REVISTA EL COMEJEN 1

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Tiempo vegetal, el ir y venir de lA hierba o de la presencia de la naturaleza en La Venta, de José Carlos Becerra Alonso Aguilar Orihuela

La vida y la obra de José Carlos Becerra (Villahermosa, Tabasco, 1936- San Vito de los Normandos, Italia, 1970) son en sí una evocación de la naturaleza que reside —o debiera residir— en la poesía. Composición, sensibilidad, memoria, son las características constantes en el quehacer del poeta que se cuestiona y extravía, que se abandona a los límites del conocimiento de sí y del mundo con el cual dialoga, que explora y recrea desde la mirada hasta el lenguaje. Como en una pintura —no sé si de Vermeer o de Velásquez—, la poesía de Becerra pareciera ser un complejo juego seductor de luz y de sombras que igualmente revelan al lector un conocimiento casi espiritual,1 un juego de intersticios significantes que se anuncia al hacer un alto en la vida cotidiana y abrir otro tiempo, el de la creación. Becerra trasmina sus palabras, a través de ellas se atisba a quien apreció las enormes esculturas olmecas: la carne que se hizo piedra para que la piedra tuviera un espejo de carne; la mirada que se hizo palabra para que la palabra tuviera un espejo habitado. Pleno de vida y a la vez conciente de la mortalidad que se advierte en la fascinación y ansiedad por medir el tiempo, por significarlo y contenerlo, todo el trabajo de Becerra —hasta Fotografía junto a un tulipán —es una contemplación de los actos ante el espejo de la muerte, en términos de Antonio Gamoneda.2 Existe en la obra del tabasqueño una conciencia de la memoria como la consunción del tiempo histórico, social y personal, que se resumen en el poético: etéreo. Sus poemas no vuelven hacia el pasado a la manera decimonónica ni como su mentor y amigo Carlos Pellicer, no enaltecen una 1. Con luz y sombras me refiero a las imágenes que Becerra realiza, oscilantes entre la nostalgia y el júbilo. Dos ejemplos de su poema “Betania”. Luz: He aquí la apetencia y el júbilo vencedor tascando el designio, pezuñeando el ímpetu y el alma en tensa posición, resistiendo, desfigurándose como la estatua acaricida por la mano de alguien que duerme soñando que acaricia a una mujer. Sombras: Dios ha entrado en su tumba tranquilamente/ porque cree en el poder de los hombres al despertarlo/ porque los hombres se anuncian los unos a los otros/ con una luz escarlata o colérica. 2. El cuerpo de los símbolos. México D. F., Calamus. 2007.

historia nacional ni sentimental, a modo del romanticismo; prefiere volcarse sobre un tiempo remoto o sobre el suyo para tender hacia su presente y su futuro un profundo vínculo que, al hacerlo sensible y audible, al materializarlo, hacerlo ritmo, se torna poético. Tiempo vegetal La Venta es un poemario escrito por José Carlos Becerra entre 1964 y 1969, ordenado, editado y publicado póstumamente por Ediciones Era, en 1973. El volumen reúne la obra completa de este escritor bajo el título El otoño recorre las islas, y requirió del minucioso y casi detectivesco afán de José Emilio Pacheco y Gabriel Zaid, y del apoyo de Carlos Becerra Lacroix y Carlota, padre y hermana del poeta tabasqueño, para su integración. Fue preciso que el gobierno de Italia y el servicio diplomático mexicano intervinieran para rescatar los manuscritos que Becerra llevaba consigo al volcar por la carretera de San Vito de los Normandos, que lo conduciría a Brindisi, de donde partiría hacia Grecia en un crucero, antes de instalarse en la Universidad de Essex como visiting fellow. Era mayo de 1970. Entre 1964 y 1969, José Carlos Becerra vivió momentos decisivos: la muerte de su madre, su participación constante en revistas y suplementos literarios como Cuadernos de Bellas Artes y La Cultura en México; ganó un premio de poesía en Villahermosa y el de Aguascalientes y fue becario del Centro Mexicano de Escritores, publicó con muy buena aceptación de la crítica —especialmente de Octavio Paz— Relación de los hechos, recibió la beca de la Fundación Guggenheim, y partió hacia Londres. En Europa, Becerra concluía, relatan Pacheco y Zaid, un libro de poemas que en realidad eran tres, bien diferenciados: La Venta, Fiestas de invierno y Cómo retrasar la aparición de las hormigas. En el primero de ellos, el poeta se adentra en dos selvas tabasqueñas, la natural y la temporal: la era de los olmecas. Desde el primer poema el tono y la premisa principal quedan establecidos a partir de un territorio que no es sólamente físico. La naturaleza: los animales, las piedras, pero

en especial el mundo vegetal, son un medio para recrear un pasado apenas asequible a partir de vestigios —las cabezas olmecas— que más que aclarar la mirada hacia una vida remota, dotan de preguntas, y en este sentido, de potencia poética al paisaje que Becerra transformará en sus líneas. Ceibas, jobos, hueledenoche, quequestes, pirules, interpelan al poeta, lo conducen a un tiempo antiguo y suspendido en la memoria, que intenta comprender a partir de su recreación: Todo está igual que el último día sin embargo, la flor del maculí como una boca violenta y roja suspendida en el aire caliente,/ la ceiba enorme atrapada por la fijeza de su fuerza,/ y por las noches, entre el zumbido de los insectos, el olor dulzón y tibio de los racimos de flores del jobo/ y entre las ramas de los polvorientos arbustos, el olor lejano del hueledenoche. Becerra nombra a esta recreación temporal tiempo vegetal: ¿Quién escucha ese sueño por las hendiduras de sus propios muertos?/ La fuerza de la lluvia parece crecer de esas piedras, de allí parece la noche levantar el rostro salpicado de criaturas invisibles,/ de ese sitio que ha retornado al tiempo vegetal, al ir y venir de la hierba. Y no es sólo del resurgimiento de la selva que cubre la ciudad olmeca de lo que habla, no sólo de la preponderancia de la vida sobre el rastro pétreo del paso de unos hombres. Se refiere sobre todo a la creación, al surgimiento de un sitio poético sobre uno geográfico. El tabasqueño crea La Venta a partir, sí, de ese parque arqueológico que Pellicer ayudó a construir,3 pero sobre todo, a partir de una voluntad constante de diálogo con el entorno: físico, simbólico, histórico, emotivo.

3. El Parque Museo La Venta atesora una de las más grandes colecciones de piezas pertenecientes a la cultura olmeca. Este sitio fue diseñado, organizado y montado por Carlos Pellicer. Fue inaugurado el 4 de marzo de 1958. En el Parque-Museo se exhiben al aire libre 36 piezas monumentales, entre ellas: La Cabeza de Jaguar, el Mono Mirando al Cielo, el Jaguar Humanizado, el Mosaico de Jaguar, el Gran Altar, el Rey, la Cabeza Colosal, el Altar con Ofrenda, la Abuela, la Cabeza de Viejo y el Altar del Sacrificio Infantil.

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