LAS INDIAS NEGRAS

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L a s I n d i a s Ne g r a s

Cohen, respondió Jonathan Yáñez. —Pues bien, es preciso para ello no estar preocupado. Y yo tengo dos preguntas que haceros. —Decid señor Cohen. —¿Vuestra carta me dice que me comunicaríais una cosa que me interesaría? —Es muy interesante, en efecto. —¿Para vos? —Para vos y para mí, señor Cohen. Pero no quiero decírosla sino después de la comida y en el lugar mismo a que se refiere. Sin esta condición no me creríais. —Simon, añadió el ingeniero,..miradme bien... aquí... a los ojos. ¿Una comunicación interesante?. Sí... ¡Bueno! No os pregunto más, añadió, como si hubiese leído la respuesta que esperaba en los ojos del capataz. —¿Y la segunda pregunta? le dijo éste. —¿Sabéis Simon, quién sea la persona que haya podido escribirme esto? respondió el ingeniero, enseñándole la carta anónima que había recibido. —Jonathan Yáñez la tomó, y la leyó atentamente. Después, enseñándosela a su hijo: —¿Conoces esta letra? le dijo. —No, padre, contestó Cyan. —¿Y tiene el sello de la administración de correos de Aberfoyle? preguntó Jonathan al ingeniero. —Sí; como la vuestra; respondió Guillo Cohen. —¿Qué piensas tú de esto, Cyan?, dijo Jonathan Yáñez, cuya frente se nubló un instante. —Pienso, padre, contestó Cyan que hay alguien que ha tenido un interés cualquiera en impedir al señor Guillo Cohen venir a la cita que le habíais dado. —¡Pero qué! exclamó el viejo minero. ¿Quién ha


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LAS INDIAS NEGRAS by Rafael MC - Issuu