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Jimena Fernรกndez Pinto

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Si este libro le ha interesado y desea que le mantengamos informado de nuestras publicaciones, escríbanos indicándonos qué temas son de su interés (Astrología, Autoayuda, Ciencias Ocultas, Artes Marciales, Naturismo, Espiritualidad, Tradición...) y gustosamente le complaceremos. Puede consultar nuestro catálogo en www.edicionesobelisco.com Colección Espiritualidad y Vida interior LOS CUENTOS DEL DESTINO Jimena Fernández Pinto 1.ª edición: junio de 2009 Maquetación: Mariana Muñoz Oviedo Corrección: José Neira Diseño de cubierta: Enrique Iborra © 2009, Jimena Fernández Pinto (Reservados todos los derechos) © 2009, Ediciones Obelisco, S. L. (Reservados los derechos para la presente edición) Edita: Ediciones Obelisco S. L. Pere IV, 78 (Edif. Pedro IV) 3.ª planta, 5.ª puerta 08005 Barcelona - España Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23 E-mail: info@edicionesobelisco.com Paracas, 59 C1275AFA Buenos Aires - Argentina Tel. (541-14) 305 06 33 - Fax: (541-14) 304 78 20 ISBN: 978-84-9777-562-5 Depósito Legal: B-15.971-2009 Printed in Spain Impreso en España en los talleres gráficos de Romanyà/Valls S.A. Verdaguer, 1 - 08786 Capellades (Barcelona) Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, transmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

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Para ti. Este libro está dedicado a todas las personas que abran sus páginas y curioseen en él, y a sus lectores.

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Cuentos para leer e imaginar, para cerrar los ojos y viajar hacia... Paisajes propios donde anidan nuestros sueños. Imágenes para soñar despiertos.

«Mira hacia fuera y sueña, mira hacia dentro y despierta. Sólo la vida simbólica puede expresar la necesidad del alma, la necesidad diaria del alma.» Carl Gustav Jung

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Prólogo

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l destino de estas páginas ha sido bien azaroso. Ahora está en tus manos. Fue concebido durante un tórrido mes de agosto de 2002. Y luego mes a mes fue desarrollándose, creciendo, modificándose. En el año 2004 lo di por acabado, pero aún no creía ni sabía que podía publicarlo. En ese año un cambio drástico en mi vida trajo muchas novedades y una de ellas fue la idea de ver estas líneas bajo el sello de una editorial. No tenía ni idea de por dónde comenzar. Así que lo envié a diferentes editoriales. Pero antes siempre llamaba para informarme si admitían un manuscrito así, de cualquiera. Algunas editoriales cierran las puertas a los autores sin agente. En el año 2005 me dirigí a esta misma editorial Obelisco sin suerte. Pero cada vez creía más en mis ganas y en mi derecho a intentarlo. Me dirigí a otra editorial donde les interesó, pero no lo publicaron. Gracias al interés suscitado, sí pude dar voz y presencia a otros libros. Fue un intenso período de aprendizaje. Yo seguía buscando. Había entendido que sin agente o scout era sumamente difícil. Anne fue la primera, ella consiguió en tres meses lo que yo no había logrado en años. Pero no sabíamos cuándo saldría a la luz el libro. Luego conseguí empezar a trabajar con Ángela. Y en un par de 9

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meses cambió todo. Finalmente aquí está mi hijo de papel, en tus manos. Algunos conocidos me han ayudado a hacer crecer este libro. Yo lo daba a leer a gente muy diferente porque me interesaba ver y comprender hasta qué punto podía ser útil. Me permitirás que los cite, se merecen mi reconocimiento y mi agradecimiento. Ellos son Jeannine, Montse, Sara, Pili, Lourdes, Marta, Quim, Esther, Jaume, Toñi y Anne. Tú no los conoces, pero para mí es importante que ellos sepan que valoro sus interpretaciones. Con algunos de ellos he perdido completamente el contacto, otros continúan en mi vida. Por las dificultades que ha pasado este libro es uno de mis preferidos. Los años de aprendizaje no pasan en vano, ahora escribo mejor. Y aquí lo tienes, en tus manos. Te lo entrego con mucho cariño. Gracias por aceptarlo.

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Antes

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uisiera que mis primeras líneas estuvieran dedicadas a una confesión. Todo cuanto relato puede parecer inverosímil, a veces hasta yo misma tengo ciertas reticencias al respecto. Lo que es cierto y lo que no lo es conviven estrechamente. La frontera es apenas perceptible, créeme. Hay una delgada línea que atravesamos como sonámbulos unas veces, y como equilibristas, otras. No se trata de caer en el abismo de la falsedad; tampoco en el de la verdad. Más allá de los abismos y de las delgadas líneas, yo te contaré historias. Estamos entrando en un territorio reservado a la imaginación, con toda su verdad y toda su falsedad. Todo depende de qué consideremos. Es un universo que no admite juicios tal como muchos lo entienden en el día a día. El renacentista Dante imaginó esta región como un bosque; Lewis Carrol, el creador de Alicia en el País de las Maravillas, como un largo túnel; Michael Ende nos habló de Fantasía. A pesar de las diferencias, estos autores coinciden en la profundidad de este espacio, y en todos los casos –con la gran diferencia de siglos que separan tan reconocidas propuestas literarias– la experiencia nos conduce a un territorio mágico. Una zona en la que las leyes del día a día, de nuestra realidad cotidiana, no nos sirven para nada y de 11

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ahí que muchas veces numerosas personas duden y teman ante este vasto territorio. Creen que sin los referentes de la realidad, sin las normas y sin lo que conocen, este espacio desconocido se volverá su enemigo. La única exigencia es mantener los ojos bien abiertos. La verdad es que estas historias que a continuación comparto contigo han habitado en mi familia por cientos de años. Son historias tan antiguas que nadie sabe datarlas con precisión. Son un entramado de creencias, de recetas, de fórmulas y, cómo no, de historias. Lo único que sabemos es que han sido transmitidas de generación en generación, de abuelas a nietas. Ahora es mi madre quien se las cuenta a mis hijas y algún día, tal vez, yo se las contaré a mis nietos. Nada hay de cierto en el continuo fluir de la vida, no sé qué sucederá, sólo sé que es una de las tradiciones familiares con la que me gustaría llenar los baúles de recuerdos de las generaciones futuras de mi familia. Cuando nací, mi abuela me tomó entre sus brazos y cuidó de mí durante mis primeros días tal como ordenaba nuestra tradición. Ya entonces, entre arrullos y nanas, mi abuela me contaría la primera historia. Yo era la primera nieta de la familia, la esperada para continuar con la tradición. Tal como rezaba en códigos antiguos, la primera nieta de cada generación sería la continuadora. ¿De qué? ¿Qué se supone que habría de guardar, velar y llevar adelante? Porque aún no lo he contado: me perdonarás el despiste, querido lector, pero a nosotras nos pasa a menudo. Será por tener la cabeza en las nubes o, mejor dicho, en la luna. Empecemos entonces por algún principio. Nací una madrugada de luna llena, muy tópico, muy típico también. Sin lugar a dudas, siendo la primera nieta de una familia 12

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de brujas, el hecho de que la luna aquella noche fuera llena y que las estrellas brillaran, especialmente la más cercana, era un augurio extraordinario. Lo asombroso se confirmaba, teniendo en cuenta que había nacido antes de tiempo y que me hubieran tocado otra luna y otras estrellas. Eso es lo que se dice en la familia. La profecía se cumplía. Todas las mujeres del clan vigilarían muy de cerca que se verificara el resto de lo anunciado durante los siguientes años. Perdóname que relate todo esto de una manera tan llana, pero comprenderás que para mí es absolutamente natural. No podría explicar de otra manera lo que a veces a otras personas ajenas a este mundo resulta poco creíble o simplemente quimérico. De acuerdo, hablemos entonces de quimeras, de sueños, de invenciones, de lo desconocido y la fantasía. Nosotras velamos por el mundo de los sueños mientras una gran parte del mundo está despierto, o al menos, eso cree... Aquí contaré historias, lo que me relatara la abuela María durante mis primeros 23 años de vida, lo que sí puedo desvelar públicamente. Cada año un relato se iba sumando al anterior. Tenía todo un período de 12 meses para entenderlo, para dedicarle toda mi atención. Un año y un cuento, al siguiente este mismo con otro nuevo y así sucesivamente. Para nosotras entender no implica racionalizar y analizar. Por si no quedara suficientemente claro, lo repetiré: entender no implica racionalizar y analizar. Racionalizar y analizar lógicamente es una pequeñísima parte de la comprensión. Comprender es aprehender, así lo defendemos en nuestra familia. Comprender es respirar con lo que aprendemos. Comprender es respirar con lo que aprendemos. Nosotras veneramos más a los poetas que a los científicos. 13

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A veces un cuento nuevo se entiende en relación a otros antiguos, por eso mismo los relatos se iban sucediendo como un ciclo, uno después del otro, para volver a empezar desde el primero otra vez. Veintitrés cuentos: la prioridad la tenía siempre el más reciente. Si durante los dichos doce meses no lograba incorporar el cuento del año a mi ser, tendría que esperar hasta que el ciclo se acabara para volver a cada uno de los cuentos año por año, así a lo largo de mi vida. No se aprende de una vez. Estarás de acuerdo conmigo en que a veces es necesario repetir una experiencia para comprenderla. La tarea puede llevarnos toda una vida. Hubo cuentos más difíciles de entender que otros; algunos me han llevado mucho más tiempo; otros, aún intento descifrarlos. Son historias para entender con el corazón y éste no obedece al tiempo que los humanos solemos manejar. Son historias para leer con los ojos cerrados, o mejor aún, apenas entreabiertos. Son narraciones para entender no con la razón sino con la imaginación. Ese poder, el de la imaginación, está al alcance de todos, no es necesario ser ni protagonista de una profecía, ni pertenecer a una familia de magos ancestrales, ni nada por el estilo. La imaginación es algo que todos poseemos. Es deber de los Guardianes de los Sueños, de las Señoras de la Luna y de las Sacerdotisas de la Plata recordarlo a todos y a cada uno de los humanos.

Abrir la puerta de la imaginación implica tomar las aguas de una fuente ancestral que existirá a pesar de todo, a pesar del olvido al que muchas veces se verá relegada. Si has 14

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soñado alguna vez en tu vida, haga mucho o poco tiempo, significa claramente que la fuente existe también para ti. Pueden ser sueños hermosos o pesadillas espantosas, la fuente puede manifestarse de ambas maneras. No sé si puedo asegurarte que el camino hacia ella es largo o corto, sólo puedo decirte que sí hay un camino. ¿Te llevará a la felicidad? Eso es lo que en definitiva todos queremos saber, ¿verdad? Pero es una respuesta que está en la misma fuente. Sólo tú, al inclinarte para beber de sus aguas, podrás observar en tu propio reflejo la tan ansiada respuesta. ¿Verdad que estamos rodeados de ciclos compuestos de un día y de una noche? Estar despiertos y soñar forma igualmente parte de nosotros, tanto como el día y la noche. Yo te invito a recorrer el país de los sueños. Espero que aceptes. No te duermas, para visitar el país de la noche sin perderse hace falta estar muy despiertos.

¿Cuál fue el primer cuento que me contara mi abuela? Fue justamente al nacer. Lo repitió tal como ordenan nuestras ceremonias. A cada año de vida que se sumaba volvería a repetirlo junto con el nuevo cuento anual. Me lo contaba al oído, abrazándome, mejilla contra mejilla. Me sostenía y me contaba el primer cuento. El primero de veintitrés que narraban las historias del héroe, ilustradas a su vez en veintidós láminas antiguas que aún, por supuesto, se conservan en nuestra familia. Yo soy la depositaria de una de las dos copias que existen. Tal como me han contado, sé que la abuela dispuso las veintidós ilustraciones sobre mi cuna para referir la saga más antigua. Aunque apenas tenía 15

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unos meses cumplí ceremoniosamente con lo marcado por el ritual, cogí la lámina que nos representa las tres veces requeridas para finalmente dormirme con ella. La profecía seguía misteriosamente cumpliéndose. Éste era uno de los rituales que señalaban a la elegida, aquella que con apenas unos meses de vida sabía reconocer la carta más sagrada. Para una total seguridad la ceremonia se repite un número femenino de veces, en nuestra familia suele ser el tres. En mi caso la seguridad, parecía ser total. ¿Una certeza desde una profecía? por más anacrónico que parezca, así fue y así es.

Todo cuanto te he contado hasta ahora puede parecer que no tiene ninguna importancia. Es capital que tú, lector, aceptes sin más que estás a punto de leer la mayor ficción de todos los tiempos, la que nunca muere y que vive en todos nosotros desde el primer día de nuestra creación. Ha sido reconocida a lo largo y ancho de muchos, muchos siglos. ¿Crees que tú también puedes reconocerla? ¿Y cómo se reconoce algo? La respuesta es muy simple y no está en este libro, en ningún libro, porque no se escribe. Es la vida la que te la hará escuchar hasta que la reconozcas. Es tan simple que no puede ser descrita. Es aquel momento en el cual la carne se te pone de gallina porque acabas de saber algo que es verdad absoluta. Puedes negarlo de mil maneras con otros tantos miles de razonamientos; sólo perderás el tiempo y a ti mismo. Se trata de la aventura más primigenia, de lo que se cuenta sobre dicha hazaña. Sólo una parte puede ser relatada, puesto que es una historia que vibra en 16

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el aliento de los dioses, resuena en la música de los planetas cuyo eco resuena también, nunca descansa. Está en perpetuo movimiento dentro de nosotros, en nuestro interior cada vez que miramos las estrellas. Pero volvamos a aquel abrazo y a la primera fábula que me susurrara mi abuela al oído. Para escucharla hace falta silencio, es esencial. Ponte cómodo, cómoda. Tómate tu tiempo. Estás a punto de leer una bella historia. Escúchala con tu respiración, con tu mirar, con sosiego. Porque los ecos suaves del tiempo sólo se sienten entre el espacio de los suspiros, que dicen que es el aliento de los ángeles en la tierra. Así empezó todo. La primera historia sobre el camino del héroe. Héroes somos todos, por eso necesitamos sus historias y conocer sus aventuras. No nos cansamos de prestarles atención, nos reconocemos, en cierta medida, en todas y cada una de las historias. El tarot es el más fiel depositario de esta antiquísima tradición.

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EL TAROT La capa Hace muchos, muchos años había un pueblo remoto y lejano, muy remoto y muy lejano. Apenas se le encuentra en los antiguos mapas de pergamino manchados por el tiempo. A través de las crónicas se ha llegado a saber que dicho pueblo era conocido por sus buenas costumbres, civilizadas leyes y moral. Parece ser que incluso sus calles obedecían a las más austeras leyes de la sobriedad, la humildad y la rectitud. Sin embargo no dejaba de ser un pueblo normal. Allí mismo apareció, de repente, una mujer desnuda. Al verla, las madres corrieron a buscar a sus hijos para encerrarse en sus casas. Durante algunos minutos no se escuchó más que el ruido de pasos asustados, voces acalladas y reprimendas incomprensibles. Las ventanas y las puertas se blindaron. Nadie salía, apenas algunos curiosos espiaban por las rendijas. Los hombres organizaron patrullas para ir a capturar aquel ser extraño. Durante días y noches reinó el silencio, apenas roto por los pasos ligeros y los murmullos apagados que se colaban por las celosías. Todos afirmaban que se trataba de una bruja que traía consigo las primeras desgracias, y estaban muy seguros de ello. La mujer se escondía donde podía, y tímidamente salía por las noches a buscarse algo de comer intentando no ser descubierta. Se deslizaba como una 18

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sombra en busca de la oscuridad. Sabía que corría peligro. Con todo, cada día que pasaba, entre su temible aspecto y los rumores que empezaron a correr, la gente le tenía más y más miedo. Un día, también inesperadamente, como no podía ser de otra manera, llegó a aquel remoto y lejano pueblo otra mujer de aspecto muy diferente. Era tan hermosa como un hada y llevaba un vestido jamás visto, de un fulgor especial. Instantáneamente se abrieron puertas y ventanas para verla. Los más curiosos intentaban acariciar sus cabellos, mirarla tímidamente y rozar aquel magnífico vestido que refulgía como las estrellas. Todos afirmaron que se trataba de un hada que traía consigo los nuevos presagios de bienaventuranza merecida, y estaban muy seguros de ello. La dama se paseaba por el pueblo con entera libertad de noche y de día. Una noche de luna llena, la hermosa dama fue a buscar agua del rocío –es sabido por todos que las hadas se bañan en dichas delicadas aguas– y notó que algo se movía entre los arbustos. —¿Quién es? –preguntó sin temor. Era la mujer desnuda, que apenas respiraba por miedo a ser descubierta. La dama se acercó delicadamente. —No tengas miedo, no voy a hacerte daño. —¿Quién... quién eres? —Soy la Dama del tarot, ¿y tú? —Soy la Verdad, contestó la mujer desnuda. Entonces la dama la vio y comprobó su triste estado, lo cual la entristeció también. 19

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—¿Y no tienes frío? —Sí, frío y hambre –dijo la Verdad —¿Quieres mi capa? Toma. –y se la ofreció sin darle tiempo a decir nada. Mientras se la ponía, la Verdad sonrió agradecida. Mil cosas ocurrieron desde entonces y mil cosas más. Es lo único que sabemos a ciencia cierta, porque las crónicas se interrumpen en ese punto. Nos queda el testimonio de la última frase: «Y fue así como desde entonces los humanos se acercaron a la verdad, ya no desnuda, sino vestida con la capa del tarot.»

Quizás cada uno de nosotros prefiera ver la verdad de una manera. Cuando un buen amigo nos hace un comentario desnudo podemos reaccionar de muchas formas. Si cierro los ojos e imagino aquel pulcro pueblecito de nuestro cuento no sé si habría sido la única persona que no cerraría ni puertas ni ventanas. También puedo imaginarme como la dama del tarot que con su capa protegiera a la otra. ¿Qué le habría dicho? ¿Habría hecho algo más que darle la capa? Si mi personaje fuera la Verdad, no me imagino reaccionando diferentemente. Hay algo que me acerca a ese personaje y lo comprendo como si fuéramos los testigos de un crimen. ¿Qué puede provocar tanto temor? Dudo que la verdad sea siempre valiente y una y única. Pero al final del cuento la dama de la Verdad confía en la dama de la capa y yo aún me pregunto por qué... 20

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Cuando la abuela me contó esta historia por primera vez, creo que no objeté nada. Me parece que sabiamente lo dejé para más adelante. Resulta evidente: aún no sabía hablar. Dicen que no me dormí mientras la escuchaba con los ojos muy abiertos. No creo que la verdad se esconda única y exclusivamente en el tarot. Si hay alguna verdad, lo cual es bastante conveniente dudar la mayoría de las veces, se trata más bien de un eco. Es una reverberación que nos llama. A veces simplemente sabemos. En dichas ocasiones no siempre nos visita la lógica, pero se trata de algo que es así, y bien podemos esforzarnos mucho por ocultar o razonar, o bien podemos aceptarlo. El eco no se cansará, hagamos lo que hagamos continuará vibrando. Para acercarnos a su peculiar musicalidad, hay que escuchar, precisamente, mucha música. La misma que los más antiguos maestros reconocen en el universo, la que los científicos también nombran como «la melodía del cosmos». Para distinguirla y apreciarla es mucho mejor permanecer en silencio. Porque la música del macrocosmos está también dentro de nosotros. ¿Cómo escucharnos entonces? Hay muchos sistemas, uno de ellos es el tarot. No hace falta tirarse las cartas cada día. El tarot es un puente para llegar a nuestro inconsciente, ese vasto territorio donde el espacio y el tiempo son macrocósmicos o, como dijera Einstein, relativos. Allí no hay una sucesión ordenada de los acontecimientos en horas ni días ni meses, no. Allí habitan los sueños, el lenguaje simbólico, que también encontramos en el tarot, en la poesía, en la mística o en la música. 21

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Si quieres atravesar por el puente y llegar al otro lado, basta con que te imagines como personaje de cada una de las historias siguientes en un proceso que ya ha sido identificado y desarrollado por un importante psicólogo, Carl Gustav Jung. El ideó un método, si cabe dicha denominación, para ponernos en contacto con lo más profundo de nosotros mismos. Es como si hubiera dado con una simple fórmula, tan sencilla que permite a su vez que cada uno de nosotros la ampliemos y la hagamos crecer a nuestra única manera. Lo llamó imaginación activa. Es realmente importante que sea activa, no podemos permanecer impasibles frente a los mensajes de nuestro inconsciente y no contestar a dichos mensajes. Incluso a veces es necesario protestarlos. Se trata más bien de un diálogo que es profundo porque es un intento de verdadera comunicación con lo más hondo que hay en nuestro ser. Cuando hablamos con alguien respondemos a lo que nos dice, no a lo que imaginamos que nos dice. Ése es el tipo de comunicación que se requiere en estos casos. Y si no entendemos algo, pediremos aclaraciones. Puede que la otra persona no tenga ganas de dárnoslas y que tengamos que esperar a otro momento mejor. Aquí, sin embargo, pediremos las respuestas porque con quien estamos hablando es con nosotros mismos, nuestra parte más vasta, recóndita, es decir, con nuestro interior. Al igual que cuando nos encontramos con una persona por vez primera, tendremos que presentarnos y puede llevar toda una vida conocerse de verdad. Como toda relación, habrá que alimentarla y cuidarla para que crezca. Ambos nos necesitamos, porque «nuestros sueños más profundos necesitan ser regados, cultivados y plantados en la realidad exterior... en este lugar sagrado donde se juntan las aguas 22

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y la tierra, tanto lo personal como lo universal son tocados y transformados».1 ¿Cómo hacerlo? Hay muchas maneras, ya irás encontrando la que te resulte más propia. La que yo suelo utilizar consiste en 10 pasos. 1. En primer lugar has de elegir un momento en el que nade te moleste. Apaga teléfonos, no atiendas a la puerta. Reserva un espacio y un momento para ti. Incluso puedes decirte: «Voy a dedicar los próximos minutos a charlar con mi inconsciente». Usa la fórmula o la frase que quieras. Lo esencial es que tengas claro el objetivo y que te dediques a él por completo. Tu yo más profundo necesita ser atendido en exclusividad. ¿A ti te gusta que mientras estés charlando con un buen amigo éste conteste varias veces al teléfono o esté mirando para otra parte? A tu yo más profundo tampoco le gusta que estés en otra parte mientras te habla. Puedes antes tomarte una infusión, un vaso de agua fresca si hace calor... si eso te hace sentir más cómodo. Prepara el lugar, abre una ventana, airéalo cuanto te sea posible, pon algún incienso. Yo lo hago en silencio y así lo prefiero. Algunas personas suelen comenzar con alguna música suave. A veces utilizo aceite esencial de jazmín, coloco unas gotitas en mis dedos para masajear el tercer ojo (está ubicado un par de dedos por encima del entrecejo) y el plexo solar (en el centro del pecho, en la boca del estómago). Es un aroma especialmente indicado para arropar nuestra intuición. Si en cambio el ambiente estuviera, por lo que sea, especialmente cargado, es mejor que utilices lavanda. Si estuvieras especialmente tenso, puedes probar a utilizar 1. Nichols, Sallie, Jung y el tarot, un viaje arquetípico, Kairós, Barcelona, 1989.

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esta fuerza, es decir: tensa una parte de tu cuerpo para relajarla luego. Desde los pies hasta la cabeza. Túmbate, ponte lo más cómodo posible. Tensa los dedos de tus pies, luego relájalos. Es muy agradable. Aprovecha también el ritmo de tu respiración. Tensa con la inspiración y afloja con la espiración. Sentirás cómo tu cuerpo respira y se relaja. 2. Continuamos cómodos, quizás tumbados. Hay personas que prefieren hacerlo sentados, con la espalda muy recta formando un ángulo de 90 grados con las piernas. Ahora simplemente vas a respirar. Empieza con 5 respiraciones profundas tomando todo el aire que puedas. Es como hacer una pequeña limpieza del cuerpo. Toma todo el aire que sea posible y sácalo todo, absolutamente todo. La respiración tiene su propio ritmo, no te preocupes en imprimirle un cierto compás. No intentes desde la primera vez que todo sea más lento o menos rápido. Respeta el ritmo de tu respiración. Llénate de aire, que llegue a cada rincón de tu cuerpo. Luego suéltalo todo. ¡Todo! Hasta vaciarte por completo. 3. Después de la «limpieza», vamos a ir hacia nuestra profundidad. Primero hemos de abrir la puerta de acceso a las escaleras. Ábrela. Ahora imagina que desciendes por esas escaleras que te llevan hacia abajo. A cada piso que bajamos realizaremos una inspiración y una espiración. Uno, inspiración y espiración. Dos, tomamos aire y lo sacamos. Y así sucesivamente. 4. Llegamos al subsuelo 10, abrimos la puerta y entramos en un lugar muy agradable. Puede estar en el mar o en la montaña, puede ser un desierto, un páramo, la selva. Lo que tú quieras, con tal de que sea sumamente agradable. Siente cómo entras en este lugar, cómo tus pies tocan el 24

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suelo, los olores que hay, cómo te sientes acariciado por el ambiente a través de cada uno de tus sentidos. Explora brevemente este lugar, es el lugar donde te sientes realmente bien. ¿Qué ves? ¿Qué tocas con tus pies? ¿Cómo te acaricia el aire? ¿Qué hueles? ¿Qué sabor maravilloso tiene este espacio? Presta atención a lo que ves, hueles, sientes, oyes. A medida que se practica este tipo de viaje, los detalles irán creciendo, cada vez irás notando más sensaciones, con la práctica, claro. Obsérvate allí, qué ropas llevas, qué bien te sientes. 5. En este espacio construye tu lugar sagrado, una especie de templo lleno de luz blanca, cálida y armoniosa. Allí te encontrarás con cada uno de los personajes de estos cuentos, allí llamarás a cada uno de los arcanos del tarot, incluso podrás llamarte a ti mismo. 6. Preséntate al arcano con el que hayas decidido trabajar, salúdale, dale la bienvenida. Al igual que si alguien llegara a tu casa, dale la bienvenida y agradécele el que haya venido a verte. Recuerda que es tu huésped y no al contrario. Date tiempo para que ambos os sintáis cómodos. 7. Observa a quien está allí contigo, nota su presencia. Contempla cuanto hace. Ahora ya puedes hacerle las preguntas que quieras. Es muy importante que no aceptes de manera pasiva sus consejos y sugerencias. Imagina que voy yo misma a tu casa y después de presentarnos te doy consejos sobre lo que es conveniente que hagas o no. No. Por mejores que sean mis consejos necesitas entenderlos, inquirir, objetar, preguntar, tomarte tiempo para meditar. Se trata de un ejercicio de imaginación activa y quien precisamente la mantiene activa eres tú mismo. Habla con el personaje, pregúntale lo que quieras, dialoga. 25

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8. Cuando crees que ya has acabado, despídete y agradécele el encuentro. Observa cómo se marcha mientras tú diriges tus pasos hacia la puerta que conduce a las escaleras. Vamos a volver. Abre la puerta y comienza a subir. Respira. Diez, inspira y espira. Nueve, vuelve a inspirar y espirar. Ocho, toma aire y sácalo. Así hasta el uno, que es cuando llegarás a la superficie. 9. Ya has llegado, sal de las escaleras, cierra la puerta. Ya estás aquí, abre los ojos. 10. Si tienes tiempo, es interesante que escribas sobre esta jornada, que mantengas un pequeño diario de viaje. A veces puede ser una simple frase, lo que te ha quedado más grabado del encuentro. También puedes relatarlo con todo detalle. En fin, como siempre, tú decides. Puedes escribir, dibujar, inventarte una canción, un cuento. Deja que simplemente salga. Esto te servirá para reflexionar y mirar al futuro. ¿Y qué pasa si no tienes tiempo para seguir todos estos pasos? Lo ideal sería que al principio lo hicieras así. Con la práctica cada vez te resultará más fácil llegar hasta tu templo de meditación. Puedes imprimir a estos 10 pasos el ritmo que necesites. Una de las maneras más fáciles que conozco de relajarse es tensar y relajar. Se trata simplemente de que tenses una parte de tu cuerpo al máximo y luego aflojes. Estos movimientos se acompañan con la respiración, una inspiración para producir la tensión y una exhalación para la relajación. Esta técnica funciona realmente bien, tengas la práctica que tengas con los ejercicios de relajación. Es importante realizar al menos la limpieza con nuestra respiración para luego dar cabida al nuevo aire que entra 26

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en nosotros. Puedes cerrar los ojos y «entrar» en los cuentos para observarlos más de cerca. El diálogo, en ocasiones, puede ser rápido. Lo que nos interesa es dar ocasión a que nuestras partes consciente e inconsciente se encuentren. ¡De forma activa! Porque allí eres totalmente libre, nadie, ni tan siquiera tú mismo, te juzga. Solamente dialogas y te comunicas con diferentes aspectos de ti mismo que asumen otras formas externas, las que te llaman la atención en algunos de los cuentos, o en una carta del tarot. Allí no importan valoraciones como «tengo que..», «hay que...», «debo...», «demasiado...», «es bueno...», «es malo...». Estás de viaje en un nuevo país. Para entenderlo, inevitablemente harás comparaciones y analogías con lo que ya conoces, pero nada más: no valorarás, no pondrás notas, no dirás qué está bien o qué está mal. En este país no se habla de esa manera.

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0 EL LOCO Juan el labriego

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uan era labriego, como ya sabes por el título. Lo había conseguido a fuerza de mucho trabajo y él sabía en su interior que era honesto y entregado en su tarea. Muchos le consideraban como uno de los mejores. ¡Años y años de observación y estudio! No por nada era el labriego con la biblioteca más extensa, sin lugar a dudas algo peculiar en un campesino, pero es que los cuentos son así. Su huerto era frondoso. Aunque pequeño, parecía un exuberante jardín a la vez meticuloso y ordenado. Por supuesto contaba con algunos admiradores y muchos sutiles detractores. Juan se sentía orgulloso de los años de sacrificios y reconfortado por la recompensa. Daba las gracias diariamente por todo aquello, a la vez que pedía humildemente la divina protección. Un año, no se sabe de dónde ni cómo, llegó un loco al pueblo. Lo cruzó corriendo en estampida, y al llegar al huerto de Juan, lo destruyó completamente y se fue tan rápido como había venido después de orinarse en cada centímetro de la tierra de nuestro amigo Juan. Las desgracias no llegan solas, suele decirse. Después llegó la extraña plaga que curiosamente no efectó a los demás campos, sólo al de Juan. Esto le sumió en la desesperación. Estaba ansio29

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so, todo cuanto intentaba eran palos de ciego, ya no sabía qué hacer ni qué iniciativas tomar. Se limitaba a dar vueltas y vueltas. Dejó de contemplar el antes hermoso huerto, –ahora completamente devastado–. Juan se encerró en su casa deseando que todo aquello no fuera real sino un sueño pasajero, sin dejar de preguntarse por el por qué de todo. ¿Sería quizás porque últimamente se sentía distraído e interesado por otras cosas? ¡Pero él jamás había abandonado su huerto! Lentamente lo invadió la más profunda tristeza, como una marea de la que no podía librarse. Poco a poco perdió también sus tierras y su casa. No sabía qué hacer. Recordó todos y cada uno de los logros que había perdido a lo largo de su vida. Lloró amargamente. Y partió a lo más retirado del bosque. Su condición era tal que le llamaban ahora Juan, el Loco, quizás en recuerdo de aquel que había iniciado su tragedia. Un gemido. ¿Un gemido? Juan escuchó aquel triste quejido y pensó que era otra vez el pequeño ciervo al que tantas veces había curado y cuidado. ¡Cuál fue su sorpresa al encontrar a un hidalgo joven por aquellos bosques! Inaudito. Sus ropas eran elegantes... –shh... parecía un príncipe, un noble cortesano ¿solitario?– ¿Qué hacía él por allí y en aquella condición? No se preguntó más, simplemente tal como había hecho con el ciervo herido, se acercó despacio y con dulce voz le anunció que lo curaría de sus heridas. Así fue y así hizo. En un par de días el joven se recuperó por completo. ¡Nunca se había sentido mejor! Y sin decir más, se marchó. La noticia se extendió rápidamente por el pueblo. Como el médico rara vez podía pasar por aquel remoto lugar, la gente empezó a acudir a Juan para aliviar sus dolores. Ya 30

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no le temían. Incluso le llamaban para los partos más difíciles, y cuando los animales enfermaban, también. Como Juan necesitaba cada vez más hierbas para las curas y no le daba tiempo a buscarlas en el monte, comenzó a plantarlas allí mismo, en el bosque, entre los árboles. Sin que lo supiera, su fama creció de pueblo en pueblo. Sus hierbas eran las mejores y sus cuidados, los más esmerados. Y así fue como Juan empezó a ser conocido como Juan el Sanador. Él entonces buscó y buscó a aquel Loco que seguía vagando de pueblo en pueblo, pero que siempre se le escapaba como una pastilla de jabón mojada. No lo encontró, pero le estuvo por siempre agradecido porque finalmente hacía lo que siempre había soñado y antes no se había atrevido a desear. El Loco vivía ahora en el país de los gnomos –eso decían las hadas chismosas–, pero no por mucho tiempo: pronto empezaría a viajar sin rumbo. Pero éste es otro cuento...

A veces juego a que soy Juan. Me lo imagino y lo dibujo mentalmente. Luego voy observándolo a lo largo del cuento y compruebo cómo va cambiando su aspecto. Seguramente nosotros habríamos cambiado tanto como él. Pero ¿cuánto exactamente? La respuesta está reservada para nosotros mismos y cada uno la puede contestar a su manera. Pero si pudiéramos hablar con Juan, ¿qué nos diría? Es muy posible que fuera feliz al inicio del relato, o tal vez sólo al final. Otras veces reacciono de manera completamente diversa y decido que quiero cambiarle el final, incluso la manera en 31

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la cual Juan llega hasta su nueva vida. Si fuera El Loco podría hacerlo. Pero ¿en qué forma? ¿Un loco actuaría de otra manera? Cada loco con su tema... A veces, por supuesto que me gustaría hacerme la loca. Incluso, se me ocurre, es posible que lo hagamos en más de una ocasión para salvarnos de otros peligros que consideramos mayores. ¿O nunca te has hecho el loco? ¿Qué pasaría si lo hicieras? A lo mejor te convertirías en un hidalgo o una dama misteriosos. ¿No se te había ocurrido que El Loco puede actuar bajo muchas y muy variadas apariencias? Quizás no hayas conocido a ninguno... (aunque lo dudo). La ventaja de ser El Loco es que se pueden hacer todos los papeles, ¿tú cuál elegirías de los del cuento? ¿Con qué personaje te gustaría hacerte el loco? ¿De qué te escaparías o qué buscarías? Puede resultar divertido imaginarse haciendo locuras, auténticas locuras en el trabajo o en casa o donde nos apetezca. Esa libertad, la de imaginar locuras, nadie nos la puede quitar, ¿verdad?

El caos ya tiene su sentido. No fuera que sucediera como con la tía Matilde. Hizo un conjuro amoroso porque decía estar enamorada de un hombre y para que surgiera una relación. Surtió efecto. Pero él se volvió insistente, inquisitivo e insoportable. No la dejaba ni a sol ni a sombra. Ella ya no tuvo tiempo para encontrar un conjuro secreto que invirtiera el anterior porque él estaba siempre, constantemente, con ella. Literalmente, pegado a ella. Allí donde fuera tía Matilde, allí se encontraba con aquel hombre. No le sirvió de nada controlar los acontecimientos que le resultaban caóticos, todo lo contrario. 32

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Esto complicó enormemente su vida, no solamente porque no tuviera intimidad, sino porque él podía enterarse de los secretos de la familia y sobre todo acceder a determinados conocimientos sin ser un iniciado. Los conjuros no pueden realizarse en presencia de novatos. Esto no fue lo peor. Se descubrió que aquel hombre había repetido lo que había entendido de los conjuros que presenciara con tía Matilde. Otro caos nada natural se apoderó de los rincones más secretos de su casa. Las llaves no abrían las puertas, la nevera no enfriaba sino que calentaba. Poco a poco se vieron recluidos dentro de una única habitación, como si la casa hubiera sido invadida por los seres más extraordinarios, que no les dejaban espacio. Se decía que en su casa los libros y los cuentos se habían vuelto locos. Las princesas ya no encontraban a los príncipes. El carruaje de calabaza llevaba al gato con botas a una casita de dulces... ¡Un desastre! Sus pasteles no crecían sino que menguaban. Las pizzas se hinchaban y el queso no se fundía. Eso era lo que se decía en la familia. Todo por intervenir en el orden caótico del universo. Vivió muchos años en el nuevo caos impuesto y provocado por ella misma, bueno, y por él también. Además se quedó sin conocer al gran amor de su vida porque se había equivocado de hombre en sus predicciones. Cuando era adolescente me enfadaba enormemente si uno de mis trucos no daba el resultado deseado, sobre todo cuando necesitaba aprobar mates. Ya había sido sumamente insistente y al final me habían dejado practicar algún que otro truquillo. Los mejores eran los que me permitían ahorrarme las entradas de las discotecas –la mía y la de mis amigas–, obtener tal o cual libro para mis estudios, quizás algún disco, vaya, pequeñas cosas sin importancia, incluso 33

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como evitarme mover los muebles de mi habitación cuando quería redecorarla. Todo aquello me parecía incluso divertido. Pero no me funcionaban los trucos para los exámenes de las materias que no me gustaban. La abuela sonreía en estos casos y no decía nada más que aquella, por entonces, odiada frase: «Algún día lo entenderás». Yo no quería entenderlo algún día, lo necesitaba ahora y ya mismo. Si me enfadaba aún más, la abuela entonces sí me gritaba y me ordenaba respetar la vida y contener la frustración. «¡Un conjuro es la petición más humilde, no un deseo testarudo!». Después de esta frase solía cerrarse en la habitación. Yo la hacía caso porque era la abuela y porque muy a mi pesar sabía que en el fondo tenía razón. Lo sabía aunque no me gustaba reconocerlo. El caos es más certero que el orden. No se puede contemplar esta cuestión desde el punto de vista humano, hace falta salir del planeta y del mundo que nos rodea. Vaya, darse una vuelta... ¿en escoba?

Volví a ponerme a trabajar con el cuento de Juan. Se suponía que las casualidades nos ayudaban, ¿por qué había que pasarlo tan mal a veces? ¿Por qué a El Loco no le importaba si te iba bien o mal con tal de que tu alma floreciera? Aquello me parecían teorías de Perogrullo, pero eso se debía a que estaba enfadada porque no podía obtener lo que quería. Cuando me enfado mucho, necesito silencio. A veces tengo la tentación de hacer conjuros extraños que a la larga sé que pueden perjudicarme enormemente a mí y a los míos. La búsqueda de la luz implica acercarse a ella. 34

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Sucede también que cuanto mayor sea esta luz, no podrá evitarse que la sombra también crezca, siempre estarán las dos presentes, como el día y la noche. No obstante, estaba enfadada, molesta y terriblemente rabiosa. No por tener más información tenemos la garantía de hacer mejor las cosas, no. Salí de casa dando un portazo y me fui a la biblioteca. Es un hermoso edificio gótico con mucho silencio donde me siento bien. Es mi refugio. No voy a menudo, sólo en determinadas ocasiones, cuando lo necesito internamente. Pedí los libros que necesitaba para el examen de turno y tenía que esperar media hora hasta que me los trajeran. Una eternidad. Di unas vueltas mirando las revistas que había por allí. Todas muy serias y aburridas. Aún quedaban veinticinco minutos para que me dieran mis libros. ¿Volver a salir, ir a tomarme un café con leche y volver? Imposible, ahora mismo me estaba dando cuenta de que me había dejado el monedero en casa. Seguí hojeando revistas hasta que di, por casualidad, con un título que decía: «El loco camino del alma». ¡No me lo podía creer! Volví a leer el título y, sí, decía: «El loco camino del alma». Estaba allí escrito. El título parecía estar escrito para mí. Era una revista de antropología. ¿Qué tenía que ver la antropología con todo esto? Era un número especial sobre la locura en la filosofía y la literatura, la idea de locura, quiero decir. Aquella casualidad era una locura en un día tan loco en el que me había peleado casi con todo el mundo, en el que me sentía desquiciada y rodeada por gente que no quería entender lo que yo decía. De alguna manera aquel título me llamaba. Me puse a leerlo. Hubo una parte del texto que me llamó poderosamente la atención. Según Platón, mucho antes del registro de nuestro nacimiento, sucede una elección fundamental, 35

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aquella que señala nuestra alma para enraizarse en esta Tierra. Esto era de lo que trataba el artículo en cuestión: cómo nuestra alma elige llegar a la Tierra. No estaba mal para un día en el que no quería hacerme responsable de nada y estaba tan peleada con todo, ¿verdad? Suelen resultarme estimulantes y curiosas las coincidencias entre diferentes tradiciones. Puede que sean verdad o no, al fin y al cabo sólo se trata de creencias. Quizás... Lo cierto es que diferentes hombres en muy alejados lugares tanto espacial como temporalmente han imaginado prácticamente lo mismo. Filósofos y cuentistas unidos por la curiosidad se dan la mano desafiando siglos y tiempos para hablarnos de aquello que ocurría antes de nuestro nacimiento, cuando nuestra alma nos buscaba. El esoterismo señala, desde su óptica, al mismo punto. Tanto en La República de Platón como en el Libro tibetano de los muertos los datos sobre los acontecimientos previos a nuestro nacimiento contienen coincidencias interesantes. Ambos hacen referencia a dicho momento anterior a todo. Se puede observar una notable y sorprendente similitud. Antes de nuestro nacimiento, parece que las almas, todas ellas, se encuentran en la gran inmensidad del tiempo de los tiempos. Allí llegamos de otras vidas y allí nos espera la memoria de lo que aún nos queda por realizar. Los griegos llegaron a precisar los pasos exactos que se cumplen y que detallaré a continuación. Es una idea tan interesante que quiero contártela, aunque no resulte nada sencillo, porque los personajes se cruzan. Intentaré ser lo más clara posible, ten paciencia. Los pasos a los que me refería son: 1. El encuentro con «Moira». 2. El paso frente a «Lachesis». 3. El momento en el que recibimos a nuestro «Daimon». 36

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4. La segunda oportunidad que nos será entregada por «Klotho». 5. Las exigencias de «Atropos», el inflexible. 6. El paseo por la llanura de «Léthe». Todo cuanto nos hará falta aprender tiene incluso un nombre para Platón. Se llama «Moira», y es una parte de nuestro destino. Cada una de las almas se acopla a su «Moira» y así parece que elegimos nuestra vida. A continuación nos dirigimos a «Lachesis». Ella nos dará el mayor de los regalos, nos presentará al guardián de nuestra vida, el que nos ayudará a completar nuestra anterior elección. «Lachesis» nos entregará el «Daimon». ¿Recuerdas? ¿Recuerdas los momentos de tu vida en los que milagrosamente te has salvado? ¿Recuerdas al menos uno de esos momentos? Sería éste el más grato ejemplo de la presencia de nuestro «Daimon», nuestro guía. De su mano, «Lachesis» nos empuja hacia la segunda personificación del destino. Ahora nos encontramos de frente a «Klotho», hemos elegido nuestra vida, tenemos la ayuda del guardián de nuestra misión, ¿qué nos queda? ¿Quién es «Klotho»? Es la segunda oportunidad. «Klotho» es quien con su aliento entra en lo más profundo para darnos aquel giro, la memoria previa de los grandes cambios que necesitaremos realizar para cumplir nuestro cometido. Pero si lo evadiéramos, «Atropos» también llamado «el inflexible» nos lo recordará: «Esta es tu meta, no te apartes»: Es una vez más mi «Daimon» quien me conduce frente a «Atropos», aquel que facilita que la red de «Moira» sea irreversible. Un destino y tres oportunidades, «Lachesis», «Atropos» y «Daimon» se encargan de ello. Nos dan cada vez tres avisos para que no nos alejemos de nuestro camino. A continuación nuestras 37

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almas pasarán por debajo del trono de «Necesidad» y justo antes de entrar en el espacio y el tiempo de la vida humana, visitarán la llanura de «Léthe». Allí, en aquel lejano espacio lo olvidaremos todo, ya no seremos conscientes de nuestra tarea vital o «Moira». Quien nos lo recordará será nuestro «Daimon». Nuestras almas no recordarán nada de sus diálogos con «Moira» o «Klotho» o «Atropos», se desvanecerán las promesas como sueños que apenas rememoramos al despertarnos y que la jornada difuminará para siempre hasta que, en un segundo de presentimiento, tendremos la rara sensación de haberlo presenciado de alguna manera, incluso de haberlo vivido con anterioridad. Quien sí lo recordará todo será nuestro «Daimon». Nosotros nacemos como una especie de «Tabula rasa» que nos impulsará a lo desconocido. Quizás la esperanza sea un eco extraviado de cuanto nos hará completos. ¿Sólo nos queda la esperanza, entonces? Según otro mito de origen judío, precisamente el espacio que hay entre nuestra nariz y el labio superior, allí, en esa pequeña hendidura, se ha grabado para siempre la huella del dedo del ángel que allí se posara para sellar nuestros labios y garantizar el secreto del olvido, la misma omisión que señalara Platón. Tantas coincidencias me sugieren un proceso imaginativo global. Es verdad que a muchas diferentes personas se les ocurren las mismas ideas en otros tantos diferentes lugares del mundo casi al mismo tiempo. Puede que creas en la reencarnación del alma o no, puede que incluso ni creas en el alma, pero sí estaremos de acuerdo en que el hombre ha imaginado siempre bellas historias. Cuando varias de ellas, a pesar de haber nacido en tradiciones opuestas o incluso alejadas temporalmente, nos muestran ciertos 38

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puntos en común, me gusta imaginar que el ser humano es capaz de comunicarse con algo muy profundo más allá del tiempo y del espacio, ése que es relativo, universal. Cada vez que imaginamos, entramos en contacto con todas esas voces antiguas, con todos los hombres. A los guardianes del mundo de los sueños nos gusta invitar a los héroes a visitar dicho lugar para que cada uno de nosotros pueda unirse atemporalmente a todos los que habitan dicho mundo y han imaginado bellísimas historias sobre los lugares donde habitan las criaturas del sol. Me gusta imaginar que nuestro «Daimon» es precisamente ese loco que de tanto en tanto nos visita para acercarnos a nosotros mismos cuando con torpeza, descuido y nerviosismo desatendemos las promesas que al principio de los tiempos hiciéramos con alegría despreocupada a «Moira». Juan el Labriego finalmente hacía lo que siempre había soñado y antes no se había atrevido a desear. ¿Cómo te sentirías en su lugar?

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upongo que debido a mi edad –es ahora al recordarlos cuando me doy cuenta de ello– los primeros cuentos tenían por protagonistas muchas veces a animalitos. Mi preferido era el del Mago, o el del pajarito, como durante muchos años de mi infancia lo llamé. Yo me sentía como aquel pajarillo y me imaginaba en cada una de sus volteretas. Tenía las mismas ganas de volar que él. Fue un cuento que me tuvo hechizada hasta los ocho o nueve años, más o menos. Le pedía a mi abuela que me lo contara, y apenas terminaba, le urgía para que volviera a explicármelo. La recuerdo paciente relatándomelo una y otra vez. A partir de los nueve años yo ya quería ser el mago, pero aún debía tener paciencia, insistía la abuela. Hoy en día todavía me gusta rememorarlo en determinadas ocasiones, en las noches de luna llena. Los magos siempre me han atraído, tanto los que hacen trucos con sus manos como los que hablan con las estrellas. Suelen ser hombres fascinantes porque siempre te sacan algo de la chistera. La tía Flo se casó con un mago corriente, para suerte de todos los niños de la familia, pues en los cumpleaños teníamos el espectáculo garantizado, tanto con los magos terrenales como con los celestiales. Como 41

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nuestras fiestas de cumpleaños duran varios días, la magia es constante de día y de noche. Los días de los cumpleaños sorpresa eran aún mejores. Podía ser que aquel día a la familia le diera por festejar tu aniversario aunque no fuera ni el día ni el mes señalado. Tú te ibas al cole o a la guardería por la mañana y por la tarde te encontrabas con la fiesta de tu cumpleaños. No se podían pedir. El espíritu de tu cumpleaños tenía que venir a visitar tu casa, nosotros nos limitábamos a recibirlo. Simplemente es maravilloso poder celebrar que la gente que quieres nació un día, existe y tenemos la suerte de compartir un trecho de nuestro camino con ellos. Cuando eres pequeño, los días de «cumplesorpresa» son mágicos.

I EL MAGO. El pajarillo Cr, Cr, Cr. Del huevecillo asomó primero el pico y luego salió la cabecita mojada. Mamá estaba allí. ¡Qué bien! Se arrulló cerca de su caliente cuerpo. ¡Qué gusto! ¡De allí no se movería nunca! Empezó a crecer y tenía plumas suaves. Era una delicia sentir el calor del sol y ya no le inquietaba esperar a su mamá cuando ella iba a buscar comida. —Tienes que empezar a volar –le dijo su mamá un día cualquiera. 42

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—¿Yo? Pero, pero, pero... De observar a los grandes pájaros le entraron muchísimas, muchísimas ganas, pero nada. Tenía que esforzarse tanto que perdía la concentración, y plof. Plof, plof, plof, plof... Plim, plam, plim, plam. ¿Eso también eran pájaros? ¿De colores y redondos? El malabarista ensayaba una y mil veces su número, su nuevo número para la corte. Quedaba un mes aún, tiempo suficiente para detenerse en el bosque a descansar y practicar hasta que los movimientos fueran inconscientes haciendo parecer que las bolas volaban y jugaban entre ellas. Ensayaba sus trucos secretamente, bueno, eso pensaba. Hasta que se dio cuenta de que le observaba un pajarillo. Por sus píos parecía gustarle. ¡Eso era un buen comienzo! ¡Pío, pío! ¡Yo quiero volar así! El malabarista sonreía de satisfacción, sus artilugios volaban mejor que aquel pajarillo. Los días pasaban, las bolas daban vueltas y más vueltas asombrosas a muchos metros de altura realizando cabrioletas inverosímiles. El pajarillo aprovechaba también para practicar cuando estaba solo. Pero no había manera, por más que lo deseara con todas sus fuerzas. —¡Pío, pío! ¡Cógeme, cógeme para volar! El malabarista lo entendió en el acto. —¡Pío! ¡Qué alegría! —¡Uy, qué miedo! —¡Píííííííío! ¡Qué divertido! ¡Quiero, quiero, quiero! 43

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El pajarillo reía de gozo en píos descontrolados. El malabarista reía también. Era muy divertido perseguir las bolas de colores, tanto que el pajarillo no se dio cuenta de que ya volaba más alto que alguna de ellas para luego aterrizar seguro en las manos del malabarista sonriente. No le contó nada a su madre, pensó en darle una sorpresa algún día. De momento aquello era muuuuuy difícil. El mago y el pajarillo practicaban juntos. A medida que pasaban los días ambos se unieron al punto de sentirse muy orgullosos el uno del otro y de sí mismos. Se ejercitaban juntos concienzuda y a la vez descuidadamente, dejándose fluir, abandonándose a los movimientos. Finalmente malabarista y pajarillo partieron hacia Palacio. Toda la corte, cada uno de sus miembros, permaneció con la boca y los ojos abiertos como platos, ante aquel fabuloso espectáculo nunca visto. Imagínate miradas y bocas, brocados y joyas, manos y respiraciones, todos al unísono en expectación, rodeados de recias paredes y las más finas tapicerías de un rico reino, entre velas de llamas suspendidas. Por más que permanecieron atentísimos, no se dieron cuenta del guiño que lanzó el malabarista al pajarillo al final del número. Los aplausos y los vivas fueron ensordecedores mientras el pájaro se alzaba desde la cabeza del malabarista lanzado por una fuerza inexplicable, dejando que los artilugios llovieran delicadamente en las manos del mago desde lo más alto. El pajarillo parecía 44

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danzar entre, sobre, debajo, al lado de cada uno de los instrumentos del mago. Cuando la última bola de color dorado tocó el techo sobre el lomo del pájaro, éste dio un giro inesperado y continuo a su alrededor, en espirales y volátiles elipsis, se detuvo en el aire un inexistente segundo, sobrevoló y salió por la ventana. Volando, naturalmente, hacia el bosque. Los cortesanos aplaudían sin parar. El rey otorgó grandes honores al malabarista que se fue a otros bosques a ensayar nuevos y sorprendentes números.

De pequeña me encantaba imaginarme que me encontraba con el pajarillo, me montaba en él y daba vueltas y más vueltas entre las bolas doradas. Me gustaba imaginarme que le preguntaba cómo se podía volar después de haber pasado tanto miedo. El Mago-malabarista le había ayudado, pero ¿cómo exactamente? ¿Cómo nos cargamos de esa energía inocente que nos lleva hacia el bosque? En cada uno de nosotros se verifican los dos impulsos: el del pajarillo y el del Mago-malabarista. ¿En qué parte de ti hay un pajarillo? ¿Y en qué parte está el Mago? Sólo podrás saberlo si haces el ejercicio de las escaleras. Cuando necesites transformar una situación, conectarte con tu propia seguridad para impulsarte como el pajarillo, ve a encontrarte con el Mago, será uno de tus mejores maestros. Para que el Mago actúe, antes tiene que darse una situación en la que lo necesitemos. Puede que llegues al trabajo y después de echar una mirada de inspección notes enseguida 45

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una enorme sensación de rutina e incluso de aburrimiento. Un Mago estaría encantado, porque éste y no otro es el ambiente que necesita. Es muy diferente, por ejemplo, del Ermitaño, que es un tipo de actitud que nos conduce a la reflexión y a la contemplación. Un Mago no contempla, no. El Mago observa, sonríe travieso y hace un pequeño truco, es decir, una pequeña transformación que le llevará a tener una nueva perspectiva del todo, y a partir de allí, de esa nueva visión, hará algo que sorprenderá a los demás. No esperes, si estás en una fase Mago, que los demás te sonrían como niños felices. Puede que alguien te sonría, quizás alguien mencione que estás chiflado, alguien levantará una ceja... en fin, hay tantas posibilidades como personas, puede que incluso encuentres un nuevo compañero de juegos y travesuras. El Mago es el Rey supremo de la creatividad y de supuesta en práctica. Si observamos su mesa en una carta comprobaremos que, es uno de sus reinos. ¿Lo mismo puedes decir de tu mesa de trabajo, de tu cocina o de tu estudio, allí donde esté tu espacio personal de trabajo? ¿Cómo puedes ampliar ese espacio? ¿Y cómo puedes modificarlo? El Mago es quien ante un espacio más bien desierto consigue articular sorpresas. Él no necesita ni grandes gastos ni artículos de lujo, sino que a partir de lo más simple consigue crear sinfonías. Es como si te pusieras a crear música golpeando apenas tus dedos sobre diferentes superficies, combinando uno o dos ritmos. No necesitas instrumentos de percusión sofisticados, sino un par de cacerolas, algún vaso, un trozo de mesa, alguna cajita de cerillas. Puedes incluir ruidos con tu boca, tus pies. ¿Hace cuánto tiempo que no juegas de esta manera? ¿Y cómo pretendes que tu crea46

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tividad venga a auxiliarte si no le das una puerta de entrada? Hay tantas puertas como personas. Quizás tú seas más pictórico que musical, aunque hacer ruidos de percusión es tan antiguo como el hombre. La música y la danza han sido nuestras primeras maneras de expresarnos como seres humanos, quizás porque es muy sencillo, no necesitamos otros instrumentos, ni pinturas ni gastos de ningún tipo. Ya tenemos nuestro cuerpo y cuanto nos rodea y podemos usarlo para expresarnos creativamente. Vuelvo a recordar este cuento especialmente cuando necesito echar mano de todos mis recursos, cuando lo que hay no es suficiente y necesito transformar mis trocitos de realidad sin más magia ni truco que los de mi propia imaginación y creatividad. En realidad es como cuando te llega alguien a cenar y en la nevera no hay mucho, pero logras transformarlo en una cena inolvidable; entonces no se trata solamente de voluntad, quizás ni tan siquiera de creatividad, sino solamente de amor, el amor hace milagros hasta con la nevera vacía. El que transforma, crea y ama es el mago malabarista que todos llevamos dentro y que nos impulsa en nuestro vuelo, tal como acontece en el cuento anterior. Otra de las obras del Mago son las casualidades. En realidad las crea junto al Loco, pues toma esa energía y la transforma en acciones con un cierto sentido. Jung, el gran psicólogo que estudió el inconsciente colectivo y dio el primer paso para la psicología humanista, fue precisamente quien nombró por vez primera este tipo de sucesos. Los llamó sincronicidad. Hay muchísimos libros y estudios sobre el tema, suficientemente analizados. En esoterismo se conocen desde antiguo y sabemos que son obra de El Mago que 47

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todos llevamos dentro. El mérito de las casualidades es que nos hacen pensar sobre el fluir de la vida, si les prestamos la debida atención. Nos señalan nuestro acaecer y los temas que buscamos, de los cuales muchas veces queremos escaparnos y que nos asaltan cuando menos nos lo esperamos para llamarnos la atención, principalmente para que les dediquemos un poco de nuestro escaso tiempo buceando dentro del eco que producen en nuestro interior y podamos empezar una vez más nuestra transformación. Al fin y al cabo la gran pregunta es si podemos ser los magos de nuestro camino y transformarlo. Quizás necesitemos hacer locuras o inspirarnos en ellas, en esa fuerza que nos atrapa, por ejemplo, cuando estamos enamorados. ¿Hasta dónde podemos extender esa fuerza que nos impulsa a volar? ¿Hasta cuándo podemos alimentarnos de ella? Los límites a veces son externos y otras, internos. Hay limitaciones que nos ayudan y otras que nos coartan. ¿Hasta qué punto nos condicionan nuestras creencias? ¿Nos limitan nuestra felicidad? ¿Acaso no hacemos en cada momento lo que estamos convencidos que es lo mejor? Pero insisto, ¿en qué medida tenemos el poder de ser los magos de nuestro camino? ¿Podemos en cualquier momento hacer que las alas de la libertad nos conduzcan más allá, hacia el bosque o hacia el mar, lejos...? ¿Podemos sacarnos palomas de la chistera? ¿En todo caso serán palomas de la libertad.... o quizás cuervos? ¿Dónde está nuestra varita mágica? ¿La tenemos o somos esclavos de un destino? ¿Podemos transformar nuestras vidas? ¿En qué medida? ¿Y qué sucede cuando la limitación no nos viene impuesta desde fuera sino solamente desde dentro? Para el esoterismo todos somos magos y por lo tanto tene48

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mos la capacidad de transformar, actuar, asumir la iniciativa, impulsar, tomar una tarea y llegar a dominarla. La meta es nuestra propia autorrealización. El Mago siempre corre el riesgo de volverse un charlatán y megalómano, un gran embaucador, un mafioso, un gran mentiroso. O nos realizamos o nos embaucamos a nosotros mismos, y a los demás. No hay vuelta atrás. Podemos preparar una cena maravillosa con cuatro patatas y un par de hierbas, quizás tengamos algunas sobras que darán el toque de color que nos faltaba a nuestras cuatro patatas. Hay muchas maneras de encontrar a nuestro Mago interior. Puede suceder desde algo tan cotidiano y simple como una comida. Podemos hacer un regalo a un buen amigo sin comprar nada. Podemos hacer cada día un camino diferente desde el trabajo de vuelta a casa. Podemos sentarnos a escribir. Podemos adoptar otros puntos de vista y jugar con ellos para explorar sus variantes y transformarlos en otras actitudes. Abrirnos y preparar algo maravilloso es obra de nuestro Mago interior. La creatividad no tiene fronteras. Creatividad y amor son dos cuestiones claves para que trascendamos nuestro destino. ¿Pero lo son siempre? ¿Cada uno de nosotros está sujeto a un destino? ¿Existe el destino o la fatalidad? ¿Y tú, en qué crees, en el destino, en la fatalidad de lo escrito, en una cierta libertad o en la magia, en tu magia? Para volar, ¿qué es mejor?

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e gustaba dibujar al Mago con sus malabares y todos los instrumentos que consideraba necesarios. Siempre estaba el pajarillo presente, así como un lápiz. Me imaginaba que un mago sin lápiz no podía existir, porque los magos debían dibujar y escribir como les diera la gana. A los tres años ya podía –desde mi humilde y pequeño punto de vista– dibujar, no tan bien como me hubiera gustado, pero lo hacía. En cambio, a lo cuatro o cinco años, lo de leer y escribir era muy difícil. ¡Tantas letras! No siempre tenían el mismo sonido y se me olvidaban muchos. El Mago seguramente era el único que podía hacerlo. Cuando lo comenté un día a la hora de la siesta en casa, mis tías y mis abuelas parecían muy felices. Aquello me extrañó, pero también me gustaba que una idea mía fuera tan aplaudida y creara tanta expectación. Recuerdo que mi madre me tomó entre sus brazos y tuvieron que pasar muchos años para que yo entendiera sus palabras, el íntimo significado de aquellas palabras, que eran dulces y amenazadoras: —La profecía... —¿Es un cuento? –pregunté yo —Es eso y mucho más –contestó mi madre con un beso tranquilizador mientras sonreía cómplice. Recuerdo esta escena perfectamente y así se ha guardado en mi memoria a lo largo de los años. Más adelante me 51

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parecería algo irreductible. Algo que jamás podría transformar, algo que me haría sentirme una suerte de prisionera. Había en casa un extraño silencio al respecto. La profecía. Se explicaban cuentos, historias de toda índole, las charlas se alargaban mientras los niños nos quedábamos dormidos en los brazos de tías y madres. Todos hablaban hasta por los codos. No sé si en otros hogares se hablaría y conversaría tanto como en la mía, pero allí quien más quien menos era un excelente parlanchín. No es de extrañar que haya más de un cuentista en nuestra familia. Una bruja es esencialmente curiosa, necesita aprender, saber, buscar, encontrar. Todo lo hace para escuchar, no hay nada más en el universo entero que nos haga más felices: escuchar. Hasta el día que escuchamos la melodía del universo, aquella que entonan los planetas y las estrellas en su girar por el espacio. En realidad todo nuestro entrenamiento no es más que para escuchar y obrar en consecuencia. Escuchamos a nuestros antepasados, las señales de la vida, escuchamos a muchas personas que nos preguntan una cosa cuando en realidad es otra –porque no saben escucharse–, escuchamos lo que nos dicen los mares, los ríos, los árboles, los animales, toda la naturaleza, escuchamos e intentamos escuchar más. Luego igualmente importante y esencial para nuestra supervivencia es callar, porque no suelen creernos. Callar porque pueden tildarnos de locas o callar porque no ha llegado el momento de hablar. La profecía también se guardaba en secreto silencio. Tenía realmente muchas dificultades para aceptar que algo no podía ser desvelado. Entre nosotras sucede lo contrario, en nuestras familias se habla, insisto, hasta por los codos y sin embargo hay misterios ante los que nos rendimos y espe52

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ramos que llegue el tiempo en el que, como una flor que se abre, brote. El cuento de la Papisa explica todo eso.

II LA PAPISA. La princesa dormida Sucedió casi como en muchos cuentos: la princesa se quedó dormida. La corte estaba atónita ya que no recordaban la visita de ninguna malvada bruja, ni tenían noticia de ninguna maldición ni de ningún conjuro oscuro. Sucedió en la más absoluta normalidad. Quizás la princesa se hubiese mostrado últimamente más cansada, pero los sabios y médicos aseveraban que gozaba de perfecta salud. Quizás hubiese acudido menos a los banquetes y festejos, pero se debía a su cansancio, sin lugar a dudas. Quizás se la hubiese visto menos en los salones y más por los bosques, pero era porque trasnochaba menos, seguramente. Quizás se hubiese detenido en más de lo habitual frente a su ventana al atardecer, pero se debía a su amor por el bosque, desde luego. Quizás... La realidad era que los encajes y magníficos bordados, la lira y los libros de poesía, los regios tocados, los mejores juglares y los príncipes que solían cortejar53

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la habían dejado de interesarle misteriosamente. Sin embargo parecía apacible. Lo cierto, lo único cierto, es que se había quedado completamente dormida y nadie podía explicárselo con total satisfacción. En la corte se rememoraron todos los cuentos. Se hicieron traer otros de países lejanos esperando encontrar un secreto que la devolviese a sus hábitos. Acudieron bravos guerreros, valientes príncipes, trovadores, monjes, magas sabias y alquimistas. Se trajeron caricias de los rincones más exóticos, poesía y conjuros. Pero nada, la princesa seguía dormida con una cálida sonrisa –a veces inquietante, otras, atractiva, por cierto–. Hasta que un día alguien dio con el secreto. ¡Sí: un misterio! Se trata de un misterio, evidentemente. Aquella respuesta satisfizo a todos. Entonces la corte volvió a su ritmo habitual, a las esperas y las llegadas, a las fiestas, los días de mercado y a los días de caza. Los niños jugaban haciendo ruido otra vez y les divertía especialmente correr y armar barullo a su alrededor. Les gustaba también peinarla y acariciarla, así como escuchar su corazón que latía al ritmo de las campanas de las iglesias. Así estaban los niños con sus travesuras, jugando, cuando la niña que apoyaba la orejita sobre el pecho de la princesa dormida escuchó algo diferente. ¡Qué divertido! Y todos los demás se agolparon para también poder escuchar. Cuando lo refirieron nadie les creyó porque, simplemente, los misterios no hablan. Podemos suponer que los niños continuaron con sus juegos y travesuras junto a la princesa. 54

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Exactamente fue eso lo que hicieron ante la indiferencia de los demás, que seguían inmersos en su ritmo habitual. Los niños continuaron escuchando. Eran palabras y luego frases y ¡cuentos! Cuentos fantásticos que les hicieron abandonar sus juegos para pasarse horas y horas con aquellos relatos maravillosos. Algunas madres empezaron a preocuparse cuando muchos niños comenzaron a llegar tarde a la mesa, o cuando estaban aún muy dormidos por las mañanas. Sin embargo así pasaron mil y un días. O mejor dicho: mil y una noches de la princesa que dormía. Y solamente fueron mil y una porque a la mil y dos la princesa despertó rodeada de niños que gritaban de alegría. Acudió toda la corte en algarabía y hubo grandes festejos. Todo volvió a la normalidad, bueno, es un decir. La princesa se volvió, por lo que se decía, más silenciosa y algo excéntrica o quizás un poco... ¿afín a las paradojas? Mandó construir una mesa redonda para sus aposentos y se rodeó de ciertas rarezas, como una rueca, una manzana, una pequeña capa roja con caperuza, un gato al que vistió con botas. ¡También pidió al pastelero real que elaborara una casita de dulces y chocolate –que nadie podía tocar, muy a pesar de los niños–. Bajaba periódicamente a las cocinas reales pidiendo habichuelas que colocaba cuidadosamente en una bolsita de terciopelo rojo. Allí no acabó todo, no. Ella persistía en sus deseos de manera dulce y lenta, con un amor y una paciencia a los que resultaba casi imposible resistirse. Ordenó a los jardineros que construyeran un lago frente a su ventana y allí mandó poner un cisne 55

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negro... Lo más extraño es que hablaba con aquellos seres y con aquellos objetos así como con los veintidós cuadros que adornaban su ya inmensa estancia. ¡Y además contaba cuentos! Pero sólo a quienes se lo solicitaban desde el corazón. Es bien sabido que las princesas no lo hacen, las princesas no cuentan cuentos, es exclusiva labor de juglares, locos y charlatanes. Sí: un misterio. Aquella respuesta satisfizo a todos.

¿Qué tal te llevas con los misterios? ¿Eres impaciente, te dejas seducir, te encanta la espera, no paras hasta saber el porqué de las cosas...? Mientras el Mago cree que puede dilucidarlo todo con su gran energía transformadora, la Papisa es muy diferente, es como la princesa dormida. Dormir no implica inactividad sino un tipo de actividad muy diferente. Cuando dormimos nos movemos, soñamos, algunos hablan... pasan muchas cosas mientras dormimos, nuestro cuerpo se relaja, los órganos internos no dejan de funcionar sino que lo hacen de otra manera. ¿Cómo se ve el mundo desde esta aparente inactividad? ¿Y desde los sueños? Fijémonos una vez más en cuántas cosas ocurren mientras la princesa duerme. Puede que sea ése precisamente el mundo con el que conectamos mientras dormimos. ¿Sería posible? Quien lo sabrá es el niño que jugaba con ella y que la escuchó. Podríamos preguntárselo... También podríamos preguntarle a cualquier niño pequeño de menos de 7 años cuántas cosas ocurren mientras dormimos. Pruébalo. Te sorprenderás de cuántas respuestas interesantes se pueden obtener. 56

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Baja una vez más por las escaleras y ve al encuentro de la Papisa. ¿Cómo ves los misterios de tu vida desde allí? ¿Se ve algo? ¿Qué te sugiere cuando le preguntas sobre algo que no acabas de entender? ¿Conoce ella acaso más misterios en tu vida de los que tú reconoces? Puedes preguntarle a qué saben los misterios, qué color tienen, qué textura, qué perfume...

Cuando había cosas que no se podían entender, la abuela sentenciaba: —Un misterio, como en el cuento de la princesa dormida. Es verdad que bastaba con aquella frase para dar por explicado lo más inaudito, lo que no se podía aceptar ni ilustrar de ningún otro modo. Los misterios tienen su tiempo. Durante mi vida he tenido la suerte de contemplar muchos misterios y de que me fueran revelados unos pocos, sobre todo el más importante para mí. Pero eso sería cuando hubiera dejado de ser una niña, cuando pudiera demostrar que podía convivir con los misterios sin hacer muchas preguntas, simplemente saboreándolos. Sí, en efecto, los misterios tienen sabor, una cierta textura densa, son aterciopelados y tan existentes como la futilidad. Hay muchos más de cuantos reconocemos. La abuela nos hacía guardar al menos un misterio diario en nuestros cofres personales. No podíamos contárnoslos, si bien con mi hermana alguna vez rompimos esa ley, pero entre hermanas estaba casi permitido porque ella también sería una maga, una bruja. Lo de guardar misterios es una costumbre que no hemos abandonado. Será por el gusto de compartirlos en secreto, 57

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de esconder algunos de ellos incluso, de provocarnos entre las mujeres de la familia con miradas picantes. A veces por el simple gusto de desafiar nuestros poderes entre nosotras mismas... y quien adivina se queda con el misterio, aunque puede regalarlo en un acto de dulce magnanimidad y devolverlo a su dueño original. Más allá de esos momentos de travesuras, guardar misterios puede resultar apasionante. Basta tener un pequeño cofre de madera. Es muy importante que sea de madera, puesto que es un elemento que protege de las energías indeseadas. Dentro del cofre puedes poner alguna flor, es especialmente indicado el jazmín, o en su defecto, la esencia de jazmín: son suficientes unas gotitas. No hay que olvidar el cuarzo blanco, debidamente energetizado. Apunta aquello que no logras comprender en un trozo de papel blanco. Procura que su textura te sea agradable, escribe con un lápiz o con tu pluma preferida. ¡Nada de rotuladores ni bolígrafos! ¡Necesitarás miel, se me olvidaba! Mójate los labios con la miel, entonces y sólo entonces toma el papel y escribe en él aquello que se escapa a tu comprensión. Puede ser algo trascendental en tu vida o algo menor, lo importante es que te preocupa y no puedes entenderlo por más que lo intentes, por más vueltas que le des, por más paciencia que le pongas. Escríbelo, y mientras lo haces, pronúncialo sintiendo la miel en tus labios. Guárdalo en tu cofre. Allí descansará el misterio. Todos los misterios tienen su tiempo, respétalo. Cuando sea su tiempo, despertará. Mientras tanto puedes imaginarte en el rol de la protagonista del cuento, puedes hablar con la Papisa y pedirle consejo.

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uestra familia, a excepción de tía Flo –y tía Matilde por una temporada–, estaba compuesta exclusivamente por mujeres. El tío Matildo, como lo llamábamos, un buen día desapareció, y a pesar de todo cuanto se hiciera por animarla, la tía Matilde lloró durante un año lunar entero. El marido de tía Flo, el mago, fue el único hombre presente en nuestra casa. Con todo, a él también a veces le daba por desaparecer y luego aparecía como en uno de sus trucos. Siempre era bien recibido. Tía Flo era feliz. Nuestra familia estaba integrada por una gran cantidad de personas. Éramos muchos niños que corríamos por los pasillos de las casas y los jardines. Recuerdo que cuando íbamos a visitar a otras partes de la familia, incluso me sorprendía ver a tantos hombres. ¿Por qué sólo había mujeres en la nuestra? En silencio mi hermana y yo buscamos información al respecto durante toda nuestra adolescencia. Fue relativamente fácil dar con la historia de la Primera Maga. A parte de una desgraciada historia de amor y una profecía que ya conocíamos, no hubo novedades reveladoras. A lo largo de nuestras investigaciones sólo dimos con algunos puntos coincidentes. Todos nos llevaban a mujeres que se quedaban solas por uno u otro motivo. Los hombres o bien 59

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desaparecían, eran prácticamente tragados por Saturno, o bien eran intermitentes, como si se tratara más bien de un truco de magia que de una persona real. Victoria, mi hermana, insistía, como siempre, en que si yo era la continuadora que rompería con la tradición, debería hacerlo cuanto antes porque ella quería enamorarse y vivir en pareja. En realidad era la única que veía algo de positivo en mi sospechada futura traición y en el desafío a la pesada predicción. «Ya verás, me decía, seremos felices como cualquier mujer aunque no podamos hacer ni un truquito de los nuestros, pero no importa, porque seremos mujeres felices y tendremos un compañero de vida, a parte de tenernos la una a la otra, claro.» Se nos predecía en nuestros caminos dos amores a cada una, y el segundo sería el que tendría éxito aunque fuera menos importante que el primero. Victoria formaría familia con un hombre del desierto y yo con uno de un país frío, nos había dicho la abuela. El de Victoria sería mayor que ella; en cambio, el mío sería menor que yo. Tanto a Victoria como a mí todo aquello nos daba risa y mucho morbo. Aún no podíamos imaginarnos dejando pasar los grandes amores de nuestras vidas para tiempo después formar familia con otras personas a las que amaríamos con todo nuestro ser. Además de estos descubrimientos sobre la soledad de las mujeres de nuestra parte de la familia, notábamos que el poder de cada generación también iba disminuyendo. No se trataba de una información concreta, sino de una sensación. Podíamos interactuar con el orden universal tanto como lo habían hecho nuestras predecesoras. Sin embargo, había algo que se iba escapando. Nos miramos a los ojos y nos lo dijimos todo. ¡Y entre nosotras no podíamos leernos la mente! El hecho singular de que sin evidencias ambas tuviéramos 60

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la misma intuición con respecto a una idéntica cuestión al mismo tiempo, nos abría un camino. Por aquel entonces no supimos cómo aprovecharnos de esa posibilidad. Hasta que un día, por casualidad, puesto que a esas horas no solíamos estar en casa y porque habíamos hecho novillos, oímos una gran discusión entre nuestra madre y la abuela. Al principio los gritos no nos llamaron la atención porque nuestra familia era muy ruidosa. Mi hermana Victoria fue la que se empeñó en bajar, aunque yo prefería que cogiéramos lo que habíamos venido a buscar e ir a reunirnos con nuestros amigos, que nos estaban esperando. Ella insistía. He de señalar que Victoria es una de las cabezotas más perseverantes que he conocido en mi vida. Bajamos. Lo oímos todo. No acudimos al encuentro con nuestros amigos, sino que nos fuimos corriendo a nuestro escondite en el bosque a escribir cuanto habíamos oído con total claridad. Todo esto sucedió mucho tiempo después del cuarto cuento, el que la abuela me contó por primera vez, cuando tenía apenas cuatro años.

III LA EMPERATRIZ. La Tierra enamoradísima La Tierra estaba enamoradísima. Su luz henchía el cielo iluminando la Luna, el Sol, los astros. 61

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Bastaba contemplar por una milésima de segundo cómo crecían los hierbajos plenos. Los gusanos se desternillaban de risa mientras se arrastraban por curvas y pasadizos. Las hormigas danzaban al compás de la alegría de las hierbas y sus carcajadas. Las flores, las flores también reían y cuchicheaban mimosas al sol mientras las mariposas susurraban entre ellas cantando algo sobre las hormigas. El viento acariciaba a unos y a otros con brisas que los árboles agitaban y lanzaban al mar imperioso de espumas. A las montañas se les derretían las nieves de tanto gusto salado y otras se abrigaban en ella. Al mirarlo y al sentirlo, aquello parecía un cuadro de Van Gogh, donde cada trazo respiraba a pleno pulmón y se agitaba y se estremecía. La Tierra estaba enamoradísima. Su corazón repleto de ideas inalcanzables para la mente. Cada pincelada de cada cuadro del mundo y de la historia se escapa en algarabía de los marcos para mezclarse en las casas, sus fachadas, techos, suelos y paredes. Animales y humanos retozaban y se henchían de sexo y amor en frenesíes incontenibles en casas de colores. Los libros agitaban sus páginas de izquierda a derecha y de derecha a izquierda formando remolinos cosquillosos en el centro. Las palabras saltaban en traviesos pas de deux y se iban de paseo para volver a contarle a las blancas páginas las maravillas que habían visto en abrazos amorosos. En algunas ocasiones, los colores, las nieves, la sal y el viento junto con las flores, mariposas, hormigas, gusanos y hierbajos se entrometían entre las frases y los párrafos. 62

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La Tierra estaba enamoradísima. El mundo tomaba cuerpo y sentidos. Todos los bebés de todas las criaturas terrestres sentían cosquillas, cosquillitas, cosquillas de hierbajos, de pinceladas, de plumas y de hormigas. Los pájaros no dejaban de dibujar grandes elipsis y figuras únicas. Los peces subían a las superficies de las aguas para besar los pájaros cuando planeaban en vuelo rasante hacia todos los rincones, hacia los campos, montañas, desiertos y ciudades. Los instrumentos y las notas musicales de todas las partituras, orquestras y salas de concierto interpretaban todas las obras de la historia musical. Los semáforos centelleaban al compás. La Tierra estaba enamoradísima. El espíritu se encarnaba. El Sol, la Luna, las estrellas y los planetas giraban mareados de felicidad a su alrededor. Las nubes, la lluvia, el granizo y el calor; la humedad, la sequía y las tempestades se emborrachaban de besos. Unos y otros, otros y unos en absoluta dicha de estar juntos. La Tierra estaba enamoradísima. Y el Cielo también. En aquel exacto segundo en que todo ésto y más, mucho, mucho más, ocurría porque el universo entero celebraba tu nacimiento, tu existencia en la Tierra.

El olor a tierra es algo que me encanta. No es raro, el poder de las brujas está muy relacionado con la Tierra porque es 63

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ella quien nos da ese poder. Puedes sentirlo cuando te vas a un bosque y pisas la tierra con los pies desnudos. Vas al bosque, te adentras en él, te descalzas, te apoyas sobre el suelo y suspiras. Luego, comienza a respirar. Concéntrate en tus pies, como si el aire entrara desde la tierra, hinchando los pies como si de pulmones se tratara. En esos momentos se siente la energía de la tierra. No se trata de una locura mística, ni de algo imaginario. La energía de la tierra es algo más que probado. Simplemente se trata de sentirla, es maravilloso. Imagínate Tierra. Mira el mundo desde allí. ¿Qué ves? ¿Cómo se ve todo? ¿Cómo ve la Tierra el nacimiento de una plantita, el despuntar de una hierbecilla? ¿Cómo se siente la Tierra en primavera cuando todo nace? Ve hacia atrás en el tiempo hasta tu nacimiento. Imagínalo. Imagínalo y enamórate de aquel momento. Fíjate en aquel segundo. Eres tú, el Cielo y la Tierra. La Tierra estaba enamoradísima. Y el Cielo también. En aquel exacto segundo en que todo esto y más, mucho, mucho más, ocurría, el universo te celebraba.

A la Emperatriz, mi hermana y yo la llamábamos el hada la-la-lá. Podíamos pasarnos un día entero sin tomarnos las cosas demasiado en serio, nos bastaba con decir «¡la-lalá!» y simplemente nos reíamos y jugábamos sin sentido, porque sí. Esos días cantábamos más, jugábamos más, nos reíamos más, sin ton ni son. Una deliciosa confianza nos embriagaba. Aún hoy, cuando a veces estamos atravesando un momento difícil o sin querer nos hemos vuelto demasiado rígidas o exigentes, cuando nos pasamos un día dicién64

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dole a los demás lo que deben hacer u opinamos sesgadamente sobre los acontecimientos de la vida de los demás y nos damos cuenta de ello, nos llamamos. Al descolgar el teléfono, basta que una de las dos pronuncie entonces aquel «¡la-la-lá!», para relajarnos un poco más y abordar el asunto complejo y embrollado que nos tiene ofuscadas desde otro punto de vista. ¡A veces, funciona! ¿Qué pasaría si un día, o tal vez durante un par de horas, te imaginaras en el trabajo o en el medio donde te sientes aprisionado acompañado del hada la-la-lá? ¿Es muy descabellado ni tan siquiera imaginarlo? ¿Lo has probado? ¿No funciona la fotocopiadora por enésima vez? ¡La-la-lá! ¿Las cosas no han salido como esperabas? ¡La-la-lá! ¿Alguien se ha puesto como objetivo hacerte la vida más difícil? ¡La-la-lá! ¿No hay salida? ¡La-la-lá! No se trata de un tipo de actitud constante ni de dejar de tomarse las cosas con seriedad y responsabilidad. Simplemente es un juego. Si invitas a la Emperatriz a tu espacio de meditación es posible que te sugiera alguna manera de divertirte un poco dentro de la gravedad del momento. Sólo será un ratito. ¿Por qué no lo pruebas? La Emperatriz invita además a cuidar y cuidarse, nutrir y nutrirse. Ahora es tiempo de cuidarse más, de cortarse el pelo y ponernos guapos. La Emperatriz respira primavera y querrá tener flores en casa, buscará el sol y la diversión por ella misma. También se hará sentir para que prepares alguna comida para amigos o familiares. Quizás la cocina no sea tu fuerte, aunque no haya quien resista los bocadillos que haces. La Emperatriz necesita cuidar de los demás y de sí misma. Lleva algo para desayunar al trabajo que puedas compartir con algunos compañeros. «¿Por qué no lo prue65

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bas?» –te diría La Emperatriz, entre traviesa y divertida. La Emperatriz te pedirá que te pongas cremas después de la ducha o del baño, que cuides tus manos, tu piel. Si puedes darte un baño, mejor que mejor, y si lo haces con música y pones unos inciensos... Todo para que puedas decir con ella: «¡Mmmm... qué delicia!» No se trata de que te comas tus postres preferidos, ni que te compres todo cuanto necesitas o crees necesitar, se trata de algo mucho más básico. Se trata de sentirse bien con el cuerpo, de disfrutar con las cosas y los momentos que ya tenemos y de actuar de manera tal que podamos compartir un momento delicioso con los demás por más pequeño que parezca. Otro gran papel que está reservado a La Emperatriz es la mediación en los asuntos domésticos, porque ella es una gran diplomática, tal vez precisamente porque sabe reírse de lo serio y se toma con seriedad la risa. Aprovecha esta energía para mediar contigo y con esa parte tuya que siempre está en desacuerdo. Es ahora el momento de cuidar, nutrir y mimar cada una de tus zonas, de tus personalidades. La parte más enfadada de ti mismo encontrará comprensión con La Emperatriz y se relajará. Preséntale estas zonas tuyas, nada has de temer, porque ella sabrá perfectamente cómo hacer para que todos se sientan como en casa y a su aire. ¿Por qué no lo pruebas? Es ahora el momento para entregarse a proyectos, puede que te encuentres lleno de ideas o lleno de una idea. La Emperatriz se hace notar de esta manera, con este entusiasmo. La necesitas especialmente si estás pasando por una época en la que mucho o todo te parece que va mal. Si ves primero lo negativo en las personas que conoces, necesitas el auxilio de La Emperatriz. Si acaso también ves siempre 66

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primero el aspecto negativo de lo que haces –olvidándote sin querer de las vertientes positivas–, te aliviará encontrarte con la gran dama de esta carta. Esta gran dama no está fuera de ti, como todos los arcanos está dentro de nosotros, es uno de nuestros aspectos. La Emperatriz puede manifestarse de manera muy amorosa o muy castradora, no tiene términos medios. Puede que te emborraches con proyectos y no los acabes materializando o te canses a medias; puede que no des rienda a ningún proyecto, porque nunca te parece lo suficientemente válido. Podemos construir y podemos destruir con la misma facilidad. Si te observas tendrás más posibilidades de saber de qué lado inclinar la balanza para que se equilibre. ¿Por qué no lo pruebas? Quizás no tengas fuerzas en este mismo momento para salir a divertirte o preparar una comida para tus amigos, ni tan siquiera para cuidar de tu imagen personal. Entonces yo te pediría que te compraras flores, un ramo pequeño y que te guste. Ponlo en un recipiente con agua, mima los tallos de las flores, concéntrate en su colocación y detente en el placer de simplemente gozar de estas flores. Puede ser incluso una flor, una única. Pero sean muchas o pocas, dedícales al menos una hora. Míralas, tócalas, huélelas... de cerca... de lejos... ¿Por qué no lo pruebas? Puede que la situación no cambie, puede también que este respiro dentro del jardín de la Emperatriz te sirva para poder sentir el perfume de las flores, que a pesar de todo sigue existiendo. Podemos permitirnos un paseo por el jardín de la Emperatriz para recordarnos a nosotros mismos que los jardines existen, que las flores florecen. Pero... ¡ojo! El jardín de la Emperatriz necesita un Emperador, tal como podrás comprobar en el siguiente cuento. 67

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l abuelo había sido un gran Mago que llevaba el bien allí donde residía el mal. Se casó con la abuela siendo él mayor y ella un adolescente de 16 años. Parece ser que él dedicaba más tiempo a la magia que a su mujer. Sin embargo nunca me fue suficientemente explicado el hecho de que ambos fueran los padres de trece féminas. El abuelo Mago quería derrotar a una de las manifestaciones del mal. Era capaz de hacerlo, así que le fue encomendado dirigirse a tierras lejanas. Cómo él era un mago de la línea de la Esmeralda Verde, debía aliarse con otros dos, uno perteneciente a la línea de la Esmeralda Roja y otro que debía ser de la línea de los Diamantes. Pero esta saga, la de los Diamantes, no estuvo de acuerdo con esta tarea ya que la consideraban demasiado peligrosa, aun cuando fuera encomendada a una tríada de magos. En los oráculos de la familia de los Diamantes se señalaba el cuatro como número sagrado y no el tres como en las otras dos familias. La discusión era lógica, esto lo descubrimos de casualidad muchos años más tarde. ¡Era tan evidente que nadie lo había notado! Las líneas de las Esmeraldas, tanto Verdes como Rojas, estaban formadas básicamente por mujeres; mientras que la de los Diamantes, por hombres. Es decir, en una había un mayor 69

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número de mujeres en las diferentes generaciones; mientras que en la otra, la mayoría eran hombres. No se pusieron de acuerdo. El número tres es esencialmente femenino, mientras que el cuatro, masculino. Cada una de las líneas estaba defendiendo su integridad. El número sagrado debería haber sido muy diferente y en efecto lo es, pero por aquel entonces, a principios del siglo XX ninguno de los implicados se dio cuenta. Simplemente porque no conocían a todos y cada uno de los integrantes de cada familia ni de cada línea –una línea son ocho o diez generaciones completas de una misma familia, depende de cada caso–. Todos los oráculos señalaban la tarea del abuelo. Él puso toda su fuerza en llevarla a cabo. Sus compañeros pertenecían finalmente uno a las Esmeraldas Rojas y el otro, a las Picas Negras. Así debía ser por la ausencia de los Diamantes, para equilibrar las fuerzas. Bien es sabido que una Pica Negra es un Diamante en bruto. Debían partir al desierto, muy lejos. La abuela y las niñas se quedaron solas en la vieja casona familiar y no volvieron a saber del abuelo hasta quince años más tarde a través de una carta. El Mago de un pequeño pueblo de la selva amazónica escribió para referirle la muerte de nuestro abuelo. Nunca había llegado al desierto, puesto que el representante de las Picas Negras había engañado a sus compañeros. El abuelo no se atrevió a volver para no deshonrar la tarea y se retiró a un pueblo perdido en la selva. Él, que era un Gran Mago, se puso al servicio del Mago del poblado y hasta el momento de su muerte no le desveló su gran secreto. Hizo el bien y fue amado por cada uno de los habitantes de aquella pequeña población y por los de toda la región, que guardaron siete días de luto y su nombre en su memoria. 70

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Las líneas Esmeralda Verde y Picas Negras se separaron completamente y nunca volvieron a mencionarse la una en la casa de la otra. No hasta que se descubrió que el futuro esposo de mi madre –mi padre– estaba emparentado con las Picas Negras. Por suerte la historia del Emperador era bien distinta.

IV EL EMPERADOR. El acertijo Y un día el reino empezó a crecer como si le hubieran echado levadura. Se hizo grande y rechoncho tal como les había prometido la Reina Blanca antes de dejarles, no sin tristeza igualmente elevada. Algunos aún recordaban que les había auspiciado que el cielo les protegería. Pues así habría sido, se decían algunos, mientras espiaban cómo las estrellas los observaban. El reino parecía henchirse de noche y crecer de día. ¡Como los panes!, reían unos y otros. Había ciertos detalles que hubieran desconcertado a los visitantes, sin embargo. En los huertos crecían por igual las flores y las legumbres. Las campanas de las iglesias redoblaban con el viento, que era muy caprichoso y así podían entretenerse en un repique prolongado. Si alguien se hubiera puesto a estudiar el lugar habría descubierto que había más jardines que huertos, más campanas que iglesias, más teatros 71

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y tabernas que casas. Los trovadores siempre que podían se detenían más tiempo allí dada la naturaleza alegre, amante de las artes y amable de los habitantes de aquel reino inigualable. En medio de aquella felicidad pronto surgieron algunos problemas, como los hierbajos, por ejemplo. Estaban todos y todo muy apretujados, a tal punto que, cuando alguien se desperezaba, podía –y así era– darle un codazo a una rosa, que pinchaba a un tercero que no encontraba la manera de dejar de sangrar. Cuando alguien estornudaba en medio de una función de teatro, lo hacía con tal fuerza que agitaba el aire; y el viento se arremolinaba antojadizo haciendo sonar las campanas, claro. Entonces todos reían, actores y público se olvidaban de la función hasta el día siguiente. Ya nadie sabía qué hora era y las compañías que esperaban para actuar se agolpaban en la carretera. Los pintores pintaban por todas partes, a veces hermosos cuadros aguantaban estoicamente debajo de los cascos de los caballos, que al mirar al suelo no sabían dónde detenerse ya que para ellos las figuras y los humanos eran personas de índole similar. Nadie lograba llegar a donde realmente quería ir sin dar grandes rodeos utilizando diversos medios. Más de una vez sucedieron malentendidos. Sin embargo, aquella gente reía y seguía disfrutando gracias a la mágica estela dejada por la Reina Blanca. Las estrellas que les observaban decidieron que había que hacer algo y convocaron una reunión con la Luna y el Sol. Era evidente que allí hacía falta un poco de orden. También acudieron otros planetas, 72

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asteroides y cometas. Estaban preocupados, con razón, dado que cuanto ocurre en la Tierra también afecta al Cielo. Era posible que pronto todo se volviera confuso y se llegaran a liar el día y la noche. Evidentemente eso era un desastre que había que evitar. ¡Incluso las nubes estuvieron de acuerdo! Pero ¿quién pondría en orden aquel reino manteniendo su alegría y su espontaneidad? La tarea no era nada fácil. La Corte Celestial envió emisarios por doquier. Aquellos días los ángeles y los querubines tuvieron mucho trabajo entregando mensajes. El aire se llenó de una delicado frufrú de alas y las campanas sonaron más y mejor que nunca. En muy poco tiempo, algo así como una semana, los pasillos del cielo se llenaron de pretendientes al reino. Se presentaron casi todos los príncipes, reyes, emperadores, reinas, emperatrices, guerreros y guerreras de los cuentos. También enviaron emisarios muchos dioses de oriente y occidente. Los jefes de los hombres más poderosos acudieron con sus deseos de poder. La cola que se formó era casi infinita. Los habitantes del cielo volvieron a reunirse. ¿Cómo podrían elegir entre tantos y tantos y tantos y ...? La idea se le ocurrió a una pequeña estrellita que solía lucir justo encima del campanario de la iglesia mayor de aquel reino caótico, no por nada había observado desde tan alta perspectiva hasta cada amanecer, entusiasmada. ¡Un acertijo! ¡Un acertijo! Las demás estrellas, la Luna, el Sol, los planetas, asteroides y cometas aceptaron entusiasmados. Y las nubes también. Como los ángeles estaban un poco cansados 73

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después del trajín de la jornada anterior, fueron las gotas de lluvia las encargadas de hacer llegar las palabras de aquel acertijo a todos los reinos: Cruza las piernas y los brazos. Busca la sabiduría de la belleza. Jefe entre los poderosos. El carnero sensato con el rubí. Es el Padre, buen rey del uno y de los cuatro senderos. La lluvia fue generosa. Todos en el Cielo y en la Tierra recibieron la buena noticia. Curiosamente, inmediatamente después, en aquel reino todo creció aún más: hubo más plantas, más edificios, más campanas, más flores, más bebés, más cuadros, más y más, más selva y más risas. También más problemas. Todo se sumó y se multiplicó. El Cielo se dedicó a esperar paciente a quien resolviera el acertijo. Pasó el tiempo, que se fue llenando de actividad. Los pretendientes fueron muchos. Las pruebas eran arduas y algunos se cansaron incluso antes de empezar. Otros, a medio camino. Muchos se dedicaron a pensar tanto que no podían hallar la respuesta correcta entre las tantísimas que se les ocurrían. Ciertos se enfadaron por no ser capaces de resolver el acertijo y se culparon de sus fallos, de sus desgracias, aunque luego decidieron firmemente que aquello no debía ser así, pero ni tan siquiera ellos dieron con la respuesta adecuada. Otros se dedicaron a criticar duramente aquel acertijo no logrando respuesta ni tampoco preguntas. Dicen que algún rey llegó a esclavi74

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zar a sus súbditos para que encontraran la respuesta perfecta y muchos se vieron más presos que antes. Otros lograron que sus reinos se volvieran oscuros y amargos de pura decepción. Algunos se dedicaron a las alquimias más exquisitas, sopesando, analizando y cuantificando cada una de las palabras del acertijo; parece que aún continúan enredados en sus conclusiones, si bien aquel reino ya está en orden y cada cosa ocupa su lugar con plena y satisfactoria felicidad. Nadie lograba acertar el acertijo. Quien una vez más dio con una solución fue la pequeña estrellita. ¡Juan el Labrador! ¡Juan el Labrador! Juan, sí, era un buen labrador. Juan trabajaba duro y siempre se aseguraba de que sus planes estuvieran bien formulados, no tomaba difíciles resoluciones sin antes sopesar los pros y los contras; se arriesgaba, probaba y había aprendido de sus muchos errores. Siempre había sido muy luchador y gracias a ello había convertido uno de los terrenos más yermos en el más fructífero de todos. En sus tierras las plantas parecían más felices. Sus animales estaban robustos y gozaban de buena salud. Su familia no había pasado hambre ya que él, atento al cielo, sabía prever y organizarse en los años de buenas y malas cosechas. Cada miembro de su extensa casa realizaba sus tareas con tiempo suficiente para dedicarse a las fiestas y a las artes o al ocio. Sus jardines eran armoniosos, sus flores, bellas y perfumadas. Las bestias salvajes de otros campos sabían que allí no serían bien recibidas y no osaban entrar o se retiraban en estampida. Las tierras de Juan estaban bien cuidadas y protegidas, al igual que los suyos. 75

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Le enviaron un ángel que le comunicara el acertijo. Si Juan contestaba, el celestial emisario debía regresar inmediatamente con la respuesta. Juan lo escuchó con suma atención. Luego se retiró a contemplar sus tierras, sus animales, su casa y su familia. No tardó mucho en contestar: —Sí, está claro. –Y le susurró al ángel su respuesta. El cielo se regocijó y aquel reino, antes sin rey, también. El emperador Juan –tal como se le cita en algunas crónicas antiguas– les protegió de las invasiones, construyó caminos, supervisó la organización de los terrenos, así como la de los almacenes, los días de mercado y los de fiestas, inspeccionó la urbanización y la construcción de escuelas, hospitales y, por supuesto, de los teatros. Supo rodearse de buenos y sabios consejeros, dictó leyes y veló por el bienestar, también pidió perdón cada vez que cometió errores e intentó no repetirlos. En su escudo brilló siempre un águila, y el emblema de la familia fue un carnero con un rubí rojo en el que figuraba la leyenda «Busca la sabiduría de la belleza, nombra a todos los seres, jefe entre los poderosos del Orden y sus cuatro manifestaciones», el mismo que había en el frontispicio de su casa, que no había abandonado y que él había construido con sus propias manos, muchos años atrás. Gobernó con uso de la razón, del sentimiento, la percepción y la intuición. En su reino se cobijaron los hombres simples junto a los mejores poetas y artistas. 76

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El mundo que heredamos de la Emperatriz es como un gran jardín, es hermoso, lleno de vida, flores, pájaros exóticos, colores, en un constante embarazo. Luego llega el Emperador con su orden, con las palabras, con todo un sistema de valores. Eso es lo que relata el cuento. El orden del Emperador no es de cualquier tipo. En realidad esta pareja de Grandes Reyes que son la Emperatriz y el Emperador se complementan como dos socios de una gran empresa en la que uno se dedica a la creación y procreación de los proyectos e ideas y el otro se ocupa de que todas esas maravillosas ideas se conviertan en algo concreto. Son muy diferentes el uno del otro, pero no olvidemos que se complementan. A veces se encuentran Emperadores como los del cuento antes de que la estrella interviniera. Podemos en alguna ocasión de nuestras vidas adoptar ese tipo de actitudes frente a la necesidad de organización hasta que conectamos con nuestra estrella y surge el nuevo orden a partir de algo que siempre había estado allí de alguna manera, tal como acontece en el relato. Un orden pacífico y que dé lugar a un gran desarrollo no es algo instantáneo ni sencillo. Las etapas por las que podemos pasar son las mismas que se cuentan aquí con todos aquellos pretendientes al trono. Pero ¿quién pondría en orden aquel reino manteniendo su alegría y su espontaneidad? ¿Tú podrías hacerlo? ¿Cómo? Finalmente, cuando llegó el año del cuento del Emperador, en casa empezaron a enseñarme a escribir y a leer. También tenía que cuidar mis cosas, mis juguetes y mis libros. Se empezó a establecer un cierto orden, nada dramático ni excesivo para una niña pequeña, –aunque no siem77

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pre tuviera yo ganas de ordenar mis juguetes–. También empecé a ayudar en la cocina. A mí me encantaba cuando hacíamos pasteles porque a cambio de mis servicios podía lamer el fondo de la fuente y la cuchara de palo. Llegó asimismo la hora de poner los cubiertos en la mesa o los platos... Claro, no siempre me parecía divertido. La palabra «orden» comenzó a vivir en mi pequeño universo. Y sólo cuando la hubiera comprendido me empezarían a revelar algunas recetas secretas. En los años venideros hubo una época en que me dio por seguir los rituales a pies juntillas y cuando mis tías, mi abuela o mi madre realizaban el mínimo cambio, me enfadaba como una mula, me volvía terca, rígida. No fue fácil acostumbrarse a la fase «orden», no. A veces era excesivamente ordenada y otras, completamente caótica. Iba de un extremo a otro sin entender cómo me pasaba aquello, y me enfadaba bastante. Creo que tardé unos años en aceptar las diferentes estructuras de la realidad de manera consciente y creativa a la vez. El reino del Emperador, efectivamente, hay que ganárselo. Lo mismo me pasó cuando empecé a vivir sola, lo cual en nuestra familia sucedía al cumplir los 18 años. Pero es un ritmo que se acaba encontrando, antes o después. Puedes pasar épocas en las que comes cuando te da la gana y otras en las que tus actividades te requerirán un horario. Ése es el orden del Emperador, una sistematización, una ubicación tan natural como los cuatro puntos cardinales, las cuatro estaciones, la cuatro fases de la luna o los cuatro ingredientes de la alquimia, que por aquel lejano entonces comencé a conocer: sal, azufre, mercurio y ázoe. Este nuevo orden es justamente lo que logramos cuando reconciliamos dos aspectos opuestos internos a partir del encuentro de nuestras partes consciente e inconsciente. 78

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Toda la civilización y la cultura nacen en dicho momento. El Emperador nos ayudará a tomar conciencia de nuestras responsabilidades, a ordenar nuestro jardín para que todas las plantas reciban el cuidado que se merecen, incluso a saber que si quieres tomarte un té, antes es necesario calentar el agua. El orden no significa abrir el paraguas antes de que llueva, sino hacerlo, acaso, después. Una de las tantas maneras de obtener la ayuda del Emperador consiste en poner nombre a cuanto nos rodea, tanto en nuestro mundo exterior como en el interior. Entra en tu cocina, por ejemplo, y nombra cada una de las cosas que hay allí sin dejarte la más insignificante de ellas. Relájate y haz algún pequeño ejercicio de respiración, luego empieza a llamar a las personas que han existido o existen en tu vida, salúdalas y despídete, nombra a cada una de ellas. Nombra tus momentos de felicidad y de tristeza, de miedo y rabia. Simplemente nómbralos, no tienes que hacer nada más. No se trata ni de intentar ser positivos ni tampoco de ser negativos, se trata de nombrar. Tal como señala la gran poeta Alejandra Pizarnik, la palabra puede sanar; no porque nos enfurezcamos el mar dejará de existir, ni el mundo tampoco: «... por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa». Nombrar es hacer nacer mundos y cantarlos, reconocerlos. No por guardarlos en el baúl del silencio dejarán de existir, de esa manera somos nosotros quienes creemos que dejan de existir, es una ilusión bastante fútil. Tanto empeño en acallarlos forzará a que nos asustemos aún más cuando abramos los ojos y nos veamos sorprendidos de ciertas existencias desconocidas. Por eso es importante empezar por nombrarlos. Nombrar un fantasma con el debido respeto es invitarlo a la luz y apartarlo un poco de la oscuridad, que 79

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es el único lugar desde donde puede asustarnos. No es posible nombrarlo todo porque así lo decidamos, los fantasmas necesitan su tiempo, tanto o más que nosotros. Puedes preguntarle al Emperador cómo nombrar las situaciones, pues los nombres dan forma a la realidad y es precisamente eso lo que hace el Emperador de nuestro cuento y el de la carta del tarot. No olvidemos, sin embargo, que hay más que el nombre de las cosas, y es la experiencia de ellas mismas. Nombrar es un acto también creativo porque no es suficiente con pensar, analizar. Para hallar el nombre correcto, la palabra que define, será necesario sentir, conectarnos con nuestra parte intuitiva y con nuestras experiencias. El Emperador y la Emperatriz van unidos. Se trata de un orden amoroso, de un nombrar amoroso. El Emperador se ocupa de poner las cosas en su sitio, con amor. Puede suceder que aceptemos la categorización, algunas estructuras, algunas normas y leyes sin pensarlas, sin digerirlas, y que en lugar de estabilizarnos, nos anquilosen, nos bloqueen. Hay momentos de excepción en los que los «así se ha hecho siempre» no nos sirven de gran ayuda. ¿Qué le pasará, por ejemplo, a aquel niño al que insistentemente le advertían sobre los extraños cuando crezca y tenga que marcharse a un país extranjero o le toque trabajar con personas de otras culturas? El significado está más allá de algunas normas, somos nosotros los que digeriremos las estructuras para cerciorarnos de su utilidad. Los tiempos cambian, las normas también, no todas, algunas se recuperan, otras se modifican, otras siguen perennes. En un universo donde todo cambia, nada descansa y todo se mueve, se hace necesario revisar los conceptos para descubrir su significado íntimo, su esencia. Eso fue lo que le sucedió a la protagonista del siguiente cuento. 80

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5 A

los seis años hice mi primer viaje. Naturalmente fui con mi madre y con mi abuela. Victoria se quedó en casa muy a disgusto. La disuadieron con la promesa de los regalos que le traeríamos. Fuimos en tren bordeando la costa. Creo que fue mi primer viaje en tren, o al menos yo lo recuerdo así. Tenía la ventana para mí, la playa y todo el mar. Cuando el tren cambió de rumbo y abandonamos el mar, comenzaron a sucederse los árboles de diferentes tamaños, de menor a mayor, crecían a medida que avanzaba nuestro viaje. Nos bajamos en una estación muy pintoresca, como de cuento: sólo faltaban unos saltarines gnomos que vinieran a recibirnos. Allí nos esperaban unos amigos de la abuela. Desde aquella primera vez cumplimos el mismo ritual, nada de particular, simplemente me saludan con exactamente las mismas tres frases que he ido anotando mentalmente a lo largo de los años. Cada vez que nos encontramos tengo la sensación de que me están esperando después de un larguísimo viaje. Cada vez me reciben con una deliciosa merienda. Aunque no siempre coincide con la hora de la merienda en sí misma, pero es una de las primeras palabras con las que suelen recibirme en cada ocasión: «¿Qué tal? ¡Qué gusto volver a vernos! Vamos a merendar...» Así desde aquel primer encuentro. 81

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No hace falta decir que en una deliciosa casita de un pueblo en las montañas con una estación de trenes de juguete se disfruta de las mejores meriendas jamás imaginadas. Al principio creía que mis recuerdos infantiles las distorsionaban con cierto romanticismo. Doy fe de que durante mis pocas visitas tanto en mi niñez como en la adolescencia o en la edad adulta, allí he saboreado unas meriendas propias de cuento. Cada vez nos quedábamos a dormir, por la mañana nos levantábamos muy temprano y obviamente volvíamos a merendar. Salíamos justo antes del amanecer. Nos dividíamos en varios grupos, cada uno se dirigía a una cima diferente. Mientras subíamos por la montaña, el sol nos acompañaba con su generosa calidez. Alcanzábamos lo más alto justo al mediodía. Cada integrante de la excursión se ubicaba sobre una cima diferente. Desde cada punto, a veces podíamos ver a los demás, no siempre con nitidez, dependía de las nubes. Alguien sacaba una cesta de mimbre y un mantel a cuadros para, naturalmente, volver a merendar. Antes y después de la merienda, cada uno tomaba nota de todo cuanto veía en el más absoluto silencio, prestando atención hasta el más mínimo detalle. Los mejores dibujantes eran nuestros amigos, pues conseguían plasmar todo a tan diminuta escala que en sus hojas, iguales a las nuestras, cabía todo el bosque hasta el mar. Siempre ha sido así, excursión tras excursión. Antes del atardecer emprendíamos el regreso. Alguna vez me perdí a la ida y otras, a la vuelta. Era mucho mejor cuando me acompañaban nuestros pequeños y risueños amigos. Tanto a la ida como a la vuelta nos encontrábamos con numerosos animales. Nuestros amigos saludaban a cada uno de ellos por sus nombres. No se los inventaban, no. En 82

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mi adolescencia llegué a tomar notas a escondidas de estos nombres y puedo garantizar que cada año estaban casi los mismos. Las diferencias eran debido a que algunos animales habían fallecido y otros, en cambio, habían nacido. Una vez instalados en casa después de un buen baño y durante la merienda de turno, jugábamos a adivinar qué habían visto los demás. Pasaron muchos años hasta que tuve la capacidad de ver a partir de los ojos de los otros y no solamente desde los míos. Cada año se me daba mejor adivinar lo que otros invitados habían visto en los paisajes diferentes de cada año. Lo que no sabía entonces es que a nivel consciente no vemos más que a través de nuestros propios lentes. Con los años iba aprendiendo a mirar con los ojos del corazón, con los del alma y sólo así mi visión podía abarcar más allá de mis propios horizontes. Los cuentos.

V EL PAPA. Juana Juana se levanta puntualmente a las 07:00 cada mañana. Con orden y precisión va desgranando la ducha, el café con leche, la tostada, la ropa preparada la noche anterior y las plantas que riega amorosamente. Se recoge su caudaloso pelo moreno en una coleta, se pinta moderadamente, se pone unas gotas de colonia en el cuello, justo debajo del lóbulo de cada oreja, y finalmente se coloca los pendientes de perlas y se 83

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lava los dientes. Controla que todas las luces de su pequeño piso queden cerradas, vigila que la llave del gas esté hacia abajo, coge las llaves, cierra la puerta y se va a hacer la compra. Treinta y siete minutos después vuelve y coloca limones, tomates y cebollas dentro de la nevera con la precisión de una bibliotecaria. A las 09:00 en punto pone la tapa al túper, repite la inspección domiciliaria y cierra la puerta con la tranquilidad interior de que todo está en orden. Baja 23 escalones, abre la puerta de siempre y sale a la calle. Metro. A las 09:32 llega a la puerta principal de El Corte Inglés, gira a la derecha, atraviesa la puerta de los empleados, saluda confiadamente, entra en el cambiador y cinco minutos exactos más tarde está en la sección de joyería donde trabaja. Empleo seguro y fijo. Allí se jubilará. Sabe perfectamente lo que tiene que hacer, sin sorpresas. Sólo con echar un vistazo a la manera en que se exponen relojes, pulseras, sortijas y gargantillas puede adivinarse el orden. Juana es amable y sonríe. Siempre correcta también discierne perfectamente a quién debe dirigir la sonrisa más duradera, el tacto más refinado. Es buena compañera, cubre las ausencias de otras cuando se lo piden. Los sábados por la noche va al cine con su novio, a cenar fuera, incluso a veces a bailar con amigos. Alguna que otra vez alquilan un vídeo mientras él pasa rápido los anuncios del inicio y ella coloca las palomitas en el microondas. Los domingos va a comer a casa de su familia o a la de su novio. Juana es una buena persona, trabajadora, hija ejemplar y será una madre de familia modelo. 84

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Lástima que últimamente haya empezado a fumar..., dicen algunos. Vaya, no es un pecado y menos aún en Juana. Además no le perjudica, ya que puede seguir perfectamente el ritmo de las clases de aeróbic, tres veces por semana, igual que siempre. Lo que nadie sabe es que Juana no está contenta. ¿Para qué preocupar a los demás, con lo que la quieren? Seguramente pasará. Pero no pasa. Tiene fiebre, se encuentra mal. Juana va al médico, le sabe muy mal pedírselo a su jefe. Se somete a todos y cada uno de los análisis prescritos. Un poco de vitamina, eso le irá bien. Aunque come lo que tiene que comer, hace lo que tiene que hacer, su cansancio es progresivo. Quizá sea el calor. Este año todo el mundo está más cansado de lo normal. Quizás alguna vitamina más, una de esas que anuncian por la tele. Su madre ha escuchado en el programa de... que... Además, es absolutamente imprecisdinble que esté en forma: se casa dentro de 4 meses y aún quedan muchos detalles por preparar. Juana empieza a mostrarse algo distraída, ja ja, simplemente se le olvida. Claro, el estrés de los preparativos de un acontecimiento como una boda. Juana se muestra algo nerviosa y hoy se le ha olvidado cerrar el gas. Por si esto fuera poco, la cafetera se ha quedado sobre la cocina, sobre el fuego pequeño; y el plato, la taza, la cucharilla y el cuchillo, sin lavar en el fregadero. En algún momento contestará a alguien un poco irritada. Nada, en definitiva, a lo que haya que darle excesiva importancia, algo pasajero. Ya pasará. Durante su pausa de la comida deci85

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de ir a dar una vuelta. ¡Hace tanto calor! Quizás en esa iglesia esté un poco más fresca. Y tranquila, sin ruido. Se ha vuelto adicta al silencio. Entra y se sienta en uno de los bancos de la fila central. No hay nadie. Se está realmente bien. En su mente ve pasar las imágenes de sus días. Así, sin más, sin previo aviso, se da cuenta de que su vida no tiene sentido. Pero no puede ser. Ella hace exactamente lo que tiene que hacer. Se levanta y se marcha. Los días siguientes transcurren sin más. A Juana le parece que ha recuperado su rutina. Al quinto día se encuentra mal, muy mal. Al bajar por las escaleras se tropieza y cae. Qué mala suerte. Tiene que guardar cama durante 23 días aproximadamente, enyesada. En casa están sus padres, que la cuidan y miman. Su novio viene a verla cada día. Sus amigas pasan a visitarla. Su jefe ha llamado un par de veces para saludarla e interesarse por su salud. Entre unos y otros, llamadas, visitas y la televisión, son pocas las horas del día en las que está sola. Es entonces cuando vuelve a sentir aquella misma sensación de vacío. Poco a poco comienza a sentirse invadida casi a todas horas. Una tarde se da cuenta de que está llorando mientras en el concurso televisivo han adivinado en algarabía general la frase «sentido de la vida». Juana se queda en silencio viendo cómo pasan las imágenes autoanimadas. Pero ¿por qué? Si lo tienes todo. Es incontenible: mi vida no tiene sentido para mí. Hasta ahora he hecho lo que me han enseñado. No tiene sentido para mí. Juana se siente culpable de no ser feliz y de que86

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jarse por nada o por pequeñas cosas que al fin y al cabo... ¿Tú que harías en su lugar? Juana volvió al trabajo antes de lo previsto. Sus compañeras la cuidaban y se levantaban antes que ella para atender a los clientes cuando era posible. Juana pasó 10 días sentada con la mirada a la altura de los relojes, pulseras, gargantillas, sortijas y pendientes. Por eso fue la única en darse cuenta de la pulga. Pensó en decir algo, pero era una de las pocas diversiones que tenía, además de pasar y repasar el brillo de cada reloj, pulsera, gargantilla, sortija, pendiente, chisme de Hola, riñas familiares, opiniones varias. Le gustaba ver cómo saltaba la pulga. Era una y sólo una. En cierta manera le hacía compañía. La una y la otra se aficionaron mutuamente. Una pulga que innatamente sólo sabía saltar. ¿Cómo habría acabado allí dentro?, no importaba demasiado. Al principio la pulga saltaba, como es natural, y se daba tremendos golpes contra el cristal, como es natural. Poco a poco dejó de chocar contra aquellas paredes que no debía transgredir. Eran buenas paredes que la protegían del exterior. Eran también cortapisas que la herían. Un día Juana sintió pena por aquella pulguita, quizás debía dejarla saltar por toda la gran superficie comercial. Sólo de pensarlo se animaba con una sonrisilla traviesa que inquietaba a los demás. Lo peor de todo es que se había dado cuenta de que la pulga y ella tenían vidas similares, cada una en su caja de cristal, cada una saltando menos y menos a medida 87

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que avanzaba el tiempo. Juana empezó a sentirse rebelde, injusta... en definitiva, culpable. La diferencia es que esta vez sabía por qué y de qué. Un mediodía tranquilo en el que estaba sola, abrió con disimulo el escaparate. Durante toda aque-lla hora la pulga siguió saltando pero sin cruzar los límites del inexistente cristal. Juana sintió pena por ella, sí, auténtica pena. Se dio cuenta de que la pulga seguía saltando dentro del perímetro marcado por aquella superficie ahora inexistente. ¿Recordaría el dolor de cada golpe? Quizás ya fuera una pulga grande y fuerte. Pero saltar más allá y encontrar el territorio que le pertenecía suponía volver a pasar por el recuerdo del dolor, ¿verdad? ¿Cuáles serían sus límites? La pulga tendría que hacerse consciente desde su corazón de cuál era su ley. ¿Qué precio tendría que pagar por su pulgosa libertad? Juana se hacía muchas preguntas. ¿Tú que habrías hecho en su lugar? Al día siguiente Juana llegó muy contenta al trabajo. Claro, se dijeron todos, ya se encuentra bien, camina perfectamente. Sí, se encontraba bien y reía como nunca. ¡Qué graciosa, Juana! —¡Qué guapa estás hoy! –le comentó una compañera. —¿Te has hecho algo diferente? –dijo otra. —Uy, sí, chicas, lleva el pelo suelto –afirmó sonriente la más antigua. —Pues te queda estupendo –sentenció la más nueva. Juana sonreía y estaba alegre. La pulga no sabía si reírse también o morirse de miedo. Aquella que 88

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la había estado observando tantos días tenía un aire amenazador. Pero pasó el día tranquila y llegó el silencio y la oscuridad. No, el silencio, no. —¿Qué es esto? ¿Qué me está pasando? –se preguntó la pulga. —Ya te tengo. Tranquila, estás temblando. Bueno, en realidad, Juana se reía y le hablaba a la pulga dulcemente mientras la sostenía en la mano. En un descuido del guardia de seguridad, se escapó a la zona de carga y descarga. —A ver... estás temblando, pobrecita mía. Cogió un taxi y se fue al parque. Así, sin más, sin previo aviso. Unos mendigos dormían y roncaban como troncos. Entonces la pulga volvió a ver aquellos ojos grandes y negros que eran sus amigos, los ojos de Juana. —Sólo tienes que saltar –susurró. Juana saltaba y saltaba. Loca de alegría y llena de tristeza a la vez. Aquello seguramente le resultaba muy curioso a la pulguita, y a ella misma. Pero si tú fueras la pulga, esa misma pulga... tú ¿qué harías en su lugar? Pero... ¿y si fueras Juana?

Algo tan pequeño como una pulga puede conducirnos a un gran salto. Si pudiera elegir, no sé si preferiría ser la pulga o Juana, supongo que depende del momento. Incluso a veces me parece que la pulga y Juana son lo mismo y no dos personajes diferentes de una historia. 89

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Lo que resulta evidente es que Juana al final del cuento no es la misma que al principio. No es completamente diferente, no es ajena a sí misma. Quizás cuando cambiamos seguimos siendo los mismos con una parte de nosotros que se ha agregado a nuestro mapa personal, hemos conquistado un nuevo espacio y éste se anexa. No sé si una pulga lo vería igual... A veces me imagino que relato este cuento como si fuera la pulguita, desde su punto de vista. Ocurre que cuando nos sentimos más pequeños es cuando llegamos a ver las grandes cosas. Y sentimos el mismo miedo al gran salto. Por suerte allí está Juana o nosotros mismos, que somos los adultos que podemos asumir riesgos y saltar. Todos tenemos nuestro punto de pulga. A veces hay cosas que nos bloquean y aparecen y vuelven a parecer. Entonces no nos queda más opción que saltar o quedarnos en el mismo sitio. Muchas veces necesitamos saltar a pesar de nosotros mismos y nos sentimos como la pulguita. ¿Cómo dibujarías esta pulguita en cada uno de los momentos de la historia? No es difícil dibujar una pulga, aunque no se te dé bien hacerlo. Pero allí está Juana, que es la que quiere dar el salto, y entonces esta querencia nos protege de alguna manera, como una mano que se tiende hacia nosotros. Ir más allá de nosotros mismos no suele ser sencillo. Podemos arriesgarnos a hacer experimentos con nosotros mismos y decirnos: «Hoy haré una cosa que me resulte difícil». Hacerlo y, luego, observar qué nos ha pasado. Muchas veces se libera una gran cantidad de tensión acumulada y encontramos un mayor sentido, es una sensación, como si hubiéramos establecido una alianza. Pero para dar este salto, antes nos hemos entrenado para darnos cuenta de 90

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nuestros abismos; sólo de esta manera podemos establecer puentes que unan las orillas del abismo y nos permitan seguir adelante. ¿Quieres dar un salto? ¿Quién es tu pulga? ¿Cuántas «Juanas» pueden ayudarte?

La abuela me contó el cuento del Sumo Sacerdote justo el día antes de empezar la escuela primaria. ¿Simplemente porque simboliza la educación del héroe? Pero ¿de qué educación se trata? Comenzaba para mí una nueva etapa importante en mi vida en la que aprendería a escuchar y a dialogar de otra manera. Mi mundo cambiaba, se ampliaba del universo familiar al de la escuela. También iniciaría mi formación esotérica. Cada vez que el mundo exterior se ensancha, necesitamos nombrar y establecer conexiones con el mundo interior. Para dar un primer paso, podemos contestar a la pregunta del cuento: ¿Y tú qué harías? Pero qué harías si fueras ese otro personaje, no tú. Podremos de esta manera entrar en la experiencia de darle significado a las cosas desde diferentes puntos de vista. Años después, al repetir este cuento, me sería revelado el segundo de los siete principios herméticos: «Como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba.» Un movimiento pequeño puede llevar, efectivamente, hacia algo mayor. De nada valen las grandes ideas si no responden a necesidades pequeñas y éstas a su vez carecerán de sentido si no reflejan ideas mayores. Lo pequeño conduce a lo grande, porque todo es uno. De ahí entendí 91

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que ordenar mi habitación me aclaraba las ideas cuando estaba confundida, preparar un pastel me relacionaba con mi parte más dulce, cuidar de los detalles también era mimar grandes principios. Las ideas nos conducen a acciones, y las acciones, por nimias que sean, nos acompañan a las ideas. Así construimos puentes. Imaginarnos en situaciones diferentes nos transporta a otras salidas. La imaginación es uno de los grandes puentes que nos conduce a las múltiples facetas de la realidad. No se trata de correspondencias matemáticas, sino de relaciones sutiles. Imaginar poniéndonos en el lugar de otra persona según su modo, y no el nuestro, también nos acerca a la realidad para de esta manera dar con nuevos significados. Esos puentes nos conducen también a nuestra voz interior, a la conciencia innata. No se trata de una conciencia que denuncia el mundo en general o particular, que designa dónde está el bien o el mal. Es la conciencia que nos señala nuestra espiritualidad y nuestra conexión con el todo, incluso con aquellos que no soportamos, también con aquellos que nos encantan. Comenzamos a entender que lo que más nos gusta o disgusta casi obsesivamente de alguien, nos habla de nosotros mismos, de nuestro reflejo en ellos. Si hay alguien a quien admiras, obsérvale bien. Te está mostrando lo que es potencialmente tuyo y puedes reconocer fuera de ti, te estás reflejando. No es fácil observarse. Esta técnica, por llamarla de alguna manera, puede resultarnos de enorme utilidad. Piensa en alguien a quien admiras. Mucho. Te encanta. Hay un aspecto de esa persona que te parece maravilloso. Sin lugar a dudas esa persona es así. Lo importante es que tú ves esa o esas cualidades. Las ves porque las tienes den92

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tro, de lo contrario sería imposible reconocerlas. Lo mismo sucede al contrario. Hay algo en alguien que te molesta muchísimo. Puede incluso que sea algo que odies, ¿por qué no? Te fastidia un montón. Ver la parte más agradable de nosotros mismos es más fácil. Observar y respetar nuestros aspectos menos agradables puede resultar incómodo. Pero no contemplarlo es mucho peor. Porque desde su escondite pueden asaltarnos cuando menos nos lo esperemos. Todo esto no implica que dejes de defenderte frente a tus enemigos. No implica que dejes de decir no. Conlleva a que nos conozcamos un poco mejor. Y necesitamos ver nuestros aspectos luminosos para entrar en los espacios más oscuros de nuestro ser. Es la única manera de no perderse. ¿Y entonces? Observa esa parte tuya. Ve a su encuentro con el ejercicio de las escaleras que mencioné al comienzo de este libro. Cítala allí. Es necesario darle luz. Tanto si es agradable como si es molesta. Cuanto más la ignores, más necesitará mostrarse ante ti en tu exterior. A veces podemos relacionarnos con estas partes nosotros mismos con este tipo de ejercicios. Algunas veces nos duele tanto que necesitaremos la ayuda de un profesional para no herirnos. Si usas el tarot, puedes preguntar por el arcano que se está haciendo presente. Mezcla las cartas. Haz tu pregunta. Extiéndelas vueltas hacia abajo. Cierra los ojos. Repite una vez más tu pregunta. ¿Cuál es el arcano de este momento? Deja que tu mano izquierda coja una carta. Obsérvala atentamente. Ve a tu lugar sagrado y relaciónate con ella, dialoga, habla, comunícate. Tiende puentes. Para esto existe la simbología y el tarot. Así nuestra realidad circundante también nos tiende un puente hacia nosotros mismos para que nos conozcamos 93

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un poquito mejor y nos aceptemos con nuestras virtudes y nuestros errores, esos que compartimos con los demás. No siempre resulta fácil aceptarlos, no siempre es sencillo atravesar este puente. El camino del héroe contiene singulares aventuras. Todas le conducirán hacia el encuentro con su alma. Aquella representada en los cuentos tradicionales por una princesa. Porque el símbolo del alma se muestra siempre con el sexo opuesto, como su media naranja, complementarios. Si eres mujer y sueñas que haces el amor con un hombre, o si eres hombre y sueñas que te relacionas con una mujer, tu sueño te está mostrando tu relación con tu alma. Sobra decir que el alma no entiende de inclinaciones sexuales, te habla siempre de tu ser interior. Más allá de las relaciones terrenas, en los sueños entramos en otro mundo, donde las costumbres humanas son un detalle más. El mundo de los sueños es muy amplio, mucho más que el nuestro, por eso mismo se permite hacer las relaciones más inverosímiles. Cada uno de los personajes que aparecen en nuestros sueños nos remite a zonas interiores, a aspectos de nuestra personalidad. Puede que hayas soñado con un ser maravilloso o quizás con alguien a quien no soportas. Has soñado con Pepa. Intenta darle un nombre, un adjetivo. Pepa representa esa cualidad tuya en tu sueño. Es allí donde se construyen los puentes que nos llevan hacia nuestra estrella. Cómo hacerlo es competencia humana. Es una llamada del corazón. La escucharás mejor, si antes has tomado contacto con la experiencia del espíritu al hablar con el Sumo Sacerdote.

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6 VI EL ENAMORADO El cocinero real

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ada mañana, muy temprano, mucho antes de comenzar su trabajo, el cocinero real se paseaba por el bosque y los huertos, llegaba hasta el mar, volvía por el sendero bordeado de jardines y entraba con paso lleno de regocijo en su cocina, no sin antes detenerse un par de minutos a respirar el cielo. Elegía cada ingrediente personalmente. Ganaderos, agricultores, criadores y vinateros le consideraban persona de muy buen paladar y por lo tanto sabían que era exigente, pues le habían visto rechazar un producto de muy buena calidad por no ser excelente. Se había hecho famoso cuando el rey había probado uno de sus platillos, un postre. Fue al final de un verano lluvioso, la tarde era fresca, la corte se aburría. Melocotón a la Munient Se toman cuatro melocotones blancos bien pelados y se colocan en una cacerola lo suficientemente profunda para cubrirlos. En ella se echan muy despacio 750 ml de cava, 250 ml de agua, dos cucharadas de azúcar y un trozo de vaina de vainilla a gusto. Se deja hervir a fuego lento para que se vaya cociendo muy despacio. Es necesario controlar el punto de cocción, ya que los melocotones deben quedar al dente por dentro y tiernos por fuera. 95

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Aparte se prepara la salsa, para la cual se necesita frambuesas, nata y azúcar glas. Se tritura las frambuesas, entre seis y diez por comensal y melocotón, y a continuación se pasan por el chino. Con tres cucharadas de azúcar glas se monta la nata ligeramente, medio litro será suficiente, es importante no alcanzar el punto máximo de montura. Luego incorporamos el puré de frambuesas delicadamente. Dejar reposar en la nevera unos treinta minutos y luego sacar unos cinco minutos antes de servir para que se temple. Se sirve en plato hondo colocando la salsa hasta que casi cubra la hendidura, cuando se añada el melocotón no debe rebasar dicho límite, encima se pone la fruta cocida. Puede adornarse con un par de hojitas de menta sobre cada pieza de fruta. A medida que el monarca saboreaba aquella delicia, cada cucharada le susurraba apaciblemente la armonía de la levedad. Cuando acabó no pudo repetir, porque hay sabores y secretos que deben permanecer únicos. La avenencia de aquella dulce experiencia lo embriagaba. Se dijo a sí mismo con melocotonera firmeza que aquel cocinero permanecería a su lado, a pesar de las ácidas reticencias que ya presuponía en la reina. El cocinero despertó en un palacio magnífico soñando aún con su antigua posada, que recordaba con cariño. Pero no la echaba de menos, pues sus nuevas posibilidades le hechizaron piadosamente y con el hechizo creó encantamientos culinarios que siempre había soñado y hasta entonces no había podido hacer reales. Podía experimentar cuanto se le ocurría bajo la protección de aquel rey encantado. Podía llegar a la cima del arte y su cocina era un laboratorio alquímico del espíritu. Era lo máximo a lo que podía aspirar. La sensación 96

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de felicidad que le acompañaba y protegía no puede contarse, no por secreta, sino por inabarcable. Aparentemente nada nuevo ocurría cada día, seguía trabajando, cocinando, mezclando, batiendo, sazonando. Él se sentía feliz y sosegado, tiernamente extraño y dulce. El cocinero real ya llevaba más de un lustro obsequiando regias experiencias, superándose a cada bocado, a cada plato. Era feliz y se sentía seguro. Cuando llegaron de una corte del lejano oriente a visitar al rey, el cocinero se esmeró aún más. A los postres, la guerra ya había estallado musitadamente. No fueron los exquisitos manjares capaces de atenuar las insurgentes intrigas políticas, pero sucedió algo más grave aún. Cuando preparaba los nuevos sabores para aquella corte, el cocinero tuvo ocasión de probar algunas especies y recetas que la comitiva oriental había traído consigo. Su paladar se asombró por primera vez en mucho tiempo y a cada amanecer el cocinero veía el horizonte y en el este adivinaba sensaciones que no podía evitar. Comenzó a contemplar su cocina, su propio reino, con melancolía. Al darse cuenta se sintió ingrato y despiadado para con su vida y su protector. Y aún más: para con su suerte. El rey había adivinado el interés del cocinero y bien se ocupó de adularle más, de hacerle más regalos, obsequiarle más honores. Con cada uno de ellos aumentaba la amargura del gran chef. No tientes la suerte, se decía el cocinero, no tientes la suerte. Decidió que aquella inconformidad injusta que crecía indomable en su interior se pasaría cuando los cocineros orientales se marcharan. Partieron. Empezó la guerra. No obstante, el cocinero real se había enamorado de sabores enemigos y bocados lejanos. Llevó su pasión en secre97

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to, pues no corrían tiempos para demostraciones exóticas. Inevitablemente su cocina se volvió cada día más dolorosa y más austera. En su casa guardó un cofrecito de sándalo en el que aprisionaba una flor de tamarindo y en ella su corazón. Quizás algún día la abriera y tomara la flor para partir lejos.

Decidir. Qué difícil a veces; qué fácil otras. El cocinero real se encuentra en uno de esos momentos que nos resultan tan familiares. Me resulta difícil decir qué habría hecho yo en su lugar. Me aventuro incluso a suponer que si hubiera leído un cuento así hace diez años mi respuesta a «¿Qué habrías hecho en lugar del cocinero real?» habría sido diferente. Y más aún: no puedo aventurar qué postura tomaré dentro de otros diez años. Aunque puedo imaginar la respuesta que daré dentro de diez años, así como la que hubiera dado hace otros diez. Decidir cambiar con los años porque las experiencias nos van envolviendo. Son éstas las que nos empujan hacia un lado o el otro. A veces, incluso hay que rezar un poquito. A veces hay que tirarse al vacío. A veces hay que esperar. A veces hay que escucharse sin dilación. A veces hay que meditar. No se trata simplemente de decidir, no es tan simple. ¿Me quedo con el Rey o me voy a Oriente? ¿Desde qué parte de mí decido? ¿Desde el deseo, desde el amor, desde mi propio interés, desde el miedo, desde el deber, desde el impulso de un recuerdo....? ¿Y si soy capaz de darme cuenta de qué representan para mí el Rey y Oriente, podré decidir desde mí mismo, desde mí misma? 98

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Seguramente cuando Adán y Eva estaban frente a la manzana, alguno de los dos le dijo al otro que estaban frente a un momento crucial que cambiaría la historia del mundo. Pero la mayoría de las veces nos damos cuenta de los grandes cambios en nuestra vida después de haberlos vivido. Es natural, mientras los vivimos estamos absortos por la vida. Así que nuestro cocinero no tiene garantías; decida lo que decida, es tan humano como cualquiera de nosotros. Haga lo que haga implicará una decisión. Y sólo el tiempo nos dirá si era la mejor. Observemos a nuestro cocinero con imparcialidad y con un poco de cariño también. Si le da la espalda tanto a su rey como a su Oriente, una parte de él sucumbirá. Por eso se siente aprisionado, o inmovilizado, mejor dicho, tenso, en definitiva. Quizás si soporta la tensión y observa a cada una de las partes de él que llaman al rey o a Oriente se liberará de tal atracción mágica. Si no lo hace, una de dichas partes manipulará sus emociones. A este respecto quisiera reproducir las palabras de Sallie Nichols: «A cualquier nivel de interpretación, esta carta presenta al ego con un reto que marca un paso importante en su iniciación. [...] En esta carta el reto es conectar la vida espiritual con la vida emocional y, a través del compromiso apasionado con toda la vida, conseguir una nueva relación con los demás y una nueva armonía con uno mismo». Son palabras hermosas, suenan a una evidencia que no podemos negar. ¿En qué medida pueden ayudar a nuestro cocinero? ¿El Emperador ordenador podrá venir en su auxilio? ¿O será mejor llamar al hada la.la.lá? ¿Será el Sumo Sacerdote el que imprimirá un profundo significado que lo liberará? ¿O mejor rendirse al misterio del momento y dejar que sea la Papisa quien pacientemente le susurre un 99

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cuento? ¿Quizás sea el Mago el único que lleno de actividad le empuje en una u otra dirección? Bueno, parece que lo mejor sea escucharse en diferentes maneras para saber desde qué parte de nosotros mismos elegimos. Respira, extiende tus brazos. El brazo derecho puede representar a tu rey y el izquierdo, a tu Oriente. Haz la pregunta. ¿Qué brazo pesa más? O prueba una vez más nuestro ejercicio. Respira, baja las escaleras, ve a tu espacio sagrado, invita a cada una de las opciones y charla con ellas. Respira, haz la pregunta y atiende qué parte de tu cuerpo se hace más presente. Respira, siéntate a escribir sobre los diferentes aspectos como si lo vomitaras todo sobre el papel, luego reléelo con calma. Hagas lo que hagas, luego descansa. Quizás te resulte útil contemplar tu decisión desde un nuevo ángulo. Tal vez tengas la suerte de que la vida misma te mande señales en forma de casualidades desde el exterior. Son solamente otros puntos de vista a tener en cuenta. Sea lo que fuere, has de saber que todos obramos de tal manera que creemos que estamos haciendo lo mejor en cada momento, si no, no lo haríamos, ¿verdad? Por eso mismo nos entregamos apasionadamente, porque nos llevamos a nosotros mismos con amor, vayamos a donde vayamos. ¿Cuánto amor necesitamos para tomar un rumbo diferente? A veces hace falta una gran medida de amor para decirle a un buen amigo lo que nos molesta o para meternos en sus asuntos. Y más aún cuando ese amigo somos nosotros mismos.

Después de contarme esta historia, mi abuela me preguntó si quería dedicar el resto de mi vida al conocimiento esotérico. 100

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La primera vez que me lo preguntó yo tenía siete años. Yo contesté que me daba miedo. La pregunta se repitió cada año. Volvía a escuchar el cuento del Cocinero Real, se repetía la pregunta. A veces la respuesta era la misma, otras no. Las mujeres de la familia esperaban ansiosas mis conclusiones y a veces esta presión latente me hacía sentirme incómoda. Mi abuela insistía en que yo debía responderle sinceramente y así lo hacía. También me hacía notar el hecho de que si me sentía culpable por mi negativa, eso quería decir en el fondo que solamente tenía en cuenta otros puntos de vista y con ello quería darme a entender que a veces la culpa puede ser positiva. El ejemplo que me ponía era que si yo hacía algo malo y no me sentía culpable había que preocuparse. A veces hay que sostener esa culpa casi natural, aunque sin dejarse embriagar por ella. Evidentemente una cosa era sentirse culpable y otra, tomar la decisión desde la culpa. Yo me sentía mal, pero decía claramente lo que quería hacer. Durante muchos años me aparté completamente de estos temas. Pesaba sobre mí la famosa premoción a la cual supuestamente yo estaba sujeta. Yo quería desentenderme de ella y de cualquier cosa que tuviera relación con ella, puesto que me anunciaba como una especie de traidora. O yo al menos así lo entendía. La continuadora sería la primera mujer nacida entre mujeres, nacería antes de tiempo y en una noche de luna llena. Todo eso me había pasado sin que yo lo decidiera. O al menos así lo entendía yo. La continuadora de la tradición sería aquella que aún bebé reconocería los instrumentos mágicos. Hubo dos rituales. En el primer ritual, el que tuviera lugar cuando yo tenía tres meses, también había tomado con mis manos la carta 101

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que nos representa de entre las veintidós del tarot y me había quedado dormida con ella. El segundo ritual tuvo lugar cuando cumplí seis meses. Me pusieron frente a una serie de objetos y yo elegí los que había utilizado la primera mujer maga de la familia sobre la cual se tenía noticia, por eso la llamábamos la Primera Maga. Aquella había sido una mujer de origen turco que había vivido allá por el siglo noveno y que se había dirigido al norte de Portugal escapando de un poderoso monarca que la perseguía puesto que ella había predicho su fin. Pero aquella mujer nunca llegó a Portugal. En los bosques de Galicia conoció a un apuesto marino y se instaló en Finisterre. Ella fue la primera en dejar por escrito sus premoniciones. Era una mujer culta, para la época, algo normal tratándose de una maga. Mencionó la Primera Maga a la que nacería antes de tiempo de los brazos de la luna llena, siendo la primera entre las mujeres, y que no bebería de la leche de su madre. Se dio la coincidencia que yo fuera la que ligeramente rechazara la leche de mi madre, pues sí. Durante la infancia me vi sometida a tomar mejunjes cálcicos de todo tipo por mi rechazo a los lácteos. Todo ello quería decir que la supuesta continuadora rompería la tradición. Tal como lo anunciaba la profecía familiar. Lo malo de vivir entre magas es que se toman muy enserio este tipo de cosas; a veces puede llegar a ser un poco latoso. Si lo vemos por el lado bueno, pues de esperada lo era un rato, vaya, siglos. Por el otro, la premonición era una carga demasiado pesada para mi persona. Se suponía que dicha continuadora destruiría los secretos de la saga. No hay nada que una maga tema más que el que se revelen sus secretos, aunque sean de cocina. 102

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Para resumir una larga historia, pues, yo simplemente no quería saber nada de la magia. Durante años negué cualquiera de mis intuiciones, ya que no tenían ningún apoyo evidente en la realidad que me parecía manifiesta y razonable. O al menos así lo entendía yo. Por suerte, años después me incliné naturalmente hacia el esoterismo, y la decisión fue mía. El que hubiera rechazado una inclinación marcada por la familia me empujó a revisarla y tomar la decisión desde mí misma porque así lo sentí. Mi negación y el proceso que implicó personalmente me condujeron a tomar otra decisión. Me ayudaron los cuentos de la abuela, porque aprendí a escucharme a través de ellos. Simplemente un día llegó el momento de decidirlo, con seriedad y esperanza me volqué en ello. La premoción se cumplió, pero de una manera muy diferente a la que interpretaban las magas asustadas de mi familia ancestral. Gocé de la libertad de elegir, y la suerte, todo hay que decirlo, me acompañó. Pero de esto no me di cuenta hasta que se recuperó el libro de la Primera Maga, que se había perdido.

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7 VII EL CARRO Recordando

Despertó, vio el cielo y las estrellas que brillaban para él. Qué dicha la de la hierba mojada y la melodía nocturna, el rocío fresco sobre la piel antes cansada. Pensó y se dijo: «Yo soy». Con valor, entonces pudo emprender caminos. Entró en el ascensor con la seguridad de su traje de marca recién estrenado, oliendo a orden y prestancia. Tenía ideas claras que eran escuchadas, tomaba decisiones hacia una carrera profesional emprendedora, sabía manejar los hilos de las influencias. Llegó a invertir en bolsa y cerraba acuerdos entre aeropuertos. Antes cuando voló por primera vez se sintió afortunado de ver la tierra sabiéndose un héroe de guerra. Liberó París y se emborrachó de champán en cada encuentro con la rutilante estrella de Hollywood en un salón Art Decó, con luces que giraban y repiqueteaban bajo sus elegantes zapatos de charol brillantes como su pelo valentino en el desierto. Siempre antes fue amado y amó. Desató pasiones y se apasionó. Fue aquella misma pasión la que le guió tras las flores del mal, la absenta y el desenfreno lunar. Escribió entonces poemas consagrados y envidiados. Debatió en los salones menos que en ciertas alcobas. Blandió su fina estampa de experto espadachín en duelos de honor. Con des105

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honor también huyó de las nieves junto a Napoleón. Pero le esperaban las damas con su calor, y con ese fuego quemó la Bastilla en pos de la igualdad, la fraternidad y la libertad, luces de la razón, la razón de ser. Y antes, atrás en el tiempo jugó a ser en la Gran Corte y desde entonces hacia atrás, más atrás, más se sucedieron las guerras y el poder que se jugaba en los torneos y en los campos de batalla, entre los chasquidos de su gruesa espada y su yelmo de plata. El brillo del metal sagrado le encauzó en innumerables campañas a través de tierras de infieles que coronó con laureles y sabios discursos en el Senado. Volvió a escribir consagrados panegíricos hilados de églogas y elegías. Amó tanto como Catulo, esgrimió razones como Cicerón. Condujo a sus caballos como efebo auriga, recordó a Cleopatra en el aroma de las rosas del jardín de Sócrates y sintió otra vez las espinas de la ira de Gengis Khan. Cansado, se dirigió al oráculo de Delfos, donde la vestal le mencionó la ira de los dioses junto a otras palabras inconexas, las mismas que pronunció aquella noche con gran dificultad después de dar muerte a un mamut: «Yo soy». ¿Cuál ha sido tu historia, poderoso caballero más allá del fuego divino? ¿Qué decidió tu poder, qué tu corazón? ¿Cuál ha sido tu único destino? Tú, continente y contenido.

¿Cuántos éxitos se deben a nosotros y cuántos a patrones culturales, familiares, educativos, etc. o a nuestras tradiciones? A lo que apunta este cuento es a la duda y nos pregunta hasta qué punto somos los ejecutores y hacedores de un destino. A lo mejor estamos más determinados por 106

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el momento que nos toca vivir de lo que pensamos. Ese es el contenido. Nosotros, el continente, el que contiene. La respuesta es algo muy único, sólo cada uno de nosotros puede encontrarla. Pero jamás se hallará si antes no la hemos buscado. Es posible que estemos repitiendo algunos aciertos del pasado, y también errores. Ahora bien, ¿somos los únicos responsables del tiempo que nos toca vivir? El tarot apunta a que en parte sí y señala que también trascendemos nuestro destino cuando lo elegimos. Si observamos de cerca la carta de El Carro, veremos que en sus hombros lleva dos figuras. Estas caras que allí se observan han sido interpretadas de muchas maneras. Los comentarios más sopesados se refieren a dichas figuras como si simbolizaran el consciente y el inconsciente o bien como la representación de los antepasados. Sean unos o los otros, lo que es importante tener en cuenta es que no estamos solos en nuestro camino y que sobre nuestros hombros llevamos algo que nos pertenece. Una vez más parece oportuno platearnos hasta qué punto hacemos nuestro camino solos. En el cuento el impulso original parte de una afirmación muy sencilla: yo soy. ¿Y nada más que el ser impulsa al personaje a través de los siglos? ¿Tendrán algo que ver la hierba fresca o el mamut? ¿O quizás cada uno de los períodos históricos? ¿Tal vez la suma de todos y cada uno de los momentos? Lo que nos preguntan el cuento y la carta de El Carro es cómo lo que somos nos impulsa en nuestro camino. Pero ¿cómo saberlo sin antes llegar a una simple afirmación: «Yo soy»? En la antigua sabiduría occidental del tarot son muchas las cartas que hacen mención a cambios. La del Enamorado es solamente la primera y la del Carro, la segunda. Es 107

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como si el héroe se construyera a sí mismo por la esencia que desprende en cada uno de esos cambios. Es una vieja historia tan antigua como el hombre mismo. Podemos sentirnos los únicos protagonistas de un momento, pero vale la pena preguntarse cuántos hombres y mujeres han vivido sintiéndose los protagonistas de historias similares a lo largo de la historia humana. Es evidente que compartimos una misma sangre y muchos cuentos no sólo con otros hombres y mujeres, sino también con personas de nuestra misma familia y de otras generaciones. ¿Cuántas veces habrá surgido un cierto impulso en el seno de nuestra familia y sin embargo tenemos la sensación de ser los únicos, los primeros? En el tarot también se puede observar cómo resolvemos los conflictos de nuestros padres y de nuestros abuelos como si nos hubiéramos determinado a acarrear con un legado que les pertenecía a ellos. ¿Quién no ha oído decir que se parece a una tía o un abuelo? La literatura está plagada de historias de hijos o nietos que repiten algo llevado a cabo por sus padres o abuelos, o que llevan a cabo aquello que alguno de sus antepasados no pudo realizar. Recuerdo una excelente película que trataba este tema: La flor del mal, de Claude Chabrol. En este film una mujer joven vuelve a repetir lo mismo que hiciera su abuela. Es muy interesante observarlo para acercarse más a uno mismo y a la historia que nos pertenece y no nos pertenece al mismo tiempo. Personalmente no creo que el título sea completamente acertado: La flor del mal. El tarot nos cuenta que incluso el mal es acarreado con inocencia por amor. Y en este sentido es muy importante todo cuanto han aportado los estudios y la experiencia de Bert Hellinger, el creador de una terapia que se llama «constelaciones 108

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familiares» y que precisamente incide sobre el valor de lo heredado y no elegido concientemente. Una de las experiencias que más me llamaron la atención está relacionada con un asiduo cliente a mi consulta, quizás porque fue la primera y a partir de entonces empecé a trabajar también en dicha línea. La primera vez que vino fue porque quería entender por qué era homosexual, aún sufría a este respecto, no podía entenderlo, o mejor dicho, no sabía cómo aceptarlo. Más allá de consideraciones personales que no vamos a exponer aquí, recuerdo que en las cartas del tarot aparecía alguien de su familia que también lo había sido, pero él lo negaba. Se puso a investigar en su familia y descubrió a un tío por parte paterna. Los hombres de esta línea pertenecían al Ejército, generación tras generación, desde su bisabuelo que también lo había sido. Nadie le había hablado de esta persona, es más, era una suerte de innombrable. Hasta que fue descubierto y reconocido a la luz. Esto es solamente un ejemplo de un tema familiar, es sólo un ejemplo de muchos, pero éste es el que más impacto me produjo y a partir de entonces empecé a tratar con más interés este aspecto del tarot, el que nos revela como integrantes de un todo muy antiguo a través de nuestra familia. Esta persona estaba en una etapa de búsqueda y llegó a aceptarse gracias a una muy buena terapia. En todo caso las cartas del tarot le ayudaron a buscar más y a indagar dentro de sí, a abrir una puerta y a echar luz sobre lo que le importaba más y más le costaba aceptar. ¿En qué puede ayudarnos El Carro? Para subirnos al carro de nuestra vida, es importante conocer la historia de los antepasados, dejarlos atrás y seguir por nuestro camino, aprovechando su impulso. 109

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El viaje es accidentado de por sí. A veces escucharemos a nuestra parte más racional y otras a la más intuitiva. A veces nos tendremos en cuenta a nosotros mismos y otras tendremos en cuenta lo que nos dicta el mundo exterior. Una flor no crece por sí sola, necesita también la fuerza de la tierra y del sol, agua, cuidados y amor. Pero por más buen tiempo que haga, la flor necesita querer crecer y saber esperar con paciencia el agua cuando falta. Una vez subidos a nuestro carro hemos de tener en cuenta los impulsos interiores y exteriores para darnos cuenta cuando no nos son favorables, para no ir demasiado lejos en contra nuestra ni para quedarnos estancados. Todo esto es lo que nos enseña el tarot. Observa por un momento esta carta. ¿Ves cómo el auriga conduce sin riendas a sus dos caballos, que van en direcciones opuestas? El auriga nos mira de frente, mira a su camino mientras es consciente de sus impulsos. ¿Por qué no te presentas frente a él y conoces a tus caballos? Sólo sabiendo cuando están a punto de abandonar el camino podremos enderezarlos, antes es imposible. Haz un ejercicio de respiración, relájate, deja que la respiración tome su propio ritmo, baja a tu espacio sagrado. Allí cita al caballero protagonista de esta carta y pídele que te ayude a subir en cada caballo –uno para los impulsos exteriores y otro para los interiores– a todas las circunstancias, personas e imágenes que se acomodarían en cada uno de ellos. Observa qué dirección toma cada uno de los caballos dependiendo de quién o qué tengan sobre su grupa. Puede que tengas más de un caballo en tu carro, así lo sostiene la tradición zen en sus cuentos maravillosos y allí cada uno de los animales es una parte de nosotros que corre en una dirección diferente. ¿En qué momento se pierde tu camino? 110

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¿Se sueltan las bridas? ¿Se descarrilan los caballos? Hay personas que toman un camino, cueste lo que cueste. Hay otras que pierden indefectiblemente el suyo justo antes de tomarlo. ¿En qué momento se pierde tu camino? No tomes aún ninguna iniciativa, sólo observa calmadamente cuanto suceda, respira, respira. Cuando despiertes será el momento de tener en cuenta todo esto, no antes. También puedes imaginarte como protagonista de este cuento, cambiar los hitos allí enunciados. Cuenta tu historia. ¿Qué se repite? ¿Qué es diferente? ¿Qué resulta aparentemente desigual y no lo es en realidad? ¿Qué hicieron tus ancestros en circunstancias similares a las tuyas? No hace falta saberlo, conocer los datos, se trata de un ejercicio de imaginación para conectar con el vasto y profundo inconsciente. Luego despierta y escribe cuanto hayas imaginado, léelo con atención. Ten en cuenta tu imaginación. Ten en cuenta al cien por ciento consciente y inconsciente para imaginar tu camino también. Ten en cuenta tu historia desde tu nacimiento. Y no olvides que el auriga va protegido con una armadura en su pecho. Sólo El Loco, que es espíritu puro, va a pecho descubierto.

Cuando tenía ocho años, mi abuela me contó la historia de nuestra familia. Mucho tiempo después, muchas cosas tendrían aún que ocurrir para que yo entendiera la razón de aquel momento y la relación con la carta de El Carro. Nuestra familia tenía muchas historias que contar, unas felices y otras dolorosas, todas tenían como protagonistas a mujeres, ocasionalmente aparecía algún protagonista del sexo mas111

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culino. Era, en cierta forma, como si aquel sultán que persiguiera a la Primera Maga hubiera dejado una estela de hombres ausentes. En realidad fue así, porque tal como se contaba generación tras generación, al no poder encontrarla, el monarca recurrió a todos los grandes brujos de Oriente y Occidente, a los que se habían apartado del camino del bien, para crear un conjuro que imprimiera un sello de soledad en ella y en todas sus descendientes. Estas mujeres tuvieron parejas, si no no hubiéramos nacido las demás. Pero ninguna de ellas pudo retener a sus medio cielos, tal como se llama en esoterismo al amor de vida, el complementario, la media naranja. Algunas, incluso muy a su pesar, los abandonaban, otras eran abandonadas por múltiples circunstancias, tanto personales como históricas. A veces era la guerra de turno, otras una guerra interna que una mujer furiosa emprendía. Otras veces la pareja desaparecía como tragada por una nada adversa y oscura. Cada mujer de cada generación intentaba romper el maleficio. Las posturas al respecto eran diversas, pero en general se dividían en dos bandos: uno, el de las que se pasaban la vida tratando de encontrar el antídoto al conjuro, otro, el de las que se resignaban y lo consideraban parte del destino o de la fatalidad. Sin embargo, ninguna daba con la manera de romper ese legado. La más famosa, y que casi lo consiguió, fue la tatarabuela Sofía. Como las demás, mantuvo un diario. La historia de la familia está bien documentada, pero siempre desde una versión única. Nunca he entendido muy bien cómo se ha conservado tanta documentación a lo largo de los siglos; debe de ser gracias a la labor de tantas otras mujeres de cada generación a quien han sido confiado los documentos. En la nuestra ha sido mi prima a quien le ha 112

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tocado velar por la memoria de la familia. Ha hecho una labor envidiable de restauración y conservación –yo admiro su paciencia– y también ha sido la segunda en investigar y contrarrestar cuanto dato se le ponía frente a los ojos, así ha sido como hemos descubierto algunas verdades a medias, algunas veleidades femeninas... La tatarabuela Sofía tenía 16 años cuando se enamoró de un banquero holandés mucho mayor que ella. Suponemos que allá por el siglo XVIII se viajaba mucho, pues los encuentros se sucedieron a lo largo de los años en diferentes países. Hubo una dificultad añadida en esta relación, que fue extramatrimonial, además de la distancia. Lo que sabemos es que ella era una especie de consultora de la corte española y quizás fue precisamente eso lo que la protegió durante aquellos tiempos de relaciones difíciles entre la Iglesia y su mundo. Parece que el banquero la tomó bajo su protección y que detrás de los éxitos económicos de tan importante personaje se disimulaban dos pasiones: la que se desatara entre ellos y las previsiones acertadas de la tatarabuela. Eran un equipo perfecto, una sociedad indisoluble donde lo material y lo espiritual se conjugaban a un mismo tiempo. Indiscutiblemente el banquero se ganó varios detractores y enemigos, los cuales se asociaron con la esposa despechada, una dama de alta alcurnia y muy influyente. No sabemos con certeza qué ocurrió, pero una noche Sofía se embarcaba con sus pertenencias y sus dos hijas. Volvió a Finisterre, a la vieja casa circular de piedra. Se resignó a ver a su amor cada tres años. Ella no volvió a pisar tierras holandesas. Ni aquellas ni ninguna otra, no volvió a moverse de su casa. Dejó de escribir en su diario, a excepción de algunas fechas señaladas en las que marcaba sus encuentros 113

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con él. Mientras menguaban las líneas escritas en su diario, aumentaban las reflexiones y los conjuros en el Libro Sagrado de la familia. Trabajó incansablemente, imaginamos que apenas durmió durante años, obsesionada con el antídoto al conjuro familiar, pues muchas de las fórmulas necesitan días y noches de continua preparación. Hasta que sucedió algo indescifrable: el banquero se instaló en Finisterre y pocos meses después murió en extrañas circunstancias, la misma noche en que su hija mayor embarcaba hacia las Nuevas Américas. La historia de la tatarabauela siempre nos ha intrigado a mi hermana y a mí porque está rodeada de un silencio prometedor. Nos parecía que la última anotación de su diario tenía que ser especialmente reveladora, coincidente con otro de los principios herméticos: «Todo es dual, todo tiene su par de opuestos, todo tiene polos y los extremos se tocan; la vida sólo tiene sentido a partir de la certeza de la muerte». Sí, llegamos a saber que tanto una de las hijas de esta Gran Maga como la bisabuela, hija de la que se fuera a las Américas, la bisabuela Lucía, partieron a experimentar el mundo desconocido con 16 años. ¿Querían romper con la saga familiar? ¿Necesitaban echar tierra y mar de por medio? No sabemos si escapaban, si respondían a un impulso irracional o querían dar un gran salto con éxito. Tal vez fuera una mezcla de todo eso. Lo cierto es que la bisabuela nunca dejó de moverse arriesgando siempre algo nuevo. Fue la que más fracasó y la que más acertó, marcó asimismo un nuevo hito dentro del conocimiento esotérico familiar. Ni ella ni su madre, la que fuera hija de la Gran Maga, escribieron diarios. Se dedicaron exclusivamente al Gran Libro de la familia, repleto de conjuros y encantamientos. 114

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los nueve años empecé a escribir en mi diario. En una casa llena de libros, muchos de ellos escritos por otras tantas mujeres de la familia, de diarios que se habían convertido en grandes tratados de esoterismo, ese hecho podría parecer natural. Cuando escribimos no solamente hacemos un ejercicio que implica una serie de movimientos, al escribir nos expresamos. Expresarse es tan necesario como tomar agua o comer. Cada uno tiene su manera. Para mí, entonces y aún hoy, escribir implica darme un espacio para escucharme. Mi diario tendría un papel fundamental en mi futuro. Escribiría casi compulsivamente durante los próximos años. Algún día leería atentamente todo aquello y llegaría a interpretar el significado de tantas ideas y emociones. Al leerme me desvelaría, porque a través de mis escritos descubriría que cada vida tiene un hilo conductor que permanece invisible. No guardo todos. Algunos, los más reveladores, cumplieron su cometido. Los escribí, llené sus páginas y al cabo de un tiempo y de la manera más casual volvía a alguno para leerlo. Más que anécdotas, para mí contenían una especie de revelación que echaría luz sobre la profecía. Luego 115

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buscaba el día y la luna adecuada para ir al bosque y, sin que nadie me viera, enterraba el diario cerca de un árbol fuerte para que a la revelación le crecieran raíces y ramas. En más de una ocasión han nacido pequeños brotes y aún siguen creciendo sin trucos ni pociones. Las revelaciones necesitan crecer, como los árboles. A veces crecen en el espacio y otras, en el tiempo. Así sucedería con la misteriosa inscripción de la tatarabuela, por más diarios que a lo largo de mi vida le dedicara para desentrañarla. Quizás fueron esos mismos diarios los que me conducirían misteriosamente al final y al nuevo comienzo, como si todos ellos crearan una trama invisible entre sí. «Todo es dual, todo tiene su par de opuestos, todo tiene polos y los extremos se tocan; la vida sólo tiene sentido a partir de la certeza de la muerte.» De diarios había unos cuantos en la familia, tantos como tratados. Había una cierta necesidad de permanencia y de echar raíces. Tantas mujeres con tantos escritos sobre sí mismas. Hubo dos excepciones, para variar: la hija de la Gran Maga y su hija, la bisabuela Lucía. Todo cuanto escribieron fue con intención científica. Nada sobre ellas, ni tan siquiera referencias posteriores, ni una nota personal, ninguna apreciación sobre sus vidas. ¿Querrían esconderse? La Gran Maga había sido famosa en la corte aun después de abandonar Holanda y haberse afincado en el rincón más remoto de la tierra. La bisabuela Lucía en cierta manera había repetido, en este estricto sentido, los pasos de su abuela, pues uno de sus tratados estaba fechado en Tierra del Fuego, el último lugar de la Tierra, al igual que Finisterre en su época. ¿Querría esconderse? 116

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La abuela me contó la historia del Caballero del Carro a los nueve años, cuando pasé una temporada en cama. Yo quería ir al colegio y jugar, me aburría mucho. Recuerdo que mi frase preferida e insistente era «Me abuuuuuurrrrooooooo». De tanto aburrimiento empecé a entretenerme dibujando y escribiendo. Al final prefería quedarme en casa para escribir mis pequeñas historias e ilustrarlas, pero se dieron cuenta de que en realidad no estaba ya tan mal como para no ir a la escuela. Volví a la escuela, pero me interesaba más pasar el tiempo en la biblioteca curioseando y la maestra no paraba de decirme que me salía del tema. También fue la época en la que descubrí a Julio Verne y visité la luna, el fondo del mar, una isla perdida y me enamoré de Miguel Strogoff.

VIII La JUSTICIA. El joven doncel El joven doncel entró en la habitación no sin temor. Todo porque tuvo la sensación de que aquella puerta lo miraba y antes de que pudiera darse cuenta ya se cerraba detrás de él. Podría haberla abierto y volver tras sus pasos, pero lo hizo. No quiso. Ante él, una gran sala de recias paredes de piedra sin más adornos que una vela, una mesa y una banqueta fue lo que vio. Se sentó, ¡tenía hambre! Ante su incredulidad, apareció un plato. El plato era de 117

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metal, de bronce. Y en él... pétalos de rosa. Pétalos de rosa. No sabía si reír o darle un puntapié a la mesa, a la banqueta, al plato y a la vela. ¡Con el fabuloso jabalí que se habría zampado junto con sus compañeros de armas! Tanto deseó la carne jugosa recién asada que tuvo la sensación de llegar a olerla, pero al abrir los ojos el plato de pétalos de rosas seguía presente. Era un delicioso perfume. Le hubiera gustado tener una amada para llevárselos, seguro que así conquistaría su corazón. Pero en aquel momento y aquel lugar los pétalos no le servían absolutamente de nada. ¡Pétalos de rosa! ¡Qué ridiculez! A pesar de lo inútil de aquella situación, inexplicablemente, el doncel no pensaba en marcharse. Desde luego, algo muy curioso para un aprendiz de caballero. Quizás porque había oído hablar de las aventuras mágicas de otros quería creer que estaba viviendo él mismo una de esas grandes hazañas. Como era noble y fuerte, no dudó. Él sería caballero, y como decían los sabios, un verdadero caballero sería diestro en el arte de la guerra y de la poesía, del amor y del odio, del bien y del mal sin ocultárselo a su alma, allí residía la verdadera valentía. Pues era propio de un caballero también comerse pétalos de rosas perfumadas, supuso. En realidad no estaba seguro si esto era del todo cierto. Por un momento acarició su espada, la de sus antepasados, como siempre hacía cuando se ponía a meditar sobre una cuestión seria. Considerándolo, aceptó el plato de rosas y se las comió, pues la belleza también era verdad y la verdad, belleza. La 118

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misma que había olvidado en el fragor de las batallas. Mientras comía sintió cómo su cuerpo se llenaba de la suave textura de los pétalos acariciando sus entrañas. Si aquello hubiera sido cosa de magia, su espíritu acabaría esclavizado. Pero si no lo fuera, la armonía inundaría su humanidad. A continuación, y de igual manera inexplicable, apareció otro plato. Pero ¡qué repugnancia! Estaba lleno de zarzas espinosas ¿Quizás las que habían sostenido aquellos pétalos? Pero ¿qué decía? ¿Qué estaba diciendo? Pensaba y acariciaba otra vez su espada. Los caballeros son sometidos a duras pruebas que templan su espíritu. Dragones y doncellas, espinas y rosas habitarían su camino hacia el honor y los hombres y hacia Dios como a sí mismo. Pero después de los pétalos de rosas, le resultaba aún más difícil imaginarse comiendo aquellas zarzas. Podía, sí, imaginarse sus entrañas desgarradas. No se lamentaba, si no que buscaba la fuerza necesaria. Su valor cedía, al punto que podía oler su propia sangre. No quería morir, no quería morir así, y menos aún fuera del glorioso campo de batalla que le esperaba más allá de aquellas paredes. Se levantó enérgico y se dirigió a la puerta. Cerrada. Cerrada. Cerrada. Cerrada. No había manera de llegar a las ventanas. Ni con la mesa ni la banqueta. Toda posibilidad cerrada. Cerrada. Cerrada. Cerrada. Cerrada. Gritó para que los muros se derrumbaran, pero las piedras continuaron inmóviles. Sacó su espada y se 119

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pasó horas golpeándolo todo, incluso el aire. Acabó sudoroso y desencajado. Mientras, el día iba pasando. La habitación se oscurecía progresivamente. La vela se iba consumiendo. ¡Cuán triste! El doncel ya no recordaba las máximas de la Caballería ni las palabras de los sabios. Quizás esto le habría salvado. El frío nocturno helaba, sus manos estaban ateridas. Entonces se las acercó a la boca para calentarse con su propio aliento. ¡Qué más podía hacer! Sentarse a esperar... no sé... ¡algo! Resignarse a morir de frío, resignarse a cualquier cosa. Olor a rosas... de su aliento. ¡Oh! ¡Dios mío! Y se arriesgó a pedirle al cielo misericordia y a creer en ello. Volvió a la puerta e intentó abrirla con todas sus fuerzas. No obtuvo lo que esperaba. Por desesperación o con fe, se hincó de rodillas y pidió humildemente ayuda. No sucedió nada aparentemente mágico que él pudiera constatar. Pero comprobó que la lógica era inflexible y que tendría que seguir y someterse. ¿Comió las zarzas espinosas? ¿Qué hizo con ellas? Sólo Dios y aquel hombre lo saben. Anocheció sin luna ni estrellas y la vela se apagó, no sin antes, en un último destello, iluminar la máxima que estaba inscrita en la pared: «El Único Equilibrio. La armonía eterna cuya belleza y verdad son las únicas duraderas.» 120

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¿Habrá alguna otra manera de tener el rosal sin tener que pasar por las espinas? Rosas, espinas y un rosal. Parece que hay un cierto equilibrio entre cada una de las partes para que lleguen a un resultado final. Si rememoro episodios agradables y otros desagradables que han pasado hace tiempo, no puedo imaginarme siendo la que soy sin todo aquello. Sin lugar a dudas, sería diferente de la que soy si no hubiera pasado lo que pasé. Han formado mi carácter y mi personalidad mientras se conformaba mi experiencia. Ha habido momentos de rosas, también ha habido momentos de espinas. ¿Sólo así nace un rosal? Si nos lo preguntamos es en cierta manera porque juzgamos que un rosal debería ser sin espinas. Pero entonces no estaríamos reconociendo el poder de la naturaleza, que es muy superior al poder humano. Basta pensar en un par de terremotos o huracanes para recordarlo. La Justicia que aparece en el tarot habla a través de la naturaleza. Nosotros sólo tenemos la oportunidad de mirarnos en ella de frente. Lo demás es ir aprendiendo a decirnos que lo que pasó, pasó. ¿Bueno o malo? Sólo el tiempo nos revelará la respuesta acertada. Si vuelves atrás y observas tus momentos de espinas y tus momentos de rosas, ¿puedes también ver a qué condujeron o que nació de todo aquello? Si pudiéramos entonces entrar en el cuento y acercarnos al doncel ya casi al final, ¿qué crees que podríamos decirle? Todo tiene sus mareas. Esta carta apunta a este principio hermético. ¿No te ha sucedido que puedes pasar por una época en que sales mucho y luego prefieres quedar121

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te solo en casa o sin ganas de salir? ¿O al revés? Es importante respetar estas oscilaciones porque nos regulan. También nos recuerdan que después del invierno siempre llega la primavera, es uno de mis consejos preferidos del I Ching. Con todo, ésta es una de las cartas, junto con la de El Juicio, que me parece más compleja. No es nada fácil aceptar que con las rosas vienen las espinas también. En mi consulta he visto tendencias de todo tipo, también hay personas a quienes les cuesta aceptar los suaves y perfumados pétalos de las rosas. Pero el principio básico es el mismo: todo tiene sus mareas. Durante el flujo y reflujo de las mareas podemos sentir mucha tensión, especialmente emocional. Puede que iniciemos procesos en el exterior administrando justicia a nuestro parecer, esto es lo más típico de una época de La Justicia. Más allá de tus circunstancias personales y de que tengas que emprender acciones legales o morales, es conveniente, muy conveniente, que reflexiones un poquito. La Justicia no implica que te quedes de brazos cruzados, ninguna carta invita a ello. Todas las cartas, y ésta en especial, invitan a meditar sobre qué te impulsa. He visto cómo personas muy inteligentes y capaces, después de atravesar por un período de especial frustración, emprenden acciones de justicia en su mundo exterior sin darse cuenta de que están olvidando ser justos consigo mismos. Hay muchas personas que encuentran que una cosa está bien o mal hecha en la vida de los demás. No entiendo cómo Pepi sale con ese chico, Luci no debería tener ese hijo en este momento, Mari no tendría que haber cambiado de trabajo... La vida es más sabia que todos nosotros 122

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y no discrimina entre sus diferentes formas. La actitud de La Justicia es como la de la emperatriz de Fantasía en La historia interminable, ese precioso relato de Michael Ende. El conocimiento esotérico alimenta un mirarse profundo y sin juicios para observar en el exterior nuestro reflejo interior. Especialmente en esta fase. Puede ser un ejercicio interesante observar cómo lo que más detestamos se nos presenta fuera de nosotros mismos en mil formas para que integremos ese aspecto; integrarlo significa reconocerlo. Puede que pasemos una época diciéndoles a los demás lo que sería conveniente que hicieran. Puede que te encuentres dando el mismo consejo a más de una persona. Entonces, detente un segundo. ¿Qué pasaría si te dieras ese consejo a ti mismo? ¿Tiene sentido? No quiere decir que dejes de sugerir a las personas que quieres cosas o acciones que te parecen buenas. Implica que también te hagas caso a ti mismo. A lo mejor sientes la necesidad de verbalizar un consejo que aún no has escuchado. «Le he dicho montones de veces a Manolo que haga algo, que vaya a otros médicos, que busque otra solución.» ¿Y tú, has buscado otra solución? Durante la fase de La Justicia es especialmente indicado escribir. Hay un pequeño ejercicio de la tradición rúnica que puede resultar muy interesante para empezar. Da espacio a nuestros diferentes aspectos. Es un ejercicio que se hace durante todo un mes. Cada día escribirás sobre una hoja diferente sin releerla después. Pon la fecha, el clima que hace. Primero dedica unos párrafos para detallar cómo crees que eres. A continuación, dedicarás las siguientes líneas para describir cómo estás, cómo te sientes en el día en el que estás escribiendo. Al final, firma. Así durante todo un mes. Será cuestión de unos pocos minutos y un par de 123

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líneas. Cuando hayan pasado los treinta días, tómate un tiempo para leer cuanto hayas escrito. ¿Puedes sacar alguna conclusión? Notarás que un día eres inteligente y otro, absolutamente estúpido. Un día, bondadoso, otro, cruel. Relaciona los diferentes aspectos de cada día. Te sorprenderá ver las relaciones que puedes llegar a establecer. Todos son aspectos válidos, todos valen. Nadie puede tirar la primera piedra. Un día guapos, otro, feos. Todos compartimos dentro de nuestro ser múltiples aspectos. Se trata de un simple ejercicio para recordarnos nuestro derecho a la humanidad. Equilibrar aspectos es tarea del arcano de La Justicia cuando aparece en nuestras vidas. Muchos se refieren a esta carta como un símbolo del karma. Éste es un concepto difícil de explicar, y más hoy en día, en que dicha palabra está tan manida. Me gusta describirla tal como se hace en el zen. Imagina un lago de tranquilas aguas. Imagina que tiras una piedrecita en él. Se formarán ondas, unas más marcadas y otras más tenues. Eso es el karma. El karma se siente, es importante respetarlo para tratar de continuarlo o romperlo o modificarlo o traspasar sus fronteras. Es importante mantener el contacto con las relaciones kármicas, que son las importantes de la vida, recordando que a veces lo importante no es ni negativo ni positivo, ni duradero ni efímero. Las más cercanas son las de los vínculos familiares más estrechos. Escríbeles una larga y sincera carta de vez en cuando, no hace falta que la envíes. Escribe al menos una media hora durante siete días. Cuando acabes, léela sin juzgar tus pasiones, tus inclinaciones. ¿Qué parte de tu cuerpo se conmociona al punto de enviarte una señal? Respira y envía aire a esa parte de tu cuerpo, pre124

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cisamente para que se airee un poquito. Si doliera mucho, envíale aire y luz de color rosado. Visualiza esa parte de tu cuerpo envuelta de luz rosada tenue y dulce a la vez. Si no duele mucho, entonces es mejor imaginarla con luz blanca. También puedes invitar a la carta de La Justicia a tu espacio interior para contemplarla y sentir de una manera inexplicable su principio de armonía universal y de equilibrio. A partir de esta carta, la exigencia para observar la conexión entre los conflictos interiores y los que se mantienen con la vida exterior se vuelve prioritaria. No se trata de castigarnos, la justicia universal es muy diferente a la humana. En las estatuas suele estar representada con los ojos vendados, no porque sea ciega, sino para que pueda mirarse muy dentro sin distraerse con lo exterior.

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n familias como la nuestra se celebra que un niño tenga tendencia a la soledad porque quiere decir que naturalmente encontrará el camino hacia sí mismo. Esto no quiere decir que no busquemos el consejo de otros, de los grandes patriarcas, todo lo contrario, para encontrar el camino hace falta mucha ayuda. Dado que había rechazado el aprendizaje esotérico, de pequeña no me permitieron estudiar el hermetismo. Sin embargo, por mi cuenta, cuando no había nadie en casa yo me deslizaba hasta nuestra sala de magia para curiosear entre los libros. Esto no resultaba nada fácil en una casa con tantas personas, todas mujeres, brujas y curiosas. Sí, he de admitir que también un poquito chismosas y que suelen meterse donde no les llaman cuando hay confianza. Los libros medievales eran mis preferidos por sus preciosas ilustraciones; pero el que más me llamaba la atención era un tratado de alquimia. No entendía mucho de lo que allí leía, pero me gustaba. Estudié de manera autodidacta cuanto pude hasta que llegué a comprender aquellos libros. Desconocía que, a mi manera, me había propuesto el camino del conocimiento. Es algo de lo que me he dado cuenta muchos años después. Es normal, lo importante en la vida no se anuncia con un fundido en negro o con toques de trompeta; normalmente nos 127

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damos cuenta de la importancia de un momento después de que haya ocurrido. Podemos presentirlo, podemos saberlo con total certeza, podemos soñarlo, predecirlo o adivinarlo, sin embargo no será hasta después de que haya sucedido, cuando giremos la cabeza hacia atrás y suspiremos profundamente, no será hasta dicho instante en que un accidente se convertirá en acontecimiento, en un gran acontecimiento. Aunque había algo dentro de mí que se resistía a la premonición de marras, también quería encontrar una fórmula para cambiarla. Es como si fuera esa premoción la que me empujara a un proceso de sondeo y búsqueda, un largo y lento proceso solitario en el que pasaría por períodos en los que rechazaba todo cuanto no tuviera que ver con la lógica más racional y aparentemente coherente para luego volver a la búsqueda, por si podía encontrar una clave invisible. Esta necesidad me conduciría a buscar respuestas ya desde los diez años. Buscaba libros, lugares, en el gran globo terráqueo del salón, un allí donde pudiera descansar o huir de la premonición. Esta misma necesidad de soledad y de búsqueda me llevaría más adelante a los lugares más remotos. Tan lejanos como el lejano Oriente.

IX EL ERMITAÑO. Hakuin En la Gran China Imperial del siglo VI, en las montañas, al norte, cerca de un pequeño pueblo situado en 128

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un fértil valle, en lo alto de la colina más cercana, allí, allí mismo vivía el maestro Xan-Che. Cada día se levantaba a la misma hora, se lavaba en el arroyo cercano, meditaba y salía del templo, se sentaba sobre una piedra, desayunaba y contemplaba el cielo y la tierra. Luego entraba al templo, lavaba su cuenco, lo llenaba con un poco de comida, ponía todo en su mochila y se dirigía al pueblo. Para ello tenía que bajar la colina, seguir por el camino de árboles, atravesar los campos de arroz, pasar entre las primeras casas. Entonces aprovechaba para beber agua de la fuente. Y seguía hasta la plaza del pueblo. Allí buscaba un sitio, colocaba un pequeño tapete, se sentaba sobre él y sin más preámbulo comenzaba a meditar. Se quedaba meditando o simplemente sentado mirando la plaza con una sonrisa tímida. Hablaba a quienes querían escucharle y podía ser sobre el ser y el no ser, sobre la budeidad y sobre la meditación. Se detenía hacia el mediodía para comer algo. A menudo alguna mujer le llevaba algo, unas veces por piedad, otras por bondad y muchas por superstición, ya que es bien sabido por todos que dar de comer a un monje aligera nuestro karma. Luego el maestro Xan-Che continuaba. Antes de que se pusiera el sol, recogía sus pocas pertenencias y volvía tras sus pasos al templo. Allí aún podía ver la puesta de sol antes de realizar las labores propias del templo, cuidarse del pequeño huerto, meditar y acostarse. Al día siguiente, lloviese o nevase, con viento o sin él, con calor o frío, podía verse al maestro repetir casi exactamente lo hecho el día anterior. 129

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Siempre sucedía lo mismo: en la plaza nadie le prestaba atención ni le escuchaba. Puede que algún perro le ladrase, que algún niño lo mirase por un instante atónito, pero nada más. Pasó el tiempo y llegó un abril, cuando florecen los cerezos. Aquella mañana el maestro contempló una vez más el cielo y la tierra y también cada una de las flores dándoles la bienvenida, observando las más abiertas y las que lo hacían tímidamente. Aquel día el maestro no bajó al pueblo. Pero esto no es lo extraño. Lo realmente sorprendente fue lo que le sucedió a Tiang. Tiang era un campesino del valle vecino. Ese año le había ido muy mal, estaba en la ruina. Tenía que encontrar trabajo y se dirigió al valle. Tiang estaba apesadumbrado, y cuando en la posada le invitaron a beber no lo dudó, porque no podía soportar aquel dolor. Tiang era un buen hombre apreciado en los alrededores, así que fueron muchas copas las que tomó desde las doce del mediodía hasta las cinco de la tarde, momento en el que llegó a la plaza del pueblo. Allí estaban todos comprando y vendiendo, riendo y comiendo. Tiang no pudo soportar toda aquella felicidad que le recordaba su dolor, su dolor, su dolor. Y no lo dudó. Empezó a vociferar, insultar y gritar a toda aquella gentuza. Gritó a los cuatro vientos cuán mezquinos, estúpidos, malnacidos, inútiles... Fue un minuto. Fue un minuto exacto lo que tardó la gente en detener lo que estaban haciendo para escucharle atentamente. 130

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Fue un minuto. Fue un minuto exacto lo que tardó Hakuin en darse cuenta de lo que estaba pasando, de lo que había sucedido y lo que estaba ocurriendo en ese momento. ¿Por qué todos prestaban atención a Tiang y jamás se habían siquiera detenido un segundo a escuchar las dulces palabras del maestro? Preso de una profunda tristeza decidió marcharse al templo del maestro Xan-Che, dispuesto a observar y escuchar. El joven tardó muchas horas a paso rápido en llegar al templo. Allí encontró al maestro encaramado a un cerezo, mirando una flor desde la rama más alta. Hakuin, con gran dificultad, subió al árbol y le refirió al maestro lo sucedido. El maestro no dijo mucho, le agradeció su visita, le preguntó si tenía hambre, le ofreció comida y le señaló la luna. Hakuin fue en busca de su propio árbol. Ambos estuvieron un buen rato allí, en lo más alto de los cerezos en flor, en la colina más cercana al fértil valle donde había un pequeño pueblo, al norte, en las montañas de la Gran China Imperial del siglo VI, contemplando la luna y las estrellas también, el cielo y la tierra.

¿De dónde obtiene su fuerza tranquila el maestro? Para contestar necesitamos ponernos en su piel, acompañarle en sus recorridos, en sus silencios. Es obvio que Hakuin desde el principio ve y reconoce algo en el maestro. Pero en este cuento los personajes más importantes son tres. Hakuin, el 131

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maestro y el borracho. Cada uno representa un paso hacia la maestría; el maestro no nace siéndolo. El personaje que te resulte más odioso eres tú, así como el personaje que te haya atraído tanto como para querer imitarlo. Quizás la única manera de entenderlo sea observar el cielo desde lo más alto de un árbol. O tal vez aún más sencillo: es posible que baste con contemplar una flor. A este propósito me gustaría citar unas líneas de Víctor Hugo que me regalara una buena amiga: «Te deseo que acaricies un gato, alimentes un pájaro y oigas un jilguero erguir triunfante su canto matinal, porque de esta manera te sentirás bien por nada.... deseo también que plantes una semilla, por minúscula que sea, y la acompañes en su crecimiento, para que descubras de cuántas vidas está hecho un árbol». El Ermitaño que puede haber en ti, como el que hay en mí, apreciarán enormemente estos consejos. Este arcano es una de mis figuras preferidas. De pequeña pensaba que Papá Noel y El Ermitaño eran lo mismo. Lo encuentro bondadoso y tranquilo sin excluir su autoridad, su porte. Sallie Nichols afirma que «... El Ermitaño ha encontrado dentro de sí mismo lo que como sociedad perdió o ignoró.»2 No solamente porque esté retirado. Me gusta intuir que cuando lo peor está lleno de intensidad apasionada y lo mejor carece de toda convicción aún queda en nuestro interior este especial reducto donde albergamos a nuestro Ermitaño. Esta carta nos invita a deliciosas tardes de invierno solitarias, a leer poesía donde nos reconozcamos temblando de humanidad, a subirnos a una colina y contemplar 2. Nichols, Sallie, Jung y el Tarot, un viaje arquetípico, Kairós, Barcelona, 1989.

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tranquilamente el vasto paisaje, nos invita a disfrutar del tiempo de una tarde de domingo sin tiendas, sin ruidos. También a encaramarnos a lo alto de un cerezo... Todos buscamos a este sabio anciano, podemos citarnos con él en nuestro interior, dentro de nosotros y dentro de los mensajes que nos legaron nuestros antepasados. Para encontrarte con este arcano es mejor que hagas un largo viaje. Ponte cómodo, respira hasta que apenas notes el ritmo de tus exhalaciones e inhalaciones. Entonces imagina frente a ti un largo camino. Síguelo. El camino es largo, requiere tiempo. Siente tus pies sobre él y las sensaciones que te acompañan, la brisa, los olores, la temperatura. No te detengas. Atraviesa un bosque oscuro, llega a la cima de la montaña, baja hasta el valle, mójate en el mar, bordea la costa, cruza un prado, llega hasta el desierto, atraviesa todas las regiones hasta llegar casi al final del camino. El camino ha sido largo, te ha requerido tiempo, mucho tiempo. Allí te espera un sabio. Puede ser hombre o mujer. Sé respetuoso con él, salúdale, dale las gracias por estar allí. Mírale bien, sonríele. Este anciano tiene un regalo para ti. Espera a que te lo dé. Si no lo hace, entonces pídeselo. Tómalo y agradéceselo. Vuelve, puedes regresar por el mismo camino o por otro. El camino de regreso es tan largo como el que ya hemos emprendido, requiere tiempo, recuerda. Abre los ojos. ¿Cuál ha sido su regalo? ¿Qué representa para ti? Recuerdo a una cliente. Era una chica jovial, pero se estaba tomando demasiado en serio todo cuanto le sucedía, intentaba analizarlo todo. Era su manera natural de solucionar conflictos, entenderlos hasta la médula. Pero el anciano le regaló una botella de champán. Quizás no le vendría mal emborracharse un poquito, perder la seriedad, 133

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acercarse a una forma más loca de ver el mundo, reírse sin ton ni son. Con este ejemplo simplemente quiero ilustrar que los regalos de este sabio anciano no tienen por qué ser exóticos ni contener mensajes superiores. Acepta lo que te dé. Luego podrás decidir si te sirve o no, si lo guardas para más adelante o si prefieres usarlo enseguida. Si El Ermitaño aparece en tu vida, la soledad también estará presente. No se trata de una soledad que implica estar sin nadie, sino de la que te lleva a estar acompañado de ti. Quizás necesites presentarte a ti mismo, tocarte, acariciarte, darte cariño antes de sentirte a gusto contigo. Si te presentaras ante ti y fueras tu mejor amigo, ¿qué te dirías? ¿Charlas contigo para entenderte o para juzgarte? Si te sorprendes usando palabras o expresiones como «demasiado», «tengo que», «debo», «estás completamente loco», «creo que...», «bien», «está mal», significa que no te estás escuchando, sino dando más opiniones, lo cual implica más ruido, justo lo contrario de lo que El Ermitaño te está pidiendo. Acompaña al Ermitaño de nuestro cuento en su día a día, ve justo a su lado, sin decirle nada, simplemente contemplándolo, disfruta de su compañía. El Ermitaño no es muy favorable a dar consejos, así que es mejor que sólo te limites a estar un rato con él. Tampoco le gusta que la gente dependa de él ya que considera que es evidente que él se presentará cuando le llamen. Es un anciano paciente y es perfectamente consciente de que una de las tareas más difíciles es conocerse a uno mismo. Él no dictamina, tampoco le interesa dar consejos ni que la realidad exterior se amolde a nuestras necesidades interiores, no necesita convencer a nadie de nada. Pero quizás se sienta un poco triste si no le haces una visita. 134

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Los procesos de búsqueda suelen ser así. ¿Tú cuánto tiempo pasas contigo mismo? Puede que sientas necesidad de encerrarte, incluso puede que llegues a no contestar al teléfono, puede a que a veces «desaparezcas». Es posible que des la sensación de que nadie puede penetrar en tus pensamientos o que te dé por dibujar círculos o cuadrados concéntricos... ¿Por qué no aprovechas para pedir tu regalo al sabio anciano?

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sta vez no fue un cuento, sino una canción lo que me contó mi abuela. Llamó a las demás mujeres adultas de la familia y en ronda nos pusimos a cantarla. Así estuvimos casi toda una tarde. La ronda iba en un sentido mientras se cantaba y luego se repetía la canción girando en el sentido contrario. Una de las integrantes entonces podía dar la orden antes de cualquier estrofa para cambiar el sentido otra vez. Cada vez se giraba más rápido y el ritmo de la música se aceleraba igualmente. Más de una vez alguna acabó bastante mareada. Sobre todo porque años más tarde me enteré que lo que tomaban mientras cantaban no era precisamente agua. Las danzas en ronda forman parte de muchos festejos entre brujos y magos. Es verdad que se crea una energía especial y muchos rituales que requieren mucha fuerza se hacen en círculo. Esta canción la entonamos durante las fiestas del año nuevo lunar. Es como un año nuevo, la casa se llena de gente que trae todo tipo de comidas, todo está resplandeciente y muy decorado. Los preparativos se inician muy temprano por la mañana, cuando sale el sol. Todos nos ponemos a limpiar la casa, hasta los rinconcitos más escondidos, la lim137

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pieza tiene un segunda parte que se lleva a cabo con aguas especiales y determinados inciensos junto a invocaciones. Los adornos son de tipo natural, se usan hojas secas, hojas verdes, plantas, piñas recogidas a lo largo del año, muchas, muchas flores, piedrecitas, cuencos con agua y tantas velas como puedas imaginar. No se enciende la luz eléctrica, sólo se usan velas. Cuando se acaba con los preparativos, nos retiramos a dormir para estar descansados porque los festejos se inician con la puesta de sol y se acaban al amanecer. De pequeña me encantaba tener dos años nuevos en casa, el lunar y el solar del 31 de diciembre, me hacía sentirme muy especial. Yo ya había estado en las fiestas, pero no fue hasta los once que me dejaron tomar parte en la rueda y en todo el festejo hasta la salida del sol. Sólo están invitadas las mujeres. Y hay un momento en el que las iniciadas se retiran al bosque o a la playa para llevar a cabo un ritual lunar. Yo, por supuesto, no estaba invitada porque no estaba iniciada. No había dado el sí, aquella ansiada respuesta. Así que me quedaba en casa esperando a que volvieran. Era imposible espiarlas. Las magas son muy listas, ponen centinelas en el camino que te pillan antes de que llegues a ver nada. Ya te lo he contado, las magas velan por los secretos y no soportan que sean descubiertos, a menos que seas elegida para compartirlos y jures solemnemente que no los desvelarás. Son muy quisquillosas a este respecto, incluso con los trucos de la receta de un pastel; todos los secretos son igualmente venerados y temidos. En más de una ocasión me pillaron en medio del camino y me trajeron a casa de las orejas. Las consecuencias no eran terribles porque no había logrado ver nada, pero nadie me salvaba de las treinta y tres, exactamente treinta y tres reprimendas que cada una de las 138

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treinta y tres, participantes me lanzaba. Vivir entre magas requiere una enorme paciencia. Pero para cantar nuestra canción, no hace falta tener voz, te lo aseguro.

X LA RUEDA DE LA FORTUNA. Rondanela Iba por el camino, madre. Un guijarrillo me encontré, pensé que era para mí, madre. ¡Y me lo tragué! Seguí por el camino, madre. Con una piedrecilla me topé. Pensé que era un juego, madre. ¡Y me la salté! Caminé y caminé. Piedras y guijarros, madre. Guijarros y piedras, sí. Yo seguía y seguía, Seguía sin fin. Seguía y descansaba. Con piedras y guijarros detrás de mí. Ay, qué sorpresa, madre. ¡Con una roca de bruces me di! 139

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Di una vuelta y otra vuelta. De la roca me despedí. No sería la primera, madre, La primera de mil. Salté, rodeé. Crucé montañas y mares, madre. La losa apareció ante mí. ¿Por qué, madre, por qué? ¿Por qué me sucedía esto a mí? Cada vez que la olvidaba, madre. La piedra estaba allí. Recordé cada guijarro, cada piedra. Porque habitaron en mí. ¡Las escuchaba, madre! Me decían: Ay de ti, ay de mí. Cada guijarro, cada roca, madre. Pesaban toneladas. Caí y me arrastré. Con el puño al cielo, madre. Me dormí. No vi el barranco, madre. Con guijarros y losas no volé. Caí al lado de un lago, madre ¡Con el espejo del agua me topé!

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Las piedras, madre, salieron por mi boca. Guijarros de la cabeza y hasta los pies. Se pusieron en rueda, en el espejo los vi. ¡Se lo juro, madre, esto fue así! Dancé, madre, dancé. Rodeada de piedras y muy dentro de mí. Giré, madre, giré. Frente a cada guijarro, madre, jaleé. Después me salí, madre. Lo vi y me vi. Allí en el lago, madre. No fue baladí. Me abracé a cada piedra. Grandes y pequeñas, madre. Luego me despedí. Seguí mi camino, madre. Y llegué hasta aquí.

Todos, como la protagonista de esta rondanela, tarde o temprano nos hemos topado con piedras en nuestro camino. ¿Tu proceso ha sido similar al que se cuenta en la canción? ¿Cuáles son tus piedras? Lo que hacemos con nuestras historias es contarnos a nosotros mismos una y otra vez, contarnos para escucharnos. También podemos intentar hacer lo que el personaje protagonista de la rondanela e ir nombrando nuestras piedras, 141

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es decir: podemos recrear la canción a nuestra medida. Hay infinidad de posibilidades. La que te propongo aquí es observar las piedras que te pertenecen, abrazarlas y despedirte de ellas, tal como se relata en esta canción de ronda. Tal vez no podamos hacerlo con todas, tal vez alguna sea demasiado pesada o demasiado invisible. No es una cuestión de cantidad. Debido a ello esta canción se llama «rondanela», porque se va repitiendo como una rueda que gira y gira sin cesar hasta que no tiene más sentido que gire porque ya no hay nada que acarrear, se han acabado las piedras que acarreábamos. ¿Has observado la luna llena con detenimiento? Es perfectamente redondita, tiene algo de mágico. El círculo es una de las formas importantes de la civilización. Cuando contemplo la luna llena me siento en contacto con algo muy profundo que me subyuga y que no soy capaz de explicar. Los colores del espectro, el tao, los signos del zodíaco, los cuatro elementos y sus cualidades, la rueda solar, Mu para los budistas, la rueda kármica, la tabla redonda del Rey Arturo: algunos ejemplos del círculo. Cuando nos sentamos en una mesa redonda somos más iguales los unos a los otros, el círculo no da pie a las jerarquías, ni tan siquiera a las de principio y fin. Si El Ermitaño nos habla de un proceso, La Rueda de la Fortuna nos cuenta sobre los vaivenes del mismo. Unas veces arriba, otras abajo. Hay culturas que transmiten este conocimiento. Me resulta especialmente tierna la presencia de este conocimiento en la cultura japonesa. En Japón conviven muchos aspectos que para los occidentales pueden parecer incluso antagónicos. También conviven dos tradiciones religiosas muy diferentes y, en cierta forma, complementarias: la budista y la shintoísta. Los templos shin142

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toístas se distinguen por su colorido, por sus rojos púrpura, por las vestiduras de los sacerdotes y sacerdotisas teñidos de rojo, amarillo, púrpura, verde. En los templos siempre hay árboles en los que se encuentran anudados unos papelillos blancos. Son los papelillos de la suerte. Si has visto al película Lost in Translation, dirigida por Sofia Coppola, hay un momento en el que la protagonista visita uno de estos templos y anuda un papelillo de la suerte a un árbol. Los papelitos se escogen al azar de un cubilete y puede tocarte uno que señale tu suerte en forma de número uno, dos o tres. Cuando sacas el primero o el tercero, sabes que has de estar atento porque tu suerte cambiará de nivel, subirá o bajará; el único que se mantiene sin mudanzas es el dos. Entienden que la suerte se mueve en una rueda que gira y gira. Así es que para contar con el auspicio de los dioses, se ata «la suerte» a la rama de un árbol y la dejan en la casa de los dioses para que velen por ella, porque un poco de suerte siempre es necesaria. La Rueda de la Fortuna nos habla de nuestro karma también y, de manera singular, de cómo se relacionan nuestro mundo interior y el exterior. Pero ¿cómo podemos verlo nosotros? Todas las voces nos indican que tomar distancia es lo primero. No es sencillo, aunque la técnica es muy simple; se trata de ver nuestra situación, aquella en la cual estamos inmersos, como si fuera una película. Nosotros no seríamos más que un personaje interactuando con otros, la actitud apropiada es la de quien observa todo lo que ocurre como si se tratara de otras personas. Bailamos con nuestras circunstancias en una rueda en la que cada engranaje es una parte esencial y conforma el círculo, un círculo mágico. Puede parecer una obra en la que hay diferentes personajes, unos 143

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son ruidosos, otros nos asustan, otros nos gustan, otros nos molestan, pero todos y cada uno forma parte de la película, de un círculo. Es necesario nombrar a cada uno de los personajes, no hay que dejar ninguno fuera. Cada uno de ellos está presente con su pasado y nosotros con el nuestro. Tal vez así descubramos que en el fondo es una misma situación que se repite, como si tropezáramos con la misma piedra una y otra vez. Pueden haber cambiado el escenario y los actores que encarnan a determinados personajes, pero hay algo que comparten y ésa es la pista que nos lleva a identificar la misma piedra. Obsérvalos y reconócelos, llámalos por sus nombres. Llama a los personajes que en otras circunstancias jugaron el mismo rol. ¿Quién es el príncipe, quién la princesa y quién la bruja o el mago malvado, quién el dragón? ¿Cómo se relacionan entre ellos? ¿Cómo se miran, cómo se hablan? ¿Qué hacemos unos y otros? ¿Qué puede ser que nos lleva a unos y a otros a actuar de una o de otra manera y que en definitiva sea «siempre» la misma? Siempre alguien que nos malquiere, que nos abandona, o que reclama exasperadamente nuestra total dedicación, alguien a quien tenemos que salvar una y otra vez, o cuidar o alguien de quien tenemos que huir, jefes que una y otra vez no nos valoran, compañeros de trabajo que nos hacen la vida imposible... situaciones que parecen repetirse malignamente. Sólo observa, mira la película. Ahora estás contigo, no necesitas sentirte culpable por lo que pienses, no te censures. Puede ser también que no entiendas nada, que no veas el hilo conductor de la trama. No por ello te sometas al laberinto sin salida de los porqués. Los porqués sólo nos conducirán a una categorización de la situación, a racionalizarla, no a aprehenderla. 144

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Tal vez necesites ayuda. Llama mentalmente a alguien para que te ayude. Puede ser aquel amigo o amiga que tiene una gran facilidad de acción o de visión, puede ser la abuela que te cuidó, alguien que conociste una tarde y que no volviste a ver pero que te dejó huella. Puede ser tu ángel de la guarda, puede ser la mejor parte de ti mismo. Puede ser tu maestro, un santo al que tengas especial devoción. Llama al personaje que puede ayudarte. O si ya conoces bien todas las cartas del tarot, puedes pedirle a uno de los arcanos que se haga presente para que te aconseje, para que te ayude a articular la palabra liberadora. Habla con él o con ella. Despídete y dale las gracias. Todos estos procesos de imaginación no tienen por qué darnos una respuesta inmediata, estamos hablando con nuestro inconsciente y éste no se rige por el mismo tiempo apresurado de los humanos. Puede que en un par de días surja de la nada una imagen o una vocecita que ampliará tu espectro de visión. Reunirse con uno mismo exige tiempo, encontrarse con uno mismo y sus diferentes aspectos requiere calma. Muchas veces nos resulta imposible ver cómo nuestro mundo interior se refleja en el exterior, separarse de uno mismo y observarse es un primer paso para darse cuenta de cuán inocentes somos, de cuántas cosas ocurren sin que seamos conscientes de cómo damos pie a que ocurran. Esto no quiere decir que podemos determinarlo todo, sino que podemos respetar nuestros errores y los de los demás para seguir bailando la rueda de la danza de la vida. En esta rueda podemos colocarnos en el centro para ver a los demás o podemos ponernos a su lado para ver quién es este yo que está en el centro. También es interesante salirse de la rueda y observar tanto a los que están en la rueda 145

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como al que está en el centro. Al fin y al cabo se trata de ver para no acabar engullidos por el ritmo de la rueda, girando sin cesar vertiginosamente. Canta, canta nuestra canción e imagínate en cada palabra, en cada estrofa. Fíjate en las piedras. ¿Qué forma tienen? ¿Se parecen a alguien conocido? ¿Repiten escenas? Canta y baila en tu sueño, baila con tus piedras, pero sobre todo, míralas bien de frente, con todas tus fuerzas.

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11 XI LA FUERZA Löte

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a casa de Löte era hermosa. Así lo creía ella y así los conocidos, amigos y familiares cuando se encontraban allí. Era una casa embriagadora por su calidez. A nadie preocupaba aquel cuarto que pasaba desapercibido y que nunca habían visto. Löte tampoco entraba en él. Un día había sido cerrado con un pequeño candado de fuerte metal. Con el tiempo, Löte había dejado de acercarse ni tan siquiera a la puerta, y a fuerza de ignorarlo se había olvidado de su existencia. Sin embargo empezó a tener pesadillas en las que el cuarto, por supuesto, era el protagonista. Se apoderó de ella un sentimiento extraño mezcla de culpa y de miedo. Y cuanto más cómoda se sentía con el resto de la casa, más presente se hacía aquel raro malestar. Al principio decidió hacer grandes fiestas en su casa casi cada día. La casa se llenaba de ruido. Luego, sin saber por qué y sin darse cuenta, dejó de invitar poco a poco personas a su casa. Ocasionalmente venía algún amigo o amiga muy íntimo. Al cabo de un cierto tiempo ni tan siquiera ellos. Sucedió que aquel invierno fue particularmente duro. Hubo grandes nevadas y muchas casas quedaron aisladas. La de Löte también. Ella se pasaba el día entero en casa bordando, tocando el piano, leyendo y con aquel frío. 147

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A veces levantaba la vista y tenía la sensación de ver solamente aquel cuarto entre toda aquella nieve, aquel cuarto que la atemorizaba tanto. Los días se volvieron iguales a las noches: blancos y fríos. No era esto lo que más la inquietaba, era la desazón de no saber por qué, por qué no podía acercarse a aquella habitación No era una mujer cobarde. Pero su propia duda la sumía en la desesperación. Entonces de nada servía recordar las palabras del párroco, que la conminaba a tener fe. En la casa empezaron a tener lugar acontecimientos extraños, quizás sería el aislamiento que la conducía a imaginarse cosas. Lo que más le llamó la atención fue el ruido. Cuando más distraída se encontraba, sin previo aviso, escuchaba aquel ruido. Hasta que un día descubrió para su propia sorpresa que el ruido provenía del cuarto. Se dio cuenta de que siempre había vivido con aquella extraña sensación, aquel miedo la había acompañado todos los años de su vida, al menos hasta donde conseguía recordar. ¡Por eso nunca había abierto la puerta! Descubrirlo fue como un milagro. Sin embargo seguía sintiéndolo. Lo decidió: lo quemaría, quemaría el cuarto, aunque para ello tuviera que emplear los últimos leños que le quedaban. Ardería el resto de la casa y quizás hasta ella misma. No importaba, sí importaba. No importaba, sí importaba. No importaba, sí importaba. No importaba... Y sucedió lo que tú, lector o lectora, estás esperando. No emplearé muchas palabras para explicarlo, no se puede. Simplemente me limitaré a narrar lo sucedido. Quizás tú mismo, tú misma, encuentres la manera de entenderlo. Quizás fue su determinación... Lo que sucedió fue que Löte abrió la puerta. Fue tan difícil como intuía y a la vez 148

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muy sencillo. El candado era pequeño, apenas hizo falta una cucharilla de café para romperlo. Löte se quedó petrificada al encontrar lo que había allí dentro, eso explicaba el ruido. Había un león. Pues sí, un león. Pero más le sorprendió lo que sucedió a continuación: ponerse a cantar una nana y que el león se acercara ronroneando. A partir de entonces la puerta de aquel cuarto no volvió a ser cerrada y el león deambulaba por la casa, se paseaba por donde Löte siempre pudiera verlo, por delante de ella, nunca por detrás.

A veces sentimos tanto miedo como Löte, el miedo del mismo tipo: aparentemente no tiene ninguna explicación y luego... Löte se va quedando cada vez más sola y siente que no tiene más remedio que abrir aquella puerta. ¿Tú también la habrías abierto? Pero si imaginamos que al abrir la puerta de una habitación de casa encontramos dentro un león, yo no sé, no sé cómo reaccionaría. ¿Te lo imaginas? ¡Madre mía! Los leones suelen ser unos animales preciosos en su hábitat y en las fotos, también en los documentales de animales, pero en casa... ¡En tu propia casa! Aunque, si lo pienso bien, creo que acabaría haciendo lo mismo que la protagonista, a no ser que se me ocurriera otra cosa. Hay humanos que resultan ser grandes fieras y a veces no podemos huir corriendo como nos gustaría. En otras ocasiones somos nosotros mismos, con ese aspecto interior bestial que no atiende a razones y que nos desborda. Pero ¿qué otras posibilidades ofrece una situación de este tipo? La única manera de saberlo es imaginándolo en primera persona. No hay otra manera de saber qué hace nuestro león para 149

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llegar a rugir con tanta fuerza o qué podemos hacer nosotros para apaciguarlo. Este cuento tiene dos versiones en nuestra familia; a veces el animal es un león y otras es un dragón. Puedes imaginarlo e imaginarte como Löte con uno o con el otro. Ambos son animales mágicos y llenos de fuerza. Tener en casa a cualquiera de ellos requiere medirse con una energía muy honda, muy animal y primitiva. ¿Qué harías si en una habitación de tu casa habitara cualquiera de ellos? ¡No vale salir corriendo! Eso implicaría abandonar tu hogar y te sentirías huérfano por mucho tiempo, irías de país en país buscando tu casa, que está en la dirección contraria. Bueno, también es posible que después de tanto vagar reunieras la fuerza y la experiencia suficiente para encontrarte con tu león o con tu dragón, ¿verdad? La vida da muchas vueltas y su fuerza es mucho más sabia que nosotros. Pero aquí estamos en casa, en el hogar, dulce hogar, o en una cueva; sea lo que sea, es nuestra casa, hemos de tomar posesión de ella con todos sus habitantes y sus pertenencias. Vayamos donde vayamos, estará con nosotros, o mediante la aceptación o mediante el rechazo, pero ahí estará. Nuestra casa somos nosotros mismos. Nos habitamos. Podemos no hacerle caso al león, convertirnos en personas razonables, que hacen lo que deben hacer en todo momento siguiendo los dictados de su cultura, que sopesan cada lado de cada cuestión y adoptan la postura más aceptable. Pero estas personas acaban por explotar incontrolablemente, se asustan de sí mismos o de su parte de león-dragón hambriento. Podemos hacerle caso al león, convertirnos en personas apasionadas, que hacen siempre lo que les dictan sus 150

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impulsos, sin tener en cuenta más que lo que sienten. Estas personas explotan a menudo ante lo que consideran inaceptable. El impulso existe para todos. A veces es necesario volcarse a él, otras no. ¿Cómo saberlo? La fuerza se deleita con las cosas pequeñas, presta atención a los detalles y sobre todo canta. La fuerza conoce perfectamente el valor del sonido y el del silencio, que ambos se truecan y que ambos se necesitan, pues no pueden existir el uno sin el otro. El sutil equilibrio entre sonido y silencio es obra de La Fuerza y de toda una vida. Si bien La Templanza es la carta musical por excelencia, La Fuerza necesita música. Si lo que te falta en estos momentos es fuerza para enfrentarte a una situación, si necesitas hacer acopio de tu madurez, es muy probable que necesites abrir la puerta a tu león interior. Como todos sabemos, la música amansa las fieras y lo que hace precisamente la figura femenina de esta carta es interactuar con su fiera interior sin perderla de vista. Todos tenemos una bestia a la que no podemos ignorar. Si la ignoramos, puede saltar sobre nosotros y comernos tal como lo haría un león hambriento. Si sabemos dónde están los leones y si incluso recibimos a uno de ellos, el que nos ha sido entregado no podrá atacarnos por sorpresa porque sabremos siempre dónde está. Quizás este león agradezca ser recibido con una música agradable, una para la cual hayas tenido que detenerte y escuchar. Fuerza, capacidad de compromiso, coraje, ganas de vivir. Todas estas aptitudes no te son extrañas, si no no estarías aquí y ahora leyendo este libro. Si a veces creemos que hemos perdido nuestra fuerza, también podríamos re151

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cordar que no puede faltar aquello que no tenemos. Esa voluntad está hasta en el suicida, en quien la misma fuerza se ha vuelto avasalladora. Por eso es tan importante invitar a nuestro león ante nuestra presencia, para que no nos sorprenda con sus garras. Cuando estés con él, respira profundamente por la boca y suspira. Incluso puedes emular la imagen de esta carta del tarot como si tú fueras el león y la dama a la vez, por turnos. Sostén tu boca con las puntas de tus dedos y acompaña tu respiración desde aquí. No hagas fuerza sino que sigue, acompaña, insisto, la fuerza de tu respiración. El movimiento es apenas perceptible, nótalo. Vuelve a fijarte en la postura de la dama en esta carta. El pie derecho está ligeramente adelantado con respecto al izquierdo. La mano derecha a su vez se encuentra sobre la nariz para detenerse sobre el labio superior, mientras que la mano izquierda sostiene el mentón. Las manos apenas rozan, no presionan. La cabeza está ligeramente inclinada y la vista continúa más allá en un ángulo de 45°. La fuerza del animal descansa sobre el punto kundalini, lo cual equivale a decir nuestro centro animal, justamente como si tuvieras la cabeza de un león sobre tu sexo. Allí es donde reside la fuerza animal, que se sostiene con la respiración y que se transforma en vida. La vida es una fuerza sumamente poderosa. Si pudieras por unos instantes imaginarte en medio del Cañón del Colorado o frente al Aconcagua, por ejemplo, y verte rodeado por aquel despliegue de naturaleza podrías contemplar un reflejo de la misma fuerza que te habita y que nos habita a cada uno de nosotros. Busca una foto del Cañón del Colorado o del Aconcagua. Siéntete allí. Ésa y no otra es la fuerza de la que estamos hablando. Es tan grande que no puede ser manejada de otra manera que 152

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no sea con suavidad, humildad y respeto. Es la fuerza de un océano, de un volcán, de una selva. La postura para contemplarla es la de la dama de nuestra carta número once. La música puede ayudarte. Pero estamos tan rodeados de ruido todo el tiempo que yo te invitaría a permanecer en silencio para poder escuchar su música, la música de esta fuerza vital. Imagina el Cañón del Colorado dentro de ti. ¿No te sentirías orgulloso de tenerlo allí dentro? ¿No harías lo posible por cuidarlo y respetarlo? ¿No lo defenderías si quisieran construir en él una bonita urbanización? Si tienes un espacio para ello, deja una maceta con buena tierra en el balcón, por ejemplo, y riégala. Hasta que nazca un hierbajo o cualquier manifestación de vida. También es un aspecto de esta fuerza que está por todas partes, incluso en los terremotos. Date un espacio para poder contemplar esta fuerza. Quizás si la observamos fuera de nosotros podemos apreciarla mejor. No se trata de una fuerza que avasalla, aunque puede hacerlo, sino de la misma esencia de la vida que hará que una plantita o unos hierbajos crezcan en la maceta que has dejado en algún rincón iluminado de tu casa y que has estado regando.

A los doce años encontré a mi gata, o mejor dicho, ella me encontró a mí. Una bruja en potencia o en activo necesita un compañero felino. Nos gustan mucho todos los animales, pero el gato es parte de nosotras, es como nuestro álter ego. Mi gata se llama Luna, adora el sol y las estufas, no caza ratones y persigue a las moscas, también le encanta jugar al 153

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escondite. Muchas veces me da grandes lecciones de amor incondicional. Por ejemplo, si me enfermo y debo guardar cama, ella se sienta a mi lado y se queda conmigo, no se separa de mí. Por las mañanas me despierta con su patita. También lo hace en las situaciones en que corremos peligro. En realidad, como decía, ella me eligió a mí. Fui a hacer una visita a una amiga que la había encontrado en el campo. La gata era muy pequeña, no tenía más que un par de meses y estaba desnutrida. Llegué a casa de mi amiga, me senté y ella se sentó sobre mi regazo, no se levantó durante las dos horas de reloj que estuve allí. Nos vinimos a casa juntas. Fue amor gatuno a primera vista. Antes de que yo o una persona que quiero mucho llegue a casa, ella ya está en la puerta esperándonos. Cuando se trata de alguien importante, maúlla, me llama y me conduce a la puerta. Si alguien no le cae bien, lo noto enseguida y me cuido muy mucho de esa persona con quien el contacto se acaba perdiendo. Luna también me ha enseñado que puedes pelearte con quien más quieres, de igual a igual y seguir queriéndole sin alejarte. Estamos siempre en la misma habitación. Si me levanto, por ejemplo para ir a la cocina y ella está durmiendo, se despierta y me acompaña. Siempre estamos juntas. Sólo una vez nos perdimos. Eso fue más adelante, cuando cumplí los 18. Luna desapareció o se marchó, no lo sabemos, ella también tiene un secreto. Volvimos a encontrarnos un año más tarde. Yo volvía a casa y ella me estaba esperando en el camino. Entramos juntas. De pequeña era irremediablemente golosa. Podía acabar con una caja de galletas o con una tableta de chocolate sin sentirme culpable, ni tan siquiera con dolor de 154

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barriga. Por aquel entonces ésa era una parte de mi león. Podía comer chocolate, pero no siempre me lo acababa. Aprender a no comerse siempre todo el pastel es una de las enseñanzas de La Fuerza. No se trata de dejar de comer el dulce, no se trata tampoco de devorarlo. Pero sólo se puede saber qué hacer una vez que somos conscientes de qué es ese pastel y dónde está. Y si lo haces, pues saber que lo estás haciendo. Cuando una vez buscaban el chocolate en casa y se dieron cuenta de que me lo había comido yo, reaccioné como hacemos casi todos, con una larga serie de «es que..., es que...» y se le quitó importancia al asunto. La segunda vez acepté mi error, pero sólo después de haberme comido todo el chocolate. Fui de buena gana a comprar más poniendo el dinero de mi hucha, después de pedir mil disculpas. Más adelante ya era adolescente y me preocupaba mi figura, mi dieta, etc. A pesar de ello, sentí la necesidad de comerme el chocolate después de unos días especialmente funestos. Sabía dónde estaba y que había de mi preferido. Pero alguien lo había acabado y ese alguien era siempre mi hermana pequeña, que me tenía harta porque cogía todas mis cosas. Estaba dispuesta a comerme su chocolate preferido. Lo cogí, lo abrí y mientras empezaba a tomar los primeros trozos de aquella delicia me vi, me vi cómo me arrastraba el poder del chocolate, por llamarlo de alguna manera. Mi abuela me pilló, me miró, y nos reímos las dos después de que ella me dijera: «¡Ay, tu naturaleza golosa!» Por suerte quedó aún un buen trozo para la pequeña de la casa. En casa me llamaban «la golosa» y era a mí a quien recurrían las tías con sus nuevas recetas de pasteles, por155

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que creían que nadie sabría apreciar mejor el equilibrio de los sabores o la exquisitez de un pastel. Yo misma hacía los pasteles de cumpleaños para casi todos. Con la madurez llegó el momento en el cual antes de la tentación de un atracón, podía controlar mis fauces, no sin antes recordármelo unas veinte veces. Luego, surgió sin más otro tipo de actitud ¿Voluntad? Puede ser... pero ante todo es un largo ejercicio entre el consciente y el inconsciente, un ejercicio que se llama sostener las fauces del león cuando éstas quieren comernos. También ayuda controlar los niveles de cromo en el cuerpo. No olvidemos que a veces también tendremos que soltar algún que otro rugido. Pero, dado que sostenemos las fauces del león, es posible que sepamos cuándo hacerlo.

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12 XII EL COLGADO Una historia lógica

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lo largo de una prolífica trayectoria, el artista de bonsáis había perfeccionado su arte. Vivía exclusivamente para aquellos reflejos diminutos de otros grandes árboles. En cada estación sabía calcular con total precisión la exacta cantidad de luz y de sombra que necesitaba cada singular ejemplar de sus miles de bonsáis. Los regaba con un cuentagotas que había mandado fabricar expresamente. Este artilugio rociaba por aspersión cada rama, cada mínima expresión arbórea. La tierra, el aire, el agua y el calor se alineaban para el artista en definidas ecuaciones. Depuró su arte al punto de crear nuevas especies y miniaturizar otras. Dicen que algunos bosques empezaba a temblar cuando el artista se paseaba cerca de ellos, cuando silbaban sus pasos y su acotada mirada de caza arbórea por allí. Su mayor éxito fue controlar la fuerza de una arce gigante. El artista era constantemente visitado y honrado por una gran parte de la sociedad. Unos le admiraban, otros le envidiaban. Todos querían sigilosamente saborear de alguna manera aunque sólo fuera una parte de su secreto. Él los atendía con cortesía, como es de suponer, pero no les prestaba mucha atención ya que eran sus bonsáis los acaparadores de todo su interés. A diferencia de sus arbolitos, 157

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el artista murió. No dejó ningún discípulo, así que sus obras fueron repartidas entre otros artistas. El arce enano llegó a la casa del otro artista. Hacía algunos años le habían obsequiado un ejemplar de bonsái natural muy apreciado, y fue así como había empezado su dedicación a estos raros arbolillos. Su mujer había fallecido a avanzada edad, y sus hijos vivían en otras ciudades distantes. La familia del otro artista había sido prolífica. Él vivía ahora un poco aislado. Pudo dedicarse al exigente arce enano que reclamaba muchas y constantes atenciones. Era un ejemplar delicado y había…, ¿cómo decirlo?, sí, ciertamente había rechazado a la naturaleza. La luz del sol no podía acariciarle sino a través de ciertas gasas de seda azules. Si cualquier insecto, y ya no hablemos de un animalito, se acercaba a una determinada distancia se le caían todas las hojas. El agua, este viejo artista también había heredado el cuentagotas aspersor, tenía que serle suministrada de tal manera que significara el más ínfimo contacto directo. Siempre tenía que estar a una temperatura perfectamente constante. Sólo soportaba la brisa humana, aquella que el primer artista había creado al soplar entonando un sonido único. El otro artista suponía, aunque desconocía, tan determinados cuidados. Hizo lo que pudo, pero su ciencia era la de los bonsáis de nacimiento y la de los árboles de los bosques. Como es inevitable imaginar, sometió al arce truncado a la luz del sol, al aire de la brisa, a la humedad del agua, a los minúsculos habitantes de la tierra sin tener ni idea de la tortura que representaban para el arce diminuto. El árbol perdió sus hojas, muchas de sus ramas se secaron, algunas de sus raíces se pudrieron y empezó a agonizar. 158

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Si el segundo artista hubiera tenido la razón del primero, habría escuchado como el centimétrico arce gritaba sordamente, preso de un horror que ningún humano podría imaginar. Es verdad que incluso un vegetal puede sentir un dolor más lacerante que la muerte cruel; bastaría con experimentar un segundo en el que todos nuestros pocos momentos más preciados se volvieran del revés. El otro artista notó la infructuosa lucha, pero no sabía que más podía hacer. El arce fue abandonado a su propia suerte. La agonía duró lo incontable, hasta que el arbolillo renunció a toda queja, a cualquier lucha y sólo sintió dolor, dolor, dolor. Dolor. Perdió su otrora cortesana figura y se convirtió en un gusano de astillas podridas. No podía notar que una pequeña forma roma verdosa asomaba desconfiada. El otro artista, que lo contemplaba diariamente, en cambio, sí. Quizás aquella yema de tamaño inusual algún día brotara en forma de hoja, de una hoja común y corriente de arce. El otro artista entonces sonrió esperanzado. Falleció y fue con esa placidez con la que le encontraron en su lecho. En la remota villa nadie supo muy bien cómo proceder con el extraño ejemplar de bonsái. El alcalde no quería que su nombre se relacionara con aquel incidente, con la destrucción de una de las piezas de bonsáis más admiradas incluso por el Emperador del país. Lo abandonaron en la parte trasera de la pequeña casita del otro artista recientemente fallecido, la casita del bosque. Allí lo dejaron abandonado a su propia suerte.

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¿Crees que el gran árbol volverá a crecer en su bosque? Si volviéramos al principio, no ya a leer el cuento sino para ponernos en el papel del bonsái, luego podríamos preguntárselo. Al margen de ese experimento, lo que me gustaría preguntarte es si alguna vez te has sentido como un gran árbol al que han restringido los movimientos. ¿Te imaginas cuán doloroso sería crecer de nuevo para volver a ser, quizás, un gran árbol? Imagínate en estos momentos arbóreos. Eres un gran árbol y serás aún mayor si creces. Un día te convierten en un pequeño bonsái. Tiempo después te abandonan en un bosque. Recuerda que en dicho momento te había crecido ya una pequeña forma roma verde. Quizás ahora puedas crecer hasta convertirte en un árbol gigante, el que siempre habías sido. ¿Estás dispuesto a que tu mundo se vuelva del revés una vez más y pagar el precio de tu transformación? ¿Hasta qué punto? ¿Y tú con cuál te sientes más identificado, con el pequeño bonsái o con el árbol gigante de un bosque? Si estás agotado y dicho estado no responde a condicionamientos físicos, una enfermedad, es que la tensión que mantienes entre las dos formas arrasa contigo. Quizás hayas renunciado a ser un árbol en su bosque sin darte cuenta y tu cuerpo ya no tiene más fuerzas para seguir empequeñeciéndose. Tu energía física te ha dejado, pero no así tu fortaleza interior y tu habilidad, que son las que te están buscando para que llegues al bosque, a tu naturaleza. El camino no es fácil, porque la vida se vuelve del revés, abandonamos lo conocido y seguro como bonsái para adentrarnos en un bosque que si bien puede resultarnos ligeramente familiar, nos es totalmente desconocido. 160

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Ésta es una de las cartas que hace referencia a una de las fases más duras de nuestra existencia. Es una carta que está en el tarot desde sus principios. Está también de manera indirecta en muchas historias cuando al héroe se le oponen todas las circunstancias y se ve arrastrado a lo más profundo de la humilde realidad. Es un período que exige tiempo y coraje, pero sobre todo fe en que la vida nos sacará del atolladero de la misma manera en la que nos sumergió dentro de él, fe en nosotros mismos y en nuestra capacidad de hundirnos y de levantarnos, de volver a ser árboles hermosos, grandes o pequeños, aunque ya no miniaturizados. Siempre hay una esperanza. Siempre. ¡Siempre! Puede parecer un momento en el que no pasa absolutamente nada en el exterior. Es que realmente no pasa nada, nada ocurre en el nivel consciente. Es como cuando nos vamos a dormir, parece que no realizamos ninguna actividad mientras nuestro inconsciente está trabajando en forma de sueños. Es como si nos viéramos forzados a abandonar la vida consciente y activa, para dar espacio a que el inconsciente sueñe y esté activo regularizando nuestras funciones interiores. Ahora más que en ningún otro caso, necesitamos relajarnos y respirar. Sólo respirar, descansar respirando, es la única y mejor manera de mimarnos. Si tienes la oportunidad de estirarte sobre la tierra y descansar, aprovéchala. Busca el contacto con la naturaleza, quizás hayas olvidado su olor, su sabor, pues ya no te apetece nada en especial. Las cosas que antes te gustaban ya no te interesan. Claro, estás en la fase de El Colgado. Mucha gente durante este período lo desaprovecha tomando vitaminas, forzándose a hacer todo cuanto no le apetece en absoluto, intentando animarse a toda costa, 161

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cueste lo que cueste. Pero el gran árbol no crecerá más rápido porque no son los fertilizantes adecuados, la única fuerza válida es la de la vida, que parece ser justamente lo que crees que te falta ahora. Si el cansancio dura más de unos pocos días es absolutamente necesario hacer una visita a un médico; un período como el de El Colgado requiere que prestemos atención a nuestro cuerpo. ¿Hace mucho que no te haces una analítica? ¿Cuánto tiempo hace que no visitas un buen médico, de aquellos que escuchan? Búscalo, no estaría de más. Paralelamente El Colgado habla de un proceso sagrado, de la necesidad imperiosa de conectarse con nuestro yo más profundo, de retirarse para comprender humildemente. Se trata de un proceso psíquico interior que nos empuja de un polo a otro y es mejor dejar que se realice a su tiempo y a su ritmo. Más vale retirarse tranquilamente para recobrar fuerzas. Es un proceso individual durante el cual la vida nos da la oportunidad de reconocer nuestro dolor y nuestras imperfecciones. Como vemos, no se trata de una inactividad total, sino que la acción se instala en otro espacio. Sí, en los días de hoy resulta demasiado «poético» poder retirarse y darse tiempo; pero quizás haya alguna manera en la que puedas regalarte un descanso. Piénsalo. ¿Por qué no? Lo que muchos nos preguntamos es cómo dejarnos llevar por este proceso mientras tenemos que ir a trabajar cada mañana, dar de comer a nuestros hijos, ayudarles con sus deberes del cole, incluso jugar con ellos y atender una serie de obligaciones cotidianas. Lo que yo me pregunto es si somos capaces de dedicarnos una hora al día para descansar y dejarnos llevar por la respiración hacia lo más profundo de nosotros mismos, incluso de desatender algunas 162

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obligaciones y dejar pasar el tiempo con mucha paciencia. ¿De verdad crees que no puedes postergar nada a fuerza de postergarte a ti mismo? Avisa a tus amigos, a tu pareja, a los tuyos, de que necesitas un poco de tiempo. Pídeles que lo respeten porque tienes una cita contigo mismo que no puedes eludir. Quizás sea sólo cuestión de tiempo, quizás una vocecita interior te impulse a conocerte más, ¿la escucharás? Te está llamando como un buen amigo a quien hace mucho tiempo que no ves. ¿Dejarás de verle porque no quieres contarle lo mal que lo estás pasando? Es un buen amigo, recuérdalo. El mundo está roto, quizás necesites ayuda de alguien para recomponer los trozos que aún quedan, para darles una nueva forma, pues la antigua está dejando de existir, ya no te es útil. Quizás lo fuera, ahora es evidente que no. Es un momento en el que estamos sumergidos en el inconsciente, el cual ha producido una situación imposible para empujarnos a parir lo mejor de nosotros mismos renunciando a la propia voluntad y a cuanto creíamos. Se acabó una etapa, es una forma de muerte que requiere un duelo, un tiempo en el que se abandona lo anterior poco a poco para volver a la vida con fuerzas renovadas. Es un tiempo de llanto para despedir formas antiguas del ego. Nos sirvieron durante un tiempo; por eso es necesario despedirse de ellas con llanto y con tristeza porque en su momento nos fueron útiles y se merecen nuestro respeto. Llorar nos sirve para lavarnos interiormente. Hemos de despedir al bonsái hermoso que fuimos para dar lugar al árbol que somos en realidad. El mejor consejo que he recibido al respecto de la fase de El Colgado me llegó precisamente a través de las sabias 163

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palabras de Sallie Nichols, que por su importancia quiero compartirlas ahora contigo: «Solamente consintiendo de alma y corazón en esta experiencia puede El Colgado esperar una ayuda celestial y conectar de nuevo con los dioses y con su ser transpersonal. A través de su aceptación del sacrificio, el hombre coopera con su destino y, en este sentido, lo escoge. Al escoger su destino se libera de él, pues en ese momento lo trasciende».3 Puedes probar también a encontrarte con la carta de El Colgado en tu lugar sagrado. Ponte como él, a su lado, boca abajo. ¿Cómo se ve el mundo desde allí? ¿Cómo se ve el mundo al revés? ¿Y cómo te ves tú al revés? ¿Cambia la perspectiva? ¿Qué se observa? ¿Cómo te sientes contemplando tu mundo al revés? ¿Cómo sería tu día a día de una manera completamente opuesta a la que es ahora mismo? Si te encuentras en un período relacionado con El Colgado y estás atravesando por un momento de un cansancio total y vital, ante todo necesitarás descansar. Descansa todo cuanto te sea posible. Deja las cosas a medias, sí, y descansa. Delega y descansa. ¿No notas que tu cuerpo te lo está pidiendo? ¿Estás sordo? A su vez El Colgado significa una gran prueba. A lo mejor eres tú el pequeño bonsái. Quizás a lo largo de tu vida te has esforzado por ser un gran árbol y ahora ha llegado el momento. Te están creciendo las raíces hacia la tierra y las ramas hacia el cielo simultáneamente. Por más que intentes mantenerte activo, tu cuerpo es quien manda ahora. ¿Responderás a su petición de descanso? Has luchado y peleado, ahora estás K.O. Ojalá, cuando estés leyendo estas líneas, haga buen tiempo y puedas ir a un bosque y acostarte sobre la tie3. Nichols, Sallie, Jung y el tarot, un viaje arquetípico, Kairós, Barcelona, 1989.

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rra entre los árboles para descansar así, incluso dormir una siesta o simplemente relajarte respirando. Si el bosque está demasiado lejos, un parque, también es válido. El Colgado nos invita a dejarnos llevar por un suave movimiento apenas perceptible. Balancéate. Ve a un parque infantil y colúmpiate. No te des más de un impulso a la vez y déjate llevar por la inercia del movimiento, siente la delicia de ser uno con ese movimiento, sin necesidad de estar dándote impulsos, porque el primero ya era el válido, acertado o no, fuerte o débil, fue el válido. Cuando se acabe el movimiento podrás darte otro impulso. Es una sensación similar a la de cuando hacemos el muerto en el mar. Es sumamente relajante e inquietante a la vez. Puede también que durante este período estés más ocupado con el sentido de la vida y que por lo tanto sientas la necesidad de consultar a una tarotista, un astrólogo o leer más filosofía, incluso ir a rezar más (aunque no lo hubieras hecho antes). El Colgado nos impulsa a buscar un sentido profundo, más que un por qué. Ahora necesitamos ENTENDER, así, con mayúsculas. El Colgado hace referencia a esas cosas que sabemos sin necesidad de que sean evidentes. Sabemos que las cosas irán a mejor, que saldremos del bache, que después del largo invierno florecerá la primavera, que saldrá el sol. No se trata de creer en ello o no creer, no se trata tampoco de ser positivos o negativos. Se trata de algo mucho más profundo: saber, saber interiormente con una certeza apenas nombrable que la vida nos impulsa. Habrá días nublados y días de sol, viento y lluvia, frío y calor, todos y cada uno forman parte de la vida, de la misma vida.

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La abuela María también había empezado su vida de adulta a los 16 años, como sus antecesoras. Fue entonces cuando se casó con el abuelo. No fue una historia de amor. Era a finales de siglo, cada uno vivía en un continente diferente y él tenía treinta años más que ella. Se habían visto por fotos. Se habían visto también en los oráculos de las familias. ¿Qué mejor podía acontecerle a una joven bruja que unirse en matrimonio sagrado a un Gran Mago? La abuela guardaba una foto de él, así como mi madre. La foto es de época y en ella aparece un señor serio con un gran mostacho vestido de manera muy formal. No aparenta la edad que dicen que tiene. ¿Sería alguien de espíritu joven? La abuela y el abuelo tuvieron once hijos, de los cuales nueve fueron niñas y dos varones, que murieron durante el parto. Antes de cumplir los sesenta, él se embarcó para ir a enfrentarse al mal directamente. Fracasó y se refugió en un lugar alejado y recóndito ocupándose de hacer el bien. Murió muy anciano. A los 14 años la abuela se había enamorado de un joven a quien había conocido en una fiesta. Él también se había enamorado de ella. Él le escribía poesías, ella le entregaba un mechón de sus cabellos, sus pañuelos, libros, una cadenita con una cruz, sus secretos. Él trabajaba como camarero en las grandes fiestas de la burguesía local. Ella asistía para encontrar un pretendiente. Su amor fue adolescente, secreto y apasionado. Cuando la abuela tenía noventa años aún se emocionaba y dejaba caer más lágrimas sobre las ya manchadas letras de aquellos poemas de amor. 166

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Planearon escaparse juntos cuando el Consejo Familiar fue firme con respecto a los planes de boda de la abuela no con aquel joven sin más fortuna que su amor, sino con el Gran Mago, el abuelo. Tal como lo relataba la abuela, parecía propio de una novela romántica del siglo XIX. Se escaparon en una noche de tormenta. Él había conseguido un caballo, ella nunca supo cómo, pues él no tenía los medios para permitírselo. A medio camino, creyendo que ya estaban lo suficientemente alejados y a salvo, decidieron pasar la noche en una fonda perdida en su ruta. Estaban completamente mojados y él ya había tenido graves problemas de salud. Ella insistió entonces y se detuvieron en la fonda. Entraron completamente empapados. Ella llevaba algunas monedas y era mejor gastárselas ahora, seguía insistiendo. Inesperadamente, en la recepción aguardaban los guardianes del Consejo Familiar. Pidieron a la abuela que se reuniera con ellos para hablar, simplemente para hablar. La abuela nunca contó de qué trató aquella reunión. Sé que no hubo reprimendas. Pero qué sucedió exactamente para que ella eligiera que su destino era otro aceptando el sacrificio de dejar a su amor, esto nunca lo sabremos. La abuela contestaba con evasivas a estas y otras preguntas. Solía repetir que si así no hubiera sido, ni Victoria, mi hermana, ni yo existiríamos. Aquel joven enamorado con el que había huido enfermó muy gravemente y estuvo a punto de morir. Su condición física se deterioró de manera importante. Al serle imposible realizar tareas físicas empezó a dedicar más tiempo a escribir. Se convirtió en un escritor de fama importante que nunca dejó de contar hermosas historias sobre el amor y el destino. Por su destreza en el uso del lenguaje fue conocido como «El Gran Mago de las palabras». 167

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¿Serían acertados los acertijos según los cuales la abuela se casaría con un gran mago? Pero me pregunto cuál de los dos sería el predestinado: el elegido por la familia o el señalado por el destino. Como decía la abuela, si las cosas no hubieran sucedido como finalmente lo hicieron ni Victoria ni yo habríamos nacido. Los acontecimientos se encadenaron de manera tal con los protagonistas de esta historia que el resultado final fue el que fue. Destino, karma, elecciones y una saga de mujeres con secretos tan luminosos como la luna.

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13 XIII LA MUERTE El grillo

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l príncipe Xiang Che amaba con todo su corazón a Sung Li. Para demostrárselo le hacía los más bellos regalos intentando sorprenderla con cada uno de ellos. El cumpleaños de la dama se acercaba y el joven pensaba sin parar en cuál sería el mejor de los presentes, hasta que tuvo una idea. Llamó a los mejores artesanos del Imperio para que le fabricaran una fina caja de cristal brocado. Cuando estuvo lista, hasta él mismo se sorprendió del resultado. Pero eso no era todo. Dentro de la caja quería colocar un pequeño grillo cuyo sonido convirtiera la caja de cristal en una campana delicada y sutil, la más delicada y la más sutil. Sus criados buscaron grillos por los jardines de palacio y le entregaron al más pequeño de todos. El Príncipe Xiang Che lo tomó entre sus manos y lo depositó dentro del recipiente, cuyos pequeños agujeritos le permitirían respirar sin dificultad. También pidió las más finas hierbas para que el grillito se alimentara regiamente. El animalito fue colocado dentro de la caja con gran solemnidad y dulzura. Xiang Che personalmente se ocupaba de él, de darle comida y agua. El pequeño grillo saltaba y saltaba sin parar dentro de aquel cristalino palacio. No podía evitarlo, ésa era su condición. Sin embargo, cada vez que lo hacía se 169

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golpeaba contra aquellas finas paredes, se hacía tanto daño que apenas cantaba. El príncipe observaba cómo aquel grillo saltaba y se golpeaba, se golpeaba y saltaba. Pero confiaba en que se domesticaría pronto, quizás con un poco de suerte ya lo estaría del todo para la fecha del cumpleaños de su amada, día en el que tenía planeado pedirle su mano. En efecto, el grillo empezó a saltar cada día menos (con tal de evitarse aquel dolor profundo en su pequeño cuerpecito). Fue creciendo diminutamente y aunque era más fuerte y más robusto dejó de saltar para caminar unos milímetros dentro de la caja. Esto no preocupaba al príncipe, lo que sí le inquietaba era que el grillo no emitiera ningún sonido y es justamente lo que el animalillo no hacía. Sólo estaba quieto o daba unos insignificantes pasos. La estación de los grillos había pasado, al príncipe ya no le quedaba tiempo para enviar a sus criados a otras regiones más cálidas en busca de otros grillos. Así que envió llamar a los sabios que acudieron, por supuesto, prontamente. —Su Alteza, los grillos sólo cantan cuando saltan. Y para saltar, han de ser libres. Fue el dictamen de los sabios. Esto enfureció al príncipe, que mandó llamar a otros, pero todos contestaban lo mismo. El príncipe estaba cada día más furioso. Un día, en un ataque de ira, abrió la caja y gritó desaforadamente al grillo, que apenas se movía. Lo cogió de un manotazo, lo depositó sobre la mesa de mármol y... el grillo seguía casi inmóvil. —Alteza –dijo el sabio Tan-shen–, habéis domesticado al animalillo muy bien. El príncipe sonrió orgulloso, aunque seguía sin entender. 170

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—¡Habla, sabio! –ordenó. —Alteza, habéis domesticado muy bien al pequeño grillo, que ahora es un adulto fuerte y goza de buena salud. Pero... pero quizás recuerde los límites de aquellas paredes de fino cristal y el dolor de sus primeros golpes, aunque lo habéis depositado sobre esta magnífica y amplia mesa de mármol. Ya no salta y no canta, como vos mismo comprobáis. El príncipe estaba obsesionado con aquel insecto. Ahora le haría saltar, costase lo que costase. —¡Sabio Tan-shen, haz que salte! El anciano tomó el grillo suavemente entre sus manos y le habló en susurros. —Gran y fuerte grillo, podrás saltar y ser libre, pero para ello tendrás que sentir mil veces el dolor de cuando eras pequeño y débil y te golpeabas. Pensarás morir y quizás lo desees, pero sólo entonces podrás cantar. El grillo temblaba. —Venga, es hora de avanzar –le animó el maestro al percibir aquel débil temblor que al fin y al cabo ya suponía un pequeño avance. El grillo parecía totalmente bloqueado, paralizado. Todo le sobrepasaba, él sólo quería que no pasara nada. —¿De verdad estás haciendo todo lo que puedes, todo para lo cual estás capacitado? Qué tontería pensar que un animalito como un grillo podría entender lo que le instaba el maestro. ¿Qué hacía allí un anciano y venerable maestro conocido en todo el Imperio por su gran sabiduría hablándole a un animalito y esperando una respuesta en forma de acción, como si pudiera un humano interactuar con un grillo? Lector, no 171

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olvides que este grillo es el protagonista de un cuento y que en los cuentos, como bien sabes, casi todo es posible. Ojalá el grillo hubiera sabido que a pesar de esa sensación de caída al vacío, en realidad se trataba del salto que podía dar, ¿verdad? El pequeño grillo se estremeció al punto que el príncipe pensó que saltaría. Pero no fue así. El grillo no saltó. Ni cantó, por supuesto. Harto, el príncipe se retiró a sus aposentos sin mediar palabra arrojando la fina caja de cristal al suelo, tal era su rabia. La caja había estallado al mismo tiempo que él, como si ambos fueran una misma pieza gobernada por la misma relojería. El sabio tomó el grillo y se lo llevó a su casa. Allí cada día le susurraba dulces palabras mientras el animalillo seguía sin moverse en la misma hoja del jardín de la casa del anciano esperanzado. Se acercaba la estación de los monzones con el estallido de la primera tormenta de viento y lluvia. Un aire inesperado y helado fue el que arrancó al grillo de la hoja y le tiró herido al lado del estanque del jardín. Allí lo encontró casi muerto el sabio, que le prodigó los más esmerados cuidados una vez más sin cansarse. Pasaron las estaciones y volvió la primavera. Llegó también la estación de los grillos. Hasta que una tarde la silenciosa meditación del maestro se vio turbada por un tímido cri.

Grillo, maestro bondadoso o príncipe, quizás seamos todos y cada uno de ellos. Cada uno de esos personajes responde de manera tipificada al influjo de la carta 13 tal y 172

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como lo hacemos muchas veces los humanos. Si cada uno de ellos tuviera la oportunidad de contar esta historia, sin lugar a dudas lo haría de manera muy diferente. Y me atrevo a ahondar aún más, seguramente cada uno de ellos tendría sus propias conclusiones sobre qué le pasó al final al grillito. ¿Se habrá salvado? Si así fuera, puede que de alguna manera la misma tormenta le hubiera ayudado. Tal vez todo fue puro azar, la vida es un misterio. Habrás notado una cierta similitud entre esta historia y la de la pulga. También hay diferencias importantes y en ellas descansa una parte del significado del momento. Con El Colgado habíamos abandonado nuestro viejo mundo, pero aún no hemos llegado al nuevo. El mundo se volvió del revés y estamos rotos. Además estamos solos, en medio del mar. Aún no se divisa el nuevo mundo. ¿Y si hubiéramos obrado de manera diferente? ¿Y si hubiera hecho esto o lo otro, ahora me evitaría esto? ¿Y si no llego a ningún sitio? No. Estas preguntas no son más que un reflejo de la ansiedad, de que nos estamos aferrando a un pasado que pretendemos que nos ahorre nuestro desasosiego actual. Hemos de seguir llorando, pues llorar es de bienaventurados. Nuestras lágrimas alimentarán ese mar en el que nos encontramos, aportarán nuevas aguas sobre las que poder navegar para precisamente ir hacia nuevos puertos. El arcano XIII no se refiere a la muerte física, sino al tema de la muerte. Nadie ha de pensar que su presencia en una tirada indica la muerte de una persona. Esta carta nos habla de las grandes y profundas transformaciones que se dan en nuestra vida. Conocer la muerte nos ayuda a vivir. La manera de ayudarnos a morir es sentirnos atraídos a escapar, a rechazar la exigencia de la vida a conocernos, 173

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puesto que la atracción a la muerte puede llevarnos a la ausencia mental, a la tentación de «matar» nuestros aspectos más oscuros volviéndonos autodestructivos sin apenas darnos cuenta. Esto sucede cuando, por ejemplo, una persona siempre amable y sonriente un día explota de manera inusitada, con una furia desconocida incluso para sí mismo, en un arranque de ira que le sumirá en la más atónita sorpresa. O, por citar otro ejemplo, cuando nos preguntamos: «¿Cómo alguien como yo ha podido reaccionar de esa manera tan inesperada?» De nosotros depende que la naturaleza encuentre o no las formas adecuadas de acabar con una vida sin sentido, de una vida consagrada a no haber descubierto el sentido que le es único y que le pertenece. Esta carta también habla del dolor. Quisiera tener las respuestas para esa gran cuestión. LA cuestión. El tarot puede indicarte dónde puedes encontrar senderos que te conduzcan a tus preguntas y a tus respuestas, puedo mostrarte el camino hacia el bosque. Una de las mejores guías se encuentra en la voz de los poetas, lo digo muy en serio. El dolor es algo tan sagrado y tan profundo que requiere una aproximación delicada y respetuosa. Los poetas lo han logrado como nadie, junto a los místicos. Déjate que tus pies te conduzcan a una biblioteca o a una buena librería. Paséate por las estanterías de poesía. Lamentablemente nunca suelen ser muchas, no creo que te pierdas entre ellas. Pídete, sí, a ti mismo, encontrar un libro que te hable al dolor, a tu dolor. De la manera que elijas, puedes pedir que la aproximación sea delicada o directa, como tú prefieras. Cuando te haces esta solicitud lo estás haciendo a tu inconsciente. Éste puede volcarse en la figura de ánge174

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les, guías, algún ser querido que ya no esté y que crees que cuida de ti. Pídelo desde el corazón con la intensidad del enamorado. El amor es un extraordinario motor. Dirígete hacia aquellas estanterías. Cierra los ojos un segundo, unos segundos. Cree. Basta con que creas en lo que estás haciendo. No vamos a discurrir ahora sobre los efectos que tiene el que creamos en lo que estamos haciendo o cuando llevamos a cabo algo sin creérnoslo. Simplemente deja que tu mano te guíe. Te sorprenderás a ti mismo, te lo aseguro. Cuanto más te concentres en ello, mejores resultados conseguirás. Toma el libro entre tus manos y haz tu pregunta. Ha de ser una pregunta concreta. Si tienes muchas, podrás hacerlas una a una. Plantea tu pregunta y abre el libro por cualquier página. Hoy en día hay muchas librerías donde se pueden leer los libros allí mismo sin necesidad de comprarlos. No es una cuestión de gastarse dinero, aunque si compras el libro su autor te lo agradecerá, por supuesto. Lee despacio, sin avidez de respuestas, porque es de esta manera cómo hallarás. Lo que encuentres te conducirá hacia un nuevo espacio y tal vez en éste haya una puerta que te ayudará a alcanzar otro espacio. A lo mejor está oscuro, usa una linterna. Mira todo lo que se te propone y recórrelo. Habrá un espacio en tu interior donde un regalo precioso te está esperando desde hace tiempo. No te olvides de dar las gracias por él o por los hallazgos y la ayuda. Puede que estés dirigiendo el agradecimiento hacia ti mismo o hacia tus ángeles o tus espíritus protectores. Puede incluso que este agradecimiento le llegue al poeta o a los poetas en forma de inspiración. También puedes, como lo hemos sugerido con cartas anteriores, dirigirte a esta carta y entablar un diálogo con ella. Fíjate muy bien en qué elemento de la carta te llama la 175

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atención. Tómalo, respíralo, tócalo, úsalo, huélelo, siéntelo. Escucha lo que te cuenta. Anótalo. Escríbete. Despídete del arcano y agradece. Si tu dolor procede de una persona o de una situación, puedes escribirle una carta precisamente a esa persona o a ese acontecimiento. Desahógate. No censures ni una palabra. Quizás necesites escribir más de una carta. Respeta tus procesos. No se trata de deshacerse del dolor, sino de comprenderlo y llegar a convivir con él. No se trata de una carta que se escribe de un tirón. Necesitarás dedicarle al menos siete jornadas, incluso puede que más. Dedícate seriamente a hacerlo, tu transformación de oruga en mariposa está en juego.

Este cuento llegó con mi catorce cumpleaños, y a pesar de ser ya mayorcita, lloré por la vida del pobre grillito, que me parecía descabellada e injusta. Menos mal que acaba bien, me dije. O al menos así siempre lo he creído yo. Mantenía largas discusiones con mi abuela sobre la justicia de las desgracias en la vida, a lo cual ella repetía sin cansarse que todas las formas de vida son sagradas, que no toca al hombre juzgar qué es merecido y qué no, qué es justo y qué no, pues no tenemos respuestas al misterio de la vida. Para acabar añadiendo, «y tampoco al de la muerte». Yo quería saber el por qué de las cosas, encontrarles un sentido a través de respuestas claras, me desesperaba que no las hubiera. Además estaba preocupada porque ya se acercaba el momento definitivo en que tenía que elegir si quería continuar la tradición de la familia o no. Estaba realmente muy 176

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enfadada con el asunto de la profecía que me sentenciaba como aquella que desvelaría el gran secreto, porque la continuadora así lo haría. Revelar el secreto de la familia equivalía a una traición. Se suponía que para evitarlo no sería iniciada en los misterios de la Magia, pero la abuela se opuso en su momento y al menos la dejaron contarme los cuentos y las enseñanzas más básicas. La abuela había estado en contra desde el principio de que se me denegara el acceso al conocimiento oculto porque al preguntar sobre ello en su bola de cristal, la respuesta fue clara. Yo debía continuar, me había visto de mayor como maga de la familia. Pero ¿hasta qué punto tenía razón? ¿Hasta que punto su visión sería acertada resistiendo una antigua profecía? El Consejo de las Magas Mayores se reunió y después de deliberar durante siete noches de luna llena acordaron que se debía esperar a que yo aceptara el Juramento Sagrado en mi mayoría de edad, lo cual para nosotras ocurre a la edad de catorce años. Para este entonces el tema era candente. Ya lo mencionaban de pasada desde hacía un año, siempre a escondidas, porque la abuela no quería que se hablara de ello, había pedido a cambio de la decisión del Consejo que todo el asunto se mantuviera en un estricto silencio para facilitar mi elección, libre de ideas preconcebidas y presiones. El día de mi cumpleaños llegaron pasteles y regalos más importantes que en otras ocasiones porque se trataba de un momento especial, la mayoría de edad en nuestra familia. También llegaron las integrantes del Consejo para observarme de cerca. Se instalaron en la casa durante tres períodos, el primer, el sexto y el duodécimo mes de mi de177

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cimocuarto año de vida. Hiciera lo que hiciera, estaban por allí observándome disimuladamente. La abuela me pidió que tuviera paciencia. —Ten paciencia, de todas maneras hay que esperar la luna menguante después de la fase astrológica para cambiar el sentido de la rotación de la espiral energética de las fuerzas de Escorpio. —¿Y eso cuando es? –preguntaba yo siempre —Ya lo verás, ya lo verás –replicaba ella —¿Y mientras qué hago? —Esperar y tener paciencia. —Ya, pues casi no me queda, ¿eh? Me la gasto aguantando que ellas me miren a todas horas como quien no quiere la cosa. A veces tengo la sensación de que lo hacen hasta cuando voy al lavabo —Hija, aprovecha esos momentos para encerrarte a reflexionar. Existe una ley universal sobre los ciclos de la vida y de la muerte. Los sueños reparan las energías del cuerpo, la muerte hace lo equivalente con el espíritu. Reflexiona sobre ello: sueño y vigilia, igual a vida; muerte y renacimiento, igual a evolución. —No entiendo nada, me estás hablando otra vez en código secreto –replicaba yo enfadada. —Ya lo entenderás, espera y ten paciencia –repetía riéndose. Cada vez que llegábamos a este punto de la conversación, se quedaba tan ancha y se marchaba sin que pudiéramos continuar. El último día de mi decimocuarto año, después de múltiples observaciones y rituales, contesté que aún no lo sabía. No sabía si quería ser la continuadora, la ejecutora de una 178

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profecía o una maga. El Consejo se reunió con la abuela y me aconsejaron pasar un año en casa de la Maga Suprema, ella estaba de acuerdo en ser mi tutora. Como tenía ganas de viajar, aquello me pareció muy guay. Todo se sucedió muy rápidamente, en una semana ya tenía billetes de avión, maletas hechas, gestiones de convalidación de estudios acabadas. ¡Increíble! Cosas de brujas. Me fui a Irlanda, no sin lágrimas, no sin sentir que dejaba atrás muchas de las cosas que creía que necesitaría, no sin miedo; pero me fui también con la ilusión que puede tener alguien joven cuando se marcha a un lugar desconocido. Y con Luna, mi hermana gata. Empezaba una época de grandes cambios. El resultado llegaría años más tarde.

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14 XIV LA TEMPLANZA El escalador

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llí estaba en otra cima, rodeado de nieve, cielo y sol. Solo. Se sentó unos minutos para respirar, cerró lo ojos. Atrás quedaba el alud y todo lo demás. Nada había cambiado al abrir los ojos. Terriblemente igual que antes: nieve, cielo y sol. Y nadie. Respiró. Un frío intenso coló por los orificios de sus nariz. Frío, frío. ¿Se había vuelto loco? Sin embargo, no podía negarse aquella sensación. Era como si un ángel le hubiera visitado y elegido sólo a él, el único (tan inexplicable como eso). Se sentía feliz. Sonrió sin atreverse a reír. Si no era felicidad, al menos era calma. ¿Calma sin razón de ser? Pero se dijo que lo más razonable era aceptarlo, y una alegría subterránea se apoderó de él. Nieve, cielo y sol. Y yo para verlo. ¿Era el júbilo de continuar con vida? ¿Estaría delirando? ¿Sin preocuparse por el descenso, sin apenas herramientas, ni comida ni nada? Optó por dejarse llevar por aquel estado tan patente. Si en realidad había sido un ángel, lo mejor que podría pasarle dadas las circunstancias es que lo fuera para ayudarle a salir de allí y llegar a la base. O guiar a alguien, a los que estaban abajo, para que le encontrasen. Cerró los ojos e inspiró. Gracias. Con calma podía decidir mejor por dónde iniciar el descenso. Se levantó y empezó a caminar pesadamente. 181

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La nieve crujía a cada paso. El regreso podía ser largo y duro, obviamente. Confiaba en que ya lo estuvieran buscando, bueno, si la base aún existía, claro. Alzó la mirada calculando que aún sería pronto para vislumbrar algún helicóptero. Aguzó el oído: sólo el crujir de sus pasos. Sólo te queda confiar, chaval. Sí. Rezó por primera vez, sin pedir nada, sino entregándose. Se dejó llevar por la fe y la paciencia. Por bendición o desesperación así lo hizo. Fue descendiendo casi sin darse cuenta, como deslizándose. Había momentos mejores y peores, pero en general todo parecía ir bien. Vio un pájaro. Tenía que caminar todo lo deprisa que podía para llegar a la base antes del anochecer; la situación seguía siendo apremiante y lo sabía. Precisamente los peores momentos eran los de recordarlo: lo sucedido y las horas anteriores y todas las cimas y escaladas y su agotamiento y el pasado y el futuro. Se obligaba a respirar y a refrescar la memoria con aquella sensación de ¿felicidad? Se parecía al mal de altura... De ligereza y felicidad. Todo continuaba siendo silencio. Otro pájaro. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Aprendió a contar sus escaladas, desde la primera, infantil, hasta las más escarpadas, las que podrían presentarse a partir de ahora. ¿Volvería a escalar? No era el primer accidente que vivía, ni la primera vez que salía bastante ileso, no era la primera vez que la muerte le arrebataba cuanto amaba, amigos, familiares. ¿Le habría arrancado algo de sí mismo? Quizás soñaba que estaba vivo. Se le ocurrió pensarlo porque se sentía más... más... ¿cómo decirlo? Más... ¿ligero? A pesar de todo. Con el pesar y con todo, con nada. Nieve, cielo, sol. Una nube. Un pájaro. Otro. Me gustaría descansar. 182

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Tenía que seguir moviendo de vez en cuando los dedos de los pies y las manos acompasadamente para desentumecerse. El frío era lacerante. Se le ocurrió que si se quedaba congelado allí, tal vez un hombre o una mujer dentro de muchos años le encontraría. Él seguiría siendo igual, pero más viejo que su descubridor. A lo mejor éste sería uno de sus hijos o sus nietos. Más viejo se sentía ahora mismo y más joven. Cuando llegara al primer sitio civilizado quería comerse un potaje, unas patatas a la riojana. Me muero por unas patatas a la riojana. Se echó a reír. El eco, las risas. ¿Y si dejara de escalar? ¡Qué locura! ¡Delirio, puro delirio! Uno de los mejores del mundo, con tanto por hacer aún. ¿Y por qué no? ¿Y por qué no dar un rumbo diferente a su vida? Bueno, todo lo que quería era unas patatas con su choricito, el pimiento, las cebollas, el tomate. Y una punta de guindilla al final. ¡Ah, el saborcito de la guindilla, del pimentón, del chorizo! Se detuvo para tomarse un buen trago de nieve. Le recorrió la garganta y el interior de su cuerpo como una corriente profunda. Paciencia y fe, seguir caminando. Seguía sintiéndose feliz. ¡Qué sin sentido tan maravilloso! Nieve, cielo, sol. Nubes. Pájaros. Quizás la montaña le había coronado. Nunca lo había comentado más allá de su grupo, pero alcanzar la cima era como estar más cerca del universo. Dilo, dilo, atrévete a decirlo. Pues sí, sí, ya lo digo, ya. Sí, era acercarse a Dios. También era una lucha de poder, demostrarse que la voluntad lo puede todo. Bueno, excepto en los aludes. ¿Se trataba entonces de la voluntad del hombre y de la de Dios? ¿Yo he luchado contra el universo demostrando que mi voluntad lo podía todo? 183

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Se frenó en seco. Más allá de la nieve, el cielo y el sol, su cabeza estaba repleta de imágenes que se sucedían montañas tras montaña, voluntad tras voluntad, cima sobre cima. Empezaba a atardecer, más le valía darse prisa. Nieve, nieve; cielo, cielo; sol, sol. Más rápido. Nieve, nieve, nieve; cielo, cielo, cielo; sol, sol, sol. Y lo vio. Estaba clarísimo. Amaba la naturaleza y se maravillaba ante cada nueva hierba que crecía, cada piedra. Sobre todo le sorprendía aquella especie de gran sistema regulador donde cada elemento parecía ocupar su sagrado espacio y a la vez abarcaba el universo; cada hierba en su momento justo, cada tipo de pájaro en su justa altura. Él había pensado que todo esto podía desafiarse porque era hombre, desde la voluntad para cruzar la línea de las alturas, más y más, contra viento y marea. Tantos años y sin darse cuenta. ¡Qué iluso! Pobre iluso. Entonces... ¿qué haría a partir de ahora? ¿Me quedaré sin nada de todo cuanto he logrado? Estaba corriendo. Hablaba consigo mismo, a falta de otra compañía. Para, para. No es prudente correr a estas alturas, no gastes el aire, no grites. Calma. Calma, ya verás cómo se suceden los acontecimientos, ya lo irás viendo. El corazón, sin embargo, seguía a un ritmo febril. ¡Ja, ja! Eso si llegas a la base antes del anochecer, macho. Por más ridículo que pareciera, sentía aquella sensación de felicidad que le impulsaba hacia delante o hacia donde fuera mientras recordaba, sí, recordaba toda su vida. ¿Destino? Lo vio, clarísimo y evidente. No era una ilusión. Bajaba y subía. Lo que quería y lo que era. Cimas y simas. Frente a él, todo. Nada había cambiado, pero se sentía feliz.

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¿Cómo estar seguros de que el escalador se salva? Una vez más, nuestro final depende de nosotros. Pero lo que no cambia es cómo actúa el ángel de La Templanza, un arquetipo que nos acerca a la felicidad incluso en la peor de las circunstancias. Tal vez sea precisamente debido a ello que el personaje de esta carta es un ángel, ¿quién podría hacerlo si no? También puede que fuera un delirio debido al mal de montaña, a la altura. Es un cuento, todo es posible. Si secuestramos al ángel de La Templanza podemos reaccionar como si no pasara nada, obligados a una felicidad políticamente correcta, sin importarnos cuanto nos sucede a nosotros o a nuestro alrededor, matando cualquier dolor con un muro de silencio y sonrisas. La felicidad de la Templanza genuina es bien diferente y está tan viva que puede convivir con el dolor y la tristeza sin dejar de sentirlos ni reconocerlos. ¿Sería una trampa del destino, del inconsciente o un recodo en el camino lo que le estaba sucediendo al escalador? ¿Si tú fueras ese escalador crees que también te sentirías feliz, tanto como él? Después de la carta XIII, se nos aparece este ángel en La Templanza, como absoluto protagonista. Nuestro héroe ha pasado por la transformación de la muerte, a la fuerza se ha tenido que quitar pesos de encima, quizás algunas de sus exigencias, algunas de sus máscaras. Nadie permanece igual después de una situación límite. Evidentemente se siente más ligero e incluso feliz, a pesar de que los problemas continúan y aún no ha llegado a su nuevo mundo. Pero sin tanto peso, su punto de vista se ha ampliado y está más relajado para seguir adelante. 185

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Con calma podemos sopesar y templar. Este sosiego no puede forzarse, se trata de un sentimiento vital que nace espontáneamente. De nada nos servirá obligarnos a estar calmados. Lo mejor es esperar a que este ángel nos visite, lo hará sin lugar a dudas, por eso es un ángel. ¿Has hablado con tu ángel de la guarda alguna vez? Si quieres que te visite, es mejor que no lo ignores, los ángeles pueden ser un poco tímidos. Te ha cuidado en múltiples ocasiones donde podías salir mal parado, ¿se lo has agradecido? Estar en contacto con un ángel requiere el mismo esfuerzo que estar en contacto con un buen amigo. Si no lo vemos, lo llamamos por teléfono. Le enviamos mensajitos, le deseamos lo mejor, cuidamos de él. Los escritores suelen citarse con sus musas, que son su especial ángel protector. Incluso muchos se han obstinado a lo largo de la historia en mantener una serie de rituales en el momento de la escritura para que sus ángeles se sintieran familiarizados con el ambiente y más a gusto y así los visitaran más. Imagina que tienes una cita con un amigo en el mismo café durante años y años para reproducir el mismo clima, la misma agradable sensación de intimidad. Hay lugares con ángel y también personas angelicales. Los cuidamos y los recordamos con afecto. ¿Por qué no hacer lo mismo con nuestro ángel? Si quieres dedicarle más tiempo, ve a tu espacio de meditación, aquel al que llegamos al bajar las escaleras. Llámale, déjate arrullar por su melodía. Charla con él. Pregúntale cómo puedes relacionar tus aspectos opuestos, déjale que te lo enseñe. Si hace mucho tiempo que no te encuentras con él, quizás deberás escribirle una carta para explicarle qué te ha pasado en todo este tiempo. Cuéntale que te gustaría 186

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mantener el contacto, coméntale sobre esa parte tuya que a veces se hace rígida, y la otra, que haría locuras, puedes mencionar todas tus partes opuestas, tu exterior y tu interior, todas aquellas que necesitan su mediación angelical. Será interesante observar qué te responde. Lo sabrás porque esta función del inconsciente no se manifiesta mediante creencias ni opiniones. Luego te tocará a ti tomar cartas en el asunto que te concierne; el ángel es inspiración, no es acción. La Templanza es una carta que nos habla de las artes, la música, los líquidos, la moderación, el equilibrio, la autorrealización y señala nuevos horizontes. Éstos y no otros son los mensajes que te trae tu ángel. No esperes que acudan a ti en forma de grandes discursos con sonoras trompetas, puesto que su música es delicada y, por supuesto, angelical. Para acercarte a esta parte de ti necesitas aligerar cuanto te resulte pesado como si lo cubrieras todo con el aliento de un ángel. Este tipo de inspiración lo encontrarás en cualquier manifestación artística y sobre todo en las artes plásticas y en la danza. Procura ir a más exposiciones, a espectáculos de danza, por ejemplo. Ponte una música y báilala como te venga en gana. Pintarrajea lo que quieras. Muévete y pinta. No has de ser un famoso pintor, ni ejecutar una obra de arte. Lo que este ángel te pide es que te expreses de manera poco racional, dejándote llevar por un ritmo interno que sólo puede ser angelical. ¿Hace mucho que no bailas con tu ángel?

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Ese año ya no tenía a la abuela para que me contara los cuentos, pero sí que los hubo. Eran un poco diferentes, tenían otro tono, pero me gustaban. Vivía en las afueras de Gallway, una pequeña ciudad costera muy coqueta en Irlanda. La Maga Suprema me tomó bajo su tutela como la hija que no había tenido. Era una mujer mayor muy juvenil. Fue como un ángel protector. La Maga Mayor me pidió ante todo que olvidara la premonición por un tiempo y que nos dedicáramos a conocernos. Pudimos pasar mucho tiempo juntas porque no tenía muchos deberes del instituto. Encendíamos la chimenea, tomábamos té, charlábamos. Otras veces nos quedábamos en silencio o leíamos. En aquella casa había libros preciosos. Era una casa abierta a las visitas. La gente entraba y salía como si estuvieran en su propia casa. Muchas veces aparecían sin previo aviso. Yo me sentía muy bien allí dejando que las cosas simplemente pasaran. La Maga Suprema se ocupaba de que así fuera. Su responsabilidad era tremenda. Sabía que yo pasaría por una prueba y quería que reuniera fuerzas y recursos a la vez que toda la flexibilidad posible para tratar asuntos complicados. Cuando ella consideraba que no podía hacer nada, recurría a lo que llamaba su «método líquido»: unos vasitos de una bebida de tonos azulados y violáceos. Consideraba que la dosis justa obraba como una medicina. El resultado era que yo o bien hablaba demasiado o reía demasiado o me quedaba completamente dormida. Todo esto le parecía altamente satisfactorio. Sostenía que era importantísimo reírse con lo serio y tomarse en serio la risa. También consideraba que dormir, perder el tiempo sin hacer nada o 188

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emplearlo charlando era lo mejor que una jovencita podía hacer. Bien... ¡pues colmé sus expectativas! También me enseñaba a conocer el tarot. Siempre practicábamos conmigo, porque consideraba básico que aprendiera a tomar distancia de mí misma, a alejarme de mi propio centro. Aprendí a colgarme de un árbol boca abajo y a bailar en aquella postura. Me enseñó a tocar música con copas de cristal llenas de agua hasta obtener los sonidos que conducen a estados alterados de la conciencia. Insistía mucho en que me olvidara de mi ritmo y me concentrara en el del cristal. Una bruja no debe ser completamente inconsciente, pero ha de olvidarse de sí misma. Esto sólo fue al principio, durante las primeras lecciones, porque una vez asimilado el ritmo del cristal, tenía que incorporar el mío. La Maga Suprema tenía una pedagogía especial. Fue muy divertido. Dimos muchos paseos por el bosque. Reconocer los árboles no sólo por sus hojas sino también por su forma era una parte esencial, así como saber distinguir las hierbas unas de otras con sólo mirarlas. Lo que más me gustó fue el estudio de las nubes. Mirar el cielo es fundamental. Poco a poco fui aprendiendo a considerar el cielo y la tierra. No hay día o noche en el que una maga no se dedique a ello con total seriedad. Además tenía que pasar cada día un buen rato escuchando música sin hacer nada más. Y dedicar un tiempo para contemplar la luz y la sombra. La Maga Suprema concedía capital importancia a estas dos actividades, pero sobre todo a la música. Me fueron asignadas algunas tareas. La más importante consistía en preparar la habitación. Antes tenía que limpiarme, cambiarme de ropa, tomar una infusión de rosma189

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rino y meditar. Todo en absoluto silencio y con la mayor concentración. Es necesario estar limpios tanto por dentro como por fuera. El rosmarino es un poderoso astringente. La meditación higieniza la mente. La habitación era un cuarto muy austero que debía limpiar concienzudamente cada día, hasta cada uno de sus rincones. Más adelante pude también encender la vela que se coloca dentro del cuenco azul. Esta luz, que es la única que alumbraba la habitación, representa la luz de la sabiduría. También estaba presente para los ángeles que nos protegen.

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15 XV EL DIABLO Acqua

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a llamaron como a la Virgen de las Aguas porque había nacido en un manantial escondido en las cuevas de una montaña, donde la tribu de su madre se había refugiado escapándose de los bárbaros. Quizás por ello, quizás por el inconsciente eco de la huida, en su alma nunca asomaban las lágrimas de su rostro. Acqua fue una brava guerrera que no conoció la derrota ni la piedad en la justicia de sus actos. Era un perfecto guerrero que cumplía a rajatabla como propios los códigos que regían a la estirpe de los valientes. No era impía, simplemente desconocía todo sentimiento y no los reconocía, en consecuencia. Bondadosa y fiel, antes de cada acto necesitaba pensar en las líneas dictadas por el Gran Libro de los Códigos. La tribu de las diosas guerreras la encontraron en la misma cueva en la que había nacido cuando acababa de cumplir seis años. Lo primero fue olvidar que estaba sola, y lo olvidó. Después tuvo que internarse en el valle de los volcanes para pasar allí las quince noches de férreos cielos. En cada una de ellas se comería una de las páginas del Libro Sagrado. Al regresar la recibieron con su nueva espada. Ningún escudo, ya que las guerreras peleaban a pecho des191

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cubierto aun antes que las terribles amazonas, más fieras que ellas. Tenían por único escudo su lacerante mirada. Acqua fue llamada por los dioses a cumplir su destino y fue la única sobreviviente después de la Gran Tormenta. Una vez más sola, sin raíces en ningún lugar. De aquí en adelante ya no recordaría si lo había olvidado o no. Al despertar vio el asentamiento arrasado de cadáveres destrozados. Se levantó, encontró su espada y la de su maestra, dio media vuelta y se marchó. A cada paso de las cien noches aulló al cielo: no me importa. Acqua no lloró. Se dirigió al país de los nibelungos, donde el rey Iracundo la recibió como a la hija que le hubiera gustado tener. Su fama de gran guerrera, sin duda, la había precedido. Cada vez que Acqua blandía su espada, el reino se hacía más poderoso. El rey se sentía feliz de haber encontrado alguien que peleara por él ya que a veces estaba cansado. Sus guerras más recientes eran las que entablaba consigo mismo, tan iracundo como con sus enemigos, que le habían dado aquel nombre que le gustaba lucir como un estandarte de reconocimiento regio. En sus propias batallas empuñaba sus armas y con ellas arreciaba contra el viento en rayos y truenos. A medida que el rey sufría por su cansancio y por lo que él no acababa de reconocer, Acqua accedía más y más a sus caprichos. El rey Iracundo, ciertamente, se alimentaba de la juventud de ella y de su fortaleza en secreto. Un gran secreto. Acqua, por su parte, se sentía acogida en el seno de la familia guerrera secreta de ambos. La sagrada fidelidad debida la convirtió en la mejor guardiana de los derechos del rey, la reina y las ocasionales consortes que todo guerrero que se precie debe tener. Acqua no necesitó rechazar el cor192

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tejo de otros príncipes y bravos guerreros, simplemente los ignoraba porque no se percataba de ellos. Tampoco necesitó defender a sus amigos de las iracundias reales porque las daba por normales, al fin y al cabo él era el rey y sus víctimas debían atenerse a ello. Sin embargo, como era fiel a sus códigos intentaba que en otros reinos acogieran a los destruidos. En secreto, siempre en secreto. Sus más antiguos amigos se iban sin poder despedirse de ella. Ella se debía a su reino y al rey, sobre todo a su deber. Ahora que ya era más fuerte podría defenderlos ella sola más allá de todo y de todos. Ahora no habría ni bárbaros ni tormentas que la alejaran del lugar al que finalmente pertenecía. Sin darse cuenta, porque es verdad como la luz del sol que no lo notaba, empezó a criticar a los amigos que no cumplían con lo que se esperaba de ellos. Cuando el rey urdía tramas oscuras contra ellos, que Acqua a veces conocía y a veces suponía, ella callaba, pues ciertos asuntos no debían ser de su incumbencia. Ello se debía a que sus entrañas habían desaparecido. En su lugar se enredaban frases larguísimas, las que antaño comiera en el valle de los volcanes. Las mismas frases que habían figurado en aquel Libro Sagrado y que se habían desprendido del papel. Eran frases y palabras vivas que se alimentaban de su cuerpo muy lentamente, a medida que ella misma se las repetía en su convicción del deber. Pero todo esto le era desconocido, sólo lo hubiera desvelado un gran mago que nunca se dejaría ver por aquellos temidos reinos del rey Iracundo. Para ella los dolores de un guerrero significaban su trofeo más preciado, estaba orgullosa de ellos. Apenas consentía que los brujos le prepararan brebajes. Ella era la más fuerte y 193

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ningún dolor la derrumbaría. Poco a poco también olvidó este dolor, como borrara tantos otros. No sólo era la más fuerte, sino que la consideraban la más leal y la más férrea luchadora. Era el guerrero preferido del rey, quien a medida que aumentaba en su debilidad le exigía a ella más y más, cada vez más sacrificios. Un día cualquiera Acqua fue a visitar a unos amigos, pero al llegar a su casa no les encontró ni tampoco a los amigos de éstos ni a los amigos de los amigos de aquellos. Luego averiguó, porque el rey se lo confesaría, que se habían marchado. El rey había callado «comprendiendo» el dolor que podía causarle tan tristes noticias y sin lugar a dudas sus amigos se habían ido sin despedirse por la misma razón, le confesó él durante una larga charla de padre a hija. Los días eran triunfales, el rey la colmó de elogios y una vez más le prometió que mientras estuviera allí con ella, Acqua no tendría ocasión para la soledad. Para demostrárselo, la nombró, ante los ojos de todos, su hija predilecta. Ya lo era, ya había gozado de los derechos y deberes de vástago preferido entre todos aunque no lo fuera de sangre, pero ahora todo el reino fue testigo de las palabras de su soberano. Acqua se sentía árbol de legendarias raíces en la gran tierra. Ni siquiera sospechó que estaba encadenada. Levantó sus espadas al cielo y agradeció a los dioses aquellas dichas con maravillosas ofrendas. Ahora estaba claro a los ojos de todos que ninguna consorte tendría su valor. ¡Además ella era más pura que ellas y más valiosa por imperecedera! Las tareas encomendadas a la guerrera Acqua eran cada vez más difíciles. Ella no rechazaba ninguna pues sabía que sus esfuerzos y su valentía siempre vencían, debían vencer 194

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a toda costa. Sus batallas tenían lugar en tierras cada vez más lejanas. Acqua forjó un buen ejército personalmente, soldado a soldado, guerrero a guerrero. Nunca estaba del todo satisfecha, pero como era una leal guerrera se ocupó de cada detalle en silencio. Consiguió sentirse fuerte como en una bandada de águilas, donde todos eran hermanos más que amigos. Peleó contra las fuerzas de la perversa reina Lami, antigua amante del rey Iracundo, que se servía de cualquier arte o arma para aumentar su reino y su poder ante los pueblos que le rendían vasallaje. La reina Lami era especialmente peligrosa pues conocía el secreto del canto de las sirenas negras y se hacía ayudar por la gran bruja Wika. Esta hechicera reunía amplios poderes. Había arrebatado a otros magos y humanos sus corazones manteniéndolos en lo alto de la inexpugnable Montaña Helada. Después de tres años lunares de continua lucha, Acqua venció, pero perdió la visión. La reina Lami y la bruja Wika, antes de desaparecer, pronunciaron el conjuro por el cual sus ojos se helaron. El rey Iracundo la recibió con una gran sorpresa. Debían hacer un pacto de sangre mediante el cual parte de su fuerza animal pasaría a ella y con ello podría orientarse en la oscuridad como los murciélagos, para seguir siendo invencible. Acqua se sentía fuerte como el fuego de tan ligera y poderosa a la vez. Todos sus sacrificios se veían recompensados: hacía de sí misma la hija de sangre del rey. Acqua era feliz porque había encontrado una familia. El rey, orgulloso de sí mismo, mandó que los cuervos reales difundieran la gran noticia. Los cielos se llenaron de grandes nubes negras danzantes, el sol no brilló durante quince días. 195

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Los que habían sido amigos de la guerrera Acqua y que aún lo eran en sus corazones, vivían muy retirados, pero incluso ellos recibieron la noticia. Si su pena ya era grande antes, se hizo mucho mayor ahora. Recordaron los acontecimientos que habían hecho que el rey Iracundo ganara su nombre, hechos que se remontaban en el tiempo, cuando le correspondía estar en el cielo. Allí ocupaba un puesto importante en la Corte Celestial. Pero prefirió instalarse en las tierras subterráneas porque había creído merecer mejor trato y más autoridad. Entonces él había declarado que quería una gran corte de súbditos seguros y complacientes a los que tentar con sus maravillosas promesas. Era Iracundo y le complacía dominar un gran pueblo. Los amigos de Acqua recordaron estos dolorosos hechos y otros aún más. A pesar de todo no habían olvidado los momentos de franca amistad que les había unido a Acqua. Llamados por el amor de la amistad de estos humanos, al pueblo llegaron los elfos, las hadas y todas las criaturas del bien. Se reunieron todos en el gran círculo. Habló el Hada Blanca: —Amigos todos, a partir de hoy no olvidéis propagar la noticia que os digo. El oscuro usa maneras dulces de inocencia e ingenuidad para introducirse en las almas, para trabajar como un astuto asesino en ellas. Su espada no está controlada y por eso mismo puede herirle a él también. Como el murciélago, puede ser hábil en la oscuridad. Pero escuchad, humanos, que en nosotros los espíritus superiores está la contemplación del tiempo único. Sabemos que algún día el hombre aprenderá del murciélago a volar a ciegas para el bien y podrá conocer al Diablo para aprender a protegerse de sus ataduras. 196

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La noche se llenó de luz mientras los espíritus seguían hablando. El Hada Blanca continuó: —Después de que la princesa Acqua tome la sangre del Soberano Iracundo y sólo después, regaladle esta copa de agua, que es de aquel manantial regio donde naciera. Por un instante podrá verse reflejada en él y comprenderá que Lucifer, el Portador de la Luz, es un ángel caído que anida dentro de cada uno de nosotros. Nos incumbe conocerle para que sus cadenas no se reproduzcan y para que no nos domine. Los cuernos que ostenta están en su casco y no en él. Su fuego dorado no le es propio, sino que pertenece al divino oficio de mensajero. Si logramos recordar estos celestiales hechos en la encrucijada del bien y del mal y asumimos la Gran Elección, sólo entonces, ante esta opción asumida, seremos libres. Y así lo será Acqua. Si se niega a enfrentarse a su propia imagen y a su propia oscuridad, ya no será humana y perderá su corazón y su alma. El Gran Mago también habló y esto dijo increpándoles con una última advertencia: —Nuestra cabeza es sólo el final de nuestro cuerpo. Que Acqua no considere su decisión únicamente desde allí pues se enfrentará a sus recuerdos, a su dolor, sus prejuicios y herencias así como a sus debilidades. Si no siente su corazón y olvida sus creencias, se perderá por siempre jamás en la más profunda sombra. Nos inclinamos todos, me entregaron la copa dentro de un huevo de cristal que la protegía. Hay momentos en los que un pequeño acto que podría pasar desapercibido afecta a toda la humanidad. En la eterna lucha entre el bien y el mal, salvar a Acqua era salvar a toda la humanidad. Emprendimos el viaje lo más rápido que nos fue posible. Nos 197

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llevaban los ángeles en sus carros alados. Desde el cielo contemplamos el inicio de la macabra ceremonia y descendimos para rendir fingida pleitesía. Llegamos anunciándonos como portadores de un regalo para Acqua, nuestra antigua amiga. El rey, obviamente, estaba contrariado pero nada en nosotros pudo sospechar pues se sentía despreocupado como un niño, concentrado en su propio poder, absorto por su juego. Acqua, al igual que él y los demás, lucía la expresión de quienes presumen de madurez controlando sus actos. Sin embargo, ante nuestra aparición se culpaban unos a otros bien de habernos invitado, bien de haberlo olvidado. La ceremonia prosiguió de manera automática, ella bebió la sangre del rey y al final obsequiamos a Acqua con nuestro presente. El rey entonces se apresuró a hablar. —Hija mía de mi sangre, te increpo a que te reconozcas a ti misma, tú lo abarcas todo dentro de ti misma mientras yo no existo. Ya no te hará falta más de mi sangre, ni más sangre ni esta agua, ya no hace falta nada, no tengas prisa. El sentido del deber aún la llamaba y si sus antiguos amigos le hacían un honor, ella debía aceptarlo. Así lo hizo bebiéndose el agua de un inocente trago. Lo que sucedió después es inexplicable. Habría sido como nos había anunciado el Hada, Acqua se habría visto a sí misma con plena conciencia. Se habría visto poseída por su único y solo proyecto, se habría observado excluyendo todo lo demás dominada por su propia desconocida oscuridad... Lo que sucedió fue inexplicable. Acqua empezó a reír, reía divertida. Fue... ¿cómo explicarlo? Acqua se miraba en la copa, asentía, temblaba y reía. De todo lo que vimos nada más referiremos. Dice nuestra poderosa reina Acqua que ahora se siente fresca 198

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como el agua y cristalina. En su mano, noche y día, lleva un espejo. Quizás le recuerde aquel momento en que se vio reflejada en la copa de agua... ella sólo dice que es para tener presentes su reflejo y su sombra a todas horas.

Esta vez nos ha tocado una larga historia. Muchas veces las circunstancias y determinadas personas pueden conducirnos a caminos tan insondables como el de Acqua. A álguien como Acqua, con tan increíbles experiencias vividas seguramente le habría hecho falta un gran milagro o una gran caída para darse cuenta de cuanto le estaba sucediendo. En algún momento Acqua perdió su humanidad por ceguera. Las cosas seguían sucediendo, pero ella no las veía y no quería verlas. Pero pongámonos en su lugar, no es tan fácil darse cuenta de lo evidente cuando no lo vemos. Ya pueden venir nuestros amigos a referírnoslo, ya pueden pasar multitud de hechos... ¡y nada! En algún momento sucedió algo que volvió fría y ciega a Acqua. ¿Se puede revertir como un hechizo? ¿Cuándo empezó a no darse cuenta? En algún momento pensó que cumpliendo con ciertas normas se salvaría formando parte de un núcleo que para ella había desaparecido. Sin embargo no se salvó, sino que poco a poco fue condenándose. ¿Por qué no se salvó? En lugar de sentimientos se fue llenado de palabras e ideas. ¿Puede que no sea tan casual que el Rey Iracundo le ofrece su sangre justo cuando ella ya se ha vuelto completamente ciega? Sólo la Gran Alianza y el amor de sus amigos pudieron ayudarla, nadie más podía hacerlo. Debo insistir: a veces necesitamos un gran milagro para salir de la oscuridad. No 199

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basta con salir; una vez fuera, queda la memoria y la necesidad de no volver atrás. ¿Qué utilidad tendrá, entonces, el espejo que Acqua lleva siempre consigo? La carta del Diablo suele dar miedo. A otras personas les parece divertida. Al fin y al cabo se le ve allí con ese plumero ridículo y sacando la lengua. Se vea como se vea, no hemos de olvidar que hay dos figuras deshumanizadas que están encadenadas. Incluso parece que podrían soltarse, si quisieran. Es evidente que las controla mentalmente. Tiene una gran fuerza. La carta del Diablo es tan ambigua como este personaje. También es necesario no olvidar que en el tarot ninguna carta es completamente negativa o positiva, sino que se trata de fuerzas y dependiendo del uso que de ellas hagamos estaremos aprovechándonos de su aspecto negativo o positivo. Cada carta permite que cada uno vea en ella lo que más necesita y lo que más teme. Hay situaciones en la vida en las que para defenderse habrá que ser un poco diablillo. Será sano que durante este proceso nos acompañe un sentimiento de culpa por haber hecho algo no muy bueno. Si están a punto de matarte y haces algo por defenderte, algo cruel, es muy posible que te sientas culpable. Esta culpa te estará diciendo que eres una persona con sentimientos que no te gusta hacer este tipo de cosas. El Diablo puede salvarnos la vida en tales ocasiones y la culpa que sentimos salva nuestra alma. Pero es necesario saberlo, identificarlo. Puede incluso que tengas un jefe del tipo del rey Iracundo. Más te vale volverte un poco diablo para enfrentarte a él mientras te buscas otro trabajo. Los ejemplos pueden ser muchos. La 200

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carta de El Diablo hace referencia a una extraordinaria fuerza, que en muchas ocasiones nos ayuda a sobrevivir. Es entonces cuando transformamos el murciélago en radar. El que esta carta aparezca en una tirada no quiere decir que seas una persona terrible, hay que ver en qué contexto se muestra su fuerza. Si estás en una situación donde no iría nada mal que te negaras de forma rotunda y no encuentras la energía para hacerlo, pues es mejor que le pidas a esta carta un poco de ayuda. ¿Te cuesta decir que no? A veces es necesario, ¿verdad? Sobre todo si te enfrentas a situaciones en las que intervienen otros diablillos. Volvamos a leer las palabras del Hada Blanca: —Amigos todos, a partir de hoy no olvidéis propagar la noticia que os digo. El oscuro usa maneras dulces de inocencia e ingenuidad para introducirse en las almas, para trabajar como un astuto asesino en ellas. Su espada no está controlada y por eso mismo puede herirle a él también. Como el murciélago, puede ser hábil en la oscuridad. Pero escuchad, humanos, que en nosotros los espíritus superiores está la contemplación del tiempo único. Sabemos que algún día el hombre aprenderá del murciélago a volar a ciegas para el bien y podrá conocer al Diablo para aprender a protegerse de sus ataduras. Es importante reconocer la fuerza de este personaje para transformarla o para no tomarla a ciegas. Una vez más te pediré que te dirijas a los poetas, quienes también han ilustrado el aspecto diabólico de la humanidad. Los mejores libros que he leído al respecto son tres y pueden servirte de inspiración: 201

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1. Cartas del diablo a su sobrino, de C. S. Lewis, contemporáneo de Tolkien y uno de sus mejores amigos, que escribió maravillosos libros para niños y otros para adultos, entre ellos Dios en el banquillo. 2. En La caída, Albert Camus, el Premio Nobel, nos ilustra la historia de un personaje que desafía la vanidad de su ego para enfrentarse a sus propios demonios. 3. El hombre de Londres, de Georges Simenon, que como en la mayoría de sus novelas relatan a la perfección cómo un personaje se ve dominado por su sombra oculta. La fuerza de esta carta se vuelve peligrosa si no la vemos, por eso es tan absolutamente importante conocerla. ¡Fundamental! Nosotros, como Acqua, necesitamos un espejo donde se refleje nuestra parte más oscura para no perderla de vista. Conocerse no es sencillo y cuando nos determinamos a conocer a fondo nuestros aspectos más oscuros podemos sentirnos presos del miedo, pero es la única manera de liberarnos: iluminar la sombra. La sombra provoca que estemos tristes sin razón aparente, furiosos sin razón aparente o ansiosos, también sin razón aparente. La misma que no nos deja dormir o que nos inunda de pesadillas. Si quieres empezar a ver esta zona, basta con que prestes un poquito de atención a lo que más te molesta de las personas que te rodean. Es importante que te moleste mucho, incluso que no lo soportes. Lo ves fuera, en otras personas, como parte de un proceso de proyección o reflejo. Porque sólo se puede reconocer fuera lo que ya tenemos dentro. Puede que descubras que el egoísmo, el excesivo control o la indiferencia también están en ti. Esto no significa que tal o cual persona deje de ser odiosa. Para colgar un «buen» 202

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vestido se necesita una «buena» percha. Sin embargo esta persona te aporta una información adicional, puesto que ella es tu espejo, allí puedes ver aspectos que te son propios y que tenías escondidos. No eres abominable, simplemente humano. Entonces podrás estar alerta cada vez que aparezcan estos aspectos. Algunas veces te ayudarán y otras, pues no tanto. Son éstas las situaciones que podrás transformar, ya que sabrás que existen. Es un aprendizaje interesante de responsabilidad. La tentación es la especialidad del personaje de la carta XV y siempre intenta que creamos que no existe. Por eso mismo es tan importante tener el espejo siempre muy cerca, donde podemos verle bien.

Cuando en mi 16 cumpleaños recibí este cuento, lo primero que pensé fue que algo de este tipo jamás me ocurriría. Era evidente que entre Acqua y yo había un abismo y esa distancia estaba, cómo no, a mi favor. Yo pertenecía a una familia de brujas y había aprendido a buscar el conocimiento, a mantenerme alerta. Así se lo comenté a la Maga Mayor, quien con una sonrisa me dijo: —Cuanto mayor es la luz, mayor es la sombra. Menos mal, porque hace falta mucha luz para enfrentarse a una gran sombra. —¿Nunca me veré libre de esta sombra, nunca desaparecerá? —Bueno... Lo mejor que puedes hacer es reírte, vivir y aceptar que puedes inocentemente creer que te verás libre de tu sombra. 203

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—¡Yo soy una buena persona! –grité, a punto de llorar. —¡Claro que lo eres! Pero también puedes no serlo, puedes... no sé... intentar culpar a otros de tus errores, sí, eso es muy humano. ¿Sabes?, les pasa a las personas que han tenidos experiencias muy dolorosas. Puedes enamorarte y seis meses más tarde aborrecer a la persona de quien te enamoraste locamente seis meses antes. Eso también es muy humano. Quizás fuera un mal bicho, pero tú no quisiste verlo al principio. Eso también es muy humano. —¡Uf ! No entiendo nada. —Simplemente mantente alerta, no creas que no puedes hacer o hacerte daño. Tus poderes se han ampliado y debes mantenerte vigilante para no usarlos impunemente o para que no intenten robártelos. Trátalos como una joya de gran valor, no la enseñes por doquier, tampoco la escondas. Y se quedaba tan ancha, con una dulce sonrisa, mirándome fijamente; en esto se parecía mucho a la abuela. Empecé a preguntarme si no estaría haciendo daño a mi familia con mi rechazo a seguir la tradición. Me encerré en mi habitación a indagar dentro de mí, pero todo se volvió más confuso aún. Estaba hecha un lío. Como habíamos pactado no hablar sobre el tema de la Premonición, tampoco me atreví a plantearle a la Maga Suprema mis dudas al respecto. Pero como yo no era capaz de ver en este asunto, pensé que lo que mejor podía hacer era buscar a un mago ajeno, que con su objetividad me diera más puntos de vista. No me fue fácil encontrar uno, pero di con él. Se dio cuenta de que éramos de mundos afines, enseguida, sin que yo dijera nada. Estuvimos hablando mucho rato, aunque me cuidé mucho de no soltar prenda. 204

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Me encantó escucharle, era cultísimo y además conocía muchas historias. Me hablaba con voz dulce, como si me entendiera perfectamente y sintiera lo mismo que yo. No acabamos la consulta en la primera cita, así que volvimos a vernos. Luego aquello se prolongó porque cuando nos poníamos a hablar se nos pasaba el tiempo. Comprendía perfectamente mi situación, al final sí que tuve que contarle algo, pero sólo un poco. Me habló del poder de elección que tenemos todos, de nuestro derecho a la libertad. Era exactamente lo que yo defendía sobre mi postura. ¡Al fin alguien que quería escucharme! ¡Y me entendía! Me ayudaba muchísimo y me sentía menos culpable por la decisión que estaba a punto de tomar. Mi respuesta final sería negativa, no quería ser una iniciada ni dedicar mi vida a la magia. Ya me sentía segura. Cada día estaba más contenta y poco a poco pensé que tampoco me interesaba continuar con los pequeños trabajos como la limpieza de la habitación. Debía encontrar el mejor momento para comunicárselo a la Maga Suprema. Ella no se opuso. Convenimos que ayudaría más en la limpieza de la casa y en el cuidado del jardín. Eso le parecía bien con tal de que yo colaborara de alguna manera. Una tarde que íbamos a visitar a una amiga de la Maga Suprema nos cruzamos por el camino con el Mago. Me pareció extraño que ella se mantuviera aparte. Luego me preguntó: —¿Conoces a ese hombre? —Sí, sí. Es muy interesante y ... –pero no me dejó acabar la frase. —Debes saber que siempre te dejaré hacer tu camino. Y no se dijo nada más. Por más que yo insistiera. 205

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Las magas a veces pueden ser raras, comportarse de manera incomprensible. Aquel silencio no tenía nada de extraño para mí, estaba acostumbrada a sus secretos. Yo cada vez pasaba más tardes con el Mago. Me gustaba todo lo que me contaba, las viejas historias que me relataba. Un día me presentó a su sobrino. Un chico un poco mayor que yo. Encantador. Y muy atractivo. Sucedió que ya casi no me quedaba tiempo para estar con la Maga Suprema. La echaba de menos, pero también me apetecía estar con aquel chico. Empezamos a salir juntos. Sobre todo por las noches. Había fiestas increíbles en aquella pequeña ciudad de las que yo apenas había sabido nada. Él estaba en una situación similar a la mía, pero él sí quería continuar la tradición. Me enseñó sus libros. Estuvimos a punto de hacer un conjuro juntos para sellar nuestros destinos. Pero le faltaba una parte que su tío no quería enseñarle. Yo sabía que en los libros de la Maga Mayor podría encontrarla. Como me faltaban los conocimientos para ello, acordamos que yo le llevaría el libro. Él podía interpretar perfectamente lo que yo no sabía porque, como ya he dicho, él era un iniciado. Yo sabía que ella no quería en ningún modo que sus libros abandonaran la casa. Tampoco podía enseñarlos a extraños sin su consentimiento. Él era demasiado tímido para venir a casa. Yo tardaba en coger el libro y él se impacientaba. No acaba de comprender que yo no quería ser desleal a la Maga. En juego, según sus palabras, estaba nuestra unión. Yo debía decidir hasta qué punto me importaba nuestro amor y hasta qué punto quería arriesgarme. Entonces él me abrazaba porque yo era lo que más le importaba en el universo. Yo le aseguraba que estaba enamorada, pero que no podía 206

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sacar el libro de casa. Pasaban los meses. Yo era feliz. A veces pensaba en lo que la abuela nos había dicho a Victoria y a mí sobre nuestro futuro amoroso en nuestras vidas. Supuestamente mi gran amor aparecería cuando tuviera veinticuatro años y para eso faltaba mucho. Mucho más adelante la vida me enviaría un hombre más joven que yo, que llegaría desde lejos y con quien finalmente sería feliz. A Victoria la esperaba un hombre del desierto que la cubriría de pasteles, decía la abuela. Pensaba en ello durante estos días en los que estaba completamente segura de haber encontrado al gran amor de mi vida, a pesar de todos los pronósticos. Estaba enamorada. Flotaba, estaba en una nube. Un día, después de una discusión sobre los sacrificios que yo no era capaz de hacer por nuestro amor, lo intenté. La Maga Suprema me vio. Me pilló justo en el momento en que estaba poniendo el libro dentro de mi bolsa. Le supliqué que me diera el conjuro al menos, le expliqué entre lágrimas lo que significaba para mí, para nosotros, que nuestra unión estaba en juego. Pero me obligó a ir a decirle a él que jamás tendría el libro. Después de eso él desapareció. Lloré muchísimo. No lo encontré por ninguna parte, ni a él ni a su tío. Me puse enferma. Vino la abuela a buscarme y nos fuimos. Durante mucho tiempo culpé a la Maga Suprema de mi desgracia. Tardé algún tiempo en comprender cuanto había sucedido.

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16 XVI LA TORRE La princesa Muna

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a princesa Muna nació en primavera. Su padre no la vio entonces porque estaba en la guerra. Por eso su madre, la reina Kali, la miró y observó por los dos durante horas y horas. La imaginó reina del reino reservado a los hombres. Ya no tendría más hijos y sería Muna la que redimiría los deseos de su madre de gobernar de manera justa y bella, como nadie lo habría hecho antes ni después, sin guerras de hombres y con la fuerza que sólo tenían las mujeres. Su amor haría de su hija invencible. La pequeña no tendría que perder lo que ella, la reina consorte, había tenido que enterrar. Por supuesto tendría que enseñarle a ser perfecta, señora de los placeres y las virtudes, para que nadie osara derrumbarla. La Reina vio y además lo previo regiamente. Lo planeó todo hasta comprobar en su mente con exactitud cómo su propia historia sería diferente. Entendió por qué el Señor del universo le entregaba aquella mágica oportunidad mediante un pequeño ser maravilloso. Desde el primer instante en que la cabecita de Muna asomó al mundo la Reina decidió ofrendarse a ella para hacer real una gran obra, un gran destino, aquel mismo que le había sido arrebatado. La princesa sería más fuerte y más bella que incluso ella misma, su madre. Estos y otros eran sus 209

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maternales deseos para evitarle los sufrimientos y el gran dolor que había tenido que padecer y callar. Y así fue. Desde muy temprana edad la pequeña princesa jugaba con los más extraordinarios artistas, que fueron oportunamente convocados a la corte. La Reina sonreía de satisfacción cuando la infanta asombraba a todos con sus conocimientos sobre pintura, arquitectura y las más excelsas artes del espíritu ya desde muy pequeña. En el reino fue prohibida toda música malsonante y vulgar para que los menudos oídos sólo se regalaran con bellos acordes. Asimismo la pequeña debía pasar cada día cierto tiempo en la cocina para templar su carácter en los quehaceres más insignificantes. La niña fue aleccionada especialmente por su madre en el goce de la lectura y la filosofía, en los deberes, en la perfección y el temple de su espíritu. Los magos de la corte se resistían a aceptar aquella disciplina, pero con fe observaban taciturnos los ojos vivaces y contemplativos de la niña. La Reina les replicaba que si un niño debía ser entrenado en el duro arte de la guerra, no menos debía esperarse de una hembra. Los magos callaban porque la reina no les escuchaba. Les hubiera gustado que la niña jugara más, cantara canciones menos estudiadas y que sobre todo no se viera obligada a repetir la vida de los niños soldados. El Rey permanecía la mayor parte del tiempo ausente en tierras distantes y en guerras remotas. Cuando se encontraba en la corte permanecía distraído y ausente. Evitaba contrariar a la Reina porque también él temía sus exabruptos y su ira. El Rey callaba porque la Reina era furiosa como sus enemigos y en la corte no quería recordarlos. 210

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La princesa fue convirtiéndose en una mente brillante muy admirada por todos. A veces, sin darse cuenta, se interesaba por la caza y los juegos de caballería. Le hubiera gustado jugar a aquellos juegos, ya que no conocía ninguno. Quien sí lo apreció fue la Reina, que temió que la princesa se volcara al mundo de los caballeros reconociendo la primacía de que hacían gala. La Reina sintió que debía, lo antes posible, proteger a la princesa de aquel mundo que reservaba las aventuras y los reinos para los caballeros y abandonaba el resto a princesas casamenteras. Su hija algún día gobernaría y sería la primera Reina por derecho propio de un reino bello y justo, tal como ella hubiera deseado para sí misma. La guerra una vez más estalló. Los caballeros partieron con sus lanzas y estandartes, sus juegos, sus cazas y con ellos partió también el Rey. La princesa se quedó muy triste viéndoles marchar entre risas y canciones. Lloró una vez más sin que nadie lo supiera, solía hacerlo a menudo. Su fortaleza lamentaba no ser como el escudo de los caballeros. Sus lágrimas lamentaban no ser perlas. En realidad, ella lamentaba no cumplir los deseos de su madre siendo la mejor con la fuerza más bravía y las lágrimas más delicadas, tal como había leído en los libros en que los poetas retrataban las cortes celestiales. La reina Kali la reprendía casi constantemente por cada pequeño error que cometía, pues veía cómo su hija se alejaba del camino de perfección que le había sido predestinado. Pero la princesa no sabía que eran faltas sin más, creía fervientemente en el amor de su madre y en su imperfección, que pervivía pese a los denostados esfuerzos de la Reina por hacerla perfecta. Pasó el tiempo y poco a poco la princesa se volvió callada y misteriosa. 211

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Ante el nuevo silencio de su hija, la reina Kali temía que añorara los trofeos y a su padre. En realidad muchas veces parecía tan distraída y ausente como el Rey. Aquello la exasperaba: ambos se parecían tanto… Si todos sus esfuerzos hubieran sido vanos, nada tendría sentido. Así poco a poco fue descubriendo convencida que su hija no la quería. La torturaban los pensamientos más sombríos. Si bien la misma princesa y las brujas del reino, a las que consultaba constantemente para los asuntos más delicados y los más vulgares, le aseveraban lo contrario. Era inobjetable, la reina Kali lo comprobaba a diario con sus propios sentidos y se convencía más y más de ello en el ensimismamiento y distanciamiento de la princesa, quien ya no osaba confesarle sus sentimientos y pensamientos, ni tan siquiera se atrevía a decirle que la quería. La princesa se sumió en el silencio. La Reina se exasperó ante su nueva enemiga. El Rey no volvió. La princesa no le perdonó que la abandonara allí. La Reina lo añoró cada segundo a gritos y enloqueció. Tanto esfuerzo y tantos años de dedicación absoluta a la superación y a la preparación de la princesa sólo la habían privado de dedicarle amor a su amado esposo. Vio en la princesa a su mayor enemigo una vez más. El castillo se vistió de sombras y luto. El invierno invadió aquellas tierras para ocuparlo bárbaramente. La reina Kali, que tenía grandes poderes, llamaba a las criaturas de la sombra para que doblegaran a su enemiga. La princesa se encerró en su cuarto con libros y acertijos que le descifraran el porqué. Mientras el corazón de la Reina ardía en cien fuegos y tormentas, la princesa, absorta en sus alquimias, no se dio cuenta de cómo una noche sin luna la Reina de la Nieves la visitaba y helaba su corazón. La corte se ennegreció. La 212

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princesa sólo sentía un incontenible afán por encontrar el País de la Primavera y un día se marchó en su búsqueda. Cuando divisó por primera vez la Primavera no dio crédito, pues sentía frío. A la segunda vez sonrió con las verdes hierbecitas, sintió un tenue calorcillo y después frío, una vez más. A la tercera, se acarició en un jardín de rosas y se perfumó de jazmines. Pero sintió frío. No lo entendía y se preocupó. Recurrió a alquimistas de los más lejanos reinos. Bebió mejunjes, brebajes y pócimas. Pero el mismo frío volvía a abrazarla cuando menos lo esperaba. Aquello era incontrolable. Conoció el amor y la dicha junto a príncipes. También el dolor y la infelicidad junto a magos oscuros que le hablaban del País de la Primavera. En uno de sus viajes encontró el libro mágico de las mil y una razones. Lo estudiaba con ahínco para descubrir las coordenadas de aquel país deseado, el País de la eterna Primavera. Muchos acertijos y muchos reinos fueron. No existen en la tierra páginas suficientes para narrar las aventuras de la princesa que buscaba el País de la Primavera. Ella las mantenía en secreto, excepto cuando necesitaba llamar la atención de los habitantes del País de los Sedentarios y de los Deseosos, lo que ocurría solamente cuando necesitaba llenar sus alforjas y dar de comer a su caballo, pues por algunas buenas historias obtenía lo que necesitaba. La princesa ya se había convertido en una mujer poderosa y fuerte mientras seguía buscando el País de la Primavera en silencio, callada y misteriosa, sintiéndose a cada segundo más débil. Aunque parezca mentira, un día ya estaba muy, pero que muy cerca. Lo supo por las noticias que le referían los mercaderes. Viajó en grandes embarcaciones, en criaturas 213

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aladas y en caravanas. Muy poco antes de llegar, un hada la visitó y le confió que su padre la reclamaba. La princesa abandonó su camino para encontrarle, pues presentía que él en alguno de sus viajes guerreros había visto el País de la Primavera. Además ansiaba verlo y abrazarlo. Llegó a un castillo cubierto de enredaderas. El Rey tenía la enfermedad del sol de las tierras lejanas de las guerras y no podía soportar la luz. Vivía rodeado de humedad y oscuridad y estaba enfermo de dolor y de melancolía. Él también añoraba a la reina Kali. No vio a su hija por más que lo deseaba y lo anhelaba. Vislumbró una sombra a la que preguntaba por su reina. Se lamentaba del pasado pidiendo perdón, en alguna ocasión, por no haber cuidado de la pequeña princesita. La nueva reina consorte de este reino decidió que la presencia de la princesa Muna era una mala influencia. La princesa tuvo que escapar en lo más profundo de la noche cuando no se podía ver su sombra para seguir con vida. Nunca volvieron a saber de ella. La princesa estaba cansada de tantos viajes ingratos y seguía sintiendo frío. Entonces fue cuando decidió construir su propio castillo. Gracias a sus conocimientos podría conseguir que los rayos del sol iluminaran su fortificación constantemente. Tendría un jardín siempre en primavera que compartiría con todos. La búsqueda infructuosa del País de la Primavera la había agotado a tal punto que ya no creía en él. Por lo tanto, construiría un jardín primaveral. El primer año lo consiguió. Casi. Entre todos lo que allí estaban había una reina desdichada que maldijo sus flores y el jardín marchitó. El segundo año se prometió a sí mis214

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ma trabajar con más ahínco, su jardín sería tan fuerte que nada lo destruiría. Lo consiguió. Casi. Si no fuera porque tenía un cierto extraño don para atraer a su corte a reinas desdichadas. Y así fue año tras año, frío tras frío, derrota tras derrota. El castillo iba creciendo para acercarse al sol y poblar sus almenas de las flores más bellas, la primavera más duradera. Ese año se desató una gran tormenta, las más grande nunca vista. Un rayo destruyó el castillo, que se encontraba, tan cerca del cielo y del sol. La princesa cayó desde lo más alto, donde casi siempre estaba cuidando amorosamente de sus flores y hierbas. Sus heridas tardaron muchos días y muchas noches en cicatrizar. Sus lamentos viajaban con el viento hacia tierras y mares remotos en el tiempo. Se dice que las ballenas aún recuerdan aquellos tristes sonidos y los repiten en las noches árticas. Perdido, todo estaba perdido. Todos sus esfuerzos, todas sus búsquedas, todos sus hallazgos, todos sus libros, todos sus ruegos. El País de la Primavera no existía; el jardín que tantos años de esfuerzos casi había levantado de la nada estaba destruido. La princesa se arrastraba por la tierra llena de heridas y desdicha como un gusano. De sus ojos caían lágrimas de sangre; de sus heridas, gotas de sal. Ya nunca más tendría la Primavera y era el ser más desgraciado. El luto cubrió su alma y cavó con sus manos su propia tumba en la tierra junto a los gusanos. Un gran Mago pasó por allí. No extrañe a nadie dicha coincidencia, pues la vida de los humanos está llena de ellas y aún más la de las princesas de los cuentos. Se compadeció de ella, pues conocía su triste historia. Él también estaba de viaje, regresaba a su casa a reunirse con su fa215

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milia después de una larga travesía en la que había ido a visitar a su madre, que le había confiado sus poderes para entregárselos a su nieta (pero ésta es otra historia que algún día contaremos). Él sabía de la búsqueda de la princesa de País de la Primavera, de la visita de la Reina de las Nieves, que ella misma ignoraba, y del conjuro, el único conjuro, que la salvaría. Pero también sabía (era un mago muy poderoso) que antes la princesa no lo habría aceptado ni soportado. Era un conjuro grande y poderoso que exigía La Gran Humildad, y no todos lo seres, por más que lucharan por ello, estaban preparados para tomarlo. El Mago cogió del cielo delicadamente cada una de las estrellas que caían y que la Princesa no había visto. Con ellas dibujó la imagen de la reina Kali. La princesa estaba aterrorizada, pero ya no le quedaban fuerzas para resistirse a nada. Tan grande había sido su pérdida porque ella lo había perdido todo y ya no le quedaba resistencia para luchar. El Mago hizo que la figura de la Reina abriera su boca y como un dragón lanzara cien fuegos. Tal como le ordenaba, entre el pánico y la salvación, la princesa se arrodilló y abrazó al dragón, al fuego y a su madre. Para su asombro no murió ni se quemó. Después el Mago la dejó marchar y se despidió. En el suelo brotó un gran lago del hielo derretido (del corazón de la princesa, que siempre sentía frío). Las nubes se desperezaron al sol. El Mago siguió su camino, así como llegó se fue. La princesa se quedó atónita y feliz contemplando cómo el Cielo y la Tierra se acariciaban amorosamente. Ahora sólo tenía que esperar a que llegara la estación de la primavera que venía después del invierno, cada año.

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¿Qué puede impulsar a alguien para que busque sin cesar el País de la Primavera? El motor debe ser muy potente para un viaje de ese tipo, pues hasta donde sabemos cada país pasa por inviernos, veranos, otoños y primaveras, ¿pero un País de la Primavera? Un espacio donde brille el sol siempre, donde los árboles estén verdes siempre, donde las flores perfumen siempre... ¿Has intentado alguna vez, como la princesa Muna, construir tu jardín eternamente primaveral? Un día concebimos una idea en la cual creemos y estamos seguros de que nos asegurará un futuro feliz. Puede que nos esforcemos en obtener toda la información que nos sea posible para lograr nuestro propósito, nos formamos exhaustivamente y llevamos nuestro plan a cabo. Organizamos toda la vida con ese objetivo, nuestras ideas son muy claras al respecto. El tarot nos cuenta que entonces levantamos la torre más alta, llega casi hasta el mismo cielo. Pero un día algunos caemos desde muy alto. Y entonces no podemos ver ni el sol ni la primavera hasta que no nos encontramos sobre la tierra como un gusano. Esto duele enormemente. ¿Quién lo habría hecho mejor? ¿Diferente? La princesa Muna intentó escapar a su dolor más profundo, pero sólo alcanzó a ver la primavera cuando se abrazó al dragón del cual había escapado por tanto tiempo. ¿Quién lo habría hecho mejor? La Torre simboliza una construcción mental. Con ideas y palabras vamos poniendo ladrillo sobre ladrillo, idea sobre idea, criterio sobre criterio. Esta construcción puede simbolizar otras a nivel filosófico, ideológico, político, ético, psicológico o moral. Son nuestra torre de protección frente 217

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al caos. Desde allí podemos defendernos. Allí podemos retirarnos. Pero si se vuelven rígidas e inexpugnables, seremos sus prisioneros. ¿Cuándo podemos saber que estamos aprisionados? Cuando nos demos cuenta de que nuestros pensamientos son rígidos, cuando pintamos las cosas en blanco y negro, principalmente. Cuando usamos frases generalistas del tipo «la gente cree que...»; «a la gente lo único que le interesa es gastar y comprar»; «los hombres son todos iguales»; «no te puedes fiar nunca de las mujeres/los árabes/chinos». Cuando a pesar de las evidencias insistimos en que las cosas son de otra manera, la realidad nos hará caer como el personaje que cae desde lo alto de la Torre. Tú no te derrumbarás sino que saldrás fortalecido, lo que se habrá roto habrán sido tus torres de cristal, incluso las de marfil. Si observamos serenamente lo que exigimos a otras personas con cierta insistencia, podemos aprovechar la ocasión para dar un paso hacia atrás y contemplar la situación. Conozco una persona que en su trabajo ha hecho amistad con otra que tiene sobrepeso. La persona 1, a quien yo conozco y que tiene una figura envidiable, no pierde ocasión en los breves momentos de encuentro para hablar con la otra persona sobre alimentación. La persona 2 parece muy paciente y siempre contesta con educación, incluso con dulzura. A todo esto la persona 1 es alguien que come en apenas 15 minutos porque no es capaz de plantearle a su jefe que necesita un poco más de tiempo de pausa. No tiene un superior dictatorial, todo lo contrario, es alguien con quien siempre se puede hablar y quien seguramente por su volumen de trabajo no ha caído en la cuestión. Comer en quince minutos no es lo más sano como comportamiento 218

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alimenticio, pero la persona 1 no se está dando cuenta de que está proyectando una situación sobre otra persona. La otra persona tiene su vida y no será una casual compañera de pausas de comida quien la conducirá por unos hábitos diferentes, y menos aún cuando estas pausas duran 15 minutos para una de ellas. Éste es un típico comportamiento de la fase Torre. Por supuesto todos creemos estar haciendo lo mejor en todo momento, pero sin fijarnos solemos decir a los demás lo que debiéramos decirnos a nosotros mismos. Es exactamente lo que sucede cuando estamos en una fase Torre. Hemos de tener en cuenta que la Torre no es fácil de afrontar porque supone la ruptura con lo que creemos a pies juntillas. Otro ejemplo. La persona A viene a mi consulta porque está enamorada y quiere asegurarse de que lo mismo sucede con la otra persona. Resulta que B está en otro continente. Se conocieron durante unas vacaciones de B en el país de A. No se verán durante un año, si bien, insiste A, se comunican diariamente por teléfono y por chat. B está estudiando y vendrá a la ciudad de A para hacer un postgrado dentro de ocho meses. La comunicación es sumamente romántica. Pero algunas veces B desaparece por un par de días. A no está de acuerdo que sea bajo el pretexto de los exámenes finales. B se le escapa. A insiste en que está enamorada y que B es maravilloso. A vendrá muchas veces a la consulta. No acepta ninguna versión diferente de la que ya ha prefigurado. La última vez no le permito que me pague nada y le pido que no vuelva hasta dentro de un año. A los tres meses volvemos a vernos, las circunstancias son determinantes. A ha ido a ver a B a su país porque al final B no ha venido. Allí pasan 219

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tres días idílicos. Entonces A plantea la posibilidad de una relación más cercana, de pareja y en su país, en el de A. B no contesta o lo hace con evasivas. A está desesperada. Sin embargo A insiste en que B es su media naranja. A había roto una relación de varios años para ser fiel a B. A no soporta la idea de que las cosas sean diferentes de cómo se las imagina. Quizás haya sufrido mucho anteriormente, quizás necesite agarrarse a un clavo ardiendo para seguir viva. Sus razones pueden ser muchas y muy válidas. A está convencida de que su historia con B es trascendental. Y no lo es, al menos en el sentido en el que A espera. ¿Quién no se ha visto en una situación semejante? No hablemos ya de romance, pero de amistad o cualquier otro tipo de relación o un trabajo, un proyecto, etc, etc. A veces no queremos ver y hacemos todo cuanto es posible para no ver hasta que la vida, mucho más sabia que nosotros, nos deja caer y nos topamos con la tierra bajo nuestros pies. ¿A quién no le ha pasado? A y B ya ni se escriben. Ser humano no resulta fácil. Puede que queramos que nos quieran a pesar de todo, puede que no queramos sentir un dolor a pesar de todo. ¿Cuántas cosas, cuántos esfuerzos «a pesar de todo»? ¿Cómo saber cuáles de esos esfuerzos significarán una lucha válida y cuáles una gran cabezonería sin sentido? ¿Cuáles responderán a una absoluta ceguera? ¿Cuáles serán el resultado de una gran visión? No hay certezas. Ser humano no resulta fácil. Probar, equivocarse y volver a probar parecen ser los hitos a los que hemos llegado. Nadie puede tirar la primera piedra. Vamos a probar a hacer un pequeño ejercicio, ¿quieres? Corta una hoja en trozos pequeños, en papelitos no más grandes que la palma de tu mano. Escribe en cada uno 220

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una certeza. O una creencia. Cada trozo de papel tiene que contener una de tus creencias. Valen todas. Desde «la vida no vale la pena» hasta «X es el amor de mi vida». No juzgues, no las catalogues en buenas o malas. Simplemente escribe. «Soy imbécil», «soy superinteligente», «trabajar es horrible», «no me merezco el trabajo que tengo», «no soy capaz de hablar de mis sentimientos», «soy gordo/esquelético», «nunca pintaré como un gran artista», «la gente no piensa», «la gente sólo consume», «nadie quiere sufrir», «me debo a mi familia», «mi familia no me quiere», etc, etc. De creencias las hay para todos los gustos. Puede que te pases varios días escribiendo estos papelitos y necesites muchas hojas. ¡Estupendo! Cuando creas que los tienes todos, ponlos en un recipiente en el que puedas usar fuego. Quémalos. Y mientras arden observa cómo se van consumiendo. Lo que importa es cómo te sientes mientras se van quemando y convirtiéndose en cenizas. Escribe sobre ello. Te has quedado sin criterios, sin creencias. ¿Cómo será tu vida a partir de ahora? ¿Cómo te la imaginas? ¿Qué pasará contigo? Intenta contestarte a todas estas preguntas y todas las que vayan surgiendo. ¿Cómo te ves? ¿Cómo te sientes? ¿Qué parte de ti se siente perdida? ¿Cuál se siente culpable? ¿Cuál liberada? Date un tiempo. Deja pasar al menos siete días, un ciclo lunar al menos. Entonces puedes volver a meditar sobre cuáles de aquello criterios que ardieron recuperarías. Vuelve a observarte para saber cómo te sientes. Hay creencias que nos ayudan a vivir aunque sean un engaño, hay otras que nos han sido inculcadas y sobre las que jamás nos hemos detenido a reflexionar porque las hemos tomado como verdades absolutas. Hay creencias que nunca nos hemos atrevido a confesarnos. Hay creencias para 221

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todos los gustos. Mirarlas desde otra óptica no quiere decir que vayamos a romper con todo, simplemente que deslizamos nuestra mirada hacia otro punto de vista. Quizás allí algunas de nuestras creencias se vean desde un nuevo ángulo y brillen diferentemente o proyecten una larga sombra. ¿Quién sabe?... Quizás incluso nos desatemos de algunas viejas ataduras.

Después de haber recibido el cuento de La Torre y poco después de haber acabado los estudios, decidí retomar mi intención de buscar una respuesta definitiva a la premonición o buscar un lugar en el mundo para mí. Estaba decidida. Antes de nada necesitaba estar lejos, y cuanto más lejos posible, sería mejor. No tenía dinero para hacerlo, así que busqué trabajo y lo encontré en un crucero como camarera. La familia se opuso, pero ya era mayor de edad y estaba decidida. Para una chica joven del mundo hispánico aquello podía parecer raro. Me alegré de tener compañeras de mi misma edad australianas, inglesas y alemanas. Durante meses trabajé en diferentes cruceros, uno llevaba a otro. El trabajo era duro y podía ahorrar mucho dinero. Cada cosa tiene su lado bueno y su lado malo, me decía cada día. No me importaba el destino hasta que llegué a Tierra del Fuego. La ciudad no era especialmente bonita, el clima de lo más inhóspito, frío y tinieblas. Pero me quedé esperando encontrar trabajo en un próximo crucero. Entablé amistad con una chica a la que al final he perdido la pista. Nos unía la atracción por lo esotérico. Le enseñé a echar las cartas y le conté los cuentos que conocía. Verás, en Tierra del 222

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Fuego lo que sobra es tiempo para conocerse, hacer amigos y aprender. No tenía mucho sentido el hacerlo, pero era mi única amiga en aquel lejano lugar y me sentía muy agradecida por haber encontrado una buena amiga. En aquel entonces no sabía por qué lo hacía, pero sentía que no podía no hacerlo. El calor de la gente contrarrestaba y compensaba el frío glacial. Mis días eran más bien indefinidos, acabé por pasar muchas horas en la biblioteca, por la tarde salía con la gente que conocía, y por la noche, la mayoría de las veces me quedaba leyendo. Fue un tiempo en el que me volqué a estudiar profundamente el esoterismo, los libros venían hacia mí, la biblioteca estaba plagada de buenos ejemplares, lo cual resultaba muy curioso. Incluso me permitían consultar los más antiguos. A medida que pasaba el tiempo e iba haciendo amistades, empecé a pasar más tiempo en cenas familiares, como una más. Un día pensé que en un lugar donde todos se conocían podría dar con alguna información sobre la bisabuela. La bisabuela había estado durante un cierto tiempo en Tierra del Fuego, pero como no había escrito ningún diario, no teníamos más datos. Todos parecían tener muchas historias que contar sobre sus familias, sobre cómo habían llegado a un lugar tan remoto. Pero pasó un año y todo seguía igual. Como se me acababa el dinero opté por embarcarme en el próximo crucero. Nadie ni nada hacía referencia a la bisabuela, no tenía mucho sentido seguir allí y yo no quería vivir el resto de mis días en un lugar tan lejano de mi familia. En realidad lo que pasaba era que en el fondo me decepcionaba el no haber dado con nada sobre la bisabuela. Los últimos días los dediqué a despedirme de todas y cada una de las personas que había conocido. Me invitaban a 223

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sus casas a cenar, nos sacábamos fotos y nos prometíamos mantener el contacto para el resto de nuestras vidas. En una de esas visitas familiares, dos días antes de embarcar, la callada madre de mi amiga bebió un poco más de la cuenta y empezó a contar historias de su familia. Mi amiga se sorprendió porque su madre rara vez era dada a este tipo de conversación. Su bisabuelo se había casado dos veces porque la primera mujer le había abandonado, se había marchado con otro hombre. Era una historia muy triste porque aquella primera mujer se había llevado a una hija aún bebé y a la otra la había dejado con él. La que se había quedado era la abuela de mi amiga. La abuela había muerto justo el día de mi llegada a Tierra del Fuego. De aquella mujer lejana que un día se había marchado no tenían ningún retrato, el hombre lo había quemado todo, a excepción de un anillo que la niña había escondido y que se había conservado en la familia como una joya antigua que nadie se ponía, no por su valor sino por despecho. Nos la enseñó. Era un anillo con una esmeralda verde. En el interior había una palabra y un signo grabados. La palabra era Finisterre y el signo, el de mi familia. Yo me quedé muda, con los ojos llorosos. La madre no recordaba nada más, el silencio había enterrado cualquier recuerdo sobre aquella mujer extranjera. Opté por dejar que el silencio y el tiempo continuaran sanando viejas heridas. Quizás fuera un error, no lo sé. Lo cierto, al menos así lo parecía, era que una mujer de la familia, una descendiente de la Gran Maga, no había sido abandonada por un hombre, sino que había sido ella quien lo había hecho. Desde ese punto de vista había sido la única que había elegido a qué hombre amaba. También 224

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es cierto que había pagado un precio muy alto, demasiado alto. También es cierto que no teníamos información para discernir cuál de los dos había sido su alma gemela, su medio cielo. ¿Estaban reñidos el amor de madre y el amor de mujer en nuestra familia? Ahora sabía que mi bisabuela había llegado a Tierra del Fuego, había tenido dos hijas y que se había marchado con un marinero y un bebé de meses dejando a una hija de pocos años con su primer esposo. Yo me había hecho muy amiga de una prima lejana mía, en definitiva. Mi amiga y yo teníamos la misma persona por bisabuela. ¿Tenía que haber llegado tan lejos para encontrar una parte de mis raíces? Si así había sido, pues así sería. Yo sentí que la premonición me perseguía y me alegré de que hubiera llegado el momento de partir.

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legué a casa con renovadas energías. La bienvenida fue doble porque ya les había anunciado por carta que aceptaría ser maga. Además Luna, mi gata, había vuelto a aparecer de la misma manera que había desaparecido. Nos encontramos en la puerta de casa. Me estaba esperando tal como lo hiciera la primera vez, cuando nos habíamos conocido. Ese año lo dediqué exclusivamente al aprendizaje. Las jornadas eran intensas y largas. Había mucho que aprender. Se habilitó un ala de la casa que usábamos poco para que yo viviera en ella. Además tenía mi propio espacio de jardín para cultivar mis hierbas. Siempre que el tiempo lo permitía, las enseñanzas se realizaban en el bosque, tanto de día como de noche. Aún no me estaba permitido atender a nadie del exterior. Podía dar servicios a la comunidad, y debía hacerlos, puesto que una maga tiene el deber, precisamente, de dar servicio. Me pasé muchas noches contemplando las estrellas porque tenía que distinguir la que brillaba más para mí. El estudio de las estrellas requiere mucho tiempo, años incluso. A veces es fácil dejarse llevar por una estrella que en realidad es muy lejana o cegarse con la más cercana. Al fin y al 227

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cabo nuestra estrella es siempre parte de una constelación que pertenece a su vez a una galaxia mucho mayor que se encuentra en el universo. Encontrarla no es tarea fácil. También dediqué mucho tiempo a leer mis diarios y descubrí una previsión que había hecho de pequeña. Era una oración que había dedicado precisamente a mi estrella, en la que le pedía que me llevara allí donde su luz alcanzara las tinieblas y el frío para que yo pudiera hallarla alumbrándome con el farolillo verde la esperanza. ¿Qué conexión habría entre todo esto? ¿Habría decidido dedicarme a la magia si no hubiera acabado en Tierra del Fuego y no hubiera encontrado aquel anillo de esmeralda verde? ¡Quién podría saberlo! Pero extrañamente todo empezaba a cobrar sentido, al menos para mí. Quizás me lo inventara. Quizás me estuviera alimentando de una fábula. Quizás no. Lo único que sabía es que sentía una dulce confianza en el futuro y que sabía que quería entregarme a la magia.

XIII LA ESTRELLA. Bonald de Vries La noche en la que nació el caballero Bonald de Vries era plácida y clara como pocas. Los gritos prorrumpieron en el castillo casi simultáneamente a los primeros sollozos de la criatura mientras una estrella se acercaba un poco a la luna para espiar lo que sucedía en la recia estancia de la joven parturienta. 228

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En aquellos tiempos habitaban la tierra príncipes y princesas, valerosos caballeros, dragones, unicornios, sabios, hadas y las sombras del mal también. En aquel exacto momento no sorprendió a la madre que se apareciera el Hada Estelar Blanca a hacerle entrega de un regalo para el recién nacido. —Le mantendrá con vida –fue lo único que susurró el hada. Así como vino, desapareció, tan deliciosa y repentinamente. Una flor fue depositada cuidadosamente junto a la cuna. Bonald creció sin dejar nunca de cuidar de su flor. Cuando tuvo que abandonar el castillo en pos de aventuras se la llevó consigo. Bonald se entregó a numerosas aventuras, unas deseadas, muchas no tanto. Peleó contra monstruos de siete cabezas, contra huestes de cíclopes, contra falsos amigos, contra reyes malévolos, contra amores desdichados, contra insondables injusticias, contra fantasmas poderosos, contra el mismísimo caos, contra esperanzas ciegas, diablos y harpías esfinges, caballeros negros y contra las mismísimas turbias fuerzas del mal. Agotado, se refugió en el bosque. Una noche se despertó solo sin su caballo, cerca de una cascada. Estaba muy malherido después de la última batalla, en la que había perdido sus dominios y el castillo de sus antepasados. Se arrastró como pudo hacia el agua para beber un poco. ¡Tenía tanta sed! Al aproximarse al riachuelo tuvo que acercarse mucho para tomar el agua, ya que apenas podía ver, pero le pareció vislumbrar una sirena. ¿Sería malig229

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na? No importaba ya, renunciaba. Que fuera lo que fuera, ya no tenía nada que perder. En cuanto a su vida... se la entregaba al destino, ya no tenía fuerzas para confiar o desconfiar. La sirena cantó dulcemente. Bonald no tenía energía ni tan siquiera para taparse los oídos, aunque mucho había oído hablar de los encantamientos perversos de las sirenas. Sólo suspiró y poco a poco fue escuchando una melodía incomparable. La sirena habló tan dulcemente como su canto... ¿o seguía cantando? —Caballero... —Mmmm. ¡Bonald no podía articular palabra! ¿Estaría ya encantado? —Caballero, ¿dónde está tu flor? Entonces él recordó, sí. Y ahora, lector, podría suceder lo que supones. O podría ser diferente. ¿Qué te gustaría que sucediera? Si ya has leído las maravillosas historias de caballeros, las maravillas no deberían sorprenderte. Sin embargo, si eres inexperto en las lides caballerescas... Bonald recordó con terror que su vida dependía de aquella flor, siempre lo había sabido, pero de una manera inexplicable no había vuelto a ser consciente de ello hasta ahora mismo, este mismo instante en el que tú estás leyendo estas palabras. ¡La flor! ¿La tendría o no? Debía, debía encontrarla. ¡Oh, si pudiera! Su caballo, sus pertenencias... Recordó, sí, recordó que hacía mucho tiempo la había puesto entre su ropaje, cerca de su corazón. 230

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Pero ¿la conservaría aún? No lo sabía. Sin embargo señaló a la sirena su pecho. —Tienes que dármela, caballero –insistió la sirena, o lo que fuera. Bonald logró hincarse de rodillas muy lenta, pesadamente, y al palparse con la mano izquierda fue preso del terror al darse cuenta de que sólo llevaba su cota de malla, y rota. La flor, la flor, la flor... Ojalá existieran los milagros. Ojalá... (Bonald ya no tenía fuerzas para desear o rogar, aunque estaba haciéndolo.) Pero en su mano estaba la flor. —La encontré, la encontré. No podía sonreír, tantas eran sus heridas, y sin embargo sonreía. Miró la flor una vez más y se dio cuenta de que estaba marchitándose. Entonces la sirena volvió a hablar. ¿O cantaba? —¡Caballero, te conmino! Despójate de pasiones y errores más allá de tu dolor para consagrarte a los misterios del verdadero conocimiento. Un rayo de la divina luz surgirá del Santuario oculto y disipará las tinieblas del porvenir mostrándote el camino de la felicidad. Recordarás por siempre lo que te anuncio: ocurra lo que ocurra en tu vida, no marchites jamás la flor de la esperanza y recogerás los frutos de la fe. Bonald apenas comprendió lo que la sirena le estaba diciendo, sin embargo lo entendía. ¡Todo era tan contradictorio! Lo que le estaba sucediendo era sumamente extraño, pero tan generoso que su espíritu se alivió. La sirena volvió a sumergirse en lo más profundo de las aguas. Lo que el caballero Bonald 231

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de Vries jamás supo fue que la sirena era una de las tantas manifestaciones del Hada Estelar que le había estado esperando por mucho tiempo, mientras que tú, lector o lectora, talvez sí lo sabías, ¿verdad? Allí mismo el caballero tomó su flor y con ella se sumergió en las aguas irisadas bajo la luz de una única gran estrella. Se dejó llevar por ellas a través del riachuelo, de él hacia el río, del río hacia más allá. Y así fue. Fue un largo viaje, o tal vez corto, del cual recordaba únicamente las memorias de su vida hilvanadas por un misterioso hilo de plata. Presentimientos. Llegó, finalmente, a una playa desierta lleno de esperanza, feliz, irradiando amor y ternura como un recién nacido, sosteniendo una hermosa flor en su pecho. Quizás, lector, esté exagerando, no lo sé. Puedes creer lo que quieras. Quizás sea una de tantas y tantas hermosas leyendas. No me queda más que confesarte que aquí sólo refiero lo que me narró el Poeta sobre su pasado.

¡Qué bien bañarse en unas aguas después de tantas batallas!, ¿verdad? A mí me recuerda cuando en el mar hago la plancha, me recuesto sobre las aguas, sólo sintiendo el sol y el agua, acunada por el mecer de las olas. Hay muchos ejercicios de relajación que nos invitan a una imagen similar para descansar. Podemos usarla al final del día y especialmente si ha sido uno de aquellos días de duras batallas. 232

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Me gusta pensar que todos recibimos la flor de la fe como Bonald. El tarot así lo enuncia. En efecto La Estrella es un arquetipo como todos los demás. La idea de fe no depende de una religión en particular ni el sentirla. Puedes ser no creyente y sentir mucha fe y al revés. Teniendo un tipo de protección similar, ¿por qué tuvo que pasar Bonald por tantos azares? Quizás tenga algo que ver el que se le marchitara la flor. O quizás no... Pero si no se le hubiera marchitado, no podría haberla regado con las nuevas aguas que le transportaron hacia la nueva orilla... ¿Entonces? ¿Ya antes era un poeta? ¿O para llegar a ser poeta antes es necesario haber sido guerrero? Lacan, un prestigioso psicólogo que creó una corriente dentro del humanismo, decía que cuando una persona ha atravesado el camino del autoconocimiento, luego desarrolla su parte de poeta. Según Lacan, todos, entonces, podemos ser poetas o contemplar la vida desde la poesía. A mí me parece una visión muy hermosa. Quizás Bonald ya lo supiera de alguna manera. Para ello no hace falta escribir poesía cada día, por supuesto. Quizás sí mirar las estrellas y vislumbrar la parte mágica de la vida. Según el diccionario de María Moliner, poeta es aquel que compone poesía. Pero ¿qué implica componerla? En el mismo diccionario, la definición hace referencia a que la poesía es un género exquisito «... por la materia, que es el aspecto bello o emotivo de las cosas; por la forma de expresión, basada en imágenes extraídas de sutiles relaciones descubiertas por la imaginación...» Así que, atendiendo a Lacan y a la definición de poesía, después de haber transitado dentro de nosotros podemos deducir que conectaremos directamente con ese mismo aspecto a través de la imaginación. Quizás sea esto lo que le ha sucedido a 233

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nuestro caballero Bonald. Quizás se haya encarado a sus fantasmas interiores. La lucha fue ardua. ¿Cómo habrá podido mantenerla? Hace falta algo extraordinario para sostener esa lucha. La misma que nuestro héroe ha entablado desde que se encontró con El Loco hasta La Torre. Una fase Estrella no tiene medias tintas: o confías en ti o no lo haces. O te sientes dentro de ti o estás pendiente de que los demás te quieran. La carta apunta a un momento en el que es necesario cuidarnos, protegernos, mimarnos y conectarnos con la fuente de la vida. Es un período para mirarse al espejo y conocer nuestra belleza. Es un buen período para mirar las estrellas y descubrir la que brilla más para nosotros. Es un maravilloso momento para sentirse inocente, para jugar en el agua, para volverse un poco o del todo poeta. Imagina que eres poeta durante una hora. Sal a la calle como un poeta. Fíjate en las emociones de la gente, en sus pequeños movimientos que normalmente pasan inadvertidos. Fíjate bien en la sonrisa de las personas que se quieren, en cómo se toman las manos las parejas. Juega a que ves el mundo durante una hora desde esta perspectiva. Sal a la calle y míralos, obsérvalos. No puedes sacar fotografías que no sean de otro tipo que mentales, pero desde el corazón. Pinta, dibuja, escribe, inventa. Toca tus emociones, báñate en ellas y aliméntate de esta fuente para crear. Éste es el momento para hacerlo, para dedicarte a lo creativo, para relacionarte con esa parte tuya que sabe crear. La energía que se desprende de entregarse a cuestiones creativas te ayudará también a encontrar soluciones diferentes a problemas a los que antes no veías la salida. Si puedes imaginar creativamente que eres libre, quiere decir que lo serás, que tienes la capacidad para serlo. 234

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La Estrella nos guía dulcemente. Si sientes que has perdido el norte ve a su encuentro en tu espacio sagrado. Mira las estrellas en el firmamento, siente su luz. Escucha el gorgoteo del agua. Observa al personaje de la carta. ¿Qué hace? ¿Cómo te mira? Pídele que te mire con buenos ojos. Preséntate. Pídele ayuda. Incluso exígeselo. Recuerda que todos estos ejercicios requieren tu imaginación activa, no aceptes sin más, tú eres el conductor. Todos los arcanos deben mirarnos con buenos ojos, es imperativo. Despídete y agradécele su atención y el encuentro. También puedes escribirle una carta. Pon la carta del tarot donde la veas bien. Inspira, que el aire te llene. Cierra tus ojos un momento. Deja que tu mano escriba como llevada por una fuerza superior a ti. Esto simplemente quiere decir que debes entregarte a este encuentro, sea escrito o no. Si no se te da bien escribir, píntala, dibújala e incluye en tu ilustración todo cuanto sientas la necesidad de incluir. Después de haber acabado, observa lo que has escrito o dibujado. Reflexiona sobre ello. Llega a conclusiones. Puede ser una frase o muchos párrafos. No olvides que este arcano refleja algo que hay dentro de ti, que te estás comunicando con una zona tuya y que le puedes exigir su ayuda. Estás tendiendo puentes entre tu parte consciente y la inconsciente. Tú eres quien ejecuta la construcción de este puente. Puedes también hacer un viaje. ¿Cómo es la jornada hasta la carta? Acércate a las estrellas y a la más resplandeciente. ¿Cómo es la luz? ¿Puedes colgarte de sus rayos y saltar de la una a la otra? ¿Cómo se ve a esta aguadora desde allí arriba? Ve hacia los árboles. Habla o canta con aquel pájaro. ¿De dónde viene? ¿Hacia dónde va? Báñate en las aguas de este río. ¿Cómo se ve el futuro después de haberlo 235

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hecho? Puedes pedirle a la aguadora que te acompañe o no. Déjate mecer por las aguas de la imaginación. Recuerda que en esta carta la aguadora está desnuda porque las estrellas velan por ella, no tiene que cubrirse ni defenderse. Puede, finalmente, concentrarse en la tarea de recoger y derramar las aguas en las aguas, el agua, la fuente de vida. ¿Qué alimenta tu fuente?

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18 XVIII LA LUNA De noche

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n beso de mamá. —Que sueñes con los angelitos, amor mío. Mmmmm, qué bien. Yo quiero mucho a mi mamá y a mi papá también. Mañana vamos a ir al zoo. Quiero ver los ponis otra vez. Y después, después vamos a la casa de mi tía Marta, que tiene dos gatitos y dos perritos. Son amigos míos y jugamos mucho. Yo les hago cosquillitas y ellos me dan besitos. Dice tía Marta que ya me conocen, porque cuando llegamos al portal ellos van a la puerta a esperarme. Cuando la gatita sea grande como mamá tendrá gatitos y tía Marta me dará uno. También quiero tener perritos, pero mamá y papá dicen que tenemos que esperar a tener una casa más grande, como la de tía Marta. Y cuando tengamos una casa grande, mi habitación también será más grande. Felipe y yo podremos construir un cohete mucho más grande. Felipe es mi mejor amigo y vamos a ir juntos a otros planetas con muchos helados. Mamá dice que le da miedo volar tan alto. ¡Qué tonta! Pero ella nos ha prometido que vendrá a nuestro planeta con papá a visitarnos para hacer excursiones con montones de golosinas. Diego soñó con su castillo y con los habitantes de otros países. Él y su mejor amigo, Felipe, eran los reyes del planeta 237

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de los helados, golosinas y palomitas. Su castillo era de gominolas porque daba risa. Felipe quería uno de chocolate, pero no de chocolate con avellanas, que no le gusta. Sería porque la lucha contra los habitantes del planeta de la sopa fue dura por lo asquerosa, muy dura. O sería porque les perseguía un tiburón. La cuestión es que Diego se despertó. Era de noche todavía, brillaba la luna, no había estrellas. —Mamá, mamá, mami... Silencio y luna. Negro azabache y frío resplandor lunar. Ahí había alguien. Alguien, algo. Cerró los ojos con fuerza. Si no lo veo no está. Pero ahí había alguien. Alguien, algo. Se cogió fuerte a Tigre, su peluche. Abrió un ojo un poquito para verlo. Tigre tenía una mirada de pánico y le decía muy despacito (para que lo otro no escuchara): —Socorro, socorro. Diego no podía articular palabra, le abrazó y cerró los ojos con más fuerza aún. Mamá, ¿por qué no viene mamá? Papá, ¿por qué no vienes? La presencia era real. Sudor frío. Quizás, quizás si se movía muy despacio podía encender la lámpara sin que se diera cuenta, aunque estaba cerca. Podía oír su respiración. Se hizo el dormido, dando vueltas y vueltas en la cama, vaya, como le habían dicho que hacían los dormidos, para que lo otro creyera que él estaba durmiendo profundamente. En uno de los giros estiró su bracito buscando el interruptor, que colgaba justo entre la mesita de noche y su cama, a la altura de la almohada. Escuchó un ruido y se detuvo. Pero luego volvió a intentarlo. La luz no se encendió. El débil resplandor glacial de la luna era la única claridad. Estaba debajo de la colcha, no quería sacar la cabeza. Tigre empezó a temblar. Lo otro recorría la habitación con 238

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total impunidad, como si fuera suya. Estaba buscando algo. Fue una ráfaga de viento o quizás otra cosa o tal vez ambos lo que seguramente produjo que la ventana se abriera de golpe. Sí, era la ventana lo que se había abierto y algo se cayó al suelo hecho añicos, todo fue muy rápido, la colcha se deslizó y también cayó al suelo. Ahora tenía los ojos más cerrados que nunca. Tigre se paralizó. Iba a gritar, pero no pudo más que llorar en silencio. Estaba solo. Se le abrieron los ojos, apenas podía distinguir algo entre la oscuridad y las lágrimas. Los ojos le ardían, la cara le quemaba. Tigre ya no estaba. De repente se encontró en el suelo, menudo golpe. Se lanzó debajo de la cama refugiándose. Allí hacía mucho más ruido. Su corazón latía como quien llama desesperadamente a una puerta. Me va a pasar algo muy malo. Recordó todos los momentos en los que se había portado mal, le venían las imágenes a balazos. Le dolían aún más los ojos. También le ardía el estómago. Me voy a morir, me van a matar. Volvió a abrir los ojos. Todo estaba congelado de negro, negro oscuro, negro final. Se alejaban y se acercaban, husmeando, aullando. Se dio la vuelta, se puso de cara a la pared y notó algo en la oscuridad, algo que asomaba. Se acercó prudentemente. Era una de las zampas de Tigre. ¡Tigre! Tiró de él, pero había algo del otro lado que también tiraba. Más fuerte, más fuerte. Con las dos manos. Se le resbalaban las manos del sudor mientras continuaba agarrándolo con fuerza. ¡Más fuerza! ¡Tigre, estás conmigo! Se abrazaron y por un segundo se sintieron bendecidos. Un niño de cuatro años y medio y su tigre de peluche juntos, refugiándose y protegiéndose el uno en el otro como 239

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si de un cohete camino al planeta de los helados les hubieran dado una patada, tirándoles como basura, en el inmenso universo, allí lejos, flotando en la nada oscura. Más allá la puerta. Las dos puertas: la suya y la puertecita de Tigre que el amigo de papá había hecho. Lejos. Fue Tigre quien las señaló. Quizás tendrían que salir esta vez los dos por la misma puerta. Quizás si llegaban al pasillo luego encontraría a mamá y a papá. ¿Por qué no venían? ¿Por qué no habían venido? No podía parar de llorar, aunque en silencio para que no le descubrieran. Le encontrarían, sí, y le matarían comiéndoselo después de descuartizarlo. Tigre le susurraba al oído: tienes que salir de aquí, tenemos que salir de aquí. No puedo, no podemos. ¿Es que no te das cuenta? Perdona, Tigre, no quería gritarte, es que tengo miedo. Diego le dio a Tigre muchos besitos y por primera vez los amigos esbozaron una sonrisa, tímida y tan frágil como ellos. Antes de que pudiera notarlo unos ojos rojo-violeta aparecieron del otro lado. Y luego otros más pequeños pero igualmente lacerantes. Diego se acordó de aquella vez que se habían perdido en el parque, él y Tigre. Cuando mamá y papá desaparecieron de repente, cuando se acercaron aquellos perros muy grandes. Era de día, aunque el miedo era muy parecido. A Diego le parecía haber vivido aquello mil veces. Estaba agotado. Aquella vez fue mamá quien vino a salvarle, ahora ella no estaba. ¿Por qué? La luna brillaba colándose por la ventana abierta de par en par, un rayo iluminaba las puertas cubriéndolas de una neblina mortecina. Tigre no se callaba insistiéndole en aquella dirección, hacia la puerta, la salida. Diego cerró los ojos y se puso a cantar la misma canción que le gustaba tan240

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to, la que le cantaba mamá muchas veces. Era la canción de los castillos de Felipe y suyos. A Tigre también le gustaba. Parecía no darse cuenta de que podrían escucharle. Empezaron a moverse de un lado para el otro. El niño se puso a gatas y, con Tigre de la mano, empezó a caminar como un silencioso gatito, como el gatito de tía Marta cuando estaba asustado. Los ruidos volvieron a empezar, sintió cómo se acercaban, olisqueaban, tocaban. Siguió, con los ojos cerrados, siguió. Tigre le decía por dónde debía ir. Llegó hasta la puerta, que no se abrió. Fue una eternidad. Tengo que salvar a Tigre, tengo que salvar a Tigre, tengo que salvar a Tigre, tengo que salvar a Tigre, tengo que salvar a Tigre. ¡Quiero salir de aquí! Se escabulleron hacia la otra puerta y de aquella a ésta obstinadamente. Volvió a ponerse de pie, tomó el pomo con las yemas de los dedos sudorosos, no alcanzaba a cogerlo con sus manos, Tigre le pesaba. Años después... ¡Mira! ¡Mira! ¡Mira! ¡Es Tigre! Diego lo encontró cuando abrieron él y su mujer una de las cajas de la mudanza. Cuánto tiempo. Cerró los ojos para recordar cuánto había vivido. Ahora Tigre sería para su hijo. También desempolvó la foto en que los dos, él y Tigre, se abrazaban a Lassie y Rex.

Este cuento empieza y se desarrolla con un niño y acaba con un adulto. No un adulto cualquiera, sino uno que ha reencontrado al niño a través de la memoria. El niño tenía miedo, pánico. El adulto se encuentra en un momento dulce y alegre, se está cambiando de casa e incluso pode241

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mos imaginarnos que se dirige hacia un nuevo rumbo y una casa más grande. Tal vez este adulto habría contado la historia de una manera muy distinta, es posible que ni tan siquiera se acordara de aquel suceso nocturno. Ojalá este adulto pudiera atravesar el tiempo y contarle esta misma historia a aquel niño que sentía tanto miedo. Incluso podemos probar a volver a narrarla desde la mirada de Tigre. Desde cualquiera de estos diferentes puntos de vista, al final todos los personajes se abrazan en una foto. Allí están nuestro niño, nuestro tigre y nuestros perros. Quien los ve es un adulto en plena mudanza. Pero ¿qué sucedería si el adulto no apareciera, si nos quedáramos sólo con la visión del niño asustado? Basta con imaginar el cuento sin el último párrafo. Puedes probar a ir restándole párrafos para ir cambiando el cuento. Luego también puedes hacer el proceso inverso, es decir, sumarle párrafos para observar cómo se modifica. Porque en La Luna lo importante es el tránsito y así lo atestiguan las torres que construyeron al otro lado los que antes atravesaron el frío lago del cangrejo, pasaron entre los perros y vieron sus monstruosas sombras. Ésta es la gran carta de la imaginación, y para ser más concretos, es la carta del país de los sueños. Está alumbrada por la luz de la luna y también por la del sol a través de su reflejo en la luna. ¿Cómo habrá sido el recorrido del héroe hasta ella? ¿Cómo habrá transitado por este paraje? ¿Habrá perdido la flor que recuperara con La Estrella? Sin lugar a dudas habrá estado a punto, a puntito de perderla. Extraviarla habrá sido un paso, un pequeño paso, o ni tan siquiera eso, un imperceptible desliz. Quizás si la hubiera perdido, gracias a que ésta es la carta de la imaginación, también podría imaginar que la recuperaba. Con la imagi242

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nación todo vale. Si puedes imaginar con libertad, puedes ser libre. Si te dejas atrapar por sus trampas, puedes ser prisionero. Aquí más que en otras ocasiones un yo superior (no nuestro ego) puede conducirnos más allá de los perros guardianes y de las dos torres que se ven al fondo de la carta. ¿Qué habrá más allá? Decían los griegos que en la entrada del País de los Sueños hemos de franquear dos puertas. Una está al lado de la otra. Una está hecha de restos de madera vieja. Parece una puerta hecha de restos, restos de otras puertas, de embarcaciones, en fin, de restos de maderas en general. Es tan alta como la otra. De hecho, ambas parecen alcanzar el cielo. La otra puerta es de marfil, de impactante blancura y de ricos altorrelieves. Es igualmente antigua, pero su aspecto es bien diferente del de la vieja puerta de madera. Al encontrarse las dos puertas una al lado de la otra, su belleza y su fealdad se ven realzadas. ¿Por qué puerta se accederá a los sueños verdaderos y por cuál a los sueños falsos? La repuesta es evidente. La puerta de marfil conduce a los sueños no verdaderos. Todo esto nos obliga a recordarnos que ni el inconsciente ni el consciente pueden actuar por sí solos. Ambos se necesitan y se complementan. No te dejes engañar en el País de los Sueños, recuerda que tú diriges tu camino hacia el sol. De noche y de día. Descansa en la noche, repárate en los sueños y camina de día. Sólo transitarás por la noche cuando hayas de enfrentarte a enemigos muy poderosos o tengas que huir amparándote temporalmente bajo la luz de la luna. El tránsito del momento al que hace referencia esta carta también ha sido paragonado al de la noche oscura del 243

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alma. A mí me recuerda el tramo final de la aventuras de príncipe Pamino en La flauta mágica. Allí Pamino se enfrenta al tramo final y más difícil. Ha decidido voluntariamente entrar en el túnel oscuro y al hacerlo transciende su propio destino. La princesa le hace entrega de la Flauta Mágica para entrar en el túnel oscuro. A veces me pregunto si no será la misma flauta que aparece en la carta XIII, aquella que emite el sonido de la esencia de la vida. A Pamino le acompaña Papageno, un personaje totalmente instintivo y primitivo. Es Papageno quien se asusta y quien en esta ocasión debe prometer que no hablará, aunque esté constantemente al lado del príncipe. Entran en una cueva que contiene un largo e interminable túnel completamente oscuro. Es la única manera de llegar hasta la luz. El príncipe podría haberse negado a tomar parte en esta aventura, pero su amor por Pamina le ha impulsado a hacerlo. Ya hemos comentado que en simbología los sexos opuestos no son más que el reflejo de nosotros mismos y nuestra alma. Así que Pamino, impulsado por el amor de su alma, elige atravesar el túnel con la flauta mágica, que podrá tocar para recordar la esencia de la vida ya acompañado de su buen amigo Papageno, su parte animal. En realidad, una tarea tan difícil sólo puede ser llevada a cabo desde el impulso del amor. Sólo el amor puede salvarnos. Cuando el pánico y las formas tenebrosas hacen su aparición, Pamino tocará la flauta para seguir adelante. Papageno se pegará a él muerto de miedo y Pamino conducirá a ambos a la salida de esta gran cuerda floja. Salvando las distancias, ¿recuerdas alguna situación similar por la que hayas pasado? ¡Cuántos cuentos nos hablan de este momento! Se trata de aquellas circunstancias justamente anteriores al momento en el que 244

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el príncipe llegue a besar a la princesa, su alma. Si bien son el preámbulo de la gran prueba final, representan la única vía hacia ella. El momento es serio. Entonces fue cuando Orfeo se giró hacia atrás y perdió a Eurídice. Sara, la esposa de Lot, también se dio la vuelta y se convirtió en estatua de sal. La salida para ambos es mirar hacia el futuro, dejar atrás el pasado, lo cual no implica olvidarlo sino dejar de vivir en función de él. Cuando alguien tiene un gran dolor en el pasado esta tarea no es nada fácil, necesitará ayuda y para obtenerla tendrá que buscarla. Curiosamente la ayuda podrá obtenerla de El Ermitaño. Este arcano se relaciona con la carta de La Luna por suma cruzada (18= 8+1, 8+1= 9). Ambas cartas representan dos aspectos de Saturno. El Ermitaño representa a su vez a Maestros y psicólogos, a todos los médicos del espíritu y del alma. El ámbito de El Ermitaño es muy práctico, nos enseña a no descuidar lo cotidiano, a mantenernos con los pies bien plantados en la tierra y a aplicar en ella cuanto hayamos aprendido de manera realista redescubriendo nuestra escala de valores. Si Löte (cuento 11, dedicado a La Fuerza) no hubiera abierto aquella habitación y no se mantuviera alerta a su león o bestia interna, se habría perdido en la oscuridad. La salida está en la imaginación, en desarrollar nuestra creatividad, trabajar con las imágenes interiores, escribir a vuela pluma, hablar con las figuras que aparecen en nuestros sueños, la danza libre, hacer dibujos espontáneos y a partir de todo este material reflexionar y emerger hacia el futuro. Tal como mencionara Carl Gustav Jung: «Sólo la vida simbólica puede expresar la necesidad del alma, la necesidad diaria del alma». 245

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En definitiva, abrir un canal de comunicación con nuestro inconsciente de manera siempre activa. Puedes leer las historias de tantas y tantos héroes que han pasado por el mismo momento (Perceval, Gilgamesh, Sara, Orfeo, Perseo, Ícaro, Teseo, Pamino, Odiseo, Sigfrido, Dante en la Divina Comedia, etc.). Seguramente encontrarás mucha inspiración en sus experiencias. Todos los mitos nos hablan de este momento. Así podremos conectarnos con toda la humanidad, perdonarnos por escuchar a nuestro ego y todo ello sin dejar de seguir adelante. Todas estas historias nos muestran multitud de aspectos sobre nosotros mismos. Podemos notarlo cuando leemos porque nos impacta aquello por lo cual hemos pasado, aquello en lo que nos reconocemos. También descubrimos en estos mitos que todos pecamos, que nadie puede tirar la primera piedra, ni tan siquiera el gran héroe. Con este reconocimiento nos acercamos más a nosotros mismos y a los demás, una comprensión nueva amanece. No por ser buenos, ni honestos, ni por luchar denodadamente, ni por una serie de cualidades extraordinarias, dejaremos de transitar por momentos lunáticos. Una vez más recurriré a las palabras de Carl Gustav Jung, quien señalara que estas circunstancias, con sus miedos y complejos, son tan embrujadoras para el ego que es prácticamente imposible que los evitemos, provocando que el ego se infle una vez que haya pasado la tentación victoriosamente. Es aquí donde somos más humanos que nunca y es aquí donde aprenderemos, quizás, que no podemos tirar la primera piedra. Pasamos una gran prueba, obtenemos un gran éxito y nos creemos con derecho a ser mejores que otros. Mejores quizás porque tenemos un mejor trabajo, un mejor estatus, un mejor equilibrio económico, un mejor lo que sea, etc. 246

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Entonces es posible que nos hinchemos de victoria. A lo mejor nos llenamos de pensamiento positivo al punto que lo negativo parece no tener espacio. A este respecto citaré a otro autor, una gran estudioso del tarot, Hajo Banzhaf:4 «Una analogía de esta actitud podemos encontrarla en el ejercicio ilimitado del «pensamiento positivo» con el que el ego intenta, como un saqueador, explotar en su beneficio los poderes mágicos del inconsciente. El precio de esta avaricia es en verdad muy alto... Para el individuo occidental, el peligro es fracasar a causa de esta avidez de poder que es particularmente importante, debido a que en nuestra cultura no hemos hecho grandes esfuerzos por explorar nuestro espacio interior». Ese espacio donde no hay ni positivo ni negativo, sino vida más allá de cualquier juicio, añadiría. Es sumamente importante dar rienda al inconsciente. Es igualmente crucial no identificarse con él. Por eso mismo en cada uno de los ejercicios de trabajo con imágenes interiores o de los arcanos, como es nuestro caso, es absolutamente necesario saludarles y despedirse, dejándoles a ellos en su mundo para volver al nuestro con agradecimiento. Por las mismas razones es importante reflexionar sobre cada una de estas experiencias, para conectar y tender puentes entre nuestra parte consciente e inconsciente, para que ninguna de ellas nos arrebate desde nuestro ego. La parte consciente nos dará razones y la inconsciente, imaginaciones. Sólo si ambas están conectadas estaremos enteros. Estamos entre el cielo y la tierra y es aquí donde se desarrollan nuestras vidas. Es aquí donde podremos decidir cuánto chocolate nos comemos. Y si hemos comido compulsivamente toda 4. Banzhaf, Hajo, El tarot y el viaje del Héroe, el tarot como camino iniciático, Madrid, Edaf, 2001, pág. 217

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la barra, humildemente intentar no hacerlo la próxima vez. Quizás un buen entrenamiento sea el que me sugiriera mi maestro zen del templo Daijoji en Kanazawa: «Cada día intenta hacer algo que te resulte difícil». Estoy segura que él sabía de lo que estaba hablando. No es sencillo, hay muchos días en los que daríamos cualquier cosa por no tener que hacerlo, ¿verdad? Un momento lunar suele implicar mucha emoción. Ten cuidado con los malentendidos y con usar la seducción para conseguir cualquier propósito. Esto te dará la pista por si te encuentras en una fase lunar. Durante un período de estas características es conveniente que pasees por lugares con agua en días claros. Observa el mar o el río donde estés. Imagina que sacas de dentro de ti, uno por uno, tus miedos más profundos. Pon cada uno en tus manos, obsérvalo y tíralo al agua. Deja que las aguas se lleven tus miedos más profundos. Observa cómo se van y se alejan. Despídete ceremoniosamente. Devuélvelos al mundo del agua. Confía en que la sabia naturaleza sabrá cómo encargarse de ellos, mucho mejor que tú, basta que se los entregues despidiéndote de ellos. Puedes repetir este ejercicio todas las veces que así lo creas necesario. Si te encuentras en un lugar donde hay mucha gente y esto te cohíbe, puedes tomar unas piedras antes de empezar con el ejercicio. Arroja entonces las piedras junto con tus miedos, el ejercicio no cambia. ¡Imaginemos entonces! Ve a tu lugar sagrado. Allí encuéntrate con El Ermitaño, pídele ayuda para transitar por los parajes de la carta de La Luna. Quizás la primera vez prefieras hacerlo en su compañía hasta que sientas que puedes hacerlo solo. El viaje es todo tuyo. Más allá de las torres está el Sol. Ése es tu destino. 248

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Fue en una noche de luna llena cuando Victoria y yo nos quedamos en el bosque después de haber oído la discusión entre nuestra madre y la abuela. Al principio los gritos no nos llamaron la atención porque nuestra familia era muy ruidosa. Para nosotras puede llegar a ser un placer poder discutir con alguien de igual a igual. Nos encanta dar rienda suelta a las pasiones en las noches de luna llena y lo consideramos muy natural. Mamá creía que podía destruir la premonición y por lo visto había estado probando algunos conjuros. La abuela se mantenía firme en cuanto a que yo debía elegir y que nada más se podría hacer hasta el momento de la elección. Mi hermana Victoria fue la que se empeñó en bajar, aunque yo prefería que cogiéramos lo que habíamos venido a buscar e ir a reunirnos con nuestros amigos, que nos estaban esperando. Todo parecía haber empezado con un simple comentario de la abuela malinterpretado por mamá. Pero había más, porque mamá estaba acusando a la abuela del fin de su relación con papá por todo aquello de las Picas Negras. Ella insistía. Victoria en eso se parece a mamá. He de señalar que Victoria es una de las cabezotas más perseverantes que he conocido en mi vida. Bajamos para escucharlo todo, todo claramente desde detrás de la puerta de la cocina, que es donde estaban la abuela y mamá. Por lo que estábamos oyendo, parecía que nuestra familia había tenido algo que ver en la desunión de nuestros padres. Lo que pasaba es que no acabábamos de entender porque ambas hacían referencia a los conjuros secretos y 249

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esas palabras sagradas ni Victoria ni yo las sabíamos. Era como escuchar un disco que de repente empieza a sonar a todo volumen. A medida que avanzaba, la discusión iba tomando un cariz más que serio. Se fueron cayendo algunos cuadros, luego se cerraron de golpe algunas puertas y finalmente estallaron algunos cristales, es bastante normal cuando dos brujas de amplios poderes discuten, porque la energía se disipa. Pero lo más importante fue que oímos la parte secreta de la premonición. Evidentemente ellas creían estar solas en casa. Quién sabe cuántas cosas habrían ocurrido mientras los demás estábamos fuera de casa, mientras nosotras estábamos en el instituto. Mamá no quería que yo siguiera adelante, y como se acercaba la fecha de la decisión, estaba determinada a obligar a la abuela a que desistiera de tal proyecto. Así nos enteramos de que había dos bandos en la casa que habían estado peleando en silencio. Mamá no quería que yo repitiera su historia y odiaba a la abuela por haberme iniciado en secreto, porque entonces supimos que lo que la abuela me había enseñado no eran solamente unos cuantos cuentos hermosos. Sabían de mis supuestas secretas tardes en la biblioteca. Todos sabían que era capaz de realizar algunos conjuros que por lo visto no eran tan sencillos como yo creía. Simplemente porque me parecían fáciles y porque siempre me daban el resultado esperado. Mamá insistía en que yo sería una mujer normal, mientras que la abuela se oponía desde la convicción de la tradición y de las raíces. Ambas mujeres se desafiaron no solamente como mujeres, sino, lo más importante, como brujas y como representantes de dos líneas dentro de la casa. 250

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La abuela hablaba de un viaje iniciático ya decidido en el que me enfrentaría a una línea masculina de Magos dedicados al lado oscuro. Por cuanto argumentaban, una creía que yo ya estaba lista para la primera prueba y la otra rechazaba de plano cualquier tipo de prueba. Mamá la amenazaba con que intervendría para impedirla. Ambas se lanzaban acusaciones y amenazas. Victoria lloraba y yo me encendía de rabia porque nadie parecía tener en cuenta ni mi persona ni mis necesidades ni mis deseos. Lo habíamos escuchado todo. No acudimos al encuentro con nuestros amigos sino que nos fuimos corriendo a nuestro escondite en el bosque a escribir cuanto habíamos oído con total claridad. Luego lo quemamos todo para purificar nuestras energías. No me sorprendió el viaje a Gallway, pero más tarde, como por obra de encantamiento, se me olvidó todo. Victoria y yo no volvimos a mencionarlo hasta muchos años después, en el funeral de la abuela.

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19 XIX EL SOL El hombre tatuado

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staba convencido de que debía recordar mejor las cosas. Quizás temía olvidarse de todo o quizás... Tampoco podía fiarse de lo que le dijeran los demás, eso también lo sabía. Ya lo sabía. Lo sabía, lo sabía, estaba completamente seguro de ello. Decidió que para no olvidar lo que había aprendido a lo largo de su vida, se lo tatuaría. Al principio fueron ideas y conceptos variados, sin embargo los significados más elementales también fueron necesarios. En la mano izquierda se hizo grabar la noche, la luna, las estrellas, las nubes. Debajo de cada dibujo, las palabras sistemáticamente ordenadas desde la idea primaria: noche, luna, estrella, nube y luego, en preciso catálogo, anochecer, ocaso, oscuridad, sombras, negrura; satélite, astro de la noche, lunar, lunático; romanticismo, conquista; lucero, suerte, actor, actriz, constelación, esperanza, reyes magos; nublado, nubarrón, nubosidad, enfoscado, plomizo, gas, ángeles... El día, el sol y las otras nubes pintaban un clima aislado en su mano derecha. También tuvo que distribuir lluvias, vientos fuertes y huracanados, delicadas brisas primaverales, densa humedad, humedad tropical y sofocos bajo la tensión de las estaciones y los monzones. Todo a lo largo de su cuerpo. 253

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Visitaba las librerías especializadas en busca de los mejores diccionarios. Tenía cientos de ellos que le exigían total dedicación raptándole. En efecto, se encerró en su casa para dibujar y escribir las líneas de su cuerpo. Cada día iba embriagado de entusiasmo a su cita con el tatuador, a quien mostraba los mapas de cada punto sobre su cuerpo. Esto le requería tiempo, precisamente lo que no tenía, así que optó por hacérselos él mismo y de paso mejorar su economía. Resolvió los problemas prácticos con prontitud. También marcó en su cuerpo lo que debía hacer en cada situación que conocía. Desde la hora del desayuno a cómo preparárselo. Sin embargo se vio forzado a simplificar mucho: las variaciones no le cabían. Escribía en letras minúsculas y necesitaba una lupa para leerse y actuar según lo allí establecido. Toda su vida resumida en su cuerpo. Era fácil si uno se atenía a lo más importante. A pesar de las dificultades fue bastante feliz, o eso creía al menos cada vez que corroboraba su estado con la definición pertinente. Su mundo era conciso y ordenado, su cuerpo, un compendio del deber y la razón. Un día de invierno el temporal fue tan fuerte que se quedó sin luz. Sí, evidentemente eso es lo que había sucedido, dedujo después de comprobar el tatuaje pertinente. Fueron nueve días. El cielo constantemente cubierto. Ni sol, ni luna. Ya no podía leerse ni verificar lo que debía hacer, simplemente no se veía nada. El temporal no remitía, la ciudad se estaba inundando. Como nadie le vio ni oyó, quedó completamente aislado en el cuartucho que años antes había mandado construir en el terrado para sus primeros experimentos. Al décimo día la luz llegó. Él salió para verificar si había alguna instrucción pertinente en su cuerpo. Pero no 254

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pudo leerlas. Al salir había sentido algo indescriptible que le había embargado. Era el calor y la dicha. La felicidad de sentirse abrazado por la calidez, el cielo claro de un azul brillante. Aquello era extraordinario a tal punto que olvidó comprobar en su cuerpo si sus nuevas sensaciones y emociones eran verdad. Se apoderó de él una quietud que no se atrevía a romper ni con sus pensamientos. Respiraba lo más despacio que le era posible, no se movía apenas. Estaba atentísimo a cuanto sucedía. Parecía que no pasaba nada, sin embargo podía ver y sentir millones de acontecimientos a su alrededor. Estaba encantado con la simple y múltiple dicha de existir. No lo había comprobado, podía hacerlo tal vez, pero lo sabía. El espejo y la lupa yacían flotando en el agua acumulada en el terrado, allí mismo. Ya no los necesitaba. Se entregó a la dicha y sonrió al sol del mediodía.

¿Se ve más el sol después de la oscuridad? ¿Se ve más, mejor o se siente más? Si atendemos a lo que nos cuenta el tarot, en parte sería efectivamente así. El muro que se observa en el fondo de la carta pertenece a las torres que ya estaban presentes en la carta anterior, La Luna. Tampoco olvidemos que antes de la presente carta hay dieciocho más, se trata de un proceso profundo, no solamente del tránsito de la oscuridad a la luz. Si seguimos a nuestro protagonista podemos identificar el proceso completo por el cual se llega finalmente al Sol. Fíjate en el protagonista, ve a visitarle y obsérvale al final de su historia, ¿cómo está? Déjale hacer, sólo contémplalo desde fuera. ¿Cómo está su cuerpo? Mira su cara, 255

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¿qué expresión tiene? Es un proceso que se entiende por experiencia, es una de las cartas más ligadas a este concepto, de ahí que el practicar una relajación y luego una pequeña meditación puede ayudarnos a reconocerlo. Lo que sentimos en un momento en el que este arcano se hace presente es coincidente con la experiencia de conectar con alguien. A veces conocemos a una persona y tenemos la sensación de conocerla «de toda la vida», nos entendemos sin apenas hablar, es una sensación reconfortante. El Sol actúa de esta manera, sólo que la otra persona también somos siempre nosotros mismos. En el largo recorrido que nosotros, como héroes de una antigua historia, comenzamos con los pasos de El Loco, alcanzamos el recodo del camino donde finalmente brilla el sol. A partir de ahora ya hemos llegado a no temer los cambios y aún más, a adaptarnos a ellos, hemos alcanzado lo que muchos llaman «fluir». Ya no necesitas demostrar nada. Sigues al sol al mediodía o la luna en su reflejo. Aceptas cálidamente las circunstancias, llorando y riendo. Tranquilo. Tranquilamente defiendes tus derechos. Tranquilamente aceptas los reveses. No significa en absoluto que ya no estás triste o que has dejado de sentir cualquier tipo de emoción positiva o negativa. No te has olvidado de sentir ni el dolor ni la pena. Sientes todo esto sin ser ya una pequeña hoja arrancada de un árbol y perdida en la tormenta. Estás vivo. Sientes, te enfadas, ríes, pides disculpas, esperas, amas... un rayito de sol ha entrado muy dentro de ti y te inunda con su calidez. Puede que incluso en algún momento lo olvides, pero será sólo para recordarlo con más fuerza. Notarás que a pesar de las dificultades la vida te está protegiendo. Notarás que nace en ti un gran sentimiento de modestia hacia lo 256

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humano, hacia ti mismo, hacia la gran sabiduría de la vida. Te aceptas plenamente. Estás, estamos, completos. Antes de continuar, entonces, démonos la oportunidad de sentir este especial calorcillo. Vayamos a visitar este arcano. Recuerda los pasos para llegar hasta tu espacio sagrado. Una vez allí llama a esta carta. No olvides saludar ni presentarte. Puedes mirar la escena desde cualquier punto, desde arriba, desde abajo, de un lado, del otro, desde detrás, desde enfrente. ¿Qué ves? Observa a los dos niños. ¿Cómo te miran? Espera hasta que te sonrían. Pregúntale a cada uno por turnos qué parte de ti representan. Es muy importante saberlo porque representan la unión de nuestros opuestos. Pregúntales cómo se relacionan ambas partes. Puede que representen tu parte más racional y la más irracional, quizás la más exigente y la más indiferente, las más amorosa y la más odiosa. Ambas existen y ambas nos han sido útiles en determinadas circunstancias de nuestra vida, no las podemos borrar de un plumazo. Lo que el tarot nos enseña es que la libertad está completa a partir del momento en el que ambas partes colaboran. Tu parte más amorosa dulcificará a la más odiosa y ésta te ayudará a defenderte en circunstancias difíciles sin desamarlo todo. Obsérvalas relacionándose. Mira el Sol. Puedes invitar a los dos personajes de esta carta a que lo hagan contigo. Siente su calor. A este sol puedes también preguntarle lo que necesites en estos momentos. Báñate bajo las gotitas multicolores. Pídele que te inunde de su suave calor. Si te quemaras, insiste en que lo que quieres es su suave calor. Tú eres el director de orquesta en este tipo de ejercicios, no lo olvides. Quizás ahora puedas también subirte al muro que se ve por allí detrás y contemplar que ha quedado atrás. Si te turbara 257

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esta visión, pídeles a estos niños que te ayuden. Luego deja atrás el muro y camina hacia delante. ¿Qué ves? Pide una vez más ayuda al sol y a los dos niños para ver tu imagen futura. Esta imagen puede ser cualquier cosa. El contenido del inconsciente se manifiesta como en nuestros sueños y puede parecer que no tenga mucho sentido. Si no lo entiendes, tendrás que preguntarle a esta imagen una respuesta sobre su significado. Despídete y da las gracias. Ya puedes salir. Escribe sobre esta experiencia. Tendrás muchos días para reflexionar sobre ella. Cuando necesites un poco de luz en las tinieblas puedes dormir con esta carta bajo tu almohada. Antes dedícale unos minutos, puesto que le pedirás que te ayude durante la noche. Colócala justo debajo de tu cabeza, siente que está allí para ti. No te olvides, en la medida de lo posible, de escribir los sueños que tengas durante este período para así descubrir más claves iluminadoras sobre tu personalidad y tu momento. El lenguaje de los sueños es muy íntimo para cada persona, no permitas que te invadan las interpretaciones encajonadas ni preestablecidas. Permite que el mundo de los sueños te hable, por eso es importante que les escuches de la forma más directa posible. Puedo darte algunas pistas para que lo hagas. Si sueñas con una persona que conoces, lo primero que has de preguntarte es qué significa esa persona para ti porque es precisamente eso lo que está simbolizando en tu sueño. Este patrón de interpretación te sirve para cualquier personaje que aparezca allí, sea humano o no. Una vez que lo tengas identificado, observa cómo se relaciona con los demás personajes que representan a su vez otras cualidades. Recuerda siempre que los sueños te hablan a ti y sobre ti en un lenguaje ínti258

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mo, particular y exclusivo, acorde a tu experiencia vital, tu cultura, tus circunstancias y tu personalidad. Leer un sueño es interpretar símbolos propios. Es también interpretar poesía y cuentos ancestrales por cuanto hay algo que todos los humanos compartimos y son nuestros conceptos sobre algunas ideas ancestrales: la madre buena, la bruja mala, el héroe, el villano, la princesa o el príncipe deseados, etc. Escribe un diálogo a vuelapluma, sin pensar, dejando que la mano escriba y escriba sin pararse a pensar, entre los personajes de tu sueño. Si no lo quieres escribir, píntalo, dibújalo o sitúate en tu espacio sagrado, el de nuestros ejercicios, para observar ese diálogo, para incluso interactuar con dichos personajes. ¿No tienes tiempo para todo esto? ¡Lo siento! Mucho, de verdad. Aquí no hay manera de ahorrarse tiempo y dedicación. Cada uno de nosotros y cada uno de nuestros sueños así lo exige sin medias tintas. Ahora puedes jugar con tus diferentes aspectos. Vuelve a tu lugar sagrado. Sigue cada uno de los pasos. Una vez allí invita a cada una de las partes de ti a que vengan a jugar contigo. Saluda a cada una de ellas e invítalas a jugar. Como niños. Puedes incluso intentar tocarlas tal como o hacen los niños de esta carta, exactamente en los mismos puntos. Despídete con agradecimiento. Vuelve, reflexiona y emerge. Puedes desarrollar este juego de muchas maneras. Quizás al principio te interese más dibujar o escribir sobre ello. O comprarte plastilina para recrear el espacio de la carta, hacer pequeñas esculturas o formas para representar a cada una de tus partes y allí en ese espacio bien delimitado jugar con ellas, como si fuera un teatrillo de marionetas. No olvides saludar, invitar, hablar con cada uno de tus personajes y finalmente despedirte dándoles las gracias por ha259

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ber jugado contigo. Recuerda que las primeras veces puede que suceda bien poco. Hay que dar tiempo, necesitamos tiempo y dedicación, como en cualquier relación, sea ésta de carácter exterior o interior. No se conoce a una persona con un solo encuentro. No te olvides de dar paseos al sol, de sentirlo en tu piel. La fase de la carta El Sol es la más apropiada para encontrarse con los amigos con quienes podemos mostrarnos tal cual somos. Es también un buen momento para desbloquearnos, trabajar nuestra energía, darnos masajes o visitar a un acupuntor o un masajista que desbloquee puntos de energía en el cuerpo para que nuestra energía fluya cálida y luminosa. Permite que tu sol interior te inunde de calor y luz. Brilla como el sol que eres sin necesidad de más, porque dar luz, energía, calor, brillar, es tan natural para ti como para el sol.

El primer ciclo de cuentos estaba a punto de acabar. A su final yo podría pasar a meditar sobre ellos en soledad, podría contarlos a otra persona, si bien esto ya había ocurrido en cierta manera con mi amiga y prima de Tierra del Fuego). Podría, en definitiva, ejercer mi poder. Mamá se había ido a vivir a la India, a una comunidad de yoguis, había abandonado completamente la magia desde que intentara acabar con el orden del caos usando sus conjuros. Allí había encontrado la paz y por sus cartas se notaba que estaba feliz. Cuando yo empezara a ejercer como bruja, tal y como había decidido, ella tendría que darme uno de los anillos de poder. La abuela me entrega260

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ría el otro. Yo vivía con un cierto sentimiento de urgencia a este respecto y estaba convencida de que la entrega de los anillos tenía que ser antes. Viajé a la India y fue fácil convencer a mamá, básicamente porque ella lo conservaba por tradición y no por convicción. En cambio, la abuela se resistía a que determinados rituales se celebraran antes de tiempo. Gracias a la ayuda de Victoria. Su siempre tan persistente cabezonería, que me había librado de problemas en más de una ocasión y me los había ocasionado en otros. La abuela finalmente cedió. Tenía los dos anillos, pero no podía usarlos hasta la ceremonia de consagración de servicio. Pero yo antes quería cerrar otro ciclo y decidí que iría a visitar a papá. A Victoria le entusiasmó la idea y se apuntó al viaje. No fue fácil dar con él, pues vivía apartado en un pequeño pueblo, en las montañas del Atlas. Viajamos en todos los medios de trasporte posibles: avión, coche, caballo, burro, a pie. Por supuesto el coche se averió en medio del desierto; los viejos caballos no pudieron aguantar el tirón de una parte de las montañas y continuamos en burros hasta que no hubo más remedio que seguir a pie. No podía haber sido un viaje ni más complicado ni más típico de cuando se está buscando a alguien lejano. Era como buscar una aguja en un pajar; tal vez se había convertido en nómada. Después de una serie de malentendidos con nuestro intérprete, dimos con el pueblo que buscábamos. Una vez más fue Victoria quien gracias a su insistencia logró dar con alguien que le conocía. Llegamos a una casa en medio de unos campos cultivados de acelgas y tulipanes. Había niños corriendo por todas partes. Al fondo, sentado en la puerta de la casa azul, 261

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lo vimos. Nos reconocimos enseguida a pesar de que hacía muchos años que no nos veíamos. Papá nos presentó a su nueva familia y a sus nueve hijos, nuestros nueve hermanos, todos varones. Tuvimos tiempo de hablar de muchas cosas y de callar sobre otras tantas. Fueron días emotivos y plácidos a la vez. Antes de despedirnos el décimo día, papá nos contó, casualmente, sin dar demasiada importancia al asunto, que había sido él quien había elegido nuestros nombres. Y para quienes son ajenos a nuestro mundo es absolutamente esencial saber que las brujas dan una extraordinaria importancia a los nombres y más aún a los propios, porque eso dice mucho sobre la persona. Para nosotras fue una gran revelación. Quien elige tu nombre en cierta manera está marcando una pauta en tu camino. Una familia de brujas como la nuestra había permitido que un hombre ajeno a ella eligiera los nombres de las hijas de la familia y de la continuadora. No era casual. Él debía de tener un poder muy fuerte, no puede haber otra explicación. Pero cuando le preguntamos sobre todo eso, se limitaba a contestarnos con vaguedades y evasivas. Otro secreto. Después de ese viaje, Victoria volvió a casa, pero yo continué lejos unos diez años más. Después de tres años en el norte de China volví a sentir la necesidad de regresar a casa.

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uando volví de mi viaje, estaba muy contenta de poder abrazar otra vez a mi familia. Había visto a Victoria en más de una ocasión, pero echaba de menos la casa, a la abuela. Estaba preparada para recibir el penúltimo cuento y para ir a visitar las tumbas de mis padres. Habían pasado diez años. Llegué por la noche, dejé las maletas en la entrada de la casa y allí las olvidé porque nos dedicamos a abrazarnos y a festejarnos. La abuela preparó la comida junto a Elvira, la chica que la cuidaba. Abrimos la botella de vino que guardara la abuela desde su casamiento, pero el vino ya estaba agrio y nos conformamos con el rico licor de la alacena. Fue uno de esos encuentros familiares muy especiales, cuando te sientes a gusto con la historia compartida, cuando te sientes uno más, sin más, con todos tus errores como parte fundamental de unión, no ya de desunión. Rememoramos los viejos tiempos, nos reímos. La abuela le pidió a Elvira que sacara el álbum de fotos del armario. Nos quedamos hasta tarde despiertas, más de lo que le convenía a la abuela. Hacia las tres o cuatro de la madrugada nos fuimos a dormir. Me desperté tosiendo y con mi gata Luna que me golpeaba con su patita en las mejillas, la frente y la boca. 263

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Había un extraño olor que se me metía por la nariz. Me asusté, temiendo que fuera una premonición de la muerte de la abuela. No sería la primera vez que me pasaba, la muerte tiene un olor muy específico. Seguía con dificultad para respirar y decidí bajar a la cocina. Cual no fue mi susto al ver que de la habitación de la abuela salía humo. Grité y fui hacia allí. La cortina estaba en llamas y tenía que decidir entre apagarla o sacar a la abuela de la habitación. Opté, obviamente, por lo segundo mientras seguía gritando para que Victoria, que dormía en la otra punta de la casa, o Elvira, que no sabía dónde estaba ni cómo no me oía, vinieran a ayudarme. La abuela era pequeña, aunque lo suficientemente pesada para no poder bajarla por las escaleras yo sola. No sé de dónde saqué las fuerzas, pero salimos de allí. En medio de las escaleras me topé con Victoria y entre las dos sacamos a la abuela al jardín. Teníamos que encontrar a Elvira. Al fin la vimos dormida en el sofá, quizás con unas cuantas copas de más. Los teléfonos no funcionaban, o nosotras no supimos reaccionar en aquel momento, así que Victoria tuvo que salir corriendo a pedir ayuda a los vecinos. Cuando llegaron los bomberos ya casi nada quedaba entero. Las llamas lo habían devorado todo con una rapidez inusitada. No pudimos salvar ninguno de los objetos sagrados. Lo único que pudimos hacer fue contemplar silenciosamente cómo la casa se iba consumiendo en llamas. Los vecinos nos ofrecieron sus casas para alojarnos, pero Victoria y yo preferimos ir a un hotel. Era más cómodo para ir y venir al hospital donde estaba ingresada la abuela. Tres días después falleció. Elvira se marchó antes del funeral, dijo que se sentía culpable, pues normalmente se quedaba en la habitación de la abuela hasta que se dor264

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mía. El bombero jefe, amigo de la familia, nos confesó que todo podía haberse debido a una vela en la habitación de la abuela. Gracias a su silencio pudimos cobrar el seguro. Siete días más tarde nos llamó para entregarnos lo único que había quedado a salvo, un pequeño baúl. Por lo que nos dijo se había salvado porque estaba en el desván, debajo de una cañería que debía hacer años que goteaba. La madera del baúl había absorbido la humedad a lo largo del tiempo y debía de estar completamente mojado cuando sucedió lo que sucedió. Por eso se salvó. Y también porque debía de estar debajo de otros tanto objetos igualmente mojados que lo protegieron. Según nuestro amigo bombero, se salvó porque estaba escondido. Victoria y yo nos lo llevamos al hotel y allí lo abrimos. Dentro encontramos un libro de tela de grandes dimensiones, otro pequeño y un cáliz de ceremonias. Bueno, no todo se había perdido. Cuando has creído que lo habías perdido todo y luego recuperas algo, por muy pequeño que sea, es un enorme alivio. Victoria y yo estábamos muy felices, llorábamos de la emoción. Tuvimos que hacer restaurar el libro y para ello nos volvimos a poner en contacto con nuestra prima, la restauradora. La habíamos vuelto a encontrar en el funeral de la abuela, al que asistieron diversas líneas de diferentes familias. Se trataba de un libro sagrado, eso lo notamos apenas lo vimos, pero estaba casi completamente enmohecido. Sólo nuestra prima podía restaurarlo; aunque no usara sus poderes, sí que nos guardaría el secreto. El libro había sido escrito por la Gran Maga, aquella de origen turco que se instalara por primera vez en Finisterre. Según sus palabras, éste era el único libro verdadero. Nos quedamos despiertas toda la noche para acabar de leerlo. 265

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Nadie puede imaginar lo que sentí, lo que sentíamos mientras lo leíamos. Pero la mayor revelación nos llegó al leer el segundo libro, aquel más pequeño. La autora no era la misma, sino la tatarabuela María. Este pequeño libro no estaba completo, algunas palabras se habían perdido para siempre, pero esto no fue ningún impedimento para saber que, a fin de protegerse de sus enemigos y de salvaguardar los secretos, había escrito un segundo libro falso en el que se anunciaba una premonición, pero desvirtuada, con el fin de proteger el gran secreto de la familia, que sería desvelado a su tiempo. Cuando escribió el pequeño libro, la Gran Maga temía por su vida y por la de los suyos. Victoria y yo no salíamos de nuestro asombro. Sus enemigos eran banqueros, enemigos a su vez de su amante y de su gran fortuna conseguida gracias a la inteligencia de la amante. Pero por entonces una mujer no podía ser brillante en los negocios. Sólo era una bruja. Primero buscaron el libro sagrado y por eso la bisabuela había hecho copias falsas. Ya en el último asalto se produjo algo confuso. En el pequeño libro hay referencias a algo que ocurrió, pero nada más. A partir de entonces la bisabuela embarcó hacia las Américas y el amable banquero desapareció. Nada más se supo de la tatarabuela. Yo pasaba del enfado al llanto, de la impotencia a la rabia. ¿Cómo había llegado este baúl al desván? ¿Quién lo había depositado allí? ¿Cómo vivimos con una versión errónea de la premonición a sabiendas de alguien? ¿O quizás de nadie? La anotación final tenía un sentido, siempre lo habíamos tenido frente a nuestras narices: «Todo es dual, todo tiene su par de opuestos, todo tiene polos y los extremos se tocan; la vida sólo tiene sentido a partir de la certeza de la muerte». 266

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Al final preferimos no averiguarlo, si bien podíamos hacerlo con nuestros poderes. Los opuestos ya estaban completos, la muerte se había llevado a la abuela y a la casa. Ahora sólo, y no era poco, nos quedaba el sentido de nuestra existencia futura. Limpiamos el cáliz sagrado, tomamos el gran libro y nos fuimos al bosque a hacer una nueva ceremonia de agradecimiento, tal como rezaba en la primera página del Gran Libro. Ahora el futuro era de cada una de nosotras.

XX EL JUICIO. Diario desde el alba Acabo de sentarme en el sofá una vez más, mirando hacia el exterior a través del balcón. Otro día. Otro. Esta situación no deja de sorprenderme y comienzo a inquirirme. Más allá de mí, nada puedo hacer, o al menos es eso lo que siento. Habita en mí un antiguo silencio. Se instaló y desde entonces sólo consigo interesarme por cosas «inútiles» que implican no buscar trabajo cuando debiera, no salir a pasear y quedarme en casa, encerrarme en lugar de abrirme. Pero ¿en qué, de qué? Después de quince años de profesión con un cierto reconocimiento a mi labor, ya nada me interesa. Tampoco me siento especialmente apenada por ello. ¿Qué hacer? ¡No tengo ni idea! Ni la activa, responsable y trabajadora persona que fui lo sabe. Si hubiera un enchufe para conectarse al vaivén exterior, 267

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tampoco sé, no estoy del todo segura, si lo utilizaría, lo dudo. Prefiero quedarme dentro de mí para mirar más allá desde este lado de la ventana. Da igual lo que haga, siempre se inscribe dentro del marco de lo «poco productivo». No me interesa cuanto antes hacía, aunque sé que puedo seguir aportando mucho. Me gustaría hacer algo menos importante, pero quizás más básico. No sé el qué. Esta actitud no deja de asombrarme. ¿Cómo justamente yo no me pongo en marcha en una situación semejante? ¿Soy otra? ¿Acaso esto es un bloqueo? Precisamente no me siento bloqueada. ¿Me habré acostumbrado a estar así? ¿Cómo nombrarlo? Tengo la sensación de haber estado en un lugar lejano. Allí había un túnel por el que caí. De repente me encontré en otro lugar. A veces creo que es una isla desierta. Otras veces ni tan siquiera sé dónde estoy. Como si hubiera estado paseando por una ciudad y de repente me encontrara en otra. De súbito, sin más. La nueva urbe me gusta, aunque me resulte extraña por desconocerla y por recordar la anterior. No quiero hacer croquis para fijar sus espacios ni su ubicación. Todo tan incierto. Quiero perderme, caminar y descansar. Sobre todo descansar, no ya de ésta sino de la otra ciudad, de aquel otro espacio anterior. Comporta riesgos, me dicen. Eso es obvio. Si la felicidad tiene un precio ¿será el dado por mi valor? No lo sé. De momento miro hacia fuera desde el sofá a través del balcón. La semana pasada lo había intentado otra vez: volver a conectarme a mis actividades anteriores. Fue uno de los encargos que menos he preparado a lo 268

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largo de estos años, simplemente aproveché lo que ya había hecho en otras ocasiones. Sin embargo ha salido mejor que nunca. Sin embargo me han pagado menos que otras veces por una reducción de presupuesto que llega justo ahora. ¿Habrá alguna conexión entre todo esto? Lo hice bien, sí, realicé un buen trabajo, y además, en general, todos quedaron muy satisfechos. Pero de alguna manera ya no me pertenece del todo. ¿Hasta qué punto puedo dejar el pasado atrás? ¿Hasta qué punto puedo recuperar algo de aquel pasado? Me siento como si me desprendiera de la casa familiar, pero sin pena, sin saber adónde ir, aunque con una extraña sensación de tranquilidad. Estoy esperando que suceda algo, y esto es también inaudito porque nunca hasta ahora había simplemente esperado. Antes ya lo habría buscado, propiciado o alcanzado de alguna manera. De alguna manera ya no quiero luchar a brazo partido a la par que confío en que al menos un acontecimiento vendrá a mostrarme un rumbo hacia la meta, una meta. Qué extraño. Qué extraño, me repito Supongo que no haré algo totalmente nuevo. Me gustaría aprovechar lo que ya sé y lo que soy de alguna misteriosa manera que aún se me escapa. Podría redimirme a partir de lo que he sido, desde lo que he hecho. ¿Podría? ¿Podré? La redención no es asunto nimio, no. A pesar del precio que tendría que pagar por ella, ciertamente la deseo, porque no puedo, no quiero volver atrás: mi alma me impele a gritos a hacer de mí esta ceremonia tan pura. He perdido el 269

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control sobre lo que deseo y lo que no, mientras sólo me resta la voluntad de seguir mi destino, mi camino en la vida, mi verdadera vocación. No podría explicármelo mejor. Son sensaciones, sentimientos y emociones tan profundos que se escapan a la débil comprensión de la mente. Lo único que puede salvarme es la fuerza de la fe y sólo depende de mí no perderla con los tesoros que alberga. Parece que lo más inaprensible depende de mí... o que yo dependo de lo más inaprensible. Vuelvo a lo que habita en mí. Hago cosas «inútiles». Me siento en el sofá y miro hacia fuera a través del balcón. Vuelvo a apoyar la pluma sobre esta hoja y continúo escribiendo. Me encuentro en la ciudad antes desconocida. No sé cómo he llegado hasta aquí, me he limitado a seguir la voz que me llamaba. Aquí, por fin, encuentro a mis verdaderos amigos, aquellos que dirigen sus plegarias al cielo por mí y conmigo. Nos sonreímos con la certeza de la amistad verdadera. Hay más personas que reconozco, todos somos un poco más diferentes de cómo éramos. «Cuando alguien renace, todos los que le rodean despiertan a una nueva vida», me susurra la mujer. «Sí, que así sea», murmuro mientras recuerdo todo el larguísimo viaje que me ha traído hasta aquí a través de mí. ¡Ojalá sea esto verdad! «Mira a tu alrededor, ¿es todo como antes o es distinto», me dice al oído el hombre. Qué curioso, no les veo mover los labios y sin embargo les escucho muy claramente. Es verdad, como 270

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esta ciudad, como esta luminosidad, como estos seres, como todo cuanto veo y siento, aunque mi mente se resista a creerlo. Quizás antiguas costumbres me sigan llamando desde un eco olvidado. O quizás simplemente porque si pienso tanto en ello no podré sentirlo, al igual que si me aferro a esta realidad con los cinco sentidos no podré dejarme cubrir por el rocío de mi sexto sentido. Pensar. Me pueblan nuevos sentidos, sensaciones más amplias. Lo sé, pero al mismo tiempo todo esto es tan nuevo que no sé muy bien qué hacer. Mi racionalidad aún insiste haciéndome creer que quizás, sí, es muy posible que me haya vuelto loca. Pero ¿quién es la loca aquí y ahora: la que no se escuchaba o la que empieza a oír? Tomo por una de las calles de esta nueva ciudad y luego por otra y otra. En una plaza encuentro algo muy secreto e íntimo para mí. Hasta que no lo he tenido delante de mis ojos no me he dado cuenta del amplio significado que resonaba. ¡Exacto! Es justamente eso lo que lo quiero hacer. A partir de ahora puedo sentirme orgullosa de pagar el precio que vale, de asumir los riesgos que supone. Increíble, pero cierto. Empiezo a reír, reír, reír a grandes carcajadas sonoras. Son risas de trompetas. También lloro de felicidad. Son lágrimas agradecidas. Si me lo hubieran contado, jamás hubiera dado crédito: he llegado al principio y al final de mi viaje. Doy fe: el nuevo principio también existe. Esto es algo que no puede explicarse, basta creerlo. 271

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Si tu carta es El Juicio, es muy probable que te encuentres en una situación que en el fondo es muy similar a la de la protagonista de nuestra historia. Tu pasado no ha sido fácil y se ha mantenido presente desafiando las leyes del tiempo y del espacio. Puede que lleves mucho tiempo suplicando una nueva oportunidad en la vida, lo cual equivale a pedir creer en el futuro. Quizás incluso hayas creído en el futuro, muy a tu pesar, y por eso mismo estás aquí y ahora en este momento revitalizador. Volvamos a nuestra protagonista. Para entender cómo se siente, antes necesitamos comprender cómo cambian sus sensaciones a lo largo de la historia hasta descubrir su nuevo principio. Puede que nos parezca que todo resulta muy lógico o caótico u ordenado, pero no se trata de eso sino de la clave de toda esta historia. ¿Cuál es la clave de su historia? ¿Hay una clave? ¿Se trata de algo atrapable? ¿Atrapable como una mariposa? ¿O es mejor dejar que la mariposa vuele? La carta de El Juicio implica una dura tarea, porque antes de revivir hay que morir. La vieja vida queda atrás, el pasado ya no pesa, sino que es un motor que nos impulsa. Hemos comprendido y sentido que todo cuanto hemos sido está bien, que ahora somos el resultado de millones de cosas y entre ellas está todo cuanto hemos vivido. Dejar atrás el pasado implica un abandono y un perdón. Todo esto resulta muy doloroso por el duelo que conlleva. Además hay que contar con las ganas de levantarse de la tumba cuando uno cree que no podrá hacerlo, que ya no quedan fuerzas. 272

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Pero será posible porque hay un ángel muy poderoso que llama. Verás que la oportunidad de levantarte está aquí tan presente como tu largo sufrimiento, que pesa. Todo depende de algo misterioso cuya comprensión racional se te escapa, así que lo único que te queda es confiar. La confianza no se explica porque es tan efímera como el beso de un ángel. ¿Puedes creer en el beso de un ángel? Tanto si lo crees como si te cuesta creerlo, a pesar de que sea lo que más quieres en el mundo, imagínatelo. Puede incluso parecerte algo ridículo, pero la imaginación es una cosa muy seria. Imagínate en el lugar que desees. Puedes también hacerlo en tu templo interior. Llama a tu ángel y pídele que te dé un beso. Y siéntelo como si en ello se te fuera la vida, porque es precisamente el beso de la vida. Todo cuanto sucede en la fase de El Juicio no aparece de la nada, viene de ti. Pero eran aspectos que habían estados muy enterrados. Quizás querías ser pintor y nunca se te había ocurrido que podías pintar. Quizás querías bailar, cantar, escribir o enseñar o hacer cualquier tarea que durante mucho tiempo has creído que no eras la persona idónea para hacerlo. Ahora puedes atreverte no solamente a pensar en ello, sino a hacerlo y disfrutarlo aunque no seas ni Picasso ni Dalí, ni Borges ni Alicia Alonso. Puedes disfrutarlo porque lo haces y por una razón muy sencilla: te gusta tanto que no puedes evitarlo, aunque lo hayas evitado de muchas maneras diciéndote que no debías hacerlo o que directamente no podías. Esas aficiones llaman ahora a tu puerta y forman parte de un proceso mucho mayor, así que lo mejor será que las respetes. En las consultas de tarot conozco una enorme cantidad de personas con grandes talentos descuidados que como respuesta final me comentan 273

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que ya es demasiado tarde para ponerse a ello con seriedad y responsabilidad. Si tú no te lo crees, ¿cómo pretendes que precisamente yo en una consulta de tarot te lo haga creer? Sin embargo podemos probar con un nuevo ejercicio para revitalizar tus energías. Vamos a ponernos a trabajar precisamente con esta carta. He de confesar que ha dado buenos resultados a las personas que se han puesto a hacerlo. Ante todo he de recordarte que no se trata de milagros, sino de procesos. Un proceso requiere su tiempo, su espacio, su oportunidad y, por supuesto, su búsqueda. Y arriesgarse a salir de la tumba, querer salir cuando el ángel llama. Un proceso requiere trabajo, hay que ponerse a ello y hacerlo. Así que podemos plantar la semilla, regarla cuidadosamente, hablarle, cantarle, mimarla, cambiarle la tierra, poner abono y así hasta que nacen las primeras hojitas. Luego la seguiremos cuidando para que siga creciendo. Puede que una tormenta o cualquier otro desastre la destruyan, pero las raíces se habrán agarrado a la tierra y con los cuidados oportunos volverá a crecer, ¿verdad? Vamos a bajar a nuestro templo interior. Antes relájate para facilitar la concentración. Desciende y entra en tu espacio sagrado. Una vez allí llama a la carta de El Juicio. Mírala de frente y presta mucha atención a todas tus sensaciones. Mira, observa, siente sobre tu piel, bajo tus pies, en tu cuerpo, toca, huele, lame. Hazlo desde diferentes puntos, desde la izquierda, desde la derecha, desde abajo, desde el centro y desde arriba. Luego fíjate en los personajes. ¿Hay alguno que te llame especialmente la atención? Quizás no se trate de un personaje, sino de algún otro elemento de la carta. Salúdale y habla con él. Escucha, pregunta, pide. Recuerda que han de asentir a tus peticiones porque son figu274

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ras internas que han de responder a tu petición de ayuda. No se trata de que les impongas nada, sino de escucharles y aceptar su asentimiento. Al fin y al cabo son partes internas tuyas que viene a ayudarte y tienen que hacerlo porque tú eres el director de orquesta. Al final no olvides despedirte y darles las gracias. Luego necesitarás un poco de tiempo para reflexionar sobre lo sucedido. Puedes escribir sobre este encuentro o pintarlo. Esta carta nos habla de la redención. ¿Qué necesitas redimir? Aunque empezando por el principio deberíamos preguntarnos si nos merecemos esta redención. ¿Me merezco mi redención? La respuesta debe ser clara y es única. Hasta que no obtengas de tu interior un clamoroso sí que grite a través de todos tus poros no podrás saber qué necesitas redimir de verdad. Lo que se redime está dentro de uno mismo. No se trata de alguien cercano, no se trata de la humanidad, no tiene nada que ver son el exterior, nada. Ponte en paz con esa parte que necesita ser redimida. ¿Cómo? Tratando con ella hasta que esté sanada. Pueden ser semanas, meses o años. Normalmente es mucho tiempo. Las cosas serias requieren su tiempo, respétalo. Y que no quede porque no lo hayas intentado de verdad. El esfuerzo que se requiere es importante puesto que «la puerta que da a la vida es estrecha, el camino que conduce a ella es difícil, y hay muy pocas personas que lo encuentran», son palabras que fueron pronunciadas en el Sermón de la Montaña. Dadas las características tan especiales de esta carta, te recomiendo que consideres trabajar diferentes aspectos de La Papisa y de La Fuerza. Son cartas que pueden ayudarnos en nuestro encuentro con El Juicio, ya que hacen referencia a aspectos importantes a la hora de redimirnos. 275

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Con La Papisa contemplamos la paciencia, el saber esperar mientras que con La Fuerza nos abocamos a las ganas de comprometernos con la realidad, así como el domesticar nuestros leones interiores creando lazos de amor con él, tal como se nos enseña en El Principito, el libro de Saint-Exupéry.

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21 V

ictoria quería irse a Nueva York y así fue. Allí se instaló. Se casó dos veces, la segunda con un cocinero del sur de Francia, de origen bereber. La abuela había acertado. Yo encontré una casa en un pequeño pueblo, la última casa del pueblo –la que normalmente por tradición siempre ha estado reservada a la bruja de la localidad–. También tuve la suerte de encontrar a un compañero para un nuevo trecho de camino y para crear un hogar por donde corren inquietas tres pequeñas brujitas. Qué gracia: la abuela había acertado una vez más. La verdad sobre la premonición había sido desvelada. En realidad se había mantenido vigente gracias a las rencillas entre madres e hijas a lo largo de los siglos. Nació como una protección para ocultar y cuidar de la familia, se originó porque una madre quería proteger a sus hijas y al final, en las generaciones posteriores, fue todo lo contrario. No era verdad que tantos hombres desaparecieran. No era verdad que tantos corazones hubieran sido mayoritariamente desdichados. Quizás algunas de las mujeres de nuestra familia no habían tenido suerte con hallar a sus compañeros, pero ya sabíamos que no había ninguna premonición al respecto y que aquella Primera Gran Maga había sido muy feliz, que no había huido de un peligroso califa que la ha277

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bía perseguido y había reunido a los magos más poderosos para conjurar contra su felicidad. ¿Por qué desde entonces se urdió otra leyenda? ¿Por qué nada se decía de las mujeres que habían sido felices sin pareja? Ni a Victoria ni a mí nos interesaba ya. Nos habíamos liberado de la oscura premonición, quedaba atrás. Estábamos seguras de que nuestras estrellas brillarían y que seríamos tan felices e infelices como cualquier humano en este planeta. Sabíamos quiénes éramos y ya podíamos ser libremente nosotras mismas.

XXI EL MUNDO. Uno Uno Uno es Es en sí mismo Uno es en sí mismo Todo Uno es en sí mismo todo Uno es en sí mismo todo En sí mismo todo el universo Uno es en sí mismo todo el universo Lo escuchó. Como si fuera por primera vez, el recuerdo tenía la fuerza de la primera escucha. Quizás lo hubiera oído o leído, quién sabe... Ahora lo escuchaba. ¿De dónde venía aquella voz? 278

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Entonces el científico se detuvo completamente, tomó el microscopio con todas sus fuerzas, se acercó más, lo miró con los ojos del niño y del viejo. El microscopio le enseñaba algo infinitamente pequeño y grande a la vez. El minúsculo genoma acortó distancias para contarle la historia de la humanidad y la de él. Tiempo después el hombre de blanco impoluto murió. Tiempo después, cuando otro científico no se movió y no se atrevió a alejarse de otro microscopio, allí lo encontró. Allí estaba otra vez como siempre. El genoma le contó historias de otros y la suya, la de sus hijos y la de los hijos de sus hijos. Tal como sucediera aquella primera vez en la que el primer hombre de blanco escuchara la voz que no sabía de dónde venía. El genoma contó y contó. Nada que el hombre más simple no hubiera sentido en un infinito segundo al amar al ser amado. Pero el genoma tuvo que volver una y otra vez ante cada microcopio, ante cada hombre de blanco impoluto para recordarlo a unos y a otros a través de los años. Regresó con su voz y sus historias. También junto al hombre que se sentó en silencio, que se envolvió en su blanco manto y dejó partir a la mujer desnuda. Al oír el eco de la historia más antigua, los humanos se asustaron, las hadas vinieron a protegerlos y los magos contaron sus mágicos relatos para apaciguarlos. Nada que un pétalo de rosa no cantara al fuego, nada que una llama no hubiera quemado, nada que ya hubiera pasado o fuera. Nada que no 279

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hubieras visto en los ojos de tu ser amado único. El pequeño genoma guardaba la memoria de todo esto sólo para contarlo cuando se nos olvida. Pero... Tiempo después todo se olvidó. Aun cuando necesitaras recordarlo al escuchar lo que narran los magos, lo que canta la rosa al fuego en su desnudez profunda de lo que hubiera pasado o fuera. Pero el genoma no calló. Sin razón aparente, los humanos mantendrían una inconsciente fe en volver a escucharlo. Porque un todo nos rodea desde cada mirada infinita, aquella que luce y reconoce el hombre más simple al amar al ser amado en un infinito segundo. Fue la historia del amor y del dolor. El amor y el dolor que nos hacen reconocibles para reflejarnos como hombre único. De una sola sangre, de una sola célula, de un solo genoma. «Uno es en sí mismo todo el universo, en ti me reconozco, en mí te hallas...», le hubiera dicho el genoma al caballero. Éste lo escuchó y entonces recordó algo que oyera en cierta ocasión, hacía mucho tiempo, vestido de blanco impoluto mientras el infinito se regocijaba.

¿Qué contaría el diminuto genoma? Un genoma pequeño y travieso que salta los límites del gran microscopio nuclear, da unos saltitos y nos cuenta una historia. No es una historia cualquiera. Es única e infinita. No por ello simple, sino rica, la más rica y la más sencilla. Veamos... en la historia hay algunas pistas, ¿verdad? Nos dicen que esta historia es 280

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la misma que le contara la rosa al fuego. También sabemos que los hombres se asustaron al escucharla y que necesitaron de los magos para aceptarla. Si alguna vez has mirado a tu ser amado a los ojos, basta con esa única y pequeña vez para conocer la mayor y más simple de las historias. ¿Me cuentas esta historia? ¿Se la contarás a alguien? ¿Cómo? Ahora nos encontramos frente a la carta de El Mundo. ¿Estás en este mundo? ¿En qué mundo estás? ¿Qué crees que hace avanzar a tu mundo? ¿Qué crees que te contaría el pequeño genoma a este respecto? Quizás te hablaría desde su mirada infinita, aquella misma que reconoce el hombre más común al amar al ser amado en un infinito segundo. ¿Qué verías entonces? La historia del amor y del dolor van unidas, quizás porque nos hacen reconocibles para reflejarnos como hombre único, como pertenecientes todos al género humano. Precisamente humanos, de una sola sangre, de una sola célula, de un único genoma y con una historia compartida entre muchos. Estamos en el mundo, en este mundo. ¿Qué puedes hacer durante este período? En primer lugar tendrás que ocuparte de tu mundo más cercano, es decir de tu cuerpo. Prueba a alimentarte de manera sana, durante una semana, al menos. No hace falta clarificar qué es sano, tú lo sabes. Quizás te apetezca más caminar un poco, si no es tu costumbre. Camina media hora al menos tres veces por semana. Cambia de estilo, no hace falta que gastes, se trata de una cuestión de imaginación. Cuida tu ropa, tu aspecto. Puedes hacer ejercicios de respiración o relajación, puedes proponerte un plan intensivo de una semana también en este caso. Cada día una hora de relajación, por ejemplo. Ponte crema por todo el cuerpo, 281

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si no tienes crema puedes preparar un poco de aceite de oliva con romero que activa la circulación o con lavanda que recarga los ambientes y el cuerpo. Deja el aceite en un botecito con la hierba durante una semana y luego te lo puedes poner por el cuerpo. Si no tienes paciencia para las hierbas, pásate el aceite de oliva, que es un excelente hidratante. Masajéate, dedícate a tu cuerpo. Propóntelo como una aventura de una semana, incluso un día. Los plazos los pones tú, depende de lo que quieras experimentar. Cuanto menor sea el tiempo, tu aventura en el mundo será menor, obviamente. Lo mejor es empezar por una semana, pero si no estás acostumbrado a hacer alguna de estas cosas, de nada vale forzarse en ese aspecto porque acabarás por abandonarlo. Lo mejor es que tus objetivos de tiempo sean realizables en este mundo y no en el mundo ideal. En segundo lugar, te ocuparás de tu otro mundo inmediato, tu casa, tu espacio, tu habitación. Cambia su estilo. Insisto en que no se trata de gastar, sino de aplicar la imaginación, de adornar y divertirnos en nuestro mundo con lo que ya tenemos, con nuestros recursos. Como esta carta también se refiere a ello, será importante que hagamos gala de todos ellos y es mejor que saquemos ideas de la nada. Recicla, transforma. Juega a redecorar tu espacio. Si luego no te gusta, podrás cambiarlo. Aprovecha para hacer una buena limpieza a fondo. Como si en lugar de ir a un balneario, dedicaras un balneario a tu casa, masajeándola, haciéndole limpiezas de cutis profundas y permitiéndole respirar. Es importante que incluyas algún elemento vivo en ella. Lo más sencillo suelen ser las plantas. Han de ser con raíz y no valen las flores cortadas porque su vida será 282

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efímera. Puedes incluso ir más lejos; si siempre has querido tener un gatito o un perro y no te atrevías por esto o lo otro. Las excusas siempre son fáciles de encontrar. Lo mejor es que encuentres uno muy pronto. Seguro que en el veterinario del barrio hay anuncios de animales que se regalan. En tercer lugar, llegamos a nuestro mundo más inmediato, el de los buenos amigos, los familiares. Organiza una cena o una comida o una merienda en tu renovada casa o en tu remozado espacio. No hace falta preparar un banquete. Aquí de lo que se trata es de abrir el mundo y abrirse al mundo y para ello habrás de utilizar todos tus recursos, incluso los que no sospechas que tienes. Y como recursos nos referimos a tus cualidades, especialmente a las que estaban escondidas, las que hace tiempo que no muestras. Si tienes pareja, prepárale un momento especial. Puedes darle un masaje, para ello no hace falta tener cursos especiales, se trata de mimar el cuerpo de la persona que quieres. Lo mismo vale para tus hijos. En cuarto lugar proponte alguna salida especial, con amigos o compañeros del trabajo. Si tu economía te lo permite, aprovecha para ir a diferentes restaurantes de cocinas de otros países, dale un bocado al mundo exterior. En definitiva se trata de salir al mundo con la gente que te gusta. ¿Y el trabajo, cuándo nos ocupamos de él? Se trata de ordenar tu mesa, ponerle una planta o darle algún que otro toque personal. Puedes un día comprar unos caramelos y llevarlos a los compañeros de trabajo o quizás te apetezca hacer un pastel para el desayuno. Cuidar a los demás es también cuidar de uno mismo. No tienes por qué hacer todo a la vez. No se trata de que empieces a correr. Tómate tu tiempo para cada cosa, nadie 283

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te obliga a hacerlo todo ni tan siquiera en un corto plazo de un mes. Lo que sí es importante es que sigas el orden que te proponemos, desde ti hasta el exterior. Es importante que vayas tomando nota de cómo te sientes con todos estos cambios, con todos estos esmeros dedicados al mundo. Puede que en el futuro te apetezca repetirlo o no. Puede incluso que ya hagas varias de estas cosas, pues entonces tendrás que crear otras. En El Mundo lo que se requiere es imaginación. Lo importante es que ocupes tu lugar y para hacerlo necesitamos dedicarle tiempo, conquistarlo y cuidarlo. ¡Pero aún no hemos acabado! Resérvate un día para ir a algún lugar elevado. Si vives en una zona montañosa, eso es lo ideal. Pero si no, busca algún lugar desde donde puedas contemplar tu localidad. Ve allí y disfruta con esa visión. Respira profundamente el aire de tu mundo. Y ahora aprovecha para pedirle que te cuide tal y como lo has hecho en cada uno de los pasos anteriores. No hay otra manera de ocuparse del mundo que no sea activamente. Explora tu mundo tal y como lo hacían los viajeros del pasado cuando viajaban para aprender un oficio y lo que importaba era el viaje en sí y todas las experiencias. Camina por tu localidad, explora caminos nuevos, ve a sitios que antes no habías ido. Todo el mundo está aquí porque tú existes. Por último, recuerda que hay una parte de la humanidad a la que puedes ayudar. ¿Cómo? Eso depende de cada caso y de tus posibilidades. Hay gente que prefiere colaborar con una ONG. Pero también hay gente en tu entorno a quienes puedes dar servicio, echar una mano. Ya sabes quiénes son. También hay gente por la calle que necesita 284

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un poco. Hay todo un mundo al que le puedes dar servicio. Tú eliges a quién y decides cómo. Después de lo anterior, y solamente después, podrás empezar a trabajar con las imágenes internas. Para empezar observa la carta, mira detenidamente cada uno de sus elementos. ¿Cuál te llama más la atención? A continuación, ve a tu espacio sagrado a encontrarte con la carta de El Mundo. Pide su presencia y salúdale. Haz lo que quieras, puedes volar a su alrededor, jugar con los personajes, ponerte en el lugar de cada uno de ellos (sin asumir su rol) y contemplar desde allí cada aspecto de esta carta. Pídele que te cuide, ya que tú también lo has hecho y además así se lo has reconocido. Cuando creas que has acabado tu visita al mundo, despídete de sus personajes y vuelve a este mundo. Desde la primera carta has estado estableciendo puentes entre lo exterior y lo interior. Quizás incluso hayas hecho alguno de los ejercicios que te he propuesto. Ahora estás en el mundo de una nueva manera. ¿Cómo se ve todo desde aquí?

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ÂŤTodos los seres nacen iluminados, pero necesitan una vida entera para descubrirlo.Âť Buda

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Índice Prólogo ............................................................................. 9 Antes .............................................................................. 11 Capítulo 0 ...................................................................... 29 Capítulo 1 ...................................................................... 41 Capítulo 2 ...................................................................... 51 Capítulo 3 ...................................................................... 59 Capítulo 4 ...................................................................... 69 Capítulo 5 ...................................................................... 81 Capítulo 6 ...................................................................... 95 Capítulo 7 .................................................................... 105 Capítulo 8 .................................................................... 115 Capítulo 9 .................................................................... 127 Capítulo 10 .................................................................. 137 Capítulo 11 .................................................................. 147 Capítulo 12 .................................................................. 157 Capítulo 13 .................................................................. 169 Capítulo 14 .................................................................. 181 Capítulo 15 .................................................................. 191 Capítulo 16 .................................................................. 209 Capítulo 17 .................................................................. 227 Capítulo 18 .................................................................. 237 Capítulo 19 .................................................................. 253 Capítulo 20 .................................................................. 263 Capítulo 21 .................................................................. 277

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