Edición 260 Revista Políticos al Desnudo

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MALDICIÓN PARA LAS MUJERES Y FORTUNA DE LOS ASESINOS

FOTO: www.infobae.com

OPINIÓN

Por: Zaynne Córdoba T.

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a violencia de género en México no da tregua. Cada vez son más abundantes y atroces los casos de mujeres que son víctimas de estos horrendos crímenes, perpetrados muchas veces por personas cercanas a ellas. Karla Trujillo, de 27 años, conoció eso en carne propia. Karla vivió un infierno al lado de su pareja sentimental, Ernesto, quien en repetidas ocasiones ejerció violencia verbal, emocional y física contra ella; debido a eso Karla decidió dejarlo y poner fin al martirio; sin embargo, la noche del 31 de agosto los gritos de la joven rompieron la calma en la colonia Zaragoza del puerto de Veracruz. Ante la mirada de vecinos, Ernesto salió de la casa y, sin un gramo de conciencia o remordimiento, les aseguró que su expareja se encontraba alterada por haber visto un ratón, y se marchó del lugar. Pero los gritos no eran solo de miedo, eran también de dolor, de sufrimiento, eran gritos de auxilio. Los vecinos ingresaron al domicilio y la encontraron tirada en un charco de sangre, inconsciente, inmóvil, había sido brutalmente golpeada con un martillo en la cabeza. Karla fue llevada al hospital en donde, debido a la gravedad de sus lesiones, tuvieron que inducirla en estado de coma del que despertó el 14 de septiembre, dos semanas después. Karla es una de las pocas afortunadas que logran sobrevivir después de sufrir este tipo de violencia, si es que podemos decir que una mujer es afortunada cuando

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vivimos en una sociedad tan podrida donde estas agresiones ocurren a diario. Montserrat Bendimes es el nombre de una de las víctimas que ya no volvieron a abrir los ojos, otra joven veracruzana de apenas 20 años. Montserrat acudió a una fiesta en compañía de Marlon, su novio; después avisó a sus padres que lo acompañaría a su casa para recoger algunas cosas, pero que regresaría para ir a cenar con sus primos. Durante horas esperaron el regreso de Montserrat hasta que recibieron una llamada del padre de Marlon para informarles que su hija estaba internada en el hospital Milenio de Boca del Río, y sin dar mayores detalles colgó el teléfono. La familia de Montserrat acudió de inmediato, encontraron a la joven postrada en una cama con golpes en todo su cuerpo, con fracturas en el cuello, brazo y cráneo todavía alcanzó a señalar a su agresor: “fue Marlon”, le dijo a su madre antes de ser trasladada a terapia intensiva, donde moriría seis días después a causa de los golpes que recibió. Se sabe que, después de golpearla, Marlon recurrió a sus padres, quienes en vez de alertar a los cuerpos de emergencia la trasladaron bajo la clandestinidad en su vehículo al hospital, lo que empeoró sus heridas al no ser inmovilizada por paramédicos, y después de dejarla abandonada en la sala de urgencias se dieron a la fuga. Marlon continúa prófugo de la justicia, también sus padres huyeron. A veces hablamos de “suerte” cuando

una víctima sobrevive, supongo que por costumbre, porque pudo ser peor, pero es que nadie puede tener suerte en un contexto tan atroz donde quizás los únicos verdaderamente afortunados son aquellas bestias que evaden la justicia después de extinguir una vida. Eso sí es suerte, porque ser mujer hoy en día pareciera ser una maldición. La violencia contra las mujeres se ha convertido en una constante en nuestro país, y los casos han aumentado sobremanera en los últimos años, esto pese a los intentos recurrentes por maquillar las cifras reclasificando gran parte de estos delitos como homicidios dolosos, aun cuando cumplen con todos los requerimientos de ley para ser tratados como feminicidios. No será hasta que las autoridades -tanto federales como estatales- acepten el incremento de este tipo de delitos, que se verán forzadas a implementar estrategias contundentes para disminuirlos, porque ocultarlos no es una estrategia, es solo una máscara para esconder algo de lo que todos conocemos el rostro. Aunado a esto, la revictimización de las mujeres que sufren de violencia de género sigue siendo una realidad lamentable que tiene que terminar para que podamos confiar en las autoridades encargadas de la seguridad e impartición de justicia, para que así las víctimas puedan acudir sin miedo a denunciar. Esa confianza podría ser la diferencia entre una mujer viva y una muerta.


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