
27 minute read
Antecedentes históricos de los documentos
enero y durante los meses de febrero y marzo de 1548 (Hampe 1989: 121). En abril de 1548, Cieza ya es parte de las tropas de La Gasca en Jaquijahuana (1984: xxiv, xxv) y el 9 de ese mes se libra esa batalla (Hampe 1989: 122) que, a decir de Millones Figueroa es “[…] en realidad un desbande de las tropas de Gonzalo Pizarro hacia las de La Gasca [...]” (2001: 43). Con estos antecedentes aparece el soldado-cronista ante don Pedro de la Gasca, quien tiene como uno de sus secretarios al tío de Cieza por el lado materno (Maticorena 1991), Pedro López o Pedro López de Cazalla,8 escribano mayor de la Nueva Castilla (Ballesteros 1984: 18). Aunque Cieza describe a su tío como secretario: “[...] y con él [Pizarro] estavan en la sala con solamente capas y espadas [...] el secretario Pedro Lopez de Caballa [...]”9 (Cieza 1994b: 116), Porras (1986: 720) opina que sólo fue ayudante de Antonio Picado, quien sí fue secretario de Francisco Pizarro hasta su muerte. Porras atribuye la confusión de Cieza al hecho de que López de Cazalla era secretario de Pedro de la Gasca cuando el historiador escribía su Crónica del Perú. En 1548 La Gasca combinó la fuerza secular de sus huestes y la espiritual de su poder de excomunión, además de sus dotes de estratega y su astucia política, para abatir la sublevación gonzalista. Una vez lograda la paz en los Andes, La Gasca, con la autoridad de que está investido, encarga a Cieza las responsabilidades de un “coronista”, según él mismo nos informa: “Yendo yo el año de mill y quinientos y quarenta y nueve a los Charcas a ver las provinçias y çiudades que en aquella tierra ay para lo qual llevava del presidente La Gasca cartas para todos los corregidores que me diessen favor para saber y inquirir lo notable de las provinçias [...]” (Cieza 1986: 265). No se ha encontrado documento que oficialice el nombramiento, pero está claro que realizó el trabajo. Este encargo le abre muchas puertas a Cieza, especialmente cuando necesita informarse de altos funcionarios españoles, recurrir a informantes nativos de la nobleza o cuando requiere acceder a borradores o copias de documentos oficiales. A nuestro autor le es posible recoger noticias y papeles que pocos o ningún otro podría haber hecho, si no hubiera contado con una autorización oficial. Esta distinción puede haber recaído en Cieza por recomendación de su pariente10 y paisano, Pedro López de Cazalla y por sus dotes de escribiente-historiador. Con una de las cartas-presentación de La Gasca llega Pedro de Cieza hasta Las Charcas para entrevistarse con el licenciado Polo Ondegardo,11 corregidor de la Villa de La Plata (1984: 291). Cieza se encuentra allá en 1549 (1984: xxvii, 265) mientras Polo Ondegardo funge también como justicia mayor.12 Ondegardo fue una figura clave en la recolección y embarque del quinto real que viajó con La Gasca a España en enero de 1550. Coincidentemente, La Gasca aprovecha a otro pariente de Cieza y de López de Cazalla en su esfuerzo por trasladar a salvo los dineros del rey. Se trata de Alonso de Cazalla, quien desde Panamá y Nombre de Dios se ocupaba del negocio de transportes en el istmo. De acuerdo a Maticorena: “Gasca le encargó oro y 75 barras de plata parte del tesoro que llevaba a España en 1550” (1990a: 29). Ondegardo combatió en Jaquijahuana al lado de La Gasca bajo las órdenes del capitán Palomino, siendo, salvando las diferencias de grado, compañero de armas de Cieza, de la hueste de Benalcázar. Cieza continúa viaje al Cuzco y se queda allí desde julio de 1549 hasta agosto de 1550, interrogando a miembros de la nobleza inka: “[...] vine al Cuzco [...] donde hize juntar a Cayo Topa ques el que hay bivo de los deçendientes de Guaynacapa [...]” (1985: 13). No creo que le fuera posible, sin la investidura de La Gasca, reunir a miembros de la parentela del Inka. Ese encargo fue instrumental en su éxito como pesquisidor. La necesidad del cronista de contar con intérpretes y con otros que lo vincularan con sus informantes nativos me hace pensar que se reunió
8. “Pedro López de Cazalla, paje de Pizarro, secretario de Vaca de Castro y La Gasca. Tan importante cargo tuvo que La Gasca se reunió con este Pedro y el Arzobispo Loayza para hacer el reparto de Huaynarima” (Maticorena 1990: 30). Sobre este interesante personaje, Araníbar nos ofrece, además de los ya anotados, los siguientes datos: “Llerenense, Escribano; en 1546, secretario de la Gasca, esposo de Francisca de Zúñiga, encomendero de Huainacota” (1995: 781). 9. En la transcripción de Fuensanta y Sancho Rayón se lee “Caceres” en lugar de “Caçalla” (Benavides de Rivero 1994: xlviii). La primera es la que revisa Porras (1986: 720 y 721), por eso su uso de los dos nombres: Pedro López de Cáceres y Pedro López de Cazalla. 10. Cieza tiene varios parientes en Indias, algunos llevan el apellido Cieza, otros el de Llerena (emparentados con su madre) y otros el de León (relacionados con el padre). (Maticorena 1990a: 30). De estos, uno de los más importantes es Pedro de López de Cazalla, estante en el Perú, y otro, Alonso de Cazalla, estante en Panamá y Nombre de Dios (Maticorena 1990a: 30). 11. “Tras la derrota de Xaquixaguana y el castigo de Gonzalo Pizarro, el Licenciado Polo se dirigió a Charcas con título de corregidor [...]” (Gonzáles y Alonso 1990: 12-13). 12. “[...] el licenciado Pedro de la Gasca lo nombró [a Polo Ondegardo] corregidor y justicia mayor de Charcas” (Presta 1997: 243); “La estadía de Ondegardo en Potosí como corregidor y justicia mayor de Charcas (1548-1550) [...]” (Ibíd.: 244). (Ambas citas son traducción de la autora).
Advertisement
también con miembros de la comunidad dominica del Cuzco. Es posible que en el Cuzco se reencontrara Cieza con Juan de Betanzos, quien estuvo presente en el reparto de Guaynarima.13 Sí consta que Cieza y Betanzos coincidieron en el Cuzco entre 1549 y agosto de 1550 ya que Cieza nos indica (1984: 317) que en setiembre de 1550 está otra vez en Los Reyes. Por la afinidad de sus labores, y quizás por la necesidad que Cieza tenía de las habilidades lingüísticas14 de Betanzos, deben haberse conocido. Deduzco esto por la estrecha relación, comprobada, de Cieza con los dominicos, y la muy posible vinculación de Betanzos con miembros de la misma orden, como veremos más adelante. Todo esto indicaría que Cieza y Betanzos tuvieron algún tipo de vinculación, aunque no de afinidad, puesto que las opiniones de ambos, tal como aparecen en sus textos, son encontradas: mientras Betanzos indica que Atahualpa nació en Quito, Cieza afirma que lo hizo en Cuzco.15 Inka Urqu tiene personalidades opuestas según lo describa Cieza o Betanzos (León 1973: 101); igualmente, Huáscar recibe los favores de Cieza mientras que Atahualpa los de Betanzos. Además, Porras afirma que Cieza muestra una inclinación almagrista,16 mientras que Betanzos estuvo muy vinculado a los Pizarro. De estas divergencias se desprende que tampoco consultaron las mismas fuentes ni compartieron informantes. Las afirmaciones de Cieza son tajantes17 con respecto a un posible acercamiento profesional con Betanzos y con otros “expertos” en cosas peruanas: “Esto apunto para los españoles que estan en el Peru que presumen de saber muchos secretos destos que entiendan que supe yo y entendi lo que ellos piensan que saben y entienden y mucho mas y que de todo convino escrevirse lo que veran y que pase el travajo en ello que ellos mismos saben” (1985: 150). Cieza nunca menciona el nombre de sus intérpretes ni el de Betanzos en esa o en otras circunstancias. El haber vivido en Indias, y en los Andes particularmente, es de la mayor importancia para Cieza de León. Él lo utiliza como argumento para definir a los buenos cronistas, y para establecer la confianza en lo que escriben. Para confirmar su estadía y su testimonio personal en las Indias, este autor menciona varios nombres y nos da algunas fechas, todo ello verificable. Menciona a Juan de Sayavedra (Saavedra) como el corregidor del Cuzco cuando él llega allá (1985: 13). Mendiburu (1902: 159) lo confirma, indicándonos además que ocupó este cargo entre los años 1549 y 1550. Cieza nombra a los oidores de Los Reyes, Bravo de Saravia18 y Hernando de Santillán. Ellos efectivamente ejercían ese cargo: Bravo de Saravia desde el 29 de abril de 1549 y Santillán desde enero de 1550 (Hampe 1989: 150). Estos dos funcionarios están en sus cargos cuando, después de irse La Gasca a España, la Audiencia de Lima ejerce el gobierno hasta la llegada del virrey Antonio de Mendoza en 1551 (Pérez 1986: 222 y ss.). Al citarlos, Cieza comparte con el lector sus motivos para hacerlo: “Y fue visto lo mas de lo escrito por el dotor Vravo de Saravia y el liçençiado Hernando de Santillan [...]” (1985: 213). Ambos estaban muy interesados en conocer el pasado indígena y ambos redactaban sendos textos. Ahora sólo se conoce el de Santillán, pero hay indicios firmes de que Bravo de Saravia también incursionó en la redacción de informaciones. Jiménez de la Espada nos informa que “A Bravo de Saravia cita varias veces el P. Juan de Velasco en su Historia de Quito, como autor de un tratado de antigüedades peruanas” (1877: cvi). Este “tratado” se habría basado en las informaciones recogidas durante sus funciones
13. “[...] peleó [Juan de Betanzos] en las huestes de Gonzalo Pizarro en la rebelión de los encomenderos, pero al ser capturado en la costa central, aprovechó para pasarse con armas y bagajes al bando del Rey. Fue, por ello, recompensado en el reparto de Guaynarima, donde adquirió una pequeña encomienda personal” (Pease 1995: 231). 14. La Gasca llama a Betanzos “lengua” en la carta que envía al Real Consejo fechada en Los Reyes el 25 de setiembre de 1548 (Angulo 1924: xxxix). 15. “Guascar hera hijo de Guaynacapa y Tabalipa tambien. Guascar de menos dias, Atabalipa de mas años. Guascar hijo de la Coya hermana de su padre señora prinçipal, Atabalipa hijo de una yndia quilaco llamada Tutu Palla. El uno y el otro naçieron en el Cuzco y no en Quito como algunos an dicho y an escrito para esto sin lo aver entendido como ello es” (1985: 202). 16. “Las anotaciones de Porras se encuentran especialmente en los dos primeros volúmenes dedicados a los libros sobre las guerras de las Salinas y Chupas, que fueron editados a finales del siglo pasado. En ambos se precisa, en repetidas ocasiones, la acusación de ‘antipizarrismo’ o ‘almagrismo’” (Pease 1995: 214). Indica Pease, además, con respecto a las anotaciones, que “también las hay en el [libro] correspondiente a la guerra de Quito” (Pease 1995: 226). 17. “[...] y aun por ventura alguna escritor destos que de presto se arrojan lo escrivira [...] y esto y otras son testimonio que nosotros los españoles levantamos a estos yndios queriendo con estas cosas que dellos contamos encubrir nuestros mayores yerros y justificar los malos tratamientos que de nosotros an reçibido. No digo yo que no sacrificavan [...] pero no era lo que se dize ni con mucho [...] pero criaturas humanas menos de lo que yo pense[...]” (Cieza 1985: 75). 18. “[...] el elegido (como Oidor) fue un antiguo estudiante de Derecho de la Universidad de Bolonia, el doctor Melchor Bravo de Saravia, quien recibió su nombramiento en febrero de 1548, y luego comenzó a hacer los aprestos para el dilatado viaje hasta su destino” (Hampe 1989: 149-150).
oficiales. Sobre el tema del documento escribe Cieza: “Como es muy curioso el doctor Bravo de Saravia oydor de aquella Real audiencia, le estavan dando quenta en particular de lo que avian descubierto [la provincia de los Bracamoros]” (1984: 180). Fernando (o Hernando) de Santillán es el autor de la Relación del origen, descendencia, política y gobierno de los incas (1574).19 La referencia deferente que hace Cieza de estos funcionarios expresa su reconocimiento y respeto hacia ellos, no sólo como letrados, sino como redactores de textos históricos, de curiosidades indígenas, como los suyos. Desde que recopila información por encargo de Pedro de la Gasca, Cieza ejerce activamente el oficio de historiador. Antes había estado consignando los hechos importantes de cada día, pero con la necesidad de La Gasca de contar con textos que expliquen los antecedentes de los problemas que vino a resolver y que den cuenta de las sociedades prehispánicas, su labor de registro se carga de profundidades temporales. Él está muy consciente de su rol de historiador y confía las inclinaciones de su vocación al príncipe Felipe y a sus lectores:
Temeridad paresce intentar un hombre de tan pocas letras lo que otros de muchas no osaron, mayormente estando tan ocupado en las cosas de la guerra [...] Mas ni esto ni las asperezas de tierras, montañas y rios ya dichos, intolerables hambres y necessidades nunca bastaron para estorvar mis dos ofiçios de escrivir y seguir a mi vandera y capitan, sin hazer falta (1984: 7).
En esa carta introductoria al rey, expresa su preocupación por la “[...] falta de scriptores que las refiriessen y de hystoriadores que las tractassen [...]”, refiriéndose a las cosas de los españoles en Indias. Para Cieza, esta falta constituye un gran daño para la nación española por la grandeza de los hechos que se deben referir y por la dimensión de la hazaña de llevar el cristianismo a las Indias. Él decide asumir esa importante actividad siguiendo su propia iniciativa: “[...] determine de gastar algun tiempo de mi vida en escrivir hystoria” (1984: 8). Además, expresa una clara conciencia de la labor que asume: lo que escribe será fuente de información para futuras generaciones. Sabe que los hechos de los españoles, loables o deplorables, pasarán a los libros como parte de su testimonio, pudiendo usarse para solicitar mercedes, aclarar dudas judiciales y acusar a traidores y otros malhechores. Cieza hace hincapié sobre su firme determinación de dedicarse a escribir lo que observaba: “Y como notasse tan grandes y peregrinas cosas, como en este nuevo mundo de Indias ay vinome gran desseo de escrevir algunas dellas de lo que yo por mis propios ojos avia visto y tambien de lo que avia oydo a personas de gran credito” (1984: 8). Es muy probable que Cieza se haya reunido con La Gasca en Los Reyes entre el 17 de setiembre de 1549 y el 27 de enero de 1550 (1984: 180), antes de la partida de Pedro de la Gasca hacia España. Pedro de Cieza abandona el Perú, también con destino a España, entre setiembre y diciembre de 1550: “En el año de mill y quinientos y cinquenta sali yo del Peru [...]” (1984: 224). Maticorena nos da más precisiones sobre su viaje de regreso:
19. Este texto fue publicado en Lima por la Imprenta Sanmarti en 1927. 20. Podemos interpretar esta afirmación de Cieza como refiriéndonos su testimonio personal de la llegada de Antonio de Mendoza al Perú. Como esta información no concuerda con la que nos ofrece Maticorena, ello nos permite suponer que nuestro autor haya coincidido con el virrey en alguno de los puertos que tocó en su viaje a España, durante 1551, o que algún otro viajero confiable le diera esa información. También es posible que él ya supiera, a fines de 1550, que Antonio de Mendoza iría al Perú en un futuro muy cercano que Cieza no vio personalmente.
A comienzos de febrero de 1551 Cieza de León está ya en Panamá. El día once se encuentra en Nombre de Dios, luego de pasar el Istmo por Cruces y la via del Chagres. Queda constancia que en esa fecha registra más de setecientos pesos de su propiedad [...] A mediados de mayo Cieza figura como pasajero en La Habana [...] A mediados del 51 Cieza navega rumbo a España. A fines de julio o comienzos de agosto del 51 arriba a Sevilla [...] Fecha documentada es el once de agosto en que suscribe cartas de dote y arras [...] (Maticorena 1991).
Como no tenemos una fecha exacta de su partida de Los Reyes y de su llegada a la Península, seguiremos utilizando sus textos para extraer de allí esa información. En su proemio a la Primera parte, Cieza incluye abundante información sobre su plan de trabajo y el contenido de cada uno de los libros que tiene escrito o que está revisando. Dice allí que concluye con dos comentarios, y el segundo de ellos finaliza con: “[...] la entrada en este reyno para ser viso rey el illustre y muy prudente varon don Antonio de mendoça” (1984: 13). Sabemos que “A 12 de noviembre [de 1551] entró en Lima don Antonio de Mendoza [...]” (Mendiburu 1902: 159). Es posible que Cieza haya añadido este dato20 a sus escritos en 1551, durante la travesía de las Indias a España, que podía durar de cuarenta días a nueve meses dependiendo de las vicisitudes del clima y
de la duración de las escalas (Martínez 1984). De acuerdo a los datos de Miguel Maticorena, el viaje de Cieza a España duró ocho meses, de enero a agosto de 1551. Cieza llega a Sevilla21 entre mayo y octubre de 1552 y viaja de allí a Toledo y a Monzón, a donde va para obtener sus permisos de impresión (Maticorena 1984: l). Ya de vuelta en Sevilla, Cieza firma el contrato de publicación con Martín de Montesdoca, el 26 de octubre de 1552, acordando iniciar los trabajos en diciembre de ese mismo año (Maticorena 1984: liii). La Primera parte se termina de imprimir en marzo de 1553 en el taller de Montesdoca, con un tiraje de mil cincuenta ejemplares (Maticorena 1984: l). Fue objeto de once reimpresiones entre 1553 y 1576 en imprentas de Sevilla, Amberes, Roma y Venecia.22 El cronista mayor Antonio de Herrera y Tordesillas, autor de la gran compilación Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y Tierra Firme del mar océano redactada entre 1601 y 1615, reconoce el cargo de cronista de Indias que se le atribuye a Cieza cuando, en un informe fechado en Valladolid el 7 de julio de 1603, se refiere a “Pedro de Cieza, cronista de aquellas partes por orden del Presidente Gasca [...]” (Jiménez de la Espada 1877: ci). Hay, hasta ahora, mucha discusión académica sobre si Cieza fue nombrado o no como cronista por La Gasca. Estudiando sus textos podemos hallar algunas pistas. El primero que las siguió fue André Coyné, quien indica que “[...] él [Cieza] abandona toda actitud crítica [desde que trata la llegada de La Gasca] [...]” (1957: 40). Cieza no sólo hace comentarios laudatorios cuando La Gasca ya está en Indias sino inclusive antes de embarcarse:
El Enperador [...] determino de enbiar persona de grand confiança, para que, dandose buena maña e yndustria, çessasen los alborotos y el Peru estuviese en paz e sosiego, e despues de aver pensado a quien se enbiaria, determinó que viniese el liçençiado Pedro de La Gasca, varon docto y grand letrado, el qual de otros cargos que avia tenido dio buena e fiel quenta por su presidente, comisario general de aquellas partes [...] (1994a: 590-591).
21. “Sevilla, la primera ciudad española de la época, era un puerto fluvial conectado por el Guadalquivir al pequeño puerto sobre el Atlántico de Sanlúcar de Barrameda. Este complejo, Sevilla-Guadalquivir-Sanlúcar, fue el de uso dominante en el siglo XVI” (Martínez 1984: 81). 22. “Otro dato que aporta el protocolo sevillano es la cantidad de ejemplares que fueron mil cincuenta de esta primera edición. Si atribuimos igual tiraje a un mínimo de once ediciones en Sevilla, Amberes, Roma y Venecia entre 1553 y 1576, pueden calcularse once mil quinientos cincuenta ejemplares en 23 años. Tiraje realmente halagüeño que permite hablar de un éxito editorial” (Maticorena 1984: l). Las opiniones de Cieza con respecto a La Gasca son siempre indicadoras de deferencia por su alta jerarquía eclesiástica y rango nobiliario, y las expresa en términos cargados de respeto y ponderación. Desde su entrada al Perú en 1547, Cieza cuenta su historia a partir de una perspectiva lagasquiana desde donde se identifica a leales y traidores, levantiscos y seguidores del rey. En la Primera parte, redactada a principios de la década de 1540, Cieza pone al Pacificador siempre en el centro de los acontecimientos: “[...] y poblo esta ciudad de Nuestra Señora de la Paz el capitan Alonso de Mendoça en nombre del Emperador nuestro señor siendo presidente en este reyno el licenciado Pedro de la Gasca año de nuestra reparacion de mill y quinientos y quarenta y nueve años” (1984: 286). Estas acotaciones han sido insertadas posteriormente a su versión inicial de la Primera parte, y a haberlo conocido personalmente. Para Coyné, expresiones como esas confirman la parcialidad de Cieza: “[...] entonces el áulico deja de lado todos los reparos que antes tuviera para caer casi siempre en el oficialismo más parcial carente de reserva”. (Coyné 1957: 40). Se sabe que Cieza no fue testigo de estos hechos que describe, sino que se basó en “los papeles de Gasca” redactados por ese alto funcionario o por algunos de sus secretarios, quizás Pedro López de Cazalla. Digo basado coincidiendo con Josep Barnadas porque no se ha encontrado “ningún pasaje concreto de la Crónica del Perú que muestre señales inequívocas de un préstamo de Gasca” (Barnadas 1998: lxiii). Este cambio, verdaderamente drástico, en el estilo y contenidos de la crónica ciezana hacen más clara la intención de escribir a favor de quien lo financia o lo favorece. En la nota siguiente podremos observar el cambio de opiniones del cronista:
[...] y con la desorden y demasiada codiçia de los españoles se fueron desmenuyendo en tanta manera que falta la mayor parte de la gente. Y en todo se acabara de consumir por su codiçia y avariçia que los mas y todos aca tenemos si la misericordia de Dios no lo remediara con permitir que las guerras ayan çesado ques çierto se an de tener por açote de su justiçia y que la tasaçion se aya hecho de tal manera y moderaçion que los yndios con ella gozan de gran livertad y son señores de sus personas y haziendas sin tener mas pecho ni çusidio que pagar cada pueblo lo que le a sido puesto por tasa (1985: 50). El texto erige a Pedro de la Gasca como el único artífice de la transformación de un infierno de abusos a un paraíso de bendiciones. Esta
actitud de Cieza muestra cómo se construye discursivamente la figura de autoridad de Pedro de la Gasca y el gran poder de transformación social que le ha conferido nada menos que Dios. Para Coyné, la obra de Cieza, en esta cita y en otras: “[...] demuestra finalmente un optimismo que pasa los límites de lo verosímil y aceptable [...]” (1957: 40). Esta actitud del escritor refleja sus lealtades hacia quien lo habría hecho cronista oficial, pero que no lo incluyó en el reparto de Guaynarima. Cieza no necesitaría de las encomiendas que le resultaron escasas a La Gasca; más bien estaría interesado en contar con su influencia para obtener las licencias imprescindibles para la publicación de sus obras. El seguimiento de las actividades de Pedro de Cieza en las Indias nos ha permitido observarlo militar bajo sendos capitanes, mientras se iba familiarizando con las labores de cronista, primero por interés y curiosidad personal y, finalmente, por encargo. Sus actividades como cronista oficial se inician cuando se instaura en el Perú la Paz de La Gasca, que el mismo Cieza contribuye a afianzar con sus armas. Su pericia como escritor y su incansable esfuerzo recopilador han producido un corpus amplio y de gran valor literario e histórico. Creo que con toda seguridad se puede decir de él, como de otros historiadores destacados, que “Una gran parte del trabajo del historiador, no consiste acaso en un esfuerzo constante por hacer hablar a las cosas mudas, hacerles decir lo que no dicen ellas mismas acerca de los seres humanos, de las sociedades que las han producido [...]” (L. Fèbvre citado por J. C. Giroud 1979: 133).23
Contexto de emergencia de la obra
Los textos de Cieza sobre los inkas y las guerras civiles emergen en el ambiente de sofocación de la violenta reacción contra las Leyes Nuevas que encabezó Gonzalo Pizarro en el Perú. El movimiento de insurrección gonzalista se inicia como un reclamo ante la Corona para que escuche a los encomenderos antes de poner en práctica las nuevas ordenanzas que regulan sus actividades y que, según ellos, vulneran sus derechos. Ante la negativa de las autoridades de moderar las medidas que recortan los intereses de los encomenderos, estos se agruparon para defenderse. La situación se agrava hasta el punto de enfrentarse militarmente las dos facciones españolas: la que obedece a la autoridad real y acata las Nuevas Leyes, por un lado, y por el otro, la que cuestiona la sujeción al rey, impulsada por la autonomía adquirida por el “conocimiento de la tierra” y la antigüedad en ella y por la percepción de un abuso de poder de parte de la Corona por desconocimiento de la situación. Este alzamiento tiene un cariz social que no se ha estudiado aún en profundidad (Lohmann 1977), pero que constituye parte integral del contexto en que no sólo aparecen los textos ciezanos, sino en el que también él mismo surge como historiador. Quienes se levantan contra las Nuevas Leyes son los “nuevos señores”, los miembros de las clases más desposeídas de la sociedad española quienes, al atravesar el Atlántico, se han convertido en “señores de indios”: “¿No lo comprendió así Carlos V al convertir por provisión del 26 de julio de 1529 en hidalgos a todos los plebeyos que acompañaron a Pizarro a la conquista del Perú?” (Puiggrós 1989: 151). Con ello han subvertido el orden social establecido en la metrópolis. La sociedad española es, simultáneamente, una sociedad de órdenes (grandes, medianos y pequeños) y una extensión del cuerpo místico (cabeza, tronco y extremidades) (Milhou 1978). Esta dualidad político-religiosa de su origen conjuga una genealogía divina24 con una justificación filosófica de su propia jerarquía. Esta jerarquía está marcada por la posesión de riqueza, que permite a los ricos (que generalmente son los nobles, los grandes, la cabeza) disponer del trabajo y tributo de los pobres. La condición de nobleza, que acompaña a los grandes, está basada en factores como la limpieza de sangre y la pertenencia a una familia de cristianos viejos, el servicio militar al rey, y el no haber trabajado en oficios manuales, entre otros. La superioridad de clase se ejerce ofreciendo protección a los siervos y exigiendo, en contrapartida, lealtad hacia el señor. Las relaciones de dependencia entre estamentos quedan claramente delimitadas. Los “medianos” están algo apartados de este sistema señorial, ya que ellos son los que ejercen las labores comerciales, financieras, y los oficios intelectuales y algunos de los manuales, menospreciados por los nobles. En la sociedad metropolitana es prácticamente imposible que miembros del estamento bajo de la sociedad, conformado principalmente por campesinos y trabajadores manuales, salgan de él y que asciendan a posiciones de ejercicio de señorío. La conservación de
23. Traducción de la autora. 24. “Adalbéron de Laon (1020) considera que esta estructura refleja la de la sociedad celeste, también jerarquizada [...] El esquema de tres órdenes descansa sobre la concepción de la desigualdad como el estado natural de la sociedad humana desde el principio de los tiempos. Dios ha querido esta desigualdad y lo que la justifica es la caridad: el orden social descansa sobre un intercambio mutuo de servicios [...]” (Milhou 1977: 10). (Traducción de la autora).
este orden de cosas se basa en principios duales que se explican mutuamente, el político y el religioso: “Debajo de la bóveda celestial que cubrió el feudalismo durante un milenio yacía la relación entre señores, vasallos y siervos que el Habsburgo defendía como único orden posible y espejo en la tierra del reino que el Señor prometía a los justos después de la muerte” (Puiggrós 1989: 156). El des-orden percibido por la sociedad española en su conjunto, es decir, tanto la peninsular como la indiana, surge a partir de una visión medieval de la invasión americana, marcada por el providencialismo que justifica el comportamiento de los españoles. Este comportamiento exhibe una ideología feudal, en la que el derecho de guerra (ocupación, saqueo, violación) se ejerce sobre los vencidos, aun cuando estos, en general, ni siquiera presenten batallas en guerras declaradas en el requerimiento, documento leído en castellano a comunidades indígenas hablantes de otras lenguas y no siempre presentes en ese acto oficial. Este documento indica, unilateralmente, que los españoles tendrán derecho de comerciar con esas comunidades, y podrán predicar su religión libremente. Los españoles entienden estas libertades como sus derechos naturales; por lo tanto, cualquier oposición será causa de guerra:
[...] y consintays y deys lugar que estos padres religiosos vos declaren y prediquen lo susodicho [...] Sy no lo hizierdes o en ello dilaçion maliçiosamente pusierdes çertificoos que con el ayuda de Dios yo entrare poderosamente contra vosotros y vos hare guerra por todas las partes y maneras que yo pudiere y vos subjetare al yugo y obediençia de la Yglesia y de Sus Altezas y tomare vuestras personas y de vuestras mugeres e hijos y los hare esclavos y como tales los vendere y disporne dellos como Su Alteza mandare y vos tomare vuestros bienes y vos hare todos los males e daños que pudiere [...] (Morales Padrón 1979: 339-340).
Este documento ofrece a los invasores los argumentos que necesitan para mostrar que recurren a la violencia sólo en última instancia y en respuesta a una provocación. Ello disimula el objetivo final de las entradas y conquistas: la obtención de oro, la posesión (usurpación) de territorios ricos en metales y el dominio sobre poblaciones que puedan explotar esos yacimientos auríferos o argentíferos. Las “entradas”, entonces, que dan origen a las poblaciones españolas, van unidas a la consolidación de derechos señoriales sobre territorios y gentes. Las nuevas poblaciones requieren de funcionarios que realicen tareas administrativas, judiciales y de “poliçia” metropolitana. Como estos cargos los ejercen los militares de más alto rango y, a falta de ellos, los soldados, este ya es un primer paso hacia ese “desorden” señorial. Muchos de los cargos públicos en tierras americanas son desempeñados por personas que nunca hubieran tenido acceso a ellos en España por pertenecer a una clase social baja, por no ser letrados, por no tener garantías de antiguo cristianismo, o por existir dudas sobre su limpieza de sangre. Estos nuevos funcionarios, que además continúan participando en sucesivas conquistas como soldados, solicitan encomiendas en calidad de mercedes y se asientan como señores de indios. En los textos de Pedro de Cieza no aparece la idea de usurpación de territorios o riquezas. El derecho de posesión lo confiere la guerra ganada, aunque haya sido contra enemigos que sólo lo fueron porque eran infieles o porque trataron de defenderse. Mientras Cieza recorre el territorio para conocerlo y hacerlo propio, mental y textualmente, nos cuenta lo que va viendo al pasar. Gente, tierras, plantas, minerales, animales quedan en su descripción, como un contador que registra el botín adquirido, como un soldado que recorre la “tierra que ha ganado para su Rey” y como un explorador que marca y señala lo que considera destacable a lo largo del camino, para él poder regresar y para los que vendrán después de él. La participación de los soldados en las conquistas les da prioridad en la obtención de encomiendas (como la de Cieza en Nueva Granada), por haber estado entre “los primeros”; se aprecia y se recompensa el esfuerzo inicial: “Los hombres de la Conquista se habían alistado voluntariamente, ‘a su costa y minçion’[...] Era natural que se creyeran señores de lo ganado. Sus hazañas las consideraban portentosas, y tenían la idea, enteramente medieval, de que el Rey —como en la época de la Reconquista— debía darles títulos y señorío” (Rosenblat 1988: 67). Los jefes militares hacen los primeros repartos de tierras e indios; una vez que la Corona está informada de ello, confirma y oficializa las nuevas posesiones en manos de esos primeros soldados, que rara vez eran nobles. La diferencia con la Reconquista, modelo de las Indias en lo que a mercedes de la conquista se refiere, está en que en España los territorios recuperados se concedieron a capitanes de la nobleza española (Gibson 1966: 50). Hay actitudes oficiales muy similares entre las de reconquista peninsular y las de posesión de territorios americanos, pero los protagonistas son diferentes. Ante la evidencia posterior, la Corona queda sorprendida por la magnitud de los territorios americanos, su riqueza y el poder que han adquirido quienes son sus nuevos dueños, ajenos a los quehaceres señoriales y cortesanos en la Península. Rosenblat lo expresa muy gráficamente: