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No basta con cerrar los ojos El mensaje del Señor Tlacuache

el Hombre Azul, del grupo ecuatoriano Espada de Madera, narra la historia de Pedro Navarrete, un hombre reconocido por sus coterráneos, pero tremendamente solitario, que murió en circunstancias trágicas luego de caer perdidamente enamorado de la Samba Elisa, la mujer más bella y deseada en el pueblo que escogió amar también a este individuo en particular, creando alboroto y envidia entre sus muchos pretendientes; de ahí que la única certeza que exista entre los demás pobladores sobre su curiosa muerte (y hasta entre los mismos espectadores debido a la naturaleza confusa del final de esta obra), sea que a Pedro Navarrete lo mató el amor.

El narrador de esta historia, personaje camaleónico que oscila entre narrador omnisciente y personajes testigos del acontecimiento, se vale de un juego meta-teatral, o, mejor dicho, de radioteatro dentro del teatro para priorizar la palabra y los efectos sonoros (que ayudarán a crear atmósferas o leit motiv distintivos para algunos personajes) sobre los demás lenguajes escénicos, que, aunque están presentes a lo largo de la narrativa, pasan a ocupar un plano mucho menor en pro de evitar distraer la atención del espectador hacia la trama, con acciones o gestos quizás innecesarios. Esta parte auditiva casi invita a cerrar los ojos y a dejarse llevar por las palabras que el narrador logra articular y matizar impecablemente de acuerdo con el personaje que esté interpretando o la emoción que lo esté atravesando.

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Pero no basta con privarse de la visión, pues no hay que olvidar que el recurso del radioteatro es netamente un artilugio teatral, una imitación juguetona por parte del director, ya que toda la obra está atravesada por gestos sutiles y acciones corporales propias de cada personaje; así, por ejemplo, observamos que el teniente a cargo de la autopsia de Navarrete posee un esquema de movimientos oxidados, similares a los de un títere mal construido; y aunque bien se podría intentar prescindir de este elemento corporal e incluso gestual, él mismo se hace ganar importancia en tanto que complementa la construcción de los personajes, casi acercándolos a una humanidad, y crea ambientes que sólo con los recursos sonoros no se podría lograr.

Sumándosele a todo este componente visual entra todo el tema luminotécnico, que utilizando tonos semi-fríos y permaneciendo en constante penumbra logra generar en el espectador una sensación de misterio, que, como lo nombra el autor, la historia se desarrolla en las primeras horas de la madrugada, horas por lo general lúgubres, que invitan que ocurran sucesos siniestros, soterrados, tales como la autopsia al occiso, puesta en palabras por el narrador con especial detalle, enfatizando en el modo de operar del carnicero del pueblo, que hizo la labor con la misma frialdad con la que destazaría a un cerdo en un día normal. Entre otros efectos lumínicos notables, queda por resaltar el de la ventana de la tenencia, que se alza con hermetismo casi al final de una pared, invitando a querer ver lo que tras ella ocurre, los secretos que ese lugar esconde, iluminado apenas por unas pocas lámparas marchitas.

Finalmente, es de resaltar cómo toda esta dramaturgia abarca el tema de la muerte, si bien cae en algunos lugares comunes, juega por otro lado con el grotesco que acompaña por ley a sus componentes escatológicos (cuerpo inerte, desechos, fluidos) y reafirma asimismo a la soledad también como metáfora de la muerte; una pequeña muerte en vida.

luego de adoptar a un tlacuache –también llamado zarigüeya o chucha– que había sido maltratado, Jaime Chabaud se inspiró para escribir ¿A dónde va, Señor Tlacuache?, obra infantil con la que el grupo mexicano Mulato Teatro, dirigido por Marisol Castillo, se presentó el miércoles 18 de julio en el Festival. Lo primero que me sorprendió cuando ingresé al teatro y busqué dónde sentarme, fue ver que, en medio del escenario, no había nada más que una escalera cubierta con un telón. El lugar estaba desprovisto de las decoraciones absurdas e innecesarias a las que nos tienen acostumbrados algunos grupos teatrales. Un escenario impoluto, esperando ser llenado con lo único que deben llenarse los escenarios: buenas actuaciones. La asepsia de las tablas fue incluso necesaria en términos logísticos para que más niños y adultos pudieran acomodarse, dada la multitud que agolpaba el pequeño teatro. El retraso de la obra, por estos inconvenientes logísticos, aumentó las expectativas. Cuando por fin salió el Señor Tlacuache, representado por León Felipe, el actor que le daba vida tanto al tlacuache como a los demás personajes, fue recibido con un fuerte aplauso.

La obra arrancó con el personaje explicando las características de un tlacuache y mostrando cómo finge su muerte cuando se siente en peligro, especialmente, cuando cree que va a ser devorado por el Jaguar. La gesticulación y las posturas del actor causaron bastante gracia. El actor, de manera inteligente, aprovechó la oportunidad para interactuar con el público y hacer que se conectara con la obra. Luego de esto, poco a poco, la obra fue entrando en la diégesis. Los humanos se dieron cuenta que los abrazos no eran suficientes para calentarse y la comida estaba quedando dura a falta del fuego para cocinarla. Entonces, el Señor Tlacuache convence a los humanos para que lo envíen a robarle el fuego a Doña Lumbre y el Jaguar, y entregárselo a los hombres con la condición de que no maten ni agredan a ningún congénere de su especie.

Los niños, usualmente, son abiertos, receptivos y participativos cuando se trata de ver teatro; por lo tanto, considero que una forma de medir en qué momento está fallando una escena puede ser fijándose en la actitud del niño hacia ella. A pesar de la impecable actuación de León, la obra presentó ciertos baches narrativos, haciendo que, por momentos, los niños se desconcentraran y desconectaran con la obra; esto se hizo más evidente cuando intervinieron las marionetas. Una forma de recuperar su atención pudo haber sido que las marionetas interactuaran constantemente con los espectadores. Además, el recurso de la música y los sonidos pudieron explotarse un poco más, pues por ratos eran necesarios para acompañar ciertas escenas. Con todo, la obra fue entretenida, y aunque su objetivo era concientizar a las personas para que no sigan atacando a los tlacuaches y protejan las especies naturales, no se convirtió en un sermón; por el contrario, se trató de una obra pedagógica, y el mensaje de respeto hacia la naturaleza fue bien transmitido al público.

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