Cuadernos Hispanoamericanos 779 (Mayo 2015)

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que, en numerosos motivos de la cerámica precolombina, así como en algunas sagas y tradiciones centro-andinas, se presenta la imagen de ciertos hechiceros transformándose en aves10. En la provincia cusqueña de Chumbivilcas, especialistas semejantes al altomisayoq, llamados auki rimachiq («que hace hablar al auki») reciben el poder del Auki o Wamani, la montaña-deidad, durante la iniciación. «La montaña se presenta, entonces, en forma de cóndor, con un hermoso ropaje de oro y plata, y se posa en el pecho del auki rimachiq, a quien sostienen dos forzudos acólitos, porque el auki pesa mucho»11. La capacidad de mediar ante las deidades-montaña, adquirida en su iniciación, se pone en práctica paradigmáticamente durante las ceremonias nocturnas de llamada a los apus. En el interior del cuartito mencionado, donde reposa la alto mesa, el altomisayoq recibe a sus clientes. Cuando se trata de sesiones en áreas rurales, la parafernalia ritual suele ser más sobria y el escenario lo conforma una dependencia de adobe con techo de paja (wayllas o gramíneas andinas). Los clientes, miembros por lo general de la misma comunidad, o de poblaciones vecinas, acuden por la noche con los productos necesarios a casa del altomisayoq. En las zonas urbanas, los especialistas disponen de pequeños consultorios adecuados ex profeso, así como de reducidas salitas de espera donde se congregan los clientes. Indefectiblemente, las sesiones tienen lugar todas las noches, ocultas a los ojos extraños y en la clandestinidad de las viviendas. Gracias al trabajo de campo que realicé, además de en diferentes poblaciones campesinas, en la ciudad de Sicuani, me

es posible describir una de las sesiones acontecidas en el domicilio del altomisayoq Serapio Mamani durante el año 2009. Una pareja de campesinos avecindados en la ciudad acudió al consultorio preocupada por la salud de la mujer, que padecía de continuos malestares. El altomisayoq pidió a la pareja las hojas de coca que llevaban consigo para efectuar una lectura de adivinación. Dejó caer las hojas varias veces sobre una tela y observó sus configuraciones. Determinó que se trataba de una enfermedad y que debía consultar a los apus. Preparó entonces la ofrenda que la pareja traía envuelta en papel; ordenó de forma estratificada los ingredientes: dulces, galletas, figuras de estaño, caramelos, hojas de coca, una mazorca y un feto de alpaca, y salió al patio a quemarla, asumiendo que el sami, en forma de humo, alcanzaría a las deidades-montaña. De nuevo en el interior, abrió la servilleta de lana que contenía la alto misa y extrajo su contenido: la altobala o piedra de rayo, varias piedras llamadas juyas, tres campanillas doradas y un pequeño crucifijo. Dispuso estos objetos sobre un papel blanco y en el centro deshojó pétalos de clavel blancos y rojos y dejó caer hojas de coca. Puso a un lado dos botellas de vino. Prendió incienso aromático en un brasero y el humo, considerado un reclamo para los apus, llenó la estancia. Apagó de un soplo la llama de la vela que iluminaba el recinto. En la oscuridad ‒pues la estancia, estanca, no presentaba grietas ni fisuras‒ comenzó a rezar una versión del Padrenuestro en quechua. Profirió un agudo silbido, seguido de exhalaciones, y reanudó el silbido de llamada. El techo del recinto se estremeció con un 113

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