No lecturas por las no escritoras y los no escritores

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NO LECTURAS por las

NO ESCRITORAS y los NO ESCRITORES



El Taller de No Escritores y No Ilustradores se niega, primero, por falta de creatividad de sus fundadores. Segundo, porque pretendemos salir del concepto del “Escritor” y pasar al que escribe. Los somos todos: usted que nos puede leer y cada uno de los que aquí pusieron algo de sí. Pero no sólo son las letras, sino también los trazos y hasta el corte de las hojas. Cada ilustración, cada línea, tienen un trabajo directo, un contacto con cada uno de los que ponen su nombre, superan sus temores iniciales (todo inicio lo genera) pero ante todo sus ideas. No esperamos hacer de las creaciones que emergen una obra extravagante, más bien buscamos un ejercicio de sinceridad. Y esto a usted, lector, puede parecerle un lugar muy común, pero pregúntese: ¿La sinceridad es tan cotidiana? ¿Se habla a usted con la verdad? ¿Se la dicen? ¿La ve por ahí? Mientras la duda lo acorrala, puede leer un rato. Regocíjese con las no-escrituras, y vea las no-ilustraciones. Habrá cosas más fáciles de descifrar, pero todas tienen algo que decir. Ojalá usted, para quien creamos esto, pueda escucharlo. Los No-Escritores.



ÍNDICE la reconciliacion Linda Esquivel 6 los hambrientos Pablo César Acevedo 12 tetas de mantequilla Pablo Reyes 16 convulsion David Poveda Ruiz 18 Vigilia Yesenia Marín 21 una muela rota Alejandra Cáceres 25 Amanecen muertos Sandra Moreno Parra 3



´ la reconciliacion Linda Esquivel

He aceptado retirarme de la batalla. Empaco mis herramientas, además de cosas que, pienso, necesitaré. Giro con dificultad la perilla, no por algún desperfecto en la chapa sino por un inaguantable dolor en el pecho que empiezo a sentir. Tardo un segundo para entender la media vuelta de mi muñeca ¿Cómo un simple movimiento representa mi pasado? No puedo quedarme entre la puerta y la calle, así qué, asintiendo para darme fuerzas, tomo la iniciativa. Empiezo a caminar calle arriba. La lluvia ha dejado la mañana limpia y clara. Ya me he alejado unas cuatro cuadras, encuentro un charco gigante que me separaba del andén siguiente. Me remango la bota de los pantalones y doy un salto ridículo hacía el andén. Conmigo saltan un cepillo de dientes desgastado, una sábana recién lavada, dos sánduches con poco queso, todo dentro de mi maleta. Me siento en la otra orilla, a salvo. Con la maleta abierta,

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empiezo a atragantarme con el pan. Atascado lamento no haber empacado una cerveza. Qué posibilidades tengo, igual María bota todo el alcohol que yo dejo en las noches. Termino de comer y acepto mi resaca. No es que quiera llevar esa vida de licor. No pretendo perderme. Es cierto que a veces bebo una o dos para el calor. Mi problema es llevar la cuenta y que nunca coincida con la que lleva ella ¿Por qué se casó conmigo? Una relación debe soportar los hábitos del otro. Cómo yo si le aguanto su chilladera. Cierro el morral y me lo pongo otra vez en la espalda. El sonido de las herramientas me recuerda que es tarde para llegar al trabajo. La sed me produce fastidio, una sola cerveza. Para ahorrarme tiempo, cruzo, esquivando los carros, de un lado a otro toda la avenida. Por qué me casé con ella. Estuvo a mi lado todo el tiempo. Negoció su forma de vestir, sus gustos de comida y hasta su música. De volver, aceptaría sus reglas, cambiaría mi cerveza por su té. Con limón y hielo si hace calor. Con miel y menta si hace frío. Negro para despertarme y verde para adelgazar. Seguro encontraré uno para mi, uno que remplace la cerveza. Determinado, vuelvo a casa. De vuelta por el puente. El charco por un lado, hasta paro en la tienda y compro una infusión y una nueva tetera. La reconciliación se hará más fácil. Abro la puerta y busco a María. La encuentro sentada en la cama, acariciando al gato. En la otra mano un vaso con cerveza fría. Le dejo las llaves, voy hacía la puerta y con el té en la mano echo a andar.

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Los hambrientos. El gato-ventana está sentado en el espaldar del sillón, afuera llueve. El gato-ventana ve las gotas, que al caer son iluminadas por las luces de la calle, y las toma por luciérnagas suicidas. El gato-ventana se pregunta donde se han ido los cadáveres de tantos insectos, cuando llega la mañana.

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los hambrientos Pablo César Acevedo

Recuerdo esos ojos de angustia y el cabello largo cubriendo parcialmente su cara cuando cruzó a gatas la carretera delante de Margot y yo. Cruzó hacia un banco de tierra cubierto de grandes hojas y tallos acanalados, que estaba al otro lado, y pegó el cuerpo contra el follaje. Ante mis ojos era un niño de unos doce años, pero mientras caminaba de la mano de Mar, mirándolo, su cuerpo y su cara se alargaron, cambiaron de color y donde antes estaba su figura infantil había ahora solo otra planta más. Una hoja grande con agujeros ovales moviéndose al viento, era antes un rostro adolescente con expresión fugitiva. Las palabras se me derramaron entre los labios como exceso de jarabe para la tos.

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-Ve, Mar, ¡Vi una vaina más rara! -¿Un Niño? En el bar, con un par de cervezas heladas frente a nosotros y el sudor de la huida ya seco, Mar y yo nos contamos mutuamente lo visto. Si. Los dos vimos lo mismo. Y buscando posibles explicaciones recordamos que no era la primera vez que algo así nos sucedía estando juntos. El primer evento ocurrió a orillas de embalse del Peñol. Habíamos alquilado una cabaña en unas vacaciones. Caía la tarde y el alcohol llenó nuestras copas mientras cocinábamos. Fideos en la olla, yo revolviendo, Detrás de la estufa había una pared y una ventana entre abierta que daba al exterior, donde se podían ver los pinos tomando su ducha fría de luna llena. Mar a mi lado, siempre risas. Estas pararon en seco cuando una porción de los fideos se separó del resto y se elevó como agarrada por una mano invisible, saliendo por la ventana ante nuestros ojos; picos abiertos de polluelos hambrientos. Mar se negó a salir más del cuarto después de servirse su comida, le pedí que saliera a la sala conmigo pero se negó de plano. Yo me serví mi porción y me senté en la sala con ron en la mesa, tomando a pico de botella. Me sentí rabioso pues detesto lo que no puedo explicar. Después de unos minutos ya el contenido etílico en mi sangre le impedía a mi cerebro retener los recuerdos. El embalse del Peñol fue pequeño frente a la laguna en la que mi mente se sumergió. Desperté con Mar a mi lado, sentada contra el respaldo de

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la cama. Tenía la sensación de que mi cabeza era un video casete que había sido inutilizado a golpes de martillo. -Entonces no te acordás. -¿Acordarme de qué? -Te sentaste en la mesa a bogar ron, yo te pedía que volvieras al cuarto, pero vos tenías una sonrisa como loca, desencajada. Te llenabas la boca de comida, mirabas por las ventanas y decías que ellos tenían hambre, pero sus ojos no pueden comer. Te parabas de la mesa y cogías el plato con las manos como mostrando el contenido a alguien afuera, y comías y bebías con una risa cruel, como sádica. Luego se te pusieron los ojos llorosos y decías que eran muchos, ¡MUCHOS! casi gritabas. Al terminar de comer te volviste a sentar y seguías bebiendo y mirando hacia afuera con una expresión lastimosa e incrédula. Entonces me vino a la mente que ese video casete borrado a porrazos contenía un film macabro. -¿Vos que hiciste? -Nada. Me quedé en el cuarto esperando que se te pasara la pendejada y luego entraste que ni podías hablar de borracho. En la cama caíste hasta esta mañana. -¿Vos te asustaste? Mar se rió sonoramente pero después muy seria me miró a los ojos y respondió: -Solo cuando dijiste que rodeaban la casa.

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Caminando descalzos sobre el pasto cubierto de rocío salimos de la cabaña y dimos un rodeo hasta el muro donde estaba la ventana de la cocina. Había un fideo colgando del marco y se veían gotas de salsa y mantequilla en el suelo. -Cuando yo estaba en la sala ¿no quisiste salir para comprobar si eran solo delirios de borracho? -No, francamente me hubiera espantado salir a desmentirte solo para ver lo que estabas viendo. Fueron las mejores vacaciones de mi vida. Hablando de lo visto en el bar de envigado, mar tomó un largo sorbo a su cerveza, poniéndola sonoramente sobre la mesa me dijo seria -Recuerda, mi vida, llegamos a nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo. Las gotas de agua condensadas sobre el vidrio frio fueron lagrimas acumuladas por mi futura traición. Ahora Mar está casada. Hace un tempo viajé a aquella ciudad que me vio crecer y caminé por las calles que nos sirvieron de telón de fondo, para encontrarme con ella y ser testigo del paso del tiempo. Al hablar con ella de esas cosas que nos pasaron, le conté que una psiquiatra me había tildado de loco alucinado cuando le narré aquellas cosas y las repasamos juntos. Mar me miró desde sus ojos delineados de negro y me dijo que ella tenía presente lo del niño, pero hacía rato no recordaba lo de los fideos. Aquello me hizo comprobar que no estoy loco por albergar estos recuerdos. Sintiéndome de nuevo en confianza, le conté de aquella madrugada en la que vi aquella cosa blanca con forma de gusano y me sentí observado, de cómo mi madre me espantaba diciendo que mi abuela era una buja y mi sangre maldita hasta por 7 generaciones, de cómo un tío que dice andar por el mundo con su demonio de compañía

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me hizo ver como una mano translucida se posaba sobre su hombro izquierdo. De que por curiosidad me hice leer el tarot en la calle por 5000 pesos, y lo que me dijo el tipo no me dijo nunca ningún psicoanalista, de un policía que conocí que se quedó pálido al verme y me dijo que el mes anterior habían tenido que enterrar como N.N. un cadáver de alguien idéntico a mí. Sacando su celular, me mostró una foto. Sobre una mesa metálica había un hombre que podría haber sido mi hermano gemelo, con un impacto de bala en la frente y dos en el pecho. Lo encontraron desnudo bajo un puente. Acabando de contar lo último, el color del cielo cambió, haciéndose más denso, como si las nubes se hubieran apeñuscado sobre nosotros en conferencia. Mar puso esos ojos de pitonisa que tiene cuando está muy segura de lo que va a decir. Un hielo de paramo me mordió los testículos. -La mente funciona como manda su usuario, me refiero a que las ideas de una persona no son producidas por el cerebro en sí, sino influenciadas por aquel que tiene sesos. El verdadero santo tiene ideas divinas, el verdadero endemoniado destruye el mundo en su cabeza todos los días. Así es el limbo de las almas en pena, un enjambre de historias dantescas producidas por un espíritu atormentado, como tu vida. En verdad estas muerto, Cesar. Sentí un mordisco de pánico en las tripas y por un segundo temí la liberación de esfínteres. Entonces Mar estallo en carcajadas. Yo reí con ella, pero aún no se me despega el frio.

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tetas de mantequilla Pablo Reyes

Me ha costado un enorme trabajo recordar el día en que la conocí. Seguramente ese momento está enterrado por mis otros olvidos cotidianos. El día que conocí a tetas de mantequilla, me paseaba por el hall de salud mental como siempre hago los viernes desde hace 4 años. La vi sentada transcribiendo unas hojas manchadas con su letra, me senté al lado y le dije -hola, yo soy raro ¿y usted?-. Sin mirarme me contestó -yo estoy rota, como muchos-. Ella buscó uno de los colores que estaba en su bata blanca y esta vez, mirándome, escribió su nombre en la palma de mi mano. No comenzaré a decir que tenía ojos color miel y que me perdí en su mirada. Sentí deseos de escribir mi nombre en sus tetas con el mismo color con que me había pintado su nombre; sin embargo, no lo hice porque no me pareció tan buena idea estando en la unidad de salud mental. Así,

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que me quede mirando su escote y tratando de entender los manchones de sus letras que se borraban con el sudor. Lo que vino después es lo que generalmente pasa después de un hola. Descubrí que tetas de mantequilla tenía el extraño rito de irse cada 15 días a la torre Colpatria, tomaba una foto de la ciudad al atardecer y la colgaba en la pared de su cuarto. En la noche reposaba su espalda desnuda con intención de que se le pegaran las fotos y poder decir que tenía sexo con la ciudad a su espalda; servía un Whisky, fumaba un Marlboro Mentolado y me contaba una historia. Se levantaba temprano, tendía la cama y volvía a dormir. Me gustaba verla sonreír cuando pasaba su mano sobre las sábanas hechas. A eso de las ocho y vestida con una de mis camisas se iba hacia la sala, se sentaba y cruzaba las piernas, sacaba un cigarrillo, buscaba un lápiz y escribía canciones en servilletas; luego las colocaba en la pared de la ducha y se quedaba absorta mirando cómo eran devoradas por el agua. Cuando yo entraba los papelitos estaban despedazados por el baldosín. Incapaz de recomponer las letras, me miraba y me cantaba en el oído. La realidad pesa, como las mañanas de lunes en el colegio, cuando se va tarde, cuando es domingo y se está solo en mitad de humo de cigarrillos, pesa en este instante cuando Tetas de mantequilla me dice -¿Tienes un cigarrillo?. Le digo que se me acabaron y al rato salgo a comprar. La miro salir, tomar sus cosas y no la vuelvo a ver sino 4 años después. Me enteré que volvió a Bogotá porque al llegar a mi apartamento encontré la puerta entreabierta. Hubo un silencio profundo, ensordecedor, un silencio de esos que traspasan las paredes. Ella estaba sentada al lado de la ventana y tenía la mirada perdida en las montañas, sacaba un cigarrillo tras otro, sus labios rojos tiritaban y en un tono ap

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enas perceptible decía -país de mierda, decisiones de mierda, gente de mierda, apartamento de mierda-. Cuando por fin se dio cuenta de mi presencia, me miró en vano, casi como si no me viera, sacó otro cigarrillo y siguió fumando. Noté que sus labios estaban rotos, había sangre en sus mejillas y un ojo estaba hinchado. Ella se esforzaba por ver hacia las montañas y lloraba. La camiseta blanca

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que antes dibujaba siluetas con olor a whisky, ahora estaba manchada y opaca. Sus hombros antes llenos de pecas y de pequeños sitios donde perderse parecían tristes recuerdos de una mañana desgastada. No le dije nada, no pregunté y ella no me dijo nada. La mañana siguiente tenía un sabor amargo y olía a periódico sobre una banca de parque; todo parecía olvidado. Tetas de mantequilla estaba decidida a tomar el episodio como una mala resaca de aguardiente o una caída por las escaleras. A mediodía se encontraba sonriente, ponía besos sobre el espejo con sus labios recién pintados, escribía canciones en servilletas y las dejaba regadas por la cocina; me escribía frases en francés sobre mis manos. Mientras yo intentaba poner a Arvo Pärt, ella ponía a Mauricio y Palo de agua. Un día cualquiera, Tetas de Mantequilla desapareció. En su cuarto dejó un par de libros la cama tendida como si nunca hubiera estado. En el espejo dejó escrito con labial una receta para hacer salmón al horno, tomó su ropa, sus maletas y organizó las monedas que estaban en una cacerola al lado de la puerta. Debo aceptar que la receta en el espejo estuvo por mucho tiempo. No busqué explicaciones, ni intenté entender lo que la motivó a ausentarse. A veces me despertaba y cometía el típico error de preparar más huevos, de comprar más arepas. Con el paso del tiempo volví lentamente al cereal, al té, a las verduras, comencé a espaciar mis comprar de cigarrillos y encendedores. Creo que, si bien no me interesan los motivos de su partida, tengo nostalgias, verla leer el periódico en la cama, los pedazos de servilleta mojada, las letras en el baño, el olor a whisky y, de manera muy especial, el sonido de sus labios cuando pronunciaba la palabra paralelepípedo.

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´ convulsion David Poveda Ruiz

Mientras leía en aquel bar rojo con olor a fatiga, con ese penetrante olor a cerveza, sonó esa canción. Esa canción que me hizo pensar en todo lo que pasaba, esa canción que simplemente me hizo sentir que quería estar junto a ella en ese momento. Miro la vela y veo que mi libro se quema con su luz. El calor me indica que al igual que esa página la historia que tuve de ese sueño en el bus, en mi cama, en el suelo y en las calles, ha llegado a su fin. Con un suspiro termino esa noche ruidosa y solitaria, me fumo un cigarrillo y empiezo a pensar en el olor de sus senos, en la música que toca cuando me mira, la vela se apaga y dice que ya es hora, que ya estuvo bien, que tengo que volver a la realidad. Suena “Is this love” y se escurre una lágrima de mi ojo. Empiezo a pensar en ella diciendo

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mi nombre, pronunciándolo de todas las formas posibles, diciendo te amo con un gemido callado, y yo le respondo con un trabalenguas queriendo decir. “Te amo” Las babas y el semen se esparcen como la espuma en las calles. La pasión que en algún tiempo hubo se va como el humo. Mientras pienso que ella se pierde en medio de los abrazos y besos que él le da. !Él. Él idiota que terminó por volverme loco!. Loco, yo por el silencio de ella, ese silencio que termina rompiéndome los días. El silencio de esa chica rompía mis huesos. En ese bar rojo lleno de fatiga, lleno de ruidos que se esparcían por el ambiente, entendí que la vida es para vivirla mejor; que los sueños se pierden como el humo de un cigarrillo y simplemente me dieron ganas de perderme en el, que mi vida fuera ese humo, esas palabras y esas ciertas promesas con sueños que se desvanecen en el aire, en el mundo, que se pierden mientras tomas cerveza en un bar rojo, con un toro que te mira mientras orinas.

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Vigilia Yesenia Marín

No, de hecho la escritura no se me da. Las palabras colapsan en la garganta, como si mis reflexiones no tuvieran límites al reproducirse. Los pensamientos se aglutinan tratando de ubicarse en mi conciencia, por más que somatice emociones y desmenuce ideas, se me dificulta escribir con claridad. No sé, tal vez es trabajar con apátridas que soportan sus cargas aún sin cicatrizar; mi labor deberá reparar en alguna medida el daño, compartir experiencias dolorosas y controlar mi sensibilidad, lo cual lo hace extenuante. Puede ser la carencia de tiempo, hago tantas cosas que no acabo ninguna. Corro la mayor parte del día, soy inquieta, tolerante ante la frustración, pienso, estudio, preveo (trato), analizo (trato), reflexiono (trato), me desvelo (lo suficiente), pero no saco ningún producto, me fatigo en el

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diagnóstico sin llegar a la práctica. La otra noche me propuse leer buscando alguna línea que me inspirara. Me despertó la alarma del celular, me dolía el cuello y tenía la leve sensación de haberme quedado dormida en la mejor parte. Debía ocuparme en otras cosas y no disponía del tiempo suficiente para continuar con mi búsqueda. Vuelvo a mis escritos, los releo, los reinterpreto, me pregunto por qué he hecho tantos, por qué esa ansiedad de tomar un lápiz. Acaso, ¿me permite darle utilidad a palabras desgastadas? No lo sé. Recuerdo la intención de mis primeros escritos, nunca les puse títulos porque sólo escribía para mí, no tenía intención de trascender, hasta ahora…Trataban de dilemas morales en la familia, que en ese entonces me atormentaban hasta el cansancio y, como resolver problemas es tedioso, decidí refugiarme en las letras. En estas sólo yo me critico, sólo yo deconstruyo, sólo yo me materializo. Es un juego íntimo. Por ser confortables me he aferrado a ellas en momentos de tristeza. A veces me pregunto, ¿por qué escribo? Y al mismo tiempo van adquiriendo total sentido en mi vida. A pesar de mis ocupaciones, dedico espacios a la lectura, valorando la diversidad de temas, aprendiendo nuevas perspectivas del mundo. Es un océano de contacto incalculable que me alimenta, las emociones se mueven a través de las conversaciones, y este intercambio me anima a conversar conmigo misma. Mi inconveniente es no poder acercar la voluntad alocada de mi carácter a la sensibilidad de mis manos. Será arte cuando este caos permanente explote en el justo momento, proporcionando fluidez a las palabras.

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una muela rota Alejandra Cáceres

cuando la encontró, a las dos de la tarde, le volvió el dolor de muela. era una caries. él lo había notado en la mañana de ese lunes que finalmente llegaba. bien sabía que tantos chocolates y dulces iban a afectarlo, pero solo cuando se miró al espejo se dio cuenta que sí, que ese hueco era producto de su descontrol. la encontró igual que siempre, con el mismo lunar, con la misma sonrisa. se sentaron a tomar jugo en una banca. hablaron. en realidad ella habló más, siempre fue mejor con las palabras. él calló más de la cuenta. a veces reían torpemente y entre silencio y silencio, él se dio cuenta que ese silencio ya no le incomodaba. se sentía a gusto. tan a gusto como podía sentirse mientras la punzada le hacía llevarse la mano a la quijada. apretando la boca intentaba seguir el trayecto de su mirada, el lugar de su cabeza, la razón de una sonrisa a medias.

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por momentos se perdía de la conversación. veía un mundo lleno de vacas moradas y edificios flotantes que giraban alrededor de ella. se le venían a la cabeza las imágenes que producían los ácidos y las pastillas, los besos recibidos sin esperar y los encuentros no planeados. mientras tanto, la risa de ella le calaba en la caries, en el hueco que quizás estuviera tocando el nervio. su risa era como un arco iris de rojos y amarillos y le dolía. tanto que comenzó a confundir la acidez del jugo de naranja con el dolor de sus muecas; el dolor del parque con el dolor de lo que ella decía ; el dolor de verla allí con el dolor de no estar. la punzada no lo dejó escuchar bien cuando ella habló de un libro que compró en parís, de la bicicleta que se le había dañado, del abuelo que cobraba la pensión y del cielo que ya no era tan azul como antes. él sólo podía pensar en el hueco que se abría adentro suyo, igual al abismo que los atravesaba y que no sabía qué tan hondo podía ser. el aire se le escapaba por la muela, rozaba el nervio y sentía que se asfixiaba. diferente a ella que le sobraba, que bien hubiera podido renunciar a respirar y todavía podía reír. para él siempre había sido difícil respirar, sentía que se quedaba sin aliento cuando intentaba inhalaciones profundas. y ahora que la veía tan rebosante de aire, a él se le dificultaba más, la garganta se le cerraba, el nervio latía en su boca. se escuchó a sí mismo repetir las mismas palabras gastadas, balbucear algún chiste viejo y reírse de sus anécdotas que ya estaban lejos, como cuando se perdían en barrios que no conocían para buscar paredes rayadas o iban en busca de hierbas aromáticas a las plazas de mercado. decidió pararse por fin. era lunes y empezaba mal. le dijo a ella que volvería en un rato, que necesitaba caminar, oxigenarse, parpadear para que la lluvia multicolor se fuera de una buena vez. apretó más fuerte la mano contra su mandíbula mientras ella le decía que no se preocupara, que volviera cuando quisiera, que se fuera, que a lo mejor a la próxima ya no estaría ahí.

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él se fue. suspiró. se molestó al pensar que había gastado el tiempo que un buen odontólogo sabría invertir, mejor que quedarse con ella viéndola hablar y reír a su lado. nunca antes habían estado tan lejos, aun cuando ella había vuelto. pero tampoco iban a estar cerca nunca más.

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Amanecen muertos Sandra Moreno Parra

Recién me desperté experimenté esos primeros cinco segundos de lucidez, pero sin recuerdos, los mejores cinco segundos del día. Protegida, tibia e impune entre las sábanas. El sabor amargo de la boca trae los recuerdos de la noche anterior, el mareo, el dolor de cabeza; creo que me fumé trescientos cigarrillos, siento la respiración de él, su espalda es ancha, moreno, sus ojos tienen marcados los bares, el trago barato y el perico. Tiene barba, la barba compensa los pequeños defectos de los hombres. La cama es incómoda, de un olor extraño. Él es extraño pero mal polvo como todos. El ya conocido mal polvo. Tiene esa forma de fumar que parece que ahorca el cigarrillo mientras frunce el entrecejo. Se veía bien fumando en la esquina de la séptima con sesenta, le hablé cerquita, le dije que quería irme con él mientras le miraba la boca, redonda y color ciruela. ¡Qué hambre tengo! Pudo haberme invitado a un perro caliente ya que se lo iba dar gratis, pero no. Ahora tengo que esperar a que pasen buses para poderme ir. ¿Por qué

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no se despierta? A pesar de los esfuerzos del feminismo punk se sigue tirando igual, no habíamos terminado de cerrar la puerta cuando ya tenía toda su lengua en mi boca. Besar, chupar, meter, sacar, fin. Me gustaría que me abrazara, le perdonaría no saber tocarme si me abraza, el problema es que abrazar es más íntimo que tirar. No se ha movido un centímetro, no se va a despertar y no me acuerdo donde queda la puerta. Apelo a mi valentía, ya que dignidad no quedó, lentamente me levanto y busco mi ropa interior ¡rápido calzones aparezcan! Mejor no me pongo el brasier, pero me lo llevo. Puta pero no loba. Pantalón, camisa, botas ¿dónde está el bolso? No lo vuelvo hacer y esta vez lo cumplo, sale más cara la manoseada fugaz que irme a dormir temprano. La próxima vez le pido a Jimena que me preste para el taxi, ahora tengo que irme en bus, incómoda, pastosa con guayabo y sola. ¿Dónde putas está el bolso? -Buenos días, creo que dejaste el bolso en la sala.

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agosto 2012




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