Liahona Noviembre 2005

Page 104

hacían lo mejor que podían y sabían que la Iglesia es verdadera. Lo que lo atrajo no fue la organización, sino la luz del Evangelio y fue esa luz lo que fortaleció a aquellos buenos miembros. En muchos países, la Iglesia está todavía en sus principios y los aspectos de su organización están muy lejos de ser perfectos, pero los miembros pueden llevar en el corazón un testimonio perfecto de la verdad. Si esos miembros permanecen en su país y edifican allí la Iglesia, a pesar de las dificultades y penurias económicas, las generaciones futuras estarán agradecidas a esos valientes pioneros modernos, que siguen este amoroso consejo que la Primera Presidencia dio en 1999: “En nuestros días, el Señor ha tenido a bien proveer las bendiciones del Evangelio a muchas partes del mundo, incluso un número de templos que va en aumento. Por lo tanto, deseamos reiterar el consejo que ya se ha dado a los miembros de la Iglesia de que permanezcan en sus respectivas tierras en lugar de emigrar a los Estados Unidos... “Si los miembros de todo el mundo se quedan en su tierra natal, trabajando para hacer progresar la Iglesia en su país, tanto ellos como la Iglesia recibirán grandes bendiciones...” (Carta de la Primera Presidencia, 1º de dic. de 1999). Quiero agregar una advertencia para los que vivan en barrios y estacas grandes. Debemos tener cuidado de que el núcleo de nuestro testimonio no esté basado en el aspecto social de la Iglesia, ni en las actividades, los programas u organizaciones magníficos de nuestros barrios y estacas. Todo eso es importante y tiene valor, pero no es suficiente; ni siquiera la amistad es suficiente. Reconocemos que estamos viviendo en una época de turbulencia, desastre y guerras. Como muchas otras personas, sentimos la gran necesidad de tener algo “para defensa y para refugio contra la tempestad y contra la ira, cuando sea derramada sin mezcla 102

sobre toda la tierra” (D. y C. 115:6). ¿Cómo encontramos ese lugar seguro? El profeta de Dios, el presidente Hinckley, enseñó lo siguiente: “Nuestra seguridad se basa en la virtud de nuestras vidas. Nuestra fortaleza yace en nuestra rectitud” (véase “Para siempre Dios esté con vos”, Liahona, enero de 2002, pág. 105). Recordemos cómo instruyó Jesucristo a Sus Apóstoles, clara y directamente, al principio de Su ministerio terrenal: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mateo 4:19). Ese fue también el principio del ministerio de los Doce Apóstoles, y supongo que deben de haber sentido que no estaban a la altura del llamamiento, tan profundamente como yo lo siento después de haber sido llamado a esta sagrada obra. Pienso que el Salvador mismo nos enseña ahí una lección sobre la doctrina y el orden de prioridades fundamentales de la vida. Cada uno de nosotros debe seguirlo primeramente, y al hacerlo, Él nos bendecirá más allá de nuestra propia capacidad para que lleguemos a ser lo que Él quiere que seamos. El seguir a Cristo es parecernos más a Él, aprender de Su carácter. Por ser hijos espirituales de nuestro Padre Celestial, tenemos el potencial de adquirir los atributos de Cristo y

demostrarlos en nuestro carácter. El Salvador nos invita a aprender Su Evangelio viviendo Sus enseñanzas. El seguirlo implica aplicar principios correctos y luego experimentar las bendiciones que se reciben como resultado. Ese proceso es, al mismo tiempo, muy complejo y muy sencillo. Los profetas antiguos y los modernos lo han descrito con tres palabras: “Guardar los mandamientos”; nada más ni nada menos. Cultivar los atributos de Cristo en nuestra vida no es tarea fácil, en especial cuando salimos de las generalidades y de lo que es abstracto y nos enfrentamos a la realidad de la vida. La prueba consiste en poner en práctica lo que decimos; la verificación ocurre cuando los atributos de Cristo tienen que hacerse evidentes en nuestra manera de vivir, ya sea como marido y mujer, como padre o madre, como hijo o hija, como amigos, en nuestro empleo, en nuestro negocio y en nuestros momentos de recreo. Entonces podemos reconocer nuestro progreso, y también lo reconocen los que nos rodean, cuando empezamos a aumentar nuestra capacidad de obrar cada vez más “con toda santidad ante [Él]” (D. y C. 43:9). Las Escrituras describen una cantidad de atributos de Cristo que debemos cultivar a lo largo de la vida, entre ellos el conocimiento y la humildad, la caridad y el amor, la obediencia y la diligencia, la fe y la esperanza. Esas cualidades personales de carácter no dependen del tipo de organización de nuestra unidad de la Iglesia, ni de nuestra situación económica y familiar, ni tampoco de las costumbres, la raza o el idioma. Los atributos de Cristo son dones de Dios y no pueden cultivarse sin Su ayuda; la ayuda en particular que todos necesitamos se nos da generosamente por medio de la expiación de Jesucristo. El tener fe en Jesucristo y en Su expiación significa confiar completamente en Él, fiarnos de Su poder, inteligencia y amor infinitos. Si ejercemos con rectitud el albedrío, recibimos los atributos propios de Cristo. La fe en Él


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.