlar y ocultar información para cuidar la imagen del funcionario en turno, cuando su función es responder ante la sociedad.

Leticia Sánchez Medel Egresada de la licenciatura en Periodismo y Comunicación de la Escuela Nacional de Estudios Profesionales Acatlán de la UNAM, con posgrado en Periodismo en Investigación, de la Universidad Iberoamericana. Durante 20 años y con un interés que va más allá de la nota diaria ha contribuido al desarrollo del periodismo cultural, primero desde su trinchera como reportera en el Instituto Mexicano de la Radio y después como periodista de la prensa escrita de Reforma y Milenio Diario. Entre sus trabajos de investigación destaca la publicación del hallazgo del otro final de la película Los Olvidados, de Luis Buñuel, cinta que se encontraba entre latas abandonadas y polvorosas en la Filmoteca de la UNAM. Desde, Viena, Austria, publicó para el periódico Reforma el primer reportaje de un periodista mexicano de la fuente cultural sobre el Penacho de Moctezuma y la controversia difundida por el director del Museo Etnológico de Viena, quien asegura que ese Copilli, no perteneció al Tlatoani azteca. Obtuvo el reconocimiento al Mérito Periodístico en la Categoría de Reportaje, otorgado por el Instituto Mexicano de la Radio, siendo jurados René Avilés, Javier Solórzano, Ricardo Garibay y Beatriz Solís. En su formación multidisciplinaria además de haber cursado diplomados en comunicación y periodismo cultural, cuenta con la especialización en comunicación científica y medica, así como en periodismo religioso. Entre los cursos y talleres que ha tomado destacan los impartidos por el comunicólogo francés, Abraham Moles; el periodista polaco, Ryszard Kapuscinski, y el padre del periodismo encubierto, Günter Wallraff.

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La inmediatez, la actualizaci贸n constante, a destajo, y en menoscabo de temas de largo aliento, se ha convertido en tendencia

M谩s investigaci贸n o m谩s on line


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n la coyuntura de crisis de los medios de comunicación, en especial de los impresos, el periodismo cultural requiere replantearse preguntas como las siguientes: qué quiere y puede ser exactamente, hacia dónde va, a quiénes se dirige, dónde y cómo comunicar. Sin embargo no es sólo la crisis de los medios la que debemos tomar en cuenta a la hora de hacernos estas preguntas, sino que el cambio en las sociedades, desde lo local hasta lo internacional, demanda una actualización de las ideas, cuestionamientos debates y formas de nuestro quehacer. En buena parte de nuestras experiencias, seguimos intentando hacer el periodismo cultural guiados, en el mejor de los casos, por las preguntas que hace una o dos décadas se hacían los que entonces ponían en práctica este ejercicio profesional. Conviene tomar en cuenta que ha cambiado el proceso de la comunicación: el receptor del que se hablaba en nuestras facultades de Comunicación, es hoy un agente activo, critico -aunque si leemos con cuidado los foros y respuestas en los periódicos vemos que a veces es más criticón que crítico. No podemos seguir haciendo lo mismo de dos décadas atrás, cuando hoy ha cambiado el consumo -no entendido sólo como consumismo-, cuando la producción cultural se ha abierto a nuevos caminos, cuando la oferta cultural se ha multiplicado en los sectores institucionales y privados, así como desde colectivos, organizaciones sociales, grupos independientes. No podemos hacerlo cuando ya no tenemos los mismos espacios, cuando no hay evaluación, cuando no existe en muchos de los medios un proyecto cultural.

El sector privado En su reciente visita a México, el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa se preguntaba por lo que los jóvenes de hoy leían y decía, con cierto desconcierto, que no entendía muy bien lo que les interesaba, pero que percibía que el ejercicio de la lectura tenía un fin para los jóvenes de hoy: el entretenimiento. Lo comparaba con lo que su generación buscaba: una suerte de lecturasguías, un ejercicio profundo del pensamiento, un compromiso. Por muchos años, el niño y el joven no fueron los públicos considerados por la producción editorial. Hoy sí lo son, pero es importante preguntarse por los motivos. En el caso de los primeros –los niños- ha habido un esfuerzo importante, desde editoriales del Estado y privadas, para desarrollar series, colecciones, temas que son espejo de las realidades familiares y sociales que no tienen el soporte tradicional de la bruja y el príncipe azul. En el caso de los jóvenes, empiezan a verse iniciativas acerca de ese ser confuso, inquieto, temeroso y rebelde que es el adolescente, sin embargo, siguen imperando los modelos europeos o estadounidenses en series que se continúan en el cine. Así, el adolescente, en particular, es un consumidor de entretenimiento al que las editoriales dirigen buena parte de su oferta. Hablo de esta producción editorial porque creo que lo que acontece en el sector editorial es uno de los cambios que merece más revisión, tanto como tema de reflexión o como ejercicio a analizar en las páginas o espacios de radio y televisión con que contamos. Las editoriales son empresas que tienen un lugar permanente, casi que incuestionable en los medios de comunicación. Pero su oferta constante encierra cierta trampa: la cantidad no revela calidad sino una necesidad –al modo de cualquier otra empresa del mercado- de estar presente, de moverse. Es abrumadora la producción de libros y no hay espacios en los medios, páginas, para tamaña producción. Si por un lado el periodismo cultural tiene entre sus responsabilidades hacer una fiscalización del actuar de las instituciones del Estado promotoras y difusoras de la cultura, debe también cuestionar el discurso, el tipo de productos que el sector editorial privado entrega. Es necesario que la agenda de nuestros espacios no esté regida por la del sector editorial porque sus tiempos, hoy por hoy, están ligados a coyunturas, a las competencias de ventas por el libro mejor vendido, a la necesidad de construir best sellers. La situación de los libros es como la de la distribución cinematográfica, donde hay un tiempo de exhibición marcado por la respuesta en términos de venta. El “úsese y tírese” aplica, igualmente, para este sector. En el arte también sale a flote un mercado, cuyas reglas, los galeristas, ferias de arte y subastadoras, intentan imponer en la agenda de los medios.

La difusión institucional El Estado –Conaculta, INBA, INAH, UNAM, UAM e instituciones de los estados- son promotores y difusores de una gran parte de la oferta cultural que existe en el país. Uno de los aciertos más importantes emprendidos por el periodismo cultural en los últimos años ha sido evaluar sus actuaciones, dar seguimiento a programas y vigilar los recursos que se destinan. Sin embargo, el trabajo de difusión de esas instituciones requiere revisarse porque, al menos desde finales de los años 90, las direcciones de las instituciones culturales se intentan empoderar a partir de cifras apabullantes que están hechas para disfrazar, ocultar, abrumar. Las nuevas posibilidades que brinda la ley de Acceso a la Información le han cerrado la puerta a los caminos que antes teníamos para obtener información. Cuestionamientos al INAH sobre, por ejemplo, el robo de arte sacro, terminan extraviados en los escritorios de los titulares del área de medios sin permitir nunca tener un panorama claro. Preguntas directas como a cuánto asciende el patrimonio artístico de la UNAM se entrampan en diversas direcciones. La información acerca de los sindicatos es secreto de Estado. Oficinas de prensa con cinco o seis veces el equipo de reporteros de los diarios, están armadas para el ocultamiento. La difusión también reparte cuotas de acuerdo con amiguismos. La difusión persigue la cantidad. La difusión debería ser entendida como otra forma de hacer periodismo.


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Nuevos agentes Con inconstante atención nos ocupamos de otros sectores, me refiero a temas de género, a la creación de parte de colectivos independientes, las expresiones juveniles y ONGs; algunas iniciativas aisladas están presentes en las páginas y en ciertos espacios de los canales del Estado –para nada, en los privados-. Estos grupos son los que, en la mayoría de los casos de manera marginal, nos están hablando de otras formas de consumo y de producción cultural. Hay que incluir en nuestras agendas esas voces y esos procesos que están en otras zonas de la ciudad, más allá del Sur y del Centro, y que están también en el país, un escenario minoritario en los medios. Si hablamos de cambios en la sociedad, el clima de violencia que vive el país, requiere que la información cultural dé cuenta de cómo la cultura –ya no entendida sólo como artes visuales, música, literatura, cine, teatro, danza- está cambiando ante el horror de la violencia. La doctora en ciencias sociales Rossana Reguillo Cruz, investigadora del ITESO, plantea que hoy por hoy el único sector que está ofreciendo a los jóvenes un modelo cultural –más allá de que lo creamos bueno o malo- es el narcotráfico. Cito: “Lo que el narco hace, y que no se quiere entender a nivel de política de Estado ni a nivel de discursos del presidente Felipe Calderón, es hacerle una propuesta cultural a esos jóvenes. El narco tiene una manera de hacerlos sentir importantes e incluidos, tiene una propuesta identitaria, así no nos guste porque es la del ‘machín’ y del sicario, pero ahí hay para estos jóvenes una sensación de trascendencia. Hay un México que es el de los jóvenes que están conectados, que están dentro del sistema y que tienen condiciones de desarrollo cultural, social, económico y educativo adecuados. Y el otro México, el mayoritario, está conformado por un ejército de jóvenes para quienes la cultura es un lujo difícilmente imaginable. Ninguna generación tuvo el nivel de oferta de hoy, pero también de manera inédita los jóvenes nunca han experimentado tales dificultades para llegar a tenerla”. Las páginas culturales deben abrirse a un tema que tiene que ver con el impacto de la violencia en los comportamientos y formas de relacionarse entre los jóvenes, sus modelos o la ausencia de éstos. Desde nuestros espacios conviene compartir las experiencias, analizar, no banalizar.

Si vamos a hablar de los retos que nos plantean las nuevas tecnologías, lo primero es formar equipos donde se combine el dominio de esas tecnologías con el conocimiento y la experiencia

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Las salas de redacción Son muchos los cambios que hoy enfrentamos los reporteros de las áreas de cultura en los distintos medios: recorte de espacios, reducción de equipos, fusión con otras secciones, cambios en la orientación de los diarios, desaparición del nombre, escritura de notas que nunca llegan a publicarse, disminución del tamaño de los textos para “dar juego” al diseño, desaparición de los suplementos culturales. La poca publicidad es el argumento a la mano, al igual que la certeza de que más tarde o más temprano vamos a migrar al mundo virtual. Mientras tanto, es preciso hacer autocrítica acerca de nuestro trabajo: no hacemos periodismo de investigación con la constancia y profundidad que se requiere. Tampoco está presente el debate en nuestros espacios con la suficiente apertura y continuidad. Nos guía una “agenda imaginaria”, que se rige por lo que él otro publicó, por ser los primeros. La investigación no es compartida: no seguimos la investigación del otro porque es nuestra competencia. Sin ánimo de excusar a los periodistas culturales –sabemos, cada uno, qué hemos hecho y qué hemos dejado de hacer-, creo en todo caso que, en la crisis actual, un problema de fondo es que no existe en nuestras secciones el equipo humano, capacitado y con experiencia, que la investigación y la crítica demandarían. Lo que ocurre en el periodismo cultural es parte de una cadena de recortes evidente en las empresas periodísticas; las redacciones han sufrido disminuciones de casi la mitad de su personal y hay una tendencia a la desaparición de los cargos de correctores de estilo y de secretarios de redacción. La imposibilidad de consolidar equipos que formen una agenda propia, que se refieran más a los procesos que a las coyunturas, no sólo acaba siendo un problema interno en un equipo sino que afecta a todo el gremio, sustrae impulso a la investigación de fondo, frena la profesionalización y nos hace cada vez más prescindibles. Si vamos a hablar de los retos que nos plantean las nuevas tecnologías, lo primero es formar equipos donde se combine el dominio de esas tecnologías con el conocimiento y la experiencia. El ideal que se nos pinta en la llamada migración al on line contempla una mayor posibilidad de espacios, pero el vertiginoso ritmo actual de los portales muestra que en el mundo virtual hay cada vez más una migración –para continuar con la figura- hacia la televisión y la radio. La inmediatez, la actualización constante, a destajo, y en menoscabo de temas de largo aliento, se ha convertido en tendencia. El mundo virtual, donde tampoco hay suficiente equipo humano, y sobre todo equipo experimentado, se rige por lo nuevo, replica la escala de valores informativos de las primeras páginas: Política, Espectáculos, Deportes.

En on line es necesario construir alternativas donde se fortalezcan y recuperen los espacios de servicio, los foros abiertos y los foros conducidos. Se pueden aprovechar estas herramientas para chats más constantes; generar, adoptar o invitar desde los propios medios a comunidades específicas para formar allí sus espacios; atender lo que se conoce como el periodismo ciudadano para que éste sea el principio de investigaciones. Conviene tomar en cuenta que el propio internet cambia demasiado pronto. Hace apenas 10 años desarrollábamos grandes proyectos en internet convencidos de que allí estaría la respuesta para múltiples contenidos y para la formación de comunidades, enceguecidos por la promesa del comercio electrónico. Muy pronto ese sueño se vino abajo y con él varias economías. A una década, vemos cómo ya no se trata de tener grandes grupos e infraestructuras en los portales sino que bastan unas cuantas horas y una detallada lectura de las instrucciones para formar espacios virtuales. Así es como mucha gente se está

comunicando y esas formas de hacerlo no están pasando por nuestros medios tradicionales. Pero mientras acabamos de hacer la mudanza al mundo virtual, muchos de nuestros espacios –algunos más confusos que otros- derivan en páginas sociales. Si en éstas, décadas atrás nacieron varias de nuestras secciones culturales, la tendencia en muchos casos es la vuelta. El oficio periodístico requiere mayor capacitación de nosotros, crítica y autocrítica. Tenemos mucho por aprender. Necesitamos repensar el periodismo, capacitarnos en nuestras áreas de trabajo, escuchar más lo que pasa afuera y no hacer el juego a las agendas institucionales o privadas. Sigo convencida de que como periodistas, culturales o no, estamos hechos para cuestionar y traducir, es decir para ser un medio -no protagonistas- para que las manifestaciones de colectivos, investigadores, artistas, escritores y ciudadanos puedan estar al acceso de todos los públicos.

Sonia Sierra Echeverry Periodista colombiana naturalizada mexicana. Estudió Comunicación Social- Periodismo en la Universidad Bolivariana de Medellín. Ha trabajado en periódicos desde 1990: en las páginas culturales de El Mundo, de Medellín, en la edición dominical y en cultura de El Tiempo de Bogotá, diario para el cual fue corresposal en México entre 1995 y 2003. En México ha sido reportera del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, directora del portal Calle22.com y reportera de Cultura en El Universal desde 2003, donde además es coeditora.


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El periodismo, en general, está en crisis, al igual que el sistema político mexicano

El periodismo cultural en el siglo XXI, y el derecho a informar


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a responsabilidad social del periodista se vincula al derecho del pueblo a estar informado. Pero esto parece haberse perdido en el ejercicio periodístico. En México, los medios de comunicación se han enfrascado en una absurda competencia comercial en la que sólo les importa los índices de audiencia o el número de lectores y ejemplares vendidos. Han perdido su responsabilidad social al difundir programas y noticias frívolos, de escándalo y escarnio, lo cual provoca que la población se acostumbre a enfocar su atención sólo en aquello que es banal, trivial y fatuo. El periodismo, en general, está en crisis, al igual que el sistema político mexicano. La noticia-espectáculo o la noticia-escarnio impuesta por el modelo del periodismo gringo; es decir, la información sin contexto, ni antecedentes, ni consecuencias es lo común en estos días. Aunado a esto, en nombre de la crisis económica y de la “restructuración” de los medios de comunicación, buena parte de los periódicos y revistas de circulación nacional han desaparecido sus secciones culturales o las han fusionado con las de espectáculos. Pero esta acción representa un retroceso para el periodismo nacional. Cuando un medio de comunicación elimina su sección cultural o le reduce sus páginas o la fusiona con la sección de espectáculos, contribuye a mantener la basura de programas de televisión que diariamente recetan a la población Televisa y TVAzteca. No sé en qué momento las secciones culturales dejaron de ser importantes para los dueños y directores de los medios de comunicación en México. Hace apenas una semana, en el encuentro internacional de periodismo cultural que organizó la UNAM, uno de los participantes decía que la Internet le había quitado lectores a la prensa escrita y eso había golpeado a las secciones culturales. Pero, en realidad, yo no considero que las nuevas tecnologías sean las que estén asfixiando a la prensa de papel. Me hubiera gustado que en este encuentro, los organizadores hubieran invitado también a los directores y, quizá, hasta a los dueños de los periódicos y revistas de circulación nacional para que, primero, dimensionaran la importancia de lo que se hace en las secciones culturales y, después, explicaran por qué ya no les interesa más -tener dentro de sus páginasuna sección cultural o un suplemento cultural o ambos; Acaso, ¿no les reditúa este trabajo?, ¿no aporta nada a la información general?, ¿los periodistas de cultura son de segunda categoría o no saben trabajar?, ¿no les interesa que la sociedad pueda acceder a otro tipo de noticias que no sean el espectáculo o el shalalá?, en fin. Pero lo que sí he visto es que para buena parte de los directores de los medios, salvo sus honrosas excepciones, las secciones, suplementos y noticieros culturales son una especie de regocijo, al considerar que son la “parte

amable” del periodismo porque “ahí no hay broncas, ni nada qué investigar”. Basta con entrevistar al bailarín del momento, al músico famoso, al imprescindible escritor del sexenio, al poeta de moda y, por supuesto, a los funcionarios de las dependencias culturales para llenar las, de por sí, escasas páginas culturales y no perder la publicidad gubernamental. Pero la importancia del periodismo cultural radica en la posibilidad de que la sociedad, tenga la opción de acercarse a expresiones distintas a los pueriles y vacíos programas que día a día transmiten las televisoras. Quizá la crisis financiera por la que atraviesa el país y -en particular- los medios de comunicación, nos obliga a realizar otro tipo de periodismo. Pero no hay por qué desaparecerlo. A través de las páginas y noticieros culturales podemos allegarle información a la sociedad para que comprenda un poco más lo que sucede en el país: la impunidad, la inseguridad, la militarización, el vacío de poder, etcétera, debido a que los reporteros de la fuente están en contacto con los científicos, académicos, investigadores y demás intelectuales, artistas, cineastas y escritores que, desde su campo, analizan lo que ocurre. Es verdad que la cobertura diaria de la información nos hace perder el trasfondo de muchas de las noticias que cotidianamente se generan. Pero también son pocos los editores que alientan el periodismo de investigación porque quizá es más rentable llenar las páginas con notas cotidianas y se deja a un lado lo que realmente existe detrás de la noticia. Aun así, los reporteros de las secciones culturales hemos comprendido que no podemos quedarnos como simples recolectores y transmisores de información, sin detenernos a analizar lo que ocurre en la realidad nacional. A través de la investigación, entrevistas, denuncias, testimonios y dando cobertura a la noticia diaria las páginas culturales también han reflejado la nata de impunidad que existe en el país. El trabajo no ha sido fácil. Los funcionarios, empresarios y hasta intelectuales involucrados siempre justifican su actuar y, al sentirse vulnerados por la investigación periodística, cierran los canales de información y arremeten -con diferentes artimañas- contra quienes pretenden poner en tela de juicio su administración. Por fortuna, el reportero ha encontrado otros canales que le llevan a completar la historia. Así, en la última década de la centuria pasada y la primera de este siglo XXI, los reporteros de las secciones culturales hemos desenmascarado a, por ejemplo, Octavio Paz, Héctor Aguilar Camín, Enrique Florescano, Gonzalo Celorio, Enrique Krauze, Eduardo Matos Moctezuma, Rafael Tovar y de Teresa, Teresa Franco González-Salas, Sari Bermúdez, Sergio Vela, Teodoro González de León, Enrique Norten, Reyes Tamez Guerra, y más reciente-

mente, a Teresa Vicencio, Consuelo Sáizar, Alonso Lujambio y José Manuel Villalpando. En las páginas de las secciones culturales se pueden consultar los casos perfectamente documentados de, por ejemplo, la construcción de la megabiblioteca José Vasconcelos, un oneroso inmueble que le costó al pueblo de México más de 2 mil millones de pesos, a pesar de que no funciona para lo que se había planeado. También el caso del programa Enciclomedia que pretendía instalar equipo multimedia en 126 mil salones de quinto y sexto grados de primaria, solicitándose para ello 25 mil millones de pesos a ejercerse de 2001 a 2010. Ahora, está cancelado por las múltiples irregularidades financieras y porque el entonces secretario de Educación, Reyes Tamez Guerra, ni siquiera previó que en buena parte de los salones escolares no hay luz para conectar las computadoras. Asimismo, se puede dar seguimiento de los destrozos que el arquitecto Enrique Norten recientemente causó con su “intervenciónremodelación” al Museo Universitario del Chopo y la imposición del arquitecto Teodoro González de León con su diseño del Museo Universitario de Arte Contemporáneo dentro del Centro Cultural Universitario, a pesar de que ese inmueble rompe con todo el conjunto arquitectónico. En las páginas culturales también han quedado registradas la destrucción de los murales en el legendario Casino de la Selva de Cuernavaca, Morelos, ahora convertido en una monumental plaza comercial Cost-Co; la irracional y costosa construcción del Centro Nacional de las Artes que ahora padecen alumnos, maestros, investigadores y artistas por su infuncionalidad; los viajes internacionales y en primera clase que Sari Bermúdez realizó con cargo al erario público cuando fue presidenta del Conaculta, práctica que continuó su predecesor, Sergio Vela hasta que renunció; la conversión de las zonas arqueológicas en jugosas escenografías con juego de luces para los conciertos de los artistas que promueve Televisa; el uso de los monumentos históricos para fiestas particulares, como la cena-show que Martha Sahagún de Fox realizó en el Castillo de Chapultepec con el cantante inglés Elton John, acción con la que capitalizó su Fundación Vamos México sacando un provecho sin precedente de 102 millones 300 mil pesos. Tan sólo en este 2010, las páginas culturales documentaron -de distinta forma- los onerosos gastos para los festejos del bicentenario de la Independencia, un rubro que el mismo Felipe Calderón había clasificado como “información reservada durante 15 años”, pero que debido a la presión de las solicitudes de información que ejercimos los reporteros de la fuente y diversas organizaciones sociales, a través del IFAI, se logró abrir la cloaca que hoy conocemos.


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Hay muchísimos otros casos que se han documentado en las páginas culturales que dan ejemplo de lo que, considero, ha aportado el periodismo cultural a los medios de comunicación en el siglo XXI. Ahora se cuenta con más herramientas para acceder a la información, ante la negativa de funcionarios a proporcionar datos fidedignos. Las leyes de transparencia han contribuido a abrir otros canales y a que la sociedad no renuncie a su derecho a estar informado, aunque el camino del acceso a la información, a través del IFAI, aún es tortuoso. Un ejemplo es el reportaje publicado ayer sobre las ganancias de los conciertos de Plácido Domingo, Sarah Brigthman y Elton John en la zona arqueológica de Chichén Itzá, trabajo que me llevó seis meses para obtener datos oficiales y lograr sistematizar la información. Aunado a esto, aún prevalece el interés particular de los dueños de los medios de comunicación que anteponen la obtención de buenas planas de publicidad gubernamental y de la iniciativa privada, antes de tocar a funcionarios y empresarios con el pétalo de una nota. He escuchado testimonios de compañeros, cuyas investigaciones han sido frenadas por los editores o directores de los periódicos en los que laboran para evitar conflictos con sus anunciantes y, en ese sentido, les dicen a los reporteros: “No te pelees con los funcionarios” o “Si lo que esos funcionarios están haciendo no es ilegal, ¿por qué seguir publicando ese caso?” Es decir, buenas investigaciones son frenadas por esa relación prensa-poder y también porque los medios de comunicación padecen el ahogamiento de recursos y la negativa gubernamental de dar publicidad a quienes lo critican. Esto es lo que realmente está asfixiando a la prensa de papel y, en particular, al periodismo cultural. Pero hay otro mecanismo que impide el desarrollo del periodismo: la situación laboral de los reporteros. ¿Quién pude desempeñar bien su trabajo, si vive con la incertidumbre de si va a recibir o no su sueldo completo en la quincena? Esto está pasando en muchos medios escritos y electrónicos. De acuerdo con Nelly Olivos, aproximadamente 30 mil periodistas laboran en las casi dos mil estaciones de radio y televisión, en los cientos de publicaciones periódicas y en los nuevos medios multimedia (Internet) “en condiciones laborales adversas”. Este año, la Comisión Nacional de Salarios Mínimos fijó el sueldo de reportero en 172 pesos diarios para los informadores que laboran en el “Área A” (esto representa cinco mil 160 pesos al mes); 167.79 pesos diarios para los “del Área B” y 162.92 pesos diarios para los del “Área C”. Pero esto es sólo para los de prensa escrita, quienes trabajan en radio, televisión y la Internet no están reconocidos dentro de los salarios mínimos profesionales.

Esa misma comisión de salarios, establece una remuneración de 77 pesos diarios para un ayudante-albañil, pero 200 pesos para el sueldo de un maestro albañil. Esto nos da una idea de lo que sucede en nuestro país con los salarios de los periodistas. Tan sólo un reportero de cultura de Radio Educción o del IMER -que por cierto en este coloquio no están representados, pese a la riqueza de su experiencia- tiene un sueldo que apenas supera el mínimo nacional. Por ejemplo, todos los reporteros de Radio Educación tienen un sueldo base de tres mil 400 pesos mensuales y debido a la irregularidad en la estructura laboral se les agrega una “compensación” que fluctúa entre los mil 200 y dos mil 500 pesos por haber realizado supuestos trabajos alternos a su actividad. Así, hay quincenas que se les paga como si hiciera labores de un guionista, otras como musicalizador, unas más como operador de audio y otras tantas como asistente. Otra forma de hacer un poco más decoroso su sueldo es añadiendo la “ayuda para transporte” de mil 400 pesos que les otorgan cada mes, pero que tienen que declarar al fisco. Cuando los reporteros trabajan los fines de semana que, de acuerdo con su sistema de “guardias”, es una vez cada mes, se les gratifica con un pago de 540 pesos. Cuando alguien

Buenas investigaciones son frenadas por esa relación prensa-poder y también porque los medios de comunicación padecen el ahogamiento de recursos y la negativa gubernamental de dar publicidad a quienes lo critican

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está en apuros, le pide a quien se deje que le permita cubrir sus “guardias” para obtener un poco más de dinero. Esto es en radio, pero, ¿cuántos casos conocemos de reporteros que, con tal de tener un espacio dónde publicar, aceptan entregar su trabajo sin recibir remuneración alguna? Y ¿qué pasa con los llamados free lance que reciben un pago por el trabajo entregado, pero carecen de toda seguridad social que los sustente? Un corresponsal de un periódico nacional me comenta que le pagan 150 pesos por nota publicada en información general. Ellos pueden enviar lo que sea, pero depende del editor el que se publique o no; es decir, trabajan para ese medio, pero no así reciben la remuneración que les corresponde. La mayoría de los medios de comunicación escritos y electrónicos carecen de sindicatos -sólo un tres por ciento cuenta con unoporque el modelo neoliberal vendió la idea de que ya no eran necesarios, debido a que la empresa haría el reparto de utilidades cada

año. Pero este sueño guajiro se esfumó de inmediato: las empresas sí obtienen utilidades, pero no las reparten entre los trabajadores. Siempre encuentran excusas para justificar la no entrega. En México se calcula que sólo el cinco por ciento de los reporteros reciben utilidades, pero en esas empresas se ha roto la camaradería y el compañerismo porque se “premia” la alta productividad, la nota de ocho, la primicia… Todos están en competencia, como si la información fuera una simple mercancía. Y qué decir de los aguinaldos, aunque es un derecho de todos los trabajadores, ahora, las empresas sólo entregan la mitad y el resto nunca llega. Y hablo de los reporteros porque otra es la situación de los directores y la de la mayoría de los editores de periódicos, revistas, estaciones de radio y de televisión, a quienes sí les fluyen los altos ingresos por nómina y por publicidad, así como por utilidades. Los sueldos entre un editor y un reportero son abismales, y qué decir de un columnista, un locutor y un

reportero donde los casos llegan al extremo. Ya sé que me dirán que estoy cayendo en la lamentación concurrente que siempre se escucha en los encuentros. Sin embargo, estas son las condiciones laborales en las que se desarrollan los periodistas del siglo XXI y son una de las principales causas por las que están desapareciendo no sólo las secciones y noticieros culturales de periódicos, revistas y medios electrónicos, sino los mismos reporteros de cultura que emigran hacia otros lugares para trabajar en secciones distintas o, de plano, se incorporan a las direcciones de comunicación social de las dependencias gubernamentales. Lo que nos queda es seguir como periodistas sin prisa y con memoria.

Carmen García Bermejo Egresada de la Facultad de Estudios Superiores Aragón de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde terminó la carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva. Con 22 años de trayectoria profesional, inició su trabajo en 1988 como reportera de la revista Hechos Mundiales. De 1990 a 1996 fue redactora, editora y reportera de la Agencia Mexicana de Noticias (Notimex) y, en ese periodo, también fue reportera del noticiero Hoy en el Mundo, transmitido por Radio UNAM, y del suplemento cultural Comala, del periódico El Financiero (1993-1994). Ha sido colaboradora del periódico Summa, de la revista Mira (dirigida entonce por Humberto Musacchio), de la revista De Par en Par (dirigida por José Reveles), de la revista Milenio, del periódico El Mexicano de Tijuana, Baja California, y de la última época del Suplemento Cultural Dominical del periódico El Nacional. Asimismo, ha sido colaboradora de la revista Derecho y Cultura, editada por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y la Academia Mexicana para el Derecho, la Educación y la Cultura AC. De 1999 al año 2000 fue reportera de la revista Coyuntura, dirigida por la economista Rosa Albina Garavito. Desde 1996 es reportera de la sección Cultural del periódico El Financiero donde desarrolla el reportaje de investigación y diversos géneros periodísticos, al tiempo que es colaboradora de la Revista Mexicana de Comunicación (versión electrónica) de la Fundación Manuel Buendía. También es autora del libro: 25 Infamias Culturales/1988-2008.


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La profesi贸n del periodismo se ha pulverizado

Algo sobre periodismo y promoci贸n cultural


Mรกs allรก de las pรกginas culturales. Reporteros y promotores culturales

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Antes de hablar de mis andanzas en la promoción cultural debo decir que este 2010 estoy cumpliendo 25 años de ser periodista cultural. Empecé a colaborar en 1985 en el diario unomásuno, gracias a la generosa invitación del maestro Huberto Batis; después en 1989 pasé a El Universal, donde permanecí once años como reportero de la sección de Cultura y posteriormente he rodado por otras redacciones. No los voy a aburrir con mi trayectoria, pues como dijo del amor el gran Héctor Lavoe, “es un periódico de ayer, sensacional cuando salió en la madrugada, a mediodía ya noticia confirmada y por la tarde materia olvidada”. Estoy aquí, gracias a la invitación que me hizo mi amigo Edgard Hernández, periodista de Excélsior, a quien conocí hace una década en El Universal, para hablar sobre las actividades de promoción cultural que he hecho al margen de mis tareas como cronista urbano y reportero cultural. Como todos saben, los medios de comunicación han sufrido en las últimas décadas transformaciones, en parte, por la entrada de las tecnologías digitales, en parte, porque la gente lee cada vez menos, o lee mucho, pero ya no lo hace de la manera tradicional en el vehículo impreso. Así las cosas, las redacciones se han transformado y los reporteros ya no envejecen y se jubilan en las redacciones de los diarios y revistas. Ahora éstos y éstas son administrados ya no por editores que antes fueron periodistas sino por “funcionarios” de la empresa, gerentes versados en la cultura de la productividad y la eficiencia. A uno de estos individuos no se le puede hablar de dolores en los pies o tensiones en el cuello, y de cómo se hace para darle más “punch” a una entrada, porque sólo les interesa la cantidad sobre la calidad y, eso sí, que salgan bonitas las fotos. Con esto quiero decir que no la profesión misma pero sí el oficio de redactor se ha pulverizado, como lo ha hecho también el concepto mismo de “redacción”, que ahora es ubicua y con horario de 24 horas, si no me creen pregunten a los blogueros cuántas horas pasan frente a sus pantallas. Los reporteros en general, y los de cultura en particular, nos hemos tenido que reconvertir en trabajadores con varias funciones, es decir, en milusos del periodismo y sus vertientes, por dos razones, para sobrevivir y seguir de alguna manera ligados al devenir de la cultura. Así, algunos compañeros, entre los que me cuento, hemos pasado a ser jefes de información o de prensa en las instituciones culturales (INBA, Conaculta, Cervantino, INAH). Otros periodistas de impresos han saltado a la televisión, los menos, y también a la radio, nunca al revés. También nos hemos vuelto, agentes de relaciones públicas, apoyando en la difusión de artistas de todo tipo: músicos

de rock, cantantes y artistas visuales, como es mi propio caso. Otros más, de lleno, se han metido a la promoción y producción de la cultura, organizando festivales, muestras de artistas y otras actividades culturales. Algunos compañeros se han metido a la docencia que, aunque mal pague, los mantiene a flote. Los que permanecen fieles a la pluma ven estas actividades de soslayo, si no es que con franco desprecio. Quiero decirles a ellos, que también hay vida fuera de las redacciones y que el mundo se mira distinto del otro lado del mostrador, lo que nos da mayor perspectiva y un sentido más completo de la profesión. Estoy aquí, como dije, no para hablar de lo escrito y publicado, sino de lo que he estado haciendo cuando no escribo, y que se puede contar sin ruborizarse. Es decir, mi Taller de Periodismo Cultural, que este 2010 cumple 20 años, y también de la promoción que he hecho de la galería de performance La Casa de la Niña, desde 2004.

Taller de Periodismo Cultural Comencé a dar el taller a petición de unos compañeros de la redacción de Cultura de El Universal, que veían que a mí no me rechazaban tantos textos como a ellos. Les propuse reunirnos una tarde por semana y revisar casos concretos. Debo aclarar que yo, como escritor, soy producto de los talleres literarios; así que no me fue difícil reproducir el modelo. También un maestro de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM me dijo “si quieres aprender algo realmente, enséñalo a otros”; seguí su consejo. Primero fue en el café de la Librería Reforma donde cada quien pagaba su bebida favorita y yo hablaba de lecturas, de crónicas y entrevistas en las secciones de cultura y de cómo hacer mejores textos, fusilándome técnicas literarias de mis clases en la UNAM. Después tiraron la Librería Reforma para construir un hotel y pasamos a los cafés de Nadie, de la Casa de las Brujas, Las Hormigas y finalmente a La Habana. A partir de 1994 y hasta la fecha, el Taller de Periodismo Cultural se imparte formalmente en el Museo Universitario del Chopo. Con 50 alumnos en promedio cada año, por el taller han pasado cerda de mil personas. Algunas de éstas se han convertido en periodistas de los principales medios impresos y electrónicos de la capital. No voy a revelar nombres, con que ellos y yo lo sepamos basta y sobra. Como dije “para poder enseñar tuve que aprender” y así desarrollé mi propia metodología, pues una cosa es estudiar Ciencias de la Comunicación o Periodismo a secas, otras hacerlo cotidianamente y otra muy distinta enseñarlo. Así, tuve que desentrañar en manuales y la propia experiencia el libro, aún no escrito, de las

redacciones, a saber, traducir las frases hechas, las entonaciones de voz y los gestos de los editores. También encontrar atajos y explicaciones lógicas a la existencia –y pervivencia– de los principales géneros periodísticos de información; para después inventar un arsenal de ejercicios prácticos, para mostrarles los enfoques y soluciones que editores y reporteros concensan día a día para contarnos “su versión” del mundo. Mi taller ha introducido en los vericuetos del llamado Periodismo Cultural al curioso, al desempleado, a la ama de casa, al estudiante y al profesor. Con edades desde los 16 hasta los 83 años, mis alumnos han realizado las humildes tareas que los redactores de noticias hacemos cotidianamente para ganarnos la vida. El grueso de los alumnos ha sido, sin embargo, de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la propia UNAM, que ven en mi taller un complemento a un ambicioso programa de estudios que desdeña el trabajo de campo. A lo largo de estos años he conocido a magníficas personas, algunas con el talento nato de la escritura, otras más con la voluntad férrea de abrirse paso en el competitivo mundo de los medios de comunicación. Debo aclarar que el mayor beneficiario de esta humilde tarea he sido yo mismo. Después de estos años creo que algo he aprendido de mi modesto oficio y eso, y nada más, es lo que trato de infundir en mis oyentes. Lo he hecho con la convicción de que no está mal pulir, limpiar, ordenar, lo que ya se ha empezado. Los talleres pienso que son eso: descubrir o potenciar el talento, abrir a los participantes a nuevas perspectivas.


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La Casa de la Niña Como reportero cultural (El Universal, Milenio Diario o Canal 22) siempre me mantuve cerca de un arte nuevo: el llamado performance o arte acción, que generalmente se presentaba en el Museo del Chopo, Ex Teresa Arte Actual y otras galerías y museos, así como en espacios independientes como Caja Dos, Epicentro, La Quiñonera, cuando no en la calle. Sobre el performance he escrito y publicado entrevistas y crónicas, dado conferencias, tomado fotografías o, bien, presenciando como simple, agradecido, espectador. Algunos de mis mejores amigos han sido y son performanceros. El 11 de septiembre de 2004, la artista visual Niña Yhared (1814) inició en su casa-estudio la galería independiente La Casa de la Niña (Buenavista 36, Barrio del Niño Jesús, Coyoacán), especializada en la presentación y difusión de performance. La propuesta era simple: hacer una vez al mes la Noche de Performance en la que se mostrara el trabajo de cuatro o cinco artistas o grupos dedicados al arte acción. La directora, Niña Yhared –escritora, pintora, dibujante y performancera ella misma– invitaría a otros artistas y haría la curaduría de los temas a desarrollarse. A mí me toco hacer el proyecto de difusión y comunicación del lugar, con el objetivo de salir, a través de los medios, a encontrar un público para esta expresión artística, desconocida por las mayorías.

En este espacio independiente se presentaron artistas reconocidos nacional e internacionalmente: Nahum Zenil, Mónica Mayer y Víctor Lerma, Arturo Guerrero y Marisa Lara, Lorena Méndez, Miguel Ángel Corona, Azizgual “El Clown”, Hugo Corripio, Anadel Lynton, Pancho López e Israel Cortés, entre otros. También artistas emergentes: Thereza López, Quetzal Belmont, Demian Elsor, Alice Mosanghini, Edgar Ávila, Esmelyn Miranda, Margot Montoya, Deva Ibu, Tonalli, Ozcorozco, Verónico, Valeria Moeller, Selene Beltrán, Dulce Chiang y los colectivos Caravana 69, Multiusos y Sonido Changorama. En un ambiente relajado, como el de una fiesta cualquiera, de pronto se apagaba la música y sucedía una acción de uno o varios performanceros. Parte del éxito de este proyecto es su concepto de autogestión: todos los involucrados deben aportar algo, ya sea en especie o trabajo en equipo, para enriquecer el objetivo común. Lo más loable de este proyecto, que no cuenta con presupuesto oficial, ha sido el apoyo desinteresado de más de cien artistas de performance que han mostrado su trabajo, obteniendo difusión de su propuesta artística y reconocimiento del público. Algunos de los temas han sido: “Homenaje por la caída de las Torres Gemelas de Nueva York” (2004); “Performance de mujeres. Homenaje a

las muertas de Juárez” (2004); “Amor y desamor” (2005); “Brujos magos y chamanes. Performance ritual” (2005); “Cuerpos desnudos. Una mirada a la piel” (2006); “Género y violencia. Performance de mujeres” y “Performance Fetish”, sólo por mencionar algunos de los más exitosos. A lo largo de seis años , La Casa de la Niña ha presentado en su sede de Coyoacán cerca de 40 noches de performance, además ha extendido sus actividades a las ciudades de Oaxaca y San Luis Potosí y, en la ciudad de México, en el Cabaret Bombay, Hotel Virreyes, Salón Covadonga, Centro Nacional de las Artes y Casa del Lago, en el Bosque de Chapultepec También La Casa de la Niña ha unido sus esfuerzos en dos ocasiones con el Festival Performagia, que se organiza en el Museo Universitario del Chopo. Ha producido los espectáculos: Cabaret Performance y Venus Cabaret. En junio de 2010, organizó la muestra internacional Polvo al polvo. Recuerdos del desierto, curada por la artista Laura Milkins, con diez performanceros y videoastas de Arizona, Estados Unidos, para hacer un comentario artístico sobre la polémica ley SB0170. A lo largo de estos años, La Casa de la Niña se ha convertido en un referente urbano, ha logrado que su información fluya a través de los medios de comunicación y, lo más importante, ha conseguido un público para sus artistas.

Jorge Luis Berdeja Ha escrito crónicas, entrevistas y reportajes, así como cuentos, para importantes revistas y periódicos como El universal, Milenio, Generación y el suplemento Confabulario de El universal; también hizo reportajes para televisión en Canal 22. Ha recibido premios y distinciones como el primer lugar en crónica del Primer Concurso de Cuento y Crónica del STC Metro (1996), y el Premio Nacional de Periodismo Cultural “Fernando Benítez” (1998), que otorga la Feria Internacional del Libro (FIL), de Guadalajara. En 2001, publicó su libro de relatos Por qué me quité del vicio, en la colección El Altar de Venus de la Editorial Colofón. También ha sido jefe de prensa del Festival Internacional Cervantino y promotor de diversos artistas a través de su agencia de medios Art Press. Desde 1990 ha dado cursos sobre periodismo cultural y géneros periodísticos a estudiantes de Ciencias de la Comunicación de la UNAM, de universidades privadas y escuelas de periodismo como la “Carlos Septién García”.

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PRIMER COLOQUIO HISPANOAMERICANO DE PERIODISMO CULTURAL

La crisis de las secciones culturales se halla en su propio origen

Interrogantes en torno al llamado periodismo cultural


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a mera existencia de un coloquio como este, en torno al cual nos hemos congregado, se disuelve, va desmoronándose, se torna grumosa, humo entre el humo, con una sola pregunta, básica, que debiera definirnos y darnos existencia, tangibilidad, peso específico: ¿existe, en verdad, el periodismo cultural? La cultura espejea a la sociedad. Es su reflejo fiel. Es, mediante ella, que descubrimos no sólo la cartografía de quienes la relatan, la piensan y la reconstruyen, sino la de todos los que la integramos. Cultura es un término que suma, que congrega, que aprisiona. Es variado, poliédrico, múltiple, permisivo e incluso facineroso para los que pretenden uniformarla, pasarle una plancha de concreto encima, delinear su rostro. Porque es inasible de tan amplia, interminable de tan variada. Es la suma de lo que somos. Pero no cuando, como ocurre en la presente edad, va agudizándose una profunda crisis que paraliza y derruye las otrora firmes edificaciones sociales como el Estado-Nación, la República, la democracia, las bellas artes o la alta cultura, las cuales no sobrevivirán a menos que sufran una fortísima reelaboración, una reinvención o que sean sustituidas por organismos nuevos. Mientras tanto, se acaban los asideros en torno a los cuales fue definida esta especialidad, este oficio. Creo, al menos, que al ejercer este ámbito de acción, nos convertimos en alumnos privilegiados de una educación sin fin y desmedida. La cercanía con los creadores, con los pensadores y los intérpretes especializados, debiera a la larga permitimos hacernos preguntas, ser autocríticos de nuestro entorno y plantearnos una serie de dudas, de puntos negros, de casi imperceptibles contradicciones que la rutina diaria y las fuertes cargas de trabajo nos hacen olvidar con una temible facilidad. Lo importante, pienso, no es la cercanía con el arte o con el poder cultural, sino la interrogación en sí, la posibilidad de explorar el ámbito de lo que somos y lo que hacemos, de lo que nos conforma y lo que conformamos, de lo que ahora es, de la interpretación de lo ocurrido y de lo posible en lo sucesivo. Lo que sigue, es una –espero– no tan larga lista de preguntas respecto del llamado periodismo cultural. Se realiza el periodismo cultural solamente en las redacciones de los grandes diarios, en las islas de edición de televisoras y en los estudios de las radiodifusoras –públicas por lo regular y muy escasamente en las privadas? Al llamarle así se implica, inadvertidamente, que miles de escritores y de hombres de cultura –y también de letras, de ciencias, de artes, de leyes, de historia– que han ejercido el periodismo, no son admitidos en este aislado club. Los pioneros del periodismo –incluido el mexicano–, se contaban entre los hombres más ilustrados de su época, de los más enterados e influy-

entes para el pensamiento colectivo en la emergente nación decimonónica. Porque ellos, al publicar, comunicaban sus ideologías, posturas, acontecimientos. Sus ideas, en resumen. Claro, indefectiblemente aparecen enlistados como los precursores en toda historiografía del periodismo cultural. Pero sus sucesores no debiéramos ser nosotros, sino, paradójicamente, los especialistas a los que ahora recurrimos como fuente de información, e incluso los divulgadores de sus disciplinas. Debiéramos comenzar por interrogarnos si el oficio de entrevistar escritores, músicos, poetas, sociólogos, historiadores; de reportar conferencias y simposios; de reseñar ópera y puestas escénicas, de confeccionar carteleras y recomendaciones disco y bibliográficas, está bien bautizado. ¿No habría que buscarle un nombre más apropiado? Todo periodismo bien ejercido es cultural. Entonces, para qué aislarnos en la cuarentena de unas pocas secciones, suplementos, estaciones radiodifusoras, canales televisivos y páginas electrónicas cada vez más anémicas y raquíticas. Claramente hay vida más allá de los mínimos despachos que ofrece el periodista cultural. El periodismo cultural mexicano, como lo conocemos actualmente, surgió en tiempos demasiado recientes. Todavía a inicios de los años setenta, acudir a exposiciones y conciertos, reseñar los libros recién editados o acudir a los festivales culturales en ese entonces recién inventados, era propiedad de las secciones de sociales. Aparecían entre bodas, bautizos y recepciones. Por tanto, era un castigo para los diaristas especializados en política, deportes o en los hechos criminales. Los periodistas desdeñaban cubrirlo, lo consideraban un espacio para “las viejas y los jotos”. A cambio, existía ese espacio olímpico en las alturas, que sólo las grandes plumas y los afamados creadores mexicanos podían

Acríticos, abúlicos, exangües, nos comportamos demasiado dócilmente ante la inamovible y durísima invención de un directorio de artistas y burócratas validados por el propio régimen del subsector cultura federal

respirar, ¡tan escaso era el oxígeno en esa atmósfera!: las influyentes vitrinas de los suplementos de cultura regidos por los intelectuales, jamás no por el obreraje que, años después, viviría de los despachos enviados en torno a sus personalidades. Creo, firmemente, que el modelo sobre el que se inventaron estos espacios va extinguiéndose por sí mismo, pues ya se encuentra agotado. Era una fórmula fallida desde su mismo bautizo que, por lo tanto, había de malograrse en su edad adulta. Las pruebas están a la vista al abrir cualquier periódico, al sintonizar los horarios estelares de las televisoras, al atender en el micrófono a las voces estelares: no encontraremos a prácticamente ninguno de los participantes de estas mesas, de este coloquio, entre reporteros, editores, locutores y redactores que ocupan los poco visibles espacios culturales, tan imperceptibles para las grandes audiencias. Es quizá su nimiedad, ahora que lo pienso, el afortunado rasgo que les ha salvado de ser destruidos, extintos. La primera causa de la actual crisis de las secciones culturales se halla en su propio origen. Cultura es un término mal aplicado. En realidad son secciones dedicadas a las artes y no a la actividad humana en general. Les importa mucho más el premio Nobel de Literatura o la Palma de Oro al Mejor actor que el gran tesoro de la lírica popular campesina, heredera directa del Siglo de Oro hispano. Mucho más, claro, la grilla en torno a la nueva batuta de la gigantesca Orquesta Sinfónica de Santa Cecilia Patrona de los Músicos de Frac que los miles de virtuosos violinistas que ejecutan sones de la tradición huasteca y cuya técnica instrumental preserva la tradición de los siglos barrocos, de tiempos de Vivaldi y de Bach, pero también de Gutiérrez de Padilla o de Jerusalem. Miramos, admirados hacia el otro lado de la Mar Oceana y muy escasamente a la profundidad y valores de nuestro entorno. Habría, de inicio, que definir las artes y las culturas y redefinir nuestra actividad. ¿No será esta, más bien, una forma de ejercer el periodismo más que una especialidad en la manera de abordar la información? ¿No debieran llamarse las secciones de culturas, así en plural? No, porque desgraciadamente en México no reflejan, ni siquiera ínfimamente, la inmensa creación de cultura, de arte, de tradiciones y de pensamiento, que esta nación produce. Acríticos, abúlicos, exangües, nos comportamos demasiado dócilmente ante la inamovible y durísima invención de un directorio de artistas y burócratas validados por el propio régimen del subsector cultura federal. El rasero para que un artista o un creador o, vaya, un promotor oficialista quepa en nuestros mínimos espacios y le otorguemos importancia mayúscula como para reparar en ellos es esa elitista nomenklatura al más


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puro estilo soviético, que cíclicamente recibe las becas estatales provenientes del erario público; que es programada en los espacios institucionales –es decir, festivales, ciclos, programas anuales y ediciones con sellos oficiales– también pagados por el dinero de esta nación; que es enviada al extranjero en misiones diplomáticas y embajadas como parte de una política pública, e incluso recibe homenajes y premios del propio Estado. Una élite decide y controla los presupuestos para la cultura y las artes. ¿Ese es nuestro rasero? ¿Carecemos, como periodistas, de criterio estético, de saberes válidos, de sentido común? Obedientes, damos los tan exiguos espacios que restan para convalidar, para corroborar las decisiones institucionales, políticas? ¿Es eso el arte? ¿Son esas las culturas de nuestro entorno? En un país corrupto, oligárquico, dictatorial e incluso, afirmo, de un acendrado y casi milenario clasismo y racismo, como es este México, ¿es permisible un periodista acrítico, sumiso y acéfalo? Algunos responderán que desnudan las corruptelas de los funcionarios menores y mayores, que actualmente se ha logrado mayor crítica y libertad para abordar lo que alguien, ya fallecido, llamó la fuente informativa de la política cultural. Empero, finalmente nuestra mira está puesta, indefectiblemente, en esos mismos funcionarios, en esas mismas decisiones suyas, en esas validaciones y coronaciones seculares de ciertos artistas favorecidos. No sería más importante quitarles la mirada y entonces, voltear a la realidad de esta nación y no de sus élites. ¿Para qué criticar al político que detenta el poder y el presupuesto si la impunidad campea entre nosotros? ¿No sería mejor ignorar a la funcionaria que solamente puede admirar a los artistas porque no comprende el arte? ¿Minimizar las nimiedades de otra zarina de la cultura mexicana cuyo ejercicio despótico sólo se concentra en abrir más librerías y en dominar a los creadores que se han vuelto esclavos del presupuesto y las becas, más que del contacto con su público? ¿Para qué ocuparse de un consejero caído en desgracia ante el poder de una presidencia impuesta, que era políglota, sí, pero que dominaba el catalán, el italiano y el francés, jamás el náhuatl, el purépecha o el otomí? Además del latín y el francés, el tan vilipendiado cura Hidalgo sabía esas lenguas, más conciente de su propia patria, aún por declararse, que el actual funcionarato con la vista tan puesta en las políticas culturales y las insfraestructuras culturales europeas. ¿Hemos de seguir validándolos en su ciego colonialismo artístico, cultural e intelectual? Una disputa acompañó la invención reciente del periodismo diario de cultura: los espacios deberían ser ocupados por los periodistas profesionales, es decir, aquellos que cursaron estudios universitarios. Los escritores y otros diletantes

Yo nombro el exilio periodístico a todos aquellos que ejercitaron el oficio, lo afinaron,comprendieron el medio y sus figuras, con algo de suerte, dominan ortografía, sintaxis y hasta los más inauditos de los dones en el periodismo: el sentido común y la ética culturales debían quedar fuera, ser desterrados por el terrible pecado de omisión, por su autodidactismo, por falta de título académico. Un hecho resulta evidente: las escuelas de periodismo no preparan a fondo a los futuros periodistas en ninguna especialización del conocimiento, pues se ocupan mayormente de la técnica y de la teoría. Y esa formación revienta en el escollo que significa la realidad, el día a día de este oficio. Pero en el caso de las artes y del pensamiento, la malformación es todavía más grave, los vacíos más dolorosos, el terror ante los artistas, filósofos, antropólogos e historiadores es total. Eso provoca una sumisión indigna, en un campo que debiera apelar a las ideas, al conocimiento, a la sensibilidad y a la conciencia. Al ser un oficio donde, insisto, se mueven ideas, relatos, técnicas y lenguajes demasiado específicos, el espacio necesario para tratar esa información con cierta justeza debe,

forzosamente, ser más amplio que el de otras fuentes de información. La brevedad de las notas se apareja con la carencia de profundidad en la información. Empero, con la progresiva e ininterrumpida disminución de las páginas culturales –y en noticieros, canales especializados y hasta las páginas en Internet–, la información se redacta casi telegráficamente, sin sabor ni estilo, carente de datos explicativos. Aburrición y mal entendimiento, en general. ¿Y nos quejamos de la falta de lectores? La variable económica nos conforma. Todo medio de comunicación vive de sus anunciantes y los de cultura son pocos y de escasos recursos. La creación artística, la amplia cultura no cabe, pues no paga. La paradoja es que el dinero no se encuentra del lado de la riqueza humana intangible, misma que debería nutrir las actividades generales de todo el periodismo.

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Ocurre que los medios de comunicación son reflejo inequívoco del país. Es decir, que son oligárquicos, corruptos, tendenciosos, maniqueos e inequitativos con los dineros. Es emblemático descubrir la pavorosa falta de reinversión de las ganancias, ya no se diga en los sueldos y en las prestaciones de sus trabajadores –cada vez más cercanos al resto de los obreros y de los trabajadores eventuales, carentes de derechos laborales–, sino en la búsqueda de información. Y al no invertir en información los propios dueños, en sus medios no se producen reportajes, trabajos especiales, ni se tiene tiempo para ejercitar los diversos géneros periodísticos. Cada vez más frecuentemente el periodismo se ha convertido en un trabajo a destajo, mal pagado y todavía peor ejercido, en el que se requieren planas llenas y espacios cubiertos para acompañar a los espacios comerciales. Las secciones de turismo realmente promueven a las agencias de viajes privadas y oficiales. Las de política reflejan dimes y diretes entre rivales poderosos, más que los debates a fondo y los hechos tangibles. Las de deportes son un comercial continuo que explota a las estrellas momentáneas del futbol. Las de economía reportan la especulación y las inversiones de alto riesgo, la macroeconomía, más que la circulación monetaria y cómo afecta el poder adquisitivo de las mayorías. Y cultura, claro, advierte de las mesas de novedades en las librerías comerciales, de las exposiciones en los grandes museos, los pronunciamientos de los escritores consagrados y la cartelera institucional. Poco más que eso. Domina nuestros espacios, claramente, el poder económico y político del subsector cultura y de los grandes consorcios, no el discurso, no la estética, no lo humano. ¿Qué importa más en nuestros afanes, lo que se dice o quién lo dice? El artista validado oficialmente diga lo que diga, o el debate, el pensamiento y la reflexión a profundidad, dígala quien la diga? Los anunciantes culturales son de todos conocidos: las instituciones gubernamentales federales y estatales; los oligopolios editoriales internacionales; los espectáculos masivos. Y, desafortunadamente, su información va tomando la prioridad. Es por ello que abundan las menciones de los Best Seller, las notas sobre los informes oficiales y el despliegue fotográfico de las figuras mediáticas conocidas. Y no se anuncian en todo medio cultural, sino en los políticamente correctos. Se han creado fuentes dentro de la gran fuente cultural: literatura, música, artes plásticas, teatro y danza, e incluso una reciente, política de la cultura. Esto significa que los reporteros cada vez tienen la visión más achatada respecto a las grandes posibilidades de la cultura. Y que la

verdadera especialización radica en cubrir el poder y la fama: ya sea económico, político, mediático. La oficialidad y la ortodoxia campean en el periodismo cultural. La era electrónica nos ha traído reportes breves y un empleo cada vez peor del lenguaje. El uso entercado, obsesivo de la K, de los emoticones, de las abreviaciones. ¿Ese es el futuro? ¿Por qué los especialistas del periodismo en Internet insisten en los textos breves y el léxico básico como única posibilidad? En la red abundan las enciclopedias, los libros y los textos de largo aliento, pero el periodismo en línea prohíbe la abundancia de párrafos y de ideas. ¿Es conveniente intentar ser masivamente leídos cuando ni en la era impresa lo fuimos?

Hay un periodismo cultural invisible. Los que ocupan las plazas de reporteros en los diarios, en las televisoras, en la radio no son la fuente cultural toda. Hay muchas más opciones de ejercer el oficio. Incluso se hace mejor periodismo cultural fuera de los medios, en Internet, en fanzines, en libros, en la autogestión. Posee más libertad de temas y de estilo. ¿Por qué no lo tomamos en cuenta? Yo nombro el exilio periodístico a todos aquellos que ejercitaron el oficio, lo afinaron, comprendieron el medio y sus figuras, con algo de suerte, dominan ortografía, sintaxis y hasta los más inauditos de los dones en el periodismo: el sentido común y la ética. Una vez que se es periodista en regla, ¡paf!, llega el recorte de personal, el cierre de la sección o, simplemente, la desaparición del medio. Entonces se descubre la realidad: no hay espacio para uno y su experiencia en el medio. Para uno y sus años de dedicación. Para uno y su ética profesional. Para uno y su recién adquirida grabadora digital e Internet de banda ancha. El desempleo es una de las reglas del periodista cultural. La falta de espacios. Al concientizar la realidad periodística en toda su crudeza, con toda su triste situación, acabé por apreciar los espacios otorgados. Somos un circo con cada vez menos pistas y más escaso público. En la resistencia, en la curiosidad, en la necesidad de expresión se halla lo más humanista del periodismo. ¿Cuándo se atreverá a ejercer su cultura el periodista cultural?

Sergio Raúl López Periodista cultural. Fue reportero de cultura de Reforma, director de La Hora Nacional de la Ciudad de México y Director Editorial de 24 x segundo Magazine. Desde hace dos años es subdirector Editorial de la revista cine TOMA. Publica entrevistas con cineastas en la sección cultural del diario El Financiero. Ha colaborado en diversos medios como Canal 22, El Nacional, DFin, Caras y National Geographic. En los estados escribe en los medios Periódico Performance, de Jalapa; Letras de Cambio, de Morelia; Tijuaneo, de Tijuana; Cultura a la carte, de Guanajuato, y Unas Letras, de Mérida.En Argentina, colabora con Ruleta China y Fuera de Hora.


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Reportear mรกs y googlear menos

El periodismo cultural en los albores del siglo XXI


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a pregunta que nos convoca es ¿Qué ha aportado el periodismo cultural a los medios de comunicación en el siglo XXI? La respuesta es tan breve como trágica: lo que ha dado el periodismo cultural a los medios en el siglo XXI es espacio. Las secciones y suplementos culturales han cedido el espacio que ostentaban en el siglo pasado a otras áreas informativas más lucrativas. En el mejor de los casos se han diluido en extrañas mezclas con notas urbanas o de espectáculos, cuando no acaban siendo un pegote de la sección internacional. A casi una década de haber iniciado el nuevo siglo, ésta es la aportación más palpable de las secciones culturales a los medios, cualquier otra propuesta sería vaga, romántica y especulativa. La distancia recorrida es muy corta como para tener una visión panorámica, aunque sí permite ver que en el mercado informativo la noticia cultural no es una mercancía muy cotizada, aunque su consumo da status. Pero podemos replantear el cuestionamiento original para abrir otras posibilidades de discusión: ¿Qué han aportado los medios de comunicación en el siglo XXI al periodismo cultural? Aquí las respuestas se bifurcan como los senderos del jardín borgeano. Seamos precisos y abordemos brevemente cuatro aportaciones,o para ser más exactos cuatro cambios latentes en el ejercicio periodístico que nos incumbe que se han asentado en lo que va del siglo XXI: la tecnología, la velocidad, el acceso a la información y el estilo.

El salto tecnológico Comencemos por ubicarnos. Los que ejercen o ejercimos el periodismo cultural en los primeros años del siglo XXI pertenecemos a grosso modo a una de dos generaciones: la integrada por los nacidos a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, con una formación académica en su mayoría y que debieron integrarse a redacciones aún llenas de periodistas empíricos; y la integrada por los nacidos entre la segunda mitad de los sesenta y la década de los setenta, sector al que pertenezco y que aprendió mucho del oficio no sólo en las aulas universitarias, sino sobre todo leyendo a los reporteros que los precedían y con los que después alternarían. Ambas generaciones se hermanan en algo: se enfrentaron a uno de los cambios tecnológicos más radicales en la historia de la humanidad: el advenimiento de Internet. Pertenezco a una generación de reporteros mexicanos que entregó sus primeros textos, a principios de los noventa, en hojas de papel escritas con máquinas de escribir (en mi caso: una pesada Olimpia y una Olivetti Letera a las que hago un ruidoso homenaje cada que masacro el teclado de la computadora que tenga

en frente), aún llegamos a enviar textos a las redacciones vía fax o incluso personalmente y como soporte de grabación utilizamos casetes de cinta magnética. En cuanto a los medios de almacenamiento de información, lo más práctico eran las enormes carpetas atascadas de documentos, las fotos impresas se guardaban en sobrecitos y los videos Beta o VHS en sus respectivas cajas de cartón. La agenda, elemento vital del reportero cultural, era inevitablemente una libreta despastada, un amasijo de hojas arrugadas sujetas con una liga, pero con un intersticio en blanco siempre dispuesto a recibir otro número telefónico. El intercambio informativo extraoficial se daba por teléfono, luego de las ruedas de prensa y, en el mejor de los casos, en torno a una mesa de café. Quizá la manera en que se ejercía el periodismo en 1940 no varió mucho a como se ejercía en 1960. Pero entre 1990 y el 2010 el cambio es vertiginoso: pasamos de la máquina de escribir a la mini Lap top, del fax al correo electrónico, del microcasete al chip, de las carpetas a las memorias USB (en donde cabe texto, foto, música y video), de la agenda al iPhone, del chisme de café al Facebook y al Twitter. Los cambios llegaron sin avisar, se instalaron cómodamente en la cotidianidad periodística y los reporteros tuvimos que adaptarnos. No hubo tiempo para una migración de soporte en el almacenamiento de información. Los papeles, las cintas, pasaron al archivo muerto (aunque en el periodismo todo archivo debe tener la capacidad de resurrección de Lázaro), mientras que el archivo vivo era aquel que estaba al alcance de un clic .El periodista cultural poco a poco se fue instalando en la nueva plataforma tecnológica y aprovechando sus ventajas tanto en la recepción como en la difusión de noticias. Por un lado, hubo una mayor accesibilidad a la información que favoreció al reportero en la búsqueda de datos, pero por otro lado los medios de difusión se diversificaron y encontraron otras vías de desarrollo a través de la Red que obligaron al redactor a desarrollar nuevas habilidades. El reportero de medios impresos paulatinamente tuvo que multiplicarse, transformarse en un hombre antena capaz de registrar simultáneamente apuntes para la nota impresa, sonidos para la transmisión radiofónica, imágenes fijas y en movimiento para la página web o la televisión (cabe aclarar que en la mayoría de los casos todo se hacía o se sigue haciendo por el mismo precio). Y aquí encontramos la primera aportación mediática al periodismo cultural: la diversificación. El periodista cultural en la actualidad, además de tener una vasta cultura general, no puede limitarse únicamente a escribir, debe tener nociones de fotografía, de radiodifusión, de manejo de videocámaras, escritura de guiones, lenguaje cinematográfico y edición, además de tener experiencia en redes sociales.

La velocidad El cambio tecnológico también trajo velocidad, término bien conocido para todo el periodismo, aunque no con la intensidad con que se entiende en la actualidad. Parecería que entre todas las especialidades periodísticas, la cultural podría haberse jactado de ser una de las menos azotadas por el reloj, de tener un poco más de tiempo para trabajar sus textos los cuales estaban relacionados con el arte y sus creadores. Siguiendo esta hipótesis, escribir una nota debía haber sido un proceso tan delicado como contemplar un fenómeno estético, pero no fue así. En el trajín del diarismo los reporteros culturales no escapan a la guillotina de la hora de cierre. Por razones económicas, las secciones de soft news, entre las que está Cultura, son las primeras que cierran edición. Esto detona dos posibilidades: o se acelera el trabajo, o bien se planifica y dosifica la información. No todo cabía en las pocas planas culturales, no todo podía redactarse antes de las dos de la tarde. La decisión sobre los contenidos era del editor. El cambio tecnológico se dio de manera paralela a la disolución de la información cultural en inciertas mezclas informativas (quizá como una manera de ahorra costos en el soporte impreso, que paulatinamente está cediendo su lugar al virtual); en este contexto la nota cultural, se compactó y refrendó su papel de mercancía informativa, el manjar que se preparaba y saboreaba lentamente se volvió fast-food, un producto de consumo rápido y de escasas propiedades nutritivas. La hora de cierre se extendió y con ésta la posibilidad de cobertura de eventos, incluso de enlaces en vivo desde el lugar de los hechos, reportes cada 10 minutos, envío de videos. El diario sale una vez al día, pero la página web es una plana que hay que cambiar cada 4 minutos, hay que alimentarla. A la par que el contenido de un trabajo periodístico se reducía en extensión, crecía en vías de difusión. Una entrevista en el sitio web puede ir acompañada de un audio descargable y un pequeño video que en 5 minutos o menos darán una idea al lector del hecho noticioso y sus circunstancias. Una versión parecida (en la mayoría de los casos reducida a favor de un mayor peso a la imagen), podrá leerse al día siguiente en la edición impresa, cuando en la web ya esté relegada quizá a notas menos importantes. Si el periodismo por definición es efímero, al pasar del soporte impreso al electrónico se vuelve etéreo, se disuelve en el flujo informativo de manera imperceptible y finca su esperanza de relectura en palabras clave que en algún momento pudieran ser detectadas por buscadores como Google.


Más allá de las páginas culturales. Reporteros y promotores culturales

Accesibilidad El cambio tecnológico trajo consigo una mayor accesibilidad a la información. El reportero cultural, sea cual fuere su fuente, requiere manejar una lista de nombres de artistas, obras, periodos o escuelas para informar mejor al lector. No es un erudito y con frecuencia recurre a fuentes bibliográficas y hemerográficas confiables. En la actualidad, la Web ha venido a simplificar toda búsqueda archivística, no obstante es un arma de doble filo. Tan innegables son los beneficios que implica poder tener acceso, por ejemplo, al Concierto No. 3 de Rachmaninof, interpretado por Vladimir Horowitz (en YouTube), a la versión digitalizada de libros medievales (en cervantesvirtual), o a un recorrido virtual por el Museo del Prado, como peligroso es tomar como cierta la información que manejan páginas tan socorridas como la Wikipedia, a la que -como ya lo han advertido varios especialistas-, cualquier persona, el sabio o el tonto del pueblo, puede subir información.

Elegir con tiento las fuentes virtuales de información es condición sine qua non del reportero cultural en el siglo XXI porque el peligro no culmina al dar por cierto un dato falso. El error se propaga rápido en la web. La nota portadora de la falsedad se unirá en breve al flujo de información y puede ser tomada como cierta al estar incluida en la página web de un medio serio. Al no corroborar un dato o abusar de fuentes poco confiables no sólo se pone en riesgo el prestigio personal, también el del medio para el cual se labora. Las fuentes bibliográficas o hemerográficas siguen siendo la opción más confiable, aunque el tiempo de búsqueda en centros de documentación se ha reducido. La accesibilidad a la información no sólo es privilegio del informador, también lo es del lector, quien sin ningún problema puede identificar las fuentes del reportero si es que se usan indiscriminadamente. Por otro lado, el lector también tiene por primera vez en la historia

una vía de acceso directo al reportero, la cual es pública. Diversos medios cuentan en sus sitios web con la opción de comentar la nota. Lectores acuciosos no tienen piedad a la hora de enjuiciar al informador, hacerle ver sus errores e incluso cuestionar la manera en que jerarquizó los hechos en el corpus del texto. Pueden también divulgar la información a través de sus cuentas de Facebook o Twitter, para bien o para mal del autor.

Quizá la manera en que se ejercía el periodismo en 1940 no varió mucho a como se ejercía en 1960. Pero entre 1990 y el 2010 el cambio es vertiginoso: pasamos de la máquina de escribir a la mini laptop, del fax al correo electrónico, del microcasete al chip, de las carpetas a las memorias USB

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Estilo Cercanos como estamos a los eventos artísticos y a la literatura, no es novedad que los reporteros culturales busquemos a veces un plus a la hora de redactar. El uso de recursos literarios en notas culturales es común, aunque inevitablemente depende del tiempo que se tenga para confeccionar la nota y del rigor con que se apliquen los manuales de estilo, donde los haya, por no hablar del humor que tenga el editor a la hora de revisar el trabajo. No obstante, como ya se dijo, la bifurcación de medios para divulgar una noticia ha ido en detrimento de la extensión de un texto, lo que inevitablemente afecta al estilo. El mismo número de caracteres que antaño se usaban para redactar una entrada de antología (dejando salir al pequeño Tom Wolfe, al Kapuscinski, al Hemingway que uno lleva dentro), ahora se usa para redactar la mitad de la nota. La imagen va ganando terreno en la plana y el texto va perdiendo su añejo carácter de epopeya para instalarse en la brevedad del hai-kú, aunque sin la profundidad contemplativa de esta poesía japonesa. El estilo literario es quizá la cereza en el pastel en el proceso reporteril (un recurso que jamás sustituirá a la nota dura, a la información pura que es la esencia de todo texto periodístico), no obstante es un elemento que le transmite al lector la noción de que quien está detrás del texto es alguien capaz de intentar –sólo eso-, transformar el verbo informar en un hecho estético. A veces funciona, a veces no, pero es de aplaudir la búsqueda de nuevas rutas para exponer una noticia. Quizá aquí se encuentre una de las pocas aportaciones visibles del periodismo cultural a los

medios en el siglo XXI: la búsqueda formal, la terquedad en el uso de recursos literarios para vestir a la noticia de otro ropaje, pero no es lo único que esta fuente puede aportar. A falta de un pulpo u oráculo cercano (o de una función semejante en Facebook), recurramos a las bases, a los grandes profetas, para encontrar los senderos que debemos seguir en la actividad reporteril cultural. Ante un mundo en el que la información y la comunicación con otros seres se da cada vez más a través de un monitor, quizá haría falta que el reportero cultural cerrara un rato las computadoras, tomara la libreta, la pluma y se lanzara a buscar las historias que no están en la Red, las manifestaciones culturales que escapan al Internet, darle voz a los nuevos excluidos: a los damnificados tecnológicos, reportear más y googlear menos. Dice Kapuscinski: “Para los periodistas que trabajamos con las personas, que intentamos comprender sus historias, que tenemos que explorar y que investigar, la experiencia personal es, naturalmente, fundamental. La fuente principal de nuestro conocimiento periodístico son ‘los otros’. Los otros son los que nos dirigen, nos dan sus opi-niones, interpretan para nosotros el mundo que intentamos comprender y describir.” Ante un panorama plagado de arenas movedi-

zas, de datos que ocultan su falsedad o veracidad, de versiones prefabricadas de los hechos, el reportero cultural, respetuoso de las palabras, quizá deberá ser más exacto a la hora de redactar, en el sentido que lo expuso Italo Calvino en sus Seis propuestas para el próximo milenio: “La palabra une la huella visible con la cosa invisible, con la cosa ausente, con la cosa deseada o temida, como un frágil puente improvisado tendido sobre el vacío. Por eso para mí el uso justo del lenguaje es el que permite acercarse a las cosas (presentes o ausentes), con discreción, atención y cautela, con el respeto hacia aquello que las cosas (presentes o ausentes), comunican sin palabras.” Volver la mirada a los otros y describir su mundo con las palabras exactas, tal vez ahí se encuentren dos posibles aportaciones del perio-dismo cultural a los medios del siglo XXI, las cuales, quizá encontrarán sus vías de salida a través de recursos tecnológicos inimaginables. Por lo pronto, el oficio no da tregua y es necesario continuar en la defensa de nuestra reducida trinchera. Serán otros los encargados de narrar nuestra quimérica victoria o inevitable derrota, serán otros los que contestarán con mayores argumentos la pregunta que ahora nos convoca, los que harán el balance de nuestros logros en el periodismo cultural, texto por texto y cuartilla por cuartilla.

Elegir con tiento las fuentes virtuales de información es condición sine qua non del reportero cultural en el siglo XXI porque el peligro no culmina al dar por cierto un dato falso. El error se propaga rápido en la web

Juan Solís Nació en la ciudad de México en 1974. Es licenciado en Comunicación y Periodismo por la Universidad Nacional Autónoma de México (ENEP Aragón 1991-1995 y maestro en Historia del Arte por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Reportero cultural desde 1992, ha colaborado en medios como las revistas Generación y Examen, y los diarios El Financiero y La Jornada. De 2000 a 2007 se desempeñó en El Universal como reportero cultural asignado a las fuentes de Cine y Música. Estuvo a cargo de la columna Butaca Cero (2001-2002), dedicada al cine de arte. Como reportero publicó entrevistas con destacados directores de cine como Theo Angelopoulos, Margarethe von Trotta, David Cronenberg, Doris Dörrie y Liv Ullman, entre otros. Dos de sus reseñas operísticas publicadas en El Universal fueron incluidas en el tomo 70 años de ópera en el Palacio de Bellas Artes (Conaculta, 2004), compilado por Octavio Sosa. Fragmentos de sus reseñas fueron incluidas en los cuadernillos de tres de los discos, editados por Luzam, que registran conciertos de la Orquesta Sinfónica del Estado de México realizados en Varsovia, París y Madrid. Desde el 2009 es encargado del área de cine en el Museo Nacional de Arte. Ha participado con piezas audiovisuales en las exposiciones: Alfonso Reyes y los territorios del arte (2009), y El Éxodo mexicano. Los héroes en la mira del arte (2010). Fue curador de la parte fílmica de la exposición Los rostros del mexicano (2009-2010), que se exhibió en el Palacio de Bellas Artes de Bruselas, Bélgica, para cuyo catálogo escribió el artículo Constructed reflections. Seven filmed versions about mexicans. Participó como ponente en el XXXIII Coloquio Internacional de Historia del Arte del IIE (San Cristóbal de las Casas, Chiapas, 2009), y como moderador en el Coloquio Internacional de Cine Mudo en Iberoamérica: naciones, narraciones, centenarios (MUAC, 2010).


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驴Cu谩l es la funci贸n del periodismo cultural en medio del semiocapitalismo de la informaci贸n?

El cognitariado cultural


Mรกs allรก de las pรกginas culturales. Reporteros y promotores culturales

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i reflexión surge a partir de la experiencia de trabajar, actualmente, para La Secretaría de Cultura del Distrito Federal y empresas informativas como Milenio Diario, Diario Monitor y El Universal; situación que me llevado a reflexionar: ¿cuál es la función del periodismo cultural en medio del semiocapitalismo de la información? En este breve ensayo me interesa hablar de la dimensión social del reportero cultural; dejar los apostolados periodísticos para observar el papel comunicante que tiene como agente social, sin pasar por alto los constantes abusos laborales que viven por parte de las empresas de la comunicación masiva, así como ser sujetos a las dinámicas de la pobreza informativa y temática de los medios para los que laboran. La comunicación en el siglo XXI se convirtió en uno de los motores fundamentales de las sociedades porfordistas y, por ende, el periodismo terminó siendo su brazo armado. A decir del filósofo italiano Franco Berardi Bifo, nos encontramos en una era semiocapitalista, donde todo acto de transformación es sustituido por información, así como los modos de producción se realizan a través de recombinar signos. Bifo refiere que el trabajo contemporáneo ha cobrado una naturaleza material e inmaterial, gracias sin duda, a la tecnologización de la vida cotidiana. Estos elementos, semiocapitalismo y trabajo inmaterial, son dos características fundamentales que definen la labor informativa-periodística de la actualidad. Sin esa condición sería imposible comprender la aparición de dispositivos como Blackberry, iPad y servicios de mensaje de textos, que transmiten “en tiempo real” noticias minuto a minuto. Es importante desacralizar el oficio periodístico para develar la forma en cómo el sistema económico de libre mercado lo usa y el porqué la necesidad de devolverle las virtudes que tiene como actor social. En esta misma lógica Bifo apunta que, cuando la economía semiótica transforma los procesos de trabajo en una actividad recombinante, ejercida sobre unidades informativas abstractas, la acción semiótica se vuelve parte del ciclo de producción de valor, entonces producir significados no es ya la finalidad del lenguaje. Arthur Broker, investigador y especialista canadiense en temas de tecnología y cultura, lo define así: “El contenido hace más lenta la velocidad del intercambio virtualizado, y el significado se vuelve contradicción antagónica de la información”. Cuando las páginas de cultura locales comenzaron a jerarquizar su información a partir de la misma lógica de la primera plana, dejaron de producir significados, profundidad, referencias; para caer en sensacionalismos, vacuidad informativa, inmediatez precaria. En estos aciagos tiempos, la aceleración semiótica se ha dado con la intención primordial de producir signos de consumo. De esta manera es fácil deducir porqué el reportaje, la crónica -en las secciones culturales- son un fantasma; porqué siempre aparecen los mismos temas-actores; porqué el espacio informativo es acotado por el diseño gráfico, quedando

excluidos los periodistas que requieren espacios para producir significados. Sin duda vivimos una paradoja de la comunicación, una era capaz de crear una nueva clase social: infopobres e inforicos, como define a la actual sociedad tecno-informativa, el catalán Román Gubern. Como es evidente, estas dinámicas surgen de la macroeconomía, en la cual muy pocos mortales somos capaces de acceder, pero todos sufrimos las consecuencias, entre ellos los llamados “media-worker”, sometidos a horarios extremos, condenados a estar frente a un monitor para pepenar y diseñar información. Bifo hace referencia también al trabajo cognitivo, con el que describe a quien se siente empresario de sí mismo porque pone en juego su capital de conocimiento y de competencia original, pero a la vez se inserta en un proceso de producción donde, más allá de lo informal que sea su relación laboral, tiene vínculos fuertes con estos procesos de producción inmaterial. Esta alianza involuntaria entre capitalismo semiótico y trabajo cognitivo, a mi entender, nos ha llevado al desmantelamiento ideológico detrás del valor y la función de informar. “Los medios de comunicación comerciales no han colaborado para hacerlos una herramienta educativa o de ejercicio de derechos. Además, está el tema de la Sociedad de la Información y el Conocimiento donde, las políticas mexicanas al respecto sólo se han centrado en dar acceso tecnológico y conectividad”, señala la bloguera de periodismo comunitario, Claudia Ulloa A. Esta dicotomía que señala Bifo, ilustra las ambigüedades y las virtudes de quienes trabajamos con la información. En mi particular óptica el reportero, en este caso cultural, estamos atrapados entre dos personalidades y dos objetivos que parecen contradecirse, provocando que olvidemos la posibilidad de generar el deseo social. Existe una necesidad de revisión ética por parte de los reporteros sobre nuestro HACER. Es necesario dejar atrás ideales como la “contracultura o contrainformación”, y tomar posición como elemento recombinante, para intervenir sobre las estructuras de la información, sin pasar por alto el estrecho margen de acción que se tiene, poniendo en circulación temas con capacidad de deshilar el mensaje dominante del semiocapitalismo, en medios análogos (periódicos, fanzines, revistas) y tecnológicos, (blogs, wordpress, Tecnologías de la Información Libre TIC´s).

En mi caso, al descubrir esta realidad decidí, por una parte, agudizar mi olfato y ver la nota en la vida cultural cotidiana, encontrar información a partir de mis desplazamientos en el metro; en los espacios culturales de poco presupuesto y en las propuestas de artistas no conocidos, aceptando todas las limitaciones gramaticales e intelectuales con las que crecemos y con las que muchos ejercemos el periodismo cultural. A pesar de eso, varios editores han tenido que enfrentar mis calamidades periodísticas. Claro, no por vocación, sino por la obligación que conlleva trabajar para un medio y tener que revisar los garabatos de un incipiente reportero, o aceptar el maquillaje y confección de la noticia para cumplir con el objetivo del dueño del medio: vender. Por la otra, me llevó a tomar una posición ideológica a partir de aceptar la malsana relación empresa-gobierno-cognitariado, con la finalidad de impulsar mi deseo social de ver a la ciudad como un escenario modular, donde las subjetividades artísticas y sociales se manifestaran como narrativas urbanas autónomas sobre la forma de habitar y significar la urbe. Así -en 2008- apareció Peatonal, Arte y Política en el Espacio Público de la Ciudad de México, impulsado por la Secretaría de Cultura del Distrito Federal. Entender los lugares como biografías y tomar por asalto lugares neurálgicos y altamente simbólicos -El Metro o los parabuses- me parecía una necesidad estética y social digna de una megaciudad tan compleja como la nuestra. Y así, en el contexto del resurgimiento del espacio y de lo público, tanto en las políticas culturales, como en la teoría y el mercado del arte, sentí necesario plantear que, la producción artística basada en la interactividad con la sociedad, debería tomar en cuenta la condición de tránsito y de permanente movilidad de sus habitantes, así como sus facultades creadoras, debido a los ritmos metropolitanos y el uso de las nuevas tecnologías del naciente siglo XXI. Al inmiscuirme en la administración pública local, encarné al Axolotl cultural, un anfibio que debe asumir una personalidad desdoblada en reportero y también responsable de un programa público. Desplazarme entre las páginas de un diario y el mundo administrativo cultural, exige un acto de total congruencia y aceptación del papel protagonista que puede alcanzar un reportero, al igual que la responsabilidad y la necesidad de una profunda autocrítica.

Es importante desacralizar el oficio periodístico para develar la forma en cómo el sistema económico de libre mercado lo usa y el porqué la necesidad de devolverle las virtudes que tiene como actor social tiene


Más allá de las páginas culturales. Reporteros y promotores culturales

Samuel Mesinas Esta alianza involuntaria entre capitalismo semiótico y trabajo cognitivo, a mi entender, nos ha llevado al desmantelamiento ideológico detrás del valor y la función de informar

Todo este trajín informativo me ha llevado a preguntarme: ¿Cuál es el papel de los reporteros culturales dentro del contexto democrático de esta ciudad? ¿Cuál es su alcance, su papel y su función, pero sobre todo su compromiso? ¿El trabajo cultural se termina cuando se deja la redacción o la oficina institucional? ¿Hasta dónde un reportero es capaz de incidir en la descripción de lo cultural o artístico? Y ¿es posible conciliar los intereses de un reportero que colabora con una empresa privada, con los objetivos de las instituciones públicas que lo emplean y el deseo social personal que profesa? Debo aceptar que este travestismo cultural me trae problemas a cada rato. Los que me conocen saben lo políticamente incorrecto que soy en ambos bandos. Sin embargo, algunos beneficios tiene, entre ellos el mantenerte alerta a no repetir los vicios de ambas actividades: la autocomplacencia, la alineación, la rutina de un trabajo que puede quedar sin alma. También estoy consciente de la gran responsabilidad que implican ambas actividades. Comencé pepenando información para construir mis reportajes y esa experiencia, a la fecha, me ayuda a la hora de generar contenidos para los medios donde colaboro, como también a la hora de desarrollar estrategias de ocupación y recreación del espacio público, donde utilizamos el arte para desatar procesos sociales de comunicación colectiva.

Civitas psiconaútico y free lance convencido. Egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México de la carrera de Comunicación y Periodismo. Reportero Cultural en algunos medios: El Universal, Diario Monitor, Milenio; algunas colaboraciones en Proceso, Milenio Semanal, www. pijafasurf.com y Radio Ibero; corresponsal de la revista Alma Magazine (EU) en 2006 y 2007. En 1999 Ganador del primer lugar de premio literario José Revueltas, convocado por Conaculta y SEGOB. En 2008 apareció en la Secretaría de Cultura detrás del proyecto Peatonal, Arte y Política en el Espacio Público de la Ciudad de México, el cual ha logrado empujar hasta este 2010. Hace dos años se unió a la Asamblea Comunitaria Miravalle, movimiento social de las colonias de la Sierra de Santa Catarina, en Iztapalapa, con quien concursaron para el prestigiado premio Deutsche Bank, Urban Age 2010, el cual es otorgado a una comunidad por el poder de transformación de su entorno urbano, mismo que ganaron. La habilidad para redactar, el contacto directo con las noticias culturales y sus protagonistas, artistas, gestores, funcionarios; la capacidad de síntesis que adquieres para plasmar ideas en el papel; sin duda son habilidades que el reportero tiene para insertarse en otras cadenas productivas que no sean únicamente los medios masivos. En mi caso, la decisión por el servicio público atraviesa mi condición de cognitario o free lance; sobre todo por una necesidad de plantear relaciones distintas, dislocadas y recombinadas entre la política, el arte, la cultura y la sociedad, en un contexto de interdisciplina, flexibilización laboral, explosión demográfica, inserción en la globalización y necesidad de evidenciar compromisos humanos con tu entorno. Estos fenómenos transforman la ciudad como territorio de pertenencia y alteran e intensifican las dinámicas metropolitanas, interviniendo y reformulando los procesos de producción de subjetividad y los modos en que se conforma la identidad en el espacio público y en la vida cotidiana. Esto provoca que no puedas -o debas- limitarte a ser solo un maquilador de información consumible, sino también provocador de experiencias.

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El que hace televisión motiva, el televidente pone el resto

El título propone y la reflexión dispone


Mesa: Desde la redacci贸n,editores La cultura en lade eracultura digital

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o primero que se me ocurrió al pensar en La cultura en la era digital es un juego de palabras que, a manera de pregunta, de golpe remite al pasado: ¿Cómo era el entorno de la cultura cuando no era la era digital? Hablaríamos de dos décadas atrás, por ponerle un límite a la nostalgia, a fin de que no nos arrastre el truculento ánimo laudatorio del pretérito y acabemos concluyendo que todo tiempo pasado fue mejor. En bien del pensamiento joven aun en organismo añejo, es preferible seguirle la corriente al tango para reafirmar que 20 años no es nada. Porque, además, la verdad se impone, ni la distancia es tanta ni tan complejo es el trayecto para recorrerla. Si parece que fue ayer. Y para comprobarlo primero, propongo transportarnos a un recóndito ambiente de esa era, que ahora nos parecería rústica, bárbara, salvaje y hasta cavernícola. Hace dos décadas, tal vez, entre los aspectos más característicos de una sala de redacción era la sonora golpiza que se llevaba papel y rodillo de la máquina de escribir a cuenta de la escritura. Los victimarios eran los caracteres metálicos que le exprimían la tinta a la cinta maltrecha y casi seca que apenas hacía visible las palabras susceptibles de ser leídas. En la redacción del noticiario Hoy en la Cultura, cuando llegué en 1989, tenía unas tres máquinas de escribir, a todas les fallaba algo, pero de todas salían las notas y el guión que le daba contenido al primer noticiario cultural de América Latina, transmitido durante media hora, de lunes a viernes, por Canal Once. Como espíritu de las ideas escritas se usaba un elemento ahora casi desconocido y cuya nomenclatura parece referir a un artículo fantástico propio de algún hechizo: El papel carbón. ¿Quien lo recuerda? Bueno, los jóvenes de ahora dirán que es broma o tal vez busquen doble sentido a la fusión de dos palabras, papel y carbón, que bien vistos ni son lo uno ni lo otro y por lo que esto de papel carbón haga pensar a los más jóvenes en la posibilidad siempre latente de ver rendida la dignidad ante el perverso efecto de un probable albur. En fin, el caso es que se usaba papel carbón. Los teléfonos eran de disco, el marcaje implicaba un viaje de ida y vuelta del orificio correspondiente a algún número del cero al nueve, el índice empujaba el disco que respondía con un sonido muy particular anunciando el Inicio del proceso de la comunicación telefónica. Entrando en terrenos propios de la actividad televisiva, las particularidades de la indumentaria técnica hacen casi irreconocible ahora todo lo que implicaba hacer televisión. Se usaban cintas de video de una pulgada, protegidas por un carrete metálico con un diámetro de unos 40 centímetros. Cargar una cinta no implicaba mayor esfuerzo que el de empuñar una asa que era parte de un estuche de plásti-

co. Cargar 5 cintas ya era labor propia de fisicoculturistas. Lo verdaderamente interesante aun está por venir. La máquina grabadora de video, aparato que convertía al responsable técnico en El Pípila, se trataba de un cajón pesado que había que cargar hasta los sitios de grabación y conectar dos cables para recibir señal de audio y video de la cámara. En 1990, dos años después de mi ingreso a Canal Once, realicé mi primera cobertura fuera de la Ciudad de México. En Veracruz se llevaba a cabo una reunión con miras a diseñar una política cultural para jóvenes. El tema común de sobre mesa eran los teléfonos celulares. Se veia venir la tecnología como si una ola de 15 metros estuviera a punto de cubrirnos. El mayor temor, la pérdida de privacidad, el asedio total e ineludible en muy poco tiempo. Sin embargo, la mayoría se dejó seducir por el encanto de tener una vía de conexión con quien se quisiera desde cualquier parte. Aun con una actitud abierta, nadie, ni en los más remotos y temerarios alucines, imaginaba que el teléfono tendría cámara, no sólo de foto, sino de video. Sobra decir que las computadoras aun eran una cuestión de ciencia ficción. Si alguien en el futuro -de nada sirve decir “cercano”, desde hace tiempo el futuro siempre está cerca atentando convertirse en presente- realizará una investigación para descubrir en qué momento Noticias de Canal Once entró a una nueva fase de la tecnología, tendrá que dar con 2009. Si bien la sección de deportes realizó envíos de notas desde Beijing en 2008, en los Juegos Paraolímpicos, esto se llevó a cabo con una cámara de video casera y sin la participación de un camarógrafo profesional. En enero de 2009 la sección de Cultura de Noticias de Canal Once recibió la invitación para cubrir el festival de música de Cartagena de Indias en Colombia. La propuesta fue para estar allá los 5 días de festival. Por la carga de trabajo que se realiza cotidianamente con cada cámara en Noticias –Hasta 8 notas por cámara al día- no son frecuentes coberturas largas fuera de la Ciudad de México. Sin embargo, desde que llegó esta invitación el permiso fue concedido por los 5 días. En distintos momentos insistí al director de Noticias, como esperando que hubiera contraorden, que la cobertura sería por 5 días, es del 10 al 14 de Enero, son 5 días, estaremos toda una semana hábil, pero después de mucha insistencia, el director de Noticias dijo: Has lo posible por enviar alguna nota. Pregunté: ¿Se podría hacer por internet? La respuesta, te pongo en contacto con el director de Informática. Ese fue el inicio de nuestras transmisiones por internet. Una serie de circunstancias se conjuntaron para que resultara el envió de información en video diariamente desde Cartagena de Indias para los

Como espíritu de las ideas escritas se usaba un elemento ahora casi desconocido y cuya nomenclatura parece referir a un artículo fantástico propio de algún hechizo: el papel carbón ¿quien lo recuerda?


La cultura en la era digital

noticiarios Matutino, Meridiano, Vespertino Y Nocturno. Requerimos una lap top con una tarjeta de video que permitía la conexión a la cámara profesional, un programa de edición y conexión a internet. El mismo envío por fibra óptica habría requerido de alrededor de 5 mil dólares. No costó nada. Tal fue el impacto de esas primeras transmisiones por internet que la cobertura de la toma de Obama en Washington se hizo con el mismo procedimiento y desde luego, para no errar, con el mismo camarógrafo. Desde entonces los envíos en Noticias se hacen de ese modo y afinando en la práctica distintas formas a fin de optimizar el proceso. La tecnología en este caso convirtió un procedimiento generalmente caro –mil 500 pesos el minutos por fibra óptica- en un procedimiento casi gratuito. Por otra parte, la utilización de internet para los envíos ha implicado que camarógrafos y reporteros trabajen al mismo ritmo de la red, dividiendo tiempos a fin de prever la llegada oportuna de las notas vía internet. Dependiendo la señal de internet un minuto de video se envía en aproximadamente 10 minutos. Tan rápido y omnipresente como internet, así se convierte el trabajo periodístico televisivo al usar la nueva tecnología. Este factor ha hecho que le unamos a la información cultural el atractivo de la oportunidad. En los incipientes inicios del noticiario cultural Hoy en la Cultura, el plus de su éxito fue, en gran medida, que hizo de la información cultural una noticia. Una presentación de libro, la inauguración de una exposición, el estreno de una obra de teatro, fueron tratados como noticia, ocurre ahora, existe aquí en este instante. Llamar la atención para decir que el suceso artístico cultural es parte del presente y no una actividad flotante que bien pudiera pasar inadvertida es, estoy convencido, una de las mejores formas para acercar al público en general a este rubro que, está de más decirlo, puede tener efectos altamente generosos. La transmisión por itnernet se nos hizo costumbre y las coberturas ya suman esta forma de envío desde Montreal, Quebec y España. En la cadena de medios de comunicación, la televisión tiene a la mano la tecnología que facilita la transmisión casi inmediata de la imagen y el sonido, lo que supongo empuja a sacar a flote una actitud de atraer la mirada y el oído hacia contenidos que posteriormente el televidente buscará profundizar por otros medios. Eso restaría algo de ambición al que hace la tele. Tal vez sea hasta un tipo de lección. No busques decir todo en la pantalla, no ser exhaustivo sino persuasivo, no abundar en actitudes aesudas sino inquietantes, motivantes. El que hace televisión motiva, el televidente pone el resto.

Miguel de la Cruz Realizó estudios de periodismo en la Escuela de Estudios Profesionales Acatlán de la UNAM y la Licenciatura en Comunicación en la Universidad Autónoma Metropolitana. Ingresó a Canal Once en 1989 al noticiario cultural Hoy en la Cultura en el que permaneció como reportero y conductor hasta 1998, posteriormente se integró al equipo de noticias de Canal Once en donde cubrió la fuente de Cultura e Información General y coordinó la sección de Información Científica. Durante 4 años fue voz de Canal Once. En el 2002 se desempeñó como conductor titular del noticiario matutino de Canal Once. Actualmente es coordinador de información cultural para noticias de OnceTV México.

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El ojo humano, me han dicho también los ingenieros, recibirá con más comodidad, sin forzar su recepción como ocurre ahora, las imágenes transmitidas por televisión

Una vida, un instante


La cultura en la era digital

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n 1973, Rene Laloux y Roland Topor realizaron El Planeta Salvaje. Muchas cosas pueden decirse acerca de esta cinta. Sin embargo, una imagen se ha quedado en mi memoria: los draggs no asisten ya a la escuela, una diadema se encarga de inyectar datos al cerebro de los infantes, toda la información necesaria es absorbida por los imberbes mientras realizan su vida cotidiana. ¿Será éste el futuro que nos aguarda? Dónde queda el placer de la lectura, la emoción frente a un Van Gogh, la capacidad de asombro, las emociones. El mundo es un pañuelo. Apenas ayer una historia nos demostró la capacidad de interés que puede generar una información. Los mineros de Chile se convirtieron en un puente de comunicación con todo el planeta. Es una historia que ha reseñado el signo de nuestros tiempos. Una vida narrada apenas en un instante, en un parpadeo digital.

La transmisión del Día del Milenio Nos hace falta la flecha del tiempo para estar seguros de que las secuencias de sucesos nos cuentan algo que tiene un significado y prometen una esperanza de mejora. Stephen Jay Gould Recuerdo que hace exactamente 10 años llegó a Canal Once (entonces trabajaba documentales para la serie Águila o sol) un proyecto proveniente de la BBC: la transmisión del Día del Milenio. Era una idea descabellada. Conectar a todo el mundo en una transmisión de 24 horas que nos llevará a recibir el año 2001, conforme el avance incontenible de los usos horarios (la violencia de las horas, para decirlo con palabras de César Vallejo). Todo, sin embargo, tenía un orden. Cada país que participara (además de pagar el uso del

OJOS BIEN ABIERTOS

Muy pronto, más pronto de lo que imaginamos, toda la información recibida a través de los medios de comunicación será digital

Pero esos ojos abiertos al mundo me han permitido inferir que allí nació una nueva televisión. Primero porque nos permitió asomarnos a lo que cada país quería llevar al mundo, a sus identidades y a la manera cómo hacían televisión. Pero además ofreció la posibilidad de interconexión, esa relación biunívoca tan ajena a los medios de comunicación: el emisor y el receptor participaron activamente. De allí en adelante todo ha sido una cascada de acontecimientos. La televisión es un leviatán que se ha movido de muy diferentes maneras, tan diferentes como cada país en el mundo. Por ejemplo, la oferta mediática por cable se disparó. Empezó una guerra de contenidos. Fue como si la televisión se hubiera dado cuenta de que caminaba desnuda por la vida. Endemol creó el Big Brother y de allí en adelante se volvió un referente común la palabra reality show. En México las cableras crecieron como hongos por todo el país. No era para menos, ya que aún en las regiones más apartadas fue posible llevar el llamado paquete básico a cualquier consumidor. Hoy se habla, de acuerdo a la CANITEC (la Cámara Nacional de la Industria de la Televisión por Cable), de más de mil 600 sistemas de televisión. (Recuerdo que en 1994, cubriendo el levantamiento zapatista en Ocosingo, cuando aún estaba fresca la sangre en el mercado público, me asombré de que los habitantes del municipio se enteraran de lo ocurrido aquí por CNN en español. El cable aislaba y conectaba a todos los habitantes del mundo).

satélite) tenía que participar con tres momentos: una cápsula grabada sobre la esencia cultural de cada nación; un enlace previo a la media noche, y un espectáculo en vivo para conocer cómo celebró cada país la llegada del nuevo milenio. Hoy podría parecer relativamente sencillo de realizar. Pero esa transmisión marcó un hito en la historia universal de la televisión. Fue posible gracias a la preparación, con muchos años de antelación, de la comunicación vía satélite. Fue posible gracias a la comunicación vía telefónica de cada país con el IBC (el International Brodcasting Center). Pero sobre todo se pudo lograr por las facilidades que permitió la Internet. Gracias a esta alfombra mágica cada país pudo seguir minuto a minuto la escaleta universal de la transmisión del Día del Milenio. Sobra decir que fue un éxito.


La cultura en la era digital

NUEVO DICCIONARIO PARA MEDIOS REMISOS ( FLOJOS, IRRESOLUTOS, TÍMIDOS) Cuál fue la primera palabra que escuché en esta modernización de la televisión. Creo, si no mal recuerdo, que tuvo que ver con los formatos de grabación. Cuando empecé a trabajar en Canal Once (allá por 1985) se hablaba de formatos de una pulgada, tres cuartos y betacam. Luego vinieron el dvc pro, el hd y ahora el xd cam. Se habla también de soportes en tarjeta y todo, dicen los ingenieros, es transitorio ya que no tarda en inundar el mercado nacional el blu-ray. También los sistemas de edición cambiaron: pasamos muy rápidamente de la edición en línea a softwares amigables como el velocity y el final cut. Pero lo más importante, lo del día, es el tránsito de las transmisiones analógicas a digitales. ¿Pero qué significa esto?Casi nada. La forma de recibir la señal de televisión se transformará de manera acelerada. El formato de transmisión cambiará. La profundidad de campo crecerá de manera insospechada. la percepeción de la realidad, por lo menos de esa realidad transmitida por televisión se modificará el ojo humano, me han dicho también los ingenieros, recibirá con más comodidad, sin forzar su recepción como ocurre ahora, las imágenes transmitidas por televisión. Y aquí volvemos a Roland Topor. Muy pronto, más pronto de lo que imaginamos, toda la información recibida a través de los medios de comunicación será digital. Una diadema, quizá, nos permitirá entonces recibir televisión, internet, radio, telefonía y un largo etcétera que un mundo que ahora apenas atisbamos.

EL MUNDO EN UN TWITTER La nación de Argentina acaba de publicar su directorio de Social Media o LN en Red. Se trata de un directorio de contactos del medio y de terceros recomendados por LN, al puro estilo de The New York Times, Los Angeles Times y Chicago Tribune. Más de 150 periodistas de LA NACION tienen cuenta en Twitter y la utilizan de manera activa para socializar el contenido que producen, realizar coberturas, participar de debates y tener un termómetro en tiempo real de temáticas relevantes, ademas de usarlo como gran repositorio de fuentes y contacto con otros medios y colegas. Sin dudas fuimos pioneros en Argentina y la región en el uso periodístico de Twitter y en detectar el potencial comunicacional de esta plataforma. h t t p : / / w w w. c l a s e s d e p e r i o d i s m o . com/2010/08/17/cada-periodista-debe-serun-editor-de-medios-sociales-en-la-nacion/ Un estudio de Cision y de la Universidad George Washington basado en una encuesta a 371 periodistas de diarios, revistas y websrevela que la gran mayoría de los reporteros y editores reconoce la importancia de las redes sociales para trabajar sus historias. Esta tendencia es mayor en los periodistas que trabajan en sitios web. Pero vayamos por partes: El 64% declaró que usaba los blogs para promocionar sus contenidos. 60% mencionó Facebook y Linkedin. 57% empleaba Twitter y a otros sitios de microblogging. 26% citó Flickr y YouTube.

Una diadema, quizá, nos permitirá entonces recibir televisión, internet, radio, telefonía y un largo etcétera, un mundo que ahora apenas atisbamos

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Más hallazgos: Para buscar información, historias o quizás inspiración: 89% usa blogs. 65% Facebook o Linkedin. 58% Flickr o YouTube. 52% sitios como Twitter. http://www.clasesdeperiodismo. com/2010/01/26/periodistas-usan-y-se-sirvende-las-redes-sociales/ La Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos adquiere para su conservación todos los mensajes públicos de la red social Twitter emitidos desde su nacimiento en marzo de 2006. Chirp, la primera conferencia oficial sobre Twitter que se celebra en San Francisco, ha dado la primera sorpresa. A través de su usuario en Twitter y su página de Facebook la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos ha anunciado el acuerdo. En el primer comunicado de la Biblioteca se hace hincapié en la dificultad y el reto que será gestionar un flujo de más de 50 millones de mensajes diarios. Este acuerdo se ha celebrado con un “¡Enhorabuena, tus 140 caracteres estarán custodiados en la Biblioteca del Congreso!”. Entre los hitos de Twitter se encuentran el mensaje enviado por Barack Obama tras derrotar al candidatos republicano 2008, los de los disturbios en Irán tras las elecciones o lo más banales “me estoy cortando el pelo” que todo el mundo ha enviado alguna vez. Este prestigioso archivo insiste en que no quiere que se le conozca “sólo por sus libros”. Entre sus fondos se encuentran más de 167 terabytes de información digital y un programa dedicado a preservar la historia de la red: www.digitalpreservation.gov Ante la expectación levantada por el anuncio, el blog oficial de esta institución ha quedado bloqueado.

105 millones de usuarios Twitter ha alcanzado los 105 millones de usuarios en todo el mundo. El consejero delegado de la red social, Evan Williams, co fundador de la compañía, ha afirmado que esta red social genera más de 55 millones de mensajes diarios y recibe 180 millones de visitas únicas al mes y su servicio iguala en tráfico diario al de Yahoo! Twitter tiene previsto basar su estrategia de crecimiento en una mayor explotación de las posibilidades de su servicio a través de los dispositivos portátiles, algo que aún está empezando. “Hoy solamente un 37 por ciento de los usuarios entran a Twitter desde su móvil, pero eso debería ser el 100 por ciento”, ha comentado Williams. El 75 por ciento del tráfico de la red social tiene su origen fuera de la web Twitter.com.

Google ya busca en Twitter Google ya ha abierto su servicio de búsquedas de mensajes de Twitter en tiempo real. Cuando el internauta realiza una búsqueda y obtiene los resultados de enlaces a webs, si clica en Mostrar opciones y, en la columna a la izquierda que se despliega, lo hace sobre Actualizaciones, se le presentará la lista de los últimos mensajes escritos en Twitter relacionados con su búsqueda, lista que se actualiza en tiempo real. Si el internauta quiere congelar las búsquedas en Twitter puede clicar en Pausar. Google anuncia la incorporación en la parte superior de la página de una barra del tiempo para que, clicando sobre ella, se puede acotar la fecha de los mensajes de Twitter que interesan. http://www.elpais.com/articulo/tecnologia/Biblioteca/Congreso/Estados/Unidos/adquiere/archivo/ Twitter/elpeputec/20100414elpeputec_10/Tes

Juan Jacinto Silva Ibarra Egresado de la carrera de comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM En el Centro Universitario de Comunicación de la Ciencia de la UNAM se especializó en ciencia y periodismo. Tiene 25 años de experiencia periodística. Ha trabajo en la UNAM, en el desaparecido Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos. Siempre en áreas relacionadas con la comunicación social. Ha colaborado en una decena de periódicos, revistas y radios como El Nacional, El día, La Jornada; Época, Jueves de Excélsior y Radio Educación. Durante los últimos 15 años se ha dedicado a la televisión. Primero en Canal Once, donde fue redactor, jefe de redacción, de investigación y de información. Aquí realizó también una veintena de documentales para series como Águila o sol, Sabor a Barrio y Haciendas de México. Desde hace 9 años trabaja en Canal 22 donde ha sido jefe de redacción y de información. En 2006 fue designado Director de Noticias, cargo que desempeña actualmente.

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Facebook y Twitter, sin duda las campeonas en el rubro de las Tecnologías de la Información; se han convertido en las plataformas de opinión pública más punzantes e inmediatas

Horizontalidad digital y el periodismo cultural


La cultura en la era digital

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Las condiciones sociales El capitalismo salvaje con su modelo de “es negocio o desaparece” ha conducido a las industrias culturales y de entretenimiento a una batalla campal que parece no tener fin al haber sido encapsuladas bajo el mismo rubro. Los productos y servicios culturales que no están inscritos dentro de la esfera de la industria del entretenimiento jamás han tenido como objetivo producir grandes ganancias. Los objetivos de su producción están basados, en cambio, en generar valores que estructuran y dan identidad a la sociedad. Por el contrario, los productos para el entretenimiento están fundamentados en generar ganancias inmediatas y proporcionar a la sociedad esparcimiento sin cuestionamientos, reforzando las estructuras del ciclo sin fin producción/ consumo/ ganancias/ inversión/ producción. Al estar la sociedad estructurada para funcionar bajo las premisas del neoliberalismo, en las cuales el libre mercado y el modelo de negocio están por encima de cualquier cosa, la simple idea de que exista una industria cultural sin réditos inmediatos parece extravagante y totalmente fuera de la realidad. En el último lustro, no sólo en México sino en todo el mundo las secciones de cultura en la mayoría de los diarios y semanarios impresos se han visto reducidas o han desaparecido por completo, dada la ausencia de inversiones publicitarias y por lo tanto de ganancias, así como el desinterés de los lectores. Pero el periodismo cultural como parte inherente de la cultura misma jamás desaparecerá y ha buscado nuevos cauces y plataformas para su supervivencia e incluso éxito. La evolución democrática de la sociedad entera ha ido permeando todas las estructuras y formas de comunicación. Los monopolios y controles de quien escribe y publica se han modificado de manera sustantiva con esta demanda. La verticalidad absoluta de los consejos editoriales se ha venido abajo por el propio proceso de apertura promovido por la sociedad. Las condiciones de producción, por costos, inmediatez e impacto ecológico, han hecho que los medios impresos se reduzcan de manera sustantiva, sobre todo en las secciones que no producen los dividendos necesarios. El universo de papel se ha modificado sustancialmente por los factores antes expuestos y por una razón fundamental: la vigencia del propio contenido. A nadie sorprende que un diario impreso se vuelva obsoleto a las once de la mañana, cuando ya se está generando en los medios electrónicos una catarata de información en todo el orbe. El capitalismo salvaje, los procesos democráticos y las condiciones de producción y consumo son los grandes rubros por los cuales el periodismo cultural ha modificado sus estrategias, modos de producción y vasos comunicantes con la sociedad. En todo este escenario es donde aparecen las nuevas tecnologías de la información.

El periodismo cultural se ha enfrentado en los últimos veinte años a diversos cambios sociales que lo han hecho replantearse estrategias, modos de producción y plataformas de comunicación con los lectores

Las TI El fenómeno internet nació a inicios de los años sesenta con una serie de experiencias en el ámbito universitario. Desde varias décadas atrás existía la necesidad de enviar datos (conmutación de paquetes informativos) desde puntos remotos, que pudiesen ser leídos y guardados con seguridad. El fax ya era de uso común, pero el resultado era información impresa en papel degradable, no susceptible de ser almacenada en computadoras. Los esfuerzos tecnológicos de aquellos tiempos se encaminaron a utilizar las redes telefónicas, fundamentalmente con el protocolo ARPANET. Treinta años después, se desarrolló un conjunto de protocolos que desembocó en lo que hoy conocemos como world wide web, y con esto, el florecimiento de las TI. La www, con su resultado hipertextual, ha abierto la puerta a otro número creciente de servicios y protocolos, como son: el correo electrónico (SMPT), la trasmisión de archivos (FTPy P2P), conversaciones en línea y mensajería instantánea (IRC), la trasmisión de contenido multimedia (telefonía con el VoIP, televisión con IPTV, y los newsletters y accesos remotos a dispositivos con los NNTP, SSH y TELNET). Todos estos avances en las tecnologías de la información, aunados a los cambios sociales anteriormente expuestos, detonaron un cambio profundo en las relaciones de la sociedad con la trasmisión de información de manera global. La predicha aldea global de Marshall McLughan se reafirmó como una realidad irreductible en los años noventa. La radio y la televisión ya habían abonado el terreno para esta globalización tecnológica e informativa, pero seguían existiendo las estructuras verticales para el control de los contenidos. La www y los demás protocolos de las TI vinieron a derrumbar esa dictadura. Desde todos los ámbitos y prácticas culturales se asumió a la www como el puerto de lanzamiento de discursos estéticos e ideológicos.

Internet fue evolucionando en la arquitectura de la información y así surgieron páginas, sitios electrónicos, metasitios y después portales horizontales, verticales y diagonales. Las bases de datos para imágenes, videos y audios fueron creciendo; y las redes sociales aparecieron en los últimos siete años, para llegar a su clímax al momento de escribir esta ponencia. No es posible dejar de mencionar los blogs, que han sido trinchera de un periodismo sui generis. Las TI en la www han sido palanca liberadora para cientos de miles de personas que, con aspiraciones periodísticas, logran colocar sus textos en sitios electrónicos, blogs, redes sociales y portales, evitándose el yugo de los comités de edición de las publicaciones en papel, en la radio y la televisión. En cuanto a los contenidos, desde el inicio de la red de redes se ha dicho que ésta es un océano de información. Los detractores admitían la magnitud de la web, pero argumentaban “es un océano de información con cinco centímetros de profundidad”. Esa sentencia tal vez era verdadera en un principio, pero hoy la situación ha cambiado radicalmente. Las universidades, enciclopedias en línea, editoriales y las mismas publicaciones y diarios se han encargado de subir de manera masiva cada vez más contenido con sustento académico y periodístico. De facto, las redes sociales en la www se han convertido en un semáforo de los hechos sociales, políticos, artísticos, científicos o del mundo del entretenimiento. Instituciones, organizaciones e incluso medios de comunicación están atentos, minuto a minuto, a las opiniones que se vierten de manera masiva en internet para modificar sus comportamientos, discursos y contenidos. Hoy, se puede asegurar que las TI se han convertido en un elemento democratizador para la opinión pública.


La cultura en la era digital

El periodismo cultural y la www En 1995, quienes estábamos involucrados en las labores editoriales y periodísticas nos dimos cuenta que la www era la opción para publicar, abatiendo costos, evitando las lamentables repercusiones contra el medio ambiente y rompiendo con las estructuras convencionales de editoriales y medios. La tecnología incipiente de la red estaba entonces basada fundamentalmente en código HTML y las bases de datos estaban todavía lejos de ser puestas en marcha de manera eficiente en este nuevo sistema de conmutación de datos. Las mal llamadas páginas proliferaron de inmediato, pero su mantenimiento y actualización hacia dependiente al generador de contenido con quien las armaba. Los actores culturales empezaron tímidamente a publicar las suyas: escritores, periodistas, artistas visuales, músicos, teatreros, coreógrafos y compositores. Después vendrían los metasitios, que albergaban una serie de sitios electrónicos con contenido similar. En el campo de la cultura mexicana surgieron algunas experiencias de este tipo, tales como Zonezero de Pedro Meyer (en 1995) y Artes e Historia México (en marzo de 1996). Hasta ese momento la tecnología era limitada, pero la demanda por presentar contenido de manera más organizada impulsó el surgimiento de los portales. A la par de todo este desarrollo, surgieron iniciativas de gran envergadura que se irían enriqueciendo en contenido al paso de los años, como Wikipedia. Otras, como Project Gutenberg, luchan por sobrevivir hasta la fecha, aunque enormemente debilitadas. Las instituciones culturales se iban incorporando poco a poco a la red y ofertaban sus incipientes contenidos, retomados a su vez por periodistas y comentaristas culturales. Hoy, la mayoría de las instituciones de cultura tiene una presencia robusta y los periodistas de cultura encuentran una fuente de información importante en sus sitios y portales; una vez establecidos, en la mayoría de los llamados horizontales, se dedicó una sección a la cultura. Se pueden recordar los casos de Terra, Esmas, América on line y otros; hoy, la mayoría de ellos las han desaparecido. Los periódicos también empezaron a subirse a la red en esos años, aunque siempre con el temor de que de contenidos completos ya no se vendería la edición en papel. Un caso similar de temores infundados fue el del director del Museo Metropolitano de NYC, quien afirmaba que cuando se subieran las colecciones a la red nadie asistiría al museo. Ya en pleno apogeo de la web, aparecieron los blogs. Los casos de Blogspot y Wordpress han sido los más exitosos y albergaron de inmediato a muchos autores reales o pretendidos. Este caso de plataformas de generación remota de contenido vino a liberar un espacio importantísi-

mo de expresión para el periodismo cultural. Incluso en la versión electrónica de los periódicos, muchos columnistas tienen sus blogs, espacios que son usados con un criterio de independencia con respecto a las directrices editoriales. Escritores y periodistas de diferentes orígenes, ideologías y niveles de calidad han encontrado un recurso ilimitado para crear sus bitácoras de opinión y expresión. Existe tal oferta de información, que un periodista difícilmente puede perder una noticia; basta con cruzar varias fuentes para corroborar un suceso. Sobra decir que también existe mucha basura en esos espacios, lo mismo que sucede en la realidad presencial. Baste dar un vistazo a un kiosco de periódicos en una esquina o la literatura ofertada en los almacenes departamentales o de autoservicio. En años recientes –como mencioné hace un momento– las redes sociales han llegado a su clímax. Hoy, Facebook y Twitter –sin duda las campeonas en este rubro de las TI– se han convertido en las plataformas de opinión pública más punzantes e inmediatas. Cualquier tema de la sociedad es abordado de inmediato desde esas trincheras. Los periodistas culturales y de otras fuentes también han encontrado en estos espacios una forma instantánea de trasmitir opiniones y noticias, así como de recoger las expresiones de la sociedad. Los diarios, semanarios, revistas mensuales y las propias publicaciones de origen electrónico tienen sus espacios en esas redes sociales, al punto que sorprende que una editorial, institución, individuo o empresa no tenga presencia en ellas. Es imperativo tener un sitio o portal muy bien armado y también su propio espacio en las redes para poder feisbuquear o twittear las novedades que se van generando. Las redes sociales, tal como hoy las conocemos, definitivamente irán mutando hacia otras estructuras, interfaces y recursos tecnológicos... pero llegaron para quedarse. Atención aparte merecen los portales especializados en compartir video y fotografía, tales como YouTube y Flickr. Por último, no puedo dejar de mencionar la experiencia personal al dirigir Artes e Historia México por casi quince años. Lo que empezó como una obsesión por presentar la obra de creadores e investigadores mexicanos se convirtió en un agradable caso de éxito como plataforma para los hechos culturales en México. La publicación tiene la estructura de un diario. Ya que mantiene un noticiario que se alimenta con lo que llega a la redacción sobre el acontecer cultural. Igualmente, cuenta con un nuevo sistema que permite extraer, de más de cien medios de la web (entre diarios, semanarios y revistas), unas 210 notas culturales diarias en promedio, que son incorporadas a su oferta de contenido. Tiene también

un semanario, además de uno o dos reportajes especiales y una pieza mensual de arte mexicano. Presenta las agendas de los eventos de cultura del INBA, la UNAM y otras instituciones. También, un espacio de blogs creciente en autores. Por último, incrementa constantemente el número de sitios electrónicos temáticos. Artes e Historia México cuenta con más de 130,000 lectores mensuales y con una penetración en más de cien países. Su estructura editorial y alcance jamás hubiese sido posible en soporte tradicional de papel. Quiero concluir mencionando que las tecnologías de la información y sus recursos multimedia, se han convertido en los perfectos aliados para el periodista cultural. Imaginar un mundo sin cultura sería imposible. De igual manera es imposible imaginar un mundo sin periodismo cultural. Las TI son las perfectas herramientas de quienes nos dedicamos a la labor de informar al mundo sobre el acontecer cotidiano.

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Manuel Zavala y Alonso Nace en la Ciudad de México en 1956, realiza estudios en la Escuela Nacional de Pintura y Escultura La Esmeralda del Instituto Nacional de Bellas Artes, y en la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura del Instituto Politécnico Nacional. Ha expuesto en 19 ocasiones en forma individual, y en más de 120 veces en forma colectiva tanto en México como en el extranjero. Ha representado a México en varias Bienales y eventos importantes de arte y fotografía en diversos países del mundo. Recibe en 1980 el Premio de la Primera Bienal de Fotografía del Instituto Nacional de Bellas Artes. Fue fundador y director de la revista Vértigo de 1986 a 1991. Columnista del periódico El Universal de 1989 a 1993. De 1992 a la fecha se dedica a editar libros y multimedia de arte, habiendo publicado más de 15 títulos. Es fundador y director de Artes e Historia México, Foro virtual de Cultura para internet http://www.artesehistoria.mx desde el 15 de marzo de 1996; publicación electrónica dedicada a difundir el arte, la cultura y la historia de México que ha recibido más de 6 premios internacionales y nacionales en la web por sus contenidos y diseño. Asimismo durante el año 2000 es Becario del Fideicomiso para la Cultura México/USA para fungir como creador y editor del sitio para internet “La colección formada por Manuel Álvarez Bravo de la Fundación Cultural Televisa”.


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La noticia estรก en el poema, en lo que sucede en el poema

La apertura y sus filos


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n la era digital la memoria se acelera, se vuelve hiperreceptiva e hiperselectiva, se vuelve una alta consumidora de información cultural -y de todo tipo- y una gran desechadora de información también de todo tipo. Manuel Garrido, profesor mío en la UNAM, nos contó una vez que los procesos cognitivos eran selectivos, se usara o no un sistema educativo para inculcar o inocular, pues, el conocimiento. Parecía que muy probablemente la importancia de la academia iría decayendo gracias a la masificación del conocimiento del que naturalmente proveería la red, pero ocurrió que la red misma se convirtió inteligente y gratamente en una de las herramientas de expansión de la academia. Exactamente esto ha ocurrido para el periodismo cultural, si contemplamos la era de la digitalización desde su aspecto más positivo. Para hablar sobre la trascendencia de la difusión Cultural en medios digitales y concretamente en la internet, empezaré por los aspectos positivos que se han ido desatando en las décadas de vida web que a mi me ha tocado presenciar. Cuando estuve en la universidad no contaba con una computadora, para hacer tareas e investigaciones, solía acudir -con un enorme placer, por lo demás- a las bibliotecas o al trabajo de campo exclusivamente. Y poco a poco, conforme pude adquirir una computadora, abrir una cuenta de correo, empezar a navegar por la red, sorprenderme por su incalculable poder de comunicación, abrir mi primer blog, luego el segundo y un tercero, volverme seguidora de decenas de blogs, abrir mi primera cuenta en una red social, mi vida fue cambiando. Darme cuenta de que en unos pocos años la web 2.0 (web con base en la cual se han diseñado todas la herramientas interactivas de la red) se había convertido en una herramienta indispensable no sólo para mi divertimento, sino para la realización de mi trabajo y por consiguiente para el buen funcionamiento de mi vida hizo una gran diferencia. Hace unos días platicaba yo con mis dos amigos Eugenio Echeverría y Agustín Peña sobre el fenómeno transmedia; es decir, esta capacidad que alcanzó desde hace unos años el internet para trascender hasta lo más profundo de nuestras vidas. ¿Qué fue, pues, lo que pasó para el periodismo con la era de la televisión? Podemos empezar a hablar de lo bueno y de lo malo. Primero: una masificación y una aceleración de los procesos informativos. Segundo: una trivialización, una posible caracterización de la información, que se potencializa, que además se vuelve un objeto de codicia, que se puede comprar, manipular, etc. La conversión de la cultura en un asunto de oferta y de demanda masiva.

Es clara la relativa economización de los medios para difundir la cultura. Una de las grandes cosas que aplaudo en este sentido es la capacidad de difusión que pueden ser alcanzados en medios gratuitos como blogs, Twitter o Facebook. El fenómeno me parece sumamente atractivo en el sentido de que da voz a un número creciente personas; la forma en que estos millones de personas utilizan esa voz es responsabilidad de cada uno de ellos. El fenómeno de la web 2.0 es un arma de dos filos: la capacidad descontrolada de difusión de información genera una alta falibilidad de la misma. Gabriel Zaid se quejaba amargamente hace varios años en un artículo en Letras Libres, de la trivialización del periodismo cultural, de la falta de seriedad de la que pecamos los periodistas de esta era del acelere, de esa culposa pero a la vez cínica necesidad de sacar una nota en el menor tiempo posible, sin haber leído el libro, haber visto la exposición o haber conocido al artista. En este sentido quienes hacemos periodismo cultural debemos ser autocríticos y reconocer la gran importancia que tiene el manejar la información con responsabilidad. A mi me gustaría que las cosas no fueran tan abrumadoramente inmediatas gracias a la digitalización de los medios informativos, me gustaría poder saborear con calma la cultura, sin la prisa por no perderme a los exponentes de moda.

En la era digital la memoria se acelera, se vuelve hiperreceptiva e hiperselectiva, se vuelve una alta consumidora de información cultural -y de todo tipo- y una gran desechadora de información también de todo tipo


La cultura en la era digital

¿Y qué pasa con los medios impresos en la era digital? Con los medios impresos pasa que los procesos tecnológicos se aceleran, se vuelven más eficientes y requieren por tanto de un menor número de empleados para ser llevados a cabo. El empleo que reduce la eficiencia de las nuevas tecnologías, es un foco rojo que quizá cabría analizar. Los periódicos comienzan a recortar personal. Los medios impresos diarios se debilitan, se empiezan a vender menos, los voceadores empiezan a perder sus empleos, en fin, pero trataré de enfocarme, como les dije, en los aspectos positivos de la digitalización cultural. El medio impreso es uno de los asuntos que más me atañe, puesto que hago junto con Juan José Reyes, Juan Pablo de la Colina, David Huerta y Óscar González la revista literaria de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y que irónicamente no cuenta con una página de internet (próximamente la tendremos). Mi ideal impreso de difusión, de registro, de memoria cultural en la era digital, es un medio permanente, una publicación que no desparezca en un santiamén. Una revista que se valga de todos los beneficios de la digitalización para convertirse en un objeto de arte que permanecerá felizmente en los libreros de sus compradores y será quizá hojeada por los hijos de los hijos de sus compradores, que no se convertirá en basura, pues. En términos de web 2.0: un registro cultural que sea visitado miles de millones de veces, cuya consulta se vuelva una consulta de culto y que haga gala de todo el lujo de creatividad que facilita la tecnología digital en el aspecto gráfico, con todo el pulimiento de buenas plumas que redacten con responsabilidad y verdadero interés por el trabajo del artista al que decidieron difundir. Respetar la materia cultural y entender que su noticia está en el contenido mismo de la obra de arte. En su aguerrida queja, Gabriel Zaid cita a Ezra Pound “La noticia está en el poema, en lo que sucede en el poema.” Poetry is news that stays news, La noticia cultural está en el fenómeno cultural, pues. En México tenemos grandes periodistas en todos los terrenos, personajes de influencia crítica a todos los niveles, que han debido actuar con responsabilidad social aun a costa de su propia integridad. La difusión cultural, pues, debe tomar cierto ejemplo de ellos y no convertirse en un asunto acomodaticio de cumplimiento de cuotas periodísticas impuestas por los diarios o la inmediatez. Para conseguirlo, dispone ahora de una cantidad y una calidad de medios que apenas hace unos cuantos años era insospechada. La enumeración actual de periodistas, sean culturales o sean de cualquier otra materia, tiene delante el formidable desafío que representa la

La memoria,me parece, es uno de los principales sentidos de la cultura y del periodismo cultural, pues genera el registro de lo que la sociedad habrá de entender como bagaje cultural

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riqueza de sus herramientas junto a la complejidad de un mundo que cambia a grandes velocidades. El periodista ha de valerse entonces del mayor conocimiento tecnológico posible al mismo tiempo que, hoy como antes, de un conocimiento profundo de la realidad que investiga y de la que da registro y, desde luego, de un conocimiento completo de su mayor herramienta, nunca reemplazable y siempre necesaria: el lenguaje y su buen uso. Son cada vez más diversos los medios con los que cuenta la cultura ofertable, sin embargo sigue siendo una cuestión de élites el alcanzar una cobertura amplia de los medios más importantes. Por otro lado la oferta de cultura, al encontrar mayores medios para canalizarse se vuelve más competitiva y pierde sus ejes de demanda. Por ello vemos que, aunque surgen y surgen editores y sellos editoriales, estos cuentan con una vida activa demasiado corta, pues no cuentan con la demanda suficiente para sostenerse ante tanta competencia y tanta falta de interés por la cultura. Otro problema con el que se encuentran los medios impresos, y que parecen nulos en los medios exclusivamente digitales, es el asunto dolorosamente complicado de la distribución. La mayoría de las distribuidoras más importantes a nivel nacional se niega a recibir publicaciones de corte cultural, pues son las que se venden menos: es pues, un círculo vicioso, que a final de cuentas impide al lector recibir ofertas culturales y a partir de ello decidir si debe comprarlas o no. Por tanto el consumidor masivo y potencial de la cultura, recibe una oferta tan pobre que ni siquiera tiene la noción de que la cultura de calidad existe. En este sentido los medios digitales son mucho más generosos, puesto que permiten la ofertación masiva en tiempo real y sin intermediarios. Una masificación de la cultura debería ser el objetivo de cualquier sociedad; hace muchas décadas que México debió dejar de ver la cultura como un asunto de élites, y convertirlo en un asunto de acceso público. La internet es la herramienta más económica para lograrlo. Todas las publicaciones culturales desean cubrir a los autores de renombre, a los protagonistas de la escena artística y pocos apuestan por abrir oportunidades de masificación a los nuevos creadores. El objetivo que tenemos en la revista Cultura Urbana es colocar junto a autores ya consolidados, los nombres de autores cuyas carreras estén emergiendo promisoriamente, de manera que el prestigio de los primeros respalde a la calidad de los segundos.

Rowena Bali Ha publicado las novelas Amazon Party, El Ejército de Sodoma y El agente morboso. Trabajo suyo ha sido antologado por la editorial Cal y Arena y el Fondo de Cultura Económica. Es editora de la Revista Cultura Urbana de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y locutora de radio en la estación Ibero 90.9 de la Universidad Iberoamericana.


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Nominados, como mejor radio por Internet, por los Indie O-Music Awards

Código DF, radio cultural en línea


La cultura en la era digital

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C

ódigo DF se construye y diseña desde la necesidad de llenar un vacío para abrir espacios distintos de cultura y difusión cultural, dedicados en su mayoría a promover a todos aquellos creadores y grupos alternativos de la ciudad de México. Igualmente, su programación se deriva de la necesidad de dar a conocer los programas culturales de la Secretaría de Cultura y de otras instancias públicas culturales dedicadas a grandes auditorios. Por tal motivo, buscamos, en los ejes que nos definen: equidad de género, infancia, indígenas y migrantes, adultos mayores y discapacitados, temáticas radiales diversas, dentro de una propuesta democrática de libertad y tolerancia. El diseño de Código DF tiene que ver con su definición de radio por Internet, debido a que la red abre fronteras geográficas y nos permite dar a conocer nuestra diversidad y riqueza culturales, a través de una programación variada y dinámica, en lugares como tan lejanos como Australia, Alaska, Polonia y desde luego, en toda la República Mexicana.

Inicio El inicio del proyecto fue en enero de 2008, con la idea de consolidar una promesa de campaña del Jefe de Gobierno del DF, Marcelo Ebrard, sobre la creación de un sistema de radio y televisión para la ciudad. Bajo la operación de la Secretaría de Cultura. Código DF, radio cultural en línea se inaugura el 4 de septiembre de 2008, con una inversión en instalaciones radiales de 14 millones de pesos en moderna infraestructura de alta calidad.

Producción y transmisión de aproximadamente 4 mil 500 programas. Más de 250 cápsulas de servicio social: Protección civil, medio ambiente, equidad, género y cultura

Propuesta

Programas en vivo

La propuesta inicial de contenidos estableció la necesidad de crear un canal de comunicación que conjugara la radio tradicional con las nuevas tecnologías como es la Web para promover y difundir las propuestas artísticas, culturales y recreativas derivadas de la Secretaría de Cultura, de institutos y dependencias del Gobierno del Distrito Federal; así como de otras instituciones públicas y privadas culturales, además de creadores, artistas, académicos y científicos vinculados directamente con la Ciudad de México. Debido a lo anterior, propusimos, por un lado, la creación de programas culturales concebidos y conducidos por reconocidos especialistas y creadores mexicanos: programas de autor que fueran en sí mismos productos culturales y que además promovieran el trabajo creativo de sus pares en cada emisión. Diseñamos, también, una barra dedicada a la infancia, con cuentos y música infantil latinoamericana. Por otro lado, nuestra barra programática incluyó distintas series en vivo para difundir la gran diversidad de creadores de la Ciudad de México, poniendo atención en todas aquellas manifestaciones artísticas alternativas, o con poca o nula difusión en los canales comerciales de comunicación. Igualmente se crearon dos noticiarios, uno cultural, para difundir la gran gama de actividades culturales públicas y privadas que acontecen en la Ciudad de México y un noticiario dedicado a difundir las actividades organizadas para la infancia en la metrópolis, poniendo énfasis en eventos de entrada libre o bajo costo.

En Código DF producimos y transmitimos siete series en vivo semanales; ya que una de nuestras preocupaciones ha sido rescatar y dar a conocer artistas olvidados o simplemente poco difundidos, a través de entrevistas e interpretaciones musicales en vivo. Como radio cultural en línea, consideramos que la música y sus creadores, en toda su riqueza y diversidad, debe formar parte de una propuesta integral, por eso la música es el hilo conductor en nuestra programación diaria. En Código DF convergen diferentes expresiones y tendencias musicales para muy diversos gustos. Igualmente damos espacio a artistas poco atendidos por los medios de comunicación comerciales en una programación diseñada para públicos específicos.

Programas de autor Series radiales creada con el respaldo y la sensibilidad de escritores, músicos, intérpretes, periodistas, investigadores y especialistas en diversos temas como literatura, artes plásticas, cine, teatro, música, historia, ciencia, cocina mexicana, derechos humanos, pueblos originarios, equidad de género, diversidad sexual, educación sexual, derechos de los periodistas, medio ambiente, programas dedicados a la infancia, entre otros. Algunos de nuestros conductores son: Mardonio Carballo, Mónica Lavín, Estela Leñero, Mario Iván Martínez, Ricardo Muñoz, Rodolfo Ritter, Víctor Ronquillo, Armando Vega-Gil, Elia Baltazar, David Barrios, y periodistas como: Patricia Berumen, Sergio Almazán, Yonathán Amador, además de un grupo de jóvenes periodistas y productores. Actualmente realizamos, semanalmente, 29 programas de autor.

Cibernautas en el mundo Actualmente contamos con más de 400 mil seguidores en la Ciudad de México, en 148 ciudades de la República Mexicana, y más de 100 países como: Japón, Alemania, España, Inglaterra, Estados Unidos, Argentina, Holanda, Alaska, Polonia, Italia, Suecia, Perú, Brasil, entre muchos otros (información obtenida de googleanalytics). Transmitimos los 365 días del año las 24 horas del día.

Convocatorias ciudadanas En julio de 2009, Código DF realizó su Primera Convocatoria Ciudadana. Se presentaron 53 proyectos, fueron nueve los seleccionados. Entre los ganadores mencionamos: dos series de turismo cultural, la historia del rock japonés, un programa dedicado al blues y cápsulas realizadas por personas con experiencia psiquiátrica. Este año, en junio, se abrió la Segunda Convocatoria Ciudadana, en esta ocasión dedicada a temas infantiles. Se recibieron cinco propuestas, sólo fue seleccionada una. En ambas convocatorias, Código DF produce y transmite las series ganadoras, durante 13 semanas.


La cultura en la era digital

Verónica Ortiz Lawrenz Por más de 30 años ha participado en los medios de comunicación como realizadora y conductora de muy diversas series de televisión y de radio en temas sociopolíticos, culturales y fue pionera en la discusión abierta temas relacionados con la educación sexual. Ha sido colaboradora de los periódicos: La Jornada y El Financiero, en éste último instituyó cursos y seminarios de periodismo. Es colaboradora y fundadora de la revista emeequis. Como escritora ha publicado dos novelas: Sobrevivientes que fue distinguida con la selección Planeta España y No me olvides, novela histórica que sucede en el 68, ambas con el sello editorial Planeta. Publicó también un libro de entrevistas: Mujeres de Palabra, con Joaquín Mortíz y el año pasado, su primer poemarío: Abecedario de las culpas con editorial Praxis. Actualmente es Directora de Código DF, radio cultural en línea de la Secretaría de Cultura del GDF.

Reconocimiento En mayo de este año, fuimos nominados, como mejor radio por Internet, por los Indie O-Music Awards, asociación que promueve la difusión de la música y artistas independientes. Durante estos 24 meses de trabajo, Código DF ha realizado: Producción y transmisión de aproximadamente 4 mil 500 programas. Más de 250 cápsulas de servicio social: Protección civil, medio ambiente, equidad, género y cultura. La difusión de 8 mil actividades culturales de la Secretaría de Cultura, y de instituciones públicas como: UNAM, UAM, CONACULTA, IPN, UACM, y asociaciones y grupos dedicados a la cultura. Tuvimos la visita de más de 3 mil 500 creadores invitados a diversas series de autor. Y aproximadamente 700 grupos y/o artistas independientes invitados a nuestros programas en vivo. Código DF transmite las 24 horas al día, los 365 días del año desde las instalaciones de la Secretaría de Cultura del Gobierno Distrito Federal en Av. De la Paz no. 26 1er. piso, Col. Chimalistac a través de: www.codigoradio.cultura.df.gob.mx

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PRIMER COLOQUIO HISPANOAMERICANO DE PERIODISMO CULTURAL

CLAUSURA DEL COLOQUIO


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M

uchas gracias por estar aquí, para mí es muy emocionante encontrarme con mis lectores mexicanos en esta plaza mítica y extraordinaria del Zócalo, en esta feria, que de alguna manera me recuerda a la feria de mi ciudad, Madrid, que en los primeros días de junio cada año también inunda las calles de libros. Siempre he pensado que ferias como ésta siempre son importantes, porque son el gran momento de los lectores. Los escritores también tienen su momento, también los editores; pero las ferias son de lectores que vienen a buscar sus libros y a encontrarse con sus escritores.

Yo creo que los intelectuales no deben ser gurús, no deben dedicarse a decir a la sociedad civil, con el dedo extendido, qué es lo que tienen que hacer

Les voy a contar un poco de mi experiencia en el mundo del periodismo, sobre mi experiencia de autora respecto al periodismo cultural, porque se me han venido a la cabeza muchas historias y muchas anécdotas que tienen que ver con eso. En España también se vive la misma situación de la que han hablado los miembros de este coloquio. Es muy común el hecho de que los jefes de sección encarguen la nota de los libros a becarios que sin el libro leído y con una irritante falta de consideración lleguen frente al escritor y muestren ese desprecio hacia la cultura que crecientemente se advierte en los medios de comunicación. Esto, por desgracia, es un acontecimiento universal y lo puede contar mucha gente. Pero yo les voy a contar algo que sólo puedo contar yo, que tiene que ver conmigo y con el hecho de que sea escritora y tenga que escribir en los periódicos. Les diré cómo me siento y por qué me ocurrió esto y cómo lo hago. Y voy a empezar en enero de 1989, cuando yo publiqué Las edades de Lulú, cuando gané el premio La sonrisa vertical que me permitió publicar mi primer libro. Yo trabajaba de colaboradora editorial, de lo que en el argot editorial en España se llama negro y que en Estados Unidos se llama ghostwriter, trabajaba de escritor fantasma, escribía por encargo textos que al final no firmaba sobre los temas más variados. Nunca escribí para un escritor, esa suerte tuve, probablemente si hubiera escrito libros para otros escritores no hubiera acabado como escritora; me dedicaba a escribir piés de foto sobre libros de texto, folletos de punto de cruz y de cocina, correcciones de estilo, toda clase de trabajos editoriales para sobrevivir. Y en ese momento apareció Las edades de Lulú, novela que me cambió la vida completamente, o sea puso mi vida bocabajo. Bueno, alivió bastante mi situación frente al pago de hipoteca, me dio muchas satisfacciones, pero también me dio muchos problemas y de un porrazo me tuve que enfrentar a un mundo para el que no estaba preparada: el mundo de la prensa cultural. De golpe y porrazo, en vez de hacer entrevistas, tuve que dar entrevistas; en vez de oír la radio, tuve que ir a la radio, y lo más terrible de todo fue tener que ir a la televisión, y en la televisión empieza la historia que les voy a contar. Porque sólo unos meses después de publicar Las edades de Lulú, me llamaron para un programa de la televisión española que se llamaba Juego de niños. Programa en el que había un concurso donde dos niños eran ayudados por dos personas famosas; a mí me invitaron al concurso, y yo no tenía ni idea de quién era el padrino del concursante opuesto,

del niño que iba a concursar con mi niño. Y cuando llegué a la televisión me encontré nada más y nada menos que con Manolo Vázquez Montalbán. Manolo que había sido siempre una persona muy importante para mí, no sólo por sus novelas, sino porque también había escrito durante toda mi adolescencia y mi primera juventud la columna de los lunes de la contraportada de El País. Para la gente de mi generación, la columna de Vázquez Montalbán, era algo así como la verdad, algo que se tenía que pensar. “¿Qué pensamos? Vamos a esperar que dice Manolo que tenemos que pensar”. Y en la universidad nos encontrábamos los lunes discutiendo la columna de Vázquez Montalbán. Yo me agradaba mucho cuando estaba de acuerdo con él y me preocupaba mucho cuando no lo estaba; entonces yo decía: “Oh Dios Mío, ¿qué me ha pasado, que no estoy de acuerdo con él?”. Él que era un modelo de articulista, un modelo de columnista, un hombre absolutamente comprometido, independiente de toda clase de presiones; porque él era la voz de la izquierda española, pero, cuando hacía falta era capaz de tomar posiciones críticas en temas o situaciones que nadie más se atrevía y Manolo era un escritor extraordinario. Y una de las novelas que más me gustaron en mi juventud -que ahora que yo escribo novelas, lo digo con una gran admiración-, probablemente una novela política insuperada, una novela titulada Los mares del sur, yo creo que ha de ser la mejor novela que ha ganado el premio Planeta. Y bueno, cuando llegué a mi primer programa de televisión estaba Manolo Vázquez Montalbán y lo primero que pensé fue: “¡Bueno, ahora tengo que perder, no puedo ganar! Tengo que hacer mañas para perder, ¿cómo voy a ganar yo?”. Bueno, y me puse muy nerviosa y perdí; pero no fue por mi culpa; porque mi parte la hice muy bien pero, afortunadamente mi niño falló más preguntas que el niño de Manolo. Digamos que salí bastante airosa, con una derrota muy honrosa. Y aquella noche me hice amiga de Manolo, tuve la fortuna de hacerme amiga suya. Recuerdo que, además, el equipo de televisión había pensado en un restaurante para ir a cenar y él, que era muy gourmet, termino decidiendo el restaurante al que él quería ir. Aquella noche hablamos de futbol, porque a él le interesaba mucho el futbol, y era del Barça y como yo era del Atlético de Madrid, a priori, teníamos algo en común, que era el enemigo, el Real Madrid. Hablamos de la izquierda, él decía que el Atlético de Madrid era de izquierda extrema. Y hablamos mucho de la relación entre la literatura y el poder.


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Y aquella noche me contó una cosa estupenda, que aparte de brillante es verdad. “Tú ahora estás empezando, pero te van a preguntar muchas veces, sobre la relación entre la literatura y la política. Y cuándo te pregunten, tú lo que tienes que contestar es que la relación entre la literatura y la política es fotogénica. Porque consiste en que a los políticos les interesa tomarse fotos con los escritores. Y eso es lo único por lo que a los políticos les interesa la literatura”. Y aquella noche confirmé lo que sabía ya, que Manolo era un maestro y un modelo para muchas cosas, y entre ellas también, su compromiso respecto a la política, ese tema del que él hablaba con tanta ironía. Una posición que le permitió formar, durante años parte del mundo del periodismo español, ser quizá el columnista más importante del periodismo español sin dejar de ser escritor y sin dejar de ocuparse de la literatura. Y con el tiempo lo que yo he procurado es situarme en la escena de Manolo Vázquez Montalbán, tratar de estar en los medios como estuvo él. Un tema que ha surgido muchas veces en mi vida, como él me anuncio, y que siempre me ha interesado mucho, porque me parece importante el compromiso del intelectual -que tiene mucho que ver con la actitud de escritorque se convierte en columnista. Porque en definitiva lo que hace un artículo o una columna es poner de manifiesto, traer a primer plano esa condición del compromiso; puesto que el columnismo y el articulismo obligan a su autor a posicionarse frente la realidad.

A mí me interesa, desde luego, estar en el mundo, comprometerme con mi tiempo de determinada manera. Yo creo que los intelectuales no deben ser gurús, no deben dedicarse a decir a la sociedad civil, con el dedo extendido, qué es lo que tienen que hacer. A mí me interesa más ir por detrás de la sociedad civil, es decir, más que decir a donde ir; una vez que algún movimiento se ha puesto en marcha, si yo estoy de acuerdo con ese movimiento, si la causa que defienden es mi causa, lo que yo hago es ponerme al servicio de esa causa, volverme su portavoz. Utilizar mi acceso a los medios de comunicación, digamos para ponerme al servicio de una causa que ya está en marcha, que ya existe; me interesa más ir detrás de la sociedad que ir por delante. Me parece que el intelectual gurú no tiene mucho sentido, sobretodo porque creo que es muy importante tener en cuenta que lo de la fotogenia es verdad, vivimos en una época en la que los intelectuales no tenemos la influencia que tuvimos alguna vez sobre el poder, los políticos no hacen caso de los intelectuales, sólo hacen caso de los intelectuales en campañas electorales; porque entonces les interesa mucho hacerse fotos, pedir el voto y acudir a lugares donde hay muchas cámaras de televisión. Pero más allá de eso, el debate político y el debate ideológico en nuestro tiempo se han empobrecido tanto, se ha vuelto tan esquemático, tan pobre que realmente no tiene mucho sentido pretender dirigir el mundo o pretender mover a las masas.

Y mientras yo decidía que esa era la manera en que podía interesar, comprometerme con mi tiempo, yo también empecé a escribir columnas para El Mundo, el primer periódico para el que publiqué. Y como la vida es muy larga y da muchas vueltas, El Mundo ahora tiene una línea absolutamente incompatible con mi manera de pensar. Y mientras escribía columnas, me daba cuenta de algo que Manolo Vázquez Montalván no me advirtió, pero que descubrí por mi cuenta: que la columna es un género cruel, es un género difícil, que te obliga a tener una buena idea a la semana, que te obliga a ser brillante, cuando no tienes ganas de ser brillante, y sobretodo que te obliga a perder una enorme cantidad de horas en leer todos los periódicos; porque hay que tener mucho cuidado cuando uno escribe columnas. No se trata sólo de tener una buena idea, sino de que alguien no la haya tenido antes. De que esa buena idea no te vaya a meter en un conflicto o una polémica de manera inmediata, con otro periodista que esté escribiendo otra cosa, en fin, es un poco complicado. Esa historia de la crueldad de las columnas me sirve para contar la verdad definitiva de la liberación con los periódicos y es que, aunque parezca mentira, porque escribo todas las semanas para un periódico; el periodismo para mí siempre ha sido un problema. Yo como escritora siempre me he sentido absolutamente comprometida con la literatura, siempre he sentido que mi obligación es escribir buenos libros, que para mí no podía haber nada más importante que la literatura, y que esa era mi tarea y ese era mi deber. La propia literatura me daba la facilidad de opinar, de posicionarme, de actuar, de comprometerme con la realidad que me rodea. Porque escribir siempre, se escriba en una novela o se escriba en un periódico, se escriban poemas, o se escriban obras de teatro; en cualquier género y de cualquier manera, escribir es mirar al mundo. Los escritores miran al mundo y cuentan lo que ven y la mirada de cada escritor es distinta, porque no todos ven lo mismo al mirar al mismo sitio, porque su mirada queda filtrada por los contenidos de su memoria, queda filtrada por sus gustos, filtrada, en definitiva, por su ideología. Por eso yo creo que, aunque esté muy desprestigiada, la vieja crítica marxista tenía razón cuando nos decía que la literatura puede no tener que ver con la política -porque esa es una opción del escritor- el escritor puede decidir escribir una novela que tenga que ver con la política o decidir que no. Pero siempre, necesariamente, tiene que ver con la ideología, porque es una toma de decisión sobre la realidad. Incluso, la literatura que carece de ideología, se está posicionando ideológicamente sobre la realidad.


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Hay dos momentos en mi vida; uno cuando escribo en mi casa, y el cual disfruto. Me paso la vida escribiendo en los periódicos, escribo cada semana una columna, y cada dos semanas un artículo largo; a pesar de que ha sido un problema para mi, a pesar de no estar muy segura de tener buenas ideas cada semana, a pesar de eso, lo hago. Y lo hago porque en el fondo es un privilegio que no se puede rechazar, porque para un escritor la posibilidad de publicar columnas o artículos, de publicar regularmente en los medios, es la única posibilidad que existe de mantener la relación con sus lectores entre libro y libro, de decirles a los lectores: “Bueno mira, quizá ahorita no ves un libro mío en las tiendas, quizá no me ves quizá, pero sigo estando ahí”. Siempre que se habla a los lectores, en este tipo de ferias es para criticar la presión en los mercados, para criticar la situación de la industrialización de la literatura; y siempre se pasa por alto una cosa que es muy importante: los lectores son la libertad del escritor. En ese sentido, mis lectores son mi libertad; porque mientras los lectores compren mis libros, yo podré seguir escribiendo los libros que yo quiero escribir. En el momento en que mis lectores dejen de comprar mis libros, o tendré que trabajar en otro sitio para sobrevivir o si quiero seguir viviendo de este oficio, tendré que empezar a escribir los libros que otros creen que debo escribir. Los editores, por ejemplo, y sobre todo los críticos. Entonces, los lectores son muy importantes para mí, tanto que, aunque sólo fuese por ellos, ya me parecería un privilegio tener acceso a los medios, por el simple hecho de mantener el contacto con ellos. Quizá por eso, desde hace más de doce años, empecé a publicar un artículo, cada dos semanas, en El País Semanal. Mi primera colaboración, duradera, con un medio de comunicación. Escribir artículos en un semanal, es distinto al resto de los formatos periodísticos; porque los suplementos dominicales se cierran con dos semanas antes de alteración respecto a su fecha de publicación. Yo me encontré con un artículo que debía entregar veinte días antes de que se publicara. Eso me obligaba a esquivar la actualidad; porque la actualidad es sorprendentemente efímera. ¡Ustedes no se imaginan lo lejos que van a estar los mineros chilenos dentro de veinte días! En el suplemento no podía publicar artículos de

actualidad, no me podía fijar en la actualidad, tenía que encontrar otra manera de trabajar; entonces me las arreglé para hacer una especie de truco fraudulento, que hasta el momento me ha funcionado muy bien. Y es que, en realidad, yo en el Dominical del diario El País cada dos semanas lo que publico son cuentos. Publico cuentos muy cortitos, que muchas veces tienen que ver con la realidad o bien, porque caracterizan una situación de la calle, de la vida cotidiana que se está viendo todos los días, o bien porque el origen del cuento es una historia real que me cuentan. Bueno, y eso fue algo que funcionó muy bien desde el momento que decidí ponerles una casa a mis artículos, un hogar. Decidí que en lugar de escribir una página cualquiera, mi página iba a tener un título y mis artículos iban a obedecer a ese título. Yo vivo en Madrid enfrente de un mercado tradicional, con carnicería, pescadería, con las señoras que van todos los días. Entonces pensé, y para ser honrada no lo pensé yo, la idea se le ocurrió a mi marido en un momento que yo no sabía qué hacer ni dónde dirigirme, él me dijo: “Porqué no lo haces del mercado, que lo tenemos enfrente”. Y es verdad las mejores cosas son las que están en frente y lo mejor es escribir de lo que se conoce. Yo me di cuenta, que el mercado era un microcosmos del cual podía opinar sobre el macrocosmos. Todo lo que ocurría en el gran mundo de la ciudad, ocurría también en el mercado; lo que estaba de moda afuera estaba de moda adentro, lo que producía perplejidad afuera, producía perplejidad adentro. Así empecé a escribir artículos cada vez más y más literarios, que acabaron siendo cuentos; y llevo –debo de confesarlo- doce años esperando que me regañen, esperando que me digan: ¡Oye guapa, ya está bien! Pero yo no creo que me regañen ya, porque ha pasado mucho tiempo, y mis artículos del dominical funcionan porque, precisamente, son cuentos. Porque la gente espera encontrarse cuentos y porque, soy la única loca que escribe cuentos en lugar de artículos, y me resulta más fácil porque lo hago mejor. Así, en enero del 2008 llegó un momento fatídico en mi vida. Sonó el teléfono de mi casa, y era el director del periódico diciéndome: “Almudena, te tengo una propuesta que no me vas a poder rechazar –eso ya da mucho

La columna es un género cruel, es un género difícil, que te obliga a tener una buena idea a la semana, que te obliga a ser brillante, cuando no tienes ganas de ser brillante


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miedo–. He decidido que vas a escribir la columna de los lunes”. Y en ese momento, claro, me acordé de Vázquez Montalbán; me acordé de mí en la cafetería de la Facultad, de lo orgullosa que estaba cuando estaba de acuerdo con Manolo, de lo preocupada que estaba cuando no acordaba con Manolo, me acordé de aquel concurso de televisión en que, afortunadamente para mi perdí; y me dio muchísimo miedo. No era sólo tener una buena idea a la semana; se trataba de estar expuesta, de escribir mil 840 caracteres. ¡Excuso decirles el problema que fue! Y sin embargo, claro, dije que sí, era una propuesta que no podía rechazar. Dije que sí porque, aunque me daba mucho miedo, era un orgullo escribir la columna de Manolo, de alguna manera, sentía que lo tenía que hacer. Escribir una columna de mil 840 caracteres para una escritora que escribe libros de mil páginas es un ejercicio estupendo. Es como ponerse una faja del siglo XVIII, sin poder respirar. Al final no fue tan terrible. Al final, como todo en la escritura fue una cuestión de estructura, de encontrar una estructura buena para contar. Descubrí que en una columna sólo cabe una idea, buena o mala, sólo cabe una idea; si tienes tres buenas, pues, hay que elegir una, pues las otras dos sobran; tener una estructura de tres párrafos y repetirla siempre, lo que me permitía literaturizar la columna, dándole una estructura clásica de planteamiento y un desenlace. Y en definitiva, de lo que se trataba era de algo muy parecido a lo que hago yo para escribir libros. Yo cuando escribo parto siempre de una imagen, todas mis historias parten de una imagen. De repente veo algo, a veces real; lo veo con los ojos de la cara, otras veces no, y lo veo con los ojos de la imaginación.

Para un escritor la posibilidad de publicar columnas o artículos, de publicar regularmente en los medios, es la única posibilidad que existe de mantener la relación con sus lectores entre libro y libro

Veo una imagen poderosa que a mí me promete que tiene una historia detrás. A veces esa imagen es el origen de un libro, a veces no; porque yo tengo que trabajar esa imagen, darle vueltas, ver a dónde me lleva, qué puedo hacer con ella. El proceso es parecido a abrir una ostra; algunas no se abren, otras se abren pero no están buenas, y de vez en cuando una tiene una perla adentro.

Yo escribo a partir de imágenes, y estoy acostumbrada a ir por la vida buscando imágenes que me prometan historias; creo ficción a base de muchos pequeños pedacitos de realidad. Escribir columnas no es tan difícil porque no se trata de transitar por la prensa, se trata de transitar por la realidad buscando una imagen que dé una buena idea a la semana.



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