◄ (reportaje fotográfico) José María Pérez Álvarez © Mani Moretón
José María Pérez Álvarez (O Barco de Valdeorras, Ourense, 1952) es autor de Las estaciones de la muerte (1987, Premio Constitución de Novela), Nembrot (2002), Cabo de Hornos (2005), La soledad de las vocales (2008, Premio Bruguera de Novela), El disfraz (2011), La vida innecesaria (1989, Premio Gabriel Miró), Como se nada existisse (1993, Premio Felipe Trigo) y Tela de Araña (2012). Su última novela publicada es Examen Final (Trifolium, 2014).
Examen final nos cuenta, con mucho humor e ironía, el día a día de un escritor de mediana edad que sufre problemas de alcoholismo, se divorcia de su mujer y tiene malas relaciones con sus hijos y su agente literaria, quien empieza a estar cansada de representarle porque no escribe como los demás. Toda la historia gira, obsesivamente, alrededor de la idea del suicido, de arrojarse desde su ventana al capó de un coche rojo cuando éste estacione bajo su balcón. ¿El humor y la ironía, siempre presentes en sus obras, son las claves para que esta historia no sea solo una visión melodramática de la vida? El humor y la ironía están siempre presentes en lo que escribo. Es más, a veces tengo la siniestra impresión de ser un escritor humorístico que se da un barniz de trascendencia por pura pose. No entiendo, sin una buena dosis de humor, la manía personal de escribir, ya que la vida nos suele administrar numerosas oportunidades para desertar. Y en los escritores que frecuento como lector busco, asimismo, esas pinceladas de humor. Autores como CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
Beckett, uno de mis preferidos, y que parece tan hermético y a la vez desesperanzado, salpica sus páginas con esas dosis de humor. Por no hablar de Quevedo, Cervantes, Gadda, Carroll, Fernando Vallejo o tantos otros. Humor e ironía son las armas defensivas contra la vida, contra la solemnidad y el aburrimiento, contra la televisión y los mítines, contra las homilías y el colesterol, contra la sinrazón de creer que con la literatura hacemos algo más que fabular. Los escritores con pinta de padecer almorranas me causan desazón: circunspectos, serios, solemnes como cardenales. La literatura la entiendo como un juego, peligroso o inocuo, no lo sé con seguridad, y las palabras son las piezas de ese puzle que tratamos de montar y alguien derriba y volvemos a intentarlo y alguien lo derriba y así hasta la muerte. O el silencio. Ese escritor, personaje anónimo de la historia, atormentado por la escritura, parece tener mil razones para abandonarla y, sin embargo, no consigue desprenderse de ella, como si una sola razón fuese suficiente para seguir. ¿Cuál 120