Síntesis Informativa 18 de Junio 2012

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La Jornada

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opinion AS CAMPAÑAS ELECTORALES se encaminan hacia la recta final. En los hechos queda poco más de una semana para continuar el proselitismo político, para difundir propuestas, afinar estrategias y, desde luego, para continuar alimentando el sueño infantil según el cual descalificar al adversario se traduce en méritos propios. A lo largo de ellas se han cometido excesos en el ámbito específico de la materia electoral y hasta de tipo penal. Entre los primeros se cuenta la compra y coacción del voto, el uso de recursos públicos o ilegales, hasta intervenciones indebidas del propio presidente Calderón, igual que hace seis años las cometiera Vicente Fox, cuya valoración, por cierto, somete a prueba la eficiencia y rectitud de las autoridades administrativas y jurisdiccionales. Entre los segundos, en efecto, se han presentado casos de asesinatos vinculados al desarrollo de las campañas que, por sí mismos, debieran obligar a la reflexión. Sobre todo a la vista de hechos como éstos, no importa repetir lo que se haya dicho con anterioridad. Por lo que toca a este distraído redactor, no ha tenido escrúpulo alguno para apelar a la paciencia de sus posibles lectores insistiendo en la necesidad de recurrir a la experiencia y al saber de quienes verdaderamente los tengan. Ser distraído no autoriza la despreocupación ni la indiferencia; menos aún a incurrir en complicidades por omisión. No hay nada nuevo en el hecho de que la actividad política se acompañe de la violencia. Donde comienza el compromiso de todos es en el reconocimiento del hecho de que se trata de una relación perversa, pero previsible y prevenible por todos: partidos, candidatos, autoridades, medios informativos y por los propios ciudadanos. Por extraño que parezca, “nuestra especie” no ha renunciado al “derecho” de romperle le cabeza a alguien para demostrarle que está equivocado. Esta es, sin duda, la manera más primitiva de comprobar que “la Razón” está de nuestra parte. La literatura especializada está llena de referencias al tema de la guerra; se habla no solamente de estrategia, de guerras limitadas, de guerras justas sino, sobre todo, del enemigo, figura indispensable de toda confrontación bélica. Con la guerra no cabe llamarse a engaños. De ella se puede decir, sin equivocarse, que la declaran los políticos, la sufren los ciudadanos (uniformados o no) y la paga el futuro de la humanidad entera. Un general prusiano, Karl von Clausewitz (1780-1831), la define diciendo: La guerra constituye… un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad. La guerra se presenta por diversos motivos, siempre bajo el supuesto de que algunos quieren imponer su voluntad a otros. Puede desencadenarse por un exceso en la voluntad de dominación, por subestimar la fuerza del enemigo (o sobrevalorar la propia) e, incluso, por la apariencia de debilidad que éste ofrezca y que, por tanto, despierte la ambición de quien no se había mostrado como su adversario. En la guerra prevalece, no hace falta decirlo, la fuerza sin miramientos. El argumento que lo explica se nos hace saber con la misma crudeza que se ejerce la violencia. Aquí, dejo las teclas en manos de Clausewitz. “Muchos espíritus dados a la filantropía podrían fácilmente imaginar que existe una manera artística de desarmar o abatir al adversario sin un excesivo derramamiento de sangre, y que esto sería la verdadera tendencia del arte de la guerra. Se trata de una concepción falsa que debe ser rechazada, pese a todo lo agradable que pueda resultar. En temas tan peligrosos como es el de la guerra, las falsas ideas surgidas del sentimentalismo son precisamente las peores. Siendo así que el uso de la fuerza física en su máxima extensión no excluye en modo alguno la cooperación de la inteligencia, el que se sirva de esta fuerza sin miramiento ni recato ante el derramamiento de sangre…”. Nada menos. PERO LA GUERRA NO ES el único medio para alcanzar un objetivo de dominación y es el propio general Clausewitz quien lo expresa con palabras de sobra conocidas por muchos. La política es la continuación de la guerra por otros medios. Aunque en la política también el cálculo preside la

Política y reforma ciudadana …Cuando se contempla su ajetreo sobre la gran escena del mundo… a fin de cuentas no sabe uno qué concepto formarse de nuestra especie, que tan alta idea tiene de sí misma Manuel Kant Juan Francisco Valerio Quintero

toma de decisiones –Maquiavelo lo sabía bastante bien, aunque haya fracasado dirigiendo la milicia de Florencia y alcanzado controversial fama como teórico de aquella– no es la fuerza, sino la confrontación de ideas, de proyectos de nación, de ciudadano y de futuro la que marca la pauta. Aunque, en principio, distanciada del uso de la fuerza, esta forma de gobierno fue tomando la forma de régimen democrático. Los estudiosos del tema también lo han repetido y siguen ocupados en el tema. La democracia no es perfecta ni resuelve todos los problemas. Es igualmente cierto que, a diferencia de lo que ocurre con las relaciones económicas, donde se dice que la mejor solución la ofrece el mercado, gobernado, decía Adam Smith, por “una mano invisible” que resultaba ser, al mismo tiempo, superior en eficacia “al gobierno más previsor y prudente”. Los hechos, sin embargo, están a la vista: cada vez que “la mano” del mercado se “engarrota” por la crisis, tan visible como la ignorancia de algunos economistas, pagan la factura los ciudadanos, que se quedan sin empleo, casa, seguridad social y sin futuro ni esperanza. Las dudas al respecto las puede contestar nuestra propia realidad –casi 30 años de crecimiento económico igual al de la población–, la crisis inmobiliaria de EUA, o la situación que hoy viven países como Grecia, Irlanda, Italia o España. En cambio, en la política, parecemos creer –en las escuelas norteamericanas así lo enseñan– que la política funciona del mismo modo que la economía y que también en aquella existe una mano capaz de conducir la sociedad sin intervención de los ciudadanos. No debe extrañar que, lo mismo que ocurre en la economía, haya que pagar el precio de la inconsciencia política. La ausencia del ciudadano de las urnas, del debate público, de la exigencia de información sin reservas –la actividad pública no puede dar lugar sino a información pública–, del control ciudadano sobre los órganos del poder propicia que el poder, que debería servir al ciudadano, se vuelva contra él. Es preciso decirlo de otra manera. Con su participación “a medias” –por ejemplo, el voto– e incluso con su ausencia de la vida pública, el ciudadano otorga poder a terceros que deciden sin dar cuenta a nadie y resultan prácticamente ajenos a toda responsabilidad. Mientras tanto, el ciudadano espera en la ilusión de que los problemas deberán resolverse pues para ello existen funcionarios e instituciones. Cuando la solución no llega sobreviene el desencanto con la política pero, como se ha visto, más allá de ella no hay sino la guerra. LA PARTICIPACION CIUDADANA consciente de sus derechos tampoco lo resuelve todo. De hecho, no hay nada ni nadie que lo haga. Sin embargo, no cabe duda que permite colocar las posibilidades de solución sobre un terreno diferente. Por ejemplo, la reciente emergencia del movimiento estudiantil, frente a una sociedad lastimada

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por la inseguridad, el desempleo, el saqueo de los recursos nacionales ya no pudo ser descalificada con los viejos argumentos de que se trata de “revoltosos” o, lugar común del discurso autoritario, “de estudiantes que no quieren estudiar”. En buena hora los estudiantes han reclamado su condición de ciudadanos. Imposible olvidar una manta que paseó por las calles capitalinas la generación del 68: “Antes que ingenieros, vamos a recibirnos como hombres”. En aquella ocasión el poder los aplastó sin complejos de “filantropía” o “sentimentalismos” de ninguna naturaleza. Lo que parece que no hemos sido capaces de advertir es que el cambio no llegó solo. A punto de terminar las campañas, por tanto, se debe tener conciencia del enorme riesgo que implica dotar de poder a alguien y, luego, dejar que los elegidos hagan con el poder, el país –y con nuestro futuro– lo que le plazca. Se entiende, entonces, que las “fallas de la política” son, en gran medida, las de nosotros como ciudadanos, que esperamos que sea otro el que haga las cosas y que, además, las haga bien. Esta es, quizá, la lección que nos ofrece el movimiento #Yo soy132; la exigencia de democratizar los medios es, al mismo tiempo una denuncia de que éstos, como negocio privado que son, actúan a favor del poder, del dinero y de los grupos organizados, especialmente los partidos que, entre más poder y dinero controlen, serán mejor bienvenidos y tratados en las pantallas de la TV o las planas periodísticas. Los trabajadores de los medios lo sufren directamente pues, muchos de ellos no tienen permanencia en el empleo, seguridad social y prestaciones de ley. Ante la necesidad de obtener votos, lo que indica que la competencia electoral va en aumento, los candidatos ofrecen y prometen, incurriendo en notorios excesos. Aunque hubiera una conciencia política profunda, el desconocimiento de los verdaderos problemas del país, el contraste que hacen los candidatos entre el cielo y el infierno, según cada uno de ellos gane o pierda la elección pero, sobre todo, la sorda desesperanza que se adueña día con día del ánimo de la ciudadanía que carga consigo un estómago vacío, impedirán que ésta se satisfaga solamente con promesas. Ha llegado, por tanto, el momento de asumir la propia responsabilidad. Es indispensable comparar las promesas con los hechos, de pensar, desde el interés ciudadano, que no es otro que el del país, en las reformas que desde acá se ven como necesarias. Una de ellas, que deberá evaluarse a profundidad y con sobrada prudencia, es la de las candidaturas ciudadanas para evitar el perverso monopolio que, en ese sentido ejercen los partidos políticos. Es necesario poner freno a esa orgía de impunidad e ineficiencia –también de irresponsabilidad– que convierte en candidatos a personas que, con demasiada frecuencia no tienen más mérito social ni político que amigos, compadres, esposos, hijos y demás etcéteras, de quien controla la decisiones partidarias. Junto con una escrupulosa rendición de cuentas del uso de los dineros públicos por los partidos –que normalmente se hace a la ligera, con base en el peso del partido o la necesidad de perdonar faltas graves cometidas por los más fuertes–, los partidos políticos deberían competir sobre la base de la calidad moral, la capacidad profesional y la trayectoria de los ciudadanos. Los partidos políticos, y el sistema de partidos en su conjunto, deben ser responsables ante la sociedad, con todas sus implicaciones de orden legal y de responsabilidad moral y política. La ausencia de éstas y otras características necesarias explican la inexistencia de verdaderos liderazgos políticos en el país. La imagen de la TV es sumamente eficaz por la amplitud del espacio que abarca y la rapidez con que lo cubre. Sin embargo, es sumamente frágil y no deja huella en la memoria. Y la memoria de los pueblos es un arma que debe manejarse con cuidado. Por lo pronto, la pelota está en terreno ciudadano. El voto –y más allá de éste, la participación ciudadana–, es un acto de fuerza para obligar, de manera legítima, a la autoridad al cumplimiento oportuno de nuestra voluntad, que es lo mismo que sus responsabilidades.


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