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El Cultural

llenándolas de libros mexicanos. Después llegó el Fondo de Cultura Económica, que tuvo un gran éxito. En 1995 publicaste El trovar clus de las jacarandas, un poemario en el que los árboles (y en particular, los de la jacaranda), son una metáfora metafísica del ciclo de vida y muerte. Cuéntanos cómo hiciste este mapa de la Ciudad de las Jacarandas y por qué decidiste que este poema largo remitiera al verso críptico del trovar clus. En cuanto a El trovar clus de las jacarandas —imperfecta y personal forma del haikú—, constituyó una especie de letanía o, mejor dicho, una suerte de misal y su año de guardar, la vida anual de ese árbol prodigioso. De niña, mis descansos del teclado consistían en tirarme en el pasto del pequeño jardín de mi casa bajo una jacaranda gigantesca. Descansar la espalda era el pretexto para alucinar perdiendo la mirada en su fronda contra el cielo de aquellas primaveras en “la región más transparente”. Con el tiempo, mis

recorridos por la Ciudad de México, en camión o en coche, se convirtieron en un mapeo de las jacarandas existentes. Y llegó el día en que se encarnaron a mi chulel,* a la manera de los animalitos que dejan su impronta mágica en la tierra suelta, frente a los jacales pueblerinos. Los seres vivos que tienen la suerte de no pertenecer a nuestra especie guardan, en su savia o sangre, por más que queramos descifrarlos, un lenguaje cifrado, un trovar clus. Al principio, el mapa de la ciudad fue aleatorio. Poco a poco, y ya obsesionada por el ciclo vital de las jacarandas, las busqué, me encontraron, y me encontraron sola y con la tragedia de la muerte de mi entonces única y entrañable amiga, Elisa Bitar Letayff. Me disculpo por dar la impresión de que mi escasa obra literaria parezca responder siempre al malentendido y la tragedia. No fue así cuando escribí Esencia y presencia guadalupanas, a solicitud de un gran museo que exponía la más notable colección de obras desde el siglo XVI a la actualidad.

“AL PRINCIPIO, EL MAPA DE LA CIUDAD FUE ALEATORIO. YA OBSESIONADA POR EL CICLO VITAL DE LAS JACARANDAS, LAS BUSQUÉ Y ME ENCONTRARON SOLA Y CON LA TRAGEDIA DE LA MUERTE DE MI ÚNICA AMIGA: ELISA BITAR .

cómplice de doble cara —la una andrógina, abismalmente vacía la otra—; tu propia prolongación encadenada en irrevocable banda de Moebius.

* * * To belong or not to belong: that is the Question.

* * * Elisa queridísima: Siempre nos detenemos unas horas aquí, en que el mar del Golfo y los estuarios del Papaloapan corren líneas paralelas, a uno y otro lado de la carretera. El cielo debe tener tanta náusea como yo: está de un gris caliente y opresivo... Esta ranchería ocupa la ladera de una loma de arena, angina que la defiende de infecciones mortales. Apenas recubierta por esa maleza rastrera que los nortes achaparran y queman. Aquí paran los camiones de carga, de redilas, pipas, transportes de Ciudad Pémex y de Malpaso, que van y vienen de los pantanos pestilentes de Minatitlán a Veracruz. Aquí los camioneros consumen cervezas, caldos de camarón y canciones pellizcadas y en manteca de Pedro Infante, Pepe Silva, Lola Beltrán... vía sinfonola, claro. Fuera de la barraca conviven a picotazos y mordidas niños, pollos, puercos, patos bastardos y guajolotes... Los árboles son tendederos y basureros los matorrales. En los tulipanes florecen latas de Tecate. Cuatro tablones en que están pintadas sendas letras rojas W.C. trasminan, con admirable constancia, su hedor de siglos: residuos petroleros, caña de azúcar, tabaco fermentado y fermento de líderes campesinos callados a machetazos en cualquier zanja, torsos de palo mulato, lirios viciosos del río de mariposas... Miles de ánsares, pelícanos, gaviotas, saquean la entrañable revolución de un mar sombrío: extracción sin bisturí, sin alevosía ni remordimiento. Elisa linda, hermana, cómo darte una idea exacta de mi desolación. El error —creo— está en hacer una mística de las relaciones humanas. Se aterra al prójimo. Claro, al principio ese sentido sagrado del amor lo exalta como lo haría cualquier sustancia tóxica, pero no tardan en manifestarse el miedo y la repulsión. El marido, el amante, la hija, te piden ¡te exigen!, temperaturas normales, vivibles. Nada de esos altos hornos de los que hablaba Juan José, nada de esa entrega a temperaturas en que los metales hierven y se funden, y el deseo se tiempla y destiempla en la caldera solar. Si Dios no soporta un voto de celibato, ¿por

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Fuente > DGPyFE/UNAM

SÁBADO 30.11.2019

Simplemente, y toda vez que la Iglesia Católica —el Azobispado, si bien recuerdo— autorizaba el préstamo no sólo de la mayor parte, sino de las obras cumbre del Virreinato hasta nuestros días, no pudo admitirse un texto que yo iniciaba comentando las ceremonias a las diosas prehispánicas. Finalmente, el libro fue editado por la UNAM y está por ahí, a la caza de algún lector o lectora que acepte ver la presencia de nuestras diosas prehispánicas en el que considero el culto mexicano máximo: el consagrado a la Virgen de Guadalupe. * Según la creencia chamula, se refiere a las almas de personas que pueden manifestarse también como animales.

qué tu marido o tu hija han de soportar un sacrificio sin fisuras? ¿Por qué no fallar, dándoles permiso de fallar? ¿Por qué no aligerarles la vida con los benditos, digeribles ejemplos de la transacción, del medio tono, del pacto con...? Sí, con el rostro pintado en el trasero del diablo, puerta abierta a la estupidez, a la promiscuidad, a la traición jocosa, al único espejo transitable... ¡y que nos aproveche! Te dije que estoy enferma. De asco. No creas que me abstengo de comer. Simplemente no tengo hambre. Es un rechazo al alimento, al solo hecho de ingerir que —Algo como un horario, un ciclo, un ritmo solar o lunar, suspendieron su estúpida ronda en mi cabeza— Algo cesó— No necesito nada ni a nadie ubicables en el espacio o en el tiempo. No sabes lo que daría por liberarme de Diana y que Diana se liberara de mí. Me cuesta trabajo mirar su boca griega, sus mejillas renacentistas, sus grandes ojos de oro quemado, oro de hoja, limpiamente estriado por esa pátina de antecesores bárbaros —tal vez franco-germánicos— que desconozco. Me da horror besarla. Hermana paloma, hermano cerdo— ¿Piedad franciscana y esas cosas? Ella no ha tenido piedad de mí. Yo estoy infinitamente más desprotegida que ella. El árbol del bien y del mal— Se está tan desarmado— Ya no sé sino que todo, todo, TODO, TODO duele— Conocer es rendir la plaza: la victoria no existe. Ella se siente superior porque todavía no afronta las consecuencias. No vengas con Nuni. Con Nuni no. Tú me enseñaste a ser franca. Porque no soporto un reclamo, un grito, un llanto infantil. La oscuridad está llena de llantos de recién nacidos que dentro de quince, dieciocho años nos van a maldecir por haberlos traído al mundo. Noches y noches. Y dentro de las noches en mil pesadillas me veo encerrada en el cuarto de esquizofrénico que ese adolescente adorado compartía con el jesuita, en el cuarto de paranoico en que Julián amenazaba aplastar al mundo con un moledor de carne, en sucesivos cuartuchos de aborto clandestino de Carmen, y en el mío propio, embarazada, dando de alaridos de continente a continente— ya no quiero, YA NO QUIERO, YA-NO-QUIE-RO, YANOQUIERO— No hay en la vida sino unos cuantos coitos malencontrados, unas cuantas evacuaciones a destiempo— Perdóname— Me alimento de— ¿DÓNDE ESTÁ JUAN JOSÉ?

P. D. Conocí esta carta, que nunca recordé haber escrito, tres meses después. Fuente: Tita Valencia, Minotauromaquia, prólogo de Claudina Domingo, Colección Vindictas, UNAM, México, 2019.

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