marcado? Le pregunto esto pensando en un poeta inglés que usted ha leído y admira, recientemente fallecido, Charles Tomlinson, para quien el manejo del verso inglés por la tradición moderna estadounidense fue decisivo. No quisiera ponerme estupendo a la hora de citar nombre y obras, pero tengo que reconocer que ambas tradiciones forman parte de mi tradición particular, digamos, esa que cada uno se construye a partir de las que existen. Empiezo por la catalana, la menor –y no por su calidad–, que me atrajo desde muy pronto. Siempre menciono la influencia en mis primeros pasos líricos de la antología de Jaume Pont y Joaquim Marco La nueva poesía catalana, publicada por Plaza & Janés en 1984, donde descubrí a tantos poetas fundamentales, de Marí a Parcerisas, de Margarit a Susanna. Coetáneos de Gimferrer, otro novísimo de primera hora, o Comadira, al que vi por primera vez en un programa de la televisión catalana a principios de los ochenta; en el viaje de novios que pasamos mi mujer y yo en Tossa. A estos nombres de poetas catalanes debo añadir, por sintonía, los de Manent –traductor imprescindible de la poesía inglesa–, Foix, Carner, Espriu, Vinyoli, Ferrater, Pons, etc. Ya que lo comento, la poesía catalana moderna está, en general, muy cerca de la poesía inglesa, que es una de la que más admiro –usted ha recordado a Tomlinson–. Basta con reparar en las similitudes lingüísticas, que permiten traducir del inglés al catalán con una cercanía o naturalidad que no es posible cuando se hace al español; un idioma menos seco, digamos. El desaparecido García Posada ya destacó la influencia en mi poesía de esa tradición. Y mencionó a
míos que sé de memoria. Me dan mucha envidia esos poetas que son capaces de recitar sus poemas sin leerlos. Los suyos y los de otros. Me refería antes a Valente, a esos dos reinos en los que, según él, se constituye el poeta: visión –prefiero decir mirada– y memoria. No hace falta evocar las palabras de Wordsworth, eso de que la poesía «tiene su origen en la emoción rememorada en la tranquilidad». El poema se escribe desde el recuerdo, no desde la inmediatez o en caliente. Cuando voy a los institutos se lo explico a los muchachos a partir del ejemplo de un poema de amor. El que uno escribiría después de una noche apasionada, apenas ha pasado ese momento feliz, y el que se concibe, desde la memoria, días, semanas, meses o años después de ese encuentro: el primero se nos suele caer de las manos apenas volvemos a leerlo, no sin vergüenza; el segundo puede que refleje de forma aceptable lo que significó ese intenso suceso. Los melancólicos, y por tal me tengo, miramos mucho hacia atrás; en mi caso, sin afán nostálgico. Puede que uno necesite del paso del tiempo para asumir o comprender según qué. Ese tamiz me parece imprescindible en poesía. No cabe duda, es verdad, que aquello que la memoria nos proporciona casi nunca es lo que pasó en realidad, pero es lo que ha quedado y basta. En ese sentido, puede que al cabo haya –oh paradoja– que imaginarlo. Para usted la poesía hispanoamericana o la catalana, existen. Quiero decir, se ha hecho cuerpo en su propia poesía. ¿Podría hablarnos de sus lecturas de poetas hispanoamericanos que le han 103
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS