Cuaderno 3 senda libre

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Repensar lo Sagrado desde otras Coordenadas Culturales

que iban en detrimento de la vida y de la sana doctrina religiosa ha pervivido por generaciones. Las prácticas rituales vistas como brujerías por parte del pensamiento hegemónico desde la conquista hasta nuestros días sigue siendo un factor para abandonar las prácticas espirituales en los lugares sagrados. En este sentido, se cuenta: Solo en la memoria del tiempo permanece una época en la que los hombres respetuosos cuidaban de los manantiales que sustentaban la vida de las comunidades. Pero llegaron días en los que la mayoría de las personas se olvidaron de cuidar de los manantiales, de los lugares sagrados y de cultivar una relación sana con la naturaleza. Aquellas personas que perdieron su corazón en el camino, cuando veían a alguien -que no había perdido el rumbo de lo sagrado- llevar flores, velas y canto a los manantiales sentían un profundo coraje y rabia en su contra; por eso, los acusaban de practicar la brujería. Cierto día, los hombres que se habían extraviado vieron a un anciano llevar velas, flores y canto al manantial; con prontitud lo condenaron a muerte, pues, el brujo debía de morir. Sin embargo, era la única persona que sabía cuidar del ojo de agua en nombre de toda la comunidad. Quien pierde el corazón no es capaz de reconocer que el otro es carne de su misma carne y sangre de su misma sangre. Aquel día el anciano fue asesinado sin piedad y a esa misma hora el manantial se secó y durante 12 años no hubo más agua en aquel lugar. Durante todos esos años, también sucedió que la Madre Tierra dejó de producir los alimentos necesarios para el sustento. Pero algo raro pasaba en el manantial, pues, cuando la esposa del anciano asesinado iba a buscar agua sucedía que había lo suficiente hasta llenar todos sus cántaros; en cambio, cuando las demás mujeres bajaban al pozo sólo encontraban resequedad y desesperadas lloraban su desgracia. De tanto sufrimiento buscaron ayuda. Entonces nombraron a tres mensajeros para que a través de ellos consultaran el motivo de sus males. En el camino, los elegidos encontraron a un anciano al que le contaron lo que les pasaba y después de escucharlos, éste sin titubeos les dijo: -¿Por qué han matado a la única persona que pedía por todos ustedes en el manantial? Él oraba a Dios, para que no les hiciera falta nada para su buena vida. El único remedio –fijando la mirada en el rostro avergonzado de los asesinos- es que pidan perdón al anciano en su tumba,

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