Quodlibet 30

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Sin duda, el primer vínculo entre Johann Sebastian Bach y Mozart fue la amistad entre Johann Christian Bach, hijo de J. S., y Mozart. Sin embargo, a diferencia de su padre, J. C. Bach formaba parte de una generación de músicos que eran también empresarios. Esta generación tenía ya otra sensibilidad hacia la música, habíamos pasado del Barroco al periodo clásico. Ese mundo religioso del Barroco, cuya música mantenía un ethos constante durante sus obras, que tenía un bajo continuo en lugar de una armonía fluctuante y en la que el contrapunto era un sello característico, estaba lejos de la música del joven Johann Christian. La música clásica nos ofrecía una melodía acompañada por una serie de arreglos armónicos con variaciones rítmicas y con matices expresivos ya lejanos a la sacralidad de apenas un par de décadas antes.

Retrato de Gottfried van Swieten

Johann Christian Bach, pintado en Londres por Thomas Gainsborough, 1776 (Museo Civico, Bologna).

Mozart llevaba la partitura de una obra que acababa de componer. Ésta sería la primera de unas cuantas en las que incluiría el contrapunto como el elemento central, es decir, donde se apreciaría la influencia más directa de la música de J. S. Bach. Me parece que el primer momento en que podemos hablar de un diálogo musical entre J. S. Bach y W. A. Mozart fue un domingo por la mañana de 1782, en Viena. Wolfgang Amadeus Mozart tenía entonces 26 años de edad.

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A las diez de la mañana debía llegar a una cita con el Baron van Swieten, quien fuera el representante de la corte de Viena en Berlín y ahora era el director de la Biblioteca Real. Mozart llevaba la partitura de una obra que acababa de componer. Ésta sería la primera de unas cuantas en las que incluiría el contrapunto como el elemento central, es decir, donde se apreciaría la influencia más directa de la música de J. S. Bach. Entre ellas están el final de la sinfonía 41, Júpiter (K. 551), la fantasía para piano en Re menor (K. 397), algunas obras incompletas como la suite en Do mayor (K. 399) y la sonata para piano y violín en La mayor (K.402), así como las sonatas para piano K. 309 y la K. 475, pero en ninguna de estas obras podemos apreciar mejor la influencia de J. S. Bach en la música de Mozart como en sus Cuartetos para cuerdas Haydn (así llamados por la dedicatoria que Mozart hiciera a su querido maestro y de los que hablaremos poco más adelante).

Mozart tocó el final de la melodía con una nota más alta, una que no correspondía a la tonalidad en la que estaban tocando y que producía una sensación de disonancia […] esa sensación generó una gran expectativa.


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