especialistas en tocar el registro clarino vieron declinar su fama, su prestigio y su fortuna, de modo que el repertorio para trompeta solista en la generación siguiente a Bach es prácticamente inexistente. Tenemos, apenas, un concierto de Leopold Mozart, y la noticia ciertamente triste de que un Concierto para trompeta de Wolfgang Amadeus Mozart se perdió para siempre.
desarrollado. Dondequiera que Weidinger tocaba el concierto de Haydn, el público se sorprendía de la capacidad del instrumento para trazar líneas melódicas complejas en los registros medio y bajo, cosa impensable en las rústicas trompetas naturales. Y al mismo tiempo, admiraban la maestría de Haydn y su intuición para aprovechar al máximo los recursos de esta trompeta organizada de Weidinger. Hacia 1803, Weidinger realizó algunas giras que lo llevaron a cosechar éxitos en Alemania, Francia e Inglaterra, y para ese año había dado algunos pasos adelante en el desarrollo de las llaves de su trompeta, de modo que el instrumento para el que Johann Nepomuk Hummel (1778-1837) compuso su igualmente famoso concierto resultó aún más avanzado y flexible que el que Haydn había tenido a su disposición siete años antes. Además de los conciertos de Haydn y Hummel, el trompetista Weidinger se hizo acreedor a una importante parte de trompeta en la partitura de un Réquiem compuesto por Sigismund Neukomm para el rey Luis xvii. Y nada más. No deja de parecer extraño, considerando la altísima calidad del Concierto para trompeta de Haydn y los avances representados en el Concierto para trompeta de Hummel, que ningún otro compositor importante de su tiempo le dedicara otra obra a Weidinger; sin embargo, el sólo hecho de haber sido el impulso motor para este par de estupendas obras le garantiza a Weidinger un lugar destacado en la historia musical y un reconocimiento especial por parte de quienes amamos la trompeta y su música con especial pasión.
El caso es que el caballero Weidinger, a base del conocido sistema de prueba y error, llegó a diseñar un mecanismo de rudimentarias llaves que, realizando un trabajo similar al que hoy hacen los pistones, permitía al intérprete modificar la longitud de la columna de aire en la trompeta, dando al instrumento posibilidades cromáticas que ya no estaban restringidas a las regiones más agudas del registro. Así, en 1795, Weidinger tenía en su poder una trompeta de llaves, en mi bemol, que en su tiempo fue conocida como organisierte Trompete, algo así como trompeta organizada. Las posibilidades de este instrumento llamaron de inmediato la atención de Haydn, quien conocía bien a Weidinger, y en 1796 el compositor creó el que hasta la fecha es el más importante concierto para trompeta de todo el repertorio. Aprovechando para sí mismo (y con pleno derecho) la fama de Haydn y la buena recepción que se dio a su concierto, Weidinger comenzó a dar demostraciones de su novedosa trompeta y siguió experimentando con el mecanismo que había
Como la obra más importante del repertorio, el Concierto para trompeta de Haydn ha sido grabado en numerosas ocasiones, por trompetistas de diversas latitudes, orientaciones estéticas, estilos y capacidades expresivas. Entre las grabaciones de corte tradicional, son especialmente recomendables las de Maurice André, Adolf Scherbaum, Timofey Dockschitser, y Adolph Herseth. Si en cambio usted prefiere alguna versión más moderna en cuanto al estilo y el sonido, con trompetistas de técnica asombrosa, escuche las versiones de Wynton Marsalis, John Wallace, Alison Balsom o Hakan Hardenberger. Y si le entra la curiosidad por el asunto de los instrumentos antiguos, hay por ahí un par de muy buenas versiones a cargo de los trompetistas Friedemann Immer y Crispian Steele-Perkins, con la Academia de Música Antigua que dirige Christopher Hogwood y The King’s Consort conducido por Robert King, respectivamente. Y en medio de tantos trompetistas ilustres de nuestro tiempo, ¿qué se hizo el señor Weidinger, de ilustre memoria? Pues fue muy admirado y aplaudido hasta la década de los veintes en el 1800, cuando el interés por su instrumento comenzó a decaer drásticamente. Así, Anton Weidinger pasó los últimos treinta años de su vida tocando su trompeta en salas de concierto semivacías, y murió en el olvido en Viena, su ciudad natal, en 1852.
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