Una vida alocada, 22

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Antonia. Entonces la madre preguntó que cuánto iban a costar los daños producidos por mí, en ese momento a este astuto conductor se le ocurrió una gran idea. Él contestó que mejor ella fuera a su casa a negociar sobre aquel asunto. Mi madre aceptó encantada y anotó la calle, el número de casa y su número de teléfono móvil para que acordaran la fecha en la que se produciría el encuentro. Al cabo de una semana el conductor llamó, quedaron esa misma noche en la dirección que le había dicho, en la puerta de su casa. Al caer la noche, mi madre, se montó en su coche y se dirigió a la casa de aquel astuto conductor. Al llegar a la dirección indicada, observó que era una gran casa con una gran piscina. Cuando bajó del coche, el conductor salió a recibirla con un elegante esmoquin y le propuso entrar a tomar una copa, ella aceptó. Mientras, bebían y charlaban de diversas cosas de su vida, hacía tiempo que habían dejado a un lado el tema que le había llevado allí. Lo que no sabía mi madre era que el conductor le había echado una droga que atontaba muchísimo a las personas. Al cabo de poco tiempo los efectos de aquella droga tan maligna empezaron a notarse en la forma de expresarse de mi madre. Cuando los efectos de la droga alcanzaron su nivel máximo, Antonia obedecía a todo lo que el conductor le decía. Entonces al cabo de un buen rato el malísimo conductor decidió acostarse con Antonia durante el resto de la noche. Al despertar, mi madre no recordaba nada de lo sucedido, pero al ver que estaba totalmente desnuda en una casa que no era la suya supuso lo sucedido. Se vistió lo más rápido que pudo y codujo hasta su hogar. Pero al llegar encontró a su marido, Pepe, en la puerta de casa muy preocupado por lo sucedido. Antonia bajó del coche y le dijo a mi padre que le iba a explicar la razón por la que esa noche no había acudido a dormir a casa. Mi madre contó su historia, pero mi padre no se la creyó y se enfadó muchísimo, y le pidió el divorcio. Ella lloraba desconsoladamente por el hecho de que decía la verdad y su marido no la creía. Mi padre se divorció y echó de casa a mi madre, y ella sin sitio al que ir, decidió ir a la casa de aquel conductor que tantos perjuicios le había causado a su familia. Al poco tiempo mi padre se enteró de que mi madre se había quedado a vivir con aquel conductor y ya no volvió a saber nada más de ella. Pasaron los años y yo ya estaba en segundo de la ESO. En este tiempo mi padre y yo habíamos estado muy unidos, pero en este año, cuando alcancé este curso, mi padre empezó a beber hasta ponerse borracho y cuando lo hacía se ponía violento. En varias ocasiones me pegó algún que otro puñetazo; yo, como sabía que si me resistía sería peor, no decía nada y me iba del cuarto donde sucedía la acción. Al cumplir los dieciocho años, me fui de casa de mi padre por los continuos maltratos que sufría, porque con el paso del tiempo se habían vuelto más frecuentes y brutales. Yo quería una gran ciudad para vivir, llena de oportunidades. Entonces recordé un libro que había leído hacía algún año, trataba de Las Vegas. En ese momento hice unas cuantas cuentas mentalmente y llamé a un taxi para me le llevara hasta el aeropuerto más cercano. Al llegar a aquel aeropuerto, fui a recepción y pregunté que cuánto costaría un viaje a Las vegas lo más pronto posible. La recepcionista me contestó que el avión

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