NADADORES INDEMNES

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51

La Isla de los Pelícanos

José Luis Galar

Agua Entre los Dedos

IV Premio Novela Ínsula del Ebro, 2009

Pilar Laura Mateo

52

La historia más bella

Carmelo Romero Salvador

53

José Giménez Corbatón

54

José Giménez Corbatón

Tampoco esta vez dirían nada Voces al Alba

55

El diputado Pardo Bigot: la esperanza del Sistema

Carmelo Romero Salvador

56

Francisco Rubio Sesé, María Buisán Daudén y

Mercedes Vaz-Romero Bernad

57

Carmen de Burgos

58

Francisco Carrasquer Launed

Cuando se rompen los sueños

Los espirituados Los centauros de Onir

59 Avalancha José Giménez Corbatón 60 61

Muñecos de hielo

Eva Fortea Báguena

Bajo el mantel

Alicia Estopiñá

62

Eloy Fernández Clemente

Los triunfos pequeños y otros relatos

La novela indaga en la realidad más cotidiana y rural de un pueblo aragonés en el umbral de los 80, para contarnos una educación sentimental sorprendente en esa España que se desperezaba del mal sueño, eterno y aburrido, de la dictadura. Acompañando la anécdota y perfectamente orquestadas, las voces de los protagonistas van del pasado, narrado como presente, al presente narrativo, y nos traen otras voces que las complementan y apoyan cuando no justifican lo narrado. Son voces literarias: Cortázar, Radiguet, Zweig, Matzneff..., siempre Baudelaire. O letras de canciones emblemáticas con las que se va tejiendo la sustancia de esta historia. Porque aquí música y literatura, como el amor, son placeres compartidos para paladear las palabras que nos descolocan o nos iluminan. Narrada en primera persona por los protagonistas, estos recurren a la segunda para cartearse, una pirueta literaria que amplía el juego de perspectivas en ese delirio paralelo de los amantes. Narrar en presente evita la nostalgia y la grandilocuencia, dotando las páginas de la novela de sencillez y naturalidad. Bien escrita y bien trabada, Nadadores indemnes insiste en la ficción para revelar la realidad, en una vuelta de tuerca más de la literatura hacia la vida, tantas veces confundidas y amalgamadas. Charo Usieto

“Bajas del coche. Te miro mientras caminas hacia las primeras luces. Te miro mientras sigues haciéndolo bajo esas primeras luces. Te miro. Te miro. Te miro. Mirándote caminar, cadenciosa y bella de abandono, evocas una serpiente danzando al extremo de una vara”.

63 José Giménez Corbatón José Giménez Corbatón

50

narrativa 63

Nadadores indemnes As Tres Serols - Las Tres Sorores - Les Tres Sorors

José Giménez Corbatón nació en

Zaragoza. Traductor, crítico literario y articulista en diversas revistas y periódicos. Ha participado en varias obras colectivas. Como narrador ha publicado El fragor del agua (1993), que ha conocido tres ediciones y ha sido traducido al francés, al ruso y al aragonés; Tampoco esta vez dirían nada (1997), que va por su segunda edición; La fábrica de huesos (1999), dos ediciones; El hongo de Durero (2001); Licantropía. Itinerario de una novela (2008); Voces al alba (2011) y Avalancha (2014). En colaboración con el fotógrafo Pedro Pérez Esteban, Las huellas del hombre (2003), Cambriles (2006), Masada. Signos (2007), Morir al raso (2009), Memoria difusa (2011) y Encrucijada de miradas. El libro de mi padre (2016).

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La novela indaga en la realidad más cotidiana y rural de un pueblo aragonés en el umbral de los 80, para contarnos una educación sentimental sorprendente en esa España que se desperezaba del mal sueño, eterno y aburrido, de la dictadura. Acompañando la anécdota y perfectamente orquestadas, las voces de los protagonistas van del pasado, narrado como presente, al presente narrativo, y nos traen otras voces que las complementan y apoyan cuando no justifican lo narrado. Son voces literarias: Cortázar, Radiguet, Zweig, Matzneff..., siempre Baudelaire. O letras de canciones emblemáticas con las que se va tejiendo la sustancia de esta historia. Porque aquí música y literatura, como el amor, son placeres compartidos para paladear las palabras que nos descolocan o nos iluminan. Narrada en primera persona por los protagonistas, estos recurren a la segunda para cartearse, una pirueta literaria que amplía el juego de perspectivas en ese delirio paralelo de los amantes. Narrar en presente evita la nostalgia y la grandilocuencia, dotando las páginas de la novela de sencillez y naturalidad. Bien escrita y bien trabada, Nadadores indemnes insiste en la ficción para revelar la realidad, en una vuelta de tuerca más de la literatura hacia la vida, tantas veces confundidas y amalgamadas. Charo Usieto

“Bajas del coche. Te miro mientras caminas hacia las primeras luces. Te miro mientras sigues haciéndolo bajo esas primeras luces. Te miro. Te miro. Te miro. Mirándote caminar, cadenciosa y bella de abandono, evocas una serpiente danzando al extremo de una vara”.

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Zaragoza. Traductor, crítico literario y articulista en diversas revistas y periódicos. Ha participado en varias obras colectivas. Como narrador ha publicado El fragor del agua (1993), que ha conocido tres ediciones y ha sido traducido al francés, al ruso y al aragonés; Tampoco esta vez dirían nada (1997), que va por su segunda edición; La fábrica de huesos (1999), dos ediciones; El hongo de Durero (2001); Licantropía. Itinerario de una novela (2008); Voces al alba (2011) y Avalancha (2014). En colaboración con el fotógrafo Pedro Pérez Esteban, Las huellas del hombre (2003), Cambriles (2006), Masada. Signos (2007), Morir al raso (2009), Memoria difusa (2011) y Encrucijada de miradas. El libro de mi padre (2016).

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“Bajas del coche. Te miro mientras caminas hacia las primeras luces. Te miro mientras sigues haciéndolo bajo esas primeras luces. Te miro. Te miro. Te miro. Mirándote caminar, cadenciosa y bella de abandono, evocas una serpiente danzando al extremo de una vara”.

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Nadadores indemnes


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Diseño de portada: equipo gráfico de prames 1ª Edición, abril 2016

© José Giménez Corbatón © para esta edición prames, sa Diseño de colección: equipo gráfico de prames prames–Las Tres Sorores Camino de los Molinos, 32 Tel.: 976 106 170 – Fax: 976 106 171 www.prames.com e–mail: publicaciones@prames.com 50007 Zaragoza isbn: 978-84-96793-46-0 Depósito Legal: Z 487-2016 Imprime: INO Reproducciones, sa Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización previa de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.


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Nadadores indemnes José Giménez Corbatón


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A mi hijo Miguel


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Je préfère au constance, à l’opium, aux nuits, L’élixir de ta bouche où l’amour se pavane; Quand vers toi mes désirs partent en caravane, Tes yeux sont la citerne où boivent mes ennuis. Charles Baudelaire : « Sed non satiata »


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Me adormezco. El tramo de carretera dibuja una deriva recta hacia la náusea. No sé cuántos quilómetros sin viraje alguno, ni juego de volante. Lo aferro aún como mejor puedo, mecido por el “Vals triste” de Sibelius. No siento que las manos, los brazos, ablandan la tensión. Oigo el bramido de las ruedas sobre el pedregal desmenuzado de la cuneta. La inclinación me arroja sobre el cambio de marchas. Me enderezo tarde, cuando un canto más grueso hace rebotar la rueda izquierda hacia el asfalto. Debo de pisar a fondo el freno, porque me hallo cruzado en medio de la carretera, y dejo de oír el motor del coche. Adelante, atrás, miríadas de soledad. Giro el contacto, centro la dirección, detengo el vehículo en el arcén. Me froto los ojos. Abro la portezuela y, desde el asiento, escucho la música hasta el final. Apenas dos minutos. Sin cerrar la portezuela, cruzo la carretera. El sol está alto. Media septiembre, pero lo hiende todo un calor de verano. Quema un paisaje inabarcable, plano, seco, gris teñido del verde polvoriento de los matojos. A lo lejos diviso algunas colinas calvas, roquedales sin vida aparente. Del coche mana ahora el piano de la “Suite Lírica opus 54” de Grieg. Me quedo quieto, escuchando el contraste que ofrecen los dedos de Marian Pivca con la desolación que me rodea. Desvío los ojos más allá del vehículo, y observo la nube lejana y sucia que corona, como un borrón denso, la ciudad que he dejado atrás media hora antes. Suena el pasaje 11


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“Erótica”. Intento dejarme mecer. La rueda izquierda delantera ha estallado. Dos torcaces se posan unos metros más allá, junto a una bola grande de hierba seca inmovilizada, suelta –tiempo después sabré que en Villar las llaman “capitanas”. Se dan varias veces el pico y reemprenden a volar cuando oyen mi risa. El jugueteo de “Mariposa” me suena a burla ante el paisaje. Doy unos pasos, me llevo las manos al vientre, vomito. Las últimas fiestas de julio me aburrí. Hacía un calor terrible. Días de bochorno. Ha sido un verano abrasador, que aún dura, amenazante de lluvias que nunca llegan. Y unas fiestas de mierda, ya no me gustan. ¿Por qué las fiestas de Villar han de ser en verano? Me cago en las santas. A la gente le gusta el calor, repite siempre mi madre. Así sale más, acude a las verbenas, llena las terrazas, apostilla mi padre. Los dos quieren que se llenen las terrazas. Tenemos un bar en las afueras de Villar, junto a la gasolinera, el bar de la gasolinera, lo llama todo el mundo, aunque mi padre le puso su apellido, Bar Jover. No se devanó mucho los sesos. Un buen sitio para que los conductores, mientras les llenan el depósito en el puesto, se tomen un café o una cerveza. Pero a mí, por primera vez, las fiestas me han resultado un coñazo. Además, tenía que ayudar en la cocina, o en la barra, o atendiendo las mesas. Ya tienes dieciséis años, me explicó mi padre, como si no lo supiera, ya puedes. Y aunque no los tuviera, repitió mi madre, igual que hace todos los años. No esperaron a que los cumpliera, a ver. A cambio, por las noches, podrás ir a la verbena, volver más tarde. Eso sí, después de los bocadillos y los platos de las cenas. Los bocadillos de las cenas. Odio los bocadillos de las cenas. Y los platos, las ensaladas, las putas ensaladas. Cuando ya me parece que hemos acabado de servirlos, siempre se presenta algún rezagado. Me pongo ner12


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viosa, empiezo a quejarme, y entonces mi madre deja que me marche. Anda, vete, dice, vete ya, y mira con quién andas. Cuidadito, mucho cuidadito. Ten cuidado con quién te juntas. A ver lo que haces. Este año, por fiestas, lo único que ha valido la pena fue el chico de Barcelona. No lo había visto nunca. Un conocido de Julián, el compañero de clase que unos meses antes me desvirgó, porque quise y me dejé, tenía ganas. Él, encantado, también era su primera vez. Qué mal me hizo, el cabrón. Entró sin ningún cuidado, pensé que me rompía por dentro, hizo que me sintiera como si fuese una perra, una mierda de perra, joder, mira, me dijo después de correrse, porque va y saca de golpe, como la había metido, la polla húmeda y roja. Es curioso, apenas sangré, pero cómo me dolió. El muy cerdo me dejó como estaba, ni se molestó en tocarme, parece que ya tenía bastante, bien noté que le dio gusto, pero a mí qué, y yo qué. Y encima se quejó. ¿Y ahora qué hago?, me soltó. Me voy a poner perdido el calzoncillo, joder, y ya verás mi madre… No pienso ver nada, capullo, tu madre, le dije, que le den por el culo a tu madre. Y a ti de paso. Estábamos en la Peña, que sólo abríamos en invierno para cosas como ésa. Solos en la Peña. Le expliqué: hoy quiero que me desvirgues, pero ojo con correrte dentro, no me vaya a quedar embarazada. Ni caso. Entrar, romper, soltarlo y encima para luego quejarse de que se iba a ensuciar el calzoncillo. Que te den a ti también, a ti y a tu madre, le grité, y me fui. Me lavé en casa, todo lo que pude, y pasé unos días esperando la regla como agua de mayo. Con su conocido de Barcelona todo ha sido distinto. Me sentaba encima de él, me frotaba yo misma con su polla hasta que me corría, y él igual, pero no le dejé nunca que me penetrara, eyaculaba en mi vientre y luego nos lavábamos y tan contentos los dos. Nos vimos todos los días de las fiestas, desde el primero. El que mejor lo pasamos el de la fiesta grande, el 13


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de las santas Justa y Rufina, me acordé de ellas y pensé: por fin os debo un favor si habéis mediado por mí, os prometo unas flores, ya me diréis. Lo digo de coña. Pero no se me aparecieron. Ellas se lo pierden. Una vez me corrí dos veces casi seguidas. Lo único que valió la pena de las fiestas. Y ahora mi madre me lleva a Zaragoza, al ginecólogo, porque hace casi dos meses que no me baja. Se huele algo, pero yo estoy tranquila. Es imposible. El amigo de Julián fue el único que me alivió el aburrimiento de la mierda de las fiestas. Querida Claudia: Aprovecho el recreo para escribirte. Me toca guardia de patio pero, al ver el catarro que llevo, el compañero de Dibujo, ya sabes, ese tío que hace la guardia conmigo, me ha dicho que me quede en la sala de profesores y que no se me ocurra asomar la nariz fuera. Que él se ocupará de todo. Esta mañana he dado ya dos clases, y en la segunda hemos leído un poema de Baudelaire que a ti te gustaba mucho. Fue al poco de conocernos. ¿Te acuerdas? Estábamos leyendo “El diablo en el cuerpo”, y no conseguías quitarte la novela de la cabeza. Le dabas vueltas y más vueltas, y me echabas la culpa a mí del interés que te despertaba; al fin y al cabo, decías, era yo el que te la había dado a conocer. No sólo a ti, claro. Hoy en clase, mientras les explicaba a los chicos la estructura del soneto, me han venido palabras tuyas de entonces de manera inesperada. Marthe se enfrascaba en “Las flores del mal”, pese a que su prometido, combatiente en las trincheras del 14, se lo había prohibido, pues lo juzga un libro peligroso, inapropiado para una chica de dieciocho o diecinueve años. Qué cretino, decías, se le está bien que Marthe acabe por llevar sus engaños y sus mentiras tan lejos. Y te reías. Hoy he trabajado con los alumnos “La muerte de los amantes”, de Baudelaire. Yo trataba de explicarte el significado de las imágenes: los espejos turbios, las 14


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llamas muertas y, sobre todo, la simbología de los divanes tan hondos como sepulturas. Y tú te reías aún más: hombre, mira, a mí precisamente me parece que son detalles morbosos que le ponen color a la cosa, emoción, una libido muy especial. ¿A qué cosa?, te preguntaba yo. Pues a qué va a ser, pedazo de tonto. Es que hacer el amor es como morirse de gusto, un ratito sólo, es verdad, poco más que un instante, pero es de muerte. El soneto también habla del Ángel que abre las puertas y, lleno de júbilo, acude fiel a la cita y reanima todo eso que tú dices. Eso es el amor. El orgasmo, quiero decir. ¿O no? Es que no entiendes a Baudelaire, listillo. Sí, Claudia, me he acordado de esas palabras tuyas, tan lejanas, hoy, en clase, mientras desmenuzaba el soneto, y las he utilizado, me he servido de ellas, creo que son muy justas. Quién me iba a decir que un día volverían a mí. Claro que lo que no he dicho es cómo acabamos aquella conversación. Me abrazaste y dijiste: cierra los ojos y deja que te mordisquee en el cuello. Luego nos hundiremos juntos en el diván de la muerte gozosa. Y no parabas de reírte. Se ha acabado la cinta y aquí sigo, mirando el caucho rajado, con las manos en los bolsillos, perplejo frente a los restos de café con leche y magdalenas que acabo de vomitar. Doy una vuelta alrededor del coche, abro el maletero, compruebo el buen estado de la rueda de repuesto. Ahí está el gato. Me siento al volante. Enciendo un cigarrillo. Observo otra vez en torno, el paisaje seco y yermo, requemado, el cielo vacío, sin una nube, de un azul blanquecino que el sol casi convierte en abismo lechoso cuando los ojos se arriesgan en la lejanía. Pienso en todo lo que he dejado atrás, quizá para siempre, y estoy a punto de romper a llorar. Me contengo, aferro el volante con las manos, sin cerrar la portezuela. Miro al frente, en silencio. No sé a santo de qué, 15


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pienso en los treinta años que pronto cumpliré. Qué más da, me digo. Maryse me lo ha recordado hace poco, durante nuestra última conversación telefónica. Sigue empeñada en no tener línea propia, pese a mis ruegos. De nada me sirve asegurarle que no voy a molestarla. Es para que ella pueda prevenirme de inmediato, si fuese necesario, ahora que… El pasado es el pasado. Yo también me he propuesto correr un velo, para siempre. Pero existe un presente, un presente con el que me es permitido contar. Con el que deseo contar. Es un deseo, sí, y es un deber. Te llamaré como siempre, desde la Poste, está cerca de casa, me dijo para tranquilizarme. O desde el trabajo. Y además cuento con los teléfonos de los amigos. Sé que no podrías evitar llamarme casi todos los días si me lo pongo en casa, lo sé. No me escuchaba. De nada ha servido que le hablara, que tratara de convencerla de que mi propósito es firme, como ella me había pedido. Hicimos el amor, a mí me pareció que como siempre, la noche antes de que me comunicara su decisión, una decisión muy meditada, me dijo, lo he pensado mucho. Aprieto el volante hasta que me duelen las manos. ¿Es este yermo un anticipo de lo que me aguarda en Villar? Diviso entonces el punto en la lejanía, un borrón brillante, muy pequeño, que poco a poco va creciendo, despacio, muy despacio. Una mancha crema, muda, cada vez más cercana. Se detiene unos metros delante del coche, en el arcén de tierra. Es un Land Rover viejo, gastado. El hombre baja y se acerca a la portezuela abierta. Vaya, dice, ¿está usted bien? Lo miro y muevo la cabeza, afirmando. Aprovecho que mi padre cambia la rueda del coche de ese hombre para poner una cinta de los Stooges en el radiocasete portátil que siempre llevamos en la guantera. Me la regaló el chico de Barcelona. La poníamos mientras hacía16


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mos nuestras cosas en el cuarto de Julián, que nos lo prestaba. El tema que más le gustaba era uno que se titula “Quiero ser tu perro”, o algo así, hasta se sabía algún trozo de memoria. Yo no entendía nada, ni él me explicaba la letra, me daba igual. En el Instituto sólo hago francés. Me decía: quiero ser tu perro yo también. ¿Me dejas que te lama? Los labios, sí, ya lo hacemos. No, ahí, los otros, los otros labios. Pero no quise. Me negaba porque sabía lo que vendría después, querría que yo hiciera lo mismo, y no, no estoy por ésas. No aún, por lo menos. Los padres de Julián se habían ido de viaje, huyendo de las fiestas, y a Julián no le importaba que usáramos su cuarto. Con el chico, lo llamo el chico de Barcelona porque su nombre verdadero no lo sé, ni siquiera quiso decírmelo, le propuse ponernos uno de mentira, inventado, y él eligió Iggy, que es el cantante de los Stooges, me dijo, y yo no sabía cuál, así que me bautizó Nico, el de una tía que canta con otro grupo que le gusta mucho, no sé qué de Underground. Velvet Underground, eso es, ahora me ha venido. Nico, Iggy; Iggy, Nico. De puta madre, decía. A mí me daba igual ése que otro. Es sólo para estos días que estamos juntos. Vale, me gusta, lo reconozco, más que nada para que se callara. Llámame Nico o como te dé la gana pero no hables tanto mientras follamos, a mí me gusta hacerlo en silencio, y además cierro los ojos. Esto no es follar, es otra cosa, decía él. También da igual, lo tomas o lo dejas. Lo tomo, lo tomo. Pues eso, calla que me desconcentras. Me lo paso de puta madre. Yo, también. Cuando se fue prometimos no vernos nunca más. De todos modos él no piensa volver a Villar. Se llevaron a la abuela a Barcelona, que estaba muy mal sola, y ya no hay motivo para que regresen, no les quedan parientes en el pueblo. Han puesto la casa en venta. Y a él no le gusta Villar, ni ningún pueblo. Prefiere la ciudad. Soy urbanita, Nico, me decía, alguna vez tú también te tie17


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nes que hacer urbanita. Los pueblos son un asco. Le di la razón. A mi madre no le gusta la cinta de los Stooges, claro. Va recostada en el asiento de atrás. Yo no, porque me mareo. A mi padre tampoco, y no me deja poner cintas cuando vamos en el coche. Él enchufa la radio, que no tiene casete y por eso llevamos uno portátil, más viejo que Matusalén, y busca emisoras deportivas, un coñazo. A mi madre le da igual porque se duerme enseguida. El hombre del pinchazo es joven, o lo parece, y algo serio. No está mal. Más alto que mi padre. No ha debido de aprender a cambiar una rueda. Para mi padre, pan comido. Además, le encanta hacer favores. Luego lo cuenta a todo el mundo, y engorda un kilo cada vez que lo hace. Querido Pedro: Yo también aprovecho un rato de calma para escribirte. Hoy la biblioteca está tranquila. Me toca en la hemeroteca y sólo están los cuatro viejos que vienen a leer la prensa del día, o alguna revista atrasada. Les gustan las de deportes, las de cine, y alguna de economía. Las de economía son las que más rato les entretienen a algunos, será porque les cuesta entenderlas. Hace unos días, me dijo uno: las miro para ver si van a bajar las pensiones. Las crisis, señora, las pagamos siempre los mismos: los pobres. Ya me lo decía mi padre, que vivió de niño la del 29 en Nueva York. Mi padre era puertorriqueño, ¿sabe usted?, conoció a mi madre, española, allí mismo, en Nueva York, en un viaje que ella había hecho, un viaje de turista, fíjese, en aquellos años no todo el mundo podía pagarse un viaje así, y mi padre se enamoró de tal manera que acabó viniendo a España para casarse con ella. Se integró tanto que hasta casi perdió el acento. Lo recuerdo, siendo yo niño, hablando castellano sin apenas entonación puertorriqueña. Estos viejos, en cuanto les dejas, te cuentan su vida. Tienes que decirles que sí a todo, escuchar y cortar18


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los a medias con cualquier excusa. A éste le pregunté por qué se pasaba media mañana, todos los días, en la hemeroteca, en vez de estar con su mujer, y me dijo que era viudo desde hacía poco y que le entristecía mucho la casa vacía, él solo en la casa vacía. Entonces me di cuenta de que llevaba las dos alianzas. ¿No tiene hijos? Sí, pero ya viven su vida, señora. Son mayores, están casados, me han hecho abuelo, eso sí, y viven su vida. Claro, le dije, es normal. Bueno, lo siento, pues aquí será siempre bien recibido. Gracias, muchas gracias. ¿Sabe?, como a mediodía en un bar al lado de casa, un menú barato, y luego casi no ceno. No me quedó mucha pensión, y si encima las bajan, ya ve estos peperos, y los convergentes igual, se dicen de centro y muy demócratas todos pero son más de derechas que… los de siempre, le digo que todos están cortados por el mismo patrón, que no hacen más que lo que les dicta la troika, pues eso, ya verá usted. No sé por qué te cuento estas cosas, Pedro. Será porque tú también me hablas de tu trabajo en tus cartas. Voy a la última. Claro que me acuerdo de aquel pasaje de Radiguet, y del poema que dices. Te debo a ti todas las lecturas que hice durante los primeros años desde que nos conocimos. La diferencia de edad. Ya estás presumiendo de joven, dirás. Pues sí, a tu lado puedo permitírmelo, y espero sea por mucho tiempo aún. No, por mucho tiempo, no: siempre. Mira, en realidad fue esa novela de Radiguet la que nos llevó a terminar de conocernos. Sólo que en nuestro caso la que llevaba el diablo en el cuerpo era yo, me parece. ¿Te acuerdas cuando, tiempo después, vimos la película de Autant-Lara sobre la novela? Me dio rabia que los guionistas hubieran elegido un nombre para el protagonista que no fuera el tuyo. Se tenía que haber llamado Pierre. Claro que yo tampoco me llamo Marthe. Tú siempre decías que nosotros le dábamos la vuelta a la ficción de Radiguet, que cambiábamos los papeles. Y, por supuesto, aña19


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días, el final. El final no podía ser el mismo, de ninguna manera. Aún me río al acordarme de esas palabras tuyas, que repetías a menudo. Acaba dándome la tarjeta del bar de su propiedad, cuando le digo que voy a Villar, y que pienso quedarme allí una temporada por motivos de trabajo, sin explicarle detalles. Hoy no vaya, me dice, es el día de descanso semanal, y aprovechamos para dar una vuelta por Zaragoza y hacer algún recado. Y ha mirado hacia el Land Rover. ¿Es usted de allí? No, le digo, aunque conozco la ciudad. Bueno, sí, en realidad nací en Zaragoza, pero hace años que no vivo en ella, añado. Entonces se vuelve a fijar en la matrícula de mi coche y espera un instante a que siga hablando. He vivido en Francia hasta hace poco. Ah, vaya, no conozco Francia. Esos franchutes. Perdone, pero… No me gustan mucho, ¿sabe? Es que se creen que son sabe dios qué. Ya, le contesto. Bueno, tenemos prisa, le presentaré a mi mujer y a mi hija cuando venga por el bar, el Bar Jover, no se olvide, junto a la gasolinera. Mi mujer prepara unas ensaladas estupendas. Ahora no las quiero hacer bajar del coche, llevamos prisa, mi mujer se impacienta enseguida. Además, con este sol aún salen menos del coche. Se deben de estar cociendo. Vaya, pues siento mucho haberle entretenido, pero se lo agradezco de veras. No se moleste en presentármelas, digo de la manera más tonta, y enseguida rectifico: quiero decir que sí, en efecto, habrá ocasión de que nos conozcamos, en un pueblo, supongo, se acaba conociendo todo el mundo. Y más si se tiene un bar. No hay muchos en Villar, desde luego. Le doy otra vez las gracias. Yo solo no habría podido cambiar la rueda, créame, me ha sacado usted de un buen apuro. No se lo va a creer, pero nunca me había pasado. ¡Nunca ha cambiado una rueda! No, es que es la primera vez que pincho. 20


51

La Isla de los Pelícanos

José Luis Galar

Agua Entre los Dedos

IV Premio Novela Ínsula del Ebro, 2009

Pilar Laura Mateo

52

La historia más bella

Carmelo Romero Salvador

53

José Giménez Corbatón

54

José Giménez Corbatón

Tampoco esta vez dirían nada Voces al Alba

55

El diputado Pardo Bigot: la esperanza del Sistema

Carmelo Romero Salvador

56

Francisco Rubio Sesé, María Buisán Daudén y

Mercedes Vaz-Romero Bernad

57

Carmen de Burgos

58

Francisco Carrasquer Launed

Cuando se rompen los sueños

Los espirituados Los centauros de Onir

59 Avalancha José Giménez Corbatón 60 61

Muñecos de hielo

Eva Fortea Báguena

Bajo el mantel

Alicia Estopiñá

62

Eloy Fernández Clemente

Los triunfos pequeños y otros relatos

La novela indaga en la realidad más cotidiana y rural de un pueblo aragonés en el umbral de los 80, para contarnos una educación sentimental sorprendente en esa España que se desperezaba del mal sueño, eterno y aburrido, de la dictadura. Acompañando la anécdota y perfectamente orquestadas, las voces de los protagonistas van del pasado, narrado como presente, al presente narrativo, y nos traen otras voces que las complementan y apoyan cuando no justifican lo narrado. Son voces literarias: Cortázar, Radiguet, Zweig, Matzneff..., siempre Baudelaire. O letras de canciones emblemáticas con las que se va tejiendo la sustancia de esta historia. Porque aquí música y literatura, como el amor, son placeres compartidos para paladear las palabras que nos descolocan o nos iluminan. Narrada en primera persona por los protagonistas, estos recurren a la segunda para cartearse, una pirueta literaria que amplía el juego de perspectivas en ese delirio paralelo de los amantes. Narrar en presente evita la nostalgia y la grandilocuencia, dotando las páginas de la novela de sencillez y naturalidad. Bien escrita y bien trabada, Nadadores indemnes insiste en la ficción para revelar la realidad, en una vuelta de tuerca más de la literatura hacia la vida, tantas veces confundidas y amalgamadas. Charo Usieto

“Bajas del coche. Te miro mientras caminas hacia las primeras luces. Te miro mientras sigues haciéndolo bajo esas primeras luces. Te miro. Te miro. Te miro. Mirándote caminar, cadenciosa y bella de abandono, evocas una serpiente danzando al extremo de una vara”.

63 José Giménez Corbatón José Giménez Corbatón

50

narrativa 63

Nadadores indemnes As Tres Serols - Las Tres Sorores - Les Tres Sorors

José Giménez Corbatón nació en

Zaragoza. Traductor, crítico literario y articulista en diversas revistas y periódicos. Ha participado en varias obras colectivas. Como narrador ha publicado El fragor del agua (1993), que ha conocido tres ediciones y ha sido traducido al francés, al ruso y al aragonés; Tampoco esta vez dirían nada (1997), que va por su segunda edición; La fábrica de huesos (1999), dos ediciones; El hongo de Durero (2001); Licantropía. Itinerario de una novela (2008); Voces al alba (2011) y Avalancha (2014). En colaboración con el fotógrafo Pedro Pérez Esteban, Las huellas del hombre (2003), Cambriles (2006), Masada. Signos (2007), Morir al raso (2009), Memoria difusa (2011) y Encrucijada de miradas. El libro de mi padre (2016).

Nadadores indemnes

Últimos títulos de esta colección


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