mano que se abre de repente. Su ojo de vidrio es lo único que se niega a cerrarse para siempre. –Cinco, cuatro, tres, dos, uno –anuncia el coordinador. –Volvemos a Semejante a la vida, a este capítulo de errores de la naturaleza, con una buena noticia –dice Pilar: habla, ahora, como si una secta le hubiera lavado el cerebro–: el programa saldrá del aire durante los próximos quince días, pero volverá con una hora más de duración, y mientras eso, mientras yo por fin conozco las islas de Aruba y Curazao, y termino mi relación con mi novio, el piloto, nuestro equipo creará un nuevo escenario y un par de nuevas secciones. El público aplaude. Lucero, desde detrás de los paneles, siente que todo va a salir peor de lo que esperaba. Pilar, fuera de sí mientras los aplausos nacen, crecen y se reproducen, descubre que en el programa de hoy no hay ningún un hombre entre las monstruosas amas de casa del auditorio. No es, para nada, una buena señal. El letrero de neón se apaga y las espectadoras dejan de ovacionarla, y ella, Pilar Navarro, la presentadora que superará por siempre y para siempre los escándalos, las censuras y las desgracias conseguidas por sus propios errores, sabe que todos le van a hablar a sus nietos, de aquí a la eternidad, de la siguiente escena de horror. El señor Marroquín se ha quedado sin aliento y sin latidos y no quiere responderle una pregunta. ¿Cómo es tu historia? ¿No quieres hablar? ¿No es cierto que te atracaron en un callejón? ¿Por qué no hablas? ¿No es cierto que aparecías en un programa de televisión y le jurabas a tu mamá que el mundo no era tan feo como todos los demás creían? ¿Estás nervioso? ¿Por qué no me miras? ¿No es cierto que ese día, el día cuando te atracaron, venías de un horrendo prostíbulo del centro de la ciudad? ¿Estás bien? ¿No es cierto que has mantenido relaciones sexuales con mujeres que habrían podido ser hombres en estrechas calles sin salida? El señor Marroquín no responde y no va a responder. Está muerto. 148