Cuentos y leyendas de Guara. II

Page 1

El autor se recrea en mitos, tradiciones, consejas y relatos ambientados en sus rincones favoritos. Los personajes coexisten con episodios señalados de nuestra historia, mientras se funden en uno de los parajes aragoneses más ásperos, variopintos y enigmáticos: La Sierra de Guara. Desde la dominación romana hasta nuestros días se suceden narraciones colmadas de misterio, de amores y de odios, de tristezas y de alegrías, de fanatismo y de tolerancia, de avaricia y de generosidad. Leyendas, a fin de cuentas, que nunca fueron, pero que quizá pudieron ser, porque ¿quién sabe si alguna vez…?

ISBN 978-84-8321-467-1

9 788483 214671

www.prames.com

Cuentos y Leyendas de Guara

Javier Casasús Latorre nació en Zaragoza. Desde muy joven se vio atraído por la montaña. Su trayectoria laboral le ha llevado por cinco continentes, pero es en la Sierra de Guara donde encuentra inspiración y donde ha enmarcado sus tres trabajos literarios. Después de su paso por la novela con Boira de Otoño, vuelve a su formato favorito: el relato corto en forma de leyenda.

JAVIER CASASÚS LATORRE

29

Cuentos y Leyendas SEGUNDA PARTE


Cuentos y Leyendas De Guara



Cuentos y Leyendas De Guara JAVIER CASASÚS LATORRE

PRAMES


Primera edición, abril de 2016

© Textos Javier Casasús Latorre © Edita PRAMES Camino de los Molinos, 32 E-50015 Zaragoza Teléfono 976 106 170 • Fax 976 106 171 www.prames.com e-mail: publicaciones@prames.com Imprime sadf Depósito Legal Z 486-2016 ISBN 978-84-8321-467-1



ÍNDICE


INTRODUCCIÓN.........................................................................................9 EL EMBALSE DE MEDIANO......................................................................13 EL INDIANO................................................................................................21 EL REY MONJE............................................................................................41 EL ESPÍA DE MONTEARAGÓN...............................................................51 EL MÉDICO DE USED................................................................................67 UNA MENTE PRIVILEGIADA..................................................................77 RECUERDOS DE LA GUERRA CIVIL.....................................................95 EL HUERTO DE LOS DIFUNTOS...........................................................111 EL POZO DE NIEVE DE USED.................................................................125 BRAULIO EL CRÁPULA..........................................................................141 SVANTE, EL SUECO MENDAZ...............................................................157 EL CASTRO ROMANO DEL ALCANADRE.........................................173 LOS HIJOS DE LA MEDIA LUNA...........................................................189 LA DESAMORTIZACIÓN DE SAN ÚRBEZ...........................................195



INTRODUCCIÓN

R

ecibí la noticia cuando los calores del estío amenazaban con abrasar Zaragoza, igual que cada año. Me tumbé en el sofá y levanté el auricular del teléfono en un gesto mecánico. Lo hacía a la vuelta de mis viajes. Había pasado dos meses trabajando en el norte de África y tenía asegurada la acumulación de mensajes en el contestador. Solo escuché el primero. Era de la directora de la Residencia Municipal Casa Amparo. Una voz pudibunda me anunciaba la muerte de mi amigo Manolo. También decía que, siguiendo las instrucciones dejadas por el difunto, su cuerpo había sido incinerado y las cenizas me debían ser entregadas. Por lo tanto, añadió la voz, era mi obligación presentarme en la calle Predicadores y recoger la urna “cuanto antes mejor”, según me urgió la comunicante. Cinco días más tarde me encontraba en la Sierra de Guara. Llegué cuando el sol estaba a punto de alcanzar el cénit. Dejé el coche estacionado a la entrada del pueblo de Bara, junto a la vieja escuela de tejado rojo. Me dirigí hacia el sur, siguiendo el curso del Alcanadre. Me detuve a la orilla del río, justo en el umbral del impresionante desfiladero de paredes imposibles que el cauce ha cincelado durante milenios. Cargaba en la mochila la urna con las cenizas de mi viejo amigo. — —Manolo, ¿estás seguro? —Sí. —¿No te parece un lugar muy sombrío? ¡Y el frío que hace aquí en invierno! —Bueno, pero es tranquilo y no creo que para entonces yo tenga problemas de temperatura. —Si tú lo dices...

9


CUENTOS Y LEYENDAS DE GUARA

Recordé nuestra breve conversación en aquel mismo paraje, años atrás. La última vez que nos acercamos por allí, Manolo había decidido que sería un lugar ideal para esparcir sus cenizas. Abrí la urna y encontré un sobre con mi nombre. Dentro había una carta. La desplegué. No tardé en distinguir la pulcra caligrafía de Manolo: Hola, sinvergüenza. ¿Creías que no me iba a despedir de ti? Si las monjas han seguido mis instrucciones, estarás a punto de tirar lo que queda de mis huesos en nuestro querido río Alcanadre. En fin, me conoces bien. Nunca he sido amigo ni de sensiblerías ni de discursos, pero no podía irme sin escribirte cuatro líneas. Te conozco desde tu nacimiento. Luego te convertiste en un buen amigo, pese a nuestra diferencia de edad. Y como te conozco bien, sé que ahora estarás derramando alguna lágrima por este viejo. También sé que, de alguna forma, me tienes envidia. Sí, después de tanto conjeturar, ahora yo tengo la respuesta a nuestra eterna pregunta: ¿qué hay al otro lado de la muerte? Tú has de aguardar algunos años (muchos, espero) en saberlo. He aprendido muchas cosas de ti, aunque eras tú quien me llamaba “maestro”. Has sido en mi vida un vendaval de aire fresco. En nuestras excursiones era yo quien respondía a tus mil preguntas, pero en tu mirada, tan profunda como azul, me transmitías tus ganas de saber, de vivir. Sigue disfrutando de la montaña como has hecho siempre y no dejes de visitarme cuando vuelvas por aquí. Yo también me recrearé en estos parajes, seguro. Tal vez convertido en viento, en hoja de roble o en gota de agua surcando la Sierra. Tal vez. Quién sabe si nos volveremos a reunir en un paraíso que, si existe, no diferirá demasiado de estas tierras que tanto nos gustan. No te entretengo más. Vierte mis cenizas y aprovecha para acercarte a Binueste. ¿Recuerdas nuestra última excursión? No pudimos llegar allá a causa de la nevada ¡Ah! Y presta atención al silbido del viento en los árboles. Quizá sea yo. Manolo — Manolo había nacido en el Barrio Jesús de Zaragoza, junto al Puente de Hierro. Le hubiera gustado ser de pueblo, a pesar de que en aquella época el hecho de haber visto la luz en una ciudad otorgaba cierto grado de dis-

10


INTRODUCCIÓN

tinción. Aun así, le satisfacía recalcar su condición de niño barriobajero. De familia humilde, se las arregló para terminar la carrera de magisterio mientras trabajaba en los oficios más diversos. Su ir y venir laboral fue una de las razones por las que dominaba tantos campos del saber. La otra era su insaciable curiosidad intelectual. Cuando acabó la carrera, y para su alegría, fue destinado a un pueblo perdido en el corazón de la Sierra de Guara: Bara. Él conocía perfectamente la ubicación del lugar. Tal vez fuera el único de su promoción capaz de situar el municipio en un mapa. Sus compañeros, una vez informados de la localidad tan remota a donde iba a impartir Manolo su sabiduría, bromeaban con él: “has sido desterrado, como castigo a tu conducta”, le decían. No en vano, Manolo acarreaba fama de díscolo entre el grave y austero profesorado de la Escuela de Magisterio de Zaragoza. Manolo, o don Manuel, como le llamaban en el pueblo muy a pesar suyo, era un narrador excelente. Manejaba las palabras y los silencios con gracia y soltura. Tenía el don de atraer la atención de quienes le rodeaban con solo abrir la boca. Me contó mil anécdotas, cuentos, historias y leyendas en nuestras excursiones por el monte. Muchas de ellas se las refirieron los lugareños durante su estancia en la Sierra. Otras las inventaba o las mezclaba con pasajes de alguno de los cientos de libros que llegó a atesorar. Según afirmaba, dieron mucho de sí las noches de invierno compartiendo el calor de la chimenea con los más ancianos del lugar. Sé que recogió las más jugosas en una libreta. Lo que no sé es qué fue de la libreta. Quizá se perdió cuando enviudó. Solo y con la salud bastante quebrantada, se trasladó del piso alquilado que había habitado con su mujer al geriátrico de la calle Predicadores. Vivió en la residencia un año y medio. Yo procuraba visitarlo dos veces por semana, siempre y cuando mis obligaciones laborales no me alejaban de Zaragoza. Su mayor placer era recordar andanzas por la montaña. Su mayor amargura no poder volver a recorrer caminos y veredas como antaño. Me he propuesto rescatar de mis mientes las historias de Manolo, antes de que mi memoria se degrade. No me gustaría comprobar cómo se diluyen en el olvido. A él tampoco. No lo haré, ni mucho menos, ni con la gracia ni con la elegancia de mi amigo, pero estoy seguro de que él, con una sonrisa, me sabrá perdonar.

11



EL EMBALSE DE MEDIANO

A

lgunas veces el riguroso mes de enero nos sorprende y nos regala días espléndidos. El sol brilla radiante y el cierzo, siempre molesto y cortante, se toma unas horas de asueto. Manolo y yo volvíamos a Zaragoza. Habíamos aprovechado la jornada para ascender a la Peña Montañesa, en la Sierra Ferrera. La Peña constituye un balcón excelente para contemplar los Pirineos y los macizos aledaños, cubiertos de nieve en aquellas fechas invernales. Nos detuvimos a tomar un bocado en la orilla del embalse de Mediano. El pantano estaba casi al máximo de su capacidad. La torre de la iglesia del pueblo que dio el nombre al embalse se asomaba por encima de sus aguas, como pidiendo auxilio. La localidad fue inundada hace casi medio siglo. Pocos de sus habitantes estuvieron de acuerdo con la expropiación. El gobierno les ofreció alojamiento en otro Mediano, un pueblo de nueva construcción levantado a orillas de la carretera. Un Mediano frío, ajeno, poco acogedor. Más de un vecino renegó de la nueva ubicación y buscó fortuna en la ciudad. Esta es la historia de uno de ellos. El mismo protagonista se la contó a Manolo hace años y Manolo, a su vez, me la refirió aquella tarde luminosa de enero. La Peña Montañesa nos sirvió de telón de fondo. Las aguas claras y quietas del pantano reflejaban nuestros rostros y subrayaban con su silencio las palabras de mi amigo. — El sol de la tarde lanzaba sus últimos rayos a la superficie del pantano. Paseaba con sosiego mientras contemplaba uno de los atardeceres infinitos del mes de junio. El astro rey se resistía a esconderse tras la Sierra de Bruello, cansado y flemático. Las aguas dormían tranquilas, en calma, igual que hoy, aumentando así la sensación de languidez en el paisaje. El reflejo

13


CUENTOS Y LEYENDAS DE GUARA

del sol me impidió darme cuenta de que no estaba solo. Tardé en distinguir la silueta de un hombre. Estaba sentado sobre una losa de pizarra, a poca distancia de donde me hallaba. Una losa tosca, sin pulir y que, sin lugar a dudas, había formado parte de un tejado. La silueta clavaba su mirada en el agua. Correspondía a un hombre de edad madura, rayando la senectud. Tuve que acercarme a él, pues el sendero que yo seguía me conducía en su dirección. Cruzamos un saludo breve. Tenía el rostro taciturno y los ojos cansados. No recuerdo cómo ni por qué, pero al poco rato estaba sentado a su lado compartiendo los últimos rayos de sol. Y compartiendo sus memorias. — Allá abajo –dijo señalando con la barbilla al pantano–, todavía se encuentran las ruinas de Mediano, mi pueblo. El pueblo que me vio nacer hace ya un buen puñado de años. ¡Bah, demasiados años! El embalse está ahora lleno, pero seguro que tú lo has visto en verano, cuando a la sequía le gusta visitar estas tierras. Entonces aflora en todo su esplendor la iglesia de la Asunción. El templo es el único vestigio de lo que allá –señaló de nuevo con la barbilla– fue un pueblo lleno de vida. El campanario, como puedes apreciar, todavía se atreve a asomarse altivo por encima de las aguas. La torre parece gritar un lamento que nadie escucha. Es como si tratara de sobreponerse a las capas de polvo y de olvido que la coronan. Mediano no era un pueblo rico, ni mucho menos, pero tampoco pobre. Trabajábamos duro para sobrevivir y no nos faltaba el plato en la mesa. Los campos que rodeaban la localidad eran fértiles. Las cosechas, a poco que lloviera, generosas. Fíjate al otro lado del embalse, todavía se adivinan las terrazas de cultivo a las que el agua no llegó. En ellas plantábamos oliveras y viñas. Los campos más grandes, dedicados al cereal, quedaron anegados. Más arriba teníamos verdes y extensos pastos para el ganado. No te engañaré, había gente en aquella época que pensaba abandonar el pueblo a pesar de la relativa bonanza. Las ciudades se modernizaban y ofrecían trabajo. Los polos de desarrollo –quizá tú los recuerdes– florecieron para estimular la actividad industrial. Promesas de un futuro mejor. Pues bien, el canto de sirenas sirvió para que brotara la esperanza en las gentes cansadas de trabajar de sol a sol. A algunos de nosotros nunca se nos pasó por la mente

14


EL EMBALSE DE MEDIANO

abandonar nuestro terruño. En Mediano teníamos nuestra casa y estaban enterrados nuestros ancestros. Estábamos profundamente enraizados. Pero aparecieron cuatro hombres en un Land Rover Santana un maldito día de invierno. Uno coche oficial con matrícula del Parque Móvil de los Ministerios. Ni se molestaron en cambiar un saludo. Ni nos miraron a la cara. Llevaban aparatos de medición. Caminaron de un lado a otro estudiando el terreno y se esfumaron de la misma forma como habían llegado, sin decir nada. Sin dar explicaciones. Ya casi nos habíamos olvidado de ellos cuando tuvimos otra visita. Esta vez era gente de mucho cumplido. Nos reunieron a los hombres del pueblo en la escuela. Uno de los forasteros, bien trajeado y con un puro en la boca, nos expuso que nuestro futuro iba a cambiar para el bien de la Patria. Nos explicó que nuestras tierras iban a ser anegadas, lo que redundaría en riqueza para la comarca. También nos manifestaron que deberíamos estar orgullosos de nuestro esfuerzo. Íbamos a contribuir a la regeneración de un imperio gobernado por nuestro glorioso Caudillo. La nueva España, Una, Grande y Libre, siempre estaría agradecida al generoso pueblo de Mediano. Además, no nos iban a dejar en la calle. Habían proyectado la construcción de un núcleo rural en las cercanías. Seríamos realojados en casas modernas, con electricidad y agua corriente, ¡qué más podíamos pedir! Se desprendía de su discurso que nos íbamos a convertir en héroes ante el aplauso unánime de la nación. Solo faltaban las condecoraciones. Nos advirtieron que la decisión estaba tomada. Usaron palabras persuasivas y firmes a la vez. Nadie nos pidió nuestra opinión. Nadie se interesó por nuestro sentir y no nos atrevimos a expresar nuestras preocupaciones. Para nosotros la patria mentada por tan preclaras mentes no alcanzaba más allá de la vista. Las tierras que nos rodeaban eran nuestra patria. Tampoco osaron levantar la voz los familiares de los republicanos a quienes el glorioso Caudillo había asesinado. Nos dieron una fecha límite. El pueblo sería anegado a partir de entonces. Nadie nos ayudó a mudarnos de vivienda. Nadie nos echó una mano para desenterrar a nuestros muertos y darles sepultura en el cementerio del pueblo nuevo. Una vez deshabitado Mediano entraron las excavadoras. Derrumbaron las casas que piedra a piedra habían construido nuestros antepasados. Todas. Solo quedó en pie la iglesia. La acendrada religiosidad del pueblo español no podía tocar unos muros

15


CUENTOS Y LEYENDAS DE GUARA

tan sagrados, supusimos. A Dios no lo quisieron reubicar. Quizá pensaron que, como fue capaz de caminar sobre las aguas en el lago Tiberíades, no le importaría tener sumergida una de sus mansiones. La amenaza del embalse se cernía sobre nosotros desde hacía años. El proyecto y el movimiento de tierras habían comenzado tiempo atrás. Algunos de mis vecinos trabajaban en las obras. Los problemas en las labores de construcción parecían no tener fin y las interrupciones se sucedieron una tras otra. Nos obcecamos en que el día de su finalización nunca iba a llegar. ¡Qué infelices fuimos! Simplemente dábamos la espalda a la realidad. Cerramos los ojos. Quizá fuera la posición más cómoda. La Confederación Hidrográfica del Ebro llevó a cabo la tasación de nuestras propiedades. Nos dio cuatro duros por las casas. Los campos fueron pagados con más generosidad, pero tampoco nos hicimos ricos, ni mucho menos, con el dinero recibido. Hubiéramos preferido seguir en nuestros hogares. Si nos dolió vernos arrancados de nuestras raíces, no fue menor el enojo al averiguar los propósitos de las autoridades. El Plan de Riegos del Alto Aragón serviría para satisfacer las demandas de los regantes de las zonas bajas de Huesca. Sí, era verdad que los Monegros tenían sed. ¿Y nosotros? Nunca nos habían regalado nada. Tampoco iban a hacerlo entonces. Algunos nos buscamos la vida en la ciudad. Renunciamos a habitar un pueblo artificial. Hay quien marchó a las grandes capitales, sobre todo a Barcelona. También hubo una familia que emigró al extranjero, a Alemania. Mi hermano Joaquín y yo nos fuimos a Zaragoza. Nos alentó un primo de Aínsa a quien la suerte le había sonreído en la capital aragonesa. No nos fue difícil encontrar trabajo en una fundición del Polígono Industrial de Cogullada. En la Avenida de Cataluña, enfrente del polígono, se habían acabado de construir pisos para albergar a los trabajadores que llegábamos de los pueblos. Enjambres levantados a toda prisa. Las paredes eran finas como el papel de fumar. Parecía que teníamos al vecino dentro de nuestra casa. Mi hermano y yo compramos sendas viviendas en el mismo bloque. Doblábamos turno cada día para pagarlas. Dieciséis horas de trabajo, seis días a la semana. Todavía no sé cómo encontré a Teresa, mi mujer. Los primeros años solo disponíamos de tiempo libre los domingos. Ella también trabajaba en el mismo polígono, en el obrador de una cafetería célebre por sus dulces. Teresa siempre fue buena cocinera. Ella es de Camporrotuno,

16


EL EMBALSE DE MEDIANO

muy cerca de Mediano. Dedicábamos las tardes dominicales a ir al cine, hasta que llegó el primer chico. Paseábamos con él por la orilla del Ebro. Teresa empujaba el carrito del niño mientras yo escuchaba el Carrusel Deportivo de la SER con un transistor pegado a la oreja. Ni ella ni yo nos acostumbrábamos a la vida urbana. Mi hermano Joaquín todavía lo soportaba peor que nosotros. Las cosas fueron mejorando al cabo de un tiempo. Las condiciones laborales no eran óptimas, pero me designaron responsable de mi sección y el sueldo aumentó. No gran cosa, pero aumentó. Una vez pagado el piso ya no hubo necesidad de doblar turnos. Incluso nos pudimos comprar un SEAT 600 con el que nos escapábamos de la ciudad los días festivos. Veníamos al pueblo la mayoría de las veces. Me gustaba caminar por los alrededores del pantano buscando no sé qué. Quizá mi pasado. Miraba allá abajo, igual que miro hoy, y aún veía las calles de Mediano y escuchaba su palpitar. Veía cada casa. La escuela con su tejado rojo, en donde aprendí a leer y a escribir. La tienda de ultramarinos, siempre bien surtida y lugar de reunión de las mujeres. La peluquería del tío Gregorio, quien se veía en la vicisitud de abrirla o cerrarla, según la luna estuviese en fase menguante o en creciente. Los abuelos reunidos en la plaza hablando del tiempo y de las cosechas. Los veía y me parecía oírlos, como oía la campana de la iglesia anunciando fiestas y lutos, o los ganados volviendo a sus establos, cada uno reconocible por el sonar peculiar de sus esquilas. En fin, aquellas excursiones dominicales parecían sosegar mi espíritu. Tuvimos dos chicos. Fueron creciendo y creo que, a través de ellos, nos amoldamos a la vida urbana. Mis hijos no se sentían identificados con Mediano, muy a mi pesar. No quisieron saber nada del pueblo al alcanzar la pubertad. Por un lado me dolía que le dieran la espalda a Mediano. Por otro me di cuenta de que ellos habían soltado las débiles amarras que les ataban con mi patria chica. Claro, cuatro ruinas debajo del agua no significaban nada para ellos, nacidos y criados en la ciudad. El caso es que nuestra rutina dominical cambió debido a los chicos. Mi hermano Joaquín se fue apartando poco a poco de mi familia. Solía telefonearnos los domingos por la noche, a la vuelta de sus excursiones. Sabía que estábamos preocupados por él y su llamada nos tranquilizaba. Nos explicaba, parco en palabras, sus visitas al pueblo. Un día nos sorprendió

17


CUENTOS Y LEYENDAS DE GUARA

con la noticia de que se había ennoviado. Ella era una chica del Sobrarbe, nos dijo. Me alegré por él. Y por mí. Quizá la muchacha arrancaría la melancolía en la que parecía habitar mi hermano permanentemente. Yo no le hacía preguntas, Joaquín nunca las hubiera admitido. Me limitaba a escucharle hasta donde él quería explicar. Los lunes me revelaba más detalles de sus correrías, en el trabajo, a la hora del bocadillo. Lo hacía con un discurso triste. Un día salió de su secretismo, para mi sorpresa. Me desveló el nombre de su amiga con una chispa de júbilo en sus ojos: se llamaba Luz. La semana laboral se le antojaba un desierto que debía atravesar para poder reunirse con su novia. Mi hermano se dedicaba a deambular por la ciudad después de la salida de la fundición. Sin rumbo fijo. Con la vista perdida en las aceras. Me dirigí al trabajo un lunes de invierno, como muchos otros. Pobre de mí, ignoraba cuán luctuoso iba a ser el comienzo de la semana. Joaquín no había llamado la noche anterior. No me preocupé demasiado, pues algunos domingos llegaba tarde a Zaragoza y prefería no telefonear para no despertar a los chicos. Además, parecía más desapegado de nosotros desde que había conocido a Luz. No lo vi a la entrada del trabajo. No apareció por la sala en donde nos reuníamos habitualmente a la hora del bocadillo. Su jefe, preocupado, vino a preguntarme por él. Yo no sabía nada. Tampoco se presentó durante el resto del día. A la salida de la fábrica me esperaba de nuevo su jefe. Le acompañaba un inspector de policía. No habían podido localizar a Joaquín. Entonces fue cuando supe con certeza cruel que mi hermano nunca volvería a la fundición. Ni a nuestras vidas. El martes localizaron su coche en las cercanías del pantano. Bomberos y Guardia Civil se desvivieron para encontrarlo. Los vecinos de los pueblos de alrededor montaron partidas para buscarlo. No tuvieron éxito. Yo bien sabía dónde estaba. Mi hermano no pudo más. Nunca perteneció a la ciudad. Lo arrancaron de su tierra, pero sus raíces quedaron en ella. Simplemente, quiso volver a casa. — De eso hace ya muchos años. Desde que me jubilé, son mis hijos quienes me traen aquí de vez en cuando. ¡Mira qué cosas! Ahora son ellos los que le han cogido afición a estas tierras. Me siento sobre esta losa de pizarra y

18


EL EMBALSE DE MEDIANO

todavía veo el pueblo allá abajo. Mi mujer y mis hijos me dejan solo. Creo que se compadecen de mí, o quizá están cansados de que les repita la misma historia. Como hago contigo. Pero es que no me canso de mirar a través de las aguas. En mi memoria caben todas las calles, todos los corrales, todos los tejados. Igual que se veían desde aquí antes de que las aguas se tragaran Mediano. El cierzo me devuelve el rumor de antaño. Los ecos de las voces de los que ya no están. Ahora tú escuchas el silencio, pero yo oigo los rebaños volviendo a los rediles, a las vacas mugiendo en los establos, a los carros chirriando por los caminos y a los niños corriendo por la era. Oigo a mi hermano, alegre en su juventud, cantando jotas detrás de la yunta de bueyes. Y también oigo su llanto de cuando era niño. Oigo el llanto callado del pueblo entero, resignado, caminando tras un rústico ataúd de madera pintado de blanco. Y oigo el llanto de una familia desconsolada el día que enterraron a su niñita de seis años. Se llamaba Mari Luz y se ahogó en el Cinca. Ella compartía con mi hermano juegos y risas. Y yo espero. Espero que un día, mientras vuela mi imaginación, Joaquín emergerá sonriente de debajo de estas aguas. Surgirá cogido de la mano de Mari Luz. Me pondrá el brazo sobre los hombros y me dirá que los acompañe. Que nada ha cambiado allá abajo. Que todo fue un mal sueño. Y me iré con él.

19


El autor se recrea en mitos, tradiciones, consejas y relatos ambientados en sus rincones favoritos. Los personajes coexisten con episodios señalados de nuestra historia, mientras se funden en uno de los parajes aragoneses más ásperos, variopintos y enigmáticos: La Sierra de Guara. Desde la dominación romana hasta nuestros días se suceden narraciones colmadas de misterio, de amores y de odios, de tristezas y de alegrías, de fanatismo y de tolerancia, de avaricia y de generosidad. Leyendas, a fin de cuentas, que nunca fueron, pero que quizá pudieron ser, porque ¿quién sabe si alguna vez…?

ISBN 978-84-8321-467-1

9 788483 214671

www.prames.com

Cuentos y Leyendas de Guara

Javier Casasús Latorre nació en Zaragoza. Desde muy joven se vio atraído por la montaña. Su trayectoria laboral le ha llevado por cinco continentes, pero es en la Sierra de Guara donde encuentra inspiración y donde ha enmarcado sus tres trabajos literarios. Después de su paso por la novela con Boira de Otoño, vuelve a su formato favorito: el relato corto en forma de leyenda.

JAVIER CASASÚS LATORRE

29

Cuentos y Leyendas SEGUNDA PARTE


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.