Índice
El Comején Boletín de las Bibliotecas y Salas de Lectura del estado de Oaxaca Segunda Época, número 3,
Ramiro Pablo Velasco
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Víctor de la Cruz
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noviembre-diciembre de 2011 Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, Secretaría de las Culturas y Artes de Oaxaca, Amigos del IAGO y del CFMAB. Consejo Editorial: Alonso Aguilar Orihuela, Luis Manuel Amador, Alejandro de Ávila, Adriana Castillo Alonso, Guillermo Fricke, Elisa Ramírez Castañeda, Luciano Ríos
Ana Cecilia Núñez Matadamas
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Morales, Francisco José Ruiz Cervantes, Francisco Toledo Director invitado: Adriana Castillo Alonso,
Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes
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Manuel Pereira
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Manuel del Callejo Adriana Castillo Alonso Homero Aridjis Robert Markens y Cira Martínez López
28 30 32 34
Aisha Cruz Caba Gregorio Rodríguez
37 39
Ramón Salaberria
40
Liliana Torres Zúñiga Anel Jiménez Cruz
44 48
Alejandro de Ávila Blomberg Estela Vázquez Rojas
50 54
Elisa Ramírez Castañeda
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Aisha Cruz Caba Kamau Brathwaite
62 64 66
Biblioteca Pública Central Coordinación editorial: Elisa Ramírez, Corrección y revisión: Alonso Aguilar Orihuela, Luis Manuel Amador Diseño editorial: Carlos Franco, Yeimi Yuriko Zárate Distribución: Biblioteca Pública Central Ilustraciones: Manuel Álvarez Bravo, Graciela Iturbide, Nikola Tesla, Francisco Toledo, Nick Veasey Versión digital: http://elcomejenoaxaca.blogspot.com http://revistaelcomejen.blogspot.com
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Presentación Día de muertos en Santiago Nejapilla Un paisaje con olor a sangre. Andrés Henestrosa La muerte en el pensamiento zapoteco Coplas. Jorge Manrique Las muertes. Olga Orozco Dos poemas. José Emilio Pacheco Amanecer. Rosario Castellanos Amor constante más allá de la muerte. Francisco de Quevedo Elegía. Miguel Hernández Encanto y Guichain: los lugares a donde habita el alma. El sueño de los guantes negros. Ramón López Velarde Fragmentos. E.M. Cioran Los oficios de la vida y sus ecos en la muerte Lo fatal. Rubén Darío Poema V. Catulo De Rerum Natura. Lucrecio Muerte y Surrealismo en México La muerte durará por siempre. Robert Hertz Que dan encarecida satisfacción a unos celos. Sor Juana El Aleph. Jorge Luis Borges Aún. Antonio Gamoneda El rey de los elfos. J.W. Goethe Una muerte… ¿poética? La muerte institucionalizada Día de Muertos. México, peligro para los periodistas La violencia, la muerte y el poder político en el centro prehispánico de San Martín Huamelulpan, Mixteca Alta, Oaxaca La portentosa vida de la Muerte El limpiador de tumbas Memorias de una roca. Guillermo Santos La biblioteca como objetivo de guerra Bibliotecas transformadas en parapetos. Alejo Carpentier Auto de fe en la Fiesta del Libro Testigo del saqueo e incendio de la Biblioteca Nacional en Bagdad. Robert Fisk Unas líneas para Javier. Julio Ramírez La muerte del arte La violencia, un huésped del arte. Certificado de defunción guerrillero. Henrik Norbrandt La flatulencia planetaria y la probabilidad de nuestra extinción La muerte petrificada La muerte de Iván Ilich. Luciano Ríos Genocidio: dos novelas, una crónica de viaje, un ensayo antropológico Los muertos. La epifanía creativa de James Joyce los 21 días (fragmento) Nota final
Presentación
el sótano c/sus come -jenes. tú -neles de termitas & so.cavan hasta el suelo mismo donde pis -samos. Kamau Brathwaite
Antigua como el crimen o como el miedo, la muerte existe en todas las culturas del mundo, en todas las vidas y las imaginaciones. Son interminables las formas en que aparece, en cuentos o en mitos, relatos de aparecidos, notas periodísticas, búsquedas e intentos vanos de llevarle la contraria o negarla. Como dice el dicho popular, la muerte es lo único que tenemos asegurado. Y no nos morimos porque estamos enfermos, sino porque estamos vivos, dijo el sabio Montaigne. Hasta en el nuevo testamento, San Juan le recuerda a los romanos que “la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna”. Así las cosas, la muerte lo deja a uno pensativo y lo vuelve pensador de muchas maneras, hace que “avive el seso y despierte.” Este número de El Comején está dedicado a la muerte y las diversas formas de verla, de vivirla. Tendemos un puente con el número anterior en la esquina de los agravios que describen la esclavitud y el abuso, la autoridad del crimen y su presencia inquietante entre nosotros. Coordinado por la Biblioteca Pública Central y con el apoyo de numerosas personas, acervos y fuentes, la muerte campea en este ejemplar y entre sus páginas, amenazadas por los comejenes del tiempo que la devorarán como esos minúsculos asesinos que asedian y destruyen bibliotecas pero sin la voluntad de los saqueadores de nuestra especie. La muerte y el crimen están aquí, con Eulalio Gutiérrez que conjetura el olor a sangre y muerte ante el paisaje de México que posiblemente refería Alfonso Reyes en su Visión de Anáhuac. Varias narraciones breves ilustran la pulsión de escarnio y muerte en Santiago Nejapilla, vistas desde la descripción antropológica de los acervos y registros de la memoria. La muerte en el pensamiento zapoteco se confronta en dos tesis que un autor contemporáneo aborda a través del lenguaje de la filosofía y otras aproximaciones vecinas. Versiones sobre lo anterior, como cuando uno busca en varios mapas o paisajes el mismo asunto sobre la muerte, se cuentan en San Pedro Quiatoni y San Mateo Macuilxóchitl y otras parcelas del Valle de Tlacolula sobre los lugares donde habita el alma. La muerte tiene sus ecos en las celebraciones de los Fieles Difuntos y en su similar rito norteamericano, como dicen sus ecos aquí, al grado de tomarle una radiografía surrealista con ojos extranjeros. La muerte es el fin, salvo en el poema de Gorostiza. Palpita viva y portentosa en la literatura convertida en poesía, narrativa, teatro, ensayo, viaje, testimonio de atrocidades. Veamos en este viaje si la muerte es sólo un hecho o deviene institución organizada igual que los crímenes donde se verifica. También vestida de amenaza o de piedra de sacrificios, la fatalidad viene del brazo de la muerte, como
lo saben los antiguos inmolados ante los dioses prehispánicos y los arriesgados periodistas de hoy cuyo destino espiritual podemos intuir menos que la demografía de los panteones donde cabemos todos: gobernadores, sacerdotes, bandidos, sabios, vecinos, fulanitos y menganos, laicos y devotos. “Serán ceniza mas tendrá sentido” escribió Quevedo. Cuando un anciano muere se derrumba una biblioteca. También sabemos que cuando una biblioteca es destruida o saqueada desaparece un ladrillo que sostiene nuestra civilización. Tal vez en su trayecto por las páginas el lector se pregunte por qué aparecen tantas líneas de poesía en intermitencia con el tema de la muerte. El poeta norteamericano Mark Strand entrevera la respuesta: aduce que la poesía, en circunstancias de ruptura o de crisis “de algún modo formaliza emociones difíciles de articular, pues es entonces cuando resulta imposible saber en unas cuantas palabras aquello que nos aqueja.” Y sin poesía, continúa, “nos aquejarían el silencio y la banalidad”, porque “el primero nos deja a merced de nuestros propios e inadecuados recursos para experimentar la iluminación” y “la segunda abarata con generalizaciones lo que pretendemos nos pertenezca solamente a nosotros, empobrece nuestra experiencia, hace bochornosa nuestra propia imagen.” La página es una suerte de memoria. Y “la memoria es siempre conciencia de pérdida (recuerdo lo que ya no tengo o lo que ya no es); conciencia, por tanto, de consunción del tiempo correspondiente a mi vida y, por esto mismo, conciencia de ir hacia la muerte”, dice el poeta Antonio Gamoneda, y prosigue: “es precisamente la conciencia mortal la que posibilita la medición del tiempo y de su dramática consunción, a lo que añado que, sin noción de tiempo, no es posible la temporalización del discurso poético. Más aún: no es posible la memoria […] y, sin memoria, es impensable la composición artística […] Alegado todo esto, me tienta la desvergüenza de proponer la siguiente hipótesis: incluso técnicamente, la poesía no sería posible, si no supiésemos que vamos a morir. ¿Muerte en la tragedia o en la guerra?, ¿muerte en el arte o petrificada? Las páginas que vienen nos entregan sus versiones. “Vida y muerte pactan en ti señora de la noche”, enuncia Octavio Paz. Cargada de violencia, la vida nos asusta cada día como un guiño de muerte. Gracias a la ciencia también tenemos que la muerte es una certeza sobre la que se cifran avances para refutar el deterioro de nuestra condición de mortales, en nuestro cuerpo o en la tierra. La ciencia nos prodiga a través de sus descubrimientos e inventos con herramientas para preservar lo que se estima del mundo. La ciencia nos da oportunidad de extender la versión de esta revista, por ejemplo, cuando vincula en línea otros formatos: texto ampliado, video, audio, podcast, comentarios, lecturas interminables como coartada para burlar los rounds de sombra y otras formas de muerte.
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