Revista Ensayos 03

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Un tratamiento sobre el ruido encuentro con esa presencia que deja al sujeto eclipsado en un goce desamarrado y por fuera del lazo analítico? ¿De qué modo alojar ese real? Primero se me apareció esto como una molestia personal frente al ruido, pero después empecé a pensar en relación al sufrimiento que producía en el niño y en la fragmentación corporal que provocaba su emisión. Lo que indicaba que era ajena a su voluntad, como impuesta desde otro lugar. En algunas ocasiones en las que un tanto cansada me quedé en silencio, casi fortuitamente, el ruido tomó otra forma y G. me sorprendió escondido, pero esta vez preguntando: “¿escuchaste ese ruido?, “¿escuchas ahí?”. Sin negar lo que escucha, le pregunto sobre las características de ese ruido, ¿de donde viene, a que se parece? Y sus respuestas son variadas: golpean la puerta, es un ruido de pájaro, ruido de gato cansado. Vuelve a nominar. Sin embargo, lo que aparece distinto, en esta ocasión, es que el ruido parece provenir de afuera y no lo desaloja todo, al menos no mientras se mantiene escondido y logra dirigirme sus preguntas. ¿Qué aconteció sobre ese fondo de silencio que lo calma? Para que advenga la escucha es necesario que la voz se silencie recortándose en un objeto pulsional condensador de goce que, ubicado desde lo real, posibilita que la realidad se organice fantasmáticamente. Pero como lo demuestra este caso, cuando ese objeto no se extrajo, una de sus consecuencias es que la realidad y lo real no se diferencien, y entonces todo es demasiado audible como ruido. Hipótesis: El marco de silencio que la presencia del analista promueve con su cuerpo pareció otorgar otro estatuto para lo sonoro, otro modo de escuchar ese ruido, que no llega a acallarlo, pero sí alcanza a producir una localización, una forma (“ahí” dice él). Lo que implicaría que mientras se pueda hablar de él, no es necesario realizarlo, no al menos en ese momento.

Más adelante G. dirá “está el ruido de trueno, es invisible, no estoy, está el pío, está el trueno” o también “es un ruido que no se ve pero se escucha, es invisible”. Como si alguna distancia entre el sujeto y lo escuchado estuviese operando ahí. 3. El juego del huevo. Una maquinaria parlante. En alguna entrevista la mamá del niño comenta que cuando G. era chico, su padre pasaba mucho tiempo bajando música de la computadora con el volumen muy alto. Gastón se quejaba y le pedía bajar el volumen porque no le gustaban los ruidos, a tiempo que se tapaba los oídos haciendo caras raras o desagradables. Ante esto el padre lo sacaba. Cuando el padre se fue se llevó los parlantes con él. Justamente un objeto a través del cual se localiza el sonido para ser escuchado. En dos ocasiones G. llega al consultorio y dice: “A mí de chiquito no me nombraron”, frase que despierta en mí un gran interés. Se mete adentro de dos canastos ovalados que me pide los apile con él adentro como formando un huevo y luego de mecerlo un ratito se abre y nace, fundando la siguiente secuencia que escribo en el pizarrón: Nace Gastón Ramírez, hijo de (nombre de la madre). Al preguntarle por el padre dice: “mi papá no está, vive en provincia”, a lo cual respondo que aunque viva en provincia debe tener un nombre y apellido. Primero dirá “no me acuerdo” y luego “mi papá se separó de mi mamá porque no quería hijos”, “yo quería tener hermanos”. Le pregunto como le hubiese gustado que sea, ¿varón o nena? Y me responde “Gemelos”. Acordamos que sean dos varones y les ponemos nombres Fernando y Cody IDI (se ríe de este apellido y dice que es un apellido muy tonto, le digo que a él le puede sonar tonto pero que no deja de ser un apellido). Se arma una maquinaria lúdica. Estos 2 hermanos se comunican a través de un conejo parlante por donde se escucha la voz de Codi y Fernando respectivamente, mientras se llaman por teléfono. Esas voces las ejecuta la analista mientras G. indica

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