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Shakespeare desde el camerino
el teatro de estos tiempos que corren ya no sube el telón. No le interesa, quizás, porque sus modos y estilos se han instalado en lo que Lehmann denomina teatro posdramático, en el que todo es teatro y nada es teatro, en el que la cuarta pared se derriba y en el que presentar y representar entran en constante tensión.
Una tensión que se ve explícita en el montaje Still alive, de la compañía bogotana VB Ingeniería teatral: una vez habitando el patio de butacas de la sala Montañas, los espectadores se enfrentan a un telón que pocas veces, como en esta, se sube; pero no lo hace cuando empieza la obra, en virtud a un dispositivo que introduce el asunto shakespeare desde los modos más clásicos, recitativos y acartonados, de los tiempos aquellos en que se subía el telón. Entonces una introductoria escena de Macbeth, que pretende transitar esas maneras tradicionales, se ve interumpida por la apertura del telón que ahora sí deja ver de qué va la cosa: tres actores ensayan a un Shakespeare, con la nostalgia de tiempos pasados y con la energía cansina de actores curtidos en las tablas, con sus glorias y desgracias, con todo lo que han visto y vivido en un país entregado a la violencia.
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Teatro dentro del teatro, tal es el mecanismo por el que habrá de desandar esta propuesta y cuyo recurso, como en el cine, pretende enfrentar al espectador a un abismo en el que no hay un inicio, tampoco final.
Si como propone Brook, Shakespeare debe ser como un trozo de carbon, del que no nos interesa cómo se formó en tiempos inmemoriales, sino cómo nos calienta en una tarde fría de invierno, la obra Still alive cumple con ese espíritu de actualización de la obra shakesperiana: momentos, diálogos, atmósferas, personajes de esa inmensa galería de lo trágico, van desfilando a lo largo de una hora, sin más pretensión que la de servir como pretexto para narrar la pesada cotidianidad de este puñado de actores, o bien técnicos, u operarios, que habitan el teatro y que sopesan sus días en un país con experiencia y memoria de lo trágico.
La propuesta escénica es rica en imágenes y cuidada en su arquitectura lumínica, desde las cuales da cuenta de bellos pasajes que sabemos proceden de un Macbeth, o bien de un Sueño de una noche de verano, El Rey Lear, Ricardo III, o de un Hamlet Y lo sabemos porque esos cambios, repentinos, que no dejan terminar la escena, los sostienen los pliegues gestuales, la fuerza dramática de la voz y del cuerpo, de tres actores abrevados en las tablas.
Rodrigo Sánchez y Fabio Velasco, ex Candelaria, y Andrea Quejuán sostienen una obra que por momentos se agota en ese truco de presentar y representar, en entrar y salir del personaje, y cuyo ritmo se ve empobrecido por el exigente cambio de vestuario que se hace de cara al público. Ni la música industrial y anacrónica que le acompaña, logra anular esos tiempos muertos.
Still alive nos habla de Shakespeare, de la realidad colombiana que actualiza el drama y la tragedia de estos clásicos universales; nos habla del oficio del actor, de sus íntimas confesiones en el otoño de sus vidas, de la soledad del teatro. Y lo hace desde el secreto arte del camerino, cuando no ha iniciado la obra, o cuando ya ha terminado.