LOS AMANTES DE CHISTAU

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Agua Entre los Dedos

IV Premio Novela Ínsula del Ebro, 2009

Pilar Laura Mateo

52

Carmelo Romero Salvador

La historia más bella

53

Tampoco esta vez dirían nada

José Giménez Corbatón

54

José Giménez Corbatón

Voces al Alba

55

El diputado Pardo Bigot: la esperanza del Sistema

Carmelo Romero Salvador

56

Francisco Rubio Sesé, María Buisán Daudén y

Mercedes Vaz-Romero Bernad

57

Carmen de Burgos

58

Francisco Carrasquer Launed

Cuando se rompen los sueños

Los espirituados

61

Los amantes de Chistau es una novela inspirada en la leyenda de la Basa de la Mora. La acción transcurre en el siglo IX, en torno al año 840. En esa época el Valle de Chistau ha sido absorbido por el obispado de Urgel, respaldado por el conde de Tolosa y por el Emperador carolingio Luis el Piadoso, que desea controlar y frenar la expansión hacia el norte del emirato de Córdoba. La novela narra la historia de un pastor de Plan, Martín, al que su senior le confía la venta de corderos en la feria de Aínsa, una ciudad gobernada por los musulmanes. Martín entra en contacto con los comerciantes árabes y despliega todas sus habilidades para sacar el mejor precio posible. El senior de Plan, lo mismo que el resto de sus habitantes, están contentos e incluso admirados del trabajo de Martín. Pero él no solo vende corderos: con sus veinticuatro años, se siente fascinado por ese nuevo mundo, más culto y refinado que su sencillo poblado pirenaico. De ese nuevo mundo forma parte una hermosa joven de ojos verdes, llamada Aisha, la hija del cadí. La novela se adentra en las relaciones de amor y odio entre dos religiones, la musulmana y la cristiana, que comparten la creencia en un dios único, pero que llevan en su interior el veneno sectario e intolerante. El conflicto será inevitable. Martín conoce el mundo musulmán no solo de Aínsa, sino también de la Barbitaniya, lo que hoy es el Somontano de Barbastro. Conoce al gran gobernador musulmán, Jalaf ibn Rachid, fundador de la ciudad de Barbastro y residente en el célebre castillo de Alquézar. El amor de Aisha y Martín, como el de Romeo y Julieta o el de Diego e Isabel, se impone frente a todo tipo de prejuicios, sociales, culturales y religiosos, y crece en el contraste entre una joven educada en los exquisitos modales de Bagdad y un sencillo pastor que apenas ha salido de su estrecho valle pirenaico.

Los centauros de Onir

59 Avalancha José Giménez Corbatón 60

64

Muñecos de hielo

Eva Fortea Báguena

Martín dejó que Aisha contemplase las aguas. Prendada de tanta belleza le pareció que el lago había sido creado para servir de espejo a aquellas majestuosas montañas, al verdor sutil de sus faldas en verano, a los refulgentes glaciares del invierno y al límpido azul del cielo.

José Solana Dueso José Solana Dueso

51

narrativa 64

Los amantes de Chistau As Tres Serols - Las Tres Sorores - Les Tres Sorors

Los amantes de Chistau

Últimos títulos de esta colección

Bajo el mantel

Alicia Estopiñá

62

Los triunfos pequeños y otros relatos

Eloy Fernández Clemente

63

José Giménez Corbatón

Nadadores indemnes

ISBN 978-84-96793-45-3

9 788496 793453

UNA NOVELA INSPIRADA EN LA LEYENDA DE LA BASA DE LA MORA

José Solana Dueso (Plan –Huesca–

1946), ha sido profesor de filosofía, primero, en enseñanzas medias y, después, desde 1990, en la universidad de Zaragoza, de la que actualmente es catedrático emérito. Es autor de numerosos trabajos de investigación, entre ellos los siguientes libros: Aspasia de Mileto. Testimonios y discursos (Anthropos, 1994), Protágoras de Abdera. Dissoi Logoi. Textos relativistas (Akal, 1996), El camino del ágora (Prensas Universitarias Zaragoza, 2000). De Logos a Physis (Mira, 2006), Los sofistas. Testimonios y fragmentos (Alianza, 2013) y Más allá de la ciudad (IFC, 2013). Además ha publicado las siguientes novelas: La malva y el asfódelo (Mira Editores, 2006), Ciudadano Sócrates (Mira editores, 2008) y Parménides. El canto de filósofo (Edhasa, 2014).


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Martín dejó que Aisha contemplase las aguas. Prendada de tanta belleza le pareció que el lago había sido creado para servir de espejo a aquellas majestuosas montañas, al verdor sutil de sus faldas en verano, a los refulgentes glaciares del invierno y al límpido azul del cielo.

José Solana Dueso José Solana Dueso

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UNA NOVELA INSPIRADA EN LA LEYENDA DE LA BASA DE LA MORA

José Solana Dueso (Plan –Huesca–

1946), ha sido profesor de filosofía, primero, en enseñanzas medias y, después, desde 1990, en la universidad de Zaragoza, de la que actualmente es catedrático emérito. Es autor de numerosos trabajos de investigación, entre ellos los siguientes libros: Aspasia de Mileto. Testimonios y discursos (Anthropos, 1994), Protágoras de Abdera. Dissoi Logoi. Textos relativistas (Akal, 1996), El camino del ágora (Prensas Universitarias Zaragoza, 2000). De Logos a Physis (Mira, 2006), Los sofistas. Testimonios y fragmentos (Alianza, 2013) y Más allá de la ciudad (IFC, 2013). Además ha publicado las siguientes novelas: La malva y el asfódelo (Mira Editores, 2006), Ciudadano Sócrates (Mira editores, 2008) y Parménides. El canto de filósofo (Edhasa, 2014).


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Los amantes de Chistau


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Diseño de portada: equipo gráfico de prames 1ª Edición, abril 2016

© José Solana Dueso © para esta edición prames, sa Diseño de colección: equipo gráfico de prames prames–Las Tres Sorores Camino de los Molinos, 32 Tel.: 976 106 170 – Fax: 976 106 171 www.prames.com e–mail: publicaciones@prames.com 50007 Zaragoza isbn: 978-84-96793-45-3 Depósito Legal: Z 450-2016 Imprime: INO Reproducciones, sa Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización previa de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.


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Los amantes de Chistau JosĂŠ Solana Dueso


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A Manuel y Manuela siempre en el recuerdo a mis convecinos y convecinas de Plan a las gentes del valle de Chistau


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INTRODuCCIóN Valle de Chistau, año 840 de la era cristiana, 226 de la hégira musulmana. En esta época los valles pirenaicos se encuentran en un terreno de nadie, atenazados entre dos grandes poderes antagónicos: de un lado, los reyes cristianos del norte que, tras haber derrotado a los musulmanes en la batalla de Poitiers (año 732), han ampliado su dominio hasta los Pirineos, frontera conocida como la Marca Hispánica; de otro lado, por el sur, el emirato de Córdoba, con Abderramán II al frente, trata por todos los medios de fijar una frontera en el norte, el territorio denominado Marca Superior, que viene a coincidir con el valle del Ebro (la Rioja, Navarra y Aragón). Los constantes intentos separatistas de los líderes rebeldes locales son duramente reprimidos por el emirato cordobés. En esa tensa situación, los valles del Pirineo se convierten en el punto de choque de estos dos grandes poderes, que pugnan por hacerse con el dominio de esos territorios. Precisamente el año 839, el día uno de noviembre, se consagró la nueva catedral de la Seo de urgel. El acontecimiento quedó reflejado en un acta célebre que registraba todas las posesiones, parroquias o villas, adscritas al obispado de urgel. Entre otros territorios, como urgel, Cerdaña, Pallars y Ribagorza, se incluía el valle de Chistau y se encomendaba al Monasterio de San Pedro de Tabernas el cuidado espiritual de sus gentes. En contraprestación, los vecinos del pago gis9


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tabiense (así lo denominaba el acta) habrían de pagar cada año los preceptivos diezmos y primicias. En la primavera del año 840, el vicario del obispo de urgel se dispone a visitar el valle de Chistau para poner en práctica los acuerdos recogidos en el citado documento. El obispo Sisebuto y el conde Sunifredo, las autoridades cristianas de urgel, actuaban respaldados por Luis el Piadoso, el sucesor de Carlomagno en el trono de los francos.

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I Después de haber comido con su hermano las deliciosas alubias que les había preparado su madre Felicia, Martín colgó su mochila al hombro y tomó el camino hacia el collado de la Cruz. Iba a pasar la noche en el monte en cumplimiento de una tarea de vigilancia que le había encomendado Guillem de Chistau, el senior de Plan. Le acompañaba su inseparable Romero, un perro de piel estampada en colores blancos y naranjas con pequeñas motas de color marrón. Subía disparado el repecho de la Riba, apenas quince minutos de inmisericorde pendiente, tras la cual el camino recobra un curso más amable hasta llegar al collado. La alegría y la euforia de Martín nacían de la confianza que el senior le había demostrado al encomendarle esa delicada tarea. Tenía que apostarse en el cerro de la Cruz y observar todo lo que se moviera durante el día y todo lo que pudiera oír por la noche. El senior había tomado esta precaución por la importante visita que iban a recibir, nada menos que el vicario del obispo de urgel. Por eso no quería correr riesgos pese a que en los últimos tiempos apenas merodeaba por los montes algún que otro malhechor insignificante, gente marginada o perseguida que robaba algún cabritillo para su propio sustento. Cuando Martín llegó al cerro de la Cruz, se dispuso a poner en marcha su plan de acción. En el pinar próximo construiría una pequeña guarida con ramas de boj y pino, y de vez en cuando, con la ayuda de Romero, otearía el ho11


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rizonte. Con motivo de la visita del vicario episcopal, justo en la divisoria de las dos vertientes, se había erigido una ostentosa cruz, bien tallada en madera de pino y pintada de color rojizo. Se asentaba sobre un pedestal de piedras de granito, cuarteadas con artística cincelada por los canteros gistabienses. El cerro de la Cruz tenía un hermano opuesto, llamado Cruz de Guardia, en el que los habitantes de Señes habían levantado un monumento semejante; ambos se divisaban con nitidez uno desde el otro: marcaban respectivamente, de modo aproximado, el este y el oeste del valle de Chistau. La noche resultó plácida para Martín, pese a que Romero le advirtió de algunos intrusos, zorrillos, fuinas o algún jabalí. Tras levantarse con las primeras luces del día, se encaramó a un pino para otear desde su altura las dos vertientes por donde debían acudir las comitivas que iban a encontrarse en el collado. No recordó haber soñado nada por la noche, pero la tarde anterior, cuando subía desde Plan como alentado por un fuego que lo impulsaba a las alturas, imaginaba que tenía ante sus ojos aquella mora a la que el año anterior había visto de soslayo en el primer viaje que hizo a Aínsa acompañando al mayoral, el pastor que llevaba el ganado del senior y de todo el valle a venderlo en la feria. Él iba como rabadán, igual que su amigo Chusto y su hermano Levisindo. Martín se hacía la ilusión de que, dada la confianza que le mostraba el senior, este año, para el verano, podría regresar otra vez a la feria de Aínsa, y quizá, con un poco de suerte, podría contemplar de nuevo a la mora de sus sueños. Se conformaba con eso, con tenerla ante sus ojos, pero, a medida que ese pensamiento invadía su tiempo, soñaba con dar un paso más, intercambiar una mirada, no solo verla a ella, sino que ella también se fijara en él. Confiaba en que, tras el intercambio de miradas, continuaran 12


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otros intercambios, aunque él llevara consigo el rostro severo y serio, a veces seco, de los montañeses de Chistau, y ella ocultara bajo el suave velo azul sus grandes ojos verdes, ventanales de un alma inmensa. Todo esto veía Martín con los ojos de la imaginación cuando sus ojos corporales divisaron por el barranco el caballo tordo que cabalgaba su senior Guillem y que ascendía hacia el collado. Seguía tras él la comitiva del valle que estaba llegando al lugar de encuentro mientras que del lado de Ribagorza no se divisaba todavía rastro alguno de tráfico humano. Tras Guillem cabalgaban los otros seniores. Mur García, senior de Serveto, cerraba la comitiva, vestido sin lujos, austero, desafiando a sus semejantes con mirada altiva y rostro arrogante. Se sentía como el pastor que controla y vigila a su grey. Martín se plantó ante su senior, antes que la comitiva llegara al collado, para decirle que todo estaba tranquilo y para hacerle saber que había cumplido con prontitud sus órdenes. Guillem miró a Mur García con displicencia, como diciéndole “nosotros sabemos cuidarnos. No necesitamos que nadie se arrogue la misión de salvador del valle”. Tras una breve espera, apareció la comitiva del vicario episcopal. Iba precedida por un caballero carolingio, tocado con una cofia de malla que le caía sobre el hombro. un ostentoso espadón colgaba en su flanco izquierdo. Le seguían otros dos caballeros armados, lujosamente vestidos con capa negra, la misma cofia de malla y empuñando enormes picas con relucientes moharras. Las sillas de montar estaban combinadas con complementos de color rojo: los ronzales que se anudaban a la cabezada, las alforjas de cuero revestidas por una tela roja, las cinchas de cuero negro rematadas con hebillas doradas, lo mismo las atafarras. Los seniores de Chistau quedaron deslumbrados al ver el lujo de aquellos 13


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caballeros francos que por primera vez iban a pisar su tierra. El deslumbramiento quedó unido al temor, al sospechar del poder que se ocultaría tras aquel lujo y refinamiento al otro lado de los Pirineos. Después de los caballeros francos apareció el vicario episcopal, un hombre enclenque que montaba un poderoso percherón. Sobre la sotana lucía una muceta morada e iba tocado con un bonete morado rematado con una borla también morada, para indicar con esos colores que era un enviado del obispo de urgel. Se reunieron junto a la cruz. Los caballeros carolingios se abrieron hacia los flancos: Guillem, respaldado por los seniores del valle, y el vicario, que descendió del caballo con sorprendente agilidad, quedaron frente a frente. El senior de Plan dobló una rodilla mientras, inclinada la cabeza, besaba la mano del enviado episcopal. Musitó algunas palabras de bienvenida que Mur García le había sugerido. Mientras tenía lugar la ceremonia de encuentro entre las dos comitivas, Martín se había apartado para encontrarse con su hermano y con Chusto, y otros niños y muchachos curiosos que no habían querido perderse el acontecimiento. El vicario aprovechó la ocasión para bendecir el valle en nombre del obispo. Guillem le aleccionó de los cuatro puntos cardinales: el este, en el que se hallaban, el oeste, donde la Cruz de Guardia vigilaba los límites del valle –el senior le apuntaba con el dedo el lugar–, el norte, el camino de las Galias, y el Sur, bien señalado por la peña que con buen criterio llamaban de las Doce o de Mediodía. Así, con esa bendición episcopal, empezaría el valle –prometía el vicario– a rentabilizar en cuidados espirituales los diezmos y primicias que habrían de tributar al santuario de San Pedro de Tabernas y al obispo de urgel. 14


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Los caballeros francos, ajenos al ceremonial, admiraban aquellas majestuosas montañas. Cuando las delegaciones se dispusieron a descender a los lugares del pago gistabiense, los muchachos y niños salieron a la carrera en cabeza, mientras Martín quedaba cercano a su senior por si recibía alguna instrucción, como así fue. Le ordenó que caminara un poco adelantado y que avisara de inmediato si observaba alguna anomalía. La confianza continuaba, se decía ilusionado Martín. Cuando llegaron a los campos del Chordonal, los invitados pudieron contemplar los tres lugares visibles desde allí del valle de Chistau: Plan, San Juan y Gistaín. Tras la peña, llamada de San Martín, se ubicaban los tres lugres de la Comuna, una especie de valle secundario, y el lugar de Saravillo, aguas abajo del río, en la falda de peña Llerga, en el camino hacia Aínsa. En aquel tiempo, los lugares del valle estaban formados por pequeñas casas de planta baja, las paredes de piedra, revocadas con barro, y los tejados de losa en algunos casos y de paja en otros. Junto a la casa, cada familia tenía un pequeño corral para sus bichos y el pajar, donde se almacenaba la hierba y los fajos de hoja para el largo y crudo invierno, la leña y los aperos del campo. Las casitas se apiñaban en torno a una plaza que era el centro del lugar. En las afueras, para facilitar la ampliación de dependencias, se alzaba la casa del senior, mucho más amplia, con grandes cuadras y pajares, con huertos anejos, y construida en piedra. También quedaba en un extremo del poblado la iglesia, con sus fincas y huertos alrededor. En el caso de Plan, la iglesia estaba ubicada en la parte oeste. Era una construcción rectangular en estado ruinoso, levantada en la época de los visigodos, con el altar en el lado que daba a oriente. Era la única construcción ubicada al 15


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otro lado del barranco Foricón, que ya desde el inicio marcaba la frontera oeste del pueblo, como si fuera una muralla infranqueable. un puente de corpulentos troncos de pino unía la iglesia con el poblado. La comitiva llegó a Plan antes de mediodía. Se dirigió a casa del senior que había dejado todo preparado. Había adecentado las habitaciones de los criados para alojar en ellas a los distintos miembros de la comitiva, los caballeros carolingios, la guardia del conde Sunifredo y los emisarios del monasterio de San Pedro de Tabernas. El vicario y su secretario ocuparon las dependencias más lujosas. El senior había preparado una comida en el patio de su casa para todo el pueblo. Antes el vicario y la legación episcopal se dirigieron a la iglesia; desde allí salieron en procesión y recorrieron las calles del pequeño poblado. Levisindo encabezaba la marcha portando la cruz procesional; a su lado dos niños derrochaban energía haciendo graznar sus sonoras carraclas. El vicario repartía con el hisopo agua bendita profiriendo fórmulas rituales que acompañaban las piadosas mujeres con rezos y persignaciones. En la plaza, habían dispuesto una pequeña tarima para el vicario con el fin de disimular su baja estatura. Se dirigió al pueblo con palabras decididas y contundentes: “Ahora, antes de que vuestro senior derrame su generosidad con vosotros como hizo Dios Nuestro Señor con su pueblo derramando el maná sobre el desierto, es momento de que escuchéis las palabras de vuestro obispo. Porque os hablo en nombre del obispo de la diócesis de urgel, su excelencia ilustrísima Sisebuto, siervo de los siervos de Dios. Me ordena que os anuncie que en el día de hoy el pago gistabiense inicia una nueva era. En adelante, ya no seréis pequeñas colmenas aisladas y perdidas por estos abruptos 16


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riscos. Desde ahora, las iglesias del valle estarán sometidas al Monasterio de San Pedro de Tabernas; el monasterio atenderá todas vuestras necesidades espirituales. Como primera medida tendréis desde este momento un pastor para vuestras almas, bodas, bautizos, entierros, comuniones, rogativas para las sequías, peregrinaciones a las grutas y ermitas donde rezáis a los santos. Tendréis un cura permanente al servicio del valle”. Dirigió la mirada a uno de sus acompañantes, que dio un paso al frente. “Aquí lo tenéis, el ilustre presbítero Apolino, desde hoy párroco de las iglesias del valle. Tendrá mucho trabajo”. Esperó hasta que el senior cayó en la cuenta de que había que pedir los vítores de los fieles. El vicario no sabía que esas prácticas eran desconocidas en el valle. De las gentes del lugar, solo el senior y Mur García aplaudieron, a los que se unieron los miembros de la comitiva del vicario. “Tendrá mucho trabajo –el vicario retomó el discurso con una cierta displicencia hacia el senior–, pero tendrá la ayuda generosa de estos dos jóvenes diáconos, Teodoro y Aurelio, que se han formado junto a nuestro queridísimo Crisógono, abad de San Pedro de Tabernas, y que vosotros, fieles del valle de Chistau, tendréis que ayudar a que sean dignos servidores de la Santa Madre Iglesia, para que puedan ser ordenados presbíteros, sacerdotes de Jesucristo, tras un periodo de prueba. “Trataréis a estos dos diáconos como si fueran el propio señor Obispo. Ellos tienen la misión de recaudar los diezmos y primicias a los que desde este momento quedáis vinculados. Todos y cada uno de vosotros. No es mucho. Es la tradición de nuestra Iglesia: no escatiméis vuestros donativos, si no queréis que Dios Nuestro Señor os escatime su gracia divina. Dios os pagará el ciento por uno. El que 17


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escatima con la iglesia del Cristo, escatima su propia salvación. “Pensad en vuestra alma si tenéis la tentación de entregar un celemín menos de trigo o cebada de lo que os corresponde, o si queréis entregar un cordero menos de lo que en justicia debéis entregar. Lo pagaréis en el purgatorio, o quizá en el infierno. Todos salimos a razón de pagar: es preferible pagar en esta vida, saldréis ganando. Los montañeses tenéis fama de tacaños, pero yo no estoy de acuerdo. Y sé lo que digo, pues he tenido la inmensa fortuna de servir, durante cinco años, a su Santidad Gregorio, nuestro papa de Roma, el verdadero vicario de Cristo en la tierra. “He conocido a muchas gentes, lo suficiente para saber que vosotros, los montañeses, no sois tacaños ni avaros. También se lo he dicho al señor Obispo Sisebuto. No es que no queráis pagar los diezmos y primicias, es que no podéis pagar, porque estas montañas son duras y frías, y las regiones frías son poco generosas en frutos de la tierra. –Los oyentes se admiraban de la comprensión del vicario–. Escasea el trigo y la cebada, eso es verdad, –hizo una pausa más larga de lo esperado y prosiguió:– pero se crían lustrosos ganados, cabritos y corderos lechales y espléndidos terneros. Vuestras vacas, cabras y ovejas son generosas en leche y fabricáis quesos deliciosos. Hasta el Santo Padre conoce la bondad de los productos del Pirineo hispánico. También ha llegado a oídos de nuestro señor obispo que lleváis cabañas enteras de corderos lechales a venderlos en la feria de Aínsa, que el moro os paga en dinares o dírhams de oro y plata. Sé que vuestros campos son parcos en trigo y cereal, pero generosos en pastos. “El ganado que lleváis al moro –los oyentes comenzaban a descubrir la doble cara del vicario– tiene que atravesar pasos estrechos donde habrá ojos del señor obispo que con18


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tarán las reses. Lo mejor sería que vendierais el ganado en la feria de San Pedro de Tabernas, y que pagarais el diezmo in situ, pero si vais a la feria de Aínsa sabed que los malos son los paganos, no sus dinares de oro, que sirven igualmente a la causa de nuestra Iglesia. Y tened siempre presentes las palabras del evangelio de San Marcos: “¿De qué le sirve a un hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?”. “Si tenéis alguna duda, vuestro párroco, don Apolino, os ayudará, y si cometéis algún desliz para eso tenemos el sacramento de la confesión. Teodoro y Aurelio redactarán un censo de los vecinos del valle y se os asignará a cada uno el tributo anual que os corresponderá pagar. “Pero ahora todos reunidos vamos a disfrutar de la generosidad de vuestro senior. Mañana domingo, día del señor, celebraremos en este mismo lugar la santa Misa. Espero que en mi próxima visita la nueva iglesia de Plan esté terminada y que podamos dedicarla a san Esteban protomártir, que será vuestro santo patrono”. Ahora el senior ya había aprendido la lección y animó a todos los presentes a aplaudir. —A mí no me dan ganas de aplaudir –le susurró Chusto a Martín–. Yo calculo que tendremos que pagar el doble de lo que pagamos al moro por vender los corderos. En el valle el pago de los impuestos a los moros era tema de encendido debate; si estaba presente Mur García se podía llegar a palabras más que gruesas. Pero ahora el vicario iba a provocar la conversión del valle en pleno a la causa de los moros. Así pasaba en otras tierras no muy lejanas, donde la población autóctona se convertía a la fe musulmana a fin de conseguir mejor tratamiento fiscal y social. —Me voy a pasar a Mahoma –se rio por lo bajo Chusto mientras Martín estaba con la mente en otro lugar. 19


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Terminado el discurso del vicario, todos los asistentes se dirigieron a la casa del senior. La algarabía infantil contrastaba con el júbilo contenido de la muchedumbre. —Mañana pagaremos los impuestos –refunfuñaba un vecino. —Hoy disfrutemos de la juerga –le daba la réplica otra voz anónima. Martín comenzó a comprobar que ser persona de confianza del senior tenía sus servidumbres. Se perdió el jolgorio nuevamente pues el senior le ordenó que se apostara a vigilar en el cerro de San Miguel. Desde allí se ofrecía una completa panorámica del valle. Guillem quería estar informado por la vista más aguda del lugar. Martín era capaz de observar desde san Miguel a un lagarto sesteando en la peña de las Brujas. En esta ocasión el senior Guillem de Chistau exhibió todo su poderío y su generosidad cristiana ofreciendo un banquete magnífico. No escaseó la carne de vaca, ni los quesos que tanto alababa el vicario, ni el vino de Barbitaniya*, que compraba en Aínsa a cambio de los corderos que tanto apreciaba el moro. A falta de viñas en el valle, los montañeses decían que el vino, aunque se criaba en la tierra baja, ganaba con la altura y con el clima de su tierra, de modo que también ellos ponían algo en esa deliciosa bebida, regalo de algún dios filantrópico. En la alegría de la fiesta, los seniores de San Juan y de Gistaín también quisieron que se supiera que ellos aportaban a la visita pastoral una cantidad en metálico para sufragar los gastos y de modo bien visible le hicieron entrega de sendas bolsas con libras del Emperador, que habían obtenido en sus tratos comerciales con poblaciones francas al *N. del A.: territorio que coincide en gran parte con la actual comarca del Somontano de Barbastro.

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55

El diputado Pardo Bigot: la esperanza del Sistema

Carmelo Romero Salvador

56

Francisco Rubio Sesé, María Buisán Daudén y

Mercedes Vaz-Romero Bernad

57

Carmen de Burgos

58

Francisco Carrasquer Launed

Cuando se rompen los sueños

Los espirituados

61

Los amantes de Chistau es una novela inspirada en la leyenda de la Basa de la Mora. La acción transcurre en el siglo IX, en torno al año 840. En esa época el Valle de Chistau ha sido absorbido por el obispado de Urgel, respaldado por el conde de Tolosa y por el Emperador carolingio Luis el Piadoso, que desea controlar y frenar la expansión hacia el norte del emirato de Córdoba. La novela narra la historia de un pastor de Plan, Martín, al que su senior le confía la venta de corderos en la feria de Aínsa, una ciudad gobernada por los musulmanes. Martín entra en contacto con los comerciantes árabes y despliega todas sus habilidades para sacar el mejor precio posible. El senior de Plan, lo mismo que el resto de sus habitantes, están contentos e incluso admirados del trabajo de Martín. Pero él no solo vende corderos: con sus veinticuatro años, se siente fascinado por ese nuevo mundo, más culto y refinado que su sencillo poblado pirenaico. De ese nuevo mundo forma parte una hermosa joven de ojos verdes, llamada Aisha, la hija del cadí. La novela se adentra en las relaciones de amor y odio entre dos religiones, la musulmana y la cristiana, que comparten la creencia en un dios único, pero que llevan en su interior el veneno sectario e intolerante. El conflicto será inevitable. Martín conoce el mundo musulmán no solo de Aínsa, sino también de la Barbitaniya, lo que hoy es el Somontano de Barbastro. Conoce al gran gobernador musulmán, Jalaf ibn Rachid, fundador de la ciudad de Barbastro y residente en el célebre castillo de Alquézar. El amor de Aisha y Martín, como el de Romeo y Julieta o el de Diego e Isabel, se impone frente a todo tipo de prejuicios, sociales, culturales y religiosos, y crece en el contraste entre una joven educada en los exquisitos modales de Bagdad y un sencillo pastor que apenas ha salido de su estrecho valle pirenaico.

Los centauros de Onir

59 Avalancha José Giménez Corbatón 60

64

Muñecos de hielo

Eva Fortea Báguena

Martín dejó que Aisha contemplase las aguas. Prendada de tanta belleza le pareció que el lago había sido creado para servir de espejo a aquellas majestuosas montañas, al verdor sutil de sus faldas en verano, a los refulgentes glaciares del invierno y al límpido azul del cielo.

José Solana Dueso José Solana Dueso

51

narrativa 64

Los amantes de Chistau As Tres Serols - Las Tres Sorores - Les Tres Sorors

Los amantes de Chistau

Últimos títulos de esta colección

Bajo el mantel

Alicia Estopiñá

62

Los triunfos pequeños y otros relatos

Eloy Fernández Clemente

63

José Giménez Corbatón

Nadadores indemnes

ISBN 978-84-96793-45-3

9 788496 793453

UNA NOVELA INSPIRADA EN LA LEYENDA DE LA BASA DE LA MORA

José Solana Dueso (Plan –Huesca–

1946), ha sido profesor de filosofía, primero, en enseñanzas medias y, después, desde 1990, en la universidad de Zaragoza, de la que actualmente es catedrático emérito. Es autor de numerosos trabajos de investigación, entre ellos los siguientes libros: Aspasia de Mileto. Testimonios y discursos (Anthropos, 1994), Protágoras de Abdera. Dissoi Logoi. Textos relativistas (Akal, 1996), El camino del ágora (Prensas Universitarias Zaragoza, 2000). De Logos a Physis (Mira, 2006), Los sofistas. Testimonios y fragmentos (Alianza, 2013) y Más allá de la ciudad (IFC, 2013). Además ha publicado las siguientes novelas: La malva y el asfódelo (Mira Editores, 2006), Ciudadano Sócrates (Mira editores, 2008) y Parménides. El canto de filósofo (Edhasa, 2014).


Agua Entre los Dedos

IV Premio Novela Ínsula del Ebro, 2009

Pilar Laura Mateo

52

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La historia más bella

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Tampoco esta vez dirían nada

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Los amantes de Chistau es una novela inspirada en la leyenda de la Basa de la Mora. La acción transcurre en el siglo IX, en torno al año 840. En esa época el Valle de Chistau ha sido absorbido por el obispado de Urgel, respaldado por el conde de Tolosa y por el Emperador carolingio Luis el Piadoso, que desea controlar y frenar la expansión hacia el norte del emirato de Córdoba. La novela narra la historia de un pastor de Plan, Martín, al que su senior le confía la venta de corderos en la feria de Aínsa, una ciudad gobernada por los musulmanes. Martín entra en contacto con los comerciantes árabes y despliega todas sus habilidades para sacar el mejor precio posible. El senior de Plan, lo mismo que el resto de sus habitantes, están contentos e incluso admirados del trabajo de Martín. Pero él no solo vende corderos: con sus veinticuatro años, se siente fascinado por ese nuevo mundo, más culto y refinado que su sencillo poblado pirenaico. De ese nuevo mundo forma parte una hermosa joven de ojos verdes, llamada Aisha, la hija del cadí. La novela se adentra en las relaciones de amor y odio entre dos religiones, la musulmana y la cristiana, que comparten la creencia en un dios único, pero que llevan en su interior el veneno sectario e intolerante. El conflicto será inevitable. Martín conoce el mundo musulmán no solo de Aínsa, sino también de la Barbitaniya, lo que hoy es el Somontano de Barbastro. Conoce al gran gobernador musulmán, Jalaf ibn Rachid, fundador de la ciudad de Barbastro y residente en el célebre castillo de Alquézar. El amor de Aisha y Martín, como el de Romeo y Julieta o el de Diego e Isabel, se impone frente a todo tipo de prejuicios, sociales, culturales y religiosos, y crece en el contraste entre una joven educada en los exquisitos modales de Bagdad y un sencillo pastor que apenas ha salido de su estrecho valle pirenaico.

Los centauros de Onir

59 Avalancha José Giménez Corbatón 60

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Martín dejó que Aisha contemplase las aguas. Prendada de tanta belleza le pareció que el lago había sido creado para servir de espejo a aquellas majestuosas montañas, al verdor sutil de sus faldas en verano, a los refulgentes glaciares del invierno y al límpido azul del cielo.

José Solana Dueso José Solana Dueso

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ISBN 978-84-96793-45-3

9 788496 793453

UNA NOVELA INSPIRADA EN LA LEYENDA DE LA BASA DE LA MORA

José Solana Dueso (Plan –Huesca–

1946), ha sido profesor de filosofía, primero, en enseñanzas medias y, después, desde 1990, en la universidad de Zaragoza, de la que actualmente es catedrático emérito. Es autor de numerosos trabajos de investigación, entre ellos los siguientes libros: Aspasia de Mileto. Testimonios y discursos (Anthropos, 1994), Protágoras de Abdera. Dissoi Logoi. Textos relativistas (Akal, 1996), El camino del ágora (Prensas Universitarias Zaragoza, 2000). De Logos a Physis (Mira, 2006), Los sofistas. Testimonios y fragmentos (Alianza, 2013) y Más allá de la ciudad (IFC, 2013). Además ha publicado las siguientes novelas: La malva y el asfódelo (Mira Editores, 2006), Ciudadano Sócrates (Mira editores, 2008) y Parménides. El canto de filósofo (Edhasa, 2014).


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