Contra la dictadura violeta - Alegato antifeminista

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Hogar, dulce hogar

la ideó un ingeniero aeronáutico español- de que hoy dispone la pareja para aligerar esas tareas que se tienen por ominosas y que quizás no lo son tanto, hacer la colada, lavar platos, preparar la comida, etc.

El hogar es, en teoría, el ámbito más amable y menos duro de relaciones entre sexos: hogar, dulce hogar, my house, my castle… La convivencia es, también en teoría, mucho más dura en el trabajo, la política, el ejército… Escribo en teoría porque todos sabemos que en el hogar, desgraciadamente, se dan situaciones dramáticas, se perpetran infinidad de canalladas y muchas vidas acaban yéndose por el desagüe de la monotonía y la aversión al otro sexo y a la familia.

Hubiera podido ser que el feminismo hubiera lanzado el mensaje de “chicos, chicas, ahora que lo tenemos más fácil, vamos a organizarnos para disponer de más tiempo libre, vivir más tranquilos y ser más felices”. Pero no, su grito de guerra es “que frieguen ellos” y su objetivo colocarles el delantal, obligarles a tender la ropa y contemplar su desconcierto frente al complicado cuadro de mandos de un horno o una lavadora. ¿Que no, dice usted…? Pues vea los anuncios que se hacen para fomentar la corresponsabilidad en las tareas del hogar. Más parecen condenas a galeras que otra cosa; y eso cuando no desprecian conspicuamente la inteligencia varonil o su capacidad para entenderse con los cacharros domésticos.

El feminismo, que sabe muy bien que la mujer es el “ama de casa” aunque nunca emplee esta expresión por miedo a tener que dar explicaciones, podría recurrir al hogar, en que la mujer señorea, como al recinto en que la pareja puede encontrarse, entenderse, criar hijos y… quizás, amarse y todo. El feminismo podría levantar la bandera del acercamiento entre sexos desde el hogar, en donde decide y manda.

El feminismo no busca la liberación de las personas –mujeres y hombres- de aquellos menesteres supuestamente menos agradables en el minúsculo y más íntimo espacio vital que es el hogar sino encadenar al hombre a lo más enojoso de él como queriendo hacerle pagar los siglos en que la mujer ha sido “ama de casa”, según ellas, muy a su pesar: es el signo del feminismo, lo negativo.

Pero no: las feministas se han empeñado en echar sal en ese terreno ya agreste de por sí, para convertirlo en campo de concentración en que, dicen, las mujeres han penado durante siglos y al que ahora se empeñan en arrastrar al varón, cargado de cadenas. De nada vale que las faenas del hogar se hayan aliviado sustancialmente merced a los electrodomésticos y a la infinidad de inventos y cachivaches, la mayoría inventados por varones –la fregona, por ejemplo, 87


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