Rafael Aliena_Adelaida Martínez y el honor de la pobreza

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Al dar respuestas en negativo, ya hemos dado un paso, pero el siguiente nos cuesta más. No sabemos si debemos darlo, es decir, si debemos dar una respuesta a qué es una buena vida. Nos atenaza la condena de los tiempos y tememos ser desterrados del Paraíso en el que conversan apacible y civilizadamente las mentes positivas, que aprendieron de los peligros de la especulación y de eso que llaman, con largueza, “metafísica”, las personas de bien que no andan haciendo juicios sobre la vida de los demás, que dejan en paz a sus socios y conciudadanos, que hacen y dejan hacer, liberales al modo de los mejores prohombres del XIX. En algún momento he dado el paso. ¿Qué he dicho sobre la buena vida de los pobres? De momento, con mi propuesta de “cálculo de instituciones”, que es mejor una vida poblada de ellas y que debe preocuparnos su falta, su erosión o su mal funcionamiento. Dicho de otro modo, que la integración social es un bien (ya he razonado sobre ello en el capítulo 12). Pero he dicho más, y no deseo escurrir el bulto. En la cuarta parte he hablado de religión del trabajo, fe y lucha y he defendido la conveniencia de una conducta ajustada a un papel social. Quizá he ido más lejos de lo que pretendía, pero ahí está. Si no me equivoco, he defendido algo así como “¡Volvamos a la cultura!”, un lema de Arnold Gehlen, un autor al que leí anteayer. Me temo que también yo, como Gehlen, como Bell, como Lasch, milito en lo que en algún sitio he visto como “el partido del superego”. Sospecho que la conclusión lógica a la que llego es algo así como “los modelos conductuales civilizados” (que son, para Gehlen, las “instituciones”, y para nosotros, los papeles sociales) dan fuerza (contra la enorme debilidad para la motivación que resulta de una excesiva apertura y soberanía de espíritu, que nos hace sujetos de autocreación; contra la desorientación que produce un relativismo exagerado). ¿Sólo fuerza, forza, motivación, incluso ese “sentido” del que hablábamos en el capítulo 11? Añadamos: “liberan al individuo de un exceso de decisiones, constituyen una guía para las innumerables impresiones y excitaciones que inundan al ser humano abierto al mundo” y permiten “dedicar las energías anímicas a cosas más elevadas dejándolas disponibles para iniciativas propiamente personales, únicas y novedosas”.205

Cuarta conclusión. Sobre la identidad: Abramos un espacio para las cuestiones de identidad. Que la necesidad de explicar no nos deje huérfanos de otras inquietudes. Esta conclusión no puede extrañar a nadie. En mi trabajo no me ha preocupado saber por qué Adelaida Martínez ha llegado a ser lo que es, y sí, y mucho, qué la mueve y qué le desagrada. No hay causas ni determinantes, no hay explicaciones. No he buscado los factores sociales, ambientales, de crianza o de contexto que expliquen su conducta, su personalidad o sus

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