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Editoriales
¿Podremos alimentar al mundo?
Domingo 2 de Septiembre de 2012 Cd. Reynosa, Tam LA PRENSA <
Una buena nueva
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Por: Jorge Emilio González M.
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urante muchos años se ha especulado en torno a la capacidad de la Tierra para seguir produciendo los alimentos de una población humana creciente. Muchos ecologistas e investigadores han defendido la tesis de que nuestro planeta tiene un límite que no podrá soportar la sobrepoblación, aun cuando no sabemos cuál es ni cuando vendrá. Además, tenemos evidencia de zonas áridas y tierras que se han dejado infértiles por múltiples causas, como la sobreexplotación, la utilización de agroquímicos y fertilizantes que terminan agotando las superficies cultivables, así como la deforestación de grandes extensiones de selvas y bosques para ser utilizadas en actividades agropecuarias, mismas que tienen provocan un impacto negativo mayor, al seguir deforestando y seguir arrojando gases de efecto invernadero a la atmósfera. Por estas razones ha causado enorme escepticismo un reciente estudio de un investigador de la Universidad de Minnesota en Saint Paul, publicado en la prestigiosa revista Nature, que asegura con base en modelos estadísticos de distintas regiones del mundo donde se produce trigo, arroz y maíz, que un uso adecuado en la cantidad de fertilizantes y nutrientes que deben arrojarse a los campos, así como una mejora sustantiva de los sistemas de irrigación de los cultivos, puede incrementar la producción de alimentos hasta en un 70 por ciento. Ambas prácticas pareciera que están disponibles en todo el mundo y la tecnología para aplicar fertilizantes o mejorar la irrigación no es exclusiva. Desafortunadamente dicho estudio no considera variables claves como es la calidad actual de los suelos de cultivo, así como la cantidad de agua disponible en diversas zonas del planeta, en las que no se cuenta con la enorme cantidad de recursos que se requieren para mejorar los sistemas de riego o para captar agua de lluvia. En promedio, el 70 por ciento del agua disponible para uso humano en el mundo se utiliza en la agricultura. En México esta cifra es superior al promedio mundial, pues utilizamos el 77 por ciento del agua disponible para las actividades agrícolas y de toda esa enorme cantidad de agua se desperdicia aproximadamente del 40 al 50 por ciento, pese a que la Comisión Nacional del Agua presume haber tecnificado más de un millón 200 mil hectáreas de cultivos para hacer distritos de riego más sostenibles. Es evidente que en un futuro cercano existirán cada vez más alternativas tecnológicas. No obstante, la mera presencia de la tecnología no será una solución a los problemas de seguridad alimentaria que sobrevendrán a nuestro planeta y a nuestra especie, cuando en el año 2050 seamos aproximadamente, y sin exagerar, cerca de 9 billones de seres humanos. Aun cuando mejorar los sistemas de irrigación y la cantidad de fertilizantes pueda incrementar el volumen de alimentos para la población humana, con todas las implicaciones y costos ambientales no calculados que ello traería, dicha situación sólo será factible si intervienen otros elementos de políticas nacionales e internacionales, que permitan a las naciones pobres y en desarrollo recursos suficientes para impulsar adecuadamente estas tecnologías. Y en ello la comunidad internacional no ha sido muy receptiva, pues los acuerdos en torno a la reducción del cambio climático que tendrán un costo económico mayor para los países desarrollados que más contaminan, aún no han podido concretarse. Una pena.
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Muchas armas y pocos recursos para la paz por: Ban Ki-Moon
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n julio pasado, la existencia de intereses encontrados impidió que se lograra un acuerdo sobre un tratado muy necesario para reducir el terrible coste humano del comercio internacional de armas, cuya regulación es insuficiente. Mientras tanto, las iniciativas de desarme nuclear siguen en punto muerto a pesar del creciente e intenso apoyo popular que tiene esta causa a nivel mundial. El fracaso de estas negociaciones y el aniversario, el mes pasado, de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki representan una oportunidad propicia para analizar las causas de esta incapacidad, las razones por las que el desarme y el control de armas resultan tan difíciles de lograr y el modo en que la comunidad internacional puede enderezar el rumbo para alcanzar estos objetivos cruciales. En la actualidad, muchas instituciones de defensa reconocen que la seguridad significa mucho más que proteger las fronteras. Pueden surgir graves problemas de seguridad a raíz de los fenómenos demográficos, la pobreza crónica, la desigualdad económica, la degradación del medio ambiente, las epidemias, la delincuencia organizada, la gobernanza represiva y otros acontecimientos que ningún Estado puede controlar por sí solo. Las armas no pueden solucionar estos problemas. A pesar de ello, se ha dado un preocupante desfase entre el reconocimiento de estos nuevos problemas de seguridad y la propuesta de nuevas políticas para afrontarlos. Las prioridades de los presupuestos nacionales todavía suelen reflejar los antiguos paradigmas. Las inmensas partidas militares y las nuevas inversiones para modernizar las armas nucleares han dejado un mundo que tiene demasiadas armas y destina demasiados pocos recursos a la paz. Se calcula que el año pasado el gasto mundial en defensa superó los 1.7 billones de dólares, lo que equivale a más de cuatro mil 600 millones de dólares al día, casi el doble del presupuesto de las Naciones Unidas para todo un año. Este derroche incluye miles de millones adicionales destinados a modernizar los arsenales nucleares durante las próximas décadas. Resulta difícil encontrar una explicación para este nivel de gasto militar en un mundo que ha dejado atrás la Guerra Fría y en un contexto de crisis financiera mundial. Los economistas lo llamarían
“coste de oportunidad”. Yo lo llamo pérdida de oportunidades humanas. Las partidas presupuestarias destinadas a armas nucleares son los apartados idóneos para realizar recortes en profundidad. Esas armas son inútiles contra las amenazas contemporáneas a la paz y la seguridad internacionales. Su mera existencia es desestabilizadora, puesto que cuanto más se presentan como indispensables, más se incentiva su proliferación. Además, existen otros riesgos adicionales derivados de los accidentes y de los efectos sobre la salud y el medio ambiente que entrañan el mantenimiento y el desarrollo de estas armas. Ha llegado la hora de reafirmar los compromisos relativos al desarme nuclear y de garantizar que los presupuestos, planes e instituciones nacionales incorporen este propósito común. Hace cuatro años, esbocé una propuesta de cinco puntos para el desarme que resaltaba la necesidad de una convención sobre las armas nucleares o un marco de instrumentos para lograr este objetivo. Sin embargo, siguen sin producirse avances respecto al desarme. A todas luces, la solución pasa por que los Estados realicen mayores esfuerzos para actuar en una misma línea orientada a lograr los propósitos comunes. Las siguientes son algunas de las medidas específicas que todos los Estados y la sociedad civil deberían promover a fin de terminar con este estancamiento: • Apoyar las iniciativas de los Estados Unidos de América y la Federación de Rusia centradas en la negociación de disminuciones sustanciales y comprobadas de sus arsenales nucleares, tanto de los desplegados como de los no desplegados. • Lograr que otros Estados poseedores de armas nucleares se comprometan a participar en el proceso de desarme. • Imponer una moratoria al desarrollo o la producción de armas nucleares o de nuevos sistemas vectores. • Negociar un tratado multilateral que prohíba la producción de material fisionable para la fabricación de armas nucleares. • Poner fin a las explosiones nucleares y lograr la entrada en vigor del Tratado de prohibición completa de los ensayos nucleares. • Detener el despliegue de armamento nuclear en territorios ajenos y retirar el que ya está desplegado.
• Asegurar que los Estados poseedores de armas nucleares presenten informes a un organismo público de las Naciones Unidas que actúe como depositario en materia de desarme nuclear. Dichos informes deberán contener detalles sobre el tamaño de su arsenal, el material fisionable, los sistemas vectores y los avances logrados en relación con los objetivos de desarme. • Establecer una zona libre de armas nucleares y de otras armas de destrucción en masa en Medio Oriente. • Lograr la adhesión universal a todos los tratados que prohíban las armas químicas y biológicas. • Fomentar iniciativas paralelas de control de armas convencionales, entre ellas la adopción de un tratado sobre el comercio de armas, el fortalecimiento del control del comercio ilícito de armas pequeñas y armas ligeras; la adhesión universal a la Convención sobre la prohibición del empleo de minas antipersonal; la Convención sobre Municiones en Racimo y la Convención sobre las armas convencionales, y el logro de una mayor participación en el Informe de las Naciones Unidas sobre Gastos Militares y en el Registro de Armas Convencionales de las Naciones Unidas. • Emprender iniciativas diplomáticas y militares para mantener la paz y la seguridad internacionales en un mundo libre de armas nucleares, entre ellas nuevas medidas para resolver las controversias regionales. Por último, y por encima de todo, debemos atender las necesidades humanas básicas y cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio. La pobreza crónica menoscaba la seguridad. Debemos reducir drásticamente nuestro gasto en armas nucleares e invertir en lugar de ello en desarrollo socioeconómico, que beneficia a todos al ampliar los mercados y reducir las causas de los conflictos armados, y en hacer a los ciudadanos partícipes de su futuro común. Como sucede con el desarme y la no proliferación nucleares, estos objetivos son esenciales para garantizar la seguridad humana y procurar un mundo en paz para las próximas generaciones. Sin desarrollo, no habrá paz. Sin desarme, no habrá seguridad. Pero cuando se logra avanzar en ambos ámbitos, el mundo avanza y aumentan la seguridad y la prosperidad de todos. Estos son propósitos comunes que merecen el apoyo de todas las naciones.