¿Cuánto tiempo es un tiempito? 2da edición corregida y aumentada

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¿Cuánto tiempo es un tiempito? (2da edición corregida y aumentada)



Marcelo José Molina

¿Cuánto tiempo es un tiempito? (2da edición corregida y aumentada)

acuarelas: Jorge Molina



Introducción a la Primera Edición

Soy juez de familia en mi Rosario natal desde hace ocho años. En este tiempo, tan corto y tan largo, he recibido a muchas niñas, niños y adolescentes en mi despacho para escucharlos. En una oportunidad le conté al periodista Claudio “Tate” González sobre estas charlas y sobre todo aquello que los pibes y las pibas nos enseñan. El “Tate” tuvo la idea de hacer una nota para el diario “La Capital” y me pareció que era un modo distinto de sumar para hacer visibles estos problemas. Esa misma noche me senté frente a mi computadora y escribí tres relatos brevísimos, sin ningún ánimo literario, claro está. El diario los publicó en diciembre de 2013 y, en general, fueron bien recibidos. Decidí luego subirlos a mi muro de Facebook, solo accesible para mis amigos. Redacté otros y los fui subiendo. Los empecé a usar también para dar clases, para algunas charlas. Creo que han sido muy útiles y lo seguirán siendo aunque ya haya quienes los han escuchado más de una vez con diferentes tonos y quizá en distintas versiones. En mi escritorio siempre hay lápices de colores, fibrones, resaltadores, papeles. Hay un lápiz enorme que escribe del color que quieras y también una bolsa con juguetes. Se puede dibujar, escribir, pintar, sonreír, llorar, hablar, estar en silencio. Los dibujos, que solo son dibujos para jugar, se pueden llevar, guardar en un carpeta con otros dibujos o colgar en la pequeña galería artística de mi oficina. Dibujo y dibujante tienen, en mi familia, nombre y apellido: mi hermano Jorge. La idea de hacer algo juntos me ayudó a tomar la decisión de publicar los relatos como varios amigos me habían sugerido, decisión nada fácil para quien no es escritor ni pretende serlo. Se lo propuse: hagamos un trabajo los dos, los relatos de las charlas y tus dibujos. Dijo que sí y aquí estamos, los relatos, los dibujos de Jorge y algunos de autores que tienen nombre sólo en mi corazón. Ah, perdón, en honor a que somos nietos e hijos de almaceneros, de “yapa” va un puñadito más: algunos relatos del trabajo cotidiano en el Tribunal, del barrio Refinería donde crecimos, de los amigos y del álbum familiar. Marcelo José Molina Setiembre de 2016



Introducción a la Segunda Edición

Una pequeña niña de apenas siete años se sienta frente a un juez, desliza una pregunta y pone en jaque un sistema en su ejecución efectiva. Aboga por sus derechos, por los de su hermana y los de su hermano y, sin haberlo imaginado, por los de los otros niños y niñas. El cuestionamiento de Ele no se quedó en el recinto de aquel pequeño despacho. Esas cinco palabras -¿Cuánto tiempo es un tiempito?- generan tantas lágrimas como sonrisas pero, por sobre todo, nos colocan inevitablemente a los adultos en una situación de introspección necesaria, de reflexión y de revisión de aquello que estamos haciendo por las personas que transitan la niñez y la adolescencia. Ese proceso de “barajar y dar de nuevo” abarca a todas aquellas personas que, de algún modo u otro, se relacionan con la niñez y la adolescencia pero se instala con énfasis en quienes tienen responsabilidades institucionales. ¿De qué sirven las letras de nuestras convenciones, constituciones, códigos, leyes y resoluciones, planes, protocolos de actuación, observatorios y organismos, si cuando el derecho llega la infancia ya no está? La primera edición de “¿Cuánto tiempo es un tiempito?” ha dado lugar a múltiples espacios de debate, tanto colectivos como individuales. Luego de su presentación en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario (Aula Magna, 14 de octubre de 2016), fuimos efectuando, conjuntamente con clubes, bibliotecas populares, colegios profesionales, entidades educativas y organizaciones no gubernamentales, nuevas presentaciones en distintas localidades de la Provincia de Santa Fe y también, si bien bajo otros formatos, en otras ciudades de nuestro país. Han participado centenares de personas interesadas por la problemática de la vulneración de derechos de los niños, niñas y adolescentes. Ello se vio multiplicado por la publicación on line del “librito” completo y su página de Facebook.


La estructura es similar a la primera edición cuyos textos, en gran medida, han sido conservados. La primera parte –llamada ahora “Los tiempitos de los otros”- se basa, sustancialmente, en entrevistas con niñas, niños y adolescentes que palpé en mi rol de juez del Tribunal Colegiado de Familia N° 5 de la Ciudad de Rosario, Provincia de Santa Fe, con la intención puesta en que sean ellos y ellas los que “hablen”. Incorporé un par de relatos de entrevistas que tuvieron lugar en dos casos de violencia familiar -y de género- y uno de derechos de la salud (en este último participé en mi actual cargo de juez de Cámara de Apelación). La segunda parte –“Los tiempitos de nosotros (los del Tribunal)”intenta esbozar, en líneas muy gruesas, algunas ideas sobre el posicionamiento de los jueces ante las situaciones de grave vulneraciones de derechos, las que son ampliables a otros funcionarios públicos. La tercera parte –“Los tiempitos en mi infancia”- y la cuarta –“Las lecciones de los otros”- encuentran su sustento, a mi entender, en la necesidad de quienes operan con los derechos de los niños, niñas y adolescentes de hurgar en su propia historia, su infancia, su formación, para poder comprender cabalmente la problemática de los otros. Se enlaza con la exigencia de formación en otros saberes no-jurídicos: la antropología, la sociología, la pedagogía, la psicología, etc. Esta nueva edición contiene, en su última sección, una propuesta para representar algunos de los textos –y otros- en un escenario. Se denomina “¿Cuánto tiempo es un tiempito? (Teatro para debatir)” y busca multiplicar el debate desde la participación comunitaria ampliando la perspectiva hacia otros aspectos de la vulnerabilidad incluyendo la problemática de la violencia en sus distintas aristas. Nuevamente, Jorge Molina, artista plástico distinguido de la Ciudad de Rosario, me ha acompañado con sus ilustraciones. Su participación se cimienta en el abordaje del derecho de las personas en situación de vulnerabilidad desde una perspectiva que excede y abarca al derecho. De algún modo es instar el trabajo multidisciplinario, cuya perspectiva es impulsada normativamente


y cuyos intentos de concreción no siempre logran su cometido, yendo más allá del concepto de disciplina y comprendiendo todas las expresiones de la cultura popular. En ese orden, Jorge concibe a las artes plásticas, y al arte en general, en tanto protagonista principal de los problemas sociales. Las ilustraciones de Jorge, entonces, superan con creces aquella idea inicial de hacer algo entre dos hermanos cuyas áreas de trabajo parecen estar muy lejanas. Desde el 1° de agosto de 2017 soy juez de la Sala 3ª de la Cámara de Apelación en lo Civil y Comercial de Rosario. Me han preguntado, con cierta frecuencia, por qué razones dejé de ser juez de familia. Eso no es cierto, excepto que luego de “ser” se agregara “exclusivamente”. En mi provincia, es dicha Cámara la encargada de revisar las decisiones del fuero de familia, dado que aún no se han creado tribunales especializados de segunda instancia. De ese modo, esos jueces de Cámara de la provincia de Santa Fe son también jueces de familia. Sin embargo, esa explicación no se aleja de una mirada formal. La respuesta sustancial, quizá, siga estando en las páginas que siguen.

Marcelo José Molina Enero de 2018



I El tiempito de los otros voces y miradas



¿Cuánto tiempo es un tiempito? 8 de diciembre de 2013

Los primeros años de la vida de las dos niñas y del niñito que tenía frente a mí no habían sido sencillos. Los tres hermanitos estaban allí para que yo los conociera. Debía luego decidir si para ellos era más conveniente que una nueva familia los recibiese y les diese aquello que sus padres no habían podido. Tomaron los lápices de colores, las hojas de papel y se pusieron a dibujar. Los había traído la señora que desde hacía ya unos cuantos meses los alojaba en su casa dentro del Programa Familia Solidaria de la Dirección de Niñez. La hermanita del medio, sin soltar su lápiz, levantó su mirada y me preguntó: “¿Vos sos el que nos va a buscar una mamá?" Le contesté, “quizá”, “puede ser”. Sin despegar su mirada de mis ojos, me dijo: “Nosotros queremos vivir con una mamá, ¿cuánto falta?” Un silencio me invadió, quizá no haya sido más que un segundo, pero pareció eterno. “Un tiempito”, respondí. “Y ¿cuánto es un tiempito?, cuestionó desde sus seis añitos.

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La pregunta de este pequeñita me desgarró. Ese “tiempito” ya había sido mucho para estos tres niños. Sabía sólo que no podía precisar cuánto más debían esperar. Le contesté, “no lo sé, pero trataré que sea poco”. Cada hora, cada día que estos niños no están con una familia donde puedan definitivamente cimentarse y crecer es una herida en el alma de cada uno de los que estamos vinculados a sus historias. En cada decisión que debamos firmar y que alargue los tiempos, recordemos esta pregunta: ¿Cuánto tiempo es un tiempito?

Notas: Fue publicado por el diario La Capital de Rosario el día 22 de diciembre de 2013. En su primera versión lo titulé “¿Qué es un tiempito?”, pero luego me pareció más apropiado reflejar la pregunta que hizo Ele, que en este relato no se llama Ele. Al momento de redactar, le modifiqué algunos datos para eludir cualquier posibilidad de identificación de los tres hermanitos. En la situación real las dos niñas se encontraban en una institución y el niño era cuidado por una familia solidaria. Para la época de la entrevista Ele ya tenía siete años y es ella, la hermanda mayor quien formula la pregunta.

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El tiempo de Ele 18 de junio de 2015

El tiempo de Ele no se mide en meses. Tampoco en días, ni en horas. El tiempo de Ele se cuenta con los dedos, de a uno. Es un “uno… dos… tres… cuatro..” Es más bien, “otro… otro más…. otro… otro más” - ¿Vos sos el que nos va a buscar una mamá? (otro…. otro… siete… otro… otro más… diez… veinte… - Nosotros queremos vivir con una mamá, ¿cuánto falta? …. treinta…. otro más…. otro…. otro…) - Un tiempito - ¿Cuánto tiempo es un tiempito? (silencio, se detiene el conteo, se hace eterno) Desde su hombro derecho cruza su torso la banda celeste y blanca. Ele escolta con orgullo la bandera de ceremonia de su escuela. ¿Sabrás, Ele, que hace mucho que sos abanderada y portás en la cuja del tahalí aquella pregunta convertida en lanza?

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Aquél tiempito, que dejaste caer sobre mi escritorio por vos y por tus hermanos, luce hoy en el paño de tu banda pero se ha quedado en mí para los otros que esperan y que cuentan sus tiempos de a uno. O mejor dicho, como un “otro más…”. En el fallo de la adopción puse esta frase final: “El tiempito de Ele, ese tiempo de la niñez, no es medible con nuestros relojes”. Gracias mamá y papá de Ele por compartir conmigo este privilegio de verlos, a los tres, disfrutando el tiempo de su niñez. ¿Si mi trabajo tiene lindos momentos?

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El tiempito de Ele 17 de julio de 2014

Hace unos meses publiqué un breve texto titulado “Qué es un tiempito”. Vayan estos párrafos finales de la sentencia de adopción -con modificaciones respecto de su original como correspondea modo de una reflexión primaria y elemental acerca de aquél enorme cuestionamiento: “Nuestra sociedad ha aceptado afrontar los desafíos que impone la Convención Internacional de los Derechos del Niño. Nos hemos comprometido a oír sus voces y a darles participación en los procesos judiciales y administrativos, entre tantos otros aspectos. Desde ese lugar mal podría obviar la clara demanda que nos han hecho estos niños respecto del tiempo. En julio de 2013 los entrevisté, previo a evaluar su declaración en situación de adoptabilidad. Las niñas, mientras realizaban unos dibujos e interactuaban con los adultos que estábamos allí, preguntaron cuánto tiempo pasarían en el Hogar y expresaron abiertamente su deseo de ir a vivir con su hermano menor. Yo les respondí que deberían aún esperar un tiempo para que se resolviese definitivamente su situación y Ele preguntó “cuánto tiempo es un tiempito”. 20


El deseo de vivir los tres juntos en el seno de una familia fue evidente. Mas la demanda por el tiempo tuvo un cariz distinto. La respuesta a la pregunta de Ele siempre hablará de un tiempo prolongado, más aún si recordamos que la medida excepcional -es decir la separación de estos niños de su centro de vida originariofue dispuesta en mayo de 2011. Cuando se traspasan los plazos legales de una medida excepcional o cuando no se resuelven anticipadamente aquellas donde ello es factible, cada día que transcurre acarrea una nueva vulneración a los derechos de esos niños y esas niñas. Pero también lo hace respecto de los derechos de los adultos que integran la familia de origen, de la comunidad que se relaciona con los niños, de las familias solidarias que los reciben y de los que esperan poderles brindar una nueva familia para su crianza y contención. La infancia no es eterna, dura un tiempo, quizá es un pequeño lapso de nuestras vidas mas fundante como ningún otro, sobre ella nos edificamos. Para los niños los días no son plazos ni términos, no son hábiles ni tampoco inhábiles, no se registran en papeles ni en legajos, no entienden de presupuestos, no responden a equipos ni a personal especializado, no respetan disciplinas ni multidisciplinas, no distinguen competencias judiciales o administrativas, no aguardan a los directores ni a los jueces, no esperan. El tiempito de Ele, ese tiempo de la niñez, no es medible con nuestros relojes”.

Notas: Ele y sus hermanitos fueron recibidos en adopción por una familia con la que conviven desde setiembre del año 2013. Claro está, Ele tiene su nombre propio.

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La señora Ene, ella y él 31 de diciembre de 2014

“Está la Señora Ene con dos nenitos”, me dijo nuestra compañera de Mesa de Entradas. Ella. Siete años. Sus brazos, su cara, se cuerpo pequeño regado de brillantina. Corrió por el pequeño pasillo hablando desde el momento en que me vio. Saltó a mi cuello y me abrazó. Él. Diez años. Caminaba erguido y saludaba con su mirada. Me tendió su mano y me la dio cruzando nuestros pulgares y cerrándola a modo de puño. Me contaron cómo están, lo que hacen. Me hablaron del club, de la escuela, de la primera “piyamada” en la que ella participó. Saben que sé su historia, mejor dicho, un pedacito de su historia y eso nos une. Nos sacamos una foto que es hermosa, pero este es un privilegio que sólo nosotros podemos ver. Me regalaron un libro que fue escrito por su nuevo abuelo a quien no conocieron pero que saben suyo. (Perdón, lo acepté, no me juzguen por las normas habituales). Gracias Señora Ene por traerlos. 22


El libro tiene una dedicatoria, dice "Querido Juez Molina. Gracias por todo lo que hiciste por nosotros. Con cariño M., L., y E." ¿Sinsabores en nuestra tarea? Abogadas, Abogados, Trabajadores Sociales, Psicólogos, Empleados, Defensores, todos los que trabajaron por estos pequeños hermanitos, gracias! El derecho se trata de esto. Feliz 2015 para todos

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Una familia para Beo 29 de julio de 2015

Beo tiene diez años, es delgada, pequeña, muy dulce y amable. Juega y se sonríe frente a mí, no me conoce pero sabe que algo tengo que ver con su futuro. Beo cruza miradas cariñosas con la persona que la acompaña desde el Hogar donde vive desde hace ya unos años, que son muchos ya. La infancia de Beo no ha sido como la mía, quizá –casi segurotampoco como la de ustedes. Su familia no pudo cobijarla. Y nosotros, los de las Convenciones, las Constituciones y los Derechos, no hallamos aún otra que la reciba y le garantice su “derecho a vivir y desarrollarse en una familia que le procure los cuidados tendientes a satisfacer sus necesidades afectivas y materiales” (1). Ella es distinta, derrama más amores que palabras y nos demanda, nos emplaza. Beo necesita una familia. Sólo eso. Todo eso. (1) Código Civil y Comercial, artículo 594

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Beo y la gente 31 de julio de 2015

El Registro de Adoptantes recibió más de cien consultas entre quienes llamaron por teléfono, enviaron mails o concurrieron personalmente. En el juzgado, no menos de quince. De todas estas inquietudes, el Registro hizo una primera preselección de cuarenta y ocho familias a partir del cumplimiento de los mínimos requisitos legales y de las posibilidades concretas de cada una de ellas, especialmente respecto de la edad de los niños y niñas. Esto permitió ir más allá del caso de Beo y poner de relieve también los casos de otros veinte chicos adolescentes y mayores de ocho años que se encuentran en situación de adoptabilidad o muy cerca de ello. Es decir, sirvió también para ampliar la movida en favor de otros pibes. Les agradecemos a todos, los que compartieron, informaron, reenviaron, comentaron. Y especialmente a los que se movilizaron activamente. 25


El enorme corazón de Ele 2 de agosto de 2015

Seguramente recordarán a Ele. Es quien, suavemente, me preguntó ¿cuánto tiempo es un tiempito? Como sabrán, ese reclamo va conmigo a todos lados. En estos días, Ele vio por televisión el pedido que hicimos por Beo Me contó su mamá que, en un almuerzo familiar, Ele les propuso: ¿Por qué no la adoptamos nosotros?

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El peso de Eme 28 de julio de 2015

La ambulancia fue la sala de parto y también la primera consulta con un médico (quizá un paramédico). Ella no podía con el peso de su panza, de su historia y de su enfermedad. Todo junto, todo allí. - Señora, la bebé nació con muy bajo peso y se va a tener que quedar quince días en la neo - Pero yo no la puedo tener, quiero darla en adopción El registro de adoptantes nos informó los datos de la primera familia seleccionada y a las seis de la tarde de ese día ya estaban yendo al Hospital. Quedamos en vernos a la mañana siguiente en el Tribunal. - Doctor, le hablamos del Registro, mala noticia, la familia no aceptó adoptar por la enfermedad que tiene la mamá. La verdad es que ellos habían dejado constancia que “con patologías no”, pero nosotros no sabíamos… A las dos horas teníamos otra familia, uno de ellos enfermero en neonatología de un sanatorio. Eso fue un miércoles. Dos días después, Eme, que tenía que quedarse unos días más por su bajo peso lo superó y salió del Hospital en brazo de sus padres. PD: Por favor, no juzguemos a la familia que dijo no, fue un no oportuno y seguramente doloroso para ellos mismos. También fue un reconocer sus propias limitaciones. Ahí, en el acto, no después.

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¡Efe! 24 de junio de 2015

Con unas pocas cosas viajó mil kilómetros y un poquito más para visitar a su hija mayor. La acompañaba, acurrucado en su seno, un pequeño muy pequeño. Era tan pequeño que su tía nunca supo que en breve lo sería. Le dio un beso a su hija y subió al colectivo. Con unas pocas cosas y su acompañante, mil kilómetros y un poquito más para volver a su pequeño pueblo norteño. Mucho esfuerzo para estar embarazada y en silencio. El bebé nació pesando apenas un kilo. Ella pudo nombrarlo, Efe, pero no tenía con qué asirlo. Tan chiquito, tan frágil, tan leve. - Efe no tiene más que la patología habitual para prematuros tan inmaduros y que, a decir de los estudios de seguimiento, si supera éstas y otras complicaciones que podrían acontecerle durante su internación, seguramente presentará algunas discapacidades de distinto tenor que no las podemos mensurar ni predecir en este momento, me comunicó la Directora de la Maternidad. - ¿Usted me dice que la mamá no lo quiere ver, que se vuelve y que lo quiere dar en adopción? - Sí, así es, me contestó. Tenga en cuenta que Efe necesita identificar a una madre y a un padre entre todas las personas que le hablan y lo tocan todos los días... necesita el consuelo de una voz en 28


particular que él pueda identificar como su madre, sin esto el bebé no tiene el impulso de vida suficiente para soportar el sufrimiento de una internación tan seria y traumática, agregó y firmó para que no quedara ninguna duda del lugar donde me colocaba. Como en toda urgencia que se precie de serlo este diálogo se dio un viernes, cuando la jornada laboral terminaba. Por entonces, los jueces de menores llevaban el registro de adoptantes. Una familia para Efe, una madre para Efe fue el pedido. - Molina, ¡la encontré!, me dijo María del Carmen luego de escudriñar mil veces el libro durante ese fin de semana y de hacer muchos llamados. - Es una chica joven, soltera, dice que se va para la Maternidad y que después te ve. Sabina, la jueza a quien le correspondía firmar la sentencia de adopción, me cedió el honor. Redacté los vistos, miré las fechas, un año. ¿Cómo estará? Ese día un par de hojas oficio iban a decir que Efe tenía una mamá, que ya tenía. Solo restaba recibirlos para volver a conocerlos. Fui hasta la puerta, la abrí y llamé ¡“Señora Eme…, Señora Eme Ese”! Sobre los brazos de su madre Efe nos esperaba. Me olvidé de mi señoría y abrí las manos para recibirlo. Sentado en mi brazo derecho y erguido, Efe entró al juzgado. Me paré frente a todos, junté los dedos de mi mano izquierda y roté la palma ligeramente hacia arriba. Silencio y miradas. Solo atiné a decir ¡Efe!, ¡Efe!

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¡Feliz cumpleaños Efe! 21 de octubre de 2018

Hace unos minutos, Efe, mi querido Efe, me hizo recordar que cumple nueve años. Hace unos minutos, Efe, mi querido Efe, me hizo recordar que durante casi diez años fui juez de familia Hace unos minutos, Efe, mi querido Efe, me hizo comprender que lo sigo siendo, pero con competencia ampliada. Hace unos minutos, Efe, mi querido Efe, me dijo: "te quiero mucho doctor Molina" y me mandó una foto, como todos los años. Allí también está una joven mujer que decidió ser la madre de Efe, cuando pocos hubiesen dicho "acepto". Vaya un feliz cumple, Efe, mi querido Efe, y un enorme feliz día para la "mamá de Efe". Ser juez de familia es el "te quiero mucho" de Efe, "el tiempito" de Ele, y las enseñanzas de todos ellos y de todas ellas. Allí está el derecho, con las patas en el barro y las manos en la Constitución. 30


¡Papá…! 15 de agosto de 2017

Es bajita, de carita redonda y de tez morena. Su cabello es lacio, color castaño y peinado hacia atrás como si fuese a terminar en un rodete que se esfuma. Camina despacito por el pequeño pasillo, se detiene frente a la puerta de mi despacho y con sus ojos redondos me pide permiso para entrar. El niño va delante de ella con su brazo derecho izado para no soltar su mano. Cuando ella se sienta, él sube sobre su falda y recién allí libera sus manos para tomar los lápices y comenzar a dibujar en un silencio adornado de miradas que solo ellos comprenden. Así están, los dos, en una silla, en ese pequeño rinconcito del despacho más chiquito que tiene nuestro juzgado diminuto. El despachito está colmado: sobre una elipse que nace en mi sillón y termina en la puerta están de pie el representante del Ministerio Público y tres Defensoras Generales Civiles, una que patrocina a la mamá, otra al papá y otra a ella, la de carita redonda. Detrás y con la espalda casi sobre la pared declama su presencia la abogada del niño. En las otras dos sillas se han sentado los padres del niño y entre ellos las baldosas dibujan la falla de San Andrés. 31


El niño juega en silencio, cada tanto se recuesta sobre la señora bajita de cabellos castaño oscuro y vuelve a dibujar. Dice nada con su voz. Le acerco el portalápices que tiene forma de pinturita enorme y dibuja con su punta de plástico. Sabés, solo vos podés ver el color de lo que dibujaste, le digo. Silencio, silencio, mira el papel y se sonríe. - Él está conmigo desde que tenía quince días -narra ella esquivando la cabeza del niño en busca de mis ojos- con la mamá fuimos vecinas y no sabíamos que todo esto no se podía. El papá balbucea, la mamá susurra, sus miradas no ven, sus palabras endilgan heridas viejas. Ella, con sus ojos redondos, oscuros y cargados de lágrimas, sostiene al niño y busca ansiosa los sonidos de mi voz. - ¿Usted lo está criando sola? - No, él tiene casi tres años y yo hace más de cinco que estoy en pareja. Los dos nos hacemos cargo. Él está aquí en la entrada del juzgado. - Por favor, haceme la gauchada de llamarlo y hacerlo pasar, le pido a la abogada. La puerta se abrió despacio, la Defensora se apartó para permitirle entrar. Un muchacho joven, delgado y con su barba algo crecida se asomó y saludó suavemente. El niño, aún sentado sobre la falda, dejó los silencios sobre los lápices, giró su cabeza y lo acarició con una voz dulce y bonita: ¡Papá….!

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De esta somos los dos 16 de diciembre de 2013

Mi papá era de Ñuls, mi hermano lo es y también mi esposa, mi padrino Luisito, Betty, algunos vecinos y varios amigos. Yo soy canalla. El fútbol es una llave que permite abrir todas las conversaciones con los niños y con las niñas que entrevisto. Ya sea porque son de Ñuls o de Central, de River o de Boca, o porque no les gusta el fútbol. “¿De qué cuadro sos?”, es una pregunta que ineludiblemente permite hablar. Si la respuesta era “De Ñuls” yo comenzaba un contrapunto. Tengo algunos lápices y hojas para que los chicos dibujen si quieren, sólo para entretenerse, sin ninguna intención pseudopsi de mi parte. Ese dibujo –que a veces son varios- pueden llevárselo, dejármelo o “colgarlo” en la expo que ellos tienen en mi despacho. Este niño entró y contestó “de Ñuls”. Comenzamos a hablar a partir de esa “diferencia” que nos separaba. Tomó su lápiz y su papel y de ambos lados comenzó a dibujar con mucha atención y con gran maestría. Su mano no me dejaba ver bien qué dibujaba. 33


Cuando terminó, me entregó el dibujo y me dijo: “Tomá, de esta somos los dos”. Un escudo de la AFA perfectamente delineado y coloreado estaba frente a mí, con toda la formación de nuestra Selección. Gracias, pibe. Me enseñaste a compartir desde lo que nos une y no desde lo que nos separa, a no brindar más letra a la discordia y me obligaste a cambiar el discurso. Además, me recordaste algo: Mi papá, era de Ñuls.

Nota: Este texto fue publicado por el diario La Capital de Rosario el día 22 de diciembre de 2013

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El buen humor de un pequeño hincha 15 de octubre de 2015

La primera vez que vino sentó sus ocho años frente a mí y empezó a hablar. No hizo falta preguntar nada. Dibujaba y cada tanto daba leves miraditas a su alrededor. Antes de que se fuera le dije: - ¿Sabés? ¡no te pregunté de qué cuadro sos! - Creo que acá no puedo decirlo, me respondió señalando con sus pupilas dos escudos de Central exhibidos sobre la pared. - ¡No me digas que sos de Newell´s!, le dije. - Sí - Ah, ¡cómo mi viejo! Mirá, si tenés ganas serás el primero en colgar un escudo de Ñuls. La hojita A4 comenzó a mostrar dos colores y algunas letras, la ene en rojo, la be en negro y la o mitad y mitad. Quince minutos de una tarea prolija, puntillosa. - ¿Listo? ¿Dónde lo vas a pegar? Se paró, caminó con dos trocitos de cinta scotch pegados en las yemas de los dedos hasta un lugarcito vacío en la pared y lo puso bien frente a la puerta de ingreso de modo tal que fuese imposible no verlo. 35


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Al mes volvió, pidió ser nuevamente escuchado. Abrió la puerta, no dijo hola y soltó: ¡Ah, ahí está!. Era invierno, el del año pasado no éste. Luego de charlar un rato comencé a despedirlo, me dio la mano, con su pulgar tomó el mío haciendo un puño único y mirando al calefactor me dijo: - Apagalo, ¡se va el frío!

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Pegadito 29 de abril de 2017

Su maestra de tercer grado y sus compañeros lo llaman por el apellido de su hermano menor. Él sabe que no es el suyo porque Hache, su papá, tiene otro apellido. Vino al Tribunal para que el juez lo escuche. Se sentó en los bancos del pasillo a la derecha de su mamá, pegadito a ella, con su brazo enlazándola y su cabeza levemente ladeada sobre su hombro. Abrí la puerta del Juzgado y lo busqué a través de los maletines y carteras de quienes esperaban en la mesa de entradas. (Es raro, algo indica siempre cuál es el niño entre tantos niños). Así lo ví, esperándome, pegadito a la mamá. - Hola, le dije, ¿vos sos Jota? - Yo no voy a hablar hasta que no llegue mi papá, disparó con su mirada en mis ojos y sin mover su cabeza - Bien, ¿qué te parece si lo esperamos con mamá en mi oficina y te ponés a dibujar? 38


-¡Dale! Se acomodó frente a mí y tomó los lápices, las hojas, el escritorio, el espacio, todo. Miró los dibujos de la pared y se detuvo en los escudos de Central y de Ñuls. - Yo no soy de “minguno” porque mi papá es de Ñuls y mi mamá de Central. Dejó por un momento la atención sobre la hoja y giró su cabeza hacia la puerta - ¿Llegó mi papá?, preguntó. - Aún no. Voy a ir a ver. Disculpá, ¿cómo se llama tu papá? - Hache Qú, se llama. Y yo quiero que me digan Qú, que es mi apellido. Mamá dice que vos me podés cambiar el que tengo, ¿no? (Entró el Señor Qú) - Mirá, ¡ahí está!, exclamó Jota. Se abrazaron y se sonrieron. Se acariciaban con miradas cómplices. Podría afirmar que buscaban una pelota y un campito para salir a patear. Pusieron lo cotidiano sobre la mesa, sin decir una palabra. Jota me miró y nuevamente disparó con extrema dulzura: - ¿Y?..... ¿Cuándo vas a decir “caso cerrado”?

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La puerta de Ese 18 de agosto de 2015

Unos regalos en sus manos y una espera a la que se ha acostumbrado. Detrás de la puerta, una escena reiterada: Ese se niega a entrar. Luego, él oye un murmullo en el que ya puede distinguir la voz de la Trabajadora Social tratando de desanudar esa pequeña manito de la mano rígida de su madre. Finalmente, Ese entra, se queda de pie y en silencio. Él observa, mira a la TeEse buscando una autorización y ella con su palma extendida hacia abajo y a la altura de la cintura le devuelve: espere. Ese se asegura que la puerta esté casi cerrada y, paciente, aguarda una frase a la que también se habituó: “Señora, por favor, siéntese en el pasillo y espere allá”. Ese, agazapada, se arroja a los brazos de su padre y comienza a jugar con él en esos pocos minutos que le queda a la visita. Al finalizar, toma el regalo, abre la puerta y sale. Un minuto después vuelve a entrar y en voz alta dice: “Tomá, no lo quiero”. Una mañana la TeEse se asomó a mi despacho y desde esa hendija susurró: no quiere entrar. Salí al pasillo, Ese estaba allí sentada junto a su madre y con sus labios en forma de “no”. El nudo había reemplazado nuevamente a su pequeña manito. 40


- Lo que pasa es que ella no lo quiere ver. Yo digo que sí pero ella no quiere. Las abogadas estuvieron de acuerdo en que ingresáramos a mi Despacho. Ese miró las paredes y los dibujos colgados. Tomó los lápices, dejó caer sus largos cabellos lacios hacia donde estaba su mamá, puso su mano sobre su frente y así, oculta, comenzó a trazar algunas líneas. - Señora, le ha dicho claramente a Ese que usted quiere que ella vea a su papá. - ¡Sí, claro! A ver, Ese, ¿vos querés ver a tu papá? - No, no, la frase es “tenés que ver a tu papá”, según usted me dijo, ¿no? - Umm, Ese ¿querés ver a tu papá? - Disculpe, señora, repita conmigo, “¡Ese, tenés que ver a tu papá!” Ese seguía dibujando como si nada escuchara. - Tenés que-ver a-tu-papá, dijo la mamá sin separar sus dientes. Ese giró su cabeza hacia la derecha e hizo volar sus cabellos sobre su hombro, sopló su flequillo, dirigió su mirada directamente a los ojos de su madre y respondió: - Pero esta vez no llores ni me retes.

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La muñeca de Marcela 19 de octubre 2015

Flaquita, con el cabello atado hacia atrás, sentada entre su abuela y su tía espera en el pasillo del juzgado. Digo su nombre en voz alta, la miro y camino unos pocos pasos para buscarla. La noto un tanto temerosa, como si aguardara para ponerse una vacuna. Entramos al juzgado, titubea, se tropieza con su propio empeine pero no duda en seguir. Saludamos a los compañeros del Juzgado. Se sonríe, ahora sí, con toda su cara. Alberto, su abogado oficial, la espera en mi despacho; se inclina para recibirla y acorta las distancias. Apenas se sienta comenzamos a hablar (eso no es fácil, Alberto y yo somos como dos shreks con corbata): que tengo once años, que me va bien en la escuela, que mis tías me cuidan y mi abuela también, que tengo una hermana de ocho años pero hace tres que no la veo y la extraño, que mi mamá murió en enero, que ella se ahorcó. [¡Estúpido!, me reprocho, ¡Inepto!, me califico, ¿por qué llegar hasta allí? ¿no lo leíste? ¿no lo viste venir’ ¿en qué estabas pensando? Busco, hurgo, vuelvo a buscar] Sus ojos redondos se colmaron de rojos, la sonrisa se escondió en 42


la comisura de sus labios y se despidió de su rostro. Palabras de Alberto, palabras mías. Palabras más otras palabras y otras más. Me acordé de Marcela, hermana de mi hermano aunque no tengan padres en común. El día de mi cumpleaños, casi volviéndose a México, me regaló una muñeca, unos autitos y un memotest. Mirá, pensé en este regalo para vos, me dijo, son para cuando escuchás a los chicos en el juzgado. ¿Te gustan las muñecas? Sí, respondió. Tengo una amiga que me trajo una para que jueguen las nenas que vienen a hablar conmigo, le conté. Creo que le encantaría saber que se va a quedar con vos. Aún con su cabeza hacia abajo me miró, secó sus lágrimas con la yema del índice de su mano derecha, levantó el mentón y dejó a sus ojos insinuar su hermosa sonrisa para hacerla pocitos en sus mejillas. Se quedó dibujando en el escritorio de Tania. Antes de irse, me acercó un dibujo, colmado de niños y niñas sonriendo. Decidió pegarlo detrás de mi sillón, al lado de la ventana y muy visible apenas se ingresa a la oficina. Se fue contenta, saludándonos a todos, abrazada a su muñeca y de la mano de su abuela. Gracias, Marcela. Perdón, niñita. 43


Lourdes y Karina 13 de agosto de 2018

Lourdes volvió a su pueblito tan lejano, quiso mirar a los ojos de su madre y no pudo. Menos aún hablar y contarle lo que había pasado en Rosario. Tomó sus cosas y regresó. Viajó mil kilómetros hasta golpear la puerta de la casa de su hermana. Sin levantar la mirada sólo dijo “Volví”, y siguió. “Al Hospital”, musitó. “¿A cuál?”, contestó el remisero. “A uno que tenga partera”, le contestó. Bajó en Urquiza y Francia y comenzó a caminar ese ingreso que parece la continuidad de la vereda. La noche de ese junio parecía aún más fría y oscura. El Hospital se le vino encima y se sentó en unos bancos lejos de la entrada principal y esperó. “¿Se siente bien?”, le preguntó un médico. Lourdes miró las baldosas y solo meneó su cabeza. “Disculpe, pero ¿qué está esperando?” insistió el doctor. “Que abra”, confesó. “Hola”, le contestó a su hermana por el celular. “Ya voy, no era nada, sólo un dolor de panza”. Acarició a su bebé, lloró y le pidió perdón. Tomó sus cosas, volvió y las palabras, nuevamente, se quedaron en sus ojos. 44


“Mire, el bebé está en neonatología porque no lo podemos dejar en las habitaciones sin compañía. Pero está bien. Haga lo posible, por favor, para que lo cuiden en una casa, imagínese que aquí el riesgo de contagio es grande”, me dijo la Directora del Hospital el viernes siguiente al “abandono”. Unos días antes había leído en el diario “Una madre abandonó a un bebé en el Hospital Centenario” y supe que el caso sería mío. Al mediodía de ese viernes el Registro de Adoptantes me había acercado dos propuestas. La primera familia no tenía hijos, la segunda un bebé. “¿Y por qué elegís la segunda?”, me preguntó Tania. “Porque ya tiene un hijo. Te pusiste a pensar, ¿se abandona a un bebé en un hospital?”, le dije. En las primeras horas de la tarde entraron a mi pequeño despacho Karina y Sergio. Nos saludamos y le conté los pocos datos que teníamos. “Miren, la bebé necesita alguien que la cuide. Quiero que sepan que si encontramos a la madre y depende de lo que haya sucedido es posible que debamos reintegrársela. Pero también es posible que eso no se dé y en ese caso seguiremos con el trámite de adopción”. Karina y Sergio no dudaron. Firmamos el acta y a la nochecita la niñita ya estaba con ellos. “Hola, Karina, ¿leíste el diario? La encontró la policía y está detenida. El juez penal la va a interrogar hoy sábado a la noche”. Karina hizo un silencio breve. “Sabe, ayer hablábamos con Sergio y le dije, me parece que somos una familia sustituta”. El lunes a la mañana la hermana de Lourdes entró al despachito junto a su pequeño hijo. Me contó pausadamente la historia de su hermana, que se había venido para Rosario desde un pueblo ubicado un tantito lejos de la capital de su país, que conoció un muchacho y se puso a de novia, que él se fue y ella se volvió al pueblo. “¿Usted no sabía que su hermana estaba embarazada?”, le pregunté. “Nunca me habló”, contestó. El hijito, vestido con vaquero y camisa, fue sacando de a uno los juguetes de la bolsa hasta que vio los lápices sobre mi escritorio. Se subió en mi falda y comenzó a dibujar. “¿Usted trabaja?”. “Sí”, me dijo. “¿Y quién lo cuida?. “Mi hermana, lo cuida mi hermana”. La abandónica, pensé. 45


Lourdes se sentó junto a un abogado que había enviado el Consulado. Su mirada se alargaba sobre la superficie del escritorio. Algunos monosílabos, algunas frasesitas, y mil lágrimas en la garganta. “Yo pensé que no me iban a perdonar”, se logró escuchar. Karina tenía a la bebé en su falda. Me observó. Me escuchó. Me investigó. “Yo quiero estar cuando Lourdes la reciba”, me pidió. “Y ahí vemos”, agregó. Lourdes entró despacito, aparto un poco la silla y se sentó junto a Karina. Masculló un saludo sin levantar la vista. “¿Querés tenerla?”, propuso Karina. “Sí”, afirmó. Lourdes recibió a su beba y su mirada solo fue de ella. Cuando las lágrimas se fueron escurriendo y los silencios se fueron transformando en saludos de despedida, Karina se me acercó y al oído me susurró: “Yo voy a pasar a la tarde por la casa, espero que realmente la ayuden, y si no, mañana nos vemos”.

Nota: La situación se dio en junio de 2012, es decir, antes de la vigencia del nuevo Código Civil y Comercial y nos permitió a todos entender -al son del cachetazo- por qué una familia postulante a la adopción no debe ser una familia solidaria. Claro está, y viceversa.

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El niño en la playa 3 de setiembre de 2015

Alguien te puso la remerita roja, el pantaloncito azul y ese par de zapatitos con suela de goma. Alguien te acarició, alguien te tuvo en brazos, alguien te asió de su mano y no pudo más. Estás ahí, solo, tendido en la playa. Y nosotros aquí, llenos de palabras, de ojos llorosos, de dolor, angustia y bronca. Colmados de letras, de convenciones, artículos y códigos. ¿De qué sirven si ellos recién hoy te han visto en esa foto? Esa playa queda lejos, muy lejos de aquí. Pero hay un niño, con su remerita roja, su pantaloncito azul y un par de zapatos con suela de goma a la vuelta de nuestra esquina. Para él, aún tenemos tiempo.

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No se moleste… 12 de diciembre de 2015

Mary, unos días antes de jubilarse, entró en mi despacho y me dijo: “estoy entrevistando a un nene de quince años pero quiero que lo escuchemos juntos”. Sus años de Defensora General y todos los otros años de Secretaria en el fuero de familia la habían colmado de intuiciones y saberes, a modo de una especialista en interpretación de gestos, miradas, silencios. La Defensora lo invitó a ingresar a mi pequeñísima oficina; ella se sentó del lado mío del escritorio y él frente a mí. Con la mirada dirigida hacia un algo indeterminado comenzó a contar su historia, muy parecida a la de otros muchos adolescentes con problemas de adicciones. Pero esta era la suya. La Dirección de Niñez había decidido que no conviviese más con su madre. De allí en más, había transitado por diversos hogares y alguna que otra familia. En algún lugar, él los recordaba con cierto cariño. La Dirección entendió que podía volver con su mamá y también reintegrarse en su escuela. Pero eso duró muy poco, poquísimo. 48


Súbitamente dejó su relato sobre sus manos extendidas, movió sus ojos hacia mi lado y sin mirarme dijo: - Yo sé que usted quiere buscarme una familia, pero no se moleste doctor, mi vida está acabada. Giré, traté de buscar los ojos de Mary pero no encontraba los míos. Dejé caer algunas palabras que no recuerdo. Sentí en mis oídos un portazo, varios, muchos. Sentí en mi rostro una cachetada y vi muchos otros rostros ladeándose por ese cachetazo.

Nota: Este texto fue publicado por el diario La Capital de Rosario el día 22 de diciembre de 2013.

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“Tenía 12 años y lo mataron cuando cuidaba un búnker de drogas” 13 de junio de 2015

Leí esta noticia y algunas referencias a ella de amigos del Face. ¡Qué tristeza! ¡Cuánto egoísmo! ¡Cuánto cinismo! ¿Podrán preguntarme qué hago yo? Pues bien, cumplir mi rol, lo mejor que puedo y, con los límites que mi cargo tiene, tratando de ir más allá. Y aún así es poco, no alcanza. Precisamente por esos límites que mi cargo tiene solo voy a poner nuevamente este breve relato. A quien le duela más el cachetazo -o al menos así debería sentirlo- por favor, cumpla al menos con su rol y si puede, vaya más allá, un poquito, una pizca. Pero claro, esto lo leen solo mis amigos y ellos lo hacen a diario. “No se moleste” (1)….

Nota: La noticia a que refiere fue publicada en el diario La Capital de Rosario el día 13 de junio de 2015 bajo el título “Tenía 12 años y lo mataron cuando cuidaba un búnker de drogas” (1) Ver el texto anterior.

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El cintazo 10 de enero de 2019

- ¿Usted me pregunta con sinceridad por qué razón ordené que su hija permanezca en la casa de su futuro consuegro? - ¡Claro! ¡Yo soy el padre, el jefe de mi familia! ¿Y usted ni siquiera me deja acercarme a mi hija? - A ver, ella dice que usted le pegó una cachetada, que la corrió con el cinturón en la mano y le dio un cintazo y que no la golpeó más porque pudo escapar a la casa de su novio… - Sí, todo eso es cierto. Pero, doctor, mi hija tiene diecisiete años y sabe muy bien que no puede salir de noche con esa vestimenta ni volver a esas horas. No solo no me hizo caso sino que después no fue a hablar con el sacerdote. Nuestra religión no permite esas conductas y ante cada falta debemos ir al Templo a hablar con el sacerdote. - ¿Su religión avala castigar físicamente a los hijos? ¿Permite darles cintazos? - No, no. - (Silencio) - Déjeme pensar, creo que no. - Ajá, bien, ¿qué le dijo el sacerdote a usted cuando le contó lo del cintazo? - ¿A mí? ¿Por lo del cintazo? Bueno, no se me ocurrió que yo tenía que ir. 51


Servime soda 10 de enero de 2019

- Me fui de mi abuela porque no me los banco más. Hace un rato me llamaron para decirme que me van a ir a buscar. ¡Por favor! ¡No los quiero ver ni a cinco metros! - Te referís a tu papá, tus hermanos y tu mamá. - ¿Mi mamá?, ¡pobre mi mamá!, ella sí, que venga, pero no va a poder, no va a saber qué hacer. - ¿Tu papá y tus hermanos te pegaron? - Jamás. Nunca. A mamá tampoco. Ellos no son malos tipos… - (Silencio) - (Silencio) - (Silencio) - Le explico: Todos los días, de todo el año, mi mamá y yo nos levantamos temprano para preparar el desayuno a mi papá y mis tres hermanos. Los despertamos y le tenemos preparada su ropa. Durante la semana mi papá se va a trabajar y mis hermanos a la Facultad. Nosotras nos quedamos limpiando, o acomodando las cosas, depende el día. Después hacemos el almuerzo, cuando ellos llegan comemos, después lavamos los platos mientras mi papá duerme la siesta y mis hermanos miran televisión o juegan con la Play. A la tarde tengo que ordenar las piezas, tender las camas, levantarles sus calzoncillos, sus medias, su ropa. Ponerla a lavar, tenderla, plancharla. Para después prepararles la cena. Claro, poner la mesa, servir la comida y cuando me siento, cuando me siento mi papá me dice “Nena, servime soda”, ¡Servime soda! 52


La remera 5 de setiembre de 2018.

El demandante mantuvo su mirada sobre sus manos y luego la dejó correr sobre sus brazos. “¿Cómo me afecta la psoriasis en mi vida cotidiana, me pregunta usted?”, dijo. Pensó un instante, meditó unos segundos, tomó su remera y se la quitó. “Ahora dígame si entraría a una piscina conmigo” Silencio seguido de más silencios. El abogado del demandado bajó su mirada. Su abogado también. A mi mente solo vino una palabra: Filadelfia.

Nota: Esta situación la viví siendo ya juez de Cámara

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II Los tiempitos de nosotros los del tribunal

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Saber escuchar I 26 de agosto de 2015

Una señora bajita, con una pollera negra, una blusa y un saquito de lana roja entró en el departamento donde yo ostentaba mi diploma de abogado, pocos meses después de que Mario me dio la mano y me felicitó por haber terminado la carrera. Se sentó, tomó su cartera negra de cuerina y, despacio, sacó un papel doblado en cuatro. El vértice del doblez dejaba ver un agujerito que unía las dos líneas cruzadas dibujadas en el dorso. Lo desplegó y lo puso sobre el escritorio: “certificado de matrimonio” se leía. Me lo dio en mi mano y, sin mirarme a los ojos, me dijo: “Quiero pedirle el divorcio”. Tomé sus datos, los de su marido, le expliqué el trámite y así se fue, en silencio, con la cartera amarrada entre su pulgar y su codo, aprisionada contra su costado izquierdo. -No entiendo, le dije a la Secretaria de Familia 4, “estese a la sentencia número ….”? -Sí, doctor, ¡este divorcio lo dictamos hace tres años! La señora bajita, con su pollera negra, su blusa y su saquito de lana roja, volvió a entrar a mi remedo de oficina. 56


-A ver, señora, ¡usted ya está divorciada…! -Sí, pero por la casa, ahora me quiero divorciar por el auto. Un joven con título de abogado aprendió una enorme lección: respetar al cliente comienza por escuchar su historia, observar sus gestos, mirar sus ojos, deslizar alguna pregunta. Me lo enseñó una señora bajita, de cabellos color azabache, que venía en colectivo desde el barrio que está cruzando la avenida. Allí empecé a cursar “Saber Escuchar I”, claro está, fuera de la Facultad.

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Defensa de la universidad pública 18 de agosto de 2018

Me pregunta usted por qué apoyo y defiendo la universidad pública. Déjeme contarle esta breve historia: El primer día de mi primer grado mi papá dejó en claro que el camino hacia la escuela culminaba en la Universidad. Unos meses antes de finalizar la primaria me anotó en el cursillo del Superior de Comercio, mas sus ajados pulmones le jugaron una mala pasada y nunca supo que ingresé. Chola, mi mamá, se puso el guardapolvo de almacenera, la casa al hombro y sostuvo a sus dos hijos adolescentes hasta la universidad. Jorge, mi hermano mayor, egresado de la Técnica 2, comenzó en la Universidad Nacional de Rosario la carrera de artes plásticas. Cuatro años después yo empecé Abogacía también en la UNR. Chola siguió al frente del almacén durante muchos años. Allí trabajó mi hermano mientras cursó su carrera. Yo fui becado en el Nota: Si bien con un párrafo menos, el texto fue publicado por el diario La Capital del 18 de agosto de 2018.

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Banco Nacional de Desarrollo por haber sido egresado del Superior y allí trabajé hasta unos años después de haberme recibido, pero a la tardecita el almacén me esperaba con los brazos abiertos. Sabe, tres de mis cuatro abuelos no sabían leer ni escribir. Mi mamá terminó su escuela primaria al poco tiempo de nacer mi hermano y la secundaria en un EEMPA provincial. ¿Usted se da cuenta?: los nietos de dos peones rurales y de un almacenero andaluz que no sabían leer ni escribir pudieron recibir gratuitamente enseñanza secundaria y universitaria de un muy alto nivel con el único requisito de vivir en nuestro país. Hace unos pocos meses, mi hermano fue reconocido por el Concejo Municipal como “Artista Plástico Distinguido” de nuestra Ciudad. Por mi parte, soy juez de la Cámara de Apelación en lo Civil y Comercial. ¿Me pregunta usted por qué apoyar y defender la universidad pública? ¿Qué más puedo decirle?

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El nonius 19 de diciembre de 2015

Hace casi ocho años me dieron un nonius. Es un nonius especial; mensura mi mesura, calibra mis palabras. No siempre funciona bien, es cierto. Cada tanto me dan ganas de olvidarlo (al menos por un ratito). Después lo pienso y hago las paces con él, cuanto más me mide, más libre me hace.

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Los quenoés 4 de junio de 2016

Esta mañana estuve en el Despacho, redacté un par de sentencias breves y empecé con una de esas que se esconden tras las fojas. Quizá esto que escribo aquí sea un arrebato que mi nonius no ha logrado calibrar. Todos los días veo gente ejerciendo sus derechos. Lo hacen acompañados de abogados, claro está. Yo soy abogado desde hace casi veintisiete años y amo apasionadamente esta tarea. ¿Cuál es la tarea? Creo saber qué no es, más bien algunos pocos "qué no es" acotados al fuero de familia. Sé que no somos nosotros los que ejercemos el derecho, son ellos. Sé que poner en acto el ejercicio del derecho de otro no es proponer un silogismo ni resolver cuan silogismo. Sé que poner en acto el ejercicio del derecho de otro no es una declamación de convenciones, constituciones, códigos o grandes letras, palabras o frases. 61


Sé, también, que no es llenar de escritos, peticiones, pretensiones y recursos como tampoco lo es hacer de requisitos previos la base de la no respuesta. Sé también que poner en acto el ejercicio del derecho de otro no se reduce al derecho. El fuero de familia es un fuero de personas de carne, hueso, culturas y creencias. Es un fuero de vulnerabilidades varias. Ese "poner en acto" sólo lo entiendo con las patas en el barro, las suelas en los pasillos, los valores de la ley en la cabeza y la mirada en la mirada del otro. Todas las letras de todas nuestras frases de todos nuestros libros de todos nuestros textos solo valen si hay otro. Si no lo hay, solo quedamos nosotros que, precisamente, no somos los que ejercemos los derechos.

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La caja negra de Alberto Petracca 24 de agosto de 2016

Hace una semana que estoy con esta sentencia. Tengo al caso sobre la palma de mi mano. Lo miro, lo doy vueltas, lo subo, lo bajo, lo sueño. Lo charlo corriendo, lo debato caminando. Cada tanto se asoman las caras y las sonrisas desde una realidad que susurra: ¡dale, cuánto tiempo más te vamos a esperar!. También unos ojos largos que van diciendo adiós a un padre laburante, de mirada breve, que no pudo, solo. Y esta presbicia que me inunda la mirada cuando lo veo allí sentado frente a mí masticando su pobreza y su impotencia. Acá estoy, buscando las palabras justas que me permitan normativamente describir la realidad de esos pibes. Me vino a la memoria el querido Alberto y aquellas clases del '94 en el posgrado de familia. Alberto nos hablaba del juez, la sentencia y su caja negra. La caja negra es siempre anterior a la sentencia y allí están la decisión del juez, sus razones y sus motivos profundos. En la sentencia, solo un pequeño reflejo, a veces desleal, de aquella caja preexistente. ¡Hurgar la sentencia hasta hallar la caja negra! ¡Ese era el desafío! Hace una semana que estoy con esta sentencia. Esperame un poquito, un poquito más, no la puedo hallar.

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Las mujeres del pasillo 8 de marzo de 2015

Día de la Mujer, escucho y leo. La primera imagen que asocia mi mente es la de un grupo de mujeres esperando en el pasillo del Tribunal. Con sus pocas cosas, con sus hijos y sus hijas jugando en el piso, cuidándolos con sus miradas o con un par de gritos. Un poco más allá, en soledad, ella también espera parada en un rincón con su zapatos cuidados, una cartera colgando y un par de lentes negros que la ocultan. Una abrumadora mayoría de las personas que llegan a la Secretaría de Violencia Familiar del Tribunal son mujeres. Algunas mienten, es cierto, pero son una pequeña minoría que pocas veces pueden engañar a la oreja adiestrada de Mariana. Hay otras imágenes de mi trabajo que podría traer y en algún momento las podemos charlar. Pero hoy aparecieron éstas. Son útiles los “días de….”, a mi me vienen bien, sirven para pensar y por sobre todo para pensar juntos. Puedo saludar, y lo haré, a las mujeres de mi familia, a mis amigas, a mis compañeras de trabajo. Decirles “feliz día” y lo digo. Pero si lo dejo así, en un saludo arrojado al aire cibernético, disfrazo a las mujeres del pasillo que, entre tantas, le dan sentido a este día. 64


Las madres solidarias 19 de octubre de 2014

¡Hay tantas madres! En estos años he conocido a muchas, todas madres y todas distintas también. Algunas con sus manos abiertas y preparadas para dar una caricia, otras no. Otras no. Algunas de ellas han tomado de sus manos a unos niños sin estar obligadas a hacerlo. Los cuidaron como con sus propios hijos lo hicieron. Los guiaron por un tiempo, breve y eterno, hasta que ellos hallaron a sus nuevas mamás. Sé que habrá quienes no estén de acuerdo con este saludo. Sin embargo, ¿quién podría decir que no han sido madres en cada una de aquellas horas? ¡Gracias, Emilce! ¡Gracias Mirta! ¡Gracias a todas las madres y a los padres de las familias solidarias! ¡Feliz día para ustedes!!!

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Poner en valor la infancia o la eternización de la inseguridad 22 de agosto de 2016

Las consecuencias de la inseguridad duelen y mucho. Esta última semana ha sido particularmente trágica. Hay también un ramillete de hechos pequeños y cotidianos que nos acompaña a diario y nos ha obligado a cambiar costumbres y estilos, formas de entrar, de salir y de vivir en nuestras propias casas. No soy un especialista en seguridad, tampoco en derecho penal y menos aún en criminología. No estoy entre quienes deben tomar decisiones al respecto, no es mi área, lo vivo, padezco y siento como vecino, padre, amigo, ciudadano. Sin embargo, ese “no ser” o “no estar” no me exime de responsabilidades y no solo por el lugar que transitoriamente me toca ocupar. Sino precisamente porque soy ciudadano. En este marco tan complejo ese lugar de responsabilidad propia puede ser un poco más amplio, un poco más estrecho. El mío pasa por los derechos de las familias, de la infancia y la adolescencia, de los sectores vulnerables. 66


La muerte del pibe –todos ellos- es bronca y es herida. Es ponerse “en el lugar de…”. Es también acompañar el reclamo de los que quedaron vivos. Cuando pienso al pibe que jaló el gatillo me pregunto qué estuvo ausente allá, en su propia infancia. No para que no reciba la condena que merezca y que la cumpla sino para evitar seguir repitiendo lo mismo. Sé que esto no tiene que ver con los hechos de hoy y tampoco con las respuestas represivas y la prevención en el día a día. Creo, sí, que si no asumimos la imperiosa y urgente necesidad de poner en valor la infancia y la adolescencia seguiremos repitiendo lo mismo una y otra vez y en pocos años habrá otro pibe que jale el gatillo. Aquí también hay responsabilidades, de todos, pero pesan más en unos que en otros. Poner en valor la infancia implica entre otras cosas no mirarse el ombligo propio, no especular desde tu mezquino lugar de conveniencias. Implica ir más allá de los cálculos y las mesuras. Disculpen, se me deben estar escapando otras decenas de aristas que no veo. Mas las ausencias las palpo a diario.

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Gabriela Mistral y la doctora Díaz 12 de agosto de 2014

Hoy estuvo Araceli por mi juzgado. Recordó una frase de Gabriela Mistral sobre la niñez y su futuro. Tan cierta, tan actual: “El futuro de los niños es siempre hoy. Mañana será tarde”. ¡Gracias, Araceli! (para quienes no son rosarinos o no forman parte del fuero de familia rosarino, me refiero a Araceli Margarita Díaz)

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El tiempo de la niñez 20 de octubre de 2014

Vuelvo con el tiempo de la niñez. Especialmente el de aquellas niñas y niños con derechos fundamentales gravemente vulnerados. Comparto estas líneas finales de una sentencia que firmé este mes: “Hace unos días mi pequeña hija de nueve años nos dijo que cuando ella estaba en primer grado las vacaciones de invierno duraban tres semanas. Es una inocente y hermosa síntesis de aquello que el tiempo es en la niñez y de cómo el paso de los años lo va desdibujando. (...) La niñez no es eterna. Quizá cada uno de los que tenemos responsabilidades en esta materia podamos sopesar el tiempo de cada niño si recordamos cuánto duraban las vacaciones cuando íbamos a la escuela primaria. Y así pensar cuánto dura el tiempo cuando los derechos fundamentales son vulnerados hora tras hora, tarde tras tarde, noche tras noche”.

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Mi amigo Luis 2 de febrero de 2016

Hoy me acordé varias veces de Luis y a la salida del Tribunal me lo crucé a Cristian, su hermano. Hace un tiempo fui invitado a dar una charla en el Colegio de Abogados de Rosario y antes de empezarla leí este texto que hoy comparto: “Los abogados que seguimos el sendero del Poder Judicial nunca dejamos de estar vinculados al Colegio de Abogados, seguimos, con matrícula suspendida. Desde mayo de este año, las charlas que doy para abogados las he dedicado a la Memoria de Luis Bitetti. Hoy, si me permiten un par de minutos, quisiera hablar de él. Luis era, en esencia, un abogado. Pocos saben que se había matriculado aquí, en el Colegio, aún sabiendo que no ejercería y que tendría su matrícula suspendida. Luis era abogado todo el día. Leía derecho. Estudiaba derecho. Vivía el derecho con pasión. Una visión y una pasión muy distinta a la que yo tengo del derecho y en eso diferíamos y a veces chocábamos. Luis y yo trabajamos uno frente al otro durante cinco años. 72


Crecimos juntos como secretario y como juez. Durante cinco años hicimos un equipo. Nos conocíamos las mañanas y las chinches. Habíamos generado ciertas rutinas, ciertas bromas, que mitigaban los enojos. Los proyectos de decretos de Luis casi, casi, no tenían errores procesales. Quizá las diferencias estribaban en ese modo distinto de entender el derecho. Éramos amigos del trabajo y en el trabajo Sé que se ha ido masticando broncas por mi forma de decir las cosas, por su forma de recibir las cosas. Luis era un tipo culto. Jodido, sí. Pero un buen tipo. Luis leía mis sentencias más difíciles. Yo se lo pedía, para que las criticara, para que las destrozara. Y cuando Luis encontraba algo que yo debía cambiar, me decía: ¡Qué Secretario tenés! ¡Tenés un Secretario de Lujo! Y yo, con esta estúpida cosa estoica que me signa, nunca le di la razón. Nunca le di las gracias. Esta charla va dedicada a un amigo, que era un Secretario de Lujo, Luis Bitetti. Octubre de 2013”.

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Premios 13 de diciembre de 2016

Ayer me preguntaron si había recibido algún premio por mi labor como juez. Sí, no muchos, más bien poquitos pero importantísimos premios: un saludo navideño grabado por los hermanitos Cé, una foto con un marco adornado por la niña E, una cartita escrita de puño y letra por el niño Efe, un libro del abuelo de los niños Ene, una foto de Ele abanderada y una de Pé también abanderada, unas manitos saludando desde un auto gritando "mirá mamá quien va ahí", una sonrisa misericordiosa de Cedé cuando le dije otro nombre, una estampita de la comunión de Ele y otra estampita más de la comunión de... los bellísimos audios que escuchamos en la presentación del libro, el amor con que fueron hechos y la confianza. ¿Si nuestra tarea tiene buenos momentos?

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El sello "óptimo" 2 de junio de 2017

En mi querida escuela Boneo la seño llevaba tu cuaderno a la Dirección y te distinguían con el sello "óptimo" cuando lograbas algo especial, algo extraordinario más allá del rendimiento escolar. En aquellas ocasiones -que no fueron muchas para mí- esperaba ansioso la campana de la última hora para llegar a mi casa y mostrárselo a Chola y a Pepito. Luego daba la vuelta y entraba sin golpear al pasillo de Betty para que ella también lo viera. Ayer fue un día especial. Llegué al barrio y en la esquina estaba el almacén; corrí la cortina de tiritas y me recibieron Pepito, Chola, mis abuelos y Betty que había venido a hablar por teléfono. “¡Traje un sello óptimo! ¡Traje un sello óptimo!”, les dije. Ellos me miraron, se sonrieron y me acariciaron la mejilla.

Nota: El Gobernador de la Provincia envió a la Asamblea Legislativa mi pliego para cubrir la vacante que deja el querido amigo Darío Cúneo en la Sala III de la Cámara de Apelación en lo Civil y Comercial de Rosario. Más allá de la decisión que finalmente se adopte este es para mí un logro en sí mismo y vale compartirlo.

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El pequeño despacho 6 de agosto de 2017

Mi despacho tiene una ochava como el almacén de mi abuelo Pepe. Sus generosos ventanales dan a la avenida Pellegrini. Son tan generosos que permiten el paso de todos los sonidos, todos los aromas, todos los vientos. Mi despacho es pequeño pero allí entramos todos. Somos una multitud si contamos a las hormigas que viven entre los pasadizos de la refrigeración inconclusa. Son muy amigables, alcanza con olvidar una tacita de café sobre el alféizar del ventanal para que varias de ellas vengan de visita. Sus muebles responden a un estilo ecléctico minimalista. Son muy funcionales, logran ensimismarse cuando somos más de cuatro en una audiencia. Mi despacho está colmado de palabras que flotan en el aire o se esconden entre los libros para no dejar solas a las palabras nuevas. Todas hacen silencio cuando arriban las palabritas que crecen desde el pie.

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Sus paredes son blancas y lisas, sin clavos ni perforaciones, muy reglamentarias. Hay un solo intruso producto de una piedra que entendió mal la gentileza de los ventanales. La puerta tiene una cortinita americana remendada con cinta scotch que permite pispear antes de entrar. Por la puerta pasan todos, todos. Mi despacho está lleno de colores, de dibujos y letras dibujadas, de mensajes y de caricias. Todos están sobre la pared, eso sí, sin hacer un solo agujerito. El aire de mi despacho está compuesto por sonrisas y llantos, gritos y susurros, carcajadas y desconsuelos, de miradas, de ojos rojos y húmedos, de gestos, de saltos y trepadas, de mocos sueltos, de gracias y de puteadas. Mi despacho es tan pequeño, tan pequeño y tan bonito, que cabe en una esquina de mi corazón y se va conmigo.

Nota: Al día siguiente asumí el cargo de Juez de Cámara.

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Las “patas” en el barro, las manos en la Constitución

De un meduloso voto del Dr. Ariel Carlos Ariza –juez de la Sala 1ª de la Cámara de Apelación que integro – que se diera a conocer hace unos pocos días, me permito compartir un párrafo: “Cuando las hipotéticas decisiones jurisdiccionales, so pretexto de hacer cumplir cabalmente la ley, no se compadecen con la realidad tangible del caso concreto, cuando puestas imaginariamente en práctica ocasionan alteraciones palpables en nuestros sentidos, cuando tales soluciones aparecen como descabelladas, se impone al juzgador una acabada revisión de su hipotética decisión. Un buen ejercicio es evaluar si el decisorio proyectado da contenido al adjetivo “superior” que califica a “interés” en el mandato constitucional de estar siempre en pos del “superior interés del niño” o si, por el contrario, le quita toda sustancia y genera más perjuicios que beneficios, más aún cuando esos beneficios redundan solo en pos de la letra de ciertas leyes evaluadas con marcada limitación y sin tener en cuenta una visión normativa de conjunto.”

Nota: Fue publicado el 28 de setiembre de 2018 en el diario "La Capital” de Rosario

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Como podemos inferir el pasaje transcripto forma parte de una sentencia vinculada a los derechos de la niñez. Sin embargo, su mensaje es aplicable a cualquier situación donde se ponen en juego los derechos de los seres humanos. Hace un tiempo publiqué en el libro “¿Cuánto tiempo es un tiempito?” un breve relato titulado “Los quenoés”. A partir de esas consideraciones del Dr. Ariza me parece oportuno desempolvarlo, con algunos agregados y algunas actualizaciones. Todos los días veo, en los Tribunales de Rosario, gente ejerciendo sus derechos. Lo hacen con la compañía de profesionales de la abogacía y la procuración, claro está. Yo soy abogado desde hace casi veintinueve años y amo apasionadamente esta tarea. ¿Cuál es esa tarea? Creo saber qué no es, más bien algunos pocos "qué-no-es" acotados al fuero de familia. Sé que no somos nosotros los que ejercemos el derecho, son ellos. Sé que poner en acto el ejercicio del derecho de otro no es proponer un silogismo ni resolver como silogismo. Sé que poner en acto el ejercicio del derecho de otro no es una declamación de convenciones, constituciones, códigos o grandes letras, palabras o frases. Sé, también, que no es llenar de escritos, peticiones, pretensiones y recursos como tampoco lo es hacer de requisitos previos la base de la no respuesta. Sé también que poner en acto el ejercicio del derecho de otro no se reduce al derecho. Ese "poner en acto" sólo lo entiendo con las “patas” en el barro, las suelas en los pasillos, los valores de la Constitución en la cabeza y la mirada en la mirada del otro. Las personas que cotidianamente asisten al fuero de familia, como sucede también en los otros fueros, le están encomendando una porción de su vida, a veces una porción gigante de su vida. La enorme mayoría pone sobre el escritorio, o hace escribir en papelitos, todas sus tristezas y sus miserias, sus mezquindades, sus dolores, sus angustias, sus lágrimas, sus perversiones. A veces, 79


una vez cada tanto, sus virtudes y sus alegrías. Las personas que las reciben, como así también quienes las acompañan, no forman parte de sus afectos, no comparten necesariamente sus costumbres, no interpretan las palabras del mismo modo, no son ellas ni son ellos. Se da allí una situación de soledad comparable únicamente con la que tienen quienes ejercen la magistratura a la hora de firmar las decisiones (a ésta última la llamo: “la soledad del gancho”). Ese conjunto de tristezas, miserias, mezquindades, dolores, angustias, lágrimas, perversiones, virtudes y alegrías, miradas, gestos, costumbres, idiomas, signos, creencias, símbolos, son el terreno, son el territorio, es un piso plagado de desniveles y de piedritas. Quienes acompañan, quienes reciben, quienes atienden, quienes informan, quienes deciden, deben conocerlo como conocen la vereda donde jugaban en la niñez. Deben saber mirar en la mirada del otro, hurgar en sus gestos, ponerse en sus zapatos. Las “patas” en el barro nos colocan en una situación muy distinta frente a la duda y a la pregunta. Algo así como si tiene una duda, dude. Busque, investigue, pregunte. Vuelva a dudar. Haga bollitos de papel y vuelva a escribir. Las “patas” en el barro también nos permiten corregir y si ya no se puede, pedir disculpas. ¿Se relaciona esto con el “sentido común”? A mi juicio, no. Actuar y decidir con “las patas en el barro” sólo encuentra un sendero adecuado si nuestras manos están sobre los valores y las normas de la Constitución Nacional y de los Tratados Internacionales de Derechos Humanos. Sin embargo, nunca debemos olvidar que todas las letras de todas nuestras frases de todos nuestros libros de todos nuestros textos solo valen si hay otro. Si no lo hay, solo quedamos nosotros que, precisamente, no somos los que ejercemos los derechos.

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Las suelas de los zapatos

Los requisitos para ser titular de un juzgado de familia en la Provincia de Santa Fe son sustancialmente los mismos que para cualquier otro fuero. El Código Civil y Comercial, vigente desde 2015, incorporó la exigencia de especialización y plasmó en la norma una pauta que se vino aplicando en nuestro ámbito en las designaciones de los últimos años. Además de cumplimentar esos requisitos constitucionales y de especialización, quien se postula debe lograr que el Consejo de la Magistratura incluya su nombre en un listado de postulantes que superaron exitosamente los distintos tramos del concurso convocado para cubrir el cargo vacante. Finalmente, debe aguardar que ese nombre sea seleccionado por el Poder Ejecutivo y luego aprobado por la Asamblea Legislativa provincial. El requisito de especialidad se muestra un tanto difuso. La norma dice que “los jueces ante los cuales tramitan estas causas -las de Notas: Fue publicado el 5 de noviembre de 2018 en el diario "El Ciudadano & la región" de Rosario.

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familias, claro está- deben ser especializados y contar con apoyo multidisciplinario”. Es una verdad de Perogrullo sostener que la especialización mencionada se dirige al derecho de familias desde la perspectiva de las tradicionales aristas que lo componen: alimentos, filiación, adopción, responsabilidad parental, cuidado personal de los hijos, derecho a la debida comunicación, tutela, divorcio, nulidad del matrimonio, etcétera. Sin embargo, el requisito no se agota sólo con esa rama del derecho. En nuestra Provincia, el fuero de familias también incluye, entre otros aspectos, restricciones a la capacidad, declaraciones de incapacidad y control de legalidad de internaciones involuntarias, la problemática de la niñez con derechos gravemente vulnerados y violencia familiar, áreas que constituyen e imponen ámbitos propios de especialidad. Sin apartarnos de la perspectiva del derecho, la jueza y el juez de familia deberán también ostentar un marcado conocimiento del derecho constitucional y de los tratados y convenciones de derechos humanos, en tanto y en cuanto toda la actividad del fuero se relaciona con la vida de personas en situación de vulnerabilidad. Parece también una suerte de obviedad sostener que, en este fuero, acotar la especialidad al derecho –en cuanto disciplina- no se adecua a las necesidades de nuestra comunidad y a las exigencias de nuestro siglo. En este punto, cabe destacar que la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario ha sido pionera en el orden nacional al proponer en 1987 la creación de una Carrera de Posgrado de Abogado Especialista en Derecho de Familia que incluyera una marcada formación en disciplinas no-jurídicas (antropología, sociología y psicología), perspectiva que respondió a la iniciativa y visión de futuro del maestro Oscar Borgonovo. Esa Carrera funciona ininterrumpidamente desde 1991 bajo esa consigna. La mirada de la jueza y del juez desde un saber ampliado no implica, de modo alguno, un intento de suplir a quienes brindan un conocimiento específico desde las disciplinas distintas al derecho. Por el contrario, como vimos una de las exigencias de la norma 82


es el apoyo de esas otras disciplinas. Amén de ello, la lectura del aporte multidisciplinario es efectuada por quien es titular del juzgado –cuya formación de base es solo jurídica- y es su mano la única habilitada para decidir. Sin embargo, algo está faltando. A mi juicio deberían exigirse un par de requisitos adicionales. Son solo dos cajas, quizá pequeñas, no es necesario que sean enormes. A la primera caja se le adherirá un rótulo: “las suelas propias”. En ella se deben poner las suelas de los zapatos que ha usado durante toda su vida quien se postule. La segunda caja se titulará “las suelas ajenas”. Prolijamente se colocarán allí las suelas de los otros y de las otras que han requerido la atención de la persona postulante. Al abrir la primera, el jurado deberá sacar las suelas una a una y las observará minuciosamente. ¿Cuántas son? ¿Están gastadas, dónde, adelante, en el medio, atrás? ¿Se puede mirar a través de ellas? ¿Cuántas piedritas se colaron por allí? ¿Han cambiado o son siempre las mismas? ¿Acompañaron alguna vez a la letrina del fondo? ¿Son de cuero? ¿Tienen cámara de aire? ¿Qué suelos han pisado esas suelas? Luego abrirá la segunda caja y ordenará las suelas sobre el piso. La persona postulante deberá descalzarse y pararse sobre ellas. En ese instante, el jurado se acercará e intentará develar si esos pies ya han estado allí o si solo permanecieron sobre las suelas de los zapatos propios.

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III Los tiempitos en mi infancia

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Los Canitos 18 de julio de 2017

José María Isidoro Molina Segovia nació en Líjar, provincia de Almería, Reino de España, el 8 de mayo de 1903 a las seis de la tarde. Así lo nombró su padre don Juan Molina Molina el día en que lo bautizaron. Don Juan estaba casado con doña Isabel Segovia Saer con quien tuvo otros cuatro hijos: Anselmo, Amador, Juan y María. En Líjar todos son un poco Molina, un poco Saer, un poco Segovia, un poco Teruel y algún otro apellido que estoy olvidando. Con tantos repetidos y sus combinaciones el mote de la familia es esencial. El de los Molina Segovia era “Canito”, por los cabellos blancos de sus cabezas. La mañana del 27 de octubre de 1923, don Juan Molina Molina fue hasta el Juzgado Municipal de Líjar acompañado por don Bartolomé Díaz y don Andrés Segovia. Lo recibió don Aureliano Saer Saer, juez municipal, y ante él dijo: “que mi hijo legítimo José Molina Segovia, de veinte años de edad, natural de esta villa, soltero y de oficio agricultor, tiene proyectado marcharse en busca de trabajo a la República Argentina, a trabajar en su referido oficio, mas como para ello y para poder embarcar necesita obtener 86


previamente el permiso del manifestante, por ser menor de edad, el que habla se lo otorga y tan amplio como en derecho proceda”. Escribió despacito cada letra de su nombre, las trazó con pequeños arabescos y subrayó su firma con una bella línea curva que volvía sobre sí para dibujar el infinito y no decir adiós. El 14 de noviembre de 1923 el doctor Cisneros, licenciado en medicina, titular de Líjar, de su puño y letra escribió que José Molina Segovia no padecía enfermedades infecciosas ni contagiosas y que estaba vacunado contra la varicela y lo firmó junto al Alcalde don Pedro López. Al día siguiente el juez municipal también certificó que José era vecino de Líjar y se domiciliaba en la Cortijada de la Huertecicas, que en tiempo alguno había ejercido la mendicidad y que era apto para trabajar, todo ello pasado ante el Secretario don Juan Molina, cuyo parentesco desconozco. José – sus otros nombres hacía ya mucho tiempo se habían quedado escondidos en la parroquia de Líjar- besó a doña Isabel en su mejilla y con un gesto breve se despidió de don Juan. Miró la Cortijada y volvió a mirar dos veces más. Nunca regresó. Se embarcó en el vapor Balmes, que antes se había llamado José Gallart y antes Montclair , y llegó a Buenos Aires el 28 de diciembre de 1923. Los usos argentinos diluyeron su segundo apellido. Junto a sus hermanos Anselmo y Amador se instaló en el barrio de la Refinería de Rosario, provincia de Santa Fe. El agricultor se puso el guardapolvos de almacenero y lo llevó por siempre. Al poco tiempo conoció a María Laura Olid y con ella se casó el 11 de enero de 1930. Tuvieron un solo hijo, José, que nació el 11 de junio de 1931. José María Isidoro Molina Segovia, de la familia de los Canitos, fue por estos lares Pepe y su hijo, claro está, Pepito. Mi hermano Jorge Alberto y yo somos sus nietos. Los vínculos con los otros hermanos de Pepe que vivían en Rosario se fueron esfumando intensamente luego de la muerte de Pepito en 1978. De los que habían quedado en España, al menos nosotros, nada sabíamos. Pepe murió en la madrugada del 7 de octubre de 1992 en la pieza que él hizo construir y sobre la cama de bronce que él mandó 87


niquelar. Mi mamá peinó sus canas y juntos lo calzamos con sus zapatos de salir y lo vestimos con la camisa blanca y su traje marrón. Los vecinos, que eran sus amigos, los familiares, los clientes, los proveedores, todos estuvieron allí y lo despidieron con una sonrisa respetuosa. Había muerto Don Pepe, la cuadra hizo silencio. En enero de este año 2017 estuve en Líjar junto a mi familia. Fue un día domingo de invierno y nadie supo decirme si aún residían descendientes de don Juan y doña Isabel. Es razonable, había Molina por todos lados. Al día siguiente nos recibió en el Ayuntamiento don Antonio Crisol quien con gran amabilidad logró hallar la partida de defunción de doña Isabel. Por la tarde de ese día nos informó que María había muerto antes que su madre y que Juan se había quedado en Líjar y había tenido varios hijos. También nos contó que uno de ellos, Federico, un hombre de más de ochenta años, aún vivía en Líjar pero para esas horas nosotros ya estábamos en Barcelona. El domingo pasado escuchamos en mi celular el bello tono andaluz de la voz de Federico quien con sus ochenta y tres años dijo algunas palabras hasta que la emoción se lo permitió: “Primo, Marcelo, te llamo, que soy hijo de Juan Molina Segovia, quiero tener…”. Federico, primo de mi padre, tío abuelo nuestro, hemos cumplido con el deseo dibujado por don Juan Molina Molina al pie de su firma. Aquí estamos, los Canitos, volviendo.

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¡Qué va a ser oro! 7 de octubre de 2015

Siempre pienso en ese día que bajaste del cortijo de arriba y lo miraste por última vez. ¿Qué zapatos tenías? ¿Cómo eran las piedras de ese sendero? ¿Hacía frío? ¿Tenías miedo? Siempre pienso en los ojos de tu mamá viéndote partir. ¿Hubo un beso de despedida? ¿Hubo una caricia? ¿Cuál habrá sido la última imagen de tu papá? ¿Cómo recordabas Líjar, cómo era para vos Almería? Una vez te pregunté, abuelo querido, si habías ido a la corridas de toros y me contestaste que no, "que quedan lejos", así, en presente. En presente. En esos últimos años te sentabas en los sillones del patio con la puerta de calle abierta y mirando hacia afuera. Saludabas a todos, y todos te saludaban a modo de reverencia. Siempre pensé que estabas esperando, esperándolo venir. No fui un buen nieto. Creo que la bronca me ganó. Pero sabés Pepe, tengo tantas cosas tuyas. Tengo tu apellido. Guardo aún la foto de tu mamá viejita que detrás dice, "mamá de Pepe" escrito por Laura.

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Los papeles de cuando llegaste, los muebles que tienen tu firma dibujada. Pero por sobre todo, una partida de nacimiento que dice que soy de Líjar, Almería, Reino de España. Y es mi orgullo como lo es esta casa. Gracias abuelo por haberte puesto nuevamente el guardapolvos cuando ya estabas para ser abuelo y descansar. Gracias viejo por haber aguantado a aquél mocoso insolente. Hace veintitrés años me llamaste "¡muchacho!" y me dijiste, "dicen que el tiempo es oro, ¡qué va a ser oro!. El tiempo, abuelo Pepe, ese tiempo que no vuelve. Un beso.

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El enorme corazón de Rosa 12 de julio de 2017

Rosa tuvo quince hijos, cuatro dijeron adiós tempranito y a los otros once los alimentó, les enseñó a hablar, los hizo personas. Rosa crió sus hijos -y algunos más- trabajando en el campo santafesino de los años treinta, cuarenta y cincuenta. Rosa mandó a sus hijos a la escuela durante ese breve tiempo en que el dueño del campo no los reclamaba a todos. Los ojos de Rosa eran redondos de color verdecito y su mirada era más dulce que sus mates que eran dulces como sus empanadas y sus morcillas, que solo ella podía hacer. Las manos de Rosa eran cálidas y cariñosas, tenían el aroma de la masa de fideos caseros estirada sobre la mesa de madera de patas redondeadas mezclado con tortas fritas, raviolones y chala. Los labios de Rosa pronunciaban los nombres de todos sus hijos antes de acertar el del hijo al que le hablaba. La sonrisa de Rosa devenía en risa ante la sola presencia de sus nietos. El corazón de Rosa tenía un lugarcito para todos y en sus últimos tiempos Rosa era todo corazón. Dentro de él se fueron sentando todas sus fuerzas, todas sus caricias, cada una de sus palabras. Sólo su mirada de ojos color verdecito se quedó por afuera para darnos un beso y decirnos adiós. 91


El empeño de Chola 5 de junio de 2017

- Mami, es Nelly Bria, dice que si puede venir a comprar un pan grande de manteca y un cuarto de azúcar refinada, que la disculpes por la hora pero que se olvidó - Contestale que venga y toque tres timbres, que ellos tienen “carta blanca” Los tres timbres eran una contraseña esencial en la vida del “almacén y casa de familia”. Nada disgustaba más a mis abuelos que luego del cierre del día alguien viniera a comprar un par de olvidos y medio de ausencias. Un timbre único y aislado solo tenía un significado: “no atender”. A veces mi abuelo Pepe flaqueaba y preguntaba “quién es” con su acento tan andaluz como provocador de las broncas masculladas de mi abuela. - ¿Qué significa “carta blanca” mami? - Que a la buena gente no se la deja esperando en la puerta, contestó Chola marcando una vez más las diferencias. En el barrio los Bría eran una familia muy querida y respetada. Benito tenía un auto enorme en cuyo extenso asiento trasero se perdían sus tres hijos cuando los llevaba a pasear. El auto lo usaba 92


especialmente para trabajar y con él había viajado por todo el litoral. Era vendedor de oro, plata y alhajas, actividad muy común en aquellos años setenta. Pepito solía comprarle algunas cadenitas, anillos y pulseras para regalarle a Chola y así se fue haciendo un pequeño conjunto de cosas de oro y plata que guardaban en una cajita de cartón forrado oculta en el secreter del ropero. En nuestra infancia abrir el secreter y hurgar en la cajita nos colocaba casi a la par del Sargento Sonders o de Peter Graves. Cuando era muy pequeño me encantaba que Pepito me llevara a la Caja de Créditos Arroyito a hacer trámites. Caminábamos por Vélez Sarsfield hasta la Avenida Alberdi y subíamos –o bajábamos no recuerdo bien- una escalerita de un edificio que aún estaba en construcción. A veces tenía suerte y además me llevaba a tomar una Coca al bar Hamburgo que estaba en la esquina. Después de la muerte de Pepito la Caja se transformó en un Banco y el edificio en un enorme salón vidriado y moderno. Cada tanto el gerente llamaba a casa, atendía Chola y al ratito ella salía con la cartera sobre el pecho y con lo que se había recaudado en la mañana para cubrir el descubierto que habían provocado los cheques. - Marcelo, vení, anda hasta el Centro al banco de empeños en esta dirección, fíjate que dice “Banco Municipal de Rosario. Sector Pignoraticio”. Decile que venís a pagar los intereses y que te lo renueve. Chola volvió al mostrador del almacén y, emulando mi infancia, fui rápidamente al ropero para abrir el secreter. La cajita de cartón forrado estaba allí pero vacía. Unos meses después tuve que ir nuevamente al Banco Municipal para pagar los intereses y renovar el préstamo, como antes también lo había hecho mi hermano. Los meses pasaron y Chola no me volvió a mandar. Una tarde le preguntamos si ella había ido a pagar o si había recuperado las cosas empeñadas. Chola, en silencio, miró el mantel de hule, siguió con la yema de su índice la silueta de la flor allí estampada y susurró: “Aún tenemos la chequera”. 93


El agujerito 3 de junio de 2017

Mi casa tenía dos patios, el de adelante y el de atrás. Los separaba de la calle un tapial húmedo y un tanto frágil. El patio de atrás no tenía mosaicos como el de adelante pero era el centro de nuestros juegos. Había una parra, un limonero y una higuera que cuando yo la conocí ya estaba seca. Pepito devolvía su infancia a su rostro cuando le regalaba a los vecinos racimos de uva o limones. Al fondo había un pequeño galponcito de chapa donde mi hermano trepaba y subía al techito cosa que yo nunca pude hacer pero no viene al caso comentar por qué. Sólo me quedaba la escalera de material cuyos peldaños habían sido construidos con la condición de no ser uno igual al otro. Palos de escoba, botellas llenas de agua de lluvia con vayasaberqués en el fondo, hormigas, babosas, mamboretás, alguaciles, mariposas, langostas, el piso frío de portland donde arrojábamos nuestro torso para que miles de soldados libraran batallas interminables, los azahares y las plantas de Laura y un conjunto de siluetas que solo están en nuestra memoria. Cuando yo tenía diez años el patio de atrás le cedió su lugar a un garaje para la renoleta y galpón del almacén. Una parte del tapial 94


se hizo portón de chapa y el piso de portland se cubrió de varias decenas de baldosas distintas siguiendo un diseño que pensó pepito y que el pobre Lorenzo Annone no pudo reproducir (cuando Pepito lo vio le dijo a Chola, “Lorenzo necesita el trabajo”) En el 78 la renoleta se quedó en la Plaza Sarmiento y de allí pasó directo a la casa de Diano sin volver nunca más al galpón. El asma le ganó a Pepito y el galpón, de a poco, dejó de serlo. Mi pieza estaba pegada a la parte de atrás galpón pero no tenía una puerta que los comunicara. Cuando empecé la Facultad se me ocurrió hacerme allí un lugarcito que me permitiera estudiar lejos del ruido del almacén y cerquita de mi cama. Con una tiza roja dibujé una puerta, tomé una masa, un martillo y un cortafierro y empecé a delinear un vano. El primer agujerito arrojó un aire fresco sobre mi cara, acerqué mi ojo derecho y pude ver la pieza. Volví a mirar y allí estaba Chola, aterrada, con el delantal puesto y los brazos en jarra. “No pasa nada, mama, estoy haciendo una puerta”, le dije. Chola me lanzó sus ojos, no pronunció palabra alguna y volvió, resignada, al mostrador del almacén.

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La Buqui 9 de mayo de 2017

El perrito que mi papá y mi mamá tuvieron en los primeros años de su matrimonio se llamaba Sesqui. El nombre se lo puso Pepito porque era 1960 y se festejaba el sesquicentenario de la Revolución de Mayo. No lo recuerdo y creo, es más, que no lo conocí. Pero siempre estaba presente en los relatos de mi viejo y en los que sobre mi viejo oí tantas veces luego. Cuando yo tenía cuatro años llegó Buqui, una perrita que mis padres le habían regalado a mi hermano. Era hija de los caniches de Doña Blanca quien vivía en la esquina de la calle Junín. Su pelo era negro y rizado como el de todo caniche que se precie de tal, tenía cola y su tamaño era el de los caniches de la época: único, no era grande, ni chica y menos aún hiperchica. Para mis abuelos un perro vivía en el patio y no se la nombraba en diminutivo. A partir de esa condición nuestra vida con Buqui fue al aire libre, llena de patio y de terraza. Cada tanto se nos escabullía al comedor o a las piezas y Buqui, que era la Buqui, hallaba su propio concepto de la felicidad. La Buqui tenía una dieta privilegiada: recortes de fiambres y de quesos que mi abuelo le preparaba en un acto de cariño poco compatible con el vedado ingreso a la casa. 96


Aquél día de setiembre cuando Pepito murió, la Buqui nos miraba calladita, sin ladrar, como acompañando la tristeza. Luego, su vida caminó por el rumbo azaroso de la nuestra. En sus últimos años estaba muy enferma. Una noche húmeda de junio del 85 se acostó y no se levantó más. Me acerqué a su cucha -que estaba en el patio pero pegadita a nuestra pieza- y me quedé sentado junto a ella. Me miró con sus ojitos negros y movió levemente una patita; le acaricié los rulitos de su cabeza y la dejé dormir. A la mañana siguiente Chola puso su cuerpo en una caja grande de cartón. Mi hermano y yo atamos la caja a la bici y la llevamos de tiro por Echeverría bajo una llovizna insistente y con una pala de punta en la mano. Fuimos hasta la vía que estaba detrás de la Centenera y allí cavamos un pozo más o menos profundo. Despacito la bajamos, como remediando el olvido.

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El platito 3 de mayo de 2017

La maestra de dibujo, recurriendo a una técnica de probada efectividad, nos hizo cubrir con tinta china un plato pequeño hasta que no fuese visible ni siquiera una hendijita de loza blanca. Cuando se secó nos pidió que, con un alfiler o con la punta del compás, raspáramos la capita negra de la tinta para hacer aparecer sobre el plato un dibujo blanco y una dedicatoria: "para mamá". Luego debíamos pintar con purpurina el borde del plato y finalmente barnizarlo. Cuando llegué a casa le dí el platito a Chola y una vez más su sonrisa le cubrió la cara. Le pedí un plato más y ella me trajo uno idéntico, blanco, pequeño. Hice todos los pasos, la tinta china hasta que cubriera todo, un nuevo dibujo, el compás, la raspadita, la purpurina y el barniz. Envolví el segundo platito en papel madera y caminé hacia el almacén, salí por la esquina y doblé corriendo por Echeverría. Abrí la puerta del pasillo y fui hasta el fondo. "Se dice hola, no?", me dijo. Desde mi estatura pequeñita estiré mi brazo corto y le di el paquetito. Lo abrió, lo miró despacito y leyó: "Para la Bety" (así, en refinero básico) 98


Bety fue la mejor amiga de mi mamá. Cuando era muy pequeño me llevaba por todo el barrio para hacer los mandados y muchos creían que era mi propia mamá. Pero así era por estos lares, todos un poquito los padres de todos y todos nosotros un poquito sus hijos. Bety tenía ese algo de madre grupal, de vecina confiable, de amiga presente. Una suerte de todo terreno del cariño. Para mí su casa siempre fue un refugio, un lugar donde poder estar seguro en mi niñez y en mis primeros años de adolescencia. "Me voy de la Bety", le decía a Chola. Y allá iba, para hablar de nada, para estar en todo. Hoy Bety dejó su enorme belleza recostada en su cama. Ojalá sea cierto y esté tomándose unos mates con Chola riéndose de la propia risa.

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Mis primos hermanos 9 de junio de 2015

¡Apuntale con la linterna! me decía Darío indicando con su índice hacia una rana inmóvil que nos observaba petrificada a la orilla del canal. Gomera, toc, gomera, toc, gomera, toc... Nosotros dos, Rosa y unas milanesas de rana que jamás volveré a comer. Nunca maté una rana, ni una paloma y creo que la piedra se negó siempre a salir derecha cuando yo tiré de la gomera. Pero Darío me hacía sentir que era parte de la cacería aunque sabía que yo era un bicho urbano inhabilitado para tales menesteres. Tengo muchos primos hermanos, especialmente por parte de mi mamá (eran once los hijos de Rosa y Chencho). Los primos de mi papá, son mis primos, como lo son sus hijos que tienen más o menos mi edad. Tengo primos segundos, uno político, otros postizos. Hay primos que casi no conozco, otros van conmigo a cada rato porque somos nuestra niñez. Nos vemos poco y quizá jamás hablemos de nada profundo cuando nos encontramos. Pero verlos siempre es una sonrisa, una carcajada, una alegría, un recuerdo y un silencio. 100


A todos, los que veo, los que casi no conozco, los hermanos, los segundos, los postizos, el político y los primos de mi viejo, quiero que sepan que los quiero mucho. De cada uno de los primos de mi infancia podría contar alguna historia pequeñita pero que va conmigo en mi corazón todos los días. De los que nacieron después, claro que también las tengo. No se ofendan, elegí a Darío, a modo de un tardío e inoportuno ¡te quiero primo!

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Griselda y la muerte de Perón 19 de setiembre de 2015

Era una tarde fea. Creo que volvíamos de un recreo o algo así. La señorita Griselda estaba sentada detrás de su escritorio. En la puerta del salón, que en mi recuerdo es una puerta doble de madera, vi parado a mi hermano. Jorge es cuatro años mayor que yo y para entonces ya estaba en séptimo e iba a la mañana. "Vengo a buscar a Molina", le dijo a Griselda. "¿Por qué?" preguntó ella. "Porque murió Perón", contestó, así, secamente. Griselda inclinó su torso sobre el escritorio, como si balanceara su silla en dos patas, puso sus manos sobre su rostro y muy despacio dijo "vaya". Tomé mis cosas, las puse en el portafolios y crucé el frente del salón hacia el pasillo. Griselda seguía así, con su cuerpo sobre el escritorio y sus manos cubriendo el llanto.

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¿Qué estabas haciendo...? 24 de marzo de 2016

Mi hermano Jorge y yo compartimos durante nuestra infancia y adolescencia una pequeña habitación unida a la de mis padres a través de un vano que nunca tuvo puerta, solo una pequeña cortinita azul que había hecho mi mamá. Mi papá tenía una radio a transistores de esas que venían con una funda de cuero que dejaba visible el dial y la rueda para cambiarlo. Todas las mañanas la encendía y escuchaba los programas de noticias. La colocaba sobre la mesita de luz, en diagonal, con el parlante mirando hacia él y con el volumen muy suave para que nosotros no nos despertáramos. Entredormidos podíamos intuir la luz del velador de mi papá sobre el piso de parquet de su habitación y escuchar ese murmullo de LT8 que no respetaba a la pequeña cortinita azul. En marzo de 1976 yo tenía nueve años y mi hermano ya estaba en la secundaria. Esa mañana mi viejo subió el volumen y me desperté. El sonido árido de la radio no tenía la cadencia de voces de todos los días. Me asusté y mucho, corrí la cortinita y encontré a mi papá y a mi mamá apoyados sobre el respaldo de su cama, en silencio, mirando hacia la nada. Mi mamá se levantó, puso su mano sobre mi hombro, me acompañó hasta la cama y nos dijo "quédense tranquilos, vuelvan a dormir, hoy no van a la escuela". 103


El renault 4S azul metalizado 15 de setiembre de 2016

En mi casa ser pibe era jugar, estudiar y, cada tanto, dar una mano con algunas pequeñas cosas del almacén. Estudiar era la prioridad. Pepito, mi viejo, no nos preguntaba qué queríamos ser cuando fuésemos grandes. La pregunta era cuál carrera universitaria nos gustaría seguir. Algunas veces nos daba alguna tarea especial. En aquél año 77 la mía fue marcar en los clasificados avisos de Renault 4 o 6 o también un Ami 8, que fueran del 68 o anteriores y que no dijesen “0 km”. Yo los leía con esmero y cuando los encontraba les hacía un óvalo azul con una Bic trazo grueso para que mi viejo lo viera. Un día apareció en la puerta del almacén un Reanult 4S Modelo 1968 Patente S064206 y ahí me senté. El 78 era el año esperado, séptimo grado, mundial de fútbol, elección de la escuela secundaria. Mi vida pasaba por los autitos Jet y Matchbox, los camiones Duravit y los de lata, por los soldaditos que eran miles de millones en una pequeña bolsa de arpillera, jugar con mi amigo el Matra y el placer de ir a la escuela. ¿Cuál secundaria? No tenía respuesta. 104


Pepito me llevó a hacer un test vocacional a una oficina provincial que estaba por calle Buenos Aires frente a la Parroquia San Cayetano. Fuimos juntos en la renoleta a buscar el resultado. Era tarde, casi de noche, la oficina oscura y un señor pelado que abrió su boca y dijo: “anótelo en un comercial, porque para lo técnico este nene….”. Me vino a la mente esa mañana que mi mamá me llevó al Boneo para inscribirme en prescolar. En una salita luminosa nos recibió la vice vestida de blanco (inmaculado con Plastitel y azul para la ropa) y dijo: “es gordito y alto el nene, ¿sabés escribir algunas letras? Mejor lo ponemos en primer grado y a mitad de año vemos…”. Pepito cerró la puerta de la renoleta, se sentó, posó su palma sobre el cambio y me dijo: “vas a ir al Superior de Comercio”. En agosto comenzaron los cursillos y mi persistente asistencia a las clases del Profesor Perfumo (por Génova, a una cuadra de Alberdi). La renoleta para aquí, la renoleta para allá. Ese viernes de setiembre la primavera se había adelantado con humedad y calor. Pepito me escuchó tocar el piano, cerró el almacén, comimos algo y yo me puse a pasar a mano un pedacito del Quijote que era mi tarea del día. Estaba sentado en la mesa de dibujo de Jorge de espaldas a la ventana de la pieza. Jorge y Pepito tenían que ir al centro a comprar unos micrófonos para una grabadora y mi mamá se iba a “corte y confección”. Me quedé allí, cumpliendo. Sentí cerrarse las puertas de la renoleta, un “chau Marcelo” de mi viejo que respondí con un “chau” sin darme vuelta y el inconfundible ruido del motor alejándose. El aire se hartó de humedad y calor. Los bronquios de Pepito dijeron no y la renoleta se quedó sola allá, en la Plaza Sarmiento, esperando volver. A treinta y ocho años de aquél 15 de setiembre, Pepito, aún hay un pibe que la espera, azul metalizada, con el tapizado raído y con vos manejándola. Mi infancia terminó a los doce años, después fue resistencia. 105


Un cubito de azúcar 18 de junio de 2017

El frontispicio del almacén tenía grabado un título: “Almacén La Perla de José Molina”. Esas letras, estampadas en la mampostería, no siempre estuvieron visibles. Pepito, en sus intentos homéricos por modernizar el negocio, las escondió detrás de un enorme cartel que había hecho confeccionar a un letrista. “Proveeduría La Perla de José Molina” se leía en mayúsculas y luego, más abajo, una enumeración de los rubros que se ofrecían. Las letras de molde resistieron el cambio casi con la misma intensidad con que lo hicieron mis abuelos. Al poco tiempo volvieron a relucir gracias a un inspector que ordenó bajar el cartel por no contar con autorización municipal. Entre los rubros detallados aparecía “Anexo Librería”. Pepito había comprado un mueble de madera con frente vidriado y múltiples cajoncitos que se complementaba con otro más parecido a una biblioteca que a las estanterías del almacén y los había colocado en diagonal entre la vidriera de la entrada y la de calle Echeverría. Estaban colmados de lápices, fibras, mapas, escuadras, cartulinas y carpetas que él compraba a la vuelta del Centro Unión de 106


Almaceneros en la Librería “Delfo”. Cuando alguien ingresaba y le decía a mi abuelo “necesito un planisferio político oficio”, Pepe corría la cortinita que separaba el almacén de la casa de familia y con su mejor tono andaluz llamaba “¡Alguien que pueda atender! ¡que vienen por libros!” Me encantaba que Pepito me llevara a la Librería “Delfo”. Amaba el aroma de ese lugar, una mezcla de tinta, témperas, plasticola y goma de borrar. Cambiarnos con la “ropa para ir al centro” –desde ya que no se iba con lo puesto-, esperar el colectivo, pasar por el Centro Unión, ir a la Librería o al banco, era una ceremonia que deseaba con ansias. A veces la felicidad era completa: Pepito me invitaba a tomar un café en lo de los japoneses y allí nos sentábamos en una pequeña mesita rodeada de sillas vienesas sin decir nada hasta que el mozo nos traía dos pequeñas tacitas con un café negro y amargo que no me gustaba pero que lo tomaba sin chistar solo porque era lo mismo que pedía mi papá. Yo estaba atento a que también trajese dos vasitos de soda y de ese modo evitar el airado reclamo de Pepito ante su ausencia. Un cubito de azúcar cada uno y a disfrutar. Cada tanto mi café se transformaba en una botellita de Coca Cola y ahí sí Pepito me parecía Batman sumado a Robin, Súperman, El Zorro y Jim West. Estos pequeños viajecitos al centro de la ciudad estaban acompañados por otras excursiones más barriales. Cuando el día terminaba, Pepito iba a jugar al ajedrez a la Biblioteca Homero y de vez en cuando me llevaba. El salón estaba dividido en dos por un mueble colmado de libros forrados con un papel araña verde cansado. Solo se sentía el sonido de los relojes y el movimiento de las piezas y, entre el humo de los cigarrillos, podían verse sentados a Zgarbik, don López, Aldo Di Lauro, Movio, el pibe Nieto, Sarcuno y otros tantos que no recuerdo. “Pepe…” era el saludo de bienvenida seguido de un “vení, pibe, ponete a jugar allá” indicándome la parte de atrás. Allí, Zgarbik me preparaba una vieja máquina de escribir con un papel ya colocado y me permitía romper el silencio solo porque era el hijo de Pepito. Las salidas con Pepito fueron así, pequeños viajecitos, cortitos, 107


breves y casi en silencio, hubo uno un poco más largo, el de Marcos Juárez, pero sobre él algo ya les conté (1). Esos silencios, solo acompasados por los tangos que él silbaba, me enseñaron a aprender de los gestos, observar las miradas y recordar las palabras. ¡Feliz día!, José Molina (hijo), Pepito, mi viejo. ¡Ey!, papi, ¿te tomás un café?

(1) Hago referencia a los siguientes párrafos que se incluyeron en la primera edición en el relato titulado “¡A Los Gigantes con papá!”: “Mi viejo jugaba al Ajedrez. Lo apasionaba. Cuando yo tenía 10 años me llevó a Marcos Juárez a un pequeño torneo. Yo viajaba adelante, a su lado, en la Renoleta 4S que él había comprado un tiempito antes. Quizá desde esta perspectiva de hoy haya sido un pequeño y breve viaje. Siempre voy a recordar cada detalle, mi papá manejando, los árboles de la Ruta 9, el olor a eucaliptus, las gruesas piezas de madera, el ruido del reloj pulsado jugada tras jugada. Pocos meses después el aire le jugó una mala pasada a sus cansados pulmones. Nunca hubo vacaciones, ni antes, ni después.”

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El piano 10 de junio de 2018

De pie, dijo la señorita Norma mientras su delgada y elegante figura caminaba frente al salón de música y se dirigía al piano. Se sentó, posó sus manos sobre el teclado, recompuso su elegancia y empezó: si, re, si, fa, mi, do, la, la, la, la, si-do-si. Nadie tocaba el Himno Nacional como la señorita Norma. El salón se colmaba de sonidos y la espalda de cada uno de nosotros vibraba al mismo tiempo que vibraban las cuerdas del piano. Celestina era “la” profesora de piano en nuestro barrio Refinería. Allí habían aprendido Sarita y Liliana quienes en su casa tenían un piano vertical. Cuando Pepito nos llevaba de visitas una de ellas abría la tapa y me permitía presionar alguna que otra tecla. La casa de los Bazzani tenía aromas a “Para Elisa” y a tangos y en esos aromas entrábamos todos. Mirá, le dijo Chola a Pepito, si no quiere estudiar guitarra mandémoslo de Celestina. Pepito me dio a elegir, dos, tres o cinco veces por semana. "¿Cinco veces?", preguntó asombrado luego de un pequeño silencio. Me miró, se agachó, me tomó de los hombros y susurró: "tenés siete 109


años, vas a ir solo, muy temprano y en invierno está oscuro… ¿qué te parece si empezás con dos días a la semana?" El lunes a las ocho menos cuarto Pepito preparó un lápiz Othelo HB 2½ y un cuadernito pentegramado Istonio. "¡Cinco veces!", balbuceó mirando los mosaicos del comedor. Chola abrió la puerta del pasaje Cilveti, me dio un beso y empecé a caminar, pasé por la casa de los Bazzani, por la de la tía Isabelita, doblé por Monteagudo y luego Vélez Sarsfield. Toqué la puerta de madera y me recibió Ricardo. “Pasá, me dijo, pasá, mi esposa viene en unos minutos”. Celestina no tenía hijos pero a todos sus alumnos nos daba ese trato. Me recomendó que practicara en mi casa y como no tenía piano me sugirió poner los dedos sobre la mesa y repasar las escalas haciendo de cada dedo una tecla. No te hagás problema, agregó, que el sonido estará en tu mente. Ricardo nos acompañó a Pepito y a mí a ver un piano. “Está en buenas condiciones, Pepe”, se expidió con la autoridad que le daban varias décadas de participar en los arreglos de los pianos de Celestina. "Mire Ricardo, contestó Pepito, sé que el pibe ya tiene once años y que se ve que le gusta, pero es un poquito caro, ¿no?" Para las vacaciones de invierno –como en todos los inviernosnos fuimos con Chola a Los Molinos. Del piano, ni una palabra. Cuando volvimos Pepito nos esperaba en la puerta del almacén. Corrí la cortina de tiritas y allí estaba, erguido frente a la pieza de mis abuelos, con su madera lustrosa de color caoba profundo y su teclado abierto esperándome para jugar. El piano pasó a ser parte de lo cotidiano. Sus sonidos se mezclaban con los del almacén y a veces con algún pedido de los clientes. “¡Tocate un tango, pibe!”. Poco a poco sumé algunos temas más populares a los ejercicios de Celestina y a la música clásica. Entre las cosas que compartí con mi papá estuvo el piano. La ranchera “Las Margaritas” nos unía, yo la tocaba en el piano y él la cantaba, especialmente si venían visitas. Cuando Pepito murió el piano fue uno de los pocos muebles que se resistieron a ser movidos para transformar mi casa en una sala velatoria. El lunes siguiente tomé mis libros y caminé por Cilveti 110


hasta Monteagudo, luego Vélez Sarsfield y golpeé la puerta de madera. "¡Ay, hijo!", exclamó Celestina llorando. Me senté frente a su piano, puse los dedos sobre el teclado y nada sonó. El piano se quedó allí, frente a la pieza de mis abuelos, unos años más hasta que un estudiante le propuso a Chola comprarlo. - ¿Estás seguro?, me preguntó, si le decimos que sí viene a buscarlo a las cinco. - Sí, contestale que sí. Esa tarde me quedé en el bar de la Facultad, puse mis diez dedos sobre la mesita, el pulgar de la mano derecha en el do central y las teclas de nerolite dejaron oir la hermosa melodía de “Las Margaritas”.

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Polo 10 de octubre de 2015

Ayer supe que murió Polo, Don Hipólito Daulon. Orfebre. Para nosotros, el papá de Pedrito. Lo supe tardíamente. Polo fue para mí una persona muy importante. Una referencia de buen tipo. Una palabra cálida y afectuosa al saludar. Polo y su familia me abrieron la puerta de su casa la noche en que en la mía mi viejo estaba siendo velado. Nunca olvidaré esa cena, tan llena de cariño hacia ese pibito de doce años, triste y desbordado. María Cristina, que llegó una poco más tarde, cuando me vio sentado a la mesa dijo “tenemos un invitado” y me tocó el mentón. La mamá se levantó, la acompañó a su habitación y luego Cristina volvió con sus ojos enrojecidos y sus lágrimas secadas a las apuradas. A la mañana siguiente los Daulon recibieron en su patio a todos mis compañeros de la primaria, los atendieron, nos dejaron jugar. Polo, cada tanto, pasaba y me miraba, acompañándome. La última vez que lo vi, hace ya un tiempo, me saludó como siempre “¿cómo anda Doctor?” y me preguntó por la familia. Muchas gracias Polo. Muchas gracias Familia Daulon. 112


El “Echeverría Lawn Tennis Club” 1 de agosto de 2015

Echeverría era una cantera. Siempre había una piedra, un cascote o un trozo de baldosa con un poquito, no mucho, de arena y cal. Se la colocaba debajo del pie derecho y se presionaba levemente para evitar romperla. Luego, la pierna izquierda nos impulsaba hacia adelante y la piedra se entregaba a su destino final: unas líneas blancas, a veces rojas, a veces mezcla. Solo se trazaban cuatro rayas, lo más derechas posibles y cuando el trabajo estaba terminado la calle se escondía y se alzaba majestuoso el “Echeverría Lawn Tennis Club”. Las dos líneas horizontales paralelas a la junta de brea del centro de la calle operaban de red (virtual). La Municipalidad ya había hecho las líneas del fondo y las había colmado de brea solo para no tener que volver a dibujarlas. Tenían ciertos efectos especiales: las líneas laterales y las del fondo transformaban a los jugadores en “pibesalcanza-pelotas” cuando resignados corrían a buscarlas hasta la mitad de cuadra.

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La jornada empezaba a las dos de la tarde y terminaba cuando la única lamparita incandescente de la esquina dejaba de parecerse a un reflector. A veces, en verano, también hubo torneos matutinos. Contaba con tantos umpires como jugadores mas había un árbitro imponente y por todos respetado: el grito de ¡Auto-o!. Al sonar la segunda “o” -que era esencial- todo el juego se paraba y aún el punto ganado pasaba a jugarse de nuevo. Se daban grandes discusiones especialmente cuando el auto venía a más de una cuadra y el remate inminente era una suerte de fusilamiento al jugador (umpire) que había encontrado en el grito su última salida. El Echeverría Lawn Tennis Club abría casi todos los días de las vacaciones de invierno y verano, también los sábados, domingos y feriados de todo el año. Sus asociados eran pocos, exclusivos, pero cada tanto admitía invitados y aprendices. Con el tiempo, perdió el “Lawn Tennis Club” y se quedó solo con el apellido. Algunos dicen que fue una conspiración de los autos. Otros, más razonables, lo atribuyen a la escasez de piedras, especialmente de esas que tenían un poquito –no mucho- de arena y cal.

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El padrino Luisito 24 de julio de 2018

Yo tengo dos padrinos, Enio, que es mi padrino de bautismo y Luisito que es mi padrino de confirmación. Luisito es, también, el padrino de bautismo de mi hermano Jorge pero yo siempre le dije "padrino" aún antes de que el Auxiliar del Obispo me confirmara. Una vez, Luisito, temiendo que a Enio no le gustara ese trato que yo le daba, trató de explicarme cómo era la cuestión de estos títulos, pero no hubo caso: yo tuve siempre dos padrinos. Luisito es diez años menor que mi papá y su infancia transcurrió entre el patio de su casa y el patio de la de mis abuelos. Luisito es su siambretta eterna. Luisito es su casita pequeña y repleta de sencillez mezclada con cariño. Luisito es Delia, es Omar, son sus nietas. Luisito es nuestra infancia, nuestra adolescencia, la compañía en aquellas horas duras en las que "el papi se nos fue" Luisito es bondad por donde lo mires. El padrino Luisito me llama cada tanto para saber "¿cómo andás, vos, la familia, el trabajo?" y siempre quedo en ir a verlo. Recién le devolví una llamada perdida: "Se murió tu Padrino", dijo Delia. Aquí andamos, Padrino, la familia bien, el trabajo bien, resistiéndome a usar el tiempo pasado y con un amargo sabor a haber aprendido poco, quizá nada. Nunca te dije te quiero, Padrino. Lo escribo (y sí, lo escribo aquí) ¡Chau Padrino, te quiero mucho! 115


La voz de mi papá 21 de junio de 2015

Mi papá murió cuando yo tenía doce años, en los brazos de mi hermano según siempre me he imaginado. Al tiempo, no sé bien cuándo, comencé a olvidar su voz; y la olvidé vaya a saber dónde. Hubo una época en que la buscaba en viejos cassettes, de esos que parecían de un plástico más sólido y con un papelito pegado para saber qué tenían. Buscaba unos Sony que mi viejo había comprado con el primer grabador que tuvimos. Nunca los hallé. Un día le comenté a mi mamá sobre esa búsqueda y ella me dijo: - ¿La voz de tu papá? La voz de tu papá era igual a la tuya... No sé si es cierto (por favor, nadie la contradiga). Sólo sé que el mensaje fue claro, la voz de tu viejo está dentro tuyo. Pepito, te saludo para adentro: ¡Feliz Día!

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La sonrisa de Chola 9 de noviembre de 2014 – 18 de octubre de 2015

Chola se llamaba Marcelina Flora. Como sus abuelas. Ella mencionaba sus nombres y jugaba a las sonrisas de los otros. En el juego de las sonrisas era experta: su rostro siempre tenía alguna disponible. Cada sonrisa era también una mano tendida. La chala del maíz dibujó la palabra "esfuerzo" en sus palmas de niña. Chola le dio un sentido positivo, esfuerzo para crecer, esfuerzo para superarse, esfuerzo ante la adversidad. Tenía trece años cuando dejó el pueblo y vino a trabajar aquí: casas de familia, una fábrica, mi casa, mi papá, mis abuelos, nosotros. Terminó la escuela primaria cuando Jorge ya había nacido. La secundaria, cuando yo terminé la mía. "El papi se nos fue", me dijo sentada junto a mi hermano en aquella pequeña salita del Sanatorio Imce. La maleta de la cosecha se vació nuevamente y la chala rasgó sus manos una vez más. Esfuerzo, trabajo, solidaridad. No siempre entendí el sentido que Chola le daba a estos valores. Los confundí con "dureza", los desvirtué en "soberbia". 117


En esa maratón de valores y contradicciones sólo buscaba que seamos buena gente, buenas personas. ¿Lo comprendí tardíamente? Puede ser, pero Chola respondería: nunca es tarde. Tras las sonrisas, una mujer sola y sus tristezas. ¿Era ella una madre perfecta? Claro que no. Mas nadie habla de los defectos de los muertos y no seré yo el primero en hacerlo, menos aún con Chola, mi mamá.

Notas: La subí por primera vez con el título “Diez Años” y así se publicó en la primera edición. Con este título y algún retoque, la publiqué nuevamente para el día de la madre de 2015. La maleta era una suerte de saca donde ponían el maíz a medida que lo juntaban. Durante un tiempo hubo en casa un pequeño fierrito revestido de tiritas de cuero que hacía mi abuelo Chencho para que protegieran sus manos en aquellas cosechas de la década del 40. Pero la chala cortaba igual. No sé dónde habrá quedado y tampoco recuerdo cómo se llamaba.

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IV Las lecciones de los otros

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El yeso 10 de junio de 2017

No sé bien por qué razones, seguramente razones de peso, siempre jugué de arquero. Se trataba, con mayor precisión, de obstaculizar la visión del arco de los delanteros contrarios. Una tarde destemplada fuimos con la Iguana, Moyita, Mauro, el Vasco, el Judío, Ariel, Leandro, Pantera, Rolo y Chimi a jugar a la canchita de Náutico. Unos minutos antes de terminar un mediocampista —percatado de ese rol de cuarto poste móvil— lanzó un pelotazo cuya trayectoria hacia el fondo del arco solo fue detenida por el escafoides salvador de mi muñeca derecha. El yeso, que le puso fin a mi fugaz paso por los potreros rosarinos, me acompañó durante los últimos meses de cuarto año de mi Escuela Superior de Comercio. Le acarreó una tarea adicional a Gabriela: copiar con carbónico las hojas de sus carpetas para que yo pudiese conservar al día las mías. También despertó en Liliana, las Marcelas, Claudia, Ana, Marisa, Mónica, Roxy, Carlita, Andrea y Gueli un súbito amor por el dibujo agreste. Las pruebas escritas pasaron a ser orales y algunas devinieron en dictados mas, en el caso de matemática, la oralidad atentaba contra la individualidad del resultado. Un jueves el profesor Angelone me propuso hacer la prueba de matemática al finalizar la jornada. Ese día se había dado una de las clásicas contiendas entre quinto 120


y cuarto año que consistían —visto desde la actualidad— en un cuasi infantil cruce de cánticos. A la salida decidimos ir a festejar al Monumento —no sé bien qué— y allí partí. El viernes el profesor Angelone entró al aula, más alto y erguido que de costumbre, y me hizo salir con un breve y adusto gesto. Su mirada se estacionó en sus propios lentes, se acompasó con su voz grave y derramó: "Ayer lo esperé más de media hora. ¿Sabe usted Marcelo?, el tiempo de los demás vale tanto como el propio; su ausencia solo se ha reflejado en una nota baja, por ahora en la escuela". Antimo Angelone, en la última frase de su última clase, siguió enseñando matemática bajo una fórmula distinta: respeto al otro.

Nota: Fue publicado en el Suplemento Educación del diario La Capital de Rosario en esa misma fecha. El título fue modificado a "El yeso y aquella clase de matemática", entiendo que para adecuarlo a las características del suplemento. Gracias al periodista Matías Loja por haberme invitado a participar de esta sección.

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Mario Lacava 18 de setiembre de 2017

Yo tenía dieciséis años cuando la Dictadura comenzó a declinar. Como tantos otros empecé a hurgar en las ideas políticas muy de la mano de mi hermano que es cuatro años mayor que yo. En esa adolescencia con plastitel que me supe conseguir formé parte de un grupo de pibes y de no tan pibes con quienes compartimos los primeros años de la democracia. A todos los de ese grupo, un entrerriano santafesino nos marcó: nos hizo valorar y sopesar la historia para entender lo cotidiano; nos enseñó a escuchar y nos colmó de optimismo, de ganas; nos hizo ver al derecho en la gente y no solo en las letras. Mezclaba saber con alegrías, docencia con canto y guitarra, la mesa entre amigos, el asado, el derecho y los más medulosos análisis de la política desde un lugar de humildad, la más llana humildad. Después de unos años nos volvimos a encontrar en roles distintos y la esencia de aquél constitucionalista cantor seguía intacta. Vaya este tardío agradecimiento de hoy rememorando aquellos tiempos iniciales de la democracia. Gracias Mario Lacava, por todos los gracias que se me quedaron en el camino.

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Nora 3 de junio de 2017

Con unas maderas de las viejas vitrinas hice una pared para dividir el galpón de Pepito en dos. Me ayudó a terminarla Lupo, nuestro vecino, esposo de Bety, papá de Adriana y de Rubén y hábil para todo. De mi lado puse una mesa y sobre ella el Tratado de Derecho Civil Parte General de Llambías que le compré usado a un estudiante amigo de Gabriela que había decidido ser cura. Una mañana del 84 me llegó una carta del Banco Nacional de Desarrollo, me la trajo Chola y se quedó esperando que la abriera. Me habían otorgado una “beca práctica rentada” por un listado que había mandado el Superior de Comercio con la promoción del año anterior. Nada nos dijimos porque estaba todo dicho; me puse lo que tenía, me tomé el 71 y me bajé en Córdoba y Entre Ríos. Caminé para el otro lado hasta que me di cuenta que la numeración bajaba y volví sobre mis pasos. “Córdoba 1446” decía la carta: allí estaba el Palacio Minetti y una puerta de bronce enorme que me aplastaba. Me recibió una mujer rubia, elegante, bella. “Soy Vicky”, me dijo y me explicó de qué se trataba esta beca -como si se lo estuviese contando a su propio hijocómo era el trabajo, cuánto iba a ganar. “¿Querés empezar ahora?”, me sugirió. Miré mi vaquero enmendado “by Chola” y mis zapatillas del Echeverría Lawn Tennis y le contesté, “mejor vengo el lunes”. “Mama, ¡es un trabajo por un año! ¡Veintiún mil pesos argentinos 123


vamos a ganar en el primer mes!” entré gritando al almacén. Chola me miró, se sonrió y deslizó “si vas a dejar la Facultad mejor no lo aceptés”. El lunes me puse la camisa, la corbata, el pantalón, el saco y los zapatos que me había comprado el año anterior para la graduación del Superior. Excepto los zapatos y la corbata todo se había transformado de “classic fit” a “slim fit” en palabras actuales. Entré por el ingreso principal del Palacio hasta una puertita que estaba al fondo. Por una ventanita me atendió un policía y cuando me preguntó qué quería balbuceé un par de incoherencias. Del otro lado se asomó un señor alto, canoso que le ordenó “abrile, el pibe empieza hoy” (Después supe que este señor era el “Loco” Cuerdo, de quien tantas cosas aprendería luego) Mi lugar de trabajo era “documentos descontados”. Me asignaron un escritorio pegado a la calle Córdoba por donde aún pasaban los autos. A mi lado trabajaba Ana María y frente a mí mi jefa directa: Nora. Ese lunes volví a mi casa demolido. Llegué a eso de las seis de la tarde y Chola me recibió con pocas palabras: “sacate la camisa que, si no, no se va a secar para mañana”. El martes fui con el saco, la camisa, la corbata, el pantalón y los zapatos de la graduación. También el miércoles. También el jueves. El viernes Nora me comentó que los empleados tenían un club y que por ser socio podía comprar ropa en cuotas en “Al Elegante” y zapatos en “Scarpe Varese”. Lo llamó al Sr. Varlet que era el presidente, le dijo que me asociara y que me autorizara un crédito en esos comercios. El Sr. Varlet, cumpliendo su rol como correspondía, le contestó que era imposible porque solo podían darle créditos a los empleados permanentes y no a los becarios. Nora lo miró y con voz suave pero firme susurró “usted déselo igual, que si él no paga le pagaré yo”. El Banco Nacional de Desarrollo me acompañó casi ocho años, allí aprendí a trabajar en serio. Sin embargo, la mayor enseñanza estuvo más allá del trabajo y me la fueron brindando mis compañeros desde antes de ingresar. Vicky y sus palabras tiernas, el “Loco” Cuerdo sacándome de mi atolladero de vocablos y Nora quien me enseñó, así, susurrando palabritas, que los derechos son los otros.

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Ponga la cara, pibe 29 de setiembre de 2016

- ¡Mama, llamá al Banco que me quedé dormido y avisales que llego tarde! El grito viajó de mi pieza al mostrador del almacén. Chola tomó el teléfono, llamó y del otro lado atendió el Sr. Castiglioni. Norberto Castiglioni era el subgerente de la Sucursal Rosario del Banco Nacional de Desarrollo cuando ya estaba en Santa Fe y San Martín. Había ingresado de administrativo y antes había sido obrero industrial. Le decían “el Toto”, pero ese privilegio no nos abarcaba a los pibes nuevos. Sin embargo, el Sr. Castiglioni era el Toto, aún cuando no lo pudiésemos tratar con semejante familiaridad. Era “el Toto” en toda su dimensión: un hombre simple que seguía siendo un pibe. Por entonces los empleados registrábamos nuestro horario de ingreso en un libro enorme. Firmábamos día a día con un bolígrafo azul mas si llegabas tarde con uno rojo y a dar las explicaciones del caso. Esa mañana entré por la puerta del personal aun cuando el Banco ya estaba abierto de par en par. Al lado del libro de firmas me esperaba el Sr. Castiglioni. - ¿Cómo anda, pibe?, me preguntó. - …… - Mire, cuando llega tarde llama usted y pone la cara. Uno se tiene que hacer cargo de las propias macanas. Andá, pibe, andá, firmá en azul y dejala a tu vieja tranquila. Hace un ratito me avisaron que murió Don Norberto Castiglioni, el Toto. Solo quiero decirle ¡gracias!

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Laureano 1° de julio de 2018

Comencé la carrera de abogacía en 1984. En noviembre de ese año, tres meses después de cumplir los dieciocho, ingresé a trabajar como becario en la Sucursal Rosario del Banco Nacional de Desarrollo y al respecto algo ya he contado. En el Banco pasé por distintas oficinas. Primero fue “documentos descontados”, donde se liquidaban los créditos y se hacían innumerables cálculos y, tras algunas apariciones fugaces por otras dependencias, hice las veces de asistente de los adscriptos a la gerencia que era donde se ponderaba el otorgamiento de esos mismos créditos. Me recibí de abogado en 1989 y al año siguiente, meses más, meses menos, comencé a trabajar en el área legal del Banco, claro está, con el grado de abogado “menos-que-junior”. Entre esas primeras tareas encomendadas estaban la de dictaminar poderes, hurgar el Boletín Oficial en busca de deudores fallecidos o fallidos, leer el obituario de La Capital con un objetivo similar y decidir sobre pequeños aspectos instrumentales del trabajo cotidiano. El último edificio donde estuvo la sucursal, que antes había sido del Banco Español, era un enorme y muy luminoso espacio bordeado por un mostrador que separaba a los empleados de los clientes. Una mañana de aquellas me consultaron si se podía abonar un 126


“plazo fijo” a un persona cuyos datos no coincidían con su aspecto. En el certificado figuraban un nombre, un apellido, un número de identificación y eran los mismos que constaban en el documento nacional de identidad. “Date vuelta” me dijo mi compañera ante mi mirada de qué me estás preguntando. Allá, detrás de la parte más lejana del mostrador, estaba parada una mujer, esperando. “No podés”, contesté. “El del documento es un hombre y la que quiere cobrar es una mujer. Otra cosa más: quien está delante de vos no es la imagen de la foto”. Laureano Rodríguez era el Subgerente del Banco. Al finalizar el día hacíamos una breve reunión en la Gerencia para conocer los pormenores de la jornada. Esa tarde Laureano comentó que había autorizado el pago de un “plazo fijo” y como al pasar, me dijo: “Mire, Molina, todos los días pagamos plazos fijos a ancianos que nos traen sus viejas libretas de enrolamiento y sus rostros ya no son los de la foto. Sabe, uno tiene que levantarse de la silla, mirar a los ojos y hablar con la gente. Son unos pocos minutos que le van a permitir hacer dictámenes mejores” Gracias, Laureano, y feliz cumple.

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Las arrugas de la tortuga 5 de junio de 2016

El abuelo acomodó el sillón blanco del patio. Asió con sus palmas el final redondeado de los apoyabrazos y afirmó sus dedos en cada una de las varillitas de hierro que dibujaban el viejo sillón. Su pequeño nieto jugaba frente a él sentado sobre las baldosas coloradas que se iban transformando al paso del matchbox de pista a boxes y de boxes a pista. La tortuga de la casa se desperezó y estiró su cuello. El joven piloto sospechó que lo miraba y, de costado, hurgó con su mirada sus innumerables arrugas. Sin moverse demasiado levantó su vista hacia el rostro del abuelo. - Nono, le dijo, ¡tenés más arrugas que la tortuga! El abuelo acarició con las yemas de ambas manos las capas de pintura del sillón y contestó: - ¡Es que me he reído tanto! Nota: Esta es una versión libre de una anécdota de su niñez que con mucho cariño cuenta un gran psicólogo rosarino.

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El otro 16 de junio de 2018

Las reuniones rosarinas de amigos, como también son las de otros lares, se arman desde la comida, las bromas, los recuerdos y los debates. Marcelo, mi psicólogo, me contó acerca de una en la que se deslizó una frase que quiero rescatar. El encuentro estaba en la fase debate, con el pie tanteando el último peldaño de la escalada. En ese instante, uno de los que compartían el asado le preguntó a otro de los amigos que es sacerdote católico: "En definitiva, qué es Dios?" Y el buen cura le contestó: "Dios es el otro, lo demás es poesía" Para pensar, ¿no?

Nota: El viernes 15 de junio de 2018, compartí una charla con alumnos de tercero, cuarto y quinto año de la Escuela Integral de Fisherton. Son esas actividades que te recomponen y vuelven a colocar en su lugar nuestros pedacitos desarmados por los años. Uno de los alumnos -que tendría unos quince años- me dijo: "Yo quiero estudiar derecho porque me interesa lo que le pasa a los otros". ¡Allí está la esencia del derecho! Bien por el pibe y gracias a todas y todos por las movilizantes preguntas que me hicieron y las profundas reflexiones que escuché.

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V ¿Cuánto tiempo es un tiempito? teatro para debatir

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¿Cuánto tiempo es un tiempito? teatro para debatir

Ambientación

Un escritorio, ubicado a la izquierda de los espectadores y sobre él un teléfono, al menos tres expedientes judiciales, lápices de colores, unas hojas en blanco. Hay un sillón de oficina donde se sienta el juez, un par de sillas frente al escritorio y algunas más sobre el costado. En un cajón del escritorio debe haber una muñeca. Sobre el piso hay una bolsa con juguetes, algunos autitos y peluches que están fuera de la bolsa. En el extremo opuesto, hay una silla o banqueta. 133


Personajes La Secretaria El Juez La Empleada La Secretaria de Violencia Familiar El Policía Eduardo La joven madre (aproximadamente diecisiete años) La Trabajadora Social La Mamá de Ese Ese (es una niña de siete u ocho años) La Defensora General (Mary)* El adolescente de quince años Mujer-transgénero Jefe de Familia Defensor General-(Alberto)* Cele (niña de once años) Anciano Niño casi adolescente La abogada del Niño La madre biológica El padre biológico La guardadora (mujer de unos treinta años) Niño pequeño (de unos cinco o seis años) El guardador (hombre de unos treinta años) Mujer joven (entre dieciocho y veinte años) Hermana mayor (entre seis y siete años) Hermana del medio (entre cinco y seis años) Hermano pequeño (tres o cuatro años) * El rol de Defensora/Defensor General puede presentarse unificado 134


Primer acto

[La Secretaria ingresa hablando por teléfono y permanece de pie al lado del escritorio] (Secretaria) - A ver, a ver, ¿usted es el médico de guardia? - [Silencio breve] - Bien, perfecto, y al paciente lo tiene ahí delante suyo... - [Silencio breve] - Okéy, ¿y usted dice que está para internarlo? - [Silencio breve] - Bueno, ¡entonces ordene la internación y la comunica al juzgado doctor! - [Silencio breve] - No, no, ¡no es al revés!, no me lo tiene que mandar acá porque nosotros no disponemos internacio… - [Silencio breve. Ingresa el juez. Viste saco, camisa, corbata y pantalón de vestir. Saluda silenciosamente a la Secretaria. Se quita el saco y lo coloca sobre una de las sillas del costado. Va acomodando el escritorio y se sienta] - Sí, sí, es una ley nueva doctor. ¡Una ley nueva que ya tiene diez años! - [Silencio breve] - Discúlpeme, yo ya tengo que cortar porque ya llegó el juez. - [Silencio breve] - Mire, la internación la disponen ustedes, nosotros controlamos. 135


Haga las consultas que quiera pero las cosas son como yo le digo. Que tenga buen día. [Corta la llamada] (Juez) ¿Empezamos movidito? (Secretaria) ¿Cómo estás? Viste, con este tema de las internaciones todos los días es lo mismo. [La Secretaria revisa la agenda] Hay un par de audiencias… hoy viene la chica que dejó a la bebé en el Hospital, los tres hermanitos de la adopción y también… (Empleada) [Irrumpe asustada] ¡Creo que metí la pata! (Juez y Secretaria) ¡Buen día! (Empleada) Sí, buen día, disculpe. Hay un señor en la Mesa de Entradas que preguntó por usted y yo le dije que usted está. (Juez) Y sí, acá estoy. Perdón, y ¿vos quién sos? (Secretaria) Ella es la nueva empleada. Empieza hoy. (Empleada) El hombre dice que viene a matarlo. [Silencio] (Juez) Ajá, bueno, por lo menos lo dijo y no lo hizo, ¿no? (Empleada) Claro, claro, tiene razón. Mire juez, porque usted es el juez ¿no?, el hombre está tranquilo. Me dijo que se llama Eduardo y que acá tiene su carpeta. (Juez) Ok. Vamos a hacer un par de cosas, primero tomátelo con calma que esto para vos recién empieza, decile al hombre que me espere unos minutos. [Dirigiéndose a la Secretaria] Vos, poné uno más en la Mesa de Entradas, llamá a la guardia policial y que manden un agente. Ah, traeme “la carpeta” de este Eduardo… [Se van la empleada y la Secretaria y abruptamente ingresa la Secretaria de Violencia Familiar] 136


(Secretaria de Violencia Familiar) Hola, buen día. Ayer estuve con el turno de urgencias hasta las doce de la noche. Cuatro internaciones, cinco prohibiciones, un reintegro, y uno que llamó para pedir el cuidado unilateral del hijo porque la madre se había ido a un cumpleaños y lo había dejado al cuidado de su pareja, ¿podés creer? ¡Y todo porque la mujer se le fue con otra! [El juez trata de saludar y hablar pero no puede porque la Secretaria de Violencia Familiar continúa] (Secretaria de Violencia Familiar) Encima me dice “por lo menos vos tenés muy linda voz” ¿podés creer? ¡Me tiró los galgos! ¿Vos decís que lo tendría que denunciar por acosador? ¡De cuarta, mirá, de cuarta! [El juez vuelve a intentar decir alguna palabra] (Secretaria de Violencia Familiar) Y ahora tengo cinco casos que llegaron tempranito. Hay tres prohibiciones de acercamiento, un hombre grande que lo está entrevistando Carolina y una abogada que no sé bien qué quiere... (Juez) ….. (Secretaria de Violencia Familiar) Bien. Mirá, la abogada trae una denuncia y quiere que la encuadre como violencia de género pero su cliente no está. Resulta que dos varones homosexuales vivían juntos y se casaron después de la ley de matrimonio igualitario. No va que uno de ellos se cambia de género a femenino y se opera. Ahora lo viene a denunciar al otro por violencia psicológica y la abogada insiste que hay que aplicar la ley de violencia de género. Yo le pregunto: “¿pero concretamente usted qué quiere que haga?”. Y me contesta que eso lo tengo que saber yo. ¿Podés creer? (Juez) ¿Puedo…? Ok. Buen día. ¿Cómo estás? Decile a la abogada que llame a la clienta y que venga ahora para entrevistarla. Respecto de las tres prohibiciones…. 137


[Ingresa el policía] (Policía) Buen día Su Señoría, ahí me comentó la Secretaria lo de este hombre Eduardo. ¿Usted está seguro que lo va a escuchar? (Juez) Pase, Oficial, pase. [El juez se dirige a la Secretaria de Violencia Familiar] Respecto de las prohibiciones hacé lo de siempre, escuchalas bien, si están los hijos hablá con los pibes… (Secretaria de Violencia Familiar) … con la maestra, la directora, la vicedirectora, la pediatra…. [El juez hace un gesto afirmativo con cierta sorna y le indica que se vaya. La Secretaria de Violencia Familiar sale de escena] (Juez) Oficial, vamos tanteando como viene la mano, ¿sí? (Policía) Todo bien, pero al primer amague yo… (Juez). Tranquilo. Usted quédese por ahí como quien está haciendo un trámite. [El juez dirige su mirada hacia afuera y alza su voz] ¡Hacelo pasar! [Eduardo ingresa a la oficina un tanto inquieto e incómodo] (Eduardo) Buen día. Gracias señor Juez por recibirme. La verdad es que yo lo venía a matar pero ahora me doy cuenta que no es usted sino que son otros. Porque usted está de camisa, así que usted no es. (Juez) ¿Cómo le va Eduardo? ¿Ya nos habíamos visto, no? (Eduardo) No sé. Me parece que usted antes era otro. Doctor, usted no lo sabe pero acá adentro tiene gente que le falsifica los informes. Los veo por todos lados, están en la puerta de mi casa, en todas las calles. ¡Hasta en el Parque España están doctor! Y yo pensé que era usted pero no, son ellos. ¡Por favor doctor dígales que me dejen tranquilo!

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(Juez). A ver, Eduardo, ¿usted me dice que hay gente del juzgado que lo trata de perjudicar? (Eduardo) Sí, doctor, van en el colectivo, en los taxis, están en los bares, en el supermercado... (Juez) Y, dígame Eduardo, ¿cómo los reconoce? (Eduardo) Todos usan la camiseta de Ñuls y de Central, doctor, o un gorrito, una pulsera... En todos lados, de Ñuls, de Central, con las camisetas. [Se apagan las luces]

Segundo acto

[La luz cubre únicamente a una adolescente de diecisiete años que está sentada en la banqueta ubicada a la izquierda de los espectadores. Su mirada permanece hacia abajo, solo la eleva un par de veces pero rápidamente la vuelve a bajar, excepto en la frase final en la que mira al público] (La joven madre) Diecisiete años tengo. Me vine para Rosario porque acá vive mi hermana. A él lo conocí apenas llegué y empezamos a salir. De novios, ¿vio? [Silencio] Cuando yo le conté que estaba embarazada él me dijo que el bebé no era suyo, que andá saber de quién era. Eso me dijo. Y no lo ví más. Yo no sabía con quién hablar, doctor, con mi hermana me daba vergüenza así que se lo comenté a la señora para la que estaba trabajando, le hacía la limpieza en la casa. Un par de días después la señora me dijo que no me necesitaba más así que me volví al pueblo, ¿qué iba a hacer acá sin trabajo? Allá, en mi casa, no me animé a contarle a mi mamá, menos a mi papá. A nadie de la familia le pude contar. En 139


el pueblo hay menos trabajo que acá así que me volví para Rosario, a lo de mi hermana. Ella se dio cuenta, me hacía preguntas, ¿vio?, pero yo no pude contarle. Esa madrugada me pedí un taxi y le dije al hombre que me llevara a un hospital donde tengan partera. Me senté en la entrada, en un banco de plaza que da a la calle y ahí me quedé con los dolores. Un médico me vio y me dijo ¿usted qué espera? Y yo le contesté, que abra el Hospital. A la nena la tuve al ratito nomás [Esboza una sonrisa leve] A la mañana, cuando mi hermana me llamó... le dije que estaba bien, que era sólo un dolor de panza. Le acaricié el cachete a mi gordita, la dejé con la enfermera y me fui. ¡No sabía qué hacer, doctor, no sabía! A la tarde cayó la Policía y me metieron presa. Por “abandono de persona” o algo así. Estuve todo el fin de semana, ¿sabe? Y ahora estoy acá. [Eleva su mirada hacia el público] Pidiendo que me la devuelvan. [La adolescente queda a oscuras y se retira. De inmediato, se ilumina el resto del escenario. El juez está sentado detrás de su escritorio y delante de él, de pie, la Trabajadora Social y la Secretaria] (Trabajadora social) Usted vio. Ya hace seis meses que estamos con la misma conducta. Se sienta con la mamá, no la suelta y empieza: “¡No lo quiero ver, no lo quiero ver!”. Pero después entra a la salita y apenas se cierra la puerta corre y lo abraza. El papá le hace regalos y la nena se los devuelve apenas ve a la madre…. Y ahora están ahí nuevamente, que no quiero, que no quiero. (Juez) Deciles a las dos que pasen. Al padre, que aguarde un rato. (Secretaria) No te olvidés que te está esperando la nenita de la tutela. [Ingresan la Mamá de Ese y Ese. En un costado, permanecen sentadas la Trabajadora Social y la Secretaria] (Juez) Tomen asiento. ¿Cómo estás Ese? Tengo que charlar unos minutos con mamá, si querés dibujar acá tenés unos lápices y esta hoja de papel. 140


[La Mamá de Ese se sienta frente al Juez, a su izquierda y la Niña a la izquierda de su madre. La niña dibuja y coloca su largo cabello entre ella y su madre. El juez se dirige a la Mamá de Ese] (Juez) Señora, en el expediente usted dice que quiere que Ese vea a su papá pero que ella se niega (Mamá de Ese) Así es Señor Juez, así es. (Juez) ¿Usted le dijo que tiene que ver al padre? (Mamá de Ese) ¡Por supuesto! (Juez) ¿Puede decírselo por favor? (Mamá de Ese) ¿Qué cosa? (Juez) Que tiene que ver al papá. No se olvide que su exmarido está afuera esperando. (Mamá de Ese) Ah, bien, Ese [se dirige a Ese] ¿querés ver tu papá? [la niña sigue dibujando] (Juez) No, no, debe decirle “tenés que ver a papá” (Mamá de Ese) Ese, ¿querés ver a papá? (Juez). A ver, no es eso lo que usted sostiene aquí [El juez señala el expediente]. Tiene que decirle “Ese tenés [con énfasis en “tenés”] que ver a papá (Mamá de Ese) [a desgano y entre dientes] Ese tenés que ver a papá (Ese) [mueve su cabeza hacia su derecha y de abajo hacia arriba, coloca su cabellera hacia el otro lado y dice] Está bien, lo voy a hacer, pero esta vez, no llores ni me retes. [Ingresa la Secretaria de Violencia Familiar] (Secretaria de Violencia Familiar) Tengo una exclusión que se me complicó… 141


(Juez) [Se dirige a Ese] Ese, ahora vas a ir a ver tu papá. [Se dirige a la Mamá de Ese] Señora, dentro de una hora venga a buscar a su hija. [Se retiran Ese de la mano de la Trabajadora Social y luego la mamá de Ese]. (Secretaria de Violencia Familiar) Es una mujer que viene a pedir la exclusión del marido y está con los cinco hijos. Como no me cerraba hablé con la maestra y me contó que el marido es alcohólico y les pega a todos (Juez) ¿y cuál es la duda? (Secretaria de Violencia Familiar) La maestra me dijo que los nenes vienen marcados de la casa entonces los hice pasar y los entrevisté. El más grande me contó que cuando no les pega el padre les pega la madre. Ahora apareció el tipo con la abuela de los pibes y la denuncian a la mujer por violencia. (Juez) De alguna manera hacé que todos se queden en el Tribunal. Entrevistá a la abuela pero antes llamá a la Dirección de Niñez, explicales todo y que manden a alguien. Comentame después qué decide la Dirección y si hay alguna duda venite y lo charlamos. [Se retira la Secretaria de V.F. e ingresa Mary, la Defensora General] (Defensora General-Mary) Mirá [se dirige al juez, hace una pausa]. Perdón, buen día, pero esta semana antes de jubilarme viene así de complicada. Ahí me mandaste escuchar a un nene de quince años pero creo que lo tenemos que recibir juntos. (Juez) [Se dirige a la Defensora] No hay problema, ubicame un poco. (Defensora) ¿Te acordás? Este es el pibe que la Dirección de Niñez lo sacó de la casa de la mamá porque no lo podían parar, consumía, vendía, no iba a la Escuela… La Dirección dijo que había podido volver a su casa y que retomó los estudios. Vos mandaste a la 142


Trabajadora Social y la madre dijo que volvió, un día, pero después desapareció. Y en la escuela ni noticias…. (Juez) Decile que pase [Ingresa un adolescente vestido con remera, bermudas, sandalias y gorrita] (Adolescente de quince años) Buen día. [Saluda en voz baja] [La Defensora se sienta a la izquierda del juez y detrás de él] (Defensora) [Se dirige al adolescente] Yo quise que la conversación que teníamos la siguiéramos con el Juez. Porque me preocupa mucho tu situación. Él me contaba, señor Juez, que en la casa de la mamá no puede estar porque se la tienen jurada. Que anda de casa en casa y que ya nadie lo quiere recibir, así que hace unos días que está viviendo en la calle. [El juez mantiene su mirada en el adolescente, éste mira hacia abajo y juega con sus propios pies] (Defensora) Cuando le hablé de la escuela me dijo que no había ido en todo el año. Este nene está peor que cuando lo llevaron al Hogar… (Juez) [Se dirige al adolescente] Vos sabés que podemos ayudarte, que le podemos ordenar al Ministerio que te asista… (Adolescente de quince años) [Sin levantar la vista, extiende sus manos y dice] Yo sé que usted quiere buscarme una familia, le agradezco (Juez) Bueno, es una alternativa entre…. (Adolescente de quince años). Le agradezco juez, pero no se moleste, mi vida está acabada. [El juez mira a la Defensora quien baja su mentón y tapa sus ojos 143


con su mano para ocultar sus lágrimas] [Se apagan las luces]

Tercer acto

[Sentada en la silla o banqueta de la izquierda está una mujer sola. Las luces la iluminan solo a ella] (Mujer transgénero) Yo soy mujer y siempre fui mujer. Lo que pasa es que no lo quería ver. ¿Sabe lo que me costó decir en mi casa que me gustaban los hombres? Hasta que lo encontré a él. Primero nos juntamos, un tiempo después nos casamos. Y él era un tipo excelente conmigo. Dejé mi trabajo y la Facultad. Hasta nos anotamos en el registro de adoptantes para tener un nene. O una nena. Ahí me cayó la ficha, me sentía madre, una madre, no un padre. Para darle la sorpresa, un día fui al Registro Civil, así sin decirle nada, y me hice el cambio de género. A la noche lo recibí vestida de mujer, le mostré el documento y le dije que quería empezar un tratamiento para después operarme. Él lo miró, se quedó pensando y me contestó que él estaba enamorado de un hombre, no de una mujer. Hace ya seis meses que no me habla, no me mira, no me toca, me deja la plata justa para comer. ¡Ni para el colectivo tengo! ¿Y usted me pregunta qué quiero? No lo sé, señora, no lo sé. Porque usted me mira con ojos de pena ¿y sabe?, no es la mirada que busco. [La mujer queda a oscuras y se retira. Se ilumina el otro extremo. En el escritorio está el juez sentado en su sillón. Frente a él, un señor de más de cuarenta años] (Juez) ¿Usted me pregunta con sinceridad por qué razón ordené 144


que su hija permanezca en la casa de su futuro consuegro? (El jefe de familia) ¡Claro! ¡Yo soy el padre, el jefe de mi familia! ¿Y usted ni siquiera me deja acercarme a mi hija? (Juez) A ver, ella dice que usted le pegó una cachetada, que la corrió con el cinturón en la mano y le dio un cintazo y que no la golpeó más porque pudo escapar a la casa de su novio… (El jefe de familia) Sí, todo eso es cierto. Pero, doctor, mi hija tiene diecisiete años y sabe muy bien que no puede salir de noche con esa vestimenta ni volver a esas horas. No solo no me hizo caso sino que después no fue a hablar con el sacerdote. Nuestra religión no permite esas conductas y ante cada falta debemos ir al Templo a hablar con él. (Juez)- ¿Su religión avala castigar físicamente a los hijos? ¿Permite darles cintazos? (El jefe de familia) No, no. [Silencio] Déjeme pensar, creo que no. (Juez) Ajá, bien, ¿qué le dijo el sacerdote a usted cuando le contó lo del cintazo? (El jefe de familia) ¿A mí? ¿Por lo del cintazo? Bueno, no se me ocurrió que yo tenía que ir. [Silencio. El juez mantiene su mirada sobre el Jefe de Familia. Ingresa la Secretaria] (Juez) Señor, la orden se cumple tal cual la firmé. Charle usted con su abogada sobre los pasos a seguir. (Secretaria) Llegó Alberto. (Juez) Decile que pase con la nena de la tutela y acompañá a este señor hasta el Gabinete Interdisciplinario. [Se retira el Jefe de Familia con la Secretaria] 145


(Secretaria de Violencia Familiar). Tengo cuatro prohibiciones, un cese de hostigamiento por redes y una exclusión. Están todas controladas. (Juez) ¿Las escucharon bien? ¿Hablaste con los hijos, la maestra, la pediatra…? (Secretaria de Violencia Familiar)… la enfermera, con don Pepe el almacenero y con el Papa Francisco también. [El juez mira a la Secretaria de Violencia Familiar y gesticula abriendo ambos brazos. Suspira] (Juez). ¿Y las exclusiones? (Secretaria de Violencia Familiar) Están rechequeadas. Una es la de este hombre grande, tiene más de ochenta años y vive con su mujer de ochenta y dos. Se les instaló el nieto que tiene veintiocho y prácticamente los recluyó en una piecita. Es súper fiestero el pibe. La Trabajadora Social habló con los vecinos y es tal como dice el viejito. (Juez) Apenas tengas todo traémelo que te lo firmo. [Se retira la Secretaria de Violencia Familiar. Ingresa el Defensor General Alberto -quien viste de saco, camisa, corbata y pantalón de vestir- y una niña sonriente de once años] (Defensor General-Alberto) Perdón Su Señoría, discúlpeme pero estaba en una audiencia con Borgonovo y no podía venir. ¿Tenemos que escuchar a una nena por una tutela, no? (Juez). Sí, sí, aquí está con nosotros nuestra amiga.. [El juez mira el expediente y busca el nombre] ….nuestra amiga Cele. Alberto es tu abogado, te lo presento. [Cele se sienta frente al juez. Alberto permanece parado; Cele, siempre sonriendo, le da la mano] (Juez) Bueno, Cele, tenés ganas de contarnos un poco de vos… 146


(Cele) Sí, sí, tengo once años y en la escuela me va muy bien.. no sé… (Defensor) ¿Con quién vivís? (Cele) Con mis tías, ellas me cuidan y mi abuela también. (Juez) Cele, estamos acá charlando porque cuando los chicos se quedan sin papá y sin mamá tenemos que nombrarles un adulto para que se haga cargo. Estamos pensando en la abuela, ¿si?. [Silencio. El juez escribe algo en un papel y sin levantar la vista dice] Perdoná, recordame, ¿cómo murió tu mamá? (Cele) [Cele abandona su sonrisa, hace un silencio, cubre su rostro y comienza a llorar] Mi mamá…. [El juez abre el expediente, nervioso, busca entre las hojas y se detiene en una. Apoya el codo derecho sobre el escritorio y hace reposar su cabeza sobre su mano derecha] (Juez) Está bien, está bien Cele…. [El juez busca en su cajón y saca una muñeca]. Mirá, esta muñeca me la trajo Marcela, una amiga de mi hermano que vive en México. Es para que jueguen las nenas que entrevisto. ¿Sabés? A ella le va a encantar saber que la tenés vos…. [Cele toma la muñeca y esboza una sonrisa] (Juez) Alberto, acompañala con su abuela, por favor. [Cele se levanta y Alberto la toma del hombro] (Juez) Cele, perdóname, me equivoqué. [El juez queda solo, mirando hacia abajo. Ingresa la Secretaria de Violencia Familiar] (Secretaria de Violencia Familiar) Escuchame, vinieron los de Niñez y van a llevar a los cinco hermanos al Hogar de Carcarañá… ¿en qué estás pensando? (Juez). ¿Cinco minutos lleva mirar un expediente? ¿Seis? ¡A lo 147


sumo siete! [El juez mira hacia abajo y menea su cabeza despacio, reprochándose] ¿Ves [Señala una hoja del expediente] ¡Acá estaba! ¡La madre se ahorcó! ¡Pero qué pedazo de pelotudo soy! [Se apagan las luces]

Cuarto acto

[Sentado en la silla o banqueta está el anciano. Solo él está iluminado] (Anciano) La casita la construimos con un crédito del Banco Hipotecario. Ahí nacieron nuestras hijas. La mayor, bueno, la mayor se fue. La más chica se casó y tuvo dos pibes. De mi yerno mejor ni hablar. A los pibes los criamos nosotros porque mi hija… ¡Ay mi hija! Ahora se juntó con otro tipo peor que el marido. Un vago, un vividor. Mi nieto el mayor se fue a San Pablo y allá está. Ni nos habla. Pero el más chico se quedó con nosotros. La jubilación no alcanza para nada y desde hace un tiempo el pibe se empezó a juntar con un grupito que para qué le voy a contar. Se nos meten en la casa, se emborrachan, fuman. Mi mujer y yo quedamos arrinconados en nuestra pieza. No damos más pero mi señora no lo ve. Lo apaña. ¿Ve este moretón, lo ve? Hace unos días el pibe me torció el brazo para que le diera plata. Usted nos dice que lo van a sacar y me dice que la ley me da la razón. Pero señora, ¿Y después? ¿Qué hay después? [El anciano queda a oscuras y se retira. El juez está en su escritorio entrevistando un niño casi adolescente, vestido con ropa deportiva, quien está dibujando] (Juez) … Bueno, ahora yo voy a escribir todo esto que hablamos, me vas a esperar unos minutos nomás con la Secretaria… 148


(Niño casi adolescente) Cuando llegué vos me preguntaste de qué cuadro era. Yo te dije de Ñúbel, ¿no? (Juez) Es cierto. Yo te contesté que soy de Central (Niño casi adolescente) Pero me hiciste una broma [El juez mueve sus manos, levanta sus cejas y se sonrie sin despegar sus labios] (Niño casi adolescente) Tomá [El niño le da el dibujo que acaba de terminar] De esta somos los dos [El juez mira el dibujo de modo que el público pueda verlo. Es una camiseta de Argentina. La observa atentamente, hace silencio. El niño lo mira esperando una respuesta y comienza a retirarse. El juez pone el dibujo sobre el escritorio y se dirige al niño] (Juez) ¡Gracias! ¡Muchas gracias, pibe! [El niño casi adolescente se retira. Ingresa la Secretaria] (Secretaria) Tenés la audiencia de la guarda. Vayan pasando por favor. [Ingresa la Guardadora con un niño (5 años), se sienta frente al juez y lo pone sobre su falda. El niño comienza a dibujar. Ingresan también la Abogada del Niño, la Madre Biológica y el Padre Biológico, ambos jóvenes] (La abogada del Niño) ¿Cómo le va Su Señoría? [Le da la mano] Hoy vengo de abogada del niño, bueno, de este niño claro. (Juez) Bueno, tomen asiento, donde puedan. (Madre Biológica) Yo soy la mamá de.. [con la cabeza señala al niño que está a su izquierda] (Padre biológico). Y yo el papá (Madre Biológica) ¡Andá! ¿Vos sos el papá? Sabés qué, vos sos un 149


caradura, si ni te acordás que tenés a los otros te venís a hacer el papá de éste. (Padre biológico) Mejor no me hagás hablar y contar por qué me tuve que ir de casa (Madre Biológica) Contá, contá, ¡decile al juez todo lo que pasaba en casa cuando venías del boliche! (Juez) Un minuto, un minuto, ¿cuánto hace que no lo ven al nene? (Madre Biológica) Yo le pedí a ésta [con la cabeza señala a la guardadora] que me lo cuidara porque es mi vecina y yo no podía hacerlo. Y ahora viene acá a pedir unos papeles para poder llevarlo a la escuela. ¿Y yo qué? (Juez) ¿Cuánto hace que se lo dio? (Madre Biológica) Bueno, era un bebé de días.. y éste que no me pasa un mango (Juez) [Se dirige a la Guardadora. El niño sigue dibujando como si nadie existiera] Señora, mire, si la mamá lo reclama…. (Abogada del Niño) Disculpe, Su Señoría. ¿Me permite? A mi cliente lo está criando la señora con su pareja y lo tratan como si fuera su propio hijo. Para mi cliente ellos son su familia, son su mamá y su papá… (Juez) ¿Con su pareja? ¿y dónde está su pareja? ¿por qué no vino? (Guardadora) Está ahí afuera (Juez) ¿Y por qué no entró? (Guardadora) Porque usted no lo llamó. (Juez) [El juez se dirige a la Secretaria] Hacelo pasar, por favor. [La Secretaria se levanta y se va de escena. Unos instantes después ingresa un señor joven] 150


(El guardador) Permiso (Niño de cinco años) [El niño deja el lápiz, mira al Joven, se dirige a él, lo abraza y exclama] ¡Papá! [Se apagan las luces]

Quinto acto

[Sentada en la silla o banqueta está una joven de dieciocho años. La luz solo la cubre a ella] (Mujer de dieciocho años) Me fui de mi abuela porque no me los banco más. Hace un rato me llamaron para decirme que me van a ir a buscar. ¡Por favor! ¡No los quiero ver ni a cinco metros! ¿Si mi papá y mis hermanos me pegaron? No, no. Jamás. Nunca. A mamá tampoco. Ellos no son malos tipos… ¿Cómo te explico?: Todos los días, de todo el año, mi mamá y yo nos levantamos temprano para preparar el desayuno a mi papá y mis tres hermanos. Los despertamos y le tenemos preparada su ropa. Durante la semana mi papá se va a trabajar y mis hermanos a la Facultad. Nosotras nos quedamos limpiando, o acomodando las cosas, depende el día. Después hacemos el almuerzo, cuando ellos llegan comemos, después lavamos los platos mientras mi papá duerme la siesta y mis hermanos miran televisión o juegan con la Play. A la tarde tengo que ordenar las piezas, tender las camas, levantarles sus calzoncillos, sus medias, su ropa. Ponerla a lavar, tenderla, plancharla. Para después prepararles la cena. Claro, poner la mesa, servir la comida y cuando me siento, cuando me siento mi papá me dice “Nena, servime soda”, ¡Servime soda!, me dice. 151


[La mujer queda a oscuras y se retira. En la otra esquina la Trabajadora Social, la Empleada y las Secretarias charlan mientras toman mate] (Empleada) - … y qué tiene que le haya dicho “Papá”. ¿Por eso se lo vas a quitar a la madre y se lo vas a dar a la vecina? ¿Y el derecho del niño a que lo críe su familia biológica? ¿Y la gente que está anotada en el Registro? Qué querés que te diga, acá siempre la misma joda, vos seguís el caminito que te marca la ley y después te pasan por encima! ¿No era que estaba prohibido que las madres eligiesen a la familia adoptiva? (Secretaria de Violencia Familiar) ¿Vos en qué año de abogacía estás? (Empleada) [Un tanto molesta] Yo no estudio derecho, estudio ciencia política, doctora. (Secretaria de Violencia Familiar) Ah, claro, ahora me explico. ¿Y vos te creés que con un día que llevás trabajando en el Tribunal podés cuestionar las decisiones que toman los que llevan acá toda una vida? (Trabajadora Social) Mirá, lo que yo entendí es que esta no es una guarda prohibida, es una guarda de hecho. Yo estuve en la casa de las dos, hablé con los vecinos, con la directora, con la pediatra... Y cuando pregunto quién es la mamá del nene todos se refieren a la vecina, no a la madre biológica. (Empleada) Sabés lo que pasa, lo correcto es que vayan al Registro de Adoptantes y esperen. Si sólo hay adopción cuando una nena o un nene necesitan una familia que los críe como hijos, entonces el Estado no está obligado a proveer hijos a los padres sino al revés. Porque también pueden tener abuelos, tíos, hermanos… (Secretaria de Violencia Familiar) Si, todo eso está bien, y es lo que la ley dice. Pero la realidad siempre está un paso adelante. 152


¿Cómo no vas a tener en cuenta la vida de ese nenito? Toda su vida estuvo con esa mujer y con ese muchacho. No vinieron a adoptarlo, vinieron a buscar un papel… [Ingresa el Juez] (Juez) Perdón que interrumpa la charla ¿tengo alguna audiencia pendiente? (Secretaria) Sí, la última por hoy. [Se retiran la Secretaria de Violencia Familiar, la empleada y la Trabajadora Social] (Secretaria) Es la entrevista previa a la sentencia de adoptabilidad con los tres hermanitos. (Juez) ¿Los tres varones? (Secretaria) No, no, son las dos nenas que están en el Hogar y el hermanito más chiquito, el de la familia solidaria. La señora esa bajita que te dijo que ya hacía mucho que el nene estaba con ellos y que si no hacías algo rápido… (Juez) Sí, sí, me acuerdo perfectamente. ¿Está la Defensora? Hacelos pasar por favor. (Secretaria) Buenos días, vayan pasando… [Ingresa la Defensora, una niña de unos siete años, otra de unos seis yun niño más pequeño. La Hermana mayor se sienta frente al juez, la hermana a su lado y el niño ve unos autitos en el piso y empieza a jugar] (Secretaria) … al nene lo trajo la familia solidaria que lo cuida y a las nenas la gente del Hogar acompañado por personal de Niñez. (Juez) Bueno, buenos días a los tres. La Señora es su abogada y yo soy el juez. Seguramente ya les deben haber comentado para qué vinieron a verme, ¿no? 153


[Silencio. La Hermana Mayor interrumpe y lo mira al juez directo a sus ojos] (Hermana Mayor) ¿Vos sos el que nos va a buscar una mamá y un papá? [Silencio] (Juez) Sí. Bueno, es posible, porque… (Hermana Mayor) Porque nosotros queremos vivir con una mamá y con un papá. (Juez) Bien, hay algunos trámites que todavía… (Hermana Mayor) ¿Cuánto tiempo falta? [Silencio. El juez mira a la Defensora. Pone su mano sobre el expediente y deja allí su mirada] (Juez) Y…. un tiempito… (Hermana Mayor) ¿Cuánto tiempo es un tiempito? [Silencio profundo. La Hermana Mayor se levanta y mira al público] (Hermana Mayor) ¿Cuánto tiempo es un tiempito para vos? ¿y para vos? ¿y para vos la que está atrás? (Hermana del Medio) ¿Cuánto tiempo es un tiempito si sólo recibís golpes, si sólo recibís insultos? (Hermano pequeño) ¿Cuánto tiempo es un tiempito para vos si fueras nosotros? [En un costado del escenario aparece Eduardo y luego, de a uno, otros personajes] (Eduardo) ¿Cuánto tiempo es un tiempito para vos si estuvieses en mis zapatos? 154


(Mujer transgénero) ¿Cuánto tiempo es un tiempito para vos si estuvieses en mi cuerpo? (Anciano) ¿Cuánto tiempo es un tiempito para usted si la respuesta es “espere” cuando ya no hay fuerzas para esperar? (Guardadora) [Mirando al juez, a las Secretarias…] ¿Cuánto tiempo es un tiempito cuando a la gente le dicen “vuelva mañana”? (Ese) ¿Cuánto tiempo pensás que dura mi infancia? (Adolescente de quince años) ¿Cuánto tiempo es un tiempito si la única comida del día es la de la Escuela? ¿Cuánto tiempo duró tu infancia? (Mujer de dieciocho años) ¿Cuánto tiempo es un tiempito si nadie te mira, si nadie te ve, si nadie te escucha? (Hermana Mayor) ¿Cuánto tiempo duran tus propios tiempitos? [Se apagan todas las luces].

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Una pequeña niña de apenas siete años se sienta frente a un juez, desliza una pregunta y pone en jaque un sistema en su ejecución efectiva. Aboga por sus derechos, por los de su hermana y los de su hermano y, sin haberlo imaginado, por los de los otros niños y niñas. El cuestionamiento de Ele no se quedó en el recinto de aquel pequeño despacho. Esas cinco palabras -¿Cuánto tiempo es un tiempito?- generan tantas lágrimas como sonrisas pero, por sobre todo, coloca inevitablemente a los adultos en una situación de introspección necesaria, de reflexión y de revisión de aquello que estamos haciendo por las personas que transitan la niñez y la adolescencia. Ese proceso de “barajar y dar de nuevo” abarca a todas aquellas personas que, de algún modo u otro, se relacionan con la niñez y la adolescencia pero se instala con énfasis en quienes tienen responsabilidades institucionales. ¿De qué sirven las letras de nuestras convenciones, constituciones, códigos, leyes y resoluciones, planes, protocolos de actuación, observatorios y organismos, si cuando el derecho llega la infancia ya no está? En esta nueva edición hallarán, en gran medida, los relatos de la primera más unos cuantos que se agregan junto a nuevas secciones. La última contiene una propuesta para representar algunos relatos, y otros, sobre un escenario y ampliar la perspectiva hacia otros aspectos de la vulnerabilidad que incluyen la problemática de la violencia en sus distintas aristas. Nuevamente, Jorge Molina, artista plástico distinguido de la Ciudad de Rosario, me ha acompañado con sus ilustraciones. Su participación se cimienta en el abordaje del derecho de las personas en situación de vulnerabilidad desde una perspectiva que excede y abarca al derecho. De algún modo es instar el trabajo multidisciplinario, cuya perspectiva es impulsada normativamente y cuyos intentos de concreción no siempre logran su cometido, yendo más allá del concepto de disciplina y comprendiendo todas las expresiones de la cultura popular. En ese orden, Jorge concibe a las artes plásticas, y al arte en general, en tanto protagonista principal de los problemas sociales. Las ilustraciones de Jorge, entonces, superan con creces aquella idea inicial de hacer algo entre dos hermanos cuyas áreas de trabajo parecen estar muy lejanas. Actualmente, soy juez de la Sala 3ª de la Cámara de Apelación en lo Civil y Comercial de Rosario. Me han preguntado, con cierta frecuencia, por qué razones dejé de ser juez de familia. Eso no es cierto, excepto que luego de “ser” se agregara “exclusivamente”. En mi provincia, son aquellas Cámaras las que ejercen la instancia de revisión de las decisiones del fuero de familia, dado que aún no se han creado tribunales especializados de segunda instancia. De ese modo, esos jueces de Cámara de la provincia de Santa Fe son también jueces de familia. Sin embargo, esa explicación no se aleja de una mirada formal. La respuesta sustancial, quizá, siga estando en las páginas que siguen.

Marcelo José Molina Abril 2019


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