Liahona Julio 2001

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Jesús solía hablar en parábolas cuando caminaba por los polvorientos senderos de la Tierra Santa. Y dijo: “Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. “Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. “Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. “Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; “y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. “Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese”. El Salvador bien podría decirnos: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?”. Sin dudarlo, nuestra respuesta sería: “El que usó de misericordia con él”. Tanto ahora como entonces, Jesús exclamaría: “Vé, y haz tú lo mismo”3. Jesús nos dio muchos ejemplos de interés compasivo —el paralítico en el estanque de Betesda; la mujer adúltera; la mujer del pozo de Jacob; la hija de Jairo; Lázaro, el hermano de María y Marta— cada uno representaba al herido en el camino a Jericó; cada uno necesitaba ayuda. Jesús dijo al paralítico de Betesda: “Levántate, toma tu lecho y anda”4. La mujer pecadora recibió este consejo: “Vete, y no peques más”5. Para ayudar a las personas a sacar agua, Él proporcionó una fuente de agua que salta para vida eterna6. A la hija muerta de Jairo, mandó: “Niña, a ti te digo, levántate”7. Y al Lázaro sepultado exclamó: “¡Lázaro, ven fuera!”8. El Salvador siempre ha mostrado una capacidad ilimitada para mostrar compasión. Él se apareció a la multitud en el

continente americano y dijo a la multitud: “¿Tenéis enfermos entre vosotros? Traedlos aquí. ¿Tenéis cojos, o ciegos, o lisiados, o mutilados, o leprosos, o atrofiados, o sordos, o quienes estén afligidos de manera alguna? Traedlos aquí y yo los sanaré, porque tengo compasión de vosotros; mis entrañas rebosan de misericordia.

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“Y los sanaba a todos”9. Uno bien podría hacer la sagaz pregunta: Estos relatos pertenecen al Redentor del mundo. ¿Puede realmente suceder en mi propia vida, en mi propio camino a Jericó, una experiencia tan valiosa? Mi respuesta son las propias palabras del maestro: “Venid y ved”10. No hay forma de saber cuándo


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