Liahona Noviembre 2004

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enseñaba en la ribera, Él vio dos barcas que se hallaban junto al lago; entró en una de ellas y le dijo al dueño que la apartara de la costa para que la multitud no lo empujara. Después de enseñar desde allí, le dijo a Simón: “Boga mar adentro, y echad vuestras redes…” Simón le contestó: “Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red. “Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces… “Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”14. La respuesta a eso fue: “…Venid en pos de mí, y yo os haré pescadores de hombres”15. Simón el pescador había recibido su llamamiento. Dudoso, incrédulo, sin educación ni capacitación, el impetuoso Simón no halló fácil la vía del Señor ni encontró que fuera un camino libre de dolor. Todavía tendría que oír la reprensión: “¡Hombre de poca fe!”16. No obstante, cuando el Maestro les preguntó: “Y vosotros,

¿quién decís que soy yo?”, Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”17. Simón, el hombre que dudaba, se había convertido en Pedro, el apóstol de fe. Pedro había tomado su decisión. Cuando el Salvador quiso elegir un misionero diligente y enérgico, Él no lo encontró entre Sus seguidores sino en medio de Sus adversarios. La experiencia en el camino a Damasco cambió a Saulo. El Señor dijo esto de él: “…instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel”18. Saulo el perseguidor se convirtió en Pablo el proselitista. Pablo tomó su decisión. Diariamente, innumerables miembros de la Iglesia llevan a cabo actos de servicio abnegado. Muchos se ejecutan voluntariamente, sin ostentación ni jactancia, sino más bien con amor discreto y tierno cuidado. Permítanme contarles un ejemplo de alguien que tomó la decisión sencilla pero arraigada de servir: Hace unos años, mi esposa y yo estuvimos en la ciudad de Toronto,

donde habíamos vivido cuando yo era presidente de la misión. Olive Davies, la esposa del primer presidente de estaca de Toronto, estaba gravemente enferma y se preparaba para partir de esta vida. Su enfermedad le exigió abandonar su amado hogar e internarse en el hospital, donde podía recibir el cuidado que le hacía falta. Su única hija vivía con su propia familia a gran distancia, en el Oeste. Traté de consolar a la hermana Davies, pero ella ya tenía junto a sí el consuelo que anhelaba. Un fornido nieto suyo estaba sentado a su lado. Supe que se había pasado la mayor parte del verano alejado de sus estudios universitarios a fin de poder atender a las necesidades de su abuela. Le dije: “Shawn, nunca te arrepentirás de tu decisión. Tu abuela piensa que el cielo te ha enviado en respuesta a sus oraciones”. Él me contestó: “Decidí venir porque la quiero y sé que esto es lo que mi Padre Celestial quería que hiciera”. Hubo lágrimas, y la abuela comentó cuánto disfrutaba de la ayuda de su nieto y de presentarlo a todos los empleados y pacientes del hospital.

L I A H O N A NOVIEMBRE DE 2004

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