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Carta de un hijo desgraciado a su padre de Rosa Boricó Koffi

FLOR DE NOVIEMBRE

Margarita Bibang

Desde lo alto de mi casa veía caer el agua a cántaros, era imposible asomarse a la barandilla, desde una ventana corrida de cortina transparente y pulcra se ve caer solamente agua sobre los tejados amarillentos y rojizos producidos por la oxidación de las chapas; de los árboles mana el agua de las hojas, de vez en cuando, ya cansada de sujetarse a la rama: cae agitada con el soplar del viento y cae hasta llegar a la tierra empapada, y, bañada de agua, es arrastrada por ésta hasta desaparecer de mi óptica. De vez en cuando pasa un caminante solitario chorreado de aguas impermeables, que parece una cascada, y en la lejanía se oye el chapoteo que produce un vehículo al pasar veloz. Y su zumbido queda en mi mente, en tanto el trinar de una avecilla me despierta del pequeño sueño y vuelve la mirada a posarse sobre las gotas de agua que caen sin cesar.

Cesa la lluvia y la tierra se ve húmeda, las hojas caídas de los árboles, esparcidas, se encuentran en el húmedo suelo, las carreteras están desiertas: de lejos se ve pasar una pareja apretujada y muy junta que parecen uno. Como el soplar del viento, un manto oscuro va cubriendo el firmamento.

En medio de las desiertas calles sólo se oye el murmullo de las hojas de los árboles al responder al canto dé la suave brisa que, de paso, va al mar.

El Patio nº35, noviembre 1994, pág. 68