SEMILLAS AL VIENTO

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los sectores sociales mas empobrecidos de la capital, Lima. Como muchas jóvenes entusiastas de aquel entonces, consideré importante realizar actividades por los derechos de las mujeres trabajando en ONGs, marché por las calles con mujeres indígenas, negras, blancas, mestizas, entonando con ellas Cantando a la Vida, slogan feminista. A mediados de la década de los 80, la presencia de la política en las actividades de las instituciones y organizaciones sociales era fuerte y el terrorismo de Sendero Luminoso estaba impregnado, principalmente, en la capital y entre los pueblos de la sierra y de la selva. A comienzos de los 90, se inicia la erradicación de esta agrupación. En 1994, tuve la oportunidad de ser asistente de una investigación sobre los factores culturales y psicológicos que caracterizarían la violencia familiar contra a mujer en diferentes ciudades del Perú. Fuimos un pequeño equipo de profesionales que aplicamos entrevistas a mujeres maltratadas y hombres agresores, en el ámbito de la Comisaría de la Mujer de Lima y otras ciudades seleccionadas. Las entrevistas con aquellas mujeres me hicieron darme cuenta que, al relatar sus historias, ellas revivían la experiencia con la violencia, el dolor era más fuerte, comenzaban a temblar de tristeza y miedo; inevitable observar sus cuerpos estresados y golpeados por los esposos o por otros integrantes de la familia. Mi cuerpo quedaba tan adolorido y tenso como el de ellas. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué conversar con ellas, además, de las preguntas de la investigación? Comencé a cuestionar mi trabajo y preguntarme: ¿que se estaba “moviendo” dentro de mi? ¿Cómo preguntar aspectos necesarios para una investigación sociológica sin tener, a veces, que pedir información de una “forma fría” para un momento emocional tan fuerte para ellas? ¿Cómo aproximarme de una forma más humana frente a los dolores que precisaban menos de palabras y más de afecto y comprensión? Solo podía dar un abrazo en silencio, al terminar cada entrevista. Realmente, quedaba muy conmovida. A partir de entonces, con una mirada diferente, comencé a entrar en contacto con mis vivencias personales y observar el grado de amor y de maltrato en mi propia vida. No sufrí de violencia física, más si de otras formas de maltrato que con sutileza me afectaban y herían el corazón. Descubrí que, al trabajar con los mundos interno y social de las personas, simultáneamente yo me iba percibiendo, a veces, descubriendo en mí aspectos similares a las diferentes problemáticas que estaba trabajando con un grupo o individuo. Tales descubrimientos me llevaron, entonces, a buscar ayuda profesional para curar mis propias heridas. Por otro lado, colegas de trabajo más próximos, me contaban, en reuniones o cafés, que algunas vivencias de grupo también les afectaba o se sentían “movilizados”. Con certeza, trabajar el tema de violencia fue la experiencia más intensa


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