Liahona Septiembre 2008

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VOCES DE LOS SANTOS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS

mandado. Así lo hicieron y contenía los nombres de veintisiete personas más. Se realizaron las ordenanzas del templo por todos esos parientes y yo tenía la seguridad de que efectivamente eran mis antepasados. Gracias a experiencias maravillosas como éstas, me siento muy recompensado por mis esfuerzos de realizar la búsqueda de mi historia familiar. Aun cuando en ocasiones he tenido decepciones, no me he dado por vencido. Puedo ver que nuestro Padre Celestial ciertamente me ha guiado en mi investigación. Sé que nuestro Padre Celestial brindará la oportunidad a todos Sus hijos de recibir las ordenanzas del templo, ya sea en la actualidad o durante el Milenio. También sé que nuestros antepasados que acepten el Evangelio en el mundo de los espíritus anhelan que realicemos la obra de historia familiar. Si dedicamos nuestros mejores esfuerzos al Señor, Él abrirá el camino. ■

Reflexiones sobre la historia familiar P O R S T E P H E N C . YO U N G

D

urante el verano de 1979, me sorprendió enterarme de que algunos de los libros y documentos de mi madre estaban almacenados en un cobertizo de unos miembros del barrio de mi ciudad natal de London, Ontario. Tras rescatar lo que pude de varias cajas de cartón enmohecidas, descubrí cuadros

genealógicos parcialmente llenos de mi familia, algunos registros de grupo familiar y unas cuantas notas referentes a la investigación que se había realizado. El verdadero tesoro fue una historia personal de cuatro páginas que escribió mi madre, quien había fallecido cuando yo tenía once años. Esta maravillosa historia escrita a mano describe su niñez en Inglaterra en la década de 1930 y su vida durante la Segunda Guerra Mundial. El haber encontrado esos registros despertó mi

interés inicial en la historia familiar e hizo volver mi corazón hacia mis antepasados. Casi dos años más tarde, en abril de 1981, mi padre murió inesperadamente. Entre sus efectos personales, descubrí un anillo que tenía sus iniciales, CMY, pero no recordaba habérselo visto en la mano. Debió de haberlo usado cuando prestó servicio durante su juventud en un dragaminas de la Armada de Canadá durante la guerra.

N

unca olvidaré cuando caminé hasta la puerta de entrada de la casa ubicada en la calle Oaklands Road, número 32, la casa que mi tatarabuelo había construido.


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