Quodlibet 32

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de una obertura, en menos de tres minutos, todos los temas de la película como leitmotifs que identifican la narrativa musical y cinemática, a partir de un tema de jazz casi improvisado, el cual se despliega apenas cruzan el río que conduce a la truopée al apacible pueblo, identificando claramente a quiénes aplicará su genio musical, el cual vuelve aparecer cuando finalmente llegan a la plaza central del pueblo, y Legrand lo vincula y entreteje con el resto de los temas, desembocando, genialmente, con el tema que identifica a la vida apacible y burguesa de los otros protagonistas. La orquestación de Legrand es soberbia y encantadora y muestra su asombrosa capacidad para ilustrar y definir personajes, tanto como su verdadero genio cromático y musical al ofrecer una música surgida de un motivo tan banal y aparentemente insignificante, con ecos de un coral bachiano, presentado por Solange Garnier (Françoise Dorléac) al piano en una pequeña academia de música y baile, acompañada por su hermana Delfine (Catherine Deneuve). Dicho tema no sólo identifica con precisión a Solange, sino que será desarrollado con diversas variaciones hasta desembocar en el concierto para piano que le viene a la cabeza en una escena ulterior del filme.

Bernardo en la versión cinematográfica de Jerome Robbins, en vez de Gene Kelly, icono arquetípico del baile y la tradición musical estadounidense, quien encarna a Andrew Miller, un compositor neorromántico, quien le sirve a Demy como vínculo tanto con la tradición de la que proviene y homenajea, como con el mundo cultural europeo que él y Legrand mismos representan, y en cuyo personaje hay, una vez más, una sutil crítica a la frivolidad del género a través de uno de sus máximos representantes.

Es en esta oposición dialéctica entre lo dionisiaco y lo apolíneo en lo que el filme se diferencia y separa por completo de sus modelos estadounidenses, los cuales muy raramente presentan algún tipo de crítica.

En esta breve escena de apertura vemos al unísono la maestría de Demy al crear un sutil y breve plano secuencia que va de la plaza donde se instalan los visitantes, el cual conduce directamente a la academia de las hermanas Garnier, quienes a su vez se ven prisioneras de la vida burguesa que llevan y de la cual también anhelan huir, en una notable toma que opone el mundo dionisiaco de los bohemios con el apolíneo de la academia y sus valores burgueses, los cuales son puestos en oposición tanto por medio del discurso visual como el musical. El trazo escénico de Demy en estos cinco minutos son el equivalente cinemático de la economía musical de la partitura de Legrand, y juntas representan uno de los momentos de gloria más notables del filme. Es en esta oposición dialéctica entre lo dionisiaco y lo apolíneo en lo que el filme se diferencia y separa por completo de sus modelos estadounidenses, los cuales muy raramente presentan algún tipo de crítica, como es el caso del señalado de Leonard Bernstein. Y quizá por eso no sea casual que Demy haya elegido para el personaje masculino principal de su película a George Chakiris,

George Chakiris en Les Demoiselles de Rochefort Fuente: https://bit.ly/2VygpNw

Ambos personajes icónicamente representados por Chakiris y Kelly son, a su vez, imágenes contrapuestas de la misma tradición dancística de la que provienen. Cada uno representa el opuesto del otro. Etienne (Chakiris) es el personaje perfecto para dar vida al mundo dionisiaco de la poesía, la ebriedad, el baile y la libertad, el cual es contrapuesto al mundo hiperromántico, más civilizado, encarnado por Miller (Kelly) y su música formal y académica. Esta brillante oposición simbólica también puede detectarse en otras dos partes, más notable aún: la misma ciudad de Rochefort, que no por nada es una ciudad portuaria, mediterránea, a la que Demy contrapone el elemento apolíneo en otras formas, empezando por la presencia de una base aeronaval y la omnipresencia de soldados marchando por sus apacibles calles. A este nivel discursivo, se opone el personaje de Maxence (Jacques Perrin), quien forma

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