Plesiosaurio n.° 7, vol. 2

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El drama de un lápiz Después de comprarlo el joven le dijo que juntos escribirían una historia, la primera de varias, y él esperó pacientemente el momento en que se habrían de poner a trabajar, sin que llegara. Comenzó a pensar que su dueño no lo había usado porque quizá había encontrado otra cosa en que ocuparse momentáneamente. Pero un día, el cajón donde estaba guardado quedó entreabierto. Se asomó, y se dio cuenta de que aquel muchacho no necesitaba de lápices o borradores, ni siquiera papel: usaba una computadora. En ella guardaba las historias en hojas electrónicas, las cuáles modificaba cuantas veces fuese necesario, sin dejar manchones, y escribía mucho más rápido que si lo hiciera a mano. Al descubrir aquello se hundió en la oscuridad, con su cabeza aún intacta por el sacapuntas, y comenzó a llorar. Su cilíndrico corazón estaba roto. A la mañana siguiente el joven abrió el cajón para sacar algo, y descubrió, junto al lápiz, manchas de grafito, como si fuera tinta que se había escurrido de una pluma.

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