Estrellas perdidas

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Claudia Gray

—Atención, tripulación —anunció la voz del intercomunicador, con una calma poco natural—, prepárense para el impacto. Thane tomó las correas de su arnés. «Aquí vamos».

Ciena Ree podía ser lo que fuera, pero no una traidora. Durante las pocas semanas que llevaba sirviendo como capitana del Inflictor, había llevado a cabo su misión a cabalidad. Si no sentía lealtad alguna hacia el Imperio, comprendía la responsabilidad que implicaba tener cientos de miles de vidas bajo su comando. Así que sólo había entregado lo mejor de sí misma durante la Batalla de Jakku. Y si otros oficiales imperiales hubieran dicho lo mismo, no se encontrarían ahora al borde de la aniquilación. —¡Reporte de la situación! —gritó Ciena mientras se acercaba a los pits de información. —El motor número siete funciona sólo al sesenta y seis por ciento de su capacidad, capitana. —La joven alférez volteó hacia arriba para hablarle; su piel estaba sonrojada por el pánico—. Los motores uno y cinco siguen totalmente inhabilitados. Sólo el motor tres funciona a su máxima capacidad. Dos, cuatro y seis están por debajo del treinta por ciento. «¡Maldición!». Si tan sólo el personal de reparación pudiera hacer que el motor dos funcionara a más del ochenta y cinco por ciento, aún podrían dar el salto hacia el hiperespacio y escapar de la batalla. Pero si no podían arreglarlo o el motor número tres también se dañaba, el Inflictor no tendría salida, no tendrían opción alguna más que batirse en retirada con tal de sobrevivir. La pantalla de visualización principal mostraba un panorama completamente desastroso: contra la superficie dorada y café de Jakku se perfilaban las siluetas de cientos de naves, tanto imperiales como rebeldes, desde fragatas y otros Destructores Estelares hasta una infinidad de cazas. Mientras tanto, las pantallas más pequeñas en cada costado mostraban escenas de la batalla que sucedía en tierra firme, y parecía estar siendo una aplastante derrota. Ciena alcanzó a ver cómo un caminante recibía muchos disparos, se tambaleaba sobre sus delgadas piernas y caía de lado, con tanta fuerza que la arena se levantó como si se tratara de una ola. Dondequiera que mirara, los rebeldes atacaban, mientras el Imperio intentaba defenderse en vano. Desde el inicio ellos tuvieron la ventaja, a tal grado que Ciena se preguntó amargamente si todo el asunto de la batalla habría sido una trampa. Quizá los planes del Imperio de marcar su territorio en Jakku habían sido filtrados por algún almirante o Grand Moff, cuyas aspiraciones políticas se habían visto frustradas. —Necesitamos un cambio de estrategia —dijo, casi para sí misma. Las tácticas de batalla imperiales siempre conllevaban una actuación precisa y un esfuerzo simultáneo de todas las naves involucradas en el combate, estrictamente controladas desde el comando

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