BOTERO, FERNANDO
Medellín, Colombia, 1932
Retrato de Brunhild
Técnica Óleo / lienzo Firmado y fechado Botero / 54 (ang. inf. dcha.) Al dorso Brunhild Tekok / Botero / II-54 Medidas 109 x 79 cm
Ingreso Colección ICH. Nº de inv. 64 ICH. Nº de inv. 986 CA.
Bibliografía AA. VV.: Fernando Botero: 50 años de una vida artística. Ciudad de México, Turner, 2001. Catálogo Exposición. Fernando Botero. Pinturas. Dibujos. Esculturas. Madrid, CARS, 1987. Catálogo Exposición: III Bienal Hispanoamericana de Arte, Barcelona, 1955, nº 4, p. 63. Fernández Cid, M.: Catálogo-Inventario de Obras de Arte. Madrid. ICI, 1987, nº 18, p. 13. VV. AA.: Arte Latinoamericano del siglo XX. Madrid, Ed. Nerea, 1996, p. 169.
Es una de las obras más importantes de la colección artística de la AECID. Pertenece a su primera época y se titula Retrato de Brunhild. Desconocida para el gran público, permitirá apreciar cómo el pintor monumentaliza una forma individual. Se trata de una síntesis de la confrontación del cubismo con las teorías de Berenson y Longhi. Fernando Botero no pertenece a ninguna formación, grupo o escuela. En 1952 ganó un premio de pintura en Colombia que le permitió viajar a Europa. Llegó a Barcelona en agosto de este mismo año. Pronto se trasladó a Madrid y se matriculó en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Asistía por las mañanas a clases y por la tarde copiaba lienzos de Velázquez, Tiziano y Tintoretto. Al año siguiente se fue a Italia, pasando por París, para matricularse en Pintura Mural en la Escuela de Bellas Artes de San Marcos, en Florencia. Allí se dedicó a copiar a Giotto y Andrea Castagno. Su estudio de via Panicale en Florencia, había pertenecido a Fattori. El fortalecimiento conceptual de su pintura germina entonces, sus lecturas de los ensayos de Berenson y las clases de Roberto Longhi sobre la historia del arte del Quattrocento consiguen aumentar su entusiasmo por el Renacimiento. En Italia descubrió de nuevo aquello que le atrajo de los frescos de Rivera y de Siqueiros: la monumentalidad estática con la que éstos sabían formular su nueva iconografía.
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Esta obra se mostró por primera vez en la III Bienal Hispanoamericana de Arte, celebrada en Barcelona en 1955. Posteriormente participó en una exposición colectiva que mostraba la colección de artistas hispanoamericanos de la colección artística del Instituto de Cultura Hispánica, celebrada en Soria durante el verano de 1972. Este retrato, pintado al óleo, tiene influencias de la pintura muralista mexicana, como toda la producción de su primera época, que nada tiene que ver con las figuras a las que estamos acostumbrados a ver en su obra, de formas rotundas y un tanto ingenuas. El pintor ha empleado desde un principio el oleo para realizar sus obras porque, en su opinión, “es el material que permite más libertad de expresión por su secado lento y su capacidad de fundir un tono en otro”. En cuanto al color, es uno de los elementos más importantes de la pintura y para su aplicación no hay una regla fija, es intuitivo. El mismo pintor, en una entrevista mantenida con Eduardo García Aguilar, dice con motivo de su exposición en México, en 2001: “Tengo una paleta de pocos colores, todos permanentes, como los que usaron los grandes maestros. Yo creo formas y colores describiendo un tema y trato que las sombras sean mínimas para no molestar el ‘color local’, o mejor dicho el color que tiene cada elemento. Mi paleta es más bien europea por haber vivido tantos años en países nórdicos y no tropical”. El lienzo estuvo desde los años setenta depositado en el Colegio Mayor Nuestra Señora de Guadalupe y en febrero de 2004 regresó a la sede de la AECID por motivos de conservación.