Cenizas de sodoma

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Cenizas de Sodoma

Nimphie Knox

Y Mathias suspiró, para intentar tranquilizarse. —Los dos seremos el cebo, no podría dejar que corrieras el peligro tú solo. Estaremos en igualdad de condiciones. Belluse relajó el gesto, pero no bajó la guardia. —Está bien. No sé si dará resultado, pero... sea como sea, no estaremos en igualdad de condiciones. Entonces unos golpes les hicieron sobresaltarse. El celular de Mathias cayó al piso y Belluse sacudió los hombros. —¡Diga! —Señor Malkasten, señor Sabik.... alguien los busca —exclamó la voz de Van, del otro lado de la puerta. Mathias la abrió y bajó la vista para observar al otro empleado de la posada. —¿Quién? —Ha dicho que se llama Argus McPherson.

Era la segunda vez que Belluse lo veía, pero era la primera para Mathias. El vice supremo de la Orden de Garibaldi estaba sentado exactamente en la misma mesa donde habían estado ellos dos hacía menos de una hora. Bebía un café cuyo aroma perfumaba todo el bar y que hizo a Belluse le dieran ganas de desayunar por tercera vez. Miraba por la ventana y Mathias vio que movía la pierna derecha para aliviar la tensión. Ese simple gesto le provocó una oleada de nerviosismo. Ese hombre era la clave para resolver el caso del Asesino de Vierne. Ese hombre tenía las respuestas. Y ellos sólo debían hacerle las preguntas. Argus McPherson giró la cabeza al oír los dos pares de pasos y se puso de pie al ver a las dos personas que su superior y amigo, Reine Brice, había contratado hacía poco menos de un mes. —Señor McPherson —dijo el más alto—. Soy Mathias Malkasten, de la Orden Judas Iscariote. —¿Tú eres el chico de ayer, cierto? —le preguntó, estrechándole la mano. —Sí. Soy Belluse Sabik, de la Orden de Caín —contestó Belluse. Él y Mathias obedecieron el gesto de Argus McPherson y se sentaron frente a él.

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