Mi mejor amigo, un amor incondicional, cuentos y relatos

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GOBIERNO DEL ESTADO DE VERACRUZ DE IGNACIO DE LA LLAVE Javier Duarte de Ochoa Gobernador Erick Lagos Hernández Secretario de Gobierno Elvira Valentina Arteaga Vega Directora General de la Editora de Gobierno Lourdes Jiménez Mora Coordinadora General del Proyecto ARPA

Primer Concurso de Cuento Primer lugar Título de la obra: El perro rengo Autor: Cecilia Lartigue Ilustració: Álvaro Maldonado Segundo lugar Título de la obra: Un trío de ángeles... Autor: Héctor Placente Ilustración: Samantha Mora Menciones por parte de los organizadores: Algo de mis recuerdos: Guillermo Sergio Jiménez Sosa. Ilustración: Álvaro Maldonado Cuento con patas: Bárbara Esperanza González Guerrero. Ilustración: Samantha Mora Drume: Laura Haddad. Ilustración: Karem Rodríguez Solís Minúsculo Miau: Calicó. Ilustración: Samantha Mora Una aventura en el desierto: Rafael Martínez, Ilustración: Rujiro Temis Un deseo que cambió mi vida: Roberta Carolina Zaldo Chacón. Ilustración: Karem Rodríguez Solís Chabela: Pablo Herrera. Fotos de Chabela y Pablo

Diseño: Jacqueline Marenco Mendoza Edición: Irene Alba Torres ISBN: 0000 Editora de Gobierno del Estado

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Mi mejor amigo un amor incondicional cuentos y relatos

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Prólogo

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os cuentos y relatos aquí compilados fueron seleccionados entre más de 40 trabajos de diversa procedencia (Cuba, Ecuador, España, Argentina y varios lugares de México), que participaron en el concurso “Mi mejor amigo, un amor incondicional” convocado por el Proyecto Arpa, la Secretaría de Medio Ambiente y la Editora de Gobierno del Estado de Veracruz. Al difundir los valores y principios sobre el cuidado, el respeto y la protección de los animales, este libro es sobre todo fruto del noble y amoroso trabajo que, desde hace poco más de dos décadas, realizan los activistas del Proyecto Arpa. Cada uno de estos textos reivindica la importancia de educar a los niños y jóvenes para vivir en armonía con los otros seres vivos. Sin duda, los autores expresan las preocupaciones y ocupaciones que muchos de nosotros experimentamos. Se trata de un tema que ha trascendido ya al marco legal, con la finalidad de garantizar una mayor protección a los animales, tarea en la que la responsabilidad es conjunta, de gobierno y ciudadanía. En México hay diversas iniciativas, organizaciones civiles y grupos que se dedican a la defensa de la vida animal. Casi todos los estados de nuestra república cuentan con una ley en la materia. En ciudades como Culiacán, por ejemplo, se han prohibido los circos con animales. Asimismo, en el Distrito Federal se aprobó el proyecto de Ley para Prohibir Animales en los Circos de la Ciudad de México; esta propuesta ha tenido ecos notables en el Congreso de Querétaro y en el municipio de Naucalpan, Estado de México. En Veracruz, existe la Ley de Protección a los Animales, la cual fue publicada el 5 de noviembre de 2010 en la Gaceta Oficial; más recientemente, el 29 de enero de este año, se publicó la Ley de Protección al Toro.

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Además de apegarnos a la normatividad, podemos lograr grandes cambios con acciones tan simples como: esterilizar para evitar la sobrepoblación y el abandono; adoptar en lugar de comprar; o cuidar nuestras mascotas con plena conciencia de que requieren atención y amor. La protección de los animales es competencia de todos nosotros como individuos, como familia, como sociedad. Con la certeza de que este concurso tendrá muchas ediciones más, los invito a disfrutar estos cuentos que elogian la inevitable relación entre los hombres y los animales. Lean estas historias en compañía de los amigos y de la familia, que es donde germinan los grandes valores, donde la paz, el amor, el respeto, la tolerancia, la libertad nos convierten en mejores seres humanos. ELVIRA VALENTINA ARTEAGA VEGA DIRECTORA GENERAL DE LA EDITORA DE GOBIERNO

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El perro rengo Por: Cecilia Lartigue Ilustración: Álvaro Maldonado

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lfonso entrega el billete con la certeza de que también el taxista lo está engañando. “¿Dónde estará mi niña?”, su niña, Irene, de más de cuarenta años, con hijos adolescentes, quien no atinó más que a disculparse y lo dejó frente a la posibilidad de varios años de cárcel. El viejo se apoya en el bastón para encaminarse a la esquina precisa en donde solía esperar a su hija para ir a comer, hasta hace una semana. Recorre con la mirada el edificio que tiene enfrente, hasta detenerse en un departamento que tiene la ventana abierta. “Nada más falta que alguien arroje una maceta y me parta el cráneo”. Una mano se posa sobre su hombro. Aunque sabe que la cita es con Gregorio, no pierde la ilusión de encontrarse con el rostro escasamente maquillado de su niña. —¿No estarías espiando a una señorita? La voz cascada y festiva de su amigo le devuelve algo de calma. Gregorio ha sido el amigo de su vida. Celebró con él su boda, el nacimiento de Irene, el éxito del negocio. También lo ha acompañado en el luto por su esposa y en estos días de incredulidad, rabia y, ahora, de pavor. —Me vengo saboreando un costillar a las brasas —dice con entusiasmo el amigo.

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El viejo se deja conducir por Gregorio hasta un restaurante argentino, en el callejón de un barrio modesto. Parado junto a la puerta, se encuentra un perro callejero, flaco y rengo. —Mira, camina en tres patas, como tú —dice Gregorio, señalando el bastón. Alfonso nunca ha sentido afecto por los perros. “Qué comparación tan desatinada. Además de los tres apoyos, ¿en qué me parezco a este animal?”. Intenta recibir la broma con una sonrisa. En el restaurante se acomodan en el rincón opuesto al que acostumbraba sentarse con Irene. Mira los gestos animados de su amigo y trata de contribuir con algunas exclamaciones cortas y asentimientos de cabeza a los temas cotidianos –el tránsito de la ciudad, la incertidumbre del clima, los nuevos impuestos, las rapacerías de la clase política–, todo lo necesario para evitar el único asunto que lo ocupa. Ahí sigue el perro, ahora echado contra el ventanal del restaurante, dejando en el vidrio una aureola de vaho alrededor de su hocico. Alfonso gira su silla para cambiar de vista y se topa con el lugar en donde se sentaba su hija, una mujer de cabello lacio y huesos largos. La recuerda con el torso inclinado hacia él, con la mirada clavada en el plato en respuesta a las preguntas sobre los manejos de su marido en el negocio de Alfonso. Gregorio le había sugerido confrontar al yerno desde que aparecieron las primeras discordancias entre las cifras, pero a lo más que llegó Alfonso fue a guardar la calma y a desear que, al menos, la familia fuera confiable. El mesero pone la carne a medio cocer en la mesa. Con el impacto, se esparce sobre la madera un charco de sangre diluida. El olor desata en Alfonso los recuerdos de las últimas semanas: la imagen de su propia firma en papeles nunca antes vistos, las respuestas evasivas del yerno, el silencio de su hija, seguido de algunas disculpas entrecortadas y, al final, la 12


desaparición de ambos. Se recuerda esperándolos por horas, recargado en la puerta de su casa, humedeciendo la madera con el sudor de su traje. Aparta el plato y comienza a levantarse de la mesa. — Bastaría con una prueba grafológica para demostrar que las firmas no son tuyas. La respuesta de Alfonso es una mueca de resignación. Se despide apretando suavemente el hombro de Gregorio y sale hacia la calle, en donde el perro se ha puesto de pie y lo observa. Le da un grito, al tiempo que intenta ahuyentarlo con un ademán. El perro recula ligeramente, bajando la cabeza, y se detiene junto a un árbol. Con pasos firmes, previendo algún peligro, ya sea una alcantarilla destapada o el derrame de aceite que pueda hacerlo caer, Alfonso llega a un parque y se sienta en una banca. Extiende su mano para acariciar al otro ocupante, un gato que se aleja a toda prisa como si la intención del movimiento fuera golpearlo. “¿Qué traición lo habrá marcado?”, piensa viéndolo refugiarse en zigzag por la maleza. Cierra los ojos para que el sol caliente todo su rostro. Le aterra lo que viene porque es terreno desconocido. ¿Unos hombres tocarán a su puerta y se lo llevarán en un coche negro? ¿Lo citarán a otro juicio? ¿Entrará a la cárcel sin posibilidad de fianza? Y aunque hubiera opción de fianza, ¿quién la pagará si Irene no está? Tal vez Gregorio. Alfonso se ha movido siempre en el territorio familiar de lo seguro, lo honesto. No conoce las consecuencias de transgredir la ley porque nunca lo ha hecho; nunca hubo necesidad de hacerlo. Pero ahora, sin culpa alguna, le espera un castigo cuyas consecuencias ni siquiera imagina. El cuerpo del perro roza su pierna lisiada. Creía que se había librado del animal, pero ahí está, dispuesto a seguirlo toda la vida. El perro lo mira con sus ojos negros y redondos: “Confiado, seguro de que en las personas encontrará humanidad”. Siente horror de su propia pasividad, de haber 13


apretado los labios cuando lo que debió hacer era exigirle explicaciones a Irene. Ahora la imagina tumbada al sol, en alguna playa de arena blanca, en calma, tal vez concentrada en un libro y disfrutando de una margarita. Él se ve encerrado en una celda, rodeado de hombres violentos que no conoce. Piensa en Irene, posando para una foto con fondo marino. Ahí sigue el perro. Quisiera empujarlo, decirle que se vaya. Tres, quizás cuatro años de prisión. Tal vez muera antes de cumplir la condena. Irene se aleja por la playa, de la mano de su marido, y se sumerge en el mar, indiferente por completo a los problemas de su padre. Irene riendo, muy lejos de él. Alfonso se pone de pie y levanta el bastón por encima de su cabeza. Solicitará la prueba grafológica. Piensa que la caligrafía puede ser de ella y no la del yerno, que será Irene quien vaya a prisión. ¿A prisión su hija, quien de niña se esperaba despierta sin importar la hora, pues no podía dormirse sin el beso de papá, quien se llenaba de orgullo cuando, de jovencita, todos le decían que era idéntica a su padre? Pero el viejo exige respeto de su hija. Y si ella no lo muestra, tendrá un castigo. Se imagina enorme, viéndola desde muy arriba. Golpea la banca con el bastón, con todas sus fuerzas. Un impacto contundente, otro menos severo, uno último apenas audible. Enseguida comienza a llorar. No podría lastimar a su hija, sin importar la miseria de los actos de ella. Una caricia humedece la mano del viejo. Es la lengua del perro, lamiendo su piel. Alfonso nota en la mirada del perro un mensaje urgente: “Tú eres como yo”, le dice claramente, “de una bondad inquebrantable, a prueba de balas, a prueba de humanos”. El viejo se sienta de nuevo y se abraza a él, pensando: “Así será y tendré que pagar el precio”.

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Un trío de ángeles… Por: Héctor Placente Ilustración: Samantha Mora

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sta historia que les contaré en los próximos renglones es cierta. La fuimos forjando diariamenente, entre el asombro, al principio, y la seguridad y el convencimiento posterior del que la bondad existe en estos seres muchas veces incomprendidos y cruelmente abandonados. Vivimos en Avellaneda, en una zona complicada muchas veces por la inseguridad y los robos constantes de muchachos de vida fácil que caen en manos de las temibles drogas. Hay que ser guapo para salir de madrugada y caminar seis o diez cuadras en la más absoluta oscuridad para ir a tomar un colectivo. Oscuridad, nieblas, miedos surtidos para atravesar la plazoleta que te deposite en la cabecera de la terminal de la línea 95. De allí partía la niña del cuento hacia la Facultad de Ciencias Contables, en la capital federal. Estudiar es difícil de por sí, pero hay que tener fuerza, muchas garras y voluntad para salir temprano a desafiar la inseguridad. Es bravo caminar asustado. El cronista que está curtido en mil batallas, acompaña a su hija; vale el esfuerzo porque es una niña aplicada y la madre sugiere el esfuerzo para acceder a un título que habilite o posibilite una calidad de vida distinta. Así, con una firme decisión de valentía arrancamos al del verano la excursión semanal de atravesar el parque en busca de llegar temprano a la terminal del micro para poder viajar en buenas condiciones, léase, sentado hacia la casa mayor de estudios. 15


Los primeros días ensayamos distintos caminos. Tal vez el instinto o el destino quiso que una mañana, en vez de caminar y doblar en la primera esquina para acortar camino, siguiéramos derecho hacia la boca del lobo. Fuimos hacia el centro del parque evadiendo los atajos. El miedo paraliza. Y bordeándolo habíamos realizado los primeros viajes. En el centro. Y por el centro nos fuimos en mañana fría con la hija, aspirante a contadora. Una cuadra en la más absoluta oscuridad, casi caminando por la punta de la acera, entre la vereda y el asfalto para tener mayor campo de visión y poder escapar ante algún peligroso abordaje de algún chorro atrevido. Siempre hay que viajar atento y vigilante. Veníamos súper prevenidos cuando nos asaltó una jauría pequeñas de canes: Un trío de perros impresionantes. Uno, el que me encaró decidido a comerme vivo, parecía El mastín de los Basquerville, un color negro azabache horroroso. Acostumbrado a andar entre los bichos en el campo, sólo atiné a

llamarlo por un nombre ficticio que se me ocurrió al toque, en ese preciso instante previo al tremendo mordisco que tenía en mente. ¡Miguel!, le grité, casi un saludo implorador de justicia y atención. Y el tremendo perro se quedó quieto, como paralizado, y ahí nomás, sacando pecho por la acción exclamé: ¡cuídeme a la nena! Fue un instante de perplejidad. Los perro,s como

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si fueran instruidos vaya a saber por cuaál ángel guardián, la rodearon y comenzaron a chumbar de manera impresionante. Semejante enfrentamiento nos despertó por completo. Los perros nos acompañaron a cruzar el parque y esperaron ante nuestro asombro y el de la propia gente, que

se acercaba a la parada para tomar el colectivo, por el comportamiento de este trío canino, que protegía a mi hija. Me fui agrandando en la parada y estiré la mano en señal de una caricia; chúcaros los perros, desconfiados, no me permitían acercarme, me miraban torcido, amenazantes, pero lo más importante era que estaban. Habíamos descubierto una grata compañía, es más, ya pensaba cómo educarlos para que nos acompañaran diariamente. Tenía que hacer un curso acelerado de encantador de perros, esas mascotas eran útiles. Mi cabeza navegaba a 1000 kilómetros por hora pensando que había encontrado una solución práctica para cruzar el parque sin miedo, de un viaje, acompañado por un tremendo trío, que metía terror con sólo mirarlos. Ni hablar de la estampida que causaban ladrando y mostrando los dientes, como el famoso león de la Metro. Los nuevos amigos esperaron que Marina subiera al colectivo y comenzamos el retorno. Volvimos

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por el mismo lugar y ante mi asombrado proceder los perros me seguían. Tomé coraje y enfilé, sonriente, hacia la puerta de mi casa. Previamente, llamé por teléfono a mi señora y le conté la aventura vivida y que estaba a dos cuadras del hogar, que por favor preparara algo para comer por que llegaba con tres nuevos amigos… Llegar acompañado a esa hora fue tremendo. Se les brindó unas sobras de la noche: un par de milanesas que fueron devoradas al instante; y ante el hambre descontrolado del trío también se les dio pan y agua… Saludé como correspondía a mis nuevas custodias y entré a mi hogar. Felices por las circunstancias del encuentro fortuito nos quedamos charlando y tomando unos mates hasta las siete de la mañana, que salía la otra niña para el colegio secundario. Al abrir la puerta, estaban los nuevos amigos esperando. Esta vez, el camino era distinto, apenas dos cuadras pero en otra dirección más céntrica. Los guardianes hicieron el recorrido contentos. Ya movían la cola como si fuese una hélice. Los perros no se iban del frene de mi casa. A las nueve de la mañana salí caminando tranquilo hacia mi trabajo. Apenas doce cuadras que las hago caminando para hacer gimnasia. Los perros me siguieron. Por un lado estaba contento y por otro lado pensaba que era una pesadilla soportar a estos tres desgraciados que me iban a generar millones de problemas con los vecinos. Ya estaba elucubrando cómo hacer para deshacerme de hambriento trío canino… Se quedaron los perros esa mañana en los alrededores de la peluquería y al regresar para el almuerzo, el nuevo grupo guardián se desvió y se fueron solitos. Al otro día, seguimos con la rutina de llegar a la terminal del colectivo 95, para tomar el micro, de las 5:45, para que la aspirante a contadora pueda estar en la sala de estudios capitalina y nacional, antes de las siete de mañana, 18


hora de entrada a la cátedra, cursar las materias y volver al mediodía. Apenas caminamos una cuadra, y ante el temor de la soledad, pegué un chiflido. Fue un instante de felicidad muy grande ver la figura recortada de nuestros amigos que venían revoleando la cola a nuestro encuentro. Meta chumbar, haciendo un barullo tremendo, marcando el terreno y diciendo: “Cuidado al que se acerca que los devoramos” Atacaban coches, motos, bicicletas, todo lo que se acercaba a la nena, lo encaraban desafiante. Arrugaba la gente y se apartaba del camino. Increíble. A las motos las corrían y le tiraban un tarascón a los pies. Nadie paraba. Puteaban, insulaban, pero seguían acelerando para alejarse rápidamente. Metían miedo. Todos los días la misma rutina. Salir de casa, caminar una cuadra y pegar el chiflido. Los amigos corrían a nuestro encuentro y rodeando a Marina, la futura contadora, a la que previamente olían y saludaban, procedían a marchar y custodiarnos. Una mañana fría de invierno, en la zona del terraplén, por donde pasan los trenes, se me acercó un personaje dispuesto a un arrebato, un solitario ladrón de telefonía celular, un principiante que no vio, por estar alterado o empastillado, que metros más atrás venía la jauría entretenida comiendo galletitas dulces que Marina repartía con absoluta generosidad a sus aliados defensores. Me paró y cuando hizo el ademán de sacar un revolver, Miguel, el perro que había respondido a ese nombre se le tiró encima y le mordió el brazo. La decidida acción hizo entrar al aprendiz de chorro en feroz retirada. Asustado se golpeaba los zapatos contra la cabeza de tanto correr. Dos perros lo corrieron y uno se quedó con nosotros. Esa excursión feliz, mereció un premio especial. Llamé a mi señora que preparó un plato de arroz con pollo para agasajar a trio bondadoso y generoso. En esa función de algarabía compartida descubrí que Miguel no era tal, era una perra de policía, una mezcla rara de manto negro con otro 19


perro. Seguramente berreta la cruza, pero de una bondad sin límites. Perros de la calle sin marcas definidas, pero con ganas de jugarse la vida por el prójimo. Los perros paraban y paran en la casona media abandonada de una viejita entrada en años, que vive en la esquina de casa, antes de entrar al parque. Cinco años duró la carrera de mi hija Marina. Cinco años, Miguel y compañía nos esperaron, corrieron a nuestro encuentro, nos acompañaron a la parada del colectivo, esperaban la partida de la niña, mientras saboreaban galletitas dulces o su menú preferido, panecitos negros con miel, que compramos especialmente a estos muchachos que nunca renunciaron a su tarea de acompañamiento. Un dato por demás curioso. Esa carrera tiene un ciclo básico de dos años que se cursa en Avellaneda. La piba, como diría mi viejo, cruzaba el parque acompañada de los perros y entraba, con Miguel y sus discípulos a la Facultad. Marina entraba en el aula y los canes se quedaban sentados en el patio esperándola hasta su salida. Parte del título les corresponde a esos amigos incondicionales que la escoltaron siempre. Vayan esta líneas simples y sentidas a estos perros callejeros que hicieron posible que mi hija se recibiera en la Facultad, pues le bancaron la custodia durante cinco años seguidos sin pedir nada, sólo un poco de ternura. Alguien debe recordarlos y qué mejor ocasión que esta oportunidad que nos dan los amigos mexicanos. Tal vez hoy no pueda desplegar la brillantez en el relato, pero estoy narrando cosas vividas con entera emoción y decisión. El trío de ángeles que vaya a saber quién nos mandó, siempre nos protegió. Sin ese aporte no hubiese podido estudiar la niña, porque se creó un lazo de amistad y de preocupación muy grande por saber qué pasaba con nuestros amigos. Este año 2013, en el mes de agosto, la señorita Marina Placenti culminó una carrera brillante, se recibió en la Facultad Nacional de Ciencias 20


Exactas. Sin la ayuda de ese trío angelical no hubiese podido cruzar el parque el miedo la hubiera paralizado. Esos amigos viven, siguen estando en la otra cuadra de casa y son siempre invitados de lujo. A veces, pasamos a propósito por la casita de la anciana y chiflo, al rato caen contentos los perros a un encuentro de amistad y comunión que se dio así… Simplemente por la gracia de la vida. Hechos que jamás se olvidan. Recuerdos gratos. Propinas que cayeron del cielo. Amigos incondicionales que trajo el camino. Me olvidaba, Miguel es claro y peludo. La negrita es una perra grande y tiene un pelaje atigrado y el otro es negro con la cara manchada de beige, un vago tierno y cansino; el más joven, pero lenteja… No tengo tiempo para corregir este escrito que salió directo del horno sin pensarlo, sin tocarlo derecho, improvisando. Tal vez se merecían los amigos un relato mayor y mejor, pero lo cuento contento porque tres amigos atorrantes de la calle, formaron y produjeron un acto, una comunión de fe sin límites entre un padre y una hija, entre en deseo y una esperanza… El padre que siempre pateó la calle y tiene el conocimiento de los que estudian en la universidad de la vida, o en la facultad de la calle, se estremece y se emociona hasta el llanto por el logro conseguido por su retoño, por el esfuerzo a la constancia, al apego de las buenas costumbres y al respeto hacia un método.Cosa que él nunca tuvo porque vivió y vive improvisando, chiflando y bautizando perros ajenos, pero el mayor acierto fue desacertar el nombre y el género y rescatar su compañía y sus amistades inquebrantables…

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Chabela Por: Pablo Herrera Fotos de Chabela y Pablo

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o soy Chabela, cuando conocí a mis papás yo era muy pequeña; apenas tres meses de edad y un par de kilos de peso; era muy juguetona y quería probarlo todo. El primer juguete que me dieron era una carnaza blanca con forma de hueso, pero yo prefería esconderme y robarme las chanclas de mi papá ¡por alguna razón eran mucho más divertidas y sabrosas! Llegué al mundo cuando mis progenitores, sin quererlo, me tuvieron. Sólo así, como si hubiera salido de la nada, nacimos yo y mis ocho hermanos… Pero eso es historia vieja, lo importante es que mis papás me adoptaron. A pesar de que extrañé a mis hermanitos, al principio, me acople rápido a mi nuevo hogar. Era un lugar extraño, nadie me regañaba aunque yo hacía de las mías. Yo seguía creciendo y mis travesuras fueron cada vez más grandes. Una vez hasta me comí los lentes de mi papá; y sibien le pareció gracioso, no se enojó conmigo. Ese incidente le hizo ver que yo tendría necesidades especiales y comenzó a sacarme a pasear más seguido, pero eso fue un problema. Yo era muy nerviosa en ese entonces, cada que alguna persona o perro quería acercarse a saludar yo me hacía del baño e intentaba huir despavorida. Mi papá, con calma, me enseñó que no tenía que temerle al 23


mundo, que podía ser divertido. Ese fue el momento cuando me inscribió en una escuela para perros donde yo podía aprender una de las cosas más importantes: a ser sociable. En esa primera escuela aprendí a sentarme y estar quietecita, a correr y a saludar a los demás perros; inclusive me conseguí un novio que se llama Maiko y es un Pit Bull. Yo no sé qué significa eso, pero mi papá dice que puedo jugar con todos los perritos porque ya estoy esterilizada. Luego Maiko dejó de ir a la escuela y empecé a salir con

Goten, un Schnauzer. Mi mamá dice que yo no tengo raza, pero todos dicen que parezco galgo. A mí no mé importa, yo sólo se que me gusta correr, jugar con otros perros y saludar a las personas. Un día cambiamos de escuela para que yo pudiera conocer nuevos amigos y aprendí a hacer una cosa que se llama “saltos con túnel”, la verdad es que me encantó. Se trata de brincar cuatro obstáculos, meterse al túnel y saltarlos de regreso. Todos se quedaron sorprendidos por mí velocidad. A mi me gusta mucho esta

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actividad porque me permite correr todo lo que quiero sin necesidad de tener que viajar al campo; y a demás mi papá siempre me llena de premios y felicitaciones cada vez que lo hago. Mi papá dice que nos ganamos un premio, la verdad a mí eso no me importa (aunque lo colgó en la sala de la casa). Yo soy feliz saliendo a pasear, entrenando, durmiendo con mi papá y comiendo. Cada que él llega lo saludo con entusiasmo y siempre tiene tiempo para jugar conmigo. En la casa también vive una gata, se llama Ita y nos llevamos muy bien. Chabela salvó mi vida. Yo soy Pablo y tengo 28 años de edad. Contar la vida, de Chabela no es fácil para mí pues ella llegó cercana a la muerte de varios de mis amigos. Siempre he sido una persona de carácter frágil, no suelo reponerme fácilmente de las sorpresas desagradables que nos da la vida a veces. La historia de Chabela no comienza con Chabela, sino un año antes con Lola: una Pomerania de 11 años de edad. Lola tenía un severo problema de agresión contra las personas, pero de alguna forma ella y yo nos llevamos bien. Ella vivía con una señora que estaba enferma de Alzheimer en Cuernavaca; un día a esa señora se la tuvieron que llevar a una casa de reposo y Lola quedó desamparada. ¡Nadie la quería! Y aquellos que la querían lo hacían previendo ganancias económicas, pues tenía pedigrí. No me quedó otra alternativa más que tomarla entre mis brazos y llevármela a casa. Durante mucho tiempo trabajamos con Lola y su rehabilitación, pero mi familia desarrolló la idea de que Lola quería tener perritos pues siempre la encontrábamos rascando, como construyendo una madriguera. Yo me negué todo el tiempo pero la insistencia de mi familia era mucha. En ese lapso perdí a dos entrañables amigos y yo caí en depresión, me costaba mucho trabajo levantarme cada día, por poco dejé la escuela… Ya nada tenía sentido para mí. Fue entonces cuando otro amigo me comentó su situación: los perros de su novia “se cruzaron” y habían nacido nueve 25


criollos. Nadie quería adoptarlos y, viviendo en la ciudad, no podía quedarse con ellos. Le pregunté a mi familia y me permitieron adoptar a uno. Todo iba bien hasta que por la edad, Lola murió. El golpe fue tremendo para mí y mi familia, descuidé un poco a Chabela pero ella supo ser paciente y presionar los botones correctos. Ella me hizo saber que era la hija de Lola y que le debía atención y afecto. Me hizo entender que el contrato de adopción que ella y yo habíamos firmado era de por vida y que no dependía de mi estado de ánimo. Poco a poco Chabela se convirtió en el centro de mi universo. Cuando me encontraba triste pensaba en su alimentación, cuanto me daban ganas de llorar salíamos a pasear, cuando nada parecía tener sentido jugábamos. Con Chabela siempre había algo más que hacer, un lugar nuevo al que ir, un truco nuevo que practicar. Chabela con su exceso de energía logró que yo me diera cuenta de que estar deprimido de por vida no es una opción, que hay responsabilidades en la vida y que no puedo quedarme en cama todo el día. ¡Chabela tiene que comer dos veces al día! ¡Chabela tiene que salir a pasear una hora! ¡Chabela tiene que entrenar los domingos! Ella me hace recordar que por lo menos hay alguien que me espera en casa sin esperar nada a cambio. Sé que me ama y ella sabe que la amo. Ese amor debe ser nutrido cada día. Aun en los peores días ella está ahí con su cara de “yo no hice nada”, esperando el momento oportuno para robarse una hogaza de pan de la barra de la cocina o mordiéndome el tenis para apresurarme a la hora de dormir, antes de acurrucarse en mis cobijas, en las noches frías de invierno. Me gusta que Chabela sea una perra traviesa y demandante. Siempre tiene energía para jugar y parece que trama algo; pero así es ella. Chabela y yo competimos cada que hay oportunidad en la Federación Canófila Mexicana. Lo hacemos por diversión. Actualmente competimos en 26


la disciplina llamada Saltos con túnel y próximamente competiremos en Obediencia. Me parece importante mencionarlo, pues cuando entrenamos lo hacemos sin gritos ni jalones, ella se divierte tanto como yo haciéndolo (o por lo menos eso creo). Chabela me enseñó a divertirme aun en los momentos más estresantes.

Una vez competimos en obediencia y a mitad de la prueba a Chabela le dieron ganas de hacer del baño. ¡Error fatal, descalificada! En esos momentos lo único que puedes hacer es sonreír, limpiar y felicitar a tu perro por el gran esfuerzo que hizo. Cada que cometemos un error en la pista es una oportunidad

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para reírnos y una nueva tarea para realizar en el futuro. Chabela es mi compañera y ambos disfrutamos de lo que hacemos, incluso de romper las reglas de vez en cuando y salir a jugar en vez de entrenar o saludar perros callejeros. Chabela, una perra criolla, adoptada y con problemas de inseguridad es mi vida. No me puedo imaginar viviendo sin ella. Gracias a ella me despierto cada mañana con una sonrisa, pues está a mi lado siempre dispuesta a vivir una nueva aventura. No sé qué nos depare la vida en las pistas después de haber ganado el moña de circuito en Saltos con tunel del Campeonato Nacional de Obediencia, pero sé que mientras ella lo disfrute lo seguiremos haciendo. Siempre juntos, un equipo.

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Cuento con patas Por: Bárbara Esperanza González Guerrero Ilustración: Samantha Mora

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ace muchísimo tiempo (en realidad fue hace dos años), vivía en una lejana ciudad un pequeño unicornio dorado de nombre Junior. Él no es una mascota normal ya que a pesar de ladrar, mover la cola y jugar con los gatos, es mágico. Todas las tardes, a la hora de comida, Junior recibía a Ana atrás de la puerta, el golpeteo de su cola aumentaba conforme los pasos de Ana se acercaban, Junior estaba listo para transformarse en ese unicornio mágico que necesitaba la princesa para emprender juntos aventuras. Una tarde, mientras Ana estaba en la escuela, Junior hizo el desastre que acostumbraba. Regó la basura por toda la casa, se comió el desayuno de la mesa, rompió cuadernos, mordió los cables y destruyó las flores del jardín. —Esto no puede seguir —dijo la madre de Ana. —Discúlpalo mamá, está aburrido. —Lo siento, pero le buscaremos un hogar. —susurró mientras cerraba la puerta de su cuarto. Ana no podía permitir lo que estaba pasando. Toda la noche pensó en mil maneras para que Junior se quedara, pero el hecho de ver la casa de cabeza no ayudaba mucho.

—Creo que tengo una idea —dijo Ana mientras lo acariciaba. 29


—Sé que me entiendes, será un gran día, prepárate. —Junior la miraba de forma extraña. A la mañana siguiente Ana se despertó temprano. Mientras su madre preparaba el desayuno, Ana sacó la correa de Junior, se despidió de su mamá y salió. No quería hacerle pasar un mal rato a su madre, pero era la única opción que encontraba. Ana y Junior corrieron por los inmensos pastizales que rodeaban el castillo, Junior al sentir el contacto con el aire sentía que volaba, Ana al tener un gran amigo a su lado no se sentía sola. El sueño de los dos se vio interrumpido al llegar a la escuela, ya que un policía chaparrito y cachetón interrumpió la historia.

—Disculpe, no se puede entrar con animales a la escuela— dijo el policía mientras bloqueaba el paso. —Peeero él se porta bien, aparte es un experimento que nos dejó la maestra. —Lo siento, pero tendré que llamar a su mamá —contestó el policía. —Sólo será esta vez, será como si mi mascota no estuviera.

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—Ya le dije que no se puede, retírese por favor o llamaré a la directora.

Mientras Ana hablaba con el policía, Junior se fue arrastrando hasta llegar al otro lado. Las personas que estaban cerca empezaban a reír, razón por la cual, el policía se levantó de su asiento para tratar de alcanzarlo. Junior corría por los salones, el policía lo perseguía y Ana los trataba de detener. La escuela se convirtió en un bosque encantado donde al correr por los pasillos, éstos se transformaban en un laberinto lleno de obstáculos en el cual Junior volaba para escapar del maléfico cazador. Al mismo tiempo Junior escapaba del gran cazador, tres brujas que se dedicaba a molestar y a burlarse de los demás se acercaron hacia la princesa.

—¿Pero a quién tenemos aquí? —dijo una de ellas.

—Dejen de molestar.

—¿Cómo se te ocurrió traer esa bola de pelos aquí, Ana?

—¿Acaso no se te pegan las pulgas? —dijeron mientras se reían.

—Aléjense de mí —dijo Ana con un tono triste.

—Somos tus compañeras, sólo queremos que veas la realidad.

Al ver que su amiga estaba en problemas, Junior se acercó a ella para enfrentar juntos todo lo que les esperaba.Junior tuvo que activar el poder de la lealtad transformándose en un enorme dragón dorado y Ana se cubrió en una enorme burbuja para así distraer al cazador. El primer ataque lo hicieron las brujas al lanzar un hechizo capaz de hacer pequeñas a las personas, pero el ladrido de Junior fue más fuerte que cualquier ofensa y burla, su ladrido rompió la maldad que le querían hacer y las mandó volando muy lejos de ahí. La ternura de un unicornio dorado había desaparecido y se había convertido 31


en un valiente héroe que sólo quería de defender a su mejor amiga. Fue el turno del cazador, quien lanzó una flecha encantada hacia la pierna de Junior. El miedo de Ana desapareció y al ver que querían herir a su amigo, luchó con todas fuerzas. A pesar de que Junior y Ana eran indestructibles, Ana temía por la salud de Junior, razón por la cual decidió terminar con la batalla. Finalmente el policía capturó a Junior, reportó con la directora a Ana, y fueron llevados a la dirección. Mientras esperaban a que llegara la mamá de Ana a recoger a Junior, Ana sonriá y abrazaba a su mascota, porque se dio cuenta que a gracias a su imaginación ningún problema, por más grande que fuera, jamás podría vencerlos. —Sabes amigo, me gusta que seas valiente, me has demostrado muchas cosas. —No dejaré que te alejen de mí —dijo Ana. Junior y Ana esperaban pacientes en la dirección hasta que llegó la mamá de Ana, quien se encontraba muy apenada por lo ocurrido, pero la directora lo tomó con gracia. —Bueno, muchas gracias —dijo la mamá de Ana. —No se preocupe señora, pero que no vuelva ocurrir —contestó la directora. —Hablaré al rato contigo Ana —dijo la mamá mientras la observaba con una mirada matadora. Junior y la mamá de Ana se fueron. Ana tenía que regresar a clases y se sentía como en un calabozo, donde los cocodrilos no le permitían salir. Pero todo calabozo tiene una llave secreta para escapar de los problemas y esa llave se llama esperanza.

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Fue así como Ana esperó a que terminaran las clases rápidamente corrió a su casa y buscó a Junior y no estaba; las lágrimas empezaron a correr por su rostro. Esta vez el cuento parecía tener un final donde la princesa y su unicornio habían sido derrotados. —Ana, tú eres la que hace su historia no los demás —dijo su madre. —¿Dónde está Junior?

—respondió Ana desconcertada. —Está con alguien más. Ana salió sin voltear a ver a su mamá, pero lo que no se esperaba era que Junior estuviera acompañado por una pequeña bola de pelos blanca como la nieve, adornada con un moño de regalo en el cuello. Ana sonrió y entendío que la llave de su cuento de hadas no estaba perdida. Junior corrió hacia ella y le agradeció con una mirada y el movimiento de su rabo. En poco tiempo Ana y su pequeño amigo habían aprendiendo muchas lecciones donde la amistad, la lealtad y el compañerismo, les enseñaron a nunca rendirse y luchar por las personas que se aman. La

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mamá de Ana finalmente entendió que Junior era parte de la familia y que lo único que necesitaba era un poco de atención y compañía. —Pero esto no acaba aquí —dijo Ana mientras abrazaba a su madre. —Aún nos faltan muchas aventuras por imaginar —dijo Ana a su amigo y a la nueva integrante de la familia. Y es así como termina este pequeño cuento donde una niña normal y sus pequeños perros se transforman en una princesa y un par de unicornios mágicos que viven felices y pulgosos. No dudes en encontrar la magia que hay en las mascotas, pues ellas te harán vivir un cuento con patas.

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Drume Por: Laura Haddad Ilustracion: Karem Rodríguez Solís

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o entiendo lo que pasa. Sólo sé que ahora estoy aquí y este sitio me parece inmenso: hay enormes plantas verdes de las cuales me alimento; bueno, no de todas, algunas saben muy mal, otras no tanto, unas hasta me gustan, son muy frescas y dulcecitas... Pero no como la leche de mi mamita... Ya casi no la recuerdo, sólo que su lechita era muy dulce y que durmiendo a su lado y al de mis hermanitos, estaba muy calientito. Aquí paso frío. La otra tarde llovió mucho. Me asustó la lluvia, no sabía qué era esos ruidos antes de llover. Ruidos muy fuertes que interrumpieron cuando jugaba y es que estoy solo, pero entretenido. Hay muchas piedritas aquí con las que juego. Ademas, antes de comérmelas, juego con las plantas y árboles. No sé por qué con los árboles me dan ganas de subirlos...Pero están muy grandes y su tronco es duro, lastima mis garritas cuando quiero clavarlas para impulsarme hacia arriba. También los árboles se asustaron esa tarde. Se movían de un lado a otro como queriendo esconderse. Yo corrí a la cueva que es mi refugio. Desde ahí vi que cayó agua y luego esa agua se volvió caniquitas frías. Conozco las canicas. Mis hermanitos y yo teníamos una, bueno, era de mi mamá de quien sólo recuerdo su calor y que me daba besos, limpiaba con su lengua y abrazaba, para que durmiera con ella y mis hermanitos. 35


A mis hermanitos y a mí, un día, esos seres nos metieron en un saco. Todo estaba oscuro ahí adentro. Sentí miedo. ¡PUUUM! De un salto que me obligaron a dar llegué aquí. Aquí, donde ahora estoy, me acompañan otros animalitos. Hay un tlacuache bebé, como yo, viboritas y ratas que aunque son más grandes, me temen. No sé por qué. El tlacuache bebé también anda

hambriento. Dice que a su mamá la mataron los mismos seres que me trajeron aquí. ¿Qué es matar? No sé, pero el tlacuachito llora como yo porque está solo y extraña a su mami. Sí, lloro, sobre todo por las noches antes de dormir, cuando extraño el calor de mi mamita y hermanos; y por las mañanas, cuando luego de soñar que estoy con ellos, despierto y veo que aún sigo aquí.

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La primera vez que lloré fue luego de que noté que todo había cambiado: que mi mamá y hermanos no estaban junto a mí. Lo último que recuerdo de mi mamá fue que lloraba fuerte mientras mis hermanos y yo fuimos alejados de ella. Así que desde ese momento lloro hasta cansarme. A veces dejo de llorar para tratar de hallar el regreso al lugar donde nací, con mi mamá y hermanos, pero todo es inútil y vuelvo a llorar. En una ocasión, lloré tan fuerte que otro ser de esos vino al escucharme. Ese ser me habla muy dulce aunque no le entiendo. Dejó comida que al principio no quise probar, pero olía bien y la comí. El ser que viene me llama “Drume” y hace “bichi, bichi” para avisarme que trae comida. Yo espero a que deje la comida y cuando veo que ya no está cerca, la como rápido. No sé qué es “Drume” pero me gusta escucharlo. Una mañana estaba esperando la comida que trae cuando otro ser llegó era uno feo y hacia un ruido igual salí corriendo a esconderme. El ser me agarró pero lo mordí y escapé tuve mucho miedo. Después oí que el ser que me alimenta gritó ¡Drume!. Luego de pensarlo, salí y ahí estaba ese ser amable que desde lejos repetía ¡Drume! Y como me dio gusto verlo, me senté en su pie un momento… Hoy se acercó a mí. Sorprendida de su actitud, casi lo estropeo todo queriendo tomarlo entre mis manos, pero contuve la emoción para no asustarlo. El gatito salió huyendo. Ya son varios días que está ahí, solo. Por momentos parece feliz, viviendo en medio de ese lote baldío donde lo abandonaron, pero sus maullidos recuerdan que es sólo un pequeño indefenso que sobrevive entre escombros, basura y maleza. Pocos días después de que lo fueran a botar, cual desecho, cayó una tormenta y granizo característicos de abril, el mes más cruel, para ese pequeñito. Pensé lo peor, pero afortunadamente él es muy listo y vive. Vive también a pesar de los calores intensos de este mayo que lo han obligado a echarse entre la hierba,

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casi desmayado. Y vive pese a los intentos de algunos por darle quién sabe qué fin a ese animal que sólo tiene una culpa que no es suya: su pelaje negro. La noche cuando lo encontré, recordé otras historias conmovedoras de quien en la piel tiene ese color: la de la negrita Drume que no quería dormir porque la cunita le quedaba chica y sus padres no tenían dinero para comprar otra; y la de Ignacio Jacinto Villa Fernández, autor de la canción de cuna para Drume, quien soportó burlas de la gente por su origen afromestizo. Negro y mestizo es este gatito, por eso, gracias a Bola de Nieve, ahora tiene nombre. Pronto también tendrá hogar. Le llevo de comer todos los días. Por las mañanas lo encuentro muy derechito, sentadito, dando de maullidos como exigiendo que pronto se le sirva, por las tardes, debo de llamarlo porque está escondido y por las noches anda juguetón entre las plantas, correteando sabandijas. Es urgente que lo traiga a casa: un hombre que recoge basura quiso llevárselo al basurero municipal, “para que acabe con las ratas” un vecino intentó agarrarlo para llevarlo de regalo a su hija, y unos perversos adolescentes lo hicieron blanco de su crueldad, arrojándole piedras. Hay quienes dicen que ahí lo deje, que “los gatos saben vivir solos” pero creo que ningún ser merece estar en un perpetuo abandono. Este Drume sí tendrá su cunita a la medida y dejará de llorar… A veces despierto de un sobresalto porque sueño que me han vuelto a secuestrar. Cuando paso eso, escucho la voz de mi humana, la cual ahora entiendo, me dice que: “Tú Drume negrito, que yo voy a compra’ nueva cunita que va’ tené capite’, que va’ tené cajcabel”. Mi humana es como mi mamita, me llena de besos con sus manos porque con la lengüita no puede. Ademas ella sigue alimentándome y obsequia juguetes para que sea feliz.

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Ella puso una trampa para alejarme de donde pasé muchas noches y días solo. Ahora vivo en su casa y sigue llamándome Drume quiere que salga a jugar pero yo no quiero, porque afuera escucho ruidos como los que oía cuando estaba en la cueva; ruidos de seres malos que sin motivo nos hacen daño a los más pequeños y diferentes a ellos. Tengo miedo también de que una noche

duerma y luego despierte lejos de mi humana, que es ahora mi nueva mamá, por eso duermo siempre pegadito a ella. Cada noche tengo una nueva cunita, porque cada noche me enrosco entre los brazos de mi mamá, que son como un rincón donde dejo de llorar.

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Algo de mis recuerdos Por: Guillermo Sergio Jiménez Sosa Ilustración: Álvaro Maldonado

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ace unos días escuché una charla de familia cuando unas viejas amistades se encontraban de visita. Mi natural curiosidad sólo sirvió en esa ocasión para hacerme sentir muy deprimido. Resulta que alguien dijo con la mayor tranquilidad refiriéndose a mí: “puede que aún viva otros 3 o 4 años”. Como cualquiera con un dedo de frente puede comprender, eso es lo que nadie quisiera escuchar. A partir de ese día, una serie de imágenes confusas se amontonan en mi mente. Tomé la decisión de anotarlas como hechos aislados que por alguna razón recuerdo ahora. Dicen que al escribir los pensamientos, se les comprende mejor. Espero que así sea. Soy adoptado. A mi padre biológico no lo conocí porque mamá era… ¿Cómo decirlo? … “Muy facilita”, tuvo muchas parejas sentimentales antes que yo viniera a este mundo. Sólo me queda el recuerdo de cuando recién nacido peleaba con mis hermanos por la comida y ella dulcemente nos ponía a cada uno en nuestro lugar. No sé por qué me abandonó o si alguien me separó de ella. El caso es que vine a vivir aquí con papá y mamá adoptivos. Debo haber llegado muy chiquito a esta casa porque no recuerdo los detalles. Lo que sí reconozco es el cariño enorme que me brindaron mis nuevos padres y la forma tan tierna con que me recibieron y han cuidado desde entonces. La mera verdad no me falta nada.

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Cuando pequeño era muy grosero y si alguien quería jugar conmigo, no entendía que era de mentiritas y los lastimaba. Papá no es rencoroso, pues aunque de momento gritaba y me daba uno o dos manazos, al rato me buscaba donde me hubiera escondido y como si nada. ¿Violencia intrafamiliar? No, por supuesto que no, ahora comprendo que era su manera de educarme. Por eso me crié la fama de arisco, enojón, bilioso y hasta endemoniado. Huyo de sus brazos y cuando no me dejan alternativa tiro uno que otro zarpazo que, reconozco, a veces por mero accidente se clava en un brazo o una mano. Eso hace que me griten, sobre todo mi mamá que no es muy tolerante: “vas a ver, animal del monte, nomás deja que te agarre y no te la vas a acabar” o también “bestia del averno”, “malagradecido” “bestia peluda” y otras cosas por el estilo. Me doy la vuelta y no le hago caso. El problema de siempre ha sido el idioma. Ni papá ni mamá hablan como yo. Eso es una barrera que sólo he vencido parcialmente con el tiempo. Yo sí entiendo lo que dicen, pero ellos a mí no. Por ejemplo, me ha costado mucho trabajo hacer que comprendan cuando tengo hambre, quiero salir al patio o simplemente deseo platicar. Cuando están muy ocupados trabajando o comiendo, no suelen hacer caso a mis llamadas de auxilio por lo que debo atraer su atención con mis acciones. De esa manera he descubierto lo que debo hacer. Verán: para hacerles saber que quiero comer, me pongo a contemplar lastimeramente mi plato y maúllo con fuerza una y otra vez. Papá se acerca y me pregunta “¿Tienes hambre?”. Acerca una mano a mi hocico y la muerdo suavemente, sin hacerle daño, por supuesto, con lo que se da por enterado. ¿Resultado? Me llena el plato. Si lo que deseo es salir un rato a jugar, lo pido en voz baja mientras me quedo sentado junto a la puerta viendo el cerrojo. Un poco después me da gusto escuchar: “Ajá… ¿quieres salir?”. Sin faltar por supuesto las consabidas recomendaciones: “¡Bueno, pero no te alejes!” “¡No te tardes!”, y como me dejan la puerta abierta, “¡avisas cuando llegues!”, etcétra. Nunca me ha agradado el contacto físico con los seres humanos es porque soy 42


medio salvaje pero la edad me ha hecho cambiar y vencer ese comportamiento. Recién encontré el modo de ser un gato más sociable. Ahora, cuando termino de comer corro hasta un banco que se encuentra en la cocina y me siento en él, viendo para la pared, como sin darle importancia al asunto, entonces mi papá se acerca y me abraza. No soporto más que unos segundos, pero bien vale la pena pues después de eso siempre se queda muy contento. No me gusta comer solo, prefiero hacerlo en compañía. He aprendido a indicar a mis padres que aunque tengo comida servida necesito su presencia, para eso me quejo y me quejo sin quitarles la vista, cuando se cansan de escuchar mis lamentos me acompañan para enseñarme el plato lleno, me hago el sorprendido y me apuro a comer lo que resta de mi alimento mientras me vigilan y yo de reojo no los pierdo de vista. Todos los días por la noche, cuando papá y mamá se van a acostar, mi padre me carga y me lleva a mi cama. Cuando llegamos a la puerta, que es abatible, suele ponerme en el suelo y decirme con voz firme “¡Abre!”. Entiendo muy bien y lo hago. Luego me señala mi cama que está en alto, como si fuera una litera, y dice con energía ¡Up! (esa palabra no sé en qué idioma está) y subo a mi cama. Se retira y lo escucho decir: “Eres un gatito muy inteligente”. Algo que me molesta es que pretendan llamar mi atención con nombres ridículos como: minino, chiquito, nene, micifuz o lo que es peor “bichi, bichi, bichi”. ¿Por qué no simplemente decirme por mi nombre de pila? Me llamo Tigre. Soy un gato de color gris verdoso atigrado y acabo de cumplir once años. Lo que me consuela un poco es que si las consejas populares resultan ciertas, a lo mejor al transcurrir esos tres o cuatro años que me restan, con las seis vidas que van a quedarme puedo seguir pasándomela bien. Veré que pasa...

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Minúsculo miau Por: Calicó Ilustración: Samantha Mora

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izmina era una gata muy pequeña. Quienes la conocían pensaban que era la menor de sus hermanos, aunque era la más grande… Es decir, la mayor. Cuando le servían su comida, tenía que trepar por la orilla del tazón, agarrar una croqueta con sus dientes y comerla a mordiscos durante todo el día. Debía tener mucho cuidado al tomar agua, pues si perdía el equilibrio y resbalaba, podía ahogarse y perder una de sus vidas. Pero lo peor de todo era el arenero, no el del parque de juegos, sino el de hacer el “chichís” y el “popós”, ya que para ella era un desierto sin salida. —No me quiero ensuciar las patas… —se quejaba. Y dejaba sus ‘regalitos’ en el borde del platón. Un día perdió el equilibrio y se resbaló hacia el fondo de la arena, y como era tan pequeña, su humana lo limpió con ella adentro, así que terminó en un botadero de basura… Bueno, en el cesto frente a su casa. Se movió como un gusano por la arena para romper la bolsa con sus garras, pero cuando asomó la cabeza, el pasto estaba a cientos de colas de gato hacia abajo. —¿Dónde estoy? ¿Qué huele tan feo?, ¡Guácala! —maulló sin notar que ese asqueroso aroma venía de su propio cuerpo.

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El cesto era de malla metálica, cualquier gato que se colgara de él lo rompería, pero como Gizmina no pesaba nada, bajó por la malla metálica caminando, hasta que el pasto cubrió sus orejas, dio un brinco y ¡Plosh!, cayó en un charco de barro. Era un barrizal profundo, tanto que sus patitas no tocaban fondo. Levantó bien alto su hocico y nadó estilo perrito, hasta que llegó a la orilla. —¡Ay no, mi pelo! —balbuceó mientras trataba de limpiarse con la

lengua. Se sacudió y puso sus patas en movimiento. Agazapada, con el pecho casi pegado a la tierra y la cola a centímetros del suelo, atravesó el bosque de largas y delgadas hojas verdes, imaginándose que eran espadas afiladas. A lo lejos se escuchó un ¡Guau! y Gizmina sintió que el corazón se le quería salir cSorrió para escapar de ese peligroso lugar antes de que se le

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cortaran los bigotes o la atraparan las fauces de un perro, pero se estrelló de frente contra una cerca. Gizmina levantó la vista y vio que la cerca llegaba hasta el cielo… Bueno, en realidad sólo medía un poco más de un metro y su casa estaba del otro lado, ¿cómo pasaría? Comenzó a dar saltitos y descubrió un agujero por donde podía ver al otro lado, pero era diminuto… Digamos del tamaño de su cabeza cogió impulso, apuntó, saltó y ¡Flip!, pasó al otro lado, aterrizando en el jardín de su casa tomó aire y maulló con todas sus fuerzas, lo más alto que pudo. —¡Miaaaaaauuuu! —pero su maullido era tan minúsculo que nadie la escuchó. ¿Cómo entraría a la casa si nadie la ayudaba? Vio una ventana abierta y corrió hacia ella, pero a medida que se acercaba, parecía elevarse más y más alto. Para una gata chiquita, saltar a esa altura sería imposible. ¿Debía esperar a que la buscaran o debía entrar por la fuerza?... ¡Por lo menos lo podía intentar! Rodeó la casa, muy pegada al muro, hasta que llegó a la puerta, que estaba cerrada, la rascó con sus patas delanteras cada vez más fuerte, ¡y casi la tumba! Aunque la verdad, no le hizo ni un rasguño. —¿Por qué nadie me abre la puerta? —maulló, y agotada, se dejó caer al piso, y entonces se dio cuenta de que el espacio entre la puerta y el piso era casi tan pequeño como su cuerpo, ¡cabía de sobra arrastrándose! Se empujó con las patas y pasó por debajo de la puerta. ¡Por fin estaba en su casa! Podría comer cuanto quisiera, beber agua fresca, usar su cajón de arena… —¡Gizmina! —gritó su humana— ¿Dónde estabas? Me estaba volviendo loca buscándote por todos lados… Hueles horrible, ¡a bañarse! —¡Noooo! —masculló la pequeña gata entre dientes, pero no podía hacer nada, ya estaba chapoteando entre espuma y agua tibia.

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Mientras trataba de huir del secador, su humana le ofreció disculpas. —Gizmina, no sé cómo terminaste afuera, perdóname, de alguna forma te saqué y no me di cuenta. —¡Miau! —Cerraré las ventanas, voy a comprarte un cajón de arena pequeñito y te voy a mandar poner el chip localizador. —Prrrrrrrrrrrrrrrr… —Te prometo que desde hoy tendré mucho cuidado contigo porque eres más delicada e indefensa que los otros gatos. Pero Guizmina no se sentía así, de repente, su aventura la había llenado de seguridad y energía, incluso sentía una irresistible curiosidad por conocer el mundo. Seguía siendo minúscula, pero las croquetas de su comida ya no le parecían tan grandes, ni el agua tan peligrosa, ni la arena tan desértica… Bueno, tal vez un poco.

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Una aventura en el desierto Por: Rafael Martínez Ilustración: Rujiro Temis

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ueno, eso de desierto, es sólo un decir, pues aquí en el Distrito Federal es sólo el nombre de un hermoso bosque que mi familia utiliza regularmente para llevarnos de día de campo, cosa que a mí, mis hermanos y mis primos nos emociona muchísimo: Siempre es muy divertida la convivencia que se da en mi familia y todos los juegos que mi tío Álvaro organiza para los niños. En esta ocasión en particular se dio la novedad que mi papá se compadeció de la Chiquita, que es mi perrita de raza más o menos pequinés, aunque en realidad tiene algo de maltés, que siempre se había quedado en casa por el miedo de que se nos fuera a perder. No sé si fue mi convicción al decirle a mi papá que yo la iba a cuidar muy bien o la cara de ternura que tenía Chiquita, pero cedió, aunque no muy convencido. Para Chiquita y para mí fue una gran alegría el saber que íbamos juntas al bosque. Mi perrita y yo tomamos, de manera estratégica, la ventana de la caribe de mi papá para observar el camino mientras llegábamos a nuestro destino. Ella inmediatamente sacó la cabeza por la ventana y empezó a ladrarle a todos los carros que pasaban junto a nosotros. A mí me pareció divertido el juego, por lo que inmediatamente traté de imitarla, en ese momento mi mamá con un coscorrón fuertísimo que me propinó, me hizo entender que ese era sólo privilegio de Chiquita. 49


Tardamos aproximadamente 1 hora en llegar a nuestro destino. En la ciudad se hace siempre muy extenso el camino debido al tránsito que siempre hay, aunque gracias a la emoción de ir por primera vez con mi perrita, el trayecto se me hizo muy corto. Cuando llegamos al estacionamiento, mi papá nos dio las instrucciones de siempre, ya saben, esas que dan los padres y los niños no escuchamos porque ya nos

comen las ansias por ir a corretear entre los árboles. Eso sí, la única que recuerdo muy bien fue la de cuidara a Chiquita y que siempre tuviera puesto su collar y correa, cosa que en esta ocasión a mí me sirvió de mucho si lo pienso bien, pues no sé qué me hubiera pasado de no haberla seguido. En lo que los adultos comenzaron a organizar en dónde nos íbamos a colocar, mis hermanos

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y mis primos tomaron una pelota e inmediatamente comenzaron a emular a los jugadores que más les gustaban de la primera división. Yo no iba a desperdiciar mi oportunidad de: “explorar con mi perro de rescate y rescatar a alguna víctima extraviada en la montaña”. Tomé unas galletas para el camino y empezamos a caminar El bosque es muy bonito y en él encontramos muchas ardillas que saltan de un árbol a otro y bajan y roban alguna semilla o galleta puesta estratégicamente de manera furtiva. Creo que fue precisamente por culpa de las ardillas y que Chiquita las correteaba, que cuando me di cuenta ya no sabía dónde estábamos y no reconocía el lugar en el lugar nos encontrábamos, para ser sincera empecé a sentir un nudo en la garganta por la desesperación de no saber cómo regresar. Me senté en un tronco y comencé a pensar qué iba a hacer para regresar con toda mi familia. Chiquita no parecía darse cuenta de nuestra delicada situación, pues seguía jugando y correteando a las ardillas; de momento, se sentó y empezó a lamerme las manos, cosa que me tranquilizó. Decidí regalarle una galleta de las que había tomado para el camino y la devoró con mucho gusto, yo en realidad estaba muy preocupada por nuestro problema, por lo que solo probé la mitad de una no es que estuvieran feas, y le regalé la otra mitad a Chiquita, no le puso ningún pero. Al terminar, noté que Chiquita a tironeaba la correa de cuero que tenía entre mis manos y recordando las instrucciones de mi padre para no perder a mi perra, la sujeté de manera muy firme, aunque no fue suficiente. Mi perra, a pesar de ser pequeña, tiene muchísima fuerza, y yo, pues no soy precisamente muy fuerte, por lo que en un instante fui prácticamente arrastrada por el ímpetu de mi mascota, quien me llevo por recovecos que en realidad yo no reconocía, en esos momentos pensé que nuestra situación empeoraría, choqué contra muchos matorrales que a ella no le molestaban y que a mí me rasguñaban la piel. En varios momentos estuve a

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punto de soltar la correa, pero me sobreponía por el miedo de verme sola en el bosque. Al subir por una pendiente y doblar por un roble frondoso me di cuenta de que ella no estaba perdida y nos regresó al preciso lugar donde mi familia se encontraba todavía terminando de instalarse. Nadie se dio cuenta de nuestra aventura, y yo no estaba de humor para contárselas. Bueno en realidad mis padres me hubieran castigado y yo estaba muy aliviada de que a ninguna nos pasó nada.

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Un deseo que cambió mi vida Por: Roberta Carolina Zaldo Chacón Ilustración: Karem Rodríguez Solís

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uuuauuu! ¡¡Miiiiaaaaauuu!! Era lo que se escuchaba dentro de un lugar con nueve perros y trece gatos que parecían hablar entre sí. Los observaba con atención y trataba de adivinar qué platicaban, pues parecían felices y emocionados por encontrarse juntos, pero por más que trataba, no lograba entender nada. Yo estaba tan intrigada de saber qué querían decir todos esos maullidos y ladridos que al irme a dormir pedí un deseo: poder entender lo que ellos decían. Me fui a la cama, como todas las noches, con la ilusión de que mi gran anhelo se hiciera realidad. A la mañana siguienté me levante temprano, aún no amanecía, me asomé a donde estaban los perros y los gatos y al darme cuenta que todavía dormían, decidí esperar y poco a poco fueron despertando, se levantaban despacio y se estiraban. No quitaba mi vista de ellos, incluso pasé mi cabello detrás de mis orejas para no perder ni un detalle de lo que pasaría en esos momentos y me senté a ver qué sucedía. Comencé a percibir murmullos, miré fijamente y algunos gatos y unos perros parecían tener una plática, no sabía si mi deseo se había convertido en realidad, pero lo que escuché esa mañana nunca lo olvidaré. Al salir el sol, vi que los gatos se acomodaban para que los rayitos de luz tocaran sus cuerpecitos llenos de pelo, parecían disfrutarlo mucho, se acicalaban y gozaban de esa cálida mañana. Los perros corrían y se 53


perseguían entre ellos, me recordó tanto cuando yo era pequeña y jugaba con mi hermana y mis primas en el jardín de mis abuelitos. Estaba tan admirada de verlos así, disfrutar de la vida, que sentí una emoción enorme recorrer todo mi cuerpo, sentí que mi piel se erizaba y al pasar las horas tenía cada vez mayor curiosidad de saber más sobre ellos. No sabía cómo acercarme, si se

asustarían con mi presencia o si al estar frente a ellos mi nuevo poder desaparecería, pensaba tantas cosas que cuando menos me lo esperaba, salió de mí un gran estornudo, cerré los ojos con fuerza y al recuperar el aliento y me di cuenta que todos esos perros y gatos me estaban mirando. Quedé paralizada, no sabía qué decir, hasta que a lo lejos escuché una voz dulce y tierna que me decía

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“¡Salud!”. En mi rostro se dibujó una sonrisa, parecía que no les incomodaba mi presencia, me sentí tranquila y confiada de poder acercarme a ellos y ver lo que pasaba. Contesté “¡Gracias!”, esperando poder romper el hielo y que ellos se dieran cuenta que podía entenderlos! Volví a escuchar una voz, ahora era más grave, pero no dejaba de ser amigable, preguntándome “¿Estás bien?” Tu estornudo fue grande y ruidoso. Respondí que sí, que seguro sólo había sido una basurita que le había hecho cosquillas a mi nariz, vi en sus caras un gesto de simpatía por mi comentario y aunque no sabía si esa había sido la verdadera razón de mi estornudo, parecía que mis palabras habían logrado acercarme a ellos de una forma chistosa, tengo que aceptarlo. Todos ellos me invitaron a pasar a aquel lugar, yo accedí y entre nueve perros y trece gatos pase el resto del día. Los animalitos, uno a uno, me platicaron todo lo que habían vivido, cosas que me hicieron reír, otras llorar, unas valorar lo que tengo y haber estado en ese momento para ayudarlos. Muñe, una gatita de ojos azul intenso, me contó cómo cuando nació, fue separada de su mamá y de sus hermanitos; alguien la había ido a dejar a un lugar feo y solitario, me dijo que ella sintió miedo, tristeza, hambre y que por más que lloró para evitar su abandono, no lo consiguió, paso días enteros así, hasta que sintió el calor de una mano que la tomaba y la pegaba a su pecho, la cobijo y ella se sintió segura, le dio de comer y la llevó a su casa, le preparó una cajita con unos trapitos para que durmiera y desde ese día cambio su vida. Chacalito, una perrita tímida, también se acerco a mí, cuando la vi, noté que tenía cicatrices en su cuello, le pregunte, acariciando su cabeza qué le había pasado y me contó que siempre vivió amarrada, día y noche estaba así, me dijo que siempre soñó con correr entre el pasto, que alguien jugara con ella y le demostrara amor, pero nunca sucedió, así que un día, 55


decidió escapar y buscar una vida mejor, no fue fácil, pero al final, el día menos esperado, alguien la vio y quiso ayudarla, ella confió y no se equivocó, dice que por fin tiene la libertad y el amor que nunca había sentido. Bichito, una gatita de patitas cortas y un maullido inconfundible, me dijo: “Yo tuve muchos hijitos y sentía tan feo no poderlos alimentar y encontrar para ellos una familia que los quisiera, que cada noche pedía ya no embarazarme más, hasta que un

día alguien se fijó en la vida tan triste que tenía y prometió ayudarme, me llevó a un lugar donde vi personas vestidas de blanco muy amables, me quedé dormida y al despertar me di cuenta que me habían esterilizado, lo que significaba que ya no tendría más hijos que vinieran a este mundo a sufrir, me sentía feliz y agradecida”. Mientras ellos me contaban sus historias, pensaba tantas cosas, en mi cabeza rondaban miles de ideas, no podía explicarme cómo a veces nosotros los humanos hacemos

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cosas que lastiman a los demás. Sin lugar a dudas, esos relatos movieron sentimientos en mí, sus experiencias, me hicieron sentir una gran fortaleza, unas ganas gigantes y un enorme compromiso por ayudar y no ser indiferente; todo valdría la pena, pues ellos dan un amor puro e incondicional.

Pasaron un segundos y al voltear me quedé observando fijamente a

todos los demás, me acerqué y sentí sus narices mojadas y su cuerpo tibio, me llenaron de besos y me dijeron: “somos muy felices, jugamos, comemos, si nos enfermamos nos llevan al médico, estamos esterilizados, tenemos un lugar cálido y limpio donde refugiarnos del frío o el calor, sentimos el cariño que nos dan todos los días y cada vez que escuchamos y vemos a nuestra familia corremos hacia ellos, porque ellos cambiaron nuestras vidas, nos adoptaron, me dio tanto gusto, que se sintieran así, se lo merecen son animales muy nobles y buenos”.

Cuando me di cuenta, ya comenzaba a oscurecer, sentía cómo

el aire pasaba por mis mejillas, me levanté de donde estaba y comencé a agradecerles a cada uno: Muñe, Frijola, Rayas, Negri, María Chuchena, Sofía, Sandi, Tintín, Marcelo, Canica, Leo, Lola, Bichito, Falso, Pelusa, Wera, Chini, Chacalito, Rubí, Topacio, Jadi y Brita por haber compartido conmigo maravilloso día. Sabía que mi vida sería diferente y todo gracias a ellos, estaba impaciente por contarles a todos esta increíble aventura…

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Agradecimientos Proyecto ARPA Acciones para el Respeto y Protección Animal, inicia con este libro un trabajo editorial encaminado a la búsqueda del bienestar animal. Queremos agradecer a quienes de manera directa o indirecta colaboraron libro: Gracias al Gobierno del Estado de Veracruz por apoyar estos proyectos y trabajar en conjunto con la sociedad civil por el bienestar de los animales. Hacemos un especial agradecimiento a la Mtra. Elvira Valentina Arteaga Vega, Directora General de la Editora del Gobierno del Estado, sin cuya participación este y muchos proyectos en favor de los animales no serían posibles. Gracias a todos aquellos que de manera voluntaria apoyaron en la realización de este proyecto. Gracias a todos los participantes del Primer Concurso de Cuento “Mi Mejor Amigo, Un Amor Incondicional” Gracias a Rubí y a Mini, que me enseñaron porqué tenía que a amar y respetar a los animales. Lourdes Jiménez Mora Coordinadora General del Proyecto ARPA

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Índice Prólogo ...............................................................................

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El perro rengo ......................................................................

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Un trío de ángeles Chabela

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Cuento con patas Drume

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31

Algo de mis recuerdos

....................................................

37

Minúsculo miau ......................................................................

41

Una aventura en el desierto

...........................................

45

Un deseo que cambió mi vida

...........................................

49

Agradecimientos

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Mi mejor amigo, un amor incondicional Cuentos y relatos se imprimi贸 en abril de 2014 en la Editora de Gobierno del Estado de Veracruz, siendo Gobernador de Estado Javier Duarte de Ochoa y Directora General de la Editora de Gobierno Elvira Valentina Arteaga Vega. Portada y concepto editorial: Jacqueline Marenco Mendoza. El tiraje consta de 500 ejemplares m谩s sobrantes para reposici贸n.



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