Falco 03 la venus de cobre iii 20120506125118

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XXXV Tenía un aspecto semejante al de Novo, pero parecía mayor: el mismo tono de piel y la misma solidez bien alimentada. El cuerpo carnoso, la cabeza pesada y un tupido bigote negro que encubría los movimientos de su boca. Manifestó una extraña indiferencia acerca de quién era yo o qué hacía en el comedor de la familia, charlando con el cocinero jefe. Se acercó a nosotros y cogió la botella azul estriada de la que Viridovix y yo habíamos dado buena cuenta. Por fortuna, segundos antes había apoyado mi copa en el suelo y la tapé con los pies. Viridovix se las ingenió para que su copa de vino se volviera invisible entre los pliegues de la funda del sofá en que estábamos sentados. El liberto echó un vistazo a la botella y descubrió que el contenido había bajado. —¡Novo no ha sido capaz de esperar! —se quejó. Me separé de Viridovix. —Disculpe, señor, ¿es usted Crepito? —Soy Félix. Era el que estaba casado con Polia. Seguía mirando la botella con mala cara, como si acusara a Hortensio Novo de haberla inaugurado. Ni Viridovix ni yo lo contradijimos. —Soy Marco Didio Falco. Estoy aquí cumpliendo una misión que me encomendó su esposa... —Era imposible saber si estaba enterado—. Me gustaría solicitar una entrevista urgente si Hortensio Crepito está en casa... Félix alzó la botella. —¡Es de una añada excepcional! Crepito y Novo están a punto de reunirse conmigo. —Señor, Novo no acudirá a la cita. Ha ocurrido algo. ¿Podemos hablar..., si es posible en presencia de Crepito? Más preocupado por la botella que por mi misterioso mensaje, Hortensio Félix se encogió de hombros y me condujo a otra estancia. Los tres libertos se habían propuesto degustar el vino de Falernia en una salita situada al otro lado del salón principal, una estancia que para mí era nueva. Se trataba de un aposento exuberantemente exótico: pinturas nilóticas, abanicos, estatuillas de dioses con cabeza de Ibis, cojines de rayas vibrantes y sofás de marfil con esfinges en lugar de reposabrazos. —Es nuestro salón egipcio. —Félix se dio cuenta de que yo retrocedía un paso—. ¿Le gusta? —¡Debería haber uno igual en cada casa! Como un avispero o una puerta que nunca cierra. Otra ráfaga de ajo se acumuló a nuestras espaldas. Era Crepito, que había buscado infructuosamente a Novo. —No he podido dar con el muy imbécil. ¿A qué juega? Aunque Polia me había asegurado que los libertos no tenían lazos de sangre, después de ver a los tres comprobé que indudablemente provenían de la misma tribu oriental. Crepito gastaba un bigote más reducido que el de Félix, estaba menos entrado en carnes que Novo y tenía una voz más estentórea y tajante que los otros, pero poseía los mismos carrillos, piel atezada y temperamento irritable. Novo debía de haber sido el más joven de los tres. Me presenté por segunda vez. —¿Es usted Hortensio Crepito? Soy Didio Falco y estoy contratado por sus respectivas esposas. —Crepito masculló y seguí hablando bajo el supuesto de que conocían mi existencia—. Lamento ser quien les dé la noticia, pero Hortensio Novo ha sufrido un accidente repentino, un ataque fatal.

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