06 Robots e Imperio

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bárbaros, y no se les podía dejar la Galaxia. Amadiro tenía razón en aquello y la había tenido siempre, mientras que Fastolfe estaba en el más absoluto error. Mandamus asintió, como si se hubiera persuadido otra vez de la absoluta corrección de lo que estaba planeando. Suspiró y deseó que aquello no fuera necesario. Luego se dispuso a repasar, una vez más, la razón que le demostraba que sí era necesario. Amadiro volvió a entrar. Amadiro aún tenía un aspecto impresionante, aunque estaba a un año de cumplir veintiocho décadas. Era, en mucho, lo que un espacial tenía que ser y parecer, excepto por la desgraciada deformación de su nariz. Amadiro le dijo: —Siento haberle hecho esperar, pero tenía un asunto del que ocuparme. Soy el jefe del Instituto y esto comporta unas responsabilidades. —¿Puede decirme dónde se encuentra la doctora Vasilia Aliena? Así podré describirle mi proyecto sin más retraso. —Está de viaje. Va a visitar a cada uno de los mundos espaciales para averiguar en qué punto están respecto de la investigación robótica. Cree que, aunque el Instituto de Robótica se fundó para coordinar la investigación individual en Aurora, la coordinación interplanetaria favorecía la causa. En realidad, una gran idea. Mandamus rió con desgana, y comentó: —No le dirán nada. Dudo que algún mundo espacial quiera cederle a Aurora más poder del que ya tiene. —No esté demasiado seguro. La situación colonizadora nos ha desbaratado a todos. —¿Sabe dónde se encuentra ahora? —Tenemos su itinerario. —Hágala regresar, doctor Amadiro. Amadiro frunció el entrecejo. —Dudó de que resulta fácil hacerlo. Quiere estar lejos de Aurora hasta que muera su padre. —¿Por qué? —preguntó Mandamus, sorprendido. —No lo sé, ni me importa. Pero lo que sí sé es que a usted se le ha terminado el tiempo. ¿Lo comprende? Vaya al grano o márchese. Señaló, sombrío, la puerta y Mandamus comprendió que la paciencia del otro ya no podía aguantar más. —Está bien —dijo Mandamus—. Hay aún un tercer punto por el que la Tierra es única. Habló con facilidad y precisión, como si estuviera exponiendo algo que había ensayado con frecuencia y pulido minuciosamente con el único fin de presentárselo a Amadiro. Y Amadiro se fue encontrando cada vez más absorto ¡Era perfecto! Amadiro experimentó un tremendo alivio. Había acertado al asumir que el joven no era un loco. Estaba perfectamente cuerdo. Vio el triunfo. Saldría bien. Naturalmente, el punto de vista del joven, tal como estaba planteado, se apartaba un poco del camino que Amadiro creía que debía seguir, pero eso se corregiría si era preciso. Las modificaciones eran siempre posibles. Y cuando Mandamus terminó, Amadiro dijo con una voz que se esforzaba por mantener firme: —No necesitamos a Vasilia. En el Instituto disponemos de expertos para poder empezar enseguida. Doctor Mandamus —en su voz se notaba un nuevo tono respetuoso—, deje que todo se desarrolle tal como está planeado; creo que saldrá bien, y será usted Director del Instituto en el momento en que yo sea Presidente del Consejo. Mandamus sonrió brevemente, mientras Amadiro se recostaba en su butaca y, con la misma brevedad, se permitía contemplar el futuro con satisfacción y confianza, algo que no había podido hacer en el curso de veinte largas y agotadoras décadas. ¿Cuánto tiempo les llevaría? ¿Décadas? ¿Una década? ¿Parte de una década? Poco tiempo. Poco tiempo. Debían acelerarlo por todos los medios a fin de que pudiera vivir para ver aquel viejo acuerdo anulado y él, Señor de Aurora y, por lo tanto, de los


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06 Robots e Imperio by Raytrax Crilax - Issuu