Un mes y el fuego de justicia sigue encendido

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Un mes y el fuego de justicia sigue encendido Nuestra Palabra | 14 Marzo 2012 Hoy se cumple el primer mes de la tragedia en la granja penal de Comayagua. Para este momento ni siquiera se ha cumplido con la entrega de todos los cadáveres de entre los 361 calcinados en la matanza más horrorosa ocurrida históricamente en los penales del continente. Y menos todavía que se haya puesto en marcha un auténtico proceso de investigación que sienta las bases de un proceso que lleve al enjuiciamiento de los responsables hasta lograr una sentencia condenatoria. Una matanza como la de hace un mes no puede ser jamás un asunto del destino, ni podemos decir que es porque Dios así lo quiso. Nuestra fe se sustenta en el Dios de la Vida que no acepta ningún sufrimiento producto de la injusticia y el egoísmo humano. El horror que sufrieron los privados de libertad y el dolor que padecen tantas madres y familiares, no es querido por Dios, porque resultan de una tragedia que se pudo prevenir. Si no se hizo, todas esas muertes recaen en quienes tienen responsabilidad en el Estado. Y es obligación humana, jurídica y cristiana demandar una investigación que acabe con deducciones judiciales a los responsables directos y a las autoridades que tienen la máxima responsabilidad de los centros penales. ¿Dónde está Dios en este acontecimiento? No puede estar con los que provocaron la tragedia ni en la impunidad de quienes escurren la responsabilidad de investigar y esclarecer los hechos. ¡Dónde está Dios entonces? Un teólogo alemán protestante que fue condenado a los campos de concentración nazis, cuenta que entre tantas torturas, los jefes militares alemanes seleccionaban cotidianamente y al azar varios detenidos para ahorcarlos delante de los demás. Un día seleccionaron un niño famélico, flacucho, y por su falta de peso, la cuerda en su cuello no le apretaba tanto que su agonía se prolongó mucho más que los otros seleccionados. Mientras sufría y pataleaba bajo la cuerda que lo ahorcaba, una voz de entre la multitud se elevó gritando, “¡¡Dónde está Dios!!”, y otra voz de entre la multitud respondió con firmeza: “¡Allí está, ahorcándose!!” Ese es nuestro Dios. No nos libra del sufrimiento, ni se desentiende del sufrimiento producto de la injusticia. No. Él Carga con el sufrimiento, Él sufre en el que sufre el sufrimiento. No es que está ausente o lejos de la cruz. Está en la cruz, está en los crucificados. Lo que no se asume no se redime, nos recuerda San Agustín, y para salvar a la humanidad, el Dios de Jesucristo asume nuestra condición hasta en lo más profundo del sufrimiento y de la tortura. En la noche del catorce de febrero, el Dios de la Vida fue asfixiado, calcinado y probablemente tiroteado en los 361 privados de libertad. Y ahora clama porque se conozca la verdad de lo que provocó la tragedia, y porque se haga justicia. No tenemos que seguir esperando otras tragedias para tomar decisiones profundas en el sistema carcelario, ni dejar que se utilice el dolor humano para prácticas caritativas que evaden o atrasan respuestas que hagan frente al fondo del problema de las cárceles. Tampoco hay derecho que se use la tragedia y el dolor humano para que se olviden otros grandes asuntos de impunidad, como el caso de la demanda porque se intervengan y se transformen las instituciones policiales, Ministerio Público y Corte Suprema de Justicia. Y mucho menos podemos aceptar que esta tragedia sea utilizada, o según el cálculo, olvidada, por parte de las campañas politiqueras. Es un asunto de justicia para 361 personas, cuyos cuerpos calcinados son un lamento que no nos deja estar en paz.


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