Edición Impresa del 11 al 17 de Octubre de 2013

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DEL 11 AL 17 DE OCTUBRE DE 2013

Línea de Flotación

Franco Becerra B. y G. franco_becerra@hotmail.com

Un aperitivo en el Champs Elysees “LAS ANÉCDOTAS SON LAS PIEDRAS FUNDAMENTALES DONDE SE ASIENTA EL DESENVOLVIMIENTO HUMANO”. MARÍA LUISA “LA CHINA” MENDOZA

Atrás de los cristales la llovizna de septiembre lo empapaba todo. Los últimos comensales disfrutaban del postre cuando el teléfono

timbró dos veces. Contestó Andrés García López, el capitán de meseros del Champs Elysees. Era un militar del Estado Mayor que le reservó una mesa para 13 personas. El personal que se disponía a salir de sus labores tuvo que ser retenido. Una avanzada arribó al restaurant. Los walkie talkies

parloteaban incesantemente, las luces giratorias de las patrullas se reflejaban sobre los charcos, mientras una grúa levantaba sin recato a un vehículo ante las protestas inútiles de su dueño. Un soldado con un pastor alemán recorrió hasta el último rincón del restaurant. Escoltado por dos motociclistas se estacionó un autobús de pasajeros en cuyo costado lucía una placa dorada con el escudo nacional. Andrés recibió en la puerta a los clientes y los condujo hasta una mesa iluminada por dos candelabros de plata. Ella, se desprendió de su abrigo de pieles que Andrés recibió y encomendó a un mesero. El grupo se mostraba animado, comentaban en voz alta el colorido y la alegría del Ballet Folclórico de México de Amalia Hernández que se había presentado esa noche en el Palacio de Bellas Artes. La señora lucía radiante, optimista, esa noche no parecía incomodarle el ser la única dama sin su pareja o quizá, solo intentaba disimularlo. Andrés repartió los menús y les sugirió algún aperitivo. Los invitados esperaron a que la anfitriona eligiera su bebida. “Capitán ―dijo ella― para mi, un Dubonett con plátano”. Andrés acostumbrado a las peticiones más exóticas de sus clientes ocultó el asombro ante esa, por demás, extraña combinación. Del aperitivo francés quedaban algunas botellas en la cava, pero lo que no había en Champs Elysees ni

en kilómetros a la redonda eran… plátanos. Andrés finalizó de tomar las órdenes y ligero reunió a su personal en la cocina. Había que conseguir plátanos en donde fuera, no importaba a que costo. Tres meseros salieron desaforadamente en varias direcciones en la búsqueda de la fruta. Andrés se mantuvo atento a una prudente distancia de la mesa, pero los minutos pasaban y el nerviosismo empezó a perlar su frente. La señora impaciente volteó a verlo para preguntar por el motivo de la tardanza. “Señora ―le dijo apenado― lamentablemente los plátanos se nos terminaron, pero nuestro personal ya fue por ellos”. Ella, sin perder la compostura giró sobre su costado izquierdo donde se encontraba su jefe de escoltas a quien le ordenó: “Mayor Audiffred… plátanos”. No pasaron más de diez minutos, cuando llegó al restaurant un Jeep con cinco jabas de plátanos que apresuradamente los soldados llevaron a la cocina. El problema estaba resuelto, el aperitivo se sirvió, seguido de suculentos platillos galos. Andrés García López contaba divertido que los plátanos los repartió generosamente entre su personal, le alcanzó para regalar a sus parientes y amigos y todavía le sobraron. Por aquellos años nos habían informado que debíamos estar preparados para administrar la abundancia, así que no había que reparar en minucias para privar a la primera dama de México de un antojo tan humano como el tomar en el Champs Elysees… un Dubonett con plátano.


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