Una vida alocada_14

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Sí, la verdad es que me he llevado un susto tremendo.

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¿Te duele algo, te encuentras bien, tienes alguna herida? –Rogelio tenía el gesto muy serio y no paraba de mirar en todas las direcciones.

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Sí… me duele la pierna izquierda y el brazo derecho, pero creo que no los tengo rotos.

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¡Gaspar! ¿Qué es eso que te sangra, muchacho? Me miré el costado, tenía un trozo de cristal clavado no muy profundo, pero había tocado

alguna vena y por eso sangraba tanto.

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Sube al coche, en casa te curaré para que dejes de sangrar –Rogelio, era evidente, tenía prisa por desaparecer de allí cuanto antes.

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Pero, ¿qué pasara con el plan?, no podré coger el avión –en ese momento mi gran preocupación era huir bien lejos, mis heridas ya se curarían.

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Olvídate del plan, vamos a casa y ya veremos lo que hacemos.

En casa de Rogelio me curé las heridas y estuvimos hablando toda la tarde y parte de la noche sobre lo que al final iba hacer. Me ofreció vivir en su casa un tiempo, porque como era juez nunca sospecharían de él. Yo le dije que no, que sería una carga para él y solo me quedé a dormir aquella noche. Pronto, por la mañana, Rogelio me llevó en coche hasta la estación de tren más cercana, que me llevaría a Barcelona para coger un barco hacia África. ¿Por que África? os preguntaréis, pues porque como África es un continente poco desarrollado, pensé que pasaría más desapercibido entre la pobre gente de allí, además creía que la policía no iría hasta tan lejos para buscarme. Cuando llegué a Barcelona no quedaban billetes de barco y tuve que elegir entre dos opciones: la primera, esperar al siguiente barco que zarparía al día siguiente a las nueve y media, o la segunda opción meterme en el barco pasando por alto todos los controles de seguridad. Y así lo hice, esperé a que entrara toda la gente para entre la multitud pasar desapercibido. Logré entrar, pero lo que más me costaría encontrar sería comida y un lugar donde dormir. Estaba paseando por el barco y de repente salió una chica de la limpieza de una lujosa suite, y en ese mismo instante le pregunté:

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¿Quién se aloja en esta fabulosa suite?

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Ahora mismo nadie señor, dijo, ¿por qué lo pregunta?

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